Capítulo 14


 —Aquí están las cadenas que pidieron —dijo April, pasándole con algo de problema el objeto a su novio, quien lo recibió con sutileza y procedió a dejarlo a un lado, sobre una débil mesa de madera que a duras penas mantenía su forma.

—Gracias, amor —dijo Belmont, dándole un rápido besito en los labios a la chica.

—¿Dónde está Vero? —preguntó inmediatamente después, recorriendo todo el lugar con sus ojos.

April estaba a considerables metros sobre la tierra, en una antigua caseta a la que Konrad se refería como atalaya. Las ventanas eran amplias, pero ya no había ningún vidrio que evitara que el aire corriera, a veces incluso podía sentir como el viento balanceaba el lugar creando un vacío en su estómago. Pero, pese a todos esos problemas, la vista del lugar era magnífica, hacia el oriente se veía todo Uspiam, al occidente el nevado Diana, al norte el bosque sublime de La Cordillera de las Carolas y hacia el sur la represa que proveía de agua a Uspiam. Estar ahí arriba era como darle una rápida mirada a todo lo que conformaba su vida.

Un segundo después vio a Verónica en el balcón de la atalaya, observando al horizonte y a las estrellas.

—Está muy afectada —aseguró Belmont.

—Con justa razón —suspiró April para luego dirigirse a donde Verónica.

Lo primero que sintió al salir a la intemperie fue que el clima que era más frío ahí arriba, además, el viento corría con aún más fuerza que en ningún otro lugar.

Al escuchar los pasos de April que hicieron crujir la madera, Verónica se giró para ver de quién se trataba.

—Ya llegaste —dijo ella, sin ningún sentimiento aparente.

April tomó a su amiga por el hombro y le dio un fuerte abrazo sin que ella lo solicitara.

—Lo lamento mucho, Vero —sollozó, mientras algunas lágrimas aparecían en su rostro —. Zeus no lo merecía.

—No llores, April —dijo la rubia, alejándose de ella —. Yo ya lloré cuanto pude, y de nada sirvió. Zeus sigue muerte y nuestras lágrimas no lo traerán de regreso.

—Pero...

—Límpiate esas lágrimas, April —ordenó Verónica —. Esos lobos no nos atacaron por casualidad, llevaban siguiéndonos la pista desde hace meses. Podría jurar que el malnacido del director del hospital psiquiátrico los envió... A partir de ahora se acabaron los jugos de niños, el culpable de la muerte de Zeus lo pagará con creces.

Un rugido salvaje se escuchó desde atrás de las chicas, proveniente del interior de la Atalaya. Ambas se giraron y pudieron ver como Onur era el culpable. El chico yacía sobre la madera corroída que servía de suelo, mirando directamente a la luna lleno con unos ojos que parecían totalmente ajenos a la realidad.

—¡Tenemos que atarlo! —exclamó Belmont —. La transformación empezará pronto.

—¡¿Y dónde está el idiota de Sídney?! —preguntó la Verónica, mientras ella y April llegaban junto a los demás en el interior de la atalaya —. Necesitamos toda la ayuda posible y no lo veo por ningún lado.

—Está en camino —respondió Konrad —. Estaba entrenando con Casia no muy lejos de aquí.

Onur dio otro rugido, pero esta vez no se produjo solo, llegó acompañado de un largo manotazo que tomó a April desprevenida y la lanzó contra una pared abruptamente. La chica lanzó un gemido pequeño al chocar con la madera y se mantuvo ahí por unos minutos.

—¡Amor! —gritó Belmont, corriendo a socorrer a April —. ¿Estás bien? —April se limitó a asentir ya que no podía hablar, aún intentaba recuperar el aire expulsado de sus pulmones.

—Onur no seguirá atacando —afirmó Konrad —. Podría matar a su propia madre en ese estado.

—¿Entonces cuál es el plan?

—Mantenerlo aquí hasta el amanecer —respondió Belmont, sosteniendo a April para ayudarla a poner en pie —. Devorará a cualquier ser que se encuentre en su camino, por ello no debe acercarse a nadie en toda la noche. Será libre cuando su transformación se complete en la mañana, cuando los primeros rayos del sol lo toquen.

—¡¿Y luego de eso será un lobo para siempre?! —exclamó Verónica —. No podemos seguir ocultando para siempre las desapariciones que le suceden a la gente que se junta con nosotros.

—Vero tiene razón —concordó April, aún debilitada —. Egea, Ayulen ¿y ahora Onur?

—Podrá volver a ssu forma humana cuando lo desee...

—Belmont tiene razón —aseguró Konrad —. Al menos por ahora eso no será una preocupación.

Otro rugido provino desde la boca de Onur, por un momento pareció llenarse de energía cuando se sentó sin previo aviso. Todos los chicos lo observaron por un momento, expectantes por su siguiente movimiento, sin embargo, Verónica no estaba dispuesta a tomar el riesgo y de un solo movimiento envió una roca a la cara de Onur, algo que pareció dejarlo inconsciente.

—¡¿Qué?! —exclamó al ver todas las miradas puestas sobre ella —. No quiero que me empuje contra una pared.

—No tiene importancia si lo golpea o no —dijo Belmont —. Los hombres lobo cuentan con una rápida curación, sus heridas sanarán en pocos segundos. La única forma de matar un hombre lobo es con una herida mortal como apuñalar su corazón o decapitarlo.

—Vaya consuelo —suspiró Verónica.

—Menos charla y más acción —dijo Konrad —. Verónica y Belmont sostendrán a Onur mientras April y yo lo atamos a las cadenas... ¿entendido? —Todos asintieron.

El plan resultó increíblemente fácil de llevar a cabo. Verónica y Belmont prácticamente no tuvieron que hacer nada, ya que Onur ni siquiera intentó moverse. Por otra parte, Konrad y April se demoraron algunos minutos atando las cadenas, pero tampoco se encontraron con contratiempos.

—¿Ya está? —preguntó April, atónita ante la sencillez de la misión, algo que no sucedía hacía mucho tiempo.

—Eso parece, amor.

—¿Entonces podemos irnos? —preguntó Verónica.

—No —respondió con Konrad, quien tenía una mirada mucho más consternada que la de sus amigos —, esto es el inicio hasta ahora, no sabemos lo que pueda pasar después. Debemos estar muy atentos.

—Está bien —suspiró Verónica mientras se deslizaba por una pared para terminar sentada en el suelo.

—Hay algo de lo que les queríamos hablar Belmont y yo —dijo April.

—Si se van a casar los decapitaré a ambos —aseguró Verónica, pero April negó con la cabeza mientras esbozó una sonrisa al recordar la fallida propuesta de matrimonio de su novio.

—Se trata de esto —explicó a los demás al sacar la tarjeta de invitación a la inauguración del castillo en las montañas —. Llegó a mi casa por correo hace un par de días.

—Hay una igual en mi casa...

—¿Estás seguro, Konrad?

—Sí, April. La recogí en el buzón hace algunos días, sin embargo, no la leí porque no me apreció de importancia. ¿Debí haberlo hecho?

—Eso creo —respondió ella, aproximándose a la mesa de madera donde puso la carta —. Inauguraran el castillo en las montañas y creo que es una oportunidad espléndida para ir a investigar qué sucede allí, ¿no creen?

—Suena bastante tentador...

—¿Tentador, Konrad? —repitió Verónica —. ¡Por las aguas de Uspiam! Suena bastante estúpido. No podemos ir a la boca del lobo, ¡terminaremos devorados!

—¿Entonces qué se supone que hagamos? —preguntó Konrad, viendo a Verónica directamente a los ojos de forma amenazante —. ¿Esperar a que nos ataquen como hemos estado haciendo por meses y terminar como Zeus?

Verónica frunció su ceño y de un salto quedó en pie. Sus puños estaban apretados y todas sus venas se mercaban, además, su cara estaba roja de la rabia. No iba a permitir que Konrad nombrara a su amigo perruno de esa forma.

—¡Repite lo que dijiste! —gritó —. ¡Repite lo que dijiste, maldito idiota! —. Una gran roca apareció afuera de la Atalaya, producto de los poderes de Verónica.

—Cálmate, Vero —se apresuró a decir April, tomando a su amiga por el hombro —. Seguro Konrad dijo eso sin querer.

—Te equivocas, April —dijo Konrad —. No me arrepiento de nada de lo que dije. Es totalmente cierto, todos terminaremos como Zeus si no nos atrevemos a buscar a quién está causando todo esto, si no nos atrevemos a encontrar a quién comanda al veneficus, a las brujas, a los palaxos, a las harpías, a los hombres lobo, a...

La roca que Verónica controlaba se movió abruptamente y golpeó contra la atalaya, destrozando una pared y yendo directamente hacia donde estaba Konrad. El chico a duras pensar pudo lanzarse al suelo y evitar que el objeto se lo llevara por delante.

—¡Verónica! —gritó April, completamente impresionada por lo sucedido —. ¡Detente!

—Repite de nuevo su nombre y te haré pedazos —dijo la rubia, preparada para atacar de nuevo.

—No lo hagas, Vero —rogó April, corriendo para interponerse entre sus amigos, quienes ahora parecían discutir como los peores enemigos.

—Apártate, April, o también te haré migajas.

—Inténtalo —dijo Konrad, después de haberse puesto en pie. Sus manos estaban llenas de peligrosas llamas de fuego que expulsaban chispas por doquier —. Ella quiere que todos terminemos como Zeus, porque entiende que quien nos asecha no parará hasta vernos acabados, sino es que lo descubrimos y lo detenemos antes.

—Te lo advertí —gruñó Verónica.

Con sus poderes, la chica partió en dos la roca con la que antes había atacado. Con una de las mitades empujó a Konrad hacia un costado de la atalaya, esta vez sin fallar, hasta que el chico desapareció de la vista de todos; con la otra dirigió un ataque más suave a April, quien pareció esquivarlo con facilidad, sin embargo, la fuerza con la que cayó después del brinco que dio para evitar el ataque, creó un pequeño agujero en la madera, el cual atrapó una de sus piernas.

—Verónica, ya basta —chilló April, intentando librarse del suelo.

—No te metas, April... y tú tampoco, rata —advirtió, observando a Belmont, quien había corrido a socorrer a su novia.


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