Capítulo 10
—¡Por fin llegas! —exclamó April, arrojándose sin piedad a través del umbral de la puerta de su villa para abrazar a Verónica.
—Sí, me tardé un poco porque mi mamá estaba preguntando a dónde iba —respondió la rubia con dificultad por la falta de aire en sus pulmones producto del abrazo —. Al final le dije que era un grupo de estudio de no sé qué bobadas.
April la ignoró por completo y la tomó de la mano para dirigirla hacia dentro del vestíbulo.
—Tenemos la mañana completamente planeada para ti.
—¿Te refieres al almuerzo? —preguntó Verónica confundida. Según lo que pensaba, estaba allí para atiborrarse con tanta comida chatarra como para ocasionarle diabetes, pero parecía que April le había mentido, porque se dirigían hacia el segundo piso más no al comedor.
—Arreglaremos tu cabello, depilaremos tus cejas, aplicaremos un poco de maquillaje y perfumaremos todo ese hermoso cuerpo —dijo mientras subían por las escaleras.
—¿De qué hablas? —gruñó Verónica, entrando a la habitación —. ¿Pero qué mierda?
Marycella y Tamiko estaban sentadas en la cama de April y la observaban emocionadas como a un banquete listo para ser devorado, más o menos con la misma expresión que ella hubiese utilizado al ver aquella comida que su amiga le había prometido falsamente.
—Siéntate, nena —dijo Marycella, dándole unas palmaditas al lugar vacío junto a ella.
—¡El resultado será magnífico!
—¡¿El resultado de qué, Tamiko?! —exclamó Verónica con absolutamente ninguna intención de tomar asiento —. No quiero hacer esto —refunfuñó.
—Lo harás —apuntó April con una sonrisa medianamente incómoda —. Y no porque nosotras queramos... Es eso o dejar a Onur Plantado.
—¿A qué te refieres?
—Verás, Vero... me tomé el atrevimiento de confirmar tu cita con Onur sin antes decirte...
—¡¿Qué hiciste qué?!
—No debes alterarte, Vero —se apresuró a decir April para evitar que su amiga explotara en ira.
—Es cierto, nena —concordó Marycella, acercándose para tocar el cabello de la rubia —. Luego de esa enfermedad que casi me mata el año pasado, me di cuenta de que hay que disfrutar cada momento que se pueda en la vida... al fin y al cabo solo tenemos una —sonrió.
—Sal con Onur, Verónica —dijo Tamiko —. Dale una oportunidad... Ya sabemos que no te gusta, pero él no merece que lo dejes plantado, y quién sabe... podría terminar saliendo algo bueno de allí.
Verónica se quedó en silencio un momento. Sus puños estaban apretados tan fuerte que sus uñas se resquebrajaron un poco. En verdad estaba molesta. ¿Cómo se atrevía April a hacer eso? Por otro lado, tampoco podía dejar a Onur plantado. Él no merecía eso, siempre había sido muy bueno con ella.
—Está bien —refunfuñó finalmente, luego de meditarlo mucho, más haciéndolo por Onur que por ella —. ¿Y qué se supone que me van a hacer?
—Empezaremos por las uñas —dijo Marycella, tomando la mano de Verónica —. Mira las tuyas, nena, pareciera que cultivaras lijos.
En verdad Verónica no cultivaba lijos, pero sí peleaba cada cierto tiempo con todo tipo de criaturas, era imposible tener las uñas arregladas con tanto trajín. Bueno, imposible para ella, porque April siempre parecía recién salida del salón de belleza, sin importar cuantas peleas hubiese tenido.
—También te alisaremos el cabello —aseguró Tamiko.
—¡¿Alisarme el cabello?! —preguntó Verónica muy exaltada —. Pero me gustan mis ondas.
—Pero el cabello liso es más fácil de manejar.
—Podemos dejarte las ondas si quieres, Vero.
—April, Tamiko, Marycella... simplemente hagan lo que sea necesario para que esta tortura acabe lo más pronto posible —refunfuñó Verónica.
—También puedo prestarte ropa si quieres —dijo April, saliendo un momento de la vista de todos y entrando en su armario —. Un vestido te quedaría encantador —aseguró al volver —. Estaba pensando en algo como este.
Verónica miró de arriba abajo la prenda que su amiga sostenía. Era un vestido floripondio inmundo para su gusto, lleno de colores pasteles y muy descubierto. ¿Quién podía si quiera andar con algo así sin que se levantara? Era la prenda más incómoda del mundo.
—¡No! —gritó Verónica —. Podré sucumbir ante sus otras estupideces, pero jamás me pondré un vestido o una falda de nuevo. Fue suficiente con lo que tuve aquella vez en una fiesta. Son prendas imprácticas para todo. No puedo correr, no me puedo mover con libertad. ¡No! Es un rotundo no.
—No hay necesidad de alterarse, Vero. Entonces podemos buscarte algo más de tu estilo, no tienes que preocuparte.
—Siendo sincera, nena, yo elegiría el vestido.
—¡Dije que no, Marycella!
—Piénsalo una vez más, Vero —dijo April con su voz suave y dulce —. ¿Acaso no piensas que en aquella fiesta quedaste fantástica?
Verónica frunció el ceño y de un movimiento rápido y brusco tomó a April por el brazo con demasiada fuerza, luego la haló hasta llevarla al gigante armario, lejos de los oídos y miradas curiosas de Tamiko y Marycella.
—¡¿Cómo quieres que me ponga un vestido?! —exclamó al cerrar la puerta de un golpazo seco —. ¡¿Acaso quieres que termine muerta?! ¿Esperas que luche contra criaturas que están armadas con hachas y que tienen poderes con un maldito vestido?
—Lo... lo siento —tartamudeó April, que jamás había pensado en esa posibilidad.
—Lo único que falta es que me pongas a luchar en tacones de puntilla de 30 centímetros de alto... ¿Acaso también quieres eso?
—¡No! —exclamó April, tomando a su amiga de la mano con amor —. Sabes que quiero lo mejor para ti, y tan solo pensé que distraerte un poco con Onur y cambiar de ambiente, además de ropa, te podría venir bien. Estamos bajo demasiada presión últimamente, Vero, no podemos dejar que esto nos consuma —aseguró y se abalanzó sobre su amiga para darle un abrazo de oso sincero y caluroso —. Pero tienes razón —dijo segundos más tarde, cuando ambas estuvieron separadas —, haremos esto a tu manera. Solamente te arreglaremos un poco y tú escogerás la ropa que prefieras... ¿Cómo te suena eso?
Verónica asintió, aun con el ceño fruncido, al tiempo que ponía sus ojos en blanco.
Minutos más tarde, April abrió ambas puertas del armario de manera triunfante, como un orgulloso propietario de circo que inicia una función.
—¡Vero aceptó! —exclamó —, pero bajo sus propios términos.
Las dos dejaron el armario y regresaron a la habitación donde Marycella y Tamiko ya habían dispuesto todo como niñas pequeñas que se preparaban para hacer y deshacer con la muñeca de moda más codiciada de la temporada.
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