34. Un sándwich naranja

Take me broken and make me one

Break the silence and make it a song

Life is short; I wanna live it well

Live It Well - Switchfoot

Por mucho que la haya amado, me disgusta ver la misma película dos veces.

No tiene nada que ver con saber qué sucederá; se trata de los detalles. Cada vez que repiten una escena te percatas de algo que antes no habías notado y tus sentimientos corren el riesgo de cambiar. A veces, para mejor; pero, en la mayoría de los casos, para peor.

Puedes toparte con el desencanto de un diálogo que antes defendías y ahora va contra tus valores. Puedes hallar una disculpa y un beso insulso cuando en tu memoria era el reencuentro más romántico del mundo. Puedes estrellarte contra la simpleza de una historia a pesar de que recordabas algo extraordinariamente conmovedor. Puedes apuntar con más facilidad los errores, y lo que antes era disfrute se transforma en una crítica constante.

Puedes perder la magia por encontrarte con la realidad.

No me he sentido bien los últimos días. Desde la discusión con Hugo no logro sonreír mucho. Apenas tengo fuerza para dirigirle la palabra a mi familia e incluso debo controlarme para no emitir contestaciones bruscas.

Papá era mi película favorita: increíble, inspiradora y sin defectos. Entonces, fui obligado a verla por segunda vez. Y por tercera, y por cuarta, y tantas veces a lo largo de los años que perdí la cuenta. Cuando estallé, apenas veía algo bueno en él. Sé que es para bien, pues no querría vivir en el engaño de percibirlo como un buen padre cuando no lo es, pero duele.

Quise con tanta fuerza que nuestra relación funcionara.

Nunca me consideré una persona narcisista, pero corriendo el riesgo de serlo me preguntó por qué no me quiere cuando soy un buen hijo. ¿Necesito involucrarme en más proyectos para que sienta interés y orgullo por mí, así no lo aburro ni lo averguenzo? ¿Tengo que ser más gracioso para hacerlo reír y que no aguante las ganas de verme? ¿Debo ser más cariñoso y empático para que recurra a mí cuando no se sienta bien? Porque creo ser interesante, chistoso, dulce y gentil, pero no parece alcanzar.

Nunca soy lo suficientemente bueno para que me elija.

Y mis hermanos pronto sentirán lo mismo.

Si no somos una mini versión suya, nos descarta.

Tal vez, tal como yo vi su película miles de veces, él se hartó de la mía. Soy consciente de que no es mi culpa, pero no sé qué hacer con este enojo llamado «te di lo mejor de mí y, a cambio, apenas me diste algo más que aparecer cuando tenía ganas para hacer lo que querías». Tampoco sé qué hacer con la tristeza nombrada «te amo, pero no creo que tú me ames de la forma correcta, papá. Podríamos ser la mejor peli del mundo, una de cinco estrellas y con final feliz, pero nos convertiste en una que ni vale la pena ver».

Puede que Max tenga razón: hay personas que se queman con el sol. En el futuro existe la posibilidad de que no piense tanto en su carbonización, de que cambie de película... Pero, ¿ahora mismo? Me obsesiona lo mal que salió todo.

No debería estar permitido que tu actor favorito te decepcione así.

Y la película que más te ilusionaba no debería sacar de ti la versión más miserable.

—Buenas tardes, ¿qué puedo ofrecerles?

La mesera adolescente me saca de mi ensimismamiento. Mamá —en complot con sus otros dos hijos— decidió traerme a merendar a la vereda de una cafetería que, según ella, solía frecuentar de joven. El ambiente en casa sigue tenso y la sangre de Hugo no salió del sofá, así que este es su intento de aligerar el día.

—¿Podrías traernos tres chocolates calientes y...? —dice Charity, antes de señalar a Flint, quien como buena oveja negra suele pedir algo diferente al resto.

—Ca-café —responde mi hermano.

Frunzo el ceño y lo miro. Jamás lo escuché tartamudear en mi vida. Mamá arquea una ceja y Angus esconde su sonrisa detrás del menú, intercalando sus pequeños ojos entre la oveja y la mesera.

—¿Con leche? —pregunta la muchacha, estableciendo contacto visual con él.

—Sí, sí. —Flint, con las mejillas arreboladas, asiente más veces de las necesarias—. Con mucha leche. Toda la que tengas, por favor.

La chica, aguantando la risa, anota en su libreta y se marcha. El gruñón la sigue con la mirada.

—Es una linda muchacha —considera nuestra progenitora, aclarándose la garganta.

El comentario trae al flechado por Cupido de regreso a la realidad. Se deja caer en el asiento con un gruñido antes de contestar:

—No intentes conseguirme novia, es vergonzoso.

—¡Yo quiero! —se entromete Angus.

—¿Qué? —pregunta Charity con inocencia—. ¿Una noviecita?

Flint me mira, preguntándome si deberíamos desviar el tema de conversación o decirle a mamá que no asigne género a las potenciales parejas de sus hijos. Ninguno quiere que Angustius se sienta incómodo ahora que sabemos que le gustan los niños.

—No, un sándwich de esos. —Se nos adelanta el pequeño al señalar a un mesero que lleva una bandeja repleta de comida a mi espalda—. Y... un noviecito.

Mamá agita una mano en el aire para restarle importancia, antes de repartir una servilleta para cada uno.

—Eres muy pequeño para tener uno —le dice.

—¿El sándwich o el novio? —pregunto.

—Ambos —responde con simpleza—. Nunca se termina la comida que le ponemos en el plato, ¿viste el tamaño de ese sándwich? Es imposible que lo acabe.

Angus baja el menú. No deja de mirar a mamá. Hay una sonrisa de satisfacción en su rostro. El hecho de que ella tenga tan naturalizado que a una persona puede gustarle otra, independientemente de lo que tenga en los pantalones, es una grata sorpresa. Sobre todo después de creer, hace tiempo, que era homofóbica por la forma en que trataba a los vecinos...

—Por eso tiene hermanos. —Flint se inclina para despeinarlo con cariño—. Nos comeremos sus sobras hasta que tenga edad para que su novio las coma por él. En toda relación está la persona que respeta su capacidad de ingesta comestible y quien es un pozo sin fondo, ¿no?

Mamá ríe, dándole la razón.

—Tu padre era el pozo sin fondo entre nosotros —dice sin pensar.

Al instante se da cuenta de su error, pero en lugar de intentar evitar el tema, lo aborda tras un breve silencio donde se me revuelve el estómago:

—Lo siento, ninguno merecía atravesar una situación así. —Extiende su mano a través de la mesa—. Desearía que Hugo fuera el padre que merecen.

Sus ojos luchan por no cristalizarse. La suavidad en su voz logra que me descruce de brazos. No puedo seguir enojado alrededor de ella y mis hermanos cuando ninguno es el culpable de mi ira. Sé que aguantarán mi malhumor y la ausencia de la personalidad que me caracteriza, y lo harán porque me aman, pero no tienen por qué.

Mi problema es con papá. Dudo mucho que pueda arreglarlo con él y no quiero cargar al resto de mi familia con esto. Tal vez pueda buscar ayuda externa...

Solo sé que no me desquitaré con ellos. Nadie quiere un Hugo 2.0 en casa.

Alcanzo su mano para darle un apretón. Le sonrío un poco e invoco el tono más juguetón que puedo:

—Ya tenemos la madre que merecemos, no podíamos salir ganando en todo.

—Y porque la queremos mucho, nos comprará un sándwich —insiste Angus, ganándose una patada por debajo de la mesa de parte de Flint, ya que arruinó el momento.

Sin embargo, logra hacernos reír y me doy cuenta de que me equivoqué.

Me encanta volver a ver algunas películas. Jamás podría cansarme de ver a mamá poner los ojos en blanco con diversión, de escuchar a Angus quejarse por la comida o de ver a Flint sonrojarse cuando se le acerca una chica.

—Vaya, vaya, vaya... —dice una voz familiar, tras el tintineo de la campanilla del café—. Miren a quiénes tenemos aquí, ¡la familia Cuak!

En realidad, somos los Quach, pero si la abuela de la chica que me gusta declara que soy un pato... Entonces soy un pato.

—¡Señora del Minecraft! —chilla Angus, saltando de su silla para ir a darle un abrazo.

El estómago de Isabelle succiona su pequeño rostro. Detrás de ella, Maxine levanta una mano para saludarnos. Mis comisuras se estiran hacia arriba de inmediato.

Esta es mi película favorita, diablos.

—Hola, doña Isabelle —saluda Charity.

La anciana apoya una mano en el hombro de mamá. Comparten una mirada pacífica que indica que la guerra quedó atrás.

—¿Ven? —nos dice escaneándonos uno por uno. Es evidente que sabe lo que ocurrió con papá—. El arcoíris siempre sale, queridos. Les prometo que uno sonríe al final.

Maxine, detrás de ella, me guiña un ojo.

🌈 ¡Hola, nuestros niños coloridos! Lamentamos mucho no haber actualizado el fin de semana anterior, pero ¡tuvimos una entrevista literaria en Buenos Aires! Así que doña Ludmi, CreativeToTheCore, les pide perdón ya que no fue capaz de acabar el capítulo en tiempo y forma, oops (ella seguía hablando en tercera persona 🤣).🌈

1. ¡Hagan una lista del mejor al peor hermano Quach (aunque ninguno es el peor, adoramos a todos, lo sé)!

2. ¿Cuál fue su parte o frase favorita del capítulo, bellezas? 💕

3. ¿Siempre piden los mismos gustos de halado o van cambiando para probarlos a todos?

Con todo el amor y la maldad del mundo, Sereniago les envía un abrazo. 🖤

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