23. Tormenta emocional de violetas
This is my loving last farewell
I hope you both go rot in hell
GO TO HELL - Clinton Kane
Isabelle es de por sí una mujer escurridiza. Puede que sus características visibles no la conviertan en la mejor candidata para ganar un campeonato de escondidas, pero su reiterada habilidad para escapar de Shubham demuestra lo contrario.
Si debo ser honesta, para escapar de todos. Los patines, lejos de desacelerarla, la hacen desaparecer por la puerta de entrada más rápido que Usain Bolt cuando marcó el récord histórico en los cien metros libres.
Para cuando mis padres, Shubham, Raven y yo reaccionamos y salimos a buscarla, Isabelle ya está tocando la puerta de los Quach.
—¡Perra blanca, vengo por tu cabeza! ¡Deja de esconderte y ven a charlar con esta abuela enfurecida ahora mismo si es que te queda algún ovario suelto con el que discutir!
Mi corazón se paraliza cuando veo que es Angus, inocente y con su sonrisita llena de ternura, quien enfrenta a la abismal figura de mi abuela desencadenada. Comienzo a correr con más intensidad y adelanto a mis padres, al enfermero y a mi vecino con el objetivo de salvar a Isabelle de decirle algo que no siente a este niño adorable.
—¡Señora del Minecraft, la extrañé mucho!
Angus procede a abrazar a mi abuela, pero sus cortos brazos solo alcanzan a abrazar parte de su estómago. Isabelle se ve forzada a reinventarse cuando nota que ahí no está el objetivo de su rabia, y le devuelve el abrazo.
Vuelvo a respirar y freno a unos metros de la entrada, donde ninguno de los dos puede verme. Angus tiene suficiente con Flint como para recibir un maltrato adicional que no merece.
—¿Has estado jugando sin mí? Yo hace mucho que no toco juegos de zombies... de ahí sacaste a las perras blancas, ¿no? Son imposibles de matar.
Cosita. Si supiera.
—Jamás sin ti, cielo. —Isabelle le palpa la espalda con cariño mientras trata de ocultar su rabia y lo guía de vuelta hacia adentro—. ¿Puedes llamar a tu mamá por mí, corazón?
Angus sonríe con ingenuidad y se pierde en el interior de la casa. Solo unos segundos más tarde el resto de mis acompañantes no-atléticos se detienen detrás de mí. Termino siendo la primera que se aparta de los arbustos que bordean la cerca. Estoy lista para enfrentar a Isabelle y pedirle que desista de esta escena.
Si esta conversación acaba en catástrofe y nosotros no hacemos nada para frenarla, luego seremos Raven y yo los que nos arrepentiremos de haber dejado que suceda.
Doy dos pasos en la dirección de mi abuela con la determinación de una nieta que no solo quiere cuidarla a ella, si no a sí misma también.
—Si sabes lo que es bueno, no darás un paso más —responde sin siquiera girarse, como si hubiera notado mi presencia con ojos en la espalda.
Quedo paralizada. Isabelle nunca me había «advertido» como si me estuviera dando un ultimátum. Agradezco la mano comprensiva de Otto en mi espalda, quien se propone enfrentar a su madre:
—Mamá, no sé qué quieres decirle a la señora Quach, pero estás cometiendo un gran error. Vas a arruinar las cosas con nuestros vecinos, con ellos...
Desliza sus ojos hacia Raven y hacia mí, lo que aumenta mi nerviosismo. Me da un escalofrío pensar cuánto creen que saben mis padres sobre lo que estamos pasando, cuando la realidad es que no saben nada.
Isabelle se mantiene decidida con una firmeza que jamás le había visto en el pasado.
—El error lo cometeré si me quedo callada, hijo. —Isabelle observa a Otto con seriedad pero también cierto orgullo, como si se estuviera por emprender en una misión a muerte para defenderlo.
Entiendo entonces que si mi abuela está a punto de pelearse con Charity es porque no ha sido la única que vio las señales de desprecio que ella ha efectuado contra nosotros desde el momento en que nos conoció. Mi abuela se puso la capa de héroe para enfrentar lo que nosotros por semanas preferimos tomar como un «está teniendo un mal día» o «simplemente tiene otras formas».
Mi abuela se enfrentará a la señora Quach para por fin sacarnos la duda de si ella es una homofóbica pasiva en la mismísima calle Arcoíris.
—Quédense observando si quieren, pero el que intente acercarse recibirá de regalo una patada con ruedas en la cara —contesta con la naturalidad de quien piensa que esa es la respuesta más normal del mundo.
Shubham mira a mis padres en busca de instrucciones, pero le indican con un simple gesto que deberemos darle a Isabelle el espacio que necesita. Así es como, sin pena ni gloria, permanecemos pegados a los arbustos.
Charity aparece por la puerta. En el interior de la casa puedo apenas vislumbrar dos figuras: Angus y Flint. Puede que las dos contendientes crean que su ring verbal —espero que sea solo verbal— es una batalla de a dos, y ese es un riesgo que deberemos tomar. Rezo para que no olviden que este ring está lleno de espectadores: espectadores sensibles, espectadores pequeños, espectadores acomplejados y espectadores con intereses contrapuestos.
Por primera vez me pregunto si alguna de las personas que están a mi alrededor podría ser el o la responsable de enviar los mensajes que nos tienen a Raven y a mí aterrados. Es una posibilidad más que factible considerando la cercanía con la que este sujeto anónimo suele escribirlos.
Mi cuestionamiento se ve interrumpido por la primera intervención de Charity. Raven se retuerce a mi lado, tan nervioso como yo. Aprovecho para tomar su mano y sostenerla con fuerza. Él hace lo mismo.
Nos miramos con la incertidumbre de no saber si nos dejarán tomarnos de la mano de nuevo.
—Empezaba a preguntarme si ibas a tener los ovarios para enfrentarme —lanza Isabelle con dureza.
La mamá de Raven, descolocada, entorna la puerta en el intento de que sus hijos más pequeños no escuchen.
—Usted no está en su sano juicio, señora. Vuelva a su casa, ¿quiere? No me haga llamar a la policía —responde Charity con cara de pocos amigos.
La madre de los hermanos Quach intenta tocar el hombro de mi abuela, pero la anciana reacciona con mayor animosidad.
—No se te ocurra volver a tocarme, ¿entendido?
Charity retrocede, de alguna forma impactada y sorprendida por un ataque que, claro está, no estaba en su agenda.
—¿Cuál es tu problema con mi familia, eh? ¿Qué tienes contra nosotros para tratarnos como basura, para alejar a tus hijos de mi nieta? —Charity abre la boca para contestar, pero Isabelle se le adelanta—. Porque yo tengo la respuesta muy clara. El problema aquí es saber si tú la tienes también.
La mamá de Raven estudia el panorama manteniendo la mirada de mi abuela en una tensión que va en aumento a cada segundo.
—No tengo ningún problema con tu familia.
Isabelle da un pequeño salto con sus patines, resignada.
—¡Claro que lo tienes! Sabes perfectamente cuál es el problema. Solo quiero escucharlo salir de tu retrógrada boca de una vez por todas, porque estoy cansada de jugar a los amigos que toman el té y hacen como si nada pasara. Ya tome el té y me callé suficientes veces en mi vida.
La expresión de Charity emana un «yo también» entristecido que no logra verbalizar y que mi abuela, en su trajín de furia, no logra interpretar.
—La que está en la entrada de mi casa gritando eres tú. No veo cómo puedo ser yo la que tiene un problema —dice Charity en un segundo intento por sonar evasiva.
La mujer está intentando salir de la situación como puede, pero por alguna razón que desconozco no está peleando contra Isabelle de la forma en la que creí que lo haría.
—¡Homofóbica, eso es lo que eres! ¿Crees que no me he enterado de tus micro-agresiones? Limpiándote las manos en tus jeans cuando saludas a mi hijo, sacando a tus chicos del patio cuando Max se acerca, ¡hasta rechazaste un pastel de manzana!
Isabelle gesticula tanto que tengo miedo de que en uno de sus zarandeos pierda el equilibrio y caiga al suelo. La mamá de Raven, por el contrario, empieza a moverse con nerviosismo de un lado a otro.
—¿Quién rechaza un puto pastel de manzana? ¿Quién? Solo una persona como tú, una persona sin escrúpulos ni moral que ha venido a lastimarnos. A mí y a mi familia. Déjanos vivir, ¿quieres? Déjalos vivir. ¡A mi hijo y a los tuyos por igual!
Charity, quien estaba conteniéndose apretando la mandíbula, decide estallar de una forma que resuena mucho con la forma en la que yo también lo hago: gritando muy fuerte.
—¡Cállate!
Solo logra que Isabelle alce la voz:
—¿Crees que por probar nuestra comida o tocar a un hombre que se acuesta con otro hombre te pegarás el maldito SIDA? ¿Discriminarás a mi nieta porque tiene dos padres que la aceptan y la aman en lugar de una madre retrógrada como tú? ¿Te da miedo que tus hijos se den cuenta de que jamás tendrán a alguien que los apoye sin juzgarlos? ¿Y por qué demonios vienes a una comunidad abierta a intentar cerrarla con tus miradas asqueadas y tus comentarios maleducados? ¡¿No te alcanza con todo el mal que ya recibimos en la historia de la humanidad?! ¡¿Por qué tienes que odiar?! ¡Lárgate si seguirás haciéndolo! No hay nada ni nadie para ti en este lugar con ese estúpido pensamiento que tienes, Charity.
—¡Cállate, cállate de una vez!
Raven se shockea al ver la reacción de su madre, que suelta el llanto silencioso y avergonzado de alguien quien parece no haberse quebrado en un largo rato. Se tiene que sostener contra la pared de entrada para aguantar el peso de sí misma.
La imagen me destruye de formas que no creía. Isabelle busca ayuda en nosotros, casi preguntándonos con la mirada si ha generado un daño irreversible mientras Shubham salta a buscarla. Otto y Spike se quedan pasmados, sin palabras, miradas sugestivas o acciones que propinar.
Yo no quiero soltar la mano de Raven. Temo que si lo hago no podré sujetarla nunca más.
—Mami, mami. ¿Qué pasa, mami? —dice Angus al aparecerse en la escena y palpar a la Charity más maltrecha que habrá visto nunca. Flint lo sigue detrás, tan impactado como nosotros.
—No pasa nada, hijo. Vamos para adentro.
La mayor de los Quach nota que ahora su descendencia es testigo de su llanto, por lo que se apresura a limpiarse las lágrimas y recuperar la compostura para no preocuparlos.
—No es fácil estar en mis zapatos, vecina —le susurra a Isabelle en voz baja justo antes de que nuestro enfermero decida llevársela.
Al Charity meterse dentro de la casa con dos de sus hijos, el tercero decide soltar mi mano y observarme con la tristeza de alguien que entiende que ahora hay un lugar más importante en donde debe estar.
—Discúlpame, Max.
Quiero contestarle y decirle que soy yo la que lo siente por generarle este dolor a su familia con las palabras de mi abuela. Quiero decirle que todo estará bien y que mañana podremos seguir riendo juntos. También quiero decirle que no me arrepiento de que Isabelle le haya dicho todo eso, porque si en verdad su madre es una homofóbica, debía escucharlo de alguien que la pusiera en su lugar.
Sin embargo, algo en esa frase final de Charity, casi a modo de súplica, me hace pensar que hemos sido muy duros al accionar.
Maldito es el destino que se traga mis palabras y las deja estancadas en mi pecho a medida que veo a Raven desaparecer en la distancia.
Maldito es el destino que hoy me deja con el desgastante pánico de no saber si volveré a ver a los Quach otra vez.
Maldito es el destino si me ha quitado la única esperanza que tenía de volver a amar.
¡Hola, hola, vecinos! ¿Cómo se encuentran? Acá les habla el Santucho. ¡Ayer cumplí veinte! Parece irreal, ahora estoy con más ganas de cumplir para atrás que para adelante. ¿No les pasa? ¿O soy el único demente en este lío?
1. ¿Qué piensan de esta nueva cara de Isabelle? ¿Y de la reacción de Charity?
2. ¿Cuál es su color menos favorito del arcoíris?
Muchísimas gracias por todos sus mensajitos y comentarios que nos dejan. Me hizo mucha ilusión leer todos sus mensajes de feliz cumpleaños y sentir todo su apoyo.
Con todo el amor y la maldad del mundo, Sereniago les envía un abrazo. 🖤
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