13. Celestes activos y pasivos

Why don't we go and put our phones down?

No need to worry 'bout 'em right now

We'll stay up talking 'til it's light out

I just wanna lay with you

Dancing in the kitchen - Zachary Knowles

—Dios, Dios, Dios... —Me apresuro a abotonarme el pantalón y abrir la canilla.

Mientras me lavo las manos, oigo a mi madre gritar el nombre de Angus por la casa, antes de que el silencio se asiente tras el portazo de la puerta principal. En cuanto encuentre a mi hermano en la casa de los Quach, me desheredará.

Bajo las escaleras de dos en dos. Mi plan era distraer al pequeño con el regalo de Maxine para poder hacer el control de daños entre Flint y Charity. Sin embargo, a mi vejiga se le ocurrió que el baño sería una buena parada entre un desastre y otro.

Cuando salgo al patio delantero, Angus aparece en el pórtico vecino. Detrás suyo está doña Isabelle con una mascarilla grumosa que parece desprender un olor no muy grato, y se está comiendo una rodaja de pepino. Max tiene las manos sobre los hombros de mi hermano cuando mamá lo toma por la muñeca y lo obliga a caminar.

—¡Te dije que no molestaras a los vecinos! —reprocha con la respiración acelerada mientras corro a su encuentro.

—¡No los estaba molestando! —chilla el niño antes de echar una mirada sobre su hombro—. ¿Verdad, señora del Craftmine y novia de Raven?

Max, quien callada se cruza de brazos como si ya estuviera acostumbrada a los arrebatos de mi progenitora, alza las cejas ante las últimas tres palabras. Cuando mi madre me lanza una mirada de advertencia, levanto las manos en señal de inocencia.

—Fue mi culpa, yo le dije que podía ir con los Durrell mientras hablábamos con Flint. —Bajo las manos.

La mujer se detiene a centímetros de mi rostro y baja la voz:

—Esta familia puede arreglar sus problemas sin ayuda. Sobre todo de un par de extraños. —Gruñe pero afloja su agarre en Angus cuando este la mira con ojos de cordero—. No volveré a deberle nada a nadie, ¿sí?

No entiendo a qué se refiere, pero antes de que pueda preguntar desaparecen dentro de nuestra casa. Me quedo ahí, de pie y aturdido en la vereda.

—Eso no salió muy bien que digamos, acosador.

Parpadeo para ver a Max acercarse con una expresión cautelosa. Isabelle, a sus espaldas, se ha echado en el columpio de la entrada. La madera cruje bajo su peso mientras se acomoda en ella. También veo a Shubham, su enfermero, ser testigo de la escena a través de la ventana, con una expresión preocupada. En cuanto se percata de que lo estoy mirando, se esfuma detrás de la cortina. Mi atención vuelve a la abuela, que se pasa un dedo por la mejilla y, cuando está cargado con la mascarilla casera, se lo mete en la boca. Parece ajena a lo que acaba de ocurrir, pero cuando me dejo caer en el cordón de la vereda, grita:

—¡Sí, acosador, eso no salió muy bien!

La golfista, reprimiendo una sonrisa, se sienta a mi lado. Lo único que me alivia es que no parece afectada por el comportamiento de mamá esta vez, pero no me fío del todo.

Cualquiera puede volverse un gran actor o actriz cuando quiere ocultar algo que le duele.

—Adelante. —Suspiro—. Pregúntalo.

A diferencia de lo que harían otras chicas, no juega a hacerse la tonta. Es más directa que un proyectil chino:

—¿Tu madre es homofóbica?

Me encojo de hombros y miro la calle. El asfalto no es gris, está pintado de todos los colores del arcoíris para hacer honor al nombre elegido por la municipalidad.

—Quiero creer que no. Sin embargo, sus actitudes más recientes me hacen cuestionar lo mismo. Ella... —Apoyo los codos sobre mis rodillas y me pregunto por qué se mudaría a una comunidad mayormente homosexual de no soportarlo—. Ella jamás me dio indicio de serlo, pero ahora que lo pienso, jamás estuvimos en una situación donde pudiera demostrarlo, hasta ahora.

La chica apoya las manos en la vereda, ligeramente reclinada hacia atrás, pero sus ojos no abandonan mi rostro.

—Tal vez es pasiva —reflexiona y, cuando malinterpreto con horror las palabras, se aclara la garganta y explica—: Categorizo a los homofóbicos en dos grupos: en primer lugar están los agresivos. Esos son los que repudian abiertamente a la gente que ama diferente. En los peores casos, a través de la violencia verbal y física. En segundo lugar están los pasivos. No aceptan algo distinto a la heterosexualidad, pero se quedan callados o son más disimulados a la hora de discriminar porque saben que la sociedad de hoy en día condena a quienes no abrazan la diversidad.

—Lo siento. Hablaré con ella. Puede que solo esté estresada por... —Pienso en un padre ausente que no aporta ni dos centavos para sus hijos, en el trabajo de mamá, en sus estudios, en su falta de sueño y sus altos niveles de cortisol, la hormona del estrés—. Por la mudanza y otras cosas. Tal vez solo se está desquitando con ustedes. Pero, por favor, no pienses que yo...

Niega con la cabeza.

—Sé que no eres así.

Dudo por un segundo.

—No me conoces, ¿cómo sabes que no soy un homofóbico pasivo?

Me obsequia una sonrisa tranquilizadora.

—Porque tienes la mente abierta, entre otras cosas.

Al principio no lo entiendo, pero sigo su mirada hacia mis pantalones y debo subirme el cierre de la bragueta entre risas. Sin embargo, uno no puede reír de sol a sol. Nos quedamos un rato en silencio y es como si el peso de toda la situación cayera sobre sus hombros.

—Es una lástima que la alegría no dure para siempre. —Echa una ojeada a mi casa, pensativa.

Ya me animó. Es mi turno de animarla a ella.

—Tengo una solución para eso. —Enderezo la espalda y giro el torso hacia ella—. Juguemos, valga la redundancia, un juego. Nombra cosas que no sean eternas.

No acepta de inmediato. Debo darle un pequeño empujón a su rodilla con la mía para que acceda..

—Los besos, los atardeceres, las conversaciones de madrugada...

—El sexo, los viajes, las duchas y las canciones —añado.

—Los abrazos —dice con un ligero tono de competitividad.

—Tus mascotas, tu familia y tus amigos.

—Tu comida y tu serie favorita.

Abro los brazos.

—¿Lo ves? El «para siempre» está sobrevalorado. Nada es infinito. Todas las cosas que amamos son temporales. Todas las que odiamos y nos lastiman también. La alegría y la tristeza son dos caras de una misma moneda. Con la atemporalidad, no sentiríamos nada porque cada cosa existe por oposición. Así que deja de pedir que algo dure o se vaya para siempre. La vida no te concederá ninguna, Max. —Esto lo aprendí porque se supone que mi padre sería un «para siempre» asegurado y no lo fue, es o será—. Si estás mal, siéntelo, rómpete y llora lo que tengas que llorar; luego, intenta volver a estar mejor. Si estás bien, disfrútalo. Punto.

Rodea sus rodillas con los brazos. No sé qué piensa, pero la duda con la que me mira me hace creer que, más allá de lo que pasó con mi mamá, no confía en mí por otra razón que no tiene nada que ver con que sea alguien que recién conoce. Algo dentro de ella tiene dos fuerzas opuestas que la están tironeando.

—Y no deberías malgastar tu presente pensando obsesivamente en el pasado o en el futuro, ¿sabes? Puedes recordar, ser cautelosa o soñar gracias a ellos, pero no puedes olvidarte de vivir, niña rica.

Rueda los ojos al oír otra vez el apodo.

—No me sorprende que veas a través de las personas. Eres un acosador después de todo, de seguro llevas un visor de rayos X encima.

¿Eso quiere decir que pude leerle el pensamiento a una chica por primera vez en la vida? Ding. Ding. Ding. Tenemos un ganador y se llama Raven.

Lo que queda por descubrir ahora es con quién o qué se obsesiona en el pasado, y qué le hizo esta cosa o persona para que sea así de precavida.

🌈 ¡Hola, pequeños arcoíris! 🌈 Madre Serena quiere qué tan bien los trata la vida del 1 al 15. Por cierto, ¿suelen dormir la siesta? Si la respuesta es afirmativa, son #TeamSanti. Si es negativa, son #TeamSere. 🛏️

1. ¿Creen en el "felices para siempre"?

2. ¿Cuál fue la parte, escena o frase favorita del capítulo?

Con todo el amor y la maldad del mundo, Sereniago les envía un abrazo. 🖤

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