Los últimos días
«Me dirijo a ti, camarada.
A ti que contemplas cada día el deterioro de la Tierra desde tu maltrecha butaca mientras pasan las estaciones, sopla el viento, cae la lluvia y llega la muerte. Que ves pasar las horas desde tu porche, con el rifle en una mano y una copa de coñac en la otra, preguntándote cada noche si verás salir el sol a la mañana. Me dirijo a ti.
Quizá creas que eres el último superviviente de un mundo hostil, que estás solo o sola. Quizá te hayas cansado de esperar, de luchar.
Este mensaje es para ti. Porque debes saber que en medio de este erial de podredumbre y soledad, aún queda vida. Y si hay vida, hay esperanza».
Es la séptima jornada que, entre interferencias, escucho este mensaje repetirse en la radio una y otra vez. Siempre las mismas palabras, la misma voz femenina que nos llama a reunirnos, a dejar de esperar a la muerte y batallar en el frente.
Hace frío.
Las primeras nieves de invierno han cubierto las calles de un blanco manto y me pregunto si esa será la razón de que últimamente no haya visitas inoportunas.
Llevo todo el día meditando conmigo mismo, discutiendo e incluso levantándome la voz, pero finalmente, mi subconsciente y yo nos hemos puesto de acuerdo. No puedo creer que vaya a hacerlo, pero ¿qué es lo peor que puede pasar? ¿Morir? Porque ya llevo meses siendo hombre muerto, tratando de cubrir de alcohol cada interminable segundo de esta interminable prórroga que me está haciendo perder la cabeza. Y la de hoy, era la última botella.
Sin apenas provisiones, sin bebida, sin compañía... Ya no hay razones por las que quedarme aquí. Debo encontrarla. Cargo mi mochila y fijo mi destino.
Mis botas se hunden en la nieve.
Un paso, dos pasos, tres pasos.
Sigo caminando. Quizá cuando llegue al pueblo pueda encontrar un vehículo.
Cuatro pasos, cinco pasos, seis pasos.
Por el camino decido ir probando la radio. Si pudiese averiguar de dónde viene la señal...
Siete pasos, ocho pasos...
Un puto renacido me espera al final del camino. Sus pasos son torpes, sus gestos, tristes. Parece molestarle la nieve más que a mí. Me observa e inicia su propio camino, buscándome.
Un paso, dos pasos, tres pasos.
No necesito que se acerque más, tomo mi arma y apunto. Le tengo en el objetivo.
Cuatro pasos, cinco pasos, seis pasos...
Y disparo.
Al acercarme veo que de su frente emana un río de sangre que tiñe la nieve en tonos carmesí. Era una mujer. Delgadez extrema, ropa dañada, piel cubierta de suciedad... pero no hace mucho, estaba viva. Como yo. Ha sido un error, estas cosas pasan...
Sigo mi camino.
Un paso, dos pasos, tres pasos...
Nota de autora:
¡Gracias por leerme!
Si os gustan mis escritos, podéis seguirme en
INSTAGRAM (noranemhed) y en mi página de FACEBOOK
https://m.facebook.com/Nora-Nemhed-117048593538409/
¡Os espero!
Relato registrado en Safe Creative
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top