Capítulo 3

Al día siguiente, Elisa se despertó considerando quedarse un rato más en la cama y comprobar si su madre se había olvidado de lo que habían acordado el día anterior. Para su mala suerte, los gritos de su madre desde la planta principal llegaron a la habitación y tuvo que levantarse de la cama.

Tras arreglarse, bajó a la cocina donde su madre ya había preparado el desayuno para las dos.

- Tu padre ya hace rato que se marchó a trabajar

- Mamá... estoy de vacaciones. En vacaciones no se madruga

- ¿Y a qué hora piensas ir hasta el instituto? ¿Cuándo cierre? – le contestó mientras Elisa cogía una tostada 

- Ya sé – dijo Elisa sirviéndose una taza de leche caliente

- Venga, no tardes. Iré buscar el coche – dijo su madre saliendo por la puerta

Elisa terminó su desayuno y salió de la casa, donde su madre ya la esperaba en el coche y se subió a él. El camino hasta el centro de la ciudad se hizo en completo silencio menos el rato en el que Elisa encendió la radio para escuchar algo interesante pero solo había aburridas noticias y gente comentando el tiempo tan maravilloso que hacía en Sebél. Incluso, una señora llamó a la radio para contar que sus petunias estaban creciendo muy hermosas en su jardín.

Clara aparcó el coche delante del instituto el cual, como era de esperar en verano, no había demasiados coches.

El Instituto Prins Haya fue fundado hace más de 100 años para enseñar a todos aquellos que quieran aprender. Su fundador, Theodore O'Haya lo construyó para todos los jóvenes de Sebél que aspiran a convertirse en grandes personas con grandes hazañas.

Elisa leía el monumento conmemorativo que se encontraba delante del instituto. Había algo en el mensaje que le resultaba desconcertante, como si estuviese escrito con ironía. Se disponía a leerlo de nuevo cuando escuchó a su madre indicarle que la siguiera. Caminó hacia el interior del gran edificio y se fijó en él por primera vez. Sus cien años se reflejaban en el diseño del edificio, tanto por dentro como por fuera. No era muy diferente a los institutos de Seoane. Muchos de sus pasillos eran ocupados por casilleros y las enormes ventanas dejaban entrar una gran cantidad de luz. Después de caminar durante un rato, Elisa iba a protestar cuando vieron por fin el lugar destinado a la administración. Elisa y Clara se acercaron al mostrador donde una mujer de tez oscura y pelo negro rizado las miró a través de sus gafas.

- Buenos días – la saludó Clara

- Buenos días. Ustedes deben ser las Montero

- Sí – dijo Clara levemente sorprendida. Elisa suponía que al igual que había pensado ella, era como si las estuviesen esperando. – Hemos venido para matricular a mi hija, Elisa.

Elisa hizo un gesto con la cabeza a modo de saludo y la mujer le dedicó una amplia sonrisa.

- Si cualquier día necesitas algo, no dudes en decírmelo. – le dijo y Elisa se lo agradeció – Muy bien – dijo sacando varios papeles que depositó en la mesa – Deben cubrir esto. Serán cinco minutos. – le indicó a Clara que cogió el bolígrafo que la mujer le ofreció – Por cierto, mi nombre es Marisa y soy la secretaria del centro. El primer día de clase, deberás acercarte por aquí para entregarte todo lo que necesitas.

- Está bien – dijo Elisa.

- Te acabaras adaptando a este lugar. Al principio es difícil pero en cuanto le cojas el truco... ¿Ya ha acabado? – dijo mirando a Clara que le devolvía los papeles ya cubiertos y el bolígrafo.

Cinco minutos después, Elisa y su madre salían del instituto. La joven se preguntaba que habría querido decir la secretaria pero su madre interrumpió sus pensamientos.

- Tengo que ir al mercado a comprar unas cosas. ¿Quieres venir o prefieres dar una vuelta por la ciudad?

- Creo que daré una vuelta

- Muy bien – le indicó su madre – Te pasaré a recoger en una hora. Espérame en la plaza principal, junto a la fuente.

- Vale – dijo Elisa sin saber a qué fuente se refería y se despidió de su madre.

La ciudad no era muy grande y el instituto no estaba muy lejos del centro de la ciudad. Elisa contempló los edificios y las pequeñas tiendas con curiosidad. De camino a la plaza principal, encontró la biblioteca, un gran edificio construido con piedra y de dos pisos de altura. En su fachada, Elisa observó importantes detalles decorativos de gran complejidad. El que más llamaba la atención era un gran escudo adornado con trece figuras que lo rodeaban. En la parte superior, lo que parecía una armadura, la cubrían dos llaves, una de color dorado y otra de color plateado, además de acompañar al escudo cuatro perros. En la parte inferior, la palabra Los Trece parecía tener un gran significado. 

Elisa entró y se encontró con otro monumento conmemorativo, muy similar al del instituto pero de menor tamaño. Sin embargo, observó que no se trataba del mismo fundador. John Willorn decidió levantar este gran edificio de cultura, con la esperanza de que los habitantes de Sebél tuvieran acceso a cualquier tipo de conocimiento.

Se adentró y comprobó que en el lugar reinaba el silencio. Varios jóvenes leían sentados en varios sofás y otros, de más edad, leían el periódico. Cuando observó el otro extremo de la estancia, descubrió una vitrina que guardaba lo que parecía ser un libro bastante antiguo. La curiosidad la obligó a acercarse pero un sonido la detuvo. El enorme reloj de la biblioteca indicaba las doce en punto. Debía de estar en menos de diez minutos en la plaza.

Salió lo más rápida y silenciosamente posible del lugar y, una vez que puso los pies en la calle, comenzó a andar hacia la plaza principal. Diez minutos después se encontraba en el lugar esperando por su madre, la cual tardó unos minutos más de la hora en llegar.

Cuando llegaron a casa, Elisa subió a su habitación y se cambió rápidamente para acercarse al rancho antes de la hora de la comida.

Se subió al coche más cercano, el cual por suerte tenía las llaves puestas en el contacto. Giró la llave y lo puso en marcha. Condujo hasta el rancho donde aparcó justo detrás del coche de su padre. 

Caminó hasta las caballerizas donde se encontraba Gaso. Nada más llegar, se dirigió al lugar donde tenían guardadas la vestimenta para montar. Se calzó las botas de montar, cogió su silla de montar y caminó hasta Gaso, el cual parecía estar listo para salir a pasear. Tras colocarle la silla de montar y las riendas, se puso el casco y sacó al caballo al exterior. Colocó un pie en el estribo y se subió al caballo. Gaso dio unos pasos mientras Elisa se colocaba. Una vez que estuvo lista, cogió las riendas y le indicó que comenzara a trotar. 

Era un día de movimiento en el rancho por lo que Elisa dirigió al caballo hacia los pastos que rodeaban los lindes del rancho, procurando que el paseo fuera tranquilo.

Una vez consiguieron llegar a los límites del rancho, Elisa sonrió. Le producía un gran placer volver a estar sobre la grupa de su caballo y cabalgar con él. El lugar estaba en completo silencio, y solo el sonido de los cascos de caballo sobre el pasto y el suave viento interrumpía aquel silencio.

Volvieron al rancho un poco antes de la hora de comer y, tras cepillar a Gaso, Elisa volvió a casa.

Tal y como habían acordado por teléfono, a las dos de la tarde, Sophia llegó a la mansión de los Montero. Nadie podría describir con palabras la felicidad que sintió Elisa al ver a Sophia, su mejor amiga. Ella era las pocas razones por las que había aceptado mudarse a Sebél.

Sophia era guapa, con el cabello oscuro y ojos marrones y brillantes. Tiene un físico delgado y piel clara. Tiene la misma edad que Elisa y unos gustos muy similares. Por ello, se habían hecho muy buenas amigas.

- ¡Elisa! – exclamó Sophia al ver a su amiga y se abalanzó sobre ella dándole un fuerte abrazo. – Pensé que te habías olvidado de mí porque ¡pedazo caserío!. –dijo mirando la casa por encima de su hombro.

- No creo que el tuyo sea más pequeño que este.- bromeó. Elisa no sabía a qué se dedicaban los padres de Sophia pero lo que si sabía era que tenían bastante dinero.

- Solo tiene 10 habitaciones más – bromeó. Elisa no sabía si hablaba en serio o le estaba tomando el pelo – Me alegra tanto que estés aquí y que vayamos al mismo instituto. Dime, ¿te has matriculado?

- Sí, esta mañana

- Perfecto

- Sería muy difícil no reconocer esa voz... - dijo una voz desde el interior de la casa

- Señor Montero, ¿cómo se encuentra?

- Llámame Richard, Sophia – le dijo – Y respondiendo a tu pregunta, me encuentro perfectamente

- Mis padres quieren hablar con ustedes en cuanto se liberen un poco del trabajo en el rancho

- Por supuesto. Diles que los llamaré mañana. Bueno, yo me vuelvo al rancho. No rompáis nada – dijo guiñándole un ojo a su hija y a Sophia.

- Ven, te enseñaré la casa - dijo cogiéndola de la mano

- Ya la he visto

- ¿Cuándo? – preguntó Elisa sorprendida

- Pues cada vez que tus padres venían aquí para arreglar algún papel o para preparar la casa, mis padres y yo veníamos a ayudar

- Entonces no tiene sentido que vayamos a mi habitación – dijo desilusionada

- No seas tonta. Quiero ver como la has dejado. – dijo metiendo a su amiga dentro de la casa

Y en efecto, Sophia sabía perfectamente donde se encontraba su habitación. Aún no había colocado todas las cosas en su respectivo lugar así que le sugirió que se sentara en su cama, el único lugar ordenado.

- ¿Has visto la ciudad?

- Un poco – dijo Elisa sentándose en la silla en la cual esperaba no pasar muchas horas estudiando – Me he fijado en que hay muchos monumentos conmemorativos.

- Hablado de eso... - dijo Sophia sacando de la bolsa, a la cual Elisa le había despertado cierta curiosidad, un gran libro. – Toma – dijo entregándole el gran libro viejo y algo polvoriento. – Este libro recoge los acontecimientos y las leyes más importantes de la ciudad. Deberías leerlo

- ¿Me estás diciendo que debo leerme la historia de la ciudad?

- Comprenderás mucho mejor las normas y el porqué de las cosas. Yo ya me lo sé de memoria - dijo mirando a su amiga – Y espero que lo leas, por lo menos, una vez.

- Sí, claro – dijo Elisa depositando el libro encima de un montón de cosas

- Hablo en serio, Elisa. Es importante que conozcas las normas de la ciudad y las personas que la dirigen

- Mira, no sé si tengo cara de libro o piensas que lo que más me apetece hacer en verano es leer un libro de... leyes – dijo observando a su amiga que la miraba con rostro serio – Mira, me gusta leer pero... no tengo pensado convertirme en abogada o jueza. Ya lo sabes.

- Sí, lo sé. Pero es importante para mí. ¿Lo harás por mí? – dijo poniendo pucheros. Elisa no pudo evitar rodar los ojos – Por favor

- Vale, vale – se dio por vencida – Cuéntame, ¿cómo os divertís por aquí?

Sophia le había prometido llevarla a alguno de los lugares que frecuentaba la gente. Durante esa semana, Elisa se mantuvo entretenida en el rancho. Siempre había algo que hacer y si no, Gaso y ella salían a dar un paseo por los alrededores.

Hacía un hermoso día de verano cuando comenzó la época de siega en el rancho. Todos los trabajadores, incluido Nolan, trabajaban sin descanso. Sus padres tenían pensado abrir pronto el rancho para que los compradores empezaran a acercarse a observar los caballos y comprarlos.

Ese día, por la noche, Sophia vendría a buscarla para ir hasta la ciudad. Si algo la caracterizaba era la puntualidad, una cualidad que Elisa no poseía. No era una persona demasiado impuntual pero nunca estaba a la hora exacta. 

Por ello, a la hora acordada, Sophia llegó al rancho para buscar a Elisa que se encontraba poniéndose los mejores zapatos que tenía para salir. Su madre salió del salón para abrir la puerta principal. Elisa, que se encontraba sentada en el último escalón pudo ver a Sophia en la puerta. Llevaba un vestido corto de color negro y en su cabello había colocado una flor blanca. Por su parte, Elisa había decidido ponerse un vestido sencillo azul oscuro que la cubría hasta por encima de las rodillas. Llevaba el pelo rizado y suelto y se sentía incomoda al no llevar su habitual cola de caballo.

- ¿Estás lista? – le preguntó Sophia

- Claro – respondió Elisa

Cuando salieron de la casa, la oscuridad aún no había cubierto del todo el cielo. Se subieron al coche rojo y Sophia condujo hasta la ciudad. Elisa fue contemplando las calles que eran completamente desconocidas para ella pero no muy diferentes a las que había visto. Una vez que encontraron un sitio para aparcar, Sophia la llevó hasta un local que, a aquella hora, ya estaba casi lleno. El volumen de las voces era bastante alto y gran parte de la noche, Elisa tuvo que comunicarse con gritos.

- Bueno, ¿qué te parece? – le preguntó risueña Sophia cuando consiguieron una mesa libre

- No está mal. – dijo Elisa mirando el lugar

El local estaba lleno de mesasy sillas que ocupaban el lugar por completo. Las luces iluminaban levemente elambiente por lo cual, se podían decir que casi estaban a oscuras. La barra del bar eraenorme y muchas personas se encontraban animadamente conversando mientrastomaban sus bebidas.

- Falta poco para que comience el curso...

- ¿De verdad quieres que empiece?

- Bueno, la mayoría de la gente en verano se marcha del país – le explicó Sophia – Es aburrido y por lo menos al empezar las clases, puedo ver a mis amigos pero claro, estoy hablando con la chica que se la pasa en el rancho todo el año.

- ¿Y qué quieres que haga aquí? No conozco a nadie más que a ti. Nolan está muy ocupado y mis padres aún no me dejan hacerme cargo de las actividades que hacia normalmente en el rancho antes de mudarme.

- Entiendo – dijo Sophia mirando a su amiga – Te presentaré a mis amigos cuando llegue septiembre y para eso queda muy poco. Te caerán genial

Elisa sonrió forzadamente. Nunca se le dio muy bien hacer amigos. Sophia, en ese sentido, era muy opuesta a ella. Siempre tenía una sonrisa y sabía perfectamente que decir. En cambio, Elisa sentía que siempre decía idioteces y, cuando ganaba confianza con alguien, decía cosas que después se arrepentía pues, muchas veces, soltaba lo primero que se le venía por la cabeza y su amiga lo sabía muy bien. Elisa no se cortaba ni un pelo.

Cuando la joven se dio cuenta, el mes de agosto había llegado a su fin y la actividad en el rancho ya se había normalizado. Elisa pudo volver a sus actividades diarias y había comenzado a entrenar a los nuevos caballos en la pista exterior. Tras ducharse y ponerse ropa limpia se acercó hasta el establo donde se encontraban los potros recién nacidos con sus madres. Al final del establo, unas escaleras ocultas a simple vista conducían a una especie de desván donde sus padres habían guardado herramientas y objetos del anterior rancho que esperaban utilizar algún día. Entre esas cajas, Elisa había reservado una para guardar uno de sus más preciados tesoros y, aunque aún no lo había sacado de su caja durante el mes que llevaba en Sebél, no lo había sacado de la cabeza.

Tras buscar durante un rato entre las diversas cajas, Elisa leyó su nombre escrito en letras negras en una de ellas. Apartó las cajas que la molestaban y la abrió con sumo cuidado. Esperaba que los empleados no la hubiesen roto.

Elisa sonrió. Con sumo cuidado, sacó de la caja uno de sus más apreciados objetos. Su guitarra.

La joven le quitó la capa de polvo que se había acumulado y afinó las cuerdas del instrumento, cerró de nuevo la caja y se sentó sobre ella.

Amaba tocar su guitarra y las notas del instrumento rápidamente inundaron el lugar. Con tanto trabajo en el rancho apenas había tenido tiempo de tocarla.

Elisa suspiró. No llevaba más de un mes en Sebél y ya sentía nostalgia de su hogar. El tiempo había pasado demasiado lento. Echaba de menos el campamento y las clases de baile con sus amigos.

- ¡Elisa! – gritó su padre desde la escalera - ¿Estás ahí?

- Sí – gritó Elisa

- Baja a ayudar a Nolan con el tractor.

- Voy – dijo Elisa mientras escuchaba los pasos de su padre alejarse

Elisa volvió a colocar la guitarra en la caja, la cerró y la colocó en un lugar más seguro. Era hora de volver al trabajo de rancho. 


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Publicado: 02/06/2019

Actualizado: 12/11/2020

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