9.3. Una memoria en las montañas

Algunas tradiciones permanecen por años impregnadas en las memorias del pueblo, grabadas en roca para el futuro, transmitidas a través de historias y e incluso a través de pequeños hábitos. Desde un festival de flores, cuentos, poemas y el uso del Kevseng; hasta servir el té caliente con leche, con sal, con alguna grasa animal o con especias; o incluso como pensar en los In'Khiel si el viento cambiaba de dirección.

O por ejemplo, la creencia de que los ejércitos atraían aquello que debía permanecer en el Confín, y que los In'Khiel evitaban las tierras alimentadas con sangre y metal incluso miles de años después. Así, en el Valle de Serpientes, en especial en las estepas donde quedaban túmulos antiguos, los pastores y los mismos ejércitos encendían incienso y llamaban a sacerdotes de An'Istene para purificar la tierra y alejar a los Ashyan.

No había nada de agradable en que la tierra se llenara de pestilencia.

Aquella mañana, el Valle de Serpientes olía ligeramente a incienso y a hierbas quemadas. La neblina no permitía ver mucho más allá de cierta distancia, pero el guía de aquel grupo parecía capaz de señalar en dónde se encontraba Saeehn incluso con los ojos cerrados. Ciertamente la distancia entre ambas ciudades era grande, y para evitar encontrarse con bandidos, con el ejército de Altan o que el sacerdote hiciera una emboscada, Adhojan le preguntó a un grupo de la caravana que se había separado para ir al este si podía acompañarlos.

Habían aceptado con la condición de que el sacerdote de mantuviera callado durante todo el viaje, y así, Adhojan terminó cansado mucho antes de lo que esperaba. Cada que abría la boca, Adhojan debía recordarle que bajara la voz y que fuera rápido con sus preguntas. Para aquel punto, el sacerdote también estaba fastidiado de las interrupciones, pero por fin se había dado cuenta de que si seguía hablando demasiado alto con sus palabrería acerca de cómo trataría a la gente de la nueva dinastía si los kiranistas lograban retomar el trono, la caravana lo abandonaría en medio de la nada.

—¿Por qué a Saeehn? —preguntó el sacerdote en voz baja con una mueca—. Pudimos ir por pistas a ese pueblo.

—No te hubieran aceptado —dijo Adhojan.

—¡¿Cómo qué no?! ¡¿No saben quién tiene más dere-...?!

El sacerdote de Kirán calló en cuando Adhojan lo escrutó con los ojos en blanco, y al frente un mercader de la caravana se removió al escucharlos.

—Calla —pidió Adhojan y pensó en cómo mentirle—. Hay pistas ahí.

—¿En Saeehn? En Saeehn no hay ni mierda. Ni siquiera hay templos a An'Istene. Hay más bárbaros que en el Confín.

Adhojan rodó los ojos.

Saeehn era una ciudad importante en el Valle de Serpientes. Se encontraba a las orillas del Mar de Sal, donde se extraía sal desde siglos atrás. En el pasado, debido a eso y a las tierras fértiles más hacia el norte, funcionó como un centro de comercio importante para la dinastía kiránica, pues conectaba el sur de Istralandia, el este y el oeste con el norte. Sin embargo, no había templos a An'Istene ni a Kirán en forma porque los nómadas habitaron ahí por generaciones, y porque otros viajeros con diferentes creencias lo impidieron. Era una ciudad donde se reunía gente de muchas religiones y lugares.

—No puedes profesarte kiranista si no aceptas las decisiones que construyeron el país de tu rey.

—Como si mi Gran Rey hubiera elegido que tanta inmundicia inundara estas tierras —se quejó el sacerdote—. Por eso hay tantas apariciones de Ashyan en este mierdero lugar...

Adhojan se rindió. Si algo había aprendido en su vida, eso era que tratar de convencer o dialogar con un sacerdote kiranista nunca iba a ningún lado. Para ellos, la verdad absoluta yacía en las palabras de su rey. Y era cansado lidiar con alguien que jamás entendería, así que eligió ignorarlo.

El verdadero motivo para ir a Saeehn mientras Mariska y Ashe estaban lejos, tenía que ver con una flor metálica en su bolsillo y un príncipe desesperado... Era risible. Incluso se sintió mal por Ashe, si se hubiera ido unos meses antes del templo, no estaría en tantos problemas.

Pero ahora quedaban pocas opciones. Quizá si Adhojan le explicaba las cosas, Altan desistiría de encontrar al guardián, dejaría a Ashe en paz, Mariska no se involucraría y podrían seguir su viaje. Y de verdad no quería saber qué le pasaría a Ashe si iba con Altan, ni quería lidiar con Mariska.

Miró al sacerdote a su lado. En sus ojos, podía tantear sus ansías de sangre, las ansías de recuperar aquello que perdieron, aquello que cambió. Todos eran iguales. No había forma de disuadirlos de olvidar al guardián, no si significaba una oportunidad.

En aquel momento, se dio cuenta de que cometió un error al dejar que el sacerdote siguiera tan cerca. Debió abandonarlo antes, porque ahora solo quedaba una única opción: matarlo antes de que se diera cuenta de qué era lo que Adhojan estaba haciendo. No le agradaba aquella opción.

Adhojan tanteó la flor metálica que Altan le había dado a Ashe. Robarla había sido más fácil de lo que esperaba, en especial, considerando cómo era Ashe. Había aprovechado mientras Ashe seguía a Mariska para buscar en su equipaje, y no tardó en encontrarla. Lo había visto guardarla ahí siempre que iba a entrenar con los guardias o a enseñar a trazar phens. Después de eso, reemplazó la flor por una moneda para que al menos el peso no le delatara.

Solo esperaba volver al campamento antes de que se diera cuenta de que la había robado.

Después de horas en la estepa, divisaron una ciudad al este. Caminaron entre amplios cultivos y una vez en la ciudad, Adhojan agradeció a la gente de la caravana antes de tomar su propio camino. Se apeó del caballo junto al sacerdote, y mientras lo observaba, pensó en una manera de deshacerse de él antes de buscar a Altan. Para su mala suerte, parecía que el sacerdote tenía otros planes.

Apenas atravesaron la ciudad y la plaza central, el sacerdote cambió de dirección hacia una plaza más pequeña. Había gente vendiendo comida y algunos músicos. Adhojan frunció el ceño sin entender qué estaba haciendo y solo lo siguió.

Unos minutos después, se arrepintió de haberlo llevado a Saeehn, y de no haberlo matado antes de nuevo. Pensó en huir por su cuenta, pero no podía dejarlo ahí así. Pensó en detenerlo, pero sabía que alzarían la voz y todos verían su cara. Quizá decidió no hacer nada porque era un sacerdote de Kirán...

Cuando ya estaba anocheciendo, el sacerdote llevaba un buen rato acuclillado en medio de la plaza, rezaba plegarias a Kirán y a An'Istene. A veces alguien se detenía y le colocaba una moneda en frente, otros solo miraban con curiosidad. Adhojan no pudo más y se acercó para levantarlo. Sus ojos feroces se encontraron con los de Adhojan.

—Vamos. Es suficiente. Aquí no.

Trató de nuevo, y entonces, el sacerdote desenfundó su cuchillo. Adhojan retrocedió.

—¡Tú no tienes derecho! —gritó—. ¿A quién le has mandado cartas?

Para aquel momento, un montón de gente se había congregado para ver aquel espectáculo, y aunque Adhojan deseó que se fueran no los culpaba. Ellos no eran devotos a Kirán, por supuesto que ver a un sacerdote en plena locura era curioso y no entenderían que trataba de escuchar la voz de Kirán.

Hubo algunas risas entre la gente, y Adhojan apretó los dientes.

—¿Todavía sigue aquí?

—Pues los soldados no han llegado aún...

—¿Qué está haciendo?

Adhojan no pudo soportar más aquello, retrocedió y se dio la vuelta. Con suerte nadie hablaría de él, y con más suerte, nadie recordaría que siquiera estuvo ahí. Solo dio dos pasos cuando el sacerdote se levantó. El sacerdote alzó su palma y el cuchillo, escuchó algunas bocanadas de sorpresa, y entonces el sacerdote cortó su mano y apretó en puño.

—¡¿Ven esto?! —preguntó—. Es la sangre que me exige mi juramento. Esta es la prueba de mis palabras. Mi alma se alzará a las alturas con Kirán.

Adhojan abrió los ojos. No podía ser cierto que iba a hacer eso frente a gente que no creía en Kirán. ¿Qué mierdas estaba haciendo?

—¡Escúchenme bien, gente de Saeenh! —gritó el sacerdote—. ¡Hay una manera de detener la profecía del Ashyan! ¡Hay una manera de que la sangre de Kirán se salve! ¡Hay una manera de salvar a este país del colapso!

La gente contuvo su respiración cuando escuchó la palabra profecía y Ashyan. El sacerdote sonrió con arrogancia, con felicidad, con éxtasis, sus ojos se encontraron con los de Adhojan como si tratara de decirle algo.

—¡Hay que buscar al último guardián de Kirán! ¡Aquel que liberó a Ashyan Ahrim de su prisión!

Adhojan no supo en qué momento sacó su ballesta, pero la cabeza del sacerdote estaba en sus ojos. Sus manos aferraron la madera. No quedaba opción. Nadie podía saber sobre el guardián. No se atrevió a pedir disculpas a Kirán ni a An'Istene, ellos no perdonarían que la sangre de otro kiranista fuera derramada en vano, sin que ellos lo pidieran.

—¡La única manera de salvar Istralandia es con la muerte de ese guar-...!

Luego, silencio. Adhojan bajó la ballesta cuando la hoja de una espada asomó en el pecho del sacerdote. «Mierda», se dijo. El sacerdote miró su pecho, la espada se retorció y salió, y entonces una figura de negro colapso en el suelo. Gritos. Y entonces la gente huyó. Algunos chocaron con él, pero Adhojan no pudo moverse. Necesitaba saber qué...

Pudo discernir al asesino. Una sombra de capa oscura estaba ahí, espada todavía en mano, la agitó para limpiarla. Ojos ocultos y aun así, miró directamente a Adhojan. «Mierda», pensó de nuevo.

Se dio la vuelta, colgó la ballesta en su espada y de inmediato su mano fue a una de las dagas en su pierna. Siguió al mar de gente, pero antes de poder avanzar más, entre la multitud que corría, que lo ralentizaba y estorbaba, la figura corrió hacia él. Cuando creyó que sentiría el metal, una mano se posó en su hombro y lo jaló hacia un costado. Adhojan alzó la daga para herirle la cara, pero la sombra retrocedió.

Alzó la cabeza en aquel momento. Adhojan la reconoció entonces, y bajó la daga. No dudó dos veces en seguirla. Cuando estuvieron suficientemente lejos de la plaza, a las orillas de la ciudad y con la oscuridad de la estepa a sus espaldas, aquella mujer lo guio detrás de una posada y a través de un callejón angosto.

Era una noche sin luna, y en el firmamento había algunas estrellas, pero eso no tranquilizó a Adhojan. Ella había asesinado al sacerdote con total calma, sin pensar en lo que había hecho dos veces. ¿Así eran los soldados de la nueva dinastía?

A diferencia de la primera vez que la conoció, llevaba ropa común, pantalones estrechos doblados por dentro de sus botas, y una camisa café de mangas amplias con patrones. Su rostro lucía más amigable en aquel momento que con su armadura. Ella se ató el cabello.

—Antes hiciste un trato respecto al guardián —dijo ella—. ¿Por qué no disparaste?

Adhojan se preguntó lo mismo. Matar no era algo difícil. Ya se había acostumbrado a eso, pero incluso cuando se trataba de Ashe y Mariska, de seguridad, no pudo disparar contra un sacerdote de Kirán. No a tiempo. Sabía por qué y no le gustó pensarlo más.

—Nadie más se va a enterar —aseguró él—. Además, yo no rompí el trato.

—No, no fuiste tú —repitió Dijike—. Pero sí un sacerdote de Kirán al que estabas escoltando. ¿Qué estás pensando, Adhojan?

—No estoy pensando en nada —dijo Adhojan—. El sacerdote de Kirán comenzó a seguirme en el norte.

—Entonces, ¿cómo sabía aquella información? Solo pocos lo saben —dijo ella, su mano fue a la empuñadura de su espada—. No. Se supone que tú tampoco debes saberlo...

Adhojan frunció el ceño. Pensó en las dagas que llevaba en sus bolsillos y calculó la distancia entre ambos. Si desenfundaba su espada, ella estaría en desventaja... Pero si se movía, tal vez jamás volvería a ver a su hermana.

—¿A qué te refieres? El sacerdote dijo que era parte de la profecía... Es un sacerdote —dijo Adhojan.

Dijike entrecerró los ojos, al final soltó su espada.

—Nada —dijo ella—. Solo... No hagas nada divertido si encuentras al guardián. Y nada de decirle a Altan lo que pasó.

Adhojan cruzó los brazos.

—¿Cómo está?

—Lo digo en serio —dijo ella—. Su Alteza no ha estado muy bien en las últimas semanas... No desde lo que pasó en Tiekarnan.

—No —dijo Adhojan—. Él no me importa, quiero saber cómo está mi hermana.

Dijike asintió y sonrió.

—Mires está bien —afirmó ella.

—¿Puedo verla?

Ella negó.

—Mires está con el General Sorken en la estepa, e incluso si estuviera aquí, es nuestra rehén —dijo Dijike con una sonrisa cansada—. Altan de verdad...

Adhojan no entendía nada, ¿por qué el Tercer Príncipe le pidió acudir ahí? ¿En dónde estaba Altan exactamente y por qué no estaba con su ejército? ¿Mires estaba bien? Había muchas preguntas revoloteando en su cabeza, sus manos fueron a su ballesta y algunas astillas se encajaron en sus dedos callosos.

—Mires está bien —repitió ella y se acuclilló en el suelo, se cubrió los ojos y bajó la cabeza—. Lo juro por mi sangre.

—No hagas eso.

Ella se levantó de inmediato.

—Puede que hayas escuchado rumores del Tercer Príncipe Altan... —comenzó Dijike—. Puede que sí sean razón en parte, pero él no es cruel. Solo es un poco tonto. Disculpa todos los problemas.

—¿Está bien que te refieras así de él?

—Mi lealtad está con él, por supuesto, pero no puedo negar lo evidente —dijo ella y sonrió con nostalgia—. Mires está bien, el General y yo hemos procurado su comodidad...

—¿Por qué? —dijo Adhojan y cruzó los brazos—. La atrapan, me amenazan, me dicen que es su rehén y me dices que procuran su comodidad como un huésped... ¿Y las políticas de tu rey?

Dijike no respondió de inmediato.

—Deberíamos entrar —dijo ella y salió del callejón antes de continuar—. El rey y los príncipes no son lo mismo, pero de verdad, no menciones nada del sacerdote de Kirán si no quieres alterarlo...

—Puedo lidiar con él...

—Preferiría que no levantes tus armas contra él, por favor.

—¿Por qué?

—Porque si lo haces yo soy la que va a tener que lidiar con él.

Altan bufó. Ella lo guio hacia la entrada de la posada. Adentro, el aroma del té de especias recién preparado impregnada aquella pequeña sala. El lugar estaba lleno de mesas, algunas con gente conversando, comiendo y bebiendo té de pequeños cuencos de porcelana con patrones extraños posiblemente importados de Miriasia.

Pero algo captó aun más la atención de Adhojan. Mientras Dijike lo guiaba escaleras arriba, sus ojos fueron a un tapiz. Era enorme, casi de un metro y medio de alto y tres de ancho. Tenía colores rojizos y amarillos, pero la imagen que mostraba tenía aun más colores y mostraba una escena curiosa. Un montón de caballos del valle, de piernas cortas corrían hacia el sol, atrás había sombras y justo debajo del sol, se alzaban las ramas de un árbol negro y en llamas. No. Al mirar con detenimiento, en realidad era una figura oscura, con alas que terminaban en garras.

Jamás había visto algo así. Pero supo que era un Ashyan.

━━━━━━✧❃✧━━━━━━

Entre los tantos documentos a revisar sobre su mesa, Altan solo podía pensar en una cosa. Por más que leía, por más que sabía que necesitaba resolver aquel asunto cuánto antes, después de estar en aquella habitación todo el día, su mente divagaba y sus pensamientos siempre iban a la misma persona.

¿Cómo se suponía que se reencontraría con el guardián luego de irse sin avisar? Y entonces, no podía seguir leyendo. Estaba seguro de que no estaba molesto, no había razones, seguramente entendería por qué se fue así sin más. Y no parecía del tipo de persona que se enojaría por eso.

Altan cerró los ojos un momento y pudo ver aquel recuerdo de un año atrás, frente a la Cámara del Tesoro Negro. Ojos castaños que no mostraban nada, ni duda, ni compasión, cabello negro como el plumaje de los buitres, un rostro serio, una espada negra que rehusaba a usar para matar. Y tiempo después, de nuevo, ojos castaños con un pequeño brillo perdido, el cabello corto, un rostro sereno... distinto. Realmente no podía borrar aquel rostro de su memoria, y tampoco, podía olvidar la verdad de aquel templo.

¿Cómo iba a pretender que no sabía nada si lo había visto? ¿Cómo iba a pretender que durante todo aquel tiempo dentro de la Cámara del Tesoro Negro solo había aguardado? Lo carcomía junto a más preguntas.

¿Cuánto había cambiado? ¿Qué tan diferente era su vida? ¿Cuándo abandonó el templo? ¿Lo recordaría? ¿Querría hablar con él después de todos sus esfuerzos? ¿Aceptaría su petición?

Era completamente extraño a él tener tantas preguntas en la cabeza. Para él, las cosas siempre habían sido claras a pesar de la incertidumbre y de los resultados. Cuando había dudas, era fácil despejarlas al decirse que de todas formas la respuesta iría al final. Por ejemplo, si Altan hacía mal ese trabajo, su padre posiblemente le quitaría el título y lo desterraría, tal vez algo peor, pero eso no importaba y si lo hacía bien, no sucedería nada más. El resultado era algo que el Altan del futuro tendría que enfrentar.

Pero cuando se trataba del guardián, Altan se sentía ciego y maniatado. Las dudas inundaban su cabeza como pájaros, y los parásitos que dejaban recorrían debajo de su piel hasta su cabeza y le impedían seguir leyendo los papeles frente a él. No podía pensar en nada, nada coherente al menos.

La única certeza era que él estaba más cerca del guardián que el resto de los nobles buscándolo, y una vez se reencontraran, haría lo necesario para protegerlo.

Mientras trataba de entender el párrafo que ya había leído tres veces, alguien tocó la puerta. Altan quiso levantarse y abrirla, pero no quería verse muy desesperado, así que solo apartó los papeles importantes que no podía mostrar, ajustó la posición de su espalda, cruzó las piernas y alzó el mentón.

—Adelante —indicó Altan y trató de ocultar su sonrisa.

La puerta se abrió con un rechinido que le llegó a los nervios, pero mantuvo su postura. Entró primero Adhojan y detrás, Dijike. La sonrisa de Altan se disipó, era algo del Ashyan en su sangre... Algo olía extraño en ella. Altan frunció el ceño.

—Alteza —dijo Dijike.

Altan miró a Dijike sin entender exactamente por qué sentía aquello... Era en cierta manera ansías, y cuando comenzó a salivar, tragó. Sabía a qué se debía, pero no quiso pensarlo mucho. Sacudió la cabeza.

—¿A-armas?

—Ya lo revisé por completo, Alteza —indicó Dijike—. ¿Quiere que vaya por té?

Altan se obligó a permanecer sentado y apretó el borde de la mesa.

—¿Sangre?

Dijike y Adhojan intercambiaron miradas, pero ninguno parecía dispuesto a hablar. Altan no quiso insistir más, si era importante, le preguntaría después a Dijike. Al final, terminó asintiendo y Dijike se dirigió a la puerta, le susurró algo a Adhojan, y Altan escuchó cada palabra.

—Nada de lo que sucedió, ¿entiendes? —dijo ella—. No lo preocupes innecesariamente. Eso y tampoco se maten mientras no estoy aquí.

Altan quiso gritarle a Dijike, decirle que ambos eran hombres civilizados y que por supuesto no lo iba a matar. Pero se contuvo. Por supuesto sabía que un humano normal no debería haber podido escuchar aquello. Dijike salió por la puerta y cuando cerró la puerta, Altan reaccionó y le indicó el asiento a Adhojan.

Altan se sentó, recargó los codos en la mesa y la barbilla en la manos y aguardó. Adhojan no dijo nada y entonces, Altan no se pudo contener, hizo una mueca y frunció el ceño.

—¿Por qué no respondiste ninguna de mis cartas? ¡¿No sabes todo lo que pasó en Tiekarnan?! ¡¿Y si el guardián estuvo involucrado?! —comenzó Altan calmado, pero terminó alzando la voz.

Adhojan soltó un largo suspiro con cansancio y recargó su nuca contra el respaldo de la silla.

—Altan... Altan... —comenzó Adhojan y se frotó el entrecejo—. El guardián está bien. Cuando lo veas tú mismo puedes preguntarle todo lo que quieras.

—¡¿Entonces sí lo encontraste?!

Altan se levantó y se inclinó sobre el escritorio hacia Adhojan, algunas cosas se cayeron. Adhojan recuperó su postura y miró a Altan sin un poco de sorpresa.

—¿Por qué querías que viniera hasta acá?

Una mueca de disgusto que no pudo disfrazar se trazó en la boca de Altan y miró los papeles en su mesa, al menos los que no se habían caído. Tenía una torre de manuscritos a un lado, tinta en los dedos que ya había manchado algunos papeles debajo de él y un pincel frente a él. Adhojan inspeccionó todo sin detenerse a leer nada. Las comisuras de sus labios de alzaron un poco.

—No me digas que te envió aquí para que resuelvas ese problema tú solo —dijo Adhojan y la sonrisa burlona por fin brotó, la ocultó de inmediato, pero la forma en la que sus ojos cayeron en él lo decían todo.

Altan hizo una mueca más grande y volvió a sentarse. Nunca había visto a alguien burlándose de su familia de esa forma, de él sí, porque siempre era la excepción... pero no imaginaba que Adhojan se comportaría así cuando la vida de su hermana estaba en las manos de Altan.

—Me envío porque confía en mis habilidades —dijo Altan y levantó la barbilla.

Adhojan bufó con una risilla.

—Por supuesto —se burló Adhojan—. El rey confía más en el hijo que no es bueno comandando un ejército ni manejando la administración del reino... El hijo que también es un problema que debe resolver.

Adhojan negó con la cabeza.

—Y todavía estás buscando al guardián.

—Eso no tiene nada que ver...

Adhojan se encogió de hombros y continuó.

—No creía los rumores de tu padre, pero te va a convertir en su chivo expiatorio, así como así —se burló Adhojan—. Y aceptaste como si nada.

Altan seguía con la misma mueca en su rostro, y quizá aquello fue suficiente para Adhojan porque lucía satisfecho con el efecto de sus palabras, para él solo quedaba aguardar. Altan inhaló la paciencia que necesitaba y mintió como sabía:

—El rey hace lo necesario para proteger su nación. Kirán y los reyes kiranistas hacían lo mismo con más sangre de inocentes.

Adhojan alzó las cejas, la sonrisa se borró de sus labios.

—Hablas de un rey que tenemos prohibido mencionar.

—Privilegios de ser el Tercer Príncipe de Istralandia —dijo Altan y descruzó las piernas.

—Supongo... —dijo Adhojan—. ¿Lo puedes pronunciar frente a tu padre también?

Altan comenzaba a irritarse. ¿Había aceptado ir hasta Saeehn solo para molestarlo? Altan quería responder algo más, pero fue Adhojan quien habló:

—Solo me parece lamentable —dijo Adhojan—. Uno pensaría que un rey así de maravilloso sería un mejor padre, pero solo eres una herramienta que no le sirve...

»Lo pienses como lo pienses, es cruel enviar a tu hijo a buscar una excusa para matarlo.

Una gota de sudor resbaló por la frente de Altan, su boca estaba seca.

—Eso no es cierto... Él confía en mí.

Adhojan sonrió un poco, por la forma en la que lo miró sabía tratar de convencerlo no serviría, ni siquiera podía convencerse a él mismo de que aquello era un trabajo importante que solo él podía hacer. Por supuesto que sabía por qué su padre lo envió hasta ahí, y tenía que ver con lo que Naran le dijo en la fortaleza de Istralandia.

Al final, Altan era el hijo inútil, el hijo que nació el día que murió el anterior rey, que murió cuando él se coronó rey, el hijo que no vio crecer bajo sus narices hasta que su madre decidió que era tiempo de que todos supieran la verdad, el hijo que había profanado un templo para su Tercera Ceremonia. Hasta a Altan le parecía risible pretender que alguna vez fue un hijo para aquel hombre, que le importaba, pero aun así, no se atrevía a manchar su nombre, quizá por una posibilidad estúpida, mucho menos frente a alguien de la dinastía anterior.

Altan sacudió la mano.

—No te pedí que vinieras hasta aquí para discutir mi vida —dijo Altan—. Tengo certeza de que esta tarea fue encomendada a mí por todos mis méritos.

—Por supuesto.

—Olvidemos esto, ¿ya encontraste al guardián?

Adhojan asintió.

—Ya encontré a tu dichoso guardián —dijo Adhojan y suspiró.

—¿En dónde está? —preguntó Altan y carraspeó para no verse tan desesperado—. Si puedo saber...

—Por el momento nos separamos —dijo Adhojan—. Pero nos reencontraremos en unos días.

—¿A dónde fue? ¿Qué le sucedió? ¿Por qué no viene? ¿Es cierto que el estuv-...?

Se interrumpió cuando Adhojan alzó una ceja.

—¿Cómo sigue tu maldición?

Altan frunció el ceño y arrugó la nariz ante su pregunta, retrocedió hasta caer en el respaldo de la silla y la tinta manchó su ropa de inmediato, aunque no pareció importarle.

—¿Ya le dijiste a alguien más?

—¿Qué te importa?

—Tu sirviente parece preocupada por ti, pero no parece saber nada...

Altan miró sus dedos entintados, los mismo que habían movido los hilos del pasado junto a un espíritu del pasado, junto a un Ashyan. Todavía recordaba su tacto frío y gentil, sus palabras... Una única gota para mantenerse vivo, hambre, desesperación, somnolencia, y luego el pasado fluyó hacia sus ojos como las nubes que ese Ashyan había olvidado. «Sobrevivirás. Sobreviviremos». Aquello ni Caecer ni Dijike podían saberlo.

—Eso no importa —dijo Altan—. Son asuntos de nobles que ellos no entenderían.

Adhojan alzó las cejas de nuevo.

—No les digas nada.

Adhojan asintió con cansancio.

—¿Qué vas a hacerle al guardián? —volvió a preguntar Adhojan—. No sé si debería traerlo. Los sacerdotes de Kirán conocen la siguiente parte de la profecía. Y creo que tú y tu familia también...

Adhojan miró de reojo a Altan.

Altan volvió a hacer una mueca. Aquello no era buena señal, significaba que los sacerdotes de Kirán sabían de alguna manera y que ya estaban propagando aquello. No le importó. Igual pensaba llevar a cabo su plan. Antes de poder responderle a Adhojan, la puerta se abrió y Altan calmó su expresión y alzó la barbilla con altivez.

Adhojan bufó y Altan le dio una mirada asesina que no intimidaba ni a una mosca. Dijike caminó con toda seriedad hasta la mesa, y sin cuidado, apartó la torre de papeles de Altan.

—¡Oye! ¡Dijike! ¡Eso...!

—Alta-... Alteza, si me permite decirle: su mesa es un asco. Límpiela —ordenó ella.

—¿Quién te crees que ere-...?

—Tampoco has comido nada, así que deja el trabajo por un segundo.

—Pero tengo que...

—Ni siquiera les estabas prestando atención antes de irme, Alta-... Alteza —dijo ella—. Yo le ayudaré a revisar el resto después.

Colocó la charola con un estrépito frente a él, y entrecerró los ojos. Altan se acercó con cautela para servirle el té a Dijike y a Adhojan con molestia. Hubiera dicho algo más si no fuera por la forma en la que Adhojan escudriñó con recelo sus movimientos, como si fuera a ponerle veneno al té. Altan quiso burlarse, pero tal vez debería aprender un poco de venenos...

Cuando Altan recordó de lo que estaban hablando, continuó:

—¿Cómo sabes de los sacerdotes? —preguntó—. ¿Revelaste algo de...?

Adhojan se apresuró a negar con la cabeza y miró a Dijike de reojo. Ella terminó suspirando.

—Un sacerdote de Kirán estaba en una plaza de Saeehn y dijo parte... No creo que importe mucho. Ya lidié con él, Alteza.

Altan se alejó con su taza de té. ¿Por eso olía a sangre? No, no solo eso... Sabían lo mismo que los sacerdotes de An'Istene respecto al guardián. Adhojan tomó la taza, pero no tuvo intenciones de beberla.

—Entonces... ¿qué piensas de la profecía? ¿Piensas hacer algo o...?

—No te incumbe. ¿No deberías preocuparte más por tu hermana?

Las cejas de Adhojan se crisparon, pero inhaló profundo.

—Antes hablé con el guardián y no creo que quiera venir a verte —dijo Adhojan y dejó su taza en la charola, sus labios se curvearon un poco y Altan se fastidió de inmediato—. Lo abandonaste en el templo. ¿Crees que quiera verte?

»Y si piensas cumplir esa profecía para ganarte el favor de tu padre...

Altan observó a Adhojan en silencio, su expresión completamente en blanco. Apretó la taza en sus manos hasta que la porcelana se fragmentó y el té caliente se desparramó en una de sus piernas.

—¡Altan!

Dijike corrió hacia él, pero Altan alzó la mano. A pesar de que su mano tenía algunos cortes y había agua caliente empapando una de sus piernas, el dolor estaba enmudecido. De todas formas, Dijike sacó un pedazo de franela y envolvió su mano antes de correr por otro y secarlo.

—Estoy bien, Dijike —dijo Altan con molestia.

Ella retrocedió, y Altan no pudo contenerse más. Arrugó la nariz.

—¿Crees que voy a hacer eso por el rey? —preguntó Altan—. ¿De verdad crees que me...?

Se interrumpió. El asco y la ira subieron hasta su cabeza, dejó caer la franela en su mano y la sangre manchó algunos papeles. Negó varias veces.

—No lo abandoné porque quisiera.... Te dije que fue complicado. ¿Por qué no se lo dijiste?

Adhojan suspiró

—Eso se lo deberás decir tú mismo si él acepta venir —dijo Adhojan—. Trataré de que venga, pero no puedo obligarlo.

—Tu hermana... —dijo Dijike.

Adhojan la miró y asintió.

—Altan —llamó—. Si el guardián no acepta venir, me gustaría tomar el lugar de Mires.

Altan hizo una mueca y se levantó. Colocó ambas manos en la mesa y se inclinó hacia Adhojan.

—¿Crees que puedes ordenarle a un príncipe así? Ni siquiera... Ni siquiera sabes en dónde está el guardián, ¿verdad?

Adhojan lo miró fijamente.

—Tú sabes que piensa tu padre de ti, sabes que ya no eres un príncipe...

Altan apretó sus mejillas, porque no podía replicar contra aquello. Adhojan se levantó, y en cuanto su mano fue a su bolsillo, Dijike desvainó su espada en un parpadeo y apuntó a él. Adhojan solo arrojó una flor blanca metálica sobre la mesa. Rebotó una vez y vibró sobre el papel. Altan se congeló de inmediato y toda la rabia acumulada se drenó con lo que estaba viendo.

Era la flor que le dio.

—Me dijo que no necesitaba esto —dijo Adhojan y rio—. Qué patético, ¿le regalas eso a cualquier persona?

Dijike enfundó la espada, y su vista no se apartó de la flor. Altan tampoco pudo apartar la mirada. Estuvo seguro de que, si Adhojan hubiera llevado un arma, aquel hubiera sido el momento perfecto para herirlo. Quizá no fue necesario, sus palabras fueron suficientes junto a aquella pequeña flor.

—¿Altan?

Acercó la mano a la flor y la tomó con cuidado. La había conservado todo ese tiempo y la había regresado... Altan la miró un buen rato entre sus manos.

—¿Altan? —repitió Dijike.

La ira se había disipado solo con eso. Adhojan tenía razón, no debió abandonarlo en el templo.

—Se la quise dar... ¿Vale? —respondió Altan y alzó la cabeza, su voz era suave, pero llena de orgullo—. No era mucho, pero era mi promesa y mi agradecimiento.

Adhojan miró a Altan con los ojos en blanco.

—Y le diste una flor metálica... Vaya agradecimiento.

—Cállate.

—Y le diste esa flor... —secundó Dijike.

—¡Cállense!

Para aquel punto, la molestia había regresado a Altan, y sus mejillas se habían tornado rojas.

—¿Qué quieres exactamente de él, Altan? ¿Qué esperas de él?

—¿Por qué te importa? Deberías preocuparte por tu hermana.

Adhojan cruzó los brazos y desvió la mirada.

—Ese guardián también me importa... Es mi... Es un... Es el amigo de una amiga.

Altan frunció el ceño, perplejo por su respuesta.

—¿Tú? ¿Después de todo?

—Si planeas lastimarlo...

—¿Por qué crees que lo lastimaría?

Adhojan entonces camino hasta Altan y con un solo dedo, señaló el pecho de Altan, a la marca del Ashyan. Encontró sus ojos grises como el metal, fríos como navajas. Sus palabras no fueron menos afiladas.

—Hay algo que detesta los remanentes de Kirán en ti.

Dijike no parecía entender aquello. Altan contuvo su respiración y no se atrevió a moverse.

—Vete.

Adhojan retrocedió, y luego Altan alzó la barbilla y agregó:

—Ni siquiera entenderías. No lo conoces ni un poco.

—¿Y tú? Solo lo conociste un tiempo, querido príncipe.

—¡Cierra la puta boca! ¡Ni siquiera sabes!

Dijike se acercó.

—Altan...

Adhojan sonrió levemente y Altan cerró la boca con una mueca.

—Trataré de convencerlo, pero si lastimas a mi hermana o al guardián...

—Jamás lo lastimaría —interrumpió Altan—. Quiero ayudarlo.

—Te estás sobreestimando, solo te volverás una molestia después... —dijo Adhojan con ligereza—. Quédate con eso. Con suerte tendrás otra oportunidad para mostrar tu "amor" sin ser tan críptico.

Altan entonces rodeó la mesa para alcanzarlo, pero Adhojan ya estaba cerca de la puerta. Dijike trató de alcanzarlo, pero para sorpresa de los otros dos, Altan no trató de matarlo. Le tendió la flor a Adhojan. Adhojan contuvo su risa al ver cómo se estaba mordiendo la lengua, al verlo así de atolondrado a pesar de que seguramente quería insultarlo.

—Tómala.

—¿Qué quieres que haga con esto?

—No lo sé... —dijo Altan y desvió la mirada, sus ojos estaban llorosos—. Cuídala hasta que traigas al guardián.

—Como quieras.

Adhojan la tomó resignado y por fin salió. Dijike lo siguió de inmediato con una última ojeada a Altan. Cuando cerraron la puerta y solo quedó Altan en aquella habitación solitaria, resopló y regresó a su escritorio. Su mano seguía sangrando, y tembló al tratar de tomar el pincel.

¿El guardián sabría lo que significaban esas flores?

━━━━━━✧❃✧━━━━━━

Adhojan partió de nuevo hacia Drakán en silencio y a pie. Cambió su ropa para que no lo reconocieran otros kiranistas y para no levantar sospechas y ocultó sus armas en una bolsa. Bajo el sol de finales de primavera, avanzó lento a través de las llanuras del Valle de Serpientes. El viento que agitaba su cabello corto llevaba consigo un sutil aroma a incienso, si era del ejército estacionado a la lejanía o de alguna casa de algún pastor, no quiso saberlo. Había otras cosas en su cabeza, del pasado, del presente, nada del futuro.

Había partido durante la madrugada del día anterior y se había ido sin atreverse a decirle algo sobre el príncipe a Dijike. Ella por supuesto le prometió que cuidaría de su hermana mientras tanto. Al final, no había logrado convencer a Altan de desistir, así que solo quedaba Ashe. No sabía a quién rogarle para que Ashe desistiera y que Mariska no decidiera acompañarlos.

Adhojan suspiró. ¿Por qué había terminado en un dilema así?

Si sus cálculos no fallaban, ellos deberían de estar de regreso en el campamento en Drakán, y esperaba llegar por la noche o en la madrugada. Siguió avanzando a paso lento, sus piernas estaban entumecidas.

Unas horas más tarde comprobó de dónde venía el olor. A la distancia entre la hierba pudo distinguir una bandera ondeante y negra alzándose sobre un gran grupo de personas, seguramente era el ejército de Altan yendo hacia un conflicto que iba a explotarle en la cara a aquel príncipe. Avanzaban en dirección contraria a Adhojan, hacia el este. Adhojan se detuvo un buen rato para mirar la bandera.

Antes, cuando era niño, él mismo vio otra bandera ondeando en aquellas praderas y en el desierto, era blanca con un sol dorado en el centro. Una bandera destrozada que jamás volvería a ondearse. Recordaba vagamente cómo la izaban cada vez que sus padres lo llevaban al desierto, aunque recordaba más a la propia arena que eso o que las manos enguantadas de sus padres tomando la suya.

La última vez que vio los colores y el escudo de aquella bandera fue oculta en un baúl, en la vida que jamás sucedió en Vultriana. Pero con aquella imagen en aquellas tierras vacías, no había nostalgia ni tristeza, ese pasado no podía regresar y no lo deseaba tampoco.

La caída de la dinastía no podía cambiarse, pues estuvo destinada a caer desde que cimentó. Era natural un imperio, en especial aquel construido en sangre, cayera a pesar de que Kirán deseó que fuera eterno. Al final, el cielo con An'Istene no pudo sostener un monstruo que brillaba para cegar.

La sangre dentro de Adhojan seguía perteneciendo a esos viejos días, pero la bandera era distinta, Istralandia había cambiado, la gente no era la misma. ¿Y él? No estaba seguro. Si estaba haciendo una promesa con Altan, si era libre de las órdenes de su ti desde hace un año atrás, quizá no era la misma persona que en Vultriana se pondría a llorar con otro nombre.

Adhojan siguió su paso y se alejó de aquellas tierras de nadie.

Entrada la noche, con las piernas totalmente entumecidas, llegó a Drakán y lo primero que hizo fue buscar a Ashe y a Mariska en el campamento a pesar de que su cuerpo le exigía descansar. Buscó en dónde acamparon la última vez, pero no los encontró. Luego, buscó con el resto de los miembros de la caravana.

—¿Buscas al cartógrafo de la Dama Inkerne? —repitió una mujer. Era la pregunta que Adhojan había hecho primero.

Adhojan suspiró, y asintió de nuevo.

—La Dama Inkerne y el resto están en su oficina —dijo otro de ellos—. El resto de la gente ya se fue, pero si te están esperando, deberían estar ahí.

Con eso y algunas indicaciones más, se dirigió a la casa de la Dama. No había entrado ahí antes, pero era amplio, había jardines con flores exóticas, rodeado de murallas altas y con puertas de madera por donde la gente iba y venía. Le recordó más a la casa de un noble que a la de una simple comerciante. Una vez dentro, trató de encontrarlos, peor había demasiadas habitaciones y no se atrevió a abrirlas.

Quien diría que sería más fácil trabajar de asesino que aquello...

Luego de recorrer el lugar por un buen rato, el cansancio por fin le pagó factura y se sentó en una banca del jardín. Si estaban dentro, no tardarían en salir. Mientras veía a la gente pasar de un lado a otro, una persona lo miró de reojo y se detuvo.

—¿No eres tú amigo de la señorita Mariska y el señorito Ashe? —preguntó.

—¿Saldrán pronto? —preguntó Adhojan.

El hombre del Confín se rascó la barba.

—Deberías ir adentro. Sucedió algo con su grupo.

Apenas escuchó aquellas palabras, no dudó en levantarse. El hombre entonces lo guio por varios cuartos y abrió la puerta. Había un montón de personas rodeando un mapa, un ave metálica y una carta. Una mujer de cabello canoso y ojos serios que reconocía por ser la mujer que lo aceptó en la caravana alzó la cabeza.

—¿Qué le pasó Mariska? —atinó a decir Adhojan.

La mujer lo miró con el rostro completamente serio.

—Deberías entrar —repitió—. Nadie sabe en dónde están.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top