9.2. Una memoria en las montañas
Advertencia: Este capítulo tiene tópicos que pueden afectar a algunos lectores, entre ellos, se incluyen menciones de coerción sexual y reproductiva, además de ideación suicida. Se recomienda discreción.
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A la mañana siguiente, los ancianos que los recibieron el día anterior les ofrecieron desayuno y discutieron los detalles de todo lo que había conducido al pueblo a enviar una solicitud a Udekerev. La porción era pequeña, insípida y simple, a diferencia de los platillos en Vultriana y en sus viajes con la caravana. Era similar a lo que comía en el templo con sus maestros cuando no lograban cazar nada. Comió sin quejarse y en silencio.
Mariska estaba devastada. Solo revolvió la cuchara en el plato y probó bocados de vez en cuando, pero puso más atención a la conversación.
—Entonces la solicitud a Udekerev...
—Es que necesitamos algunas cosas, señor —explicó el anciano—. Más gente quiere conocerlos hoy y mostrarles nuestro pueblito, y ya verá, ya verá qué es.
—¿No podría decirnos? —preguntó el señor Ireal—. Realmente no tenemos mucho tiempo.
—¿Ustedes creen en Kirán y en An'Istene?
Mariska se atragantó con la comida al escuchar la pregunta. Dérukan le dio unas palmadas en la espalda y Ashe le pasó un vaso con agua. Los ancianos los miraron uno por uno.
—Con lo que pasa en la dinastía actual... —comenzó la Tomiris y el señor Ireal le dio un codazo.
—¿Qué dijiste, cariño? —preguntó la anciana—. ¿Qué sucede con la dinastía kiránica?
Tomiris miró a Ireal sin entender y frunció el ceño antes de preguntar otra cosa. Ireal negó con la cabeza, pero ella continuó:
—¿No han escuchado?
—¿Qué cosa? —preguntó el anciano.
Dérukan frunció el ceño, extrañado.
—¿De verdad no lo saben? ¿No tienen contacto con el exterior? ¿En veinte años no han sabido nada...?
La pareja de ancianos intercambió miradas y la anciana suspiró.
—Claro que sí —alegó el anciano—. Algunos mercaderes y devotos todavía vienen a dejarnos comida, como saben que no podemos irnos en caso de que algún guardián descienda las montañas.
—Solo están jugando... Todo está bien.
Ireal miró a Dérukan y a Tomiris con intenciones de regañarlos, y ellos se encogieron en sus lugares. El silencio se asentó en la habitación mientras los ancianos buscaban respuestas.
—La dinastía kiránica cayó hace veintitrés años —soltó Ashe.
La taza se resbaló de las manos de la anciana, y todas las miradas cayeron en él, pero no le importó. Continuó:
—El año pasado, en solsticio de invierno un príncipe de la nueva dinastía entró y salió del templo.
—Ashe —regañó Ireal.
El anciano se levantó, su silla cayó hacia atrás. Sostuvo sus ojos azules llenos de confusión, llenos de ira, llenos de temor, se estremeció con todo eso. Reconocía esos ojos.
—¡¿Cómo te atreves a pronunciar esas palabras en estos lugares sagrados?! —preguntó el hombre y le apuntó con el dedo—. Tú...
—Cariño —dijo su esposa y tomó su mano—. Vamos a escucharlos, ¿sí? Nadie nos dice nada, si esto es cierto, entonces el templo...
—¡Me niego a escucharlo de una bestia del Confín!
Ashe no apartó la mirada.
—No tengo por qué mentir.
—¡Ashe! —gritó Ireal.
—Ashe... —dijo Mariska.
No entendió de dónde había sacado el valor para decir aquello, pero estaba hecho. Incluso con los gritos del hombre, incluso con sus insultos, el hombre permaneció sentado, incluso con las miradas del resto. Tenían el derecho a saber, los kiranistas no podían seguir ocultándoles la verdad. No era justo para ellos, del modo que no fue justo para él.
Cuando el hombre se calmó y se sentó, no apartó los ojos de Ashe, había disgusto en su rostro. Ashe bebió el resto del té sin apartar el amargor de su boca, realmente se parecía a ella. Su corazón se estrujo un poco.
—¿Entonces es cierto? —preguntó el hombre, sus ojos llorosos—. ¿Todos murieron? ¿Todos los reyes kiránicos?
El señor Ireal cerró los ojos apenado y asintió. Solo bastó eso para que el hombre se inclinara hasta ocultar su rostro, comenzó a sollozar y la anciana le dio palmadas en la espalda para calmarlo. Mariska miró a Ashe, pero él no se inmutó ni siquiera al ver al hombre destrozado.
Fue entonces que la anciana suspiró.
—¿Saben qué fue lo que hizo ese sacrílego en el templo? —preguntó la anciana.
Todos se miraron entre sí, Ashe bajó la mirada. Altan...
—Nadie sabe —dijo Ireal—. Pero dicen que liberó a... Liberó a un Ashyan.
El anciano alzó la cabeza, se levantó de la silla y golpeó la mesa con sus manos. Los platos reverberaron y salpicaron en sus ropas, excepto en la de Ashe, había terminado de comer.
—Necesitamos su ayuda, ya —dijo el nombre—. No me importa si traen a la gente de Udekerev después.
El señor Ireal miró a su grupo, especialmente a Ashe antes de suspirar.
—Sé que es duro enterarse así —dijo el hombre—. Pero creo que es mejor guardar la calma. Hablemos antes de-...
—¡Mi hija estaba allá arriba! ¡Es una guardiana! ¡Tiene más de dos años que no sé nada de ella!
Ashe abrió y cerró la boca. La mujer atrás apretó los labios tratando de contener el llanto y el hombre simplemente no lo hizo. Se rompió de nuevo, ahora sobre la mesa.
—Es culpa de ese guardián... Ese guardián... —farfulló el hombre.
Ashe tragó saliva.
—Era obvio que ese niño era de El Confín —dijo el hombre y miró a Ashe de reojo.
Ashe contuvo la respiración.
—Solo contaminan y destruyen estas tierras —remarcó el hombre con los dientes apretados.
Ashe trató de no reaccionar, de que aquellas palabras de veneno no quemaran su piel. «No estás en el templo. No eres un guardián. Tu nombre es Ashe...». «Has escuchado cosas peores».
Pudo sentir el resto de las miradas de sus compañeros y la de Mariska mientras se recitaba su mantra una y otra vez, pero aquello solo provocó más a aquel hombre.
—Sal de mi casa —gritó el hombre—. Ashyan del Confín.
Ashe aprovechó aquello, se levantó de su asiento. Se inclinó de la misma forma que cualquier persona que no creció en el mismo lugar que él haría.
—G-gracias por la comida... Y perdón.
Sin que nadie alegara por él, salió de aquel lugar con la mirada en alto y en silencio. Escuchó un último insulto, y solo pudo preguntarse... ¿alguna vez tendrían el mismo efecto que cuando era un niño? Abrió la puerta y el viento agitó su cabello, necesitaba atarlo. No tuvo los ánimos y la puerta se cerró detrás de él con un estrépito.
Buscó el establo y les dio de comer a los caballos. Con un río escandaloso, el rugido del viento y el resoplido de los animales solo quedaba silencio en su cabeza. Ashe se sentó y ocultó el rostro entre sus manos.
Dos años...
Ellos jamás lo sabrían. Incluso si ellos proclamaban ser los progenitores de su maestra, incluso si sus ojos y la nariz era similar, ellos la habían abandonado también y jamás sabrían cómo murió. Ellos jamás tendrían grabado en sus cráneos el momento en que la purificó solo, con la garganta atada en un nudo y el vértigo en sus pasos, ni el momento en que la cargó hasta la Torre Nitsiag, ni el momento en que usó un cuchillo ceremonial para ayudarle a los buitres... Ellos jamás experimentarían aquella primera noche en silencio.
No tenían el derecho de hablar de ella... pero ¿y él?
Ella había muerto. Y él ni siquiera había tenido la decencia de sacar sus restos de la Torre Nitsiag y llevarlos a las cuevas a pesar de que habían pasado meses bajo el sol. Ni siquiera pudo ayudarla cuando adolorida llamaba por dioses que no responderían, no pudo hacer nada más que observar cómo palidecía y perdía fuerzas. O quizá, decidió no hacer nada más después de sus palabras...
—¡Ashe! —gritó Mariska.
Alzó la cabeza, se limpió las lágrimas con el dorso de la mano y se levantó para ir con ella. Cuando la vio, estaba de espaldas y seguía llamándolo, a su lado estaba la anciana de antes. Ashe caminó en silencio, pero tal vez era mejor hacer ruido, así que pateó las rocas. Bajó la mirada en cuando ella giró para que no notara nada.
—Ahí estabas... Espera, ¿estabas llorando?
—No.
Mariska sonrió con calidez.
—Estabas llorando —afirmó Mariska—. ¿Estás bien?
Ashe asintió. No quiso admitirlo. En aquel momento, la anciana se acercó a Ashe y se disculpó de la misma forma que los guardianes: manos en círculo frente a su cabeza y se inclinó un poco. No era una disculpa completa, pero aun así, Ashe desvió la mirada.
—Perdón por las palabras de mi esposo —se disculpó—. Sabemos que no todos los del Confín son bárbaros.
Aquella disculpa le dejó un regusto amargo a Ashe, miró a Mariska de reojo, tenía una mueca en sus labios, pero la mujer no podía verla. La mujer se levantó y sonrió, aguardando su respuesta. Sonrió a medias.
—Lo sé...
No. No lo sabía. Quizá jamás lo haría. Creció en el templo sin entender por qué eran tan rigurosos con él, hasta que leyó el diario de la maestra mayor. Realmente se dio cuenta de lo que la gente como su madre vivía en Istralandia cuando viajó por el desierto. Seguía sin entenderlo por completo.
—El señor Ireal me pidió que te buscara, la señora quiere enseñarnos el lugar —dijo Mariska—. ¿Quieres venir?
En aquel momento, Dérukan salió también de la cabaña y camino hacia ellos.
—¿También nos acompañas? —preguntó la anciana—. Bien, entre más gente mejor.
Dérukan se encogió de hombros y su vista fue a Ashe, que no dijera nada no ayudó, así que solo desvió la mirada. La anciana se dio la vuelta y los guio a través del pequeño pueblo. Había al menos veinte casas distribuidas a los lados, conectadas por puentes de roca negra que cruzaban sobre el río. Fuera de las casas, había pequeños cristales solares colgados y brillando tenuemente.
Había algunos ancianos fuera de sus casas, algunas tendían la ropa recién lavada, otras estaban parchando o remendando bajo la luz de un sol cubierto en neblina. Ellos alzaron las cabezas al verlos pasar y saludaron a la anciana que los guiaba. Mariska frunció el ceño.
—¿No hay niños?
La mujer negó con la cabeza.
—Las generaciones más jóvenes se fueron de la villa hace tiempo, todos se van después de su Tercera Ceremonia —explicó—. Pocos vuelven.
—¿Por qué?
Ashe conocía la respuesta y amargaba su boca. No dijo nada y aguardó con ojos en blanco a que la anciana hablara.
—Falta de fe —dijo la anciana—. Si lo de nuestros reyes es cierto, quizá engañaron a nuestros jóvenes.
Dérukan y Mariska intercambiaron miradas, pero ninguno se atrevió a decir nada.
—Por eso enviamos la solicitud a Udekerev en cuanto algunos viajeros nos hablaron un poco de ellos —dijo la anciana—. Con dos de ellos podríamos hacer mucho por el templo y por el pueblo.
—Entonces... sobre los guardianes, ¿no saben cómo están? ¿No han subido al templo? —preguntó Mariska.
Por algún motivo miró de reojo a Ashe, pero él decidió que no le importaba aquella respuesta. La verdad seguía siendo la misma y había ido ahí por otro motivo.
—No —dijo la anciana—. Han pasado años de que alguien subió, todos somos muy viejos para ir.
—¿Entonces cómo sabían de ellos? ¿Cómo sobrevivían? —preguntó Dérukan alarmado.
—Ellos bajaban —dijo la mujer—. Después de su Tercera Ceremonia tienen permitido descender al pueblo.
Mariska volvió a mirar a Ashe y retrocedió para caminar a su lado, pero él no se inmutó.
—La última vez bajó una guardiana, pero después del otoño no supimos nada de ellos —dijo la mujer—. Temo que de verdad ese usurpador les haya hecho algo, porque el guardián más joven debió descender hace poco, pero nada...
—¿Y qué pasa si descienden antes de tiempo? —preguntó Mariska.
En cuanto escuchó aquella pregunta, Ashe alzó la cabeza. La mujer meditó su pregunta mientras caminaban por el puente de roca. Cuando ella abrió la boca, Ashe preguntó lo primero que fue a su cabeza.
—¿Qué le pasó al resto de los guardianes?
La mujer frunció el ceño en su dirección. Ashe se explicó:
—El señor Ireal dijo que visitó antes el templo y había seis...
La mujer se detuvo en medio del puente, lo miró de reojo con una mueca.
—Es complicado —explicó—. Esa guardiana solía venir al pueblo más que el resto... Ella nos traía noticias siempre. El primero en ascender con Kirán y An'Istene fue su maestro, de vejez en invierno. Luego uno de sus discípulos huyó.
»No pudieron cazarlo, y no pasó por el pueblo... Pero espero que ese traidor haya muerto.
Ashe sintió una mezcla de alivio y arrepentimiento al escuchar aquello. Por un tiempo la posibilidad de que su hermano hubiera muerto en aquellas montañas le preocupó, pero tal vez sí logró huir sin problemas.
—Pero si es un guardián, ¿por qué desearía que esté muerto? —preguntó Dérukan—. ¿No es eso muy extremo?
—Una vez un demonio, un guardián convertido en Ashyan descendió estas montañas, asesinó a nuestro rey y perdimos nuestra gloria —dijo ella—. Quienes deciden descender es porque se han corrompido... ¿Crees que debemos permitir que cosas así abandonen la montaña?
—Pero cazarlos...
—Es nuestro deber. Es para proteger el mundo. Ha sido así por milenios.
Aquella respuesta no pareció convencer a Dérukan, pero terminó callándose y sin argumentos. Mariska hizo una mueca, pero tampoco dijo nada. Y Ashe se resignó a escuchar en silencio.
—¿En qué me quedé? —preguntó ella—. Ah... Luego, fue la maestra de esa guardiana, ella tuvo un accidente.
—¿Accidente?
—Fue terrible —dijo la anciana—. Dijo que fue en invierno. Murió quemada.
Mariska miró a Ashe como para comprobar aquello, pero él había desviado la mirada desde antes, sus ojos enfocados en el río debajo del puente. Una de sus manos, la que tenía el phen de agua, detrás de su espalda.
—Esa guardiana era muy buena, demasiado amable... Solía ayudar a la gente del pueblo con sus phens, purificaba y curaba a los enfermos con las hierbas de la montaña. No merecía morir así. Era una buena mujer.
Ashe quiso vomitar cuando escuchó esas palabras. Aquel demonio que se aparecía en sus sueños, aquel demonio que no lo dejaba en paz desde que falleció, que hizo su vida miserable cuando seguía viva, ¿había sido una buena persona? ¿Así la consideraban ellos? Quiso burlarse. No pudo hacerlo. Se mordió la mejilla hasta que el hierro inundó su boca como muchas veces antes. El alivio de que hubiera muerto, el asco posterior porque por fin pudo respirar sin temor cuando la piel de su maestra se calcinó, él en el silencio de un templo...
—Luego, fue el maestro, de una enfermedad —dijo la mujer—. Y solo quedó esa guardiana y aquel guardián del Confín.
Ashe retrocedió... ¿Por qué decidió volver? ¿Por qué intercambió aquel papel sin nada por aquello? Se sintió nauseabundo.
—Nunca habían muerto tantos guardianes en tan poco tiempo, hasta que ese guardián del Confín llegó —dijo la mujer—. Pero no fue el único problema. Síganme.
Dérukan siguió a la mujer, luego Mariska y Ashe se quedó en medio del puente. La ruina de un pueblo y la muerte de sus maestros... Un guardián inútil que creció preguntándose por sus padres. Miró el phen en su mano. Alzó la cabeza, y al ver al resto más adelante, apresuró sus pasos para alcanzarlos.
—Ese guardián que quedó... ¿no se sentirá solo allá arriba? —preguntó Dérukan—. ¿De verdad está bien?
—Es su deber —dijo la mujer—. Al menos hasta que alguien pueda subir a verlo. Si no lo está, no habrán más guardianes, nadie que proteja a Kirán y su legado.
Los ojos de la mujer cayeron en Ashe y él dio un respingo. Por inercia, cubrió la empuñadura de su espada.
—Si lo que dices es cierto... temo lo peor —dijo ella—. Significa que falló en cumplir su único propósito. Fue un inútil.
Ashe apretó los dientes al escuchar aquello. La mujer continuó, Dérukan le siguió, y Mariska caminó a un lado de Ashe, se acercó y entre susurros preguntó:
—¿Estás bien, Ashe?
—Estoy bien —dijo Ashe sin mirarla al rostro, sin sonreír como solía asegurarle. Era ese vacío de nuevo en sus ojos, el brillo se había ido, y su rostro lucía cansado.
—Ashe...
Él no respondió.
—Ashe. Tú no eres un guardián —dijo Mariska—. No la escuches.
Aquellas palabras no llegaron a los oídos de Ashe. Tampoco el viento agitando su cabello o el rugido del caudal del río. No sabía cómo sentirse. No sentía nada.
Llegaron a la última casa del pueblo, atrás, solo se alzaban paredes de roca. La casa tenía un acabado distinto al resto de las casas, era más grande y aunque también de roca negra, recordaba al templo. Los cuatro alzaron la cabeza, la mujer contempló con ojos brillantes lo que había frente a ella.
—Aquí es donde nacen los descendientes del sol —dijo ella—. Al menos aquellos que no fueron abandonados en el templo.
Los ojos de Ashe estaban sobre la cabeza de la mujer. Dérukan carraspeó.
—¿Entonces los guardianes no son todos entregados al templo?
La mujer negó con la cabeza.
—Es raro que los guardianes acepten uno, especialmente de... —comenzó ella—. Cuando supimos que una mujer abandonó a ese niño, creímos que iban a dejarlo morir, muchos quisieron que muriera, pero el maestro mayor decidió que se quedara.
»Era un hombre piadoso incluso con...
Miró de reojo a Ashe, y él solo la observó en silencio, ojos castaños, vacíos. Mentía. La maestra mayor lo había confesado en sus diarios. Y, ¿era piadoso dejar vivir a alguien solo porque se quedaban sin gente en el templo? Si lo hubieran dejado morir... Si estuviera muerto...
—¿Estás bien, Ashe? —preguntó Mariska.
Cuando Ashe salió de su ensimismamiento, las miradas de Dérukan, de Mariska y de la anciana estaban sobre él. Asintió en silencio, pero aquello no pareció convencerlos.
—¿Seguro? Te ves pálido —dijo Dérukan.
—No lo decía con esas... intenciones. Tú eres distinto —dijo la mujer.
Ashe solo inhaló.
—Estoy bien —aseguró Ashe—. ¿Entonces cómo nacen los guardianes?
—De otros guardianes.
La mujer miró a la casa y una sonrisa se formó lentamente en su rostro. Estaba llena de nostalgia, llena de esperanzas. Ashe sintió un escalofrío en su espalda y retrocedió.
Mariska frunció el ceño.
—¿A qué se refiere? —preguntó ella.
—Después de su Tercera Ceremonia, entre los guardianes fértiles se elige uno para que descienda a esta casa. Y también se elige alguien virgen en el pueblo para concebir un nuevo guardián —explicó ella—. Es un gran honor hacer esto, más que ofrecer a tu primogénito a Kirán para convertirse en guardián.
Ashe no podía respirar. Su mano se aferró a la empuñadura de su espada para contener las náuseas. El sello pulsó una vez, iba a atacarlo... Dérukan contuvo una mueca detrás de sus ojos y Mariska simplemente la mostró.
—Pero eso... ¿Ellos eligen?
—No, deben cumplir su deber una vez Kirán los elije —dijo ella—. El guardián debe quedarse hasta concebir un nuevo descendiente. Hace treinta año, con los rituales, fue exitoso y una guardiana tuvo a un niño sano. Pero después de que los jóvenes se fueron, no quedó nadie que concibiera niños de los otros guardianes.
Ashe apretó con más fuerza la empuñadura, sus nudillos se tornaron blancos y el metal se encajó en su mano, pero era mejor que las arcadas y el dolor punzante en su pecho.
—La última vez que la guardiana vino, se logró de nuevo, pero tuvo que ascender al templo debido al otro joven guardián.
»Se suponía que este año el guardián más joven debería bajar para cumplir con sus labores como guardián de Kirán. Es una lástima.
Ashe no pudo más en aquel momento, se dio la vuelta, se cubrió la boca y huyó de ahí. Un montón de miradas fueron en su dirección, peor que buitres aguardando por un cadáver, peor que un Ashyan esperando a que cediera. Inclinó la cabeza en la roca y vació todo su estómago.
Todas las veces que le negaron saber de dónde venía, las omisiones en los diarios acerca de dónde provenían los guardianes... Todo lo que su hermano había pasado, todo lo que la maestra mayor y su maestra habían vivido. Todo por un rey muerto y un legado que ya no existía.
Vomitó todo lo que había desayunado, y cuando terminó, miró agotado al río. Sus dedos enterrados en la roca negra hasta que sus nudillos estaban blancos. Las arcadas se detuvieron, pero su garganta ardía y había una opresión en su pecho que no le permitía respirar con tranquilidad. Se apartó. No podía dejar eso así. Se limpió la boca con la manga.
No llevaba tiza, ni siquiera carbón, pero decidió volver. Si alguien lo veía, no le importó. Cuando encontró aquel lugar, no estaba ni Mariska ni Dérukan ni la anciana. Se acercó a aquella casa y tomó una roca del suelo.
Él los había matado a todos. Al maestro mayor por aceptarlo ahí a pesar de ser del Confín, a su hermano que no había logrado detener y que quizá no había sobrevivido en las montañas, a su maestra y el hijo en su vientre que jamás nacería y que no pudo ayudar, a la maestra mayor que él había condenado mientras la veía gritar.
Fuego.
Si pudiera volver al templo, no se hubiera conformado con romper todo, con cerrar las puertas para proteger los tesoros ajenos como le enseñaron. Si pudiera volver en aquel momento, todo sería fuego.
Un solo phen. Fuego. Purificación. Marcado en su espalda.
Sabía que era inútil. Que jamás habían funcionado a pesar de trazarlos una y otra vez perfectamente. Pero necesitaba hacerlo... Necesitaba hacerlo o iba a explotar. Terminó el primero. Retrocedió para contemplarlo.
Y entonces escuchó pasos detrás de él.
Se giró de inmediato, asustado, su corazón contra sus oídos. Rezó a nadie. Una sola mujer, con cabello canoso se acercó con pasos lentos y una sonrisa amable. La roca resbaló de la mano de Ashe. No había dónde esconderse, no había manera de huir.
—¿Nos odias, niño del Confín?
Ashe abrió y cerró la boca sin respuesta.
—Tu odio a lo divino no te enajena de este.
Ashe frunció el ceño.
—¿Qué?
—¿Estás enojado?
—No est-...
—Sé que te lo enseñaron desde niño —dijo la mujer y caminó hasta estar a su lado—. Pero ser del Confín no te enajena de Kirán.
Antes de que Ashe pudiera entender lo que estaba sucediendo o sus palabras, la mujer tomó sus manos entre las suyas y las apretó. Ashe trató de soltarse.
—Si le rezas, Kirán te absolverá de tus pecados.
Ashe negó y forcejeó, la mujer lo soltó por fin y él retrocedió. La mujer sonrió.
—Inténtalo. Solo así te salvará —dijo ella—. Limpiaré esto.
Ashe retrocedió sin palabras. La mujer le dio una última mirada, sus ojos se clavaron en sus manos, en la espalda en su cintura. La mujer entrecerró los ojos.
—Esa espada...
Antes de que pudiera acercarse de nuevo, Ashe corrió. Atravesó el puente, descendió, la gente lo miraba. Llegó a una zona vacía, no había nada a excepción del río, niebla, el golpeteo en su pecho y sus jadeos. Se detuvo y se recargó contra una barda.
Abajo, la corriente era lo suficientemente fuerte como para arrastrarlo. Miró el agua un buen rato, hipnotizado.
«Si salto...»
El llanto de un halcón en el cielo lo sacó de su ensimismamiento. Alzó la cabeza. No se podía ver nada entre el espesor de las nubes, pero estaba ahí. Miró al rio y sus ojos se humedecieron.
«Solo eres un cobarde. Llevas diciéndote eso toda tu vida... Pero ni siquiera puedes hacer nada por tus maestros».
Ashe enterró la cabeza entre sus manos y apretó los ojos. Lo que comenzó con un llanto silencioso, se transformó en un llanto tímido, atorado, ahogado entre sus brazos. No tenía permitido aquello en el templo. No podía permitirse aquello ahí.
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Cuando Mariska se dio la vuelta, Ashe estaba huyendo. No pudo ver su expresión, y aunque alargó la mano para alcanzarlo y corrió detrás de él, lo perdió entre la niebla. No tuvo que pensar mucho para saber por qué había huido. Dérukan la siguió de cerca sin entender qué había sucedido, y la anciana los alcanzó en silencio y sostuvo el hombro de Mariska para que no continuara. Ella la miró.
—El muchacho del Confín estará bien —aseguró la anciana detrás de ellos—. Continuemos con el recorrido. Me gustaría mostrarles algunas pinturas de los rituales del templo.
Mariska negó con la cabeza.
—Tengo que buscarlo —dijo ella—. Creo que...
—Estará bien.
Mariska contuvo su molestia, miró a Dérukan que también asintió y siguieron a la mujer de cerca. Avanzaron hacia otra sección del pueblo, y Mariska no pudo soportarlo más.
—¿Por qué obligan a los guardianes a hacer eso? —preguntó Mariska.
—Mariska... —llamó Dérukan.
Ella alzó la mano para que se callara y aguardó por la respuesta de la anciana. La anciana se detuvo, ajustó su chal y ladeó la cabeza.
—¿Piensas igual que ese muchacho del Confín?
—Eso no tiene nada que ver —reclamó Mariska—. Eso no está bien...
—Mariska... —urgió Dérukan y susurró a su lado—. Entiendo que estés molesta... pero si los hacemos enojar de nuevo, Ireal nos va a regañar.
Mariska no lo escuchó, la anciana respondió su pregunta:
—Los guardianes tienen responsabilidades y un propósito que cumplir. Tener descendientes que los reemplacen es una de esas responsabilidades.
Mariska no se detuvo.
—¿Y si se rehúsan?
—No pueden negarse.
Mariska apretó sus puños. ¿No se daba cuenta de lo que estaba diciendo? No podía creerlo.
—Eso es abuso...
Dérukan no trató de detenerla aquella vez, seguro lo que había escuchado lo convenció también de lo mismo. Mariska agradeció eso, porque los labios de la mujer se crisparon con molestia. Dio un paso al frente y señaló a Mariska.
—¿Eres kiranista?
—¿Eso importa? —preguntó Mariska—. La verdad no cambia. Tratan a sus guardianes como animales.
—La gente como tú jamás va a entender las tradiciones —alegó la mujer y luego cruzó los brazos—. Seguro creciste en la ciudad, viviste bien alimentada, te educaron para que determinaras que está bien y qué está mal... Jamás has visto a un Ashyan, ni has experimentado hambre. ¿Sabes a quién tienes que agradecer?
—Señora, por favor —dijo Mariska con una mueca.
—Necesitas agradecernos —concluyó la mujer—. Sin nosotros, los guardianes hubieran dejado de existir hace mucho. Y sin los guardianes y sin Kirán, jamás hubieras tenido esta vida.
—Y por eso no los van a ver, y abusan de ellos... Solo por nacer ahí —dijo Mariska.
La mujer alzó la mano. Mariska esperó el golpe, pero en cambio, Dérukan intervino y se colocó entre ambas.
—Es suficiente —dijo él.
—Seguro ese muchacho del Confín les llenó de mentiras la cabeza —dijo la mujer—. No hay otra opción. Solo el mal proviene de ahí... Igual que esa imbécil hace años.
Mariska la miró.
—¿Qué dijiste?
—Ya. Basta —concluyó él y miró a la anciana—. Gracias por el recorrido. No vamos a llegar a ningún lado si seguimos discutiendo.
La anciana bufó. En ese momento, entre la niebla, escucharon una voz familiar llamándolos. Los tres miraron en esa dirección. La guardia, cuyo nombre Mariska no estaba segura si era Tomiris, se aproximó a ellos corriendo. Al alcanzarlos, se detuvo para recuperar el aliento y jadeó.
—El señor Ireal quiere discutir algo...
Alzó la cabeza y lució extrañada.
—¿Pasó algo?
—Nada —aseguró Dérukan.
—No sabemos en dónde está Ashe —agregó Mariska—. Así que se rápida.
Se alejaron de la mujer para discutir en privado, y Tomiris explicó, miró de reojo a la anciana y bajó la voz.
—El señor Ireal envió una carta a Jossuknar —comenzó y susurró la segunda parte—. No traerán a los usuarios del Kevseng.
—¿Quién decidió eso? —preguntó Dérukan un tanto preocupado.
—El señor Ireal.
Dérukan se llevó los nudillos a la boca.
—Pero... ¿por qué?
Tomiris se encogió de hombros.
—Dijo que era la decisión correcta —explicó—. No escuché mucho, pero creo que Udekerev no contempla esos servicios.
—Entonces nos vamos —concluyó Mariska.
Se sintió aliviada, al menos no tendrían que pasar más tiempo en aquel pueblo. Después de lo que le había dicho a aquella mujer, estaba segura de que no iba a ser bien recibida en su hogar. Se dio la vuelta dispuesta a buscar a Ashe, pero antes de dar otro paso, la guardia la tomó de una de sus muñecas y la jaló.
—¡Oye!
—Esto es serio, cuando me envió a buscarlos, el señor Ireal estaba tratando de decirle al jefe del pueblo.
Mariska la miró.
—Voy a buscar a Ashe... No sabemos qué...
No terminó de hablar, porque en aquel instante, la anciana ya se había acercado. Miró de reojo a Mariska y a Dérukan antes de dirigirse a Tomiris. Fingió una sonrisa tranquila, amigable incluso después de toda las excusas a la mierda que estaban haciendo en aquel lugar. Mariska sintió un escalofrío y quiso decir algo, pero le importaba más encontrar a Ashe.
—¿Sucedió algo?
—Nada —aseguró Tomiris—. Nada importante.
—Tenemos que irnos, pero volveremos en unos días —dijo Dérukan.
Tanto Mariska como Tomiris miraron a Dérukan sin poder reclamarle. La sonrisa de la anciana desapareció de nuevo y su mirada ensombreció. Aguardaron a que dijera algo, pero si tenía intenciones, no lo hizo, asintió.
—Con su permiso.
Dichas esas palabras, pasó a un lado de ellos en silencio y cuando se alejó, apresuró el paso. Aquello no le gustó a Mariska... Tal vez no debió decirle todo lo de antes. Dudaba que fuera a cambiar de parecer tan fácil. Dérukan miró a Tomiris.
—Síguela, te alcanzamos en un momento.
Ella asintió y tanto Dérukan como Mariska se apresuraron a buscar a Ashe. Quizá Ireal se había dado cuenta de lo que estaba sucediendo en aquel lugar. A primera vista, no lucía tan mal, pero las palabras de advertencia del pastor en el camino cobraban sentido cuando los escuchaban hablar de los guardianes y de su religión. Era un lugar perdido en mil años de historia.
Debió evitar que Ashe fuera ahí en lugar de acompañarlo desde un principio.
—Dérukan —llamó Mariska—. ¿Sabes por qué nadie quiso cambiarle el resultado a Ashe?
Dérukan frunció el ceño.
—Pero si Ashe fue el primero en ofrecerse.
—¿Qué?
Mariska se detuvo. Abrió y cerró la boca varias veces, y esperó a que Dérukan explicara qué estaba diciendo. Dérukan parecía reacio, pero cedió.
—El señor Jossuknar y el señor Ireal trataron de disuadirlo... Sobre todo, porque es del Confín y un Errante —dijo Dérukan—. Pero él insistió en venir.
—¿Qué?
—Te digo que el señ-
—Eso ya lo dijiste.
Dérukan se frotó el puente de la nariz.
—Al final, me ofrecí también a acompañarlo... Con eso de que ya nos conocemos.
Mariska dejó de escuchar. ¿Y si Ashe pensaba volver a ese lugar después de todo? ¿Por qué le mintió antes? No pudo permitirse seguir con aquellos pensamientos, no mientras sabía en qué lugar estaba y que podían hacerle algo a Ashe... Eran kiranistas, después de todo.Retomó el paso rápidamente.
—Mariska, espera —dijo Dérukan—. Creí que lo sabías.
Dérukan trató de detenerla, pero Mariska le dio un golpe pequeño para que desistiera y avanzó a zancadas. Mientras seguía descendiendo a otra sección del pueblo, vio a una persona recargada en las rocas de un puente. Solo podía ver su nuca y su cabello negro agitándose con el viento.
—¡Ash-!
Mariska le dio un codazo a Dérukan en el pecho. Él la miró con confusión.
—Ve con Ireal —dijo ella—. Yo... Yo me encargo.
—No lo regañes.
—¿Qué?
—No lo regañes por no decirte.
Mariska lo observó en silencio, Dérukan no dijo nada más y se alejó. Mariska no supo qué hacer, si acercarse o llamarlo. Cuando la neblina comenzó a espesarse alrededor de Ashe, Mariska se acercó con el corazón en la garganta. No podía dejarlo solo... No ahí.
Mientras se acercaba, no pudo evitar preguntarse cuánto tiempo... Apenas llevaban conociéndose un año, pero ¿cuánto tiempo había pasado solo en aquel templo? Quizá no tenía derecho a saber.
Ashe no alzó la cabeza incluso cuando Mariska se acercó a él. Se detuvo a su lado y recargó las manos en el puente. Sus ojos fueron al rio, no era muy ancho, pero la corriente era escandalosa y turbia, ni siquiera le permitía escuchar la respiración de Ashe y ahogaba todos los sonidos. Supo que si Ashe hablaba en aquel momento, sus palabras se perderían para siempre.
Entonces, él alzó la cabeza y miró lo mismo que Mariska. No se miraron el uno al otro.
Las palabras que Mariska estuvo pensando en decirle, las palabras que antes le dijo sin problemas no nacieron aquella vez. Eran demasiadas. Eran tantas que temía que se perdieran todas en el caudal. Solo pudo acompañarlo en ese silencio, donde se escuchaba todo.
Ashe se incorporó. Miró a Mariska.
Silencio.
El rio formaba corrientes pequeñas, turbulencias que chocaban con las rocas.
Las palabras se atoraron en su garganta.
Una pequeña hoja en el río... Era extraño porque los árboles no eran comunes en aquellas montañas.
Por más que quisiera, Mariska sabía que había cosas que no podía cruzar. Cosas que era mejor escuchar, y que temía preguntar.
El agua del rio seguramente estaba helada.
Había cosas que simplemente eran la carga de uno mismo, que nadie más tenía que soportar... Pero, ella estaba ahí.
Eso bastaba.
Bastaba.
¿A dónde llegaría aquel río? ¿Iría hacia el este o al oeste?
Algún día, estaría bien.
Le diría aquello que dolía.
Pero mientras tanto, eran solo ellos dos mirando un río en un puente de roca negro.
—El señor Ireal nos espera —dijo Mariska de pronto—. Vamos, Ashe. Vámonos de este lugar.
Ella se alejó del puente de roca, y caminó colina abajo. Ashe la siguió en silencio desde atrás, sin palabras aún, ella tampoco dijo nada. Entre la neblina, parecía que perdería de vista la espalda de Mariska, pero trató de seguirla de todas formas.
«Tú no perteneces aquí. No tienes que volver nunca más», quiso decirle Mariska, pero las palabras estaban atadas con un nudo, arrastradas por la corriente del río.
«Tú nunca fuiste un guardián, Ashe».
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