9.1. Una memoria en las montañas

Buitres en el cielo, aves de plumaje oscuro que liberaban el alma del cuerpo y de la tierra misma, aves que la llevaban al sol, que limpiaban la putrefacción de los huesos. Mensajeros de algo inevitable. En el templo, sus grajeos, graznidos, sus aleteos podían escucharse desde dentro, al igual que la carne desgarrada. Después de la muerte, llevaban alivio y descanso al muerto y al mundo que lo tocó.

Por eso, cuando a Kirán lo proclamaron Rey Buitre, fue irónico y risible. Sus seguidores bajaron las manos en forma de plegaria a un simple mortal que jamás entendería más allá de lo que veía, que temía lo que los buitres significaban, que pecaba de haberlos alimentado él mismo a pesar de temerles.

Kirán no era rey de ningún buitre. No había limpiado ni un solo hueso, ni había purgado al mundo de la putrefacción. Solo sembró una lenta semilla que corrompería las entrañas de Istralandia, una percepción de depredador a un carroñero, una semilla cuyas raíces crecerían en tierras ajenas.

Kirán se autoproclamó el rey de su mayor temor...

El único consuelo era que sobre aquella lenta semilla que pudría lentamente tierras robadas para su sangre, quedaban tierras salvajes y viejas donde todavía se escuchaban viejas canciones, plegarias antiguas en extensas llanuras. Quizá los buitres no las escucharon, pero sí un halcón de capa negra, garras en forma de espada y máscara negra que solo mostraban un par de ojos castaños.

El halcón cabalgó con su máscara de obsidiana al norte, para enfrentarse a algo que no era un buitre, que no era divino, que no era un susurro, y que dejó de ser mortal. Un cuento antiguo solo recordado por la arena y las brasas del fuego. Un sueño.

La arena dio paso a extensas llanuras agrietadas con arbustos espinosos y posteriormente a hierbas altas que siseaban y susurraban con el paso de la caravana. Y en el cielo, los buitres volaron alto sobre ellos cerca de la ciudad de Drakán.

El resto del viaje había sido relativamente tranquilo, o al menos eso parecería si no fuera por Mariska, el sacerdote, Altan y... Ashe, porque por supuesto, cuando Mariska estaba involucrada, él también estaba ahí. Adhojan había tenido que acostumbrarse a no estar tranquilo más de dos minutos antes de que cualquiera de ellos lo molestara de una forma u otra. Y no dejaba de preguntarse por qué había sido tan idiota como para aceptar la petición de Altan, que el sacerdote lo acompañara y la promesa de Mariska. También se arrepentía de haber buscado a Mariska en Vultriana en lugar de simplemente tomar el barco. Pero eran unos de los muchos, incontrolables arrepentimientos que no le daban opción más que acostumbrarse a vivir con ellos. Al menos podía jactarse de eso frente a su hermana...

Lo cierto era que Mariska se estaba vengando de él. Recordaba bien como era ella cuando eran jóvenes, pero jamás imaginó que de grande sería peor. En los últimos días, sus bromas habían ido desde despertarlo antes que el resto, ponerle insectos al dormir, dibujar en su rostro mientras dormía, contarle a Ashe historias vergonzosas de él. La peor parte era Ashe como su cómplice. En especial porque era difícil tener cuidado cuando ni siquiera podía escuchar sus pasos.

Adhojan comenzaba a pensar que tal vez no debió enviar esas cartas con excusas tan tontas. También debió disculparse con Ashe frente a ella.

Así que ya se había resignado aquel día. O iba a recibir una carta de Altan o tendría que escuchar al sacerdote de Kirán decir idioteces de nuevo, pero era seguro que cuando la caravana llegara a Drakán, Mariska le haría otra broma. Adhojan suspiró. No podía quejarse, no después de que Mariska hablara con los líderes de la caravana para que lo dejaran unirse pese a que estaba molesta.

Con la última carta de Altan, Adhojan no sabía qué iba a hacer. Altan se encontraba en una ciudad más al este, y desde que había llegado ahí parecía que tenía demasiado tiempo libre porque no dejaban de llegar cartas por más que Adhojan enviara el pájaro vacío de regreso. Quizá era porque le preocupaba su pájaro perdido, pero eso no era asunto de Adhojan por más que Altan insistiera. Por supuesto, también le envió actualizaciones de su hermana.

Cuando vieron los bordes de la ciudad, también lograron ver en un punto cercano los caballos de Mariska, Ashe y Dérukan. Se unieron a la caravana y se dirigieron a la ciudad. Ahí, por última vez montaron campamento fuera de la casa de la Dama Inkerne, prepararon comida y ella reunió a todos para un último banquete antes de que los grupos más pequeños se separaran para seguir su camino por las rutas del Valle de Serpientes.

Para suerte de Adhojan, Mariska no trató de hacer nada sospechoso mientras comían. Por la tarde, mientras Adhojan veía la ciudad sin nadie que lo molestara, Mariska caminó hacia él con una sonrisa amplia. Se sentó a su lado y él se resignó.

—¿Sabes usar una espada?

Adhojan la contempló con ojos en blanco y enarcó una ceja.

—¿Por qué?

—Si me enseñas, te dejo de molestar, ¿qué te parece?

Adhojan frunció el ceño.

—¿Para qué quieres aprender?

—Razones. ¿Me vas a enseñar o prefieres despertar con estiércol en los zapatos?

Las cejas de Adhojan se crisparon y apenas contuvo una mueca de asco.

—No tienes remedio.

Mariska se quejó audiblemente.

—Andaaa —dijo—. Ashe está ocupado con las lecciones y ya se negó varias veces.

—Varias veces... Me pregunto por qué.

Mariska suspiró e hizo una mueca.

—Solo enséñame, te pago —dijo ella.

—¿Para qué quieres aprender? ¿No le están pagando a Ashe para que te proteja?

—No quiero depender así de él.

Mariska hizo una mueca y miró a ningún lugar en particular. Adhojan la miró sin entender a qué se refería con sus palabras.

—Olvídalo. Ya conocía tu respuesta —dijo ella—. Iré a preguntarle a alguien más.

Adhojan suspiró.

—No sé mucho sobre luchar con espadas —dijo Adhojan—. Pero puedo enseñarte a usar una ballesta... O un cuchillo.

Mariska no lucía satisfecha con su respuesta, pero terminó cedió porque no quedaban muchas opciones. Y así, Adhojan y Mariska se alejaron del campamento a una zona más vacía. Ahí, solo estaba la brisa susurrando entre los pastos altos, algunos yaks pastaban a lo lejos.

Adhojan tomó un cuchillo de su cintura y se lo tendió a Mariska con todo y funda. Ella lo desenfundó y sostuvo el cuchillo de hoja negra con el ceño fruncido.

—¿Hierro negro?

—No, solo está teñido —explicó Adhojan y suspiró—. ¿Por dónde comienzo...?

Sus ojos fueron al cuchillo en las manos de Mariska, y entendió por qué Ashe se había rehusado antes. Aun así, al ver los ojos de Mariska y la forma en la que esperaba a qué él hablara, no pudo negarse. Si quería aprender a protegerse a ella misma, entonces solo quedaba enseñarle a hacerlo apropiadamente. Le obligó a enfundarlo.

Alguna vez él tampoco tuvo ni la mínima idea de cómo defenderse, de cómo tomar un cuchillo, de cómo atacar a otros, de cómo matar... y en esa entonces, también deseó aprenderlo, aunque no fuera a evitar ninguna de las tragedias de su vida. Por supuesto, Mariska no iba a terminar matando a nadie, y aquello le brindó un poco de alivio mientras le explicaba.

Después de un rato de repetirle una y otra vez cómo ponerse en posición de defensa y de cómo lanzar un ataque, pero al verla olvidarse de una cosa por hacer la otra, volvió a acercarse a ella.

—Ya te dije que así no.

—Eres un pésimo maestro, Adhojan —dijo ella.

Adhojan tomó su brazo y lo movió a la posición de antes, y alzó la cabeza para replicar. En aquel momento, sus miradas se encontraron y Adhojan abrió y cerró la boca. Con la luz dorada del atardecer en el horizonte, sus ojos lucían un marrón cálido. Él carraspeó, retrocedió y terminó apartando la mirada. Ella también retrocedió.

—Tal vez será más fácil si... Si aprendes primero con una ballesta.

—Sí.

Y así, Adhojan se quitó la capa, tomó su ballesta de su espalda y se la tendió a Mariska. Le explicó las partes, cómo apuntar y cómo cargar las flechas, y después de diez minutos, con trabajos, ella estaba disparando hacia el frente.

—¡¿Viste eso?! —preguntó ella.

Adhojan asintió satisfecho, tomó la flecha del suelo y con eso, creyó que era suficiente por el día y regresaron al campamento. Hablaron como en antaño a pesar de que la conversación era ahora de armas. Al llegar de nuevo al campamento, se sentaron en la hierba para ver el sol ocultarse por fin.

—No le digas a Ashe de esto —dijo Mariska—. Es secreto.

Adhojan asintió y entonces lo pensó. Casi siempre veía a ambos juntos, a excepción de cuando Ashe tenía que enseñar a trazar phens, pero aquella tarde no tenía clases, así que le extrañó.

—¿Y Ashe?

—Está en un sorteo —explicó Mariska—. Llegó una petición a Udekerev hace unos días que Jossuknar debe revisar, pero necesita que algunos guardias vayan a comprobar que ese lugar es seguro.

—¿Va a ir un cartógrafo?

—Yo no —dijo Mariska y estiró los brazos, y sonrió de una manera que le causó escalofríos a Adhojan—. Me prometiste que me vas a enseñar, y además tenemos que hablar de unas cosas.

Supo a qué se refería y por eso desvió la mirada.

—¿Qué cosas?

—Adhojan, ¿en serio? —dijo Mariska y cruzó los brazos—. ¿Qué mierdas le dijiste a Sibán? No, ¿por qué le dijiste esas mierdas a Sibán?

Las orejas de Adhojan se tiñeron de rojo de inmediato, no trató de negar nada. Reconocía que había sido un movimiento bajo, pero luego de decirle a ese hombre que conocía a Mariska y de que no le creyera, no le quedó opción. Incluso le pareció un poco divertido, pero no esperaba que fuera a mencionárselo a ella en una carta... Fue un idiota.

Mariska se inclinó hacia él, su cabello castaño caía alrededor de su rostro y sobre los muslos de Adhojan. Había un sutil aroma a desierto y sudor, disfrazado por hierbas medicinales. Su respiración cayó suavemente en el rostro de Adhojan y el tragó. Sostuvo su mirada, pero temió ruborizarse.

—¿Me vas a explicar?

—Eso... Hmm.

—¿Cuándo te propuse matrimonio? —preguntó Mariska con una sonrisa de lado, un tanto burlona, un tanto curiosa.

El corazón de Adhojan pareció saltarse un pulso. De pronto, todos los pensamientos coherentes habían huido y solo pudo mirarla... Mirar sus labios.

—Yo... Tu madre... Necesitaba saber en dónde estaban.

Mariska bufó divertida y negó con la cabeza. Entonces, alguien carraspeó, Mariska se apartó con un brinco y Adhojan retrocedió. Frente a ellos, estaba Ashe, de pie, apretaba sus labios, pero sus ojos no ocultaban su pequeña sonrisa.

—¡¿Cuánto llevas tú aquí?! —preguntó Mariska.

—No mucho.

Ninguno escuchó cuando llegó, pero agradeció que lo hiciera, porque por un momento creyó que iba a morir ahogado. Mariska estaba completamente colorada, sacudió el polvo y miró de reojo a Adhojan. Por algún motivo, el estómago de Adhojan se apretó.

—Si quieren puedo dejarlos solos.

—¡No! —dijeron ambos al unísono.

Mariska sacudió la cabeza.

—¿Qué pasó, Ashe? ¿Por qué tardaron tanto?

Luego, se rascó la cabeza, sacó de su pantalón un papel que decía Udekerev. Mariska se dio una palmada tan fuerte en la frente que Adhojan y Ashe dieron un respingo.

—Tienes una suerte de mierda a veces, Ashe.

Ashe suspiró y decidió sentarse frente a ellos con las piernas cruzadas. Apartó su espada a un lado. Adhojan notó que no le importó que tocara el suelo.

—¿Pediste que te la cambiaran?

—Eh...

Mariska chasqueó la lengua y negó con la cabeza.

—Ashe, escúchame —pidió Mariska—. Si quieres más comida, pero todos tuvieron su parte y solo queda una porción, ¿qué haces?

—Eh...

—¿Esperarías a que alguien más lo tome? ¡No! Preguntas descaradamente si te lo puedes comer y lo haces.

Ashe desvió la mirada.

—Solo fue suerte.

—¡Ashe! —gritó Mariska y recalcó—. Si te dan un plato de algo que no te gusta, pero hay uno que sí, y a alguien más no le molestaría cambiarlo, ¿qué haces?

Ashe suspiró.

—Nadie quiso cambiármela.

—Ay, Ashe... —dijo Mariska—. Estoy segura de que ni siquiera pediste que te la cambiaran...

—Pero está bien —dijo Ashe—. Solo venía a avisarles.

Mariska lo miró con el ceño fruncido al escuchar aquello, incluso volteó a Adhojan para saber si estaba escuchando mal, él solo se encogió de hombros. Una resolución se apoderó de Mariska en un segundo.

—Tengo que decirle al otro imbécil que voy yo —dijo Mariska de pronto y se levantó de inmediato.

—¿Mari?

—¿Qué? —preguntó Adhojan.

—Tú, quédate ahí —ordenó a Adhojan.

Adhojan no pudo argumentar nada. Luego recordó que le prometió seguirle enseñando a defenderse, y el hecho de que si ya habían elegido quién iría, tal vez no cambiarían de opinión. Se levantó para detenerla, y Mariska entrecerró los ojos en su dirección, así que volvió a sentarse sin entender por qué era así con ella.

Mariska en zancadas llegó hacia la casa de la Dama Inkerne. Ashe la siguió de cerca para detenerla.

—Espera, Mari. No es necesario que vengas...

—No voy a dejar que vayas solo.

—¿No ibas a hablar con Adhojan?

—Mañana parte tu grupo, ¿no? —dijo Mariska y luego se detuvo y se giró hacia Ashe—. Tú no viste nada, Ashe, ¿está bien? Boca cerrada.

Ashe suspiró y asintió.

—Pero podrías quedarte para hablar con él...

Mariska pretendió no escuchar aquellas palabras, y se dirigió lo más rápido que pudo a la carpa del cartógrafo. Ahí, el hombre pequeño, con canas y lentes alzó la mirada con temor al ver a Mariska entrar sin permiso y se encogió detrás del mapa que estaba revisando.

—Yo iré mañana para lo de Udekerev —dijo Mariska—. ¿Entendido? Vaya a decirle a la Dama Inkerne.

—Pero Alerant...

Mariska entrecerró los ojos.

—Pu-puede decirle usted —dijo el cartógrafo.

—Entonces, ¿está bien?

El cartógrafo asintió rápidamente y varias veces. Mariska asintió una sola vez y salió de la carpa con las mismas zancadas largas. Ashe, que se había quedado en la entrada de la carpa la miró salir, se inclinó, pidió perdón al cartógrafo y se apuró a alcanzar a Mariska.

Supo que no tenía sentido tratar de convencerla. Ashe suspiró. Tal vez no debió cambiar el resultado del sorteo o decírselo a su amiga.

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Era de madrugada cuando prepararon los caballos para partir hacia las montañas del Rey Buitre. En total, además de Ashe y Mariska, iban otros tres guardias: el señor líder de los guardias, Dérukan y una chica que Mariska había visto antes en las noches de fogata e historias, pero que no conocía su nombre. Mientras preparaban algunos suministros en caso de tardarse más de lo previsto, un mercader se acercó con su camello.

—¿Es cierto que van a ir al viejo pueblo de los guardianes del Rey? —preguntó el hombre.

Mariska lo miró con extrañeza y esperó la reacción de Ashe, pero él estaba dándole la espalda mientras Dérukan le ayudaba a atar las riendas de su caballo. Fue entonces que agradeció la intervención del señor líder de los guardias.

—Así le conocen algunos, sí —afirmó él—. No tiene nombre como tal, pero le recomiendo ser discreto al respecto... Sabe cómo son otros kiranistas y la dinastía Ganzig.

—Ah, por supuesto —dijo el mercader—. Fui a una de las ceremonias hace más de treinta años, me preguntaba si podía volver al menos al pueblo.

—Si es para vender, me temo que no. No sabemos cuánto ha cambiado desde la toma de poder de los Ganzig, especialmente con la solicitud que enviaron —explicó Ireal—. Pero podría ir una vez regresemos, si así lo desea.

—Entiendo, señor Ireal —dijo el mercador y se retiró.

Una vez se fue, Mariska buscó explicaciones en el líder de los guardias y él solo se encogió de hombros.

—¿Cómo que el pueblo de los guardianes? —preguntó Mariska en voz baja.

El señor Ireal comenzó a explicarle mientras terminaban los últimos preparativos. El pueblo sin nombre al que iban era un pueblo al pie de las montañas del Rey Buitre, y el pueblo más cercano con acceso al Templo de Kirán, el mismo que supuestamente el Tercer Príncipe había profanado un año atrás.

A pesar de los mitos de los guardianes de Kirán en el norte, y su mala reputación en el kiranismo debido a la Dama Obsidiana, ahí, en el Valle de Serpientes los guardianes eran también conocidos como descendientes del Sol, y eran más apreciados que los sacerdotes de Kirán.

Así, mucha gente, especialmente de Drakán como de Saeehn consideraban importante al menos ascender al templo una vez en sus vidas para ver una de las ceremonias a An'Istene y a Kirán. Después de todo, eran los más cercanos al cielo y habían conservado tradiciones por años. Eran un secreto poco hablado desde antes de la caída de la dinastía kiránica.

En el pasado, en ciertas temporadas del año abrían el templo, y la gente del pueblo invitaba y guiaba a la gente hasta ahí para las ceremonias. Pero durante todo el año, cualquiera podía visitar el templo y los guardianes siempre aceptaban con amabilidad la presencia de otros. Muchos aprovechan para dejar ofrendas a los guardianes, a Kirán y a An'Istene, para que siguieran ahí por miles de años más y para que protegieran a Istralandia de las calamidades de los Ashyan.

Debido al cambio de gobierno y a la decadencia de la gente que creía en los guardianes y en el kiranismo, muchos temieron que fueran a desaparecer y por eso era un secreto para las familias del Valle de Serpientes con la esperanza de que la dinastía Ganzig no los exterminara. Al final, cuando el kiranismo renació de manera más extrema con el cambio de dinastía, a muchos les dejó de importar el destino de los guardianes.

Luego sucedió la Tercera Ceremonia del Tercer Príncipe. Nadie sabía qué pasó ahí, pero quienes todavía se preocupaban por el pueblo y los guardianes temían que no quedara nada más que escombros, bandidos y cadáveres.

Todos escucharon en silencio lo que el líder de los guardias contó. Mariska miró de reojo a Ashe para ver su reacción, para comprobar lo que estaba escuchando, pero él estaba más concentrado en luchar con su caballo para que siguiera el mismo rumbo que el resto que dudó que hubiera escuchado algo.

—¿Usted es kiranista? —preguntó Dérukan.

Ireal asintió, y miró al frente.

—Mi familia ha sido kiranista por generaciones —dijo y sonrió.

—¿Y no ha tenido problemas con las políticas de la dinastía? —preguntó Dérukan.

—Acá en el Valle de Serpientes, lo que ocurre en el norte y en la dinastía no cambia la dirección del viento —soltó Ireal—. Ha sido así desde mucho tiempo atrás.

—¿Eso qué significa? —preguntó Dérukan.

—Que nos importa mierda si el cerdo coronado piensa que el cielo es rojo—dijo Ireal y rio.

»Tal vez por eso la dinastía Ganzig sabe que sus políticas contra Kirán no funcionan acá. También saben que quedarían como hipócritas si hacen lo mismo que la dinastía kiránica hizo con los nómadas.

Mariska analizó sus palabras y frunció el ceño. Era cierto que el trato a los nómadas que vivían en el Valle de Serpientes y en los Valles de Ismatra habían mejorado respecto al pasado, pero no pudo despejar de su mente el regusto amargo. A pesar de lo que el líder de los guardias dijo, la dinastía Ganzig cazó a diestra y siniestra a todos los kiranistas en el norte, incluido su padre, la familia de Adhojan y todos los que viajaron en esa caravana. Aquellas palabras no le sentaron bien.

—Los kiranistas más extremistas también afectaron al pueblo y al templo —explicó Ireal—. La última vez que fui, había muy pocos jóvenes en el pueblo y muy pocos guardianes. Solo espero que los bandidos no hayan aprovechado.

Ashe lucía distraído. Miraba a las montañas con esos ojos llenos de vacío que Mariska temía. Ella tragó saliva, solo deseaba que el resto dejara de hablar de aquello frente a él, pero al mismo tiempo tenía curiosidad. Ella jamás había escuchado del templo hasta la Tercera Ceremonia del Tercer Príncipe, y hasta que Ashe confesó haber salido de ahí y no haber mencionado nada más.

Sin embargo, Ashe estaba escuchando cada una de las palabras de Ireal y le parecía extraño escuchar a alguien más hablar del lugar que creció y del que huyó con nostalgia. Él jamás había conocido el pueblo, porque solo los guardianes con Tercera Ceremonia podían descender, y por más que odiara tener que acercarse al templo de nuevo, también era una oportunidad para encontrar pistas de su madre en caso de no encontrar a su hermano. No supo cómo iba a explicárselo a Mariska, porque desde que pidió el cambio, pensaba hacerlo solo. Realmente no deseaba que Mariska supiera más de aquel lugar.

—¿Visitó el pueblo antes? —preguntó la otra guardia—. ¿Fue al templo?

El señor Ireal asintió y sonrió, su mirada fue a parar a las montañas, en aquel momento, el sol comenzaba a salir detrás de los picos sin nieve. En aquel momento, Ashe por fin pareció reaccionar a los ojos de Mariska y miró al señor Ireal.

—Era muy joven, Tomiris —dijo el señor Ireal.

—Entonces fue hace un milenio —se burló Mariska.

El señor Ireal frunció el ceño y Dérukan entrecerró los ojos. Mariska decidió callarse y dejó que el señor Ireal continuara.

—Fue hace ¿veintidós o veintritres? —dijo Ireal—. No lo recuerdo tan bien, pero fue la primera y última vez que fui a una ceremonia. Esa vez fui con mi madre y los hijos de mi hermano, de eso sí me acuerdo.

Ashe miró de reojo al señor Ireal. Entonces aquello había sido antes de que él naciera. Decidió escuchar.

—Fue en la Primera Ceremonia de un nuevo guardián —explicó el señor Ireal y se llevó una mano a la barbilla—. Fue bonito.

Si Ashe hubiera estado comiendo o bebiendo algo, se hubiera atragantado en el momento, en cambio, sus ojos fueron a Ireal. Deseó que hubiera recordado mal. Pronto, los ojos de Mariska cayeron sobre su espalda.

—¿Y cómo fue?

—Fue algo pequeño, pero fue algo que solo se ve pocas veces en la vida —dijo el señor Ireal—. Solo subieron algunos jóvenes de la villa, y otras dos familias además de la mía. Y por supuesto, ahí estaban los guardianes...

Tanto Tomiris como Dérukan escucharon con atención el resto de la historia. Mariska también se acercó a escuchar y Ashe se quedó en la retaguardia.

Ashe miró el phen de agua en su mano por una respuesta a una pregunta inevitable: ¿por qué los maestros no narraron eso en sus diarios? ¿Qué tanto habría visto Ireal? Sabía que pretender que aquella historia era la de alguien más, era ignorar pistas sobre por qué Morgunstjarna lo abandonó, pero escuchar aquello, y que lo narrara así le dio escalofríos y le revolvió el estómago.

—¿Se parecen a los sacerdotes de Kirán? —preguntó Tomiris.

Ireal negó con la cabeza.

—Para nada. Solo usan ropa del mismo color, pero nada más —dijo el señor Ireal—. Los guardianes protegen este mundo, a Kirán, a las almas y a An'Istene, y rezan por su liberación. Los sacerdotes, antes de que se extinguieran, rezaban a Kirán y a An'Istene para escuchar sus palabras.

»Eso y los guardianes usan espadas, no dagas.

—¿Cree que podamos ver un guardián, señor Ireal? —preguntó Tomiris—. ¿Cree que nos dejen subir al templo?

Ireal sonrió.

—Pues si no hay bandidos y si siguen existiendo guardianes... Tal vez —dijo Ireal y suspiró con tristeza—. La última vez, solo había seis guardianes, y uno de ellos ya estaba muy grande.

»Tal vez podamos ver la Tercera Ceremonia de ese guardián que vi si subimos... Tal vez.

—¿Y si ya pasó? —preguntó Dérukan.

—Por eso dije tal vez.

En aquel punto, Mariska también se había alejado y ahora trotaba a un lado de Ashe. Ella no apartó la mirada, sus labios curvados hacia abajo. Al principio, Ashe trató de ignorarla, pero después de un momento, ella habló casi en un susurro.

—¿Estás bi-...?

—Estoy bien —interrumpió Ashe.

Cuando se dio cuenta de que sus palabras tenían veneno, Ashe fingió una sonrisa y ladeó la cabeza para aligerarlas.

—¿Por qué, Mari?

—Es solo que...

Ashe temió. Temió. No quería oír eso, no de ella, no esas preguntas. Aferró las riendas en su mano.

—Solo... —comenzó Mariska y no terminó lo que estaba diciendo antes de sonreír también—. Solo dime si te sientes mal. ¿Vale? Somos amigos Ashe, para eso estoy aquí.

—Lo sé.

Pero Ashe quiso negarlo. Que necesitaba hacer eso él solo... Su corazón se estrujo. ¿Ella entendería aquello? Sabía lo mucho que lo había ayudado, pero había cosas, cosas que Ashe necesitaba hacer solo, cosas que Ashe no quería que Mariska conociera de él, cosas que le daban asco a Ashe y temía que ella averiguara. Ella era su amiga, no podía molestarla con algo así.

Continuaron el resto del camino trotando y al dirigirse a las montañas, se encontraron con un hombre en su caballo con un rebaño de ovejas y yaks. El hombre al principio parecía cauteloso y mantuvo su camino, pero luego decidió acercarse.

—¿Van al pueblo de guardianes? —preguntó el hombre con un acento pesado.

—Venimos en nombre de Udekerev —explicó el señor líder de los guardias y se acercó al hombre con su propio caballo—. Mi nombre es Ireal.

—Tengan cuidado, la gente de ahí es extraña.

»En especial tú, si eres del Confín, la gente ahí no es buena con ustedes.

Eso último se lo dijo a Ashe señalándolo. Mariska miró a Ashe, pero él la ignoró. Tampoco él entendía del todo, pero suponía que tenía que ver con lo que él mismo había leído en los diarios de sus maestros. Recordaba vagamente las palabras que la maestra mayor utilizó cuando Morgunstjarna se fue...

«Solo el mal viene del Confín, solo los Ashyan y sus hijos de sangre podrida...».

Pero la advertencia no le importó. Si había alguna pista, Ashe estaba dispuesto a preguntar y a buscar.

Al final, el pastor nómada se alejó y ellos siguieron ascendiendo hacia el pueblo a través de un camino rocoso. Aquella vez, Mariska no los guio porque los mapas no mostraban el camino, pero si esbozó la ruta mientras avanzaban. Ashe iba detrás de ella para cuidar que no resbalara en aquel camino sinuoso, y al frente el señor Ireal los guiaba. Cuando atardeció fue que vieron luces entre las montañas.

La entrada del pueblo estaba cruzando un puente de roca oscura que atravesaba un río de aguas rápidas. El señor Ireal les pidió que se quedaran ahí y solo se acercó con Tomiris hacia la entrada del pueblo. Mientras el resto aguardaba en silencio y oscuridad, Ashe alzó la mirada en dirección al templo.

«Volví... perdón».

Después de unos momentos, el señor Ireal y Tomiris regresaron con una anciana y un anciano. Ambos sonrieron al mirar al resto del grupo y les dieron la bienvenida al pueblo. Aquella noche, les ofrecieron un lugar para dormir, comida y mantas para pasar la noche. Les hicieron preguntas sobre la caravana y los usuarios del Kevseng e Ireal explicó por qué no los habían traído todavía. Luego de hablar, fueron a dormir en la planta superior de aquella casa hecha de roca oscura.

Oscuridad total. Ni una sola lámpara, ni un solo cristal solar que alumbrara aquella habitación. El corazón de Ashe pulsaba con fuerza contra sus oídos, y pronto, los ronquidos y las respiraciones del resto se convirtieron en nieve, en silencio. Ese mismo silencio que creyó que no volvería a escuchar, que temió cada día de ese último año y que solo se convirtió en un recuerdo que quizá jamás pasó, volvió en aquel momento.

Sus ojos se humedecieron y su garganta se ató en un nudo. Tragó saliva y cerró los ojos.

«No estás en el templo. No eres un guardián, no estás en el templo, no eres un guardián».

Se repitió aquello una y otra vez para dormir, pero parecía que ahí no tenía efecto.

Y luego, eso. Comenzó como una punzada ligera que presionó su pecho y continuó hasta quemarlo. Aferró la marca en su pecho y apretó los ojos, enterró sus dedos alrededor del sello de pájaro hasta que la sensación le recordó a la vez que lo marcaron en su piel.

—Al final volviste...

La maestra mayor lo veía desde arriba. Era una sombra indistinguible, solo un manchón en la oscuridad inclinándose sobre él, su cabello cayó hacia Ashe hebra por hebra y él contuvo la respiración. Alzó un poco la mano. Si la tocaba... Si la tocaba se volvería arena, era de arena, era un sueño.

—¿Ashe? ¿Estás despierto?

Era la voz de Mariska, los ojos de Ashe se ajustaron, pero arriba de él no había nada. La maestra mayor jamás estuvo ahí. Tardó en responderle a Mariska, el dolor estaba menguando, y suspiró lentamente.

—Sí.

No recibió respuesta por un buen rato y pensó que Mariska se había dormido para entonces. Ashe miró el techo de roca oscura y aguardó... Supo que aquella noche, incluso si lo intentaba, no podría dormir. No al menos con la opresión en su pecho, ni con el ardor remanente en su piel y en su cuerpo entero. Entonces, Mariska decidió hablar de nuevo.

—¿No puedes dormir?

Ashe no quería preocuparla...

—¿Se te terminó el incienso?

Ashe no respondió de nuevo y apretó los labios. Quiso mentirle, pero quizá era efecto de la falta de sueño y del dolor que le impidieron pensar coherentemente.

—Perdón.

—¿Ashe?

No pudo responder y cerró los ojos.

Si hubiera sido honesto con ella, ¿ella habría entendido? Era la pregunta que no paraba de repetirse. Realmente quería seguir siendo su amigo, realmente quería pertenecer a su familia de la manera en que ella lo consideraba... Realmente anhelaba vivir con los Alerant más tiempo, pero solo se llevaban conociendo un año. Un año no se comparaba con veinte siendo un guardián.

—¿Ashe?

—Perdón... No puedo dormir —susurró Ashe y aligeró el tono para que Mariska no se preocupara.

—¿Quieres escuchar un cuento?

Ashe se mordió la mejilla... No quería que Mariska hiciera eso por él.

—No sabes contar cuentos, Mari... —dijo Ashe—. La última vez con Dayan, lo que dijiste lo recitaste, ¿verdad?

—Vaya que funcionó con ese cretino —dijo Mariska animada de pronto.

Dérukan se removió en una cama contigua y se quejó. Cuando Mariska se dio cuenta de que había alzado la voz demasiado, comenzó a susurrar.

—Entonces, ¿te cuento un cuento?

—Solo vas a terminar sin dormir...

—¿Y eso qué? —preguntó Mariska—. Cuando era niña mis abuelos me contaban cuentos y servían muy bien para dormir.

»Tal vez por eso no recuerdo ninguno.

—No sé si pueda...

—Bueno, pues solo escucha y respira despacio, ¿está bien?

Ashe exhaló lentamente con los ojos en el techo. Se giró para mirar a Mariska. No lograba distinguir su rostro en la oscuridad, pero supo que estaba sonriendo, ella siempre le sonreía.

—Había una vez...

—Mari...

—Shh, déjame continuar, cierra los ojos y respira profundo.

Ashe suspiró.

—Nada de suspiros. Cierra los ojos y respira profundo —ordenó Mariska.

—Está bien.

Ashe obedeció. La oscuridad y las sombras del cuarto desaparecieron detrás de nada y escuchó el cuento de Mariska. Era terrible, algunas partes eran divertidas y Ashe sonrió al escucharla reír, y en algún punto, Ashe dejó de escuchar su voz de poco en poco.

Frente a él, un sueño. Algo inalcanzable. Atardecía en un lugar desconocido, pero supo que quería dormir ahí. Supo que quería quedarse ahí por una eternidad. Quiso aferrarse una vez más a aquel lugar de una eternidad tranquila... Solo un poco más.

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Los buitres volaban sobre su cabeza, a punto de devorar una promesa que no pudo pronunciar y mucho menos cumplir. Este era el fin de quienes traicionaban a Kirán después de todo, y ni siquiera años como su estudiante, como su aprendiz, como su lacayo, como su hijo podían salvar a Drava de la ira de un sacerdote de Kirán. Ahora solo quedaba desangrarse frente a él... No iba a mirarlo al rostro, era la única dignidad que se podía permitir.

—Puedes arrepentirte de tus pecados, puedes confesar lo que sabes, Drava —susurró el sacerdote a su lado—. Al menos así te purificaré en cuanto mueras.

Drava no lo miró ni siquiera así. Apenas pudo hablar, tenía mucho sueño. ¿Cuánto tiempo llevaba así? ¿Cuánto tiempo más debía de seguir ahí?

—Mentiste...

—Tú mentiste. Tú desobedeciste a tu rey. Tú desobedeciste las palabras de nuestro rey. Toda tu vida lo has hecho. Si ibas a impedir que encontráramos al guardián, entonces esto es lo mejor.

»¿Qué crees que hubieran hecho tus padres en mi lugar?

¿Sus padres? Había pasado tanto tiempo desde que vio sus rostros que ni siquiera recordaba sus voces o sus nombres, pero siempre que pensaba en ellos su boca se agriaba. Kiranistas. Kirán. Servidores. Rey. Devotos. Dios. Toda su vida le había rezado por ellos, era una costumbre desde niño y hasta entonces. «Si no le rezas, si no le hablas, si no crees en él, si no escuchas su voz, ¿crees que te permitirá ascender al Sol? ¿Crees que te dejará vivir otra vida? ¿Crees que no va a permitir que te pudras al morir?».

Iba a morir y solo podía pensar, ¿por qué le rezaban a un Rey Buitre?

El sacerdote de Kirán que lo crío en lugar de sus padres tenía razón: ellos hubieran hecho lo mismo que él estaba haciendo. La diferencia era que sus padres lo hubieran hecho en público...

—Sabías cuál era tu única labor y fallaste. Buscabas gente muerta, Drava —dijo el sacerdote y se acercó a él—. Sabías cuál era la única condición para nuestra promesa y fallaste.

»Pero sabes del guardián de Kirán, así que confiesa. ¿Qué lograste averiguar?

Drava lo miró de reojo, pero no respondió. Lo supo antes y lo supo en aquel momento, Adhojan y Mires tenían razón al decir que era imposible razonar con ellos y había sido demasiado ingenuo creer en sus palabras en lugar de huir y llevarse a rastras a Herkaj y a Sarvaz. No había forma de escapar de ellos cuando te seguían, cuando te buscaban, cuando vigilaban cada uno de tus pasos y cuando decidían que ya no eras necesario.

Cerró los ojos. Solo esperaba que el resto pudiera huir de aquel lugar.

Los abrió cuando el sacerdote lo tomó por el cuello de su ropa y lo alzó, aquel acto le envío punzadas a su cuerpo entero, pero no pudo protestar ni moverse, todo su cuerpo estaba herido, sangraba. Solo podía sentir la sangre empapar sus ropas oscuras. Aferró la mano del sacerdote, pero el agarre era débil.

—¡Habla! —gritó y sacó su cuchillo—. Sabes lo que te espera de todas formas, así que haz una última cosa por tu rey...

¿Por su rey? No había rey en el mundo para él. No existía una corona que mereciera arriesgar la vida de Mires y Adhojan.

El sacerdote colocó su cuchillo contra su estómago de nuevo. Al ver la hoja oscura, aferró con más fuerza la mano del sacerdote en su cuello y se inclinó hacia adelante.

—Házlo. Termina esto...

El sacerdote entonces apartó su mano arrugada, lo empujó hacia la roca y se levantó. Lo miró desde arriba con odio, con el desprecio que solo ellos podían mostrar. Entonces, otra sombra de negro se acercó al sacerdote, era una vieja amiga de otro grupo, que apenas lo miró desangrarse así su cara se llenó de asco.

—Sacerdote, se acerca un grupo de soldados.

El sacerdote asintió.

—No tiene caso... No va a decir nada.

—¿Quiere que lo maté?

—No, eso es benevolencia con un traidor. Deja que lo devore el desierto —dijo el sacerdote.

No le dio una última mirada a Drava, ni él, ni aquella amiga, y se retiraron en silencio hacia el calor del desierto. Solo quedó él, solo, tirado y sangrante. Cerró los ojos. Si hubiera sido más fuerte, si hubiera sido más valiente... Escuchó el trote de los caballos, se detuvieron frente a él y Drava abrió los ojos.

Ganzig... Supo quien era de inmediato. Drava cerró los ojos de nuevo.

—Alteza...

—Hay cosas más importantes que un kiranista a punto de morir —dijo una voz firme—. El desierto lo devorará.

Sí, así era mejor. Al menos podía descansar...

«Perdón, Herkaj, Sarvaz».

Frente a él, un sueño. Iba a quedarse ahí por una eternidad. Dejó de aferrarse a aquel mundo y deseó, en otra vida, jamás haberse cruzado con los kiranistas.

N/A 03/08/2024

Tuve que dividir el capítulo en dos partes porque si no iba a ser eterno. Esta va a ser la última nota de autora :p ehe. Las actualizaciones seguirán cayendo en 3 y 18 de cada mes, y si hay una especial, voy a avisar en mi muro.

Próxima actualización: 3 de septiembre

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