8.4. Aquello perdido en el desierto
Incluso si Adhojan siguiera trabajando para su tío, jamás hubiera aceptado algún pedido que involucrara a Dawá, el Segundo Príncipe de Istralandia. Era un bastardo. Pero Adhojan también tenía una de las peores suertes del mundo y así terminó en un dilema justo debajo de sus narices. Y con una jaqueca terrible tanto por las cartas del Tercer Príncipe que no paraban de llegar preguntando por avances como por el sacerdote que se pegó a él como estiércol en el zapato.
Adhojan tenía un límite como todos los humanos normales, y el sacerdote ya lo había alcanzado. La tentación de entregarlo él mismo a Dawá o a algún soldado en Tiekarnan con esperanzas de que lo degollaran como gallina crecían día con día. ¿Por qué había aceptado que se uniera a él?
—¡La dinastía Ganzig va a caer! ¡Nos quitaron el reino de gloria que el Rey de Reyes creó! —gritó debajo del farol solar—. ¡Solo nosotros podemos librarnos de la profecía!
Adhojan, que había permanecido ocultó entre la multitud, suspiró profundamente. Era suficiente. Estaba harto de involucrarse con los fanáticos de su tío. Se subió la capucha y fue hacia la multitud para acercarse al sacerdote de Kirán.
—¡No olviden quién es el verdadero Rey! ¡La dinastía Ganzig nos quitó lo que era nuestro!
Adhojan se abrió paso entre la multitud y una vez llegó al centro, se ajustó más la capucha. La gente escuchaba con curiosidad la palabrería ridícula del sacerdote, algunos lo miraban con burla y otros parecían estar de acuerdo.
—¡Soy de los últimos sacerdotes de Kirán! ¡Kirán y An'Istene me han bendecido con conocimiento! —gritó el sacerdote.
Alguien dejó monedas en sus pies antes de darse la vuelta.
—Seguro es un charlatán... —murmuró una mujer a nadie en específico.
—¡Kirán me bendijo con su marca! ¿Quieren verla? —exclamó el sacerdote—. ¡Por su falta de fe es que los Kirán no los escucha!
Adhojan suspiró y se dio una palmada en la frente. Los sacerdotes de Kirán realmente sabían cómo humillarse... A veces era difícil creer que esa misma gente tomaba decisiones importantes para el país durante la dinastía kiránica.
—¡Escuchen bien! ¡Les diré cómo deshacerse de la profecía! —comenzó el sacerdote—. ¡La profecía que el Ashyan dijo hace años!
Ante la mención de la palabra Ashyan, algunas personas contuvieron sus alientos, otras retrocedieron.
—¡Necesitamos encontrar al guar-...!
Antes de que pudiera terminar, Adhojan ya había entrado y había jalado su mano. El sacerdote de Kirán se quejó.
—Oye, ¿qué haces? Dijiste que me ayudarías.
—No seas imbécil —suplicó Adhojan.
La multitud se abrió paso y les permitieron pasar, pero el sacerdote no estaba satisfecho y trató de repetir lo que quería decir, Adhojan le cubrió la boca y lo arrastró lejos de ahí. A pesar de las pataletas y los jaloneos, Adhojan lo arrastró hasta un callejón solitario. El sacerdote entonces lo mordió y Adhojan lo arrojó a un rincón antes de agitar su mano.
—¡Me mordiste!
El sacerdote tenía mala cara.
—Prometiste que me ibas a ayudar con la misión de tu tío.
—No seas imbécil —repitió Adhojan—. ¿Crees que si gritas eso en la calle lo vas a encontrar más fácil?
—Tal vez yo no, pero algún fiel a Kirán sí —dijo el sacerdote—. Ah, ¿te imaginas lo feliz que estará tu tío y todos cuando sepan que nosotros encontramos a ese traidor?
»¡Tal vez hasta nos dejan degollarlo!
El golpe resonó por el callejón. El sacerdote se sostuvo la cara desde el suelo y Adhojan lo miró desde arriba. Su mano ardió, pero no sintió ni un poco de remordimiento con la mirada que el sacerdote le dio. Siempre había odiado eso de los sacerdotes de Kirán... Para ellos cualquiera que traicionara a Kirán o sus tradiciones merecía un castigo, para ellos la gente que no creía en Kirán merecía sufrir. Le avergonzaba admitir que no tenía mucho tiempo que comenzó a cuestionar esas ideas.
—Estás hablando de una vida —dijo Adhojan.
—¿Lo estás defendiendo? ¿Tú? —rio el sacerdote—. ¿Si sabes que nos vamos a extinguir por ese imbécil?
Adhojan cruzó sus brazos.
—Kirán protege las vidas de todos los que viven en este país. ¿Crees que te perdonará si escucha cómo su legado habla de otras vidas?
El sacerdote se levantó.
—¡Nuestro Rey fue asesinado por uno de sus guardianes!
—Kirán fue asesinado por un monstruo. Eso no era un humano, era un Ashyan...
—¿Y qué es entonces el guardián de Kirán que huyó? ¿Eh?
Adhojan se quedó sin palabras, pero no respondió. Ni siquiera él lo sabía. Si los mitos eran ciertos, entonces ese guardián estaba lejos de ser un humano. Lo que había salido del templo mil años atrás jamás había sido humano, quienes huían de ahí se volvían algo más. Pero había conocido a Ashe, había vivido días con él antes de confirmar que sirvió a Kirán, y no podía imaginar la posibilidad de que fuera a convertirse en un Ashyan o de cómo se suponía que iba a ayudar a Altan. No estaba seguro de nada.
Sabía que Ashe no era una mala persona, pero era difícil para Adhojan aceptar que compartía similitudes con la Dama Obsidiana. Y, sin embargo, existían: la espada de hierro negro, el Ashyan, y su nula fe en Kirán... Sin duda iba por el mismo camino.
Por eso no podía dejar que Mariska se involucrara, y mucho más importante, no podía dejar que los sacerdotes de Kirán, su tío o alguien además de Altan encontrara a Ashe o descubrieran su identidad. Lo cierto es que al final de todo, no quería ver a Ashe desangrándose por una profecía sacada del culo de los sacerdotes de Kirán...
—¿Ves? Ni siquiera sabes lo que dices. Un año sin nuestras palabras y el mundo te confundió —dijo el sacerdote y se levantó—. ¿Por qué no vuelves con tu tío? Él seguro te explicará.
—Cállate —pidió Adhojan.
—¿Qué? ¿No te gustaría vengarte por lo que le sucedió a Kirán? —preguntó—. Incluso podríamos vengarnos de la dinastía Ganzig. ¡Vamos a recuperar la dinastía!
La jaqueca de Adhojan le perforaba la cabeza en aquel punto. ¿Qué clase de educación estaban recibiendo los sacerdotes de Kirán para terminar así? Primero los Ashyan en el desierto, luego este...
—Haz lo que quieras —dijo Adhojan y se dio la vuelta—. Adiós.
—Bien, entonces si encuentro yo solo al guardián de Kirán, no te daré nada del crédito, ¿vale?
Adhojan no respondió. Necesitaba aire fresco luego de estar con ese imbécil por días.
—Nos vemos aquí en tres días —fue lo último que dijo Adhojan antes de subirse la capucha.
Escuchó al sacerdote bramar insultos de todo tipo, pero ya se vengaría de esa rata después. Adhojan necesitaba espacio si quería hablar con Mariska, si iba a encontrar a Ashe y si iba a llevarlo frente al Segundo Príncipe.
Avanzó a través de las calles hasta que estuvo seguro de que no había forma de que lo siguieran, y así, buscó un callejón solitario. Se sentó donde la luz apenas iluminaba y abrió la última carta que Altan le envió.
«¿Vas a seguir sin responder mis cartas? Mi hermano está cerca de Tiekarnan. Dijiste que ahí te encontrarías con el guardián la última vez. Necesito que respondas, recuerda que tu hermana sigue conmigo».
Mires... Su hermanita.
Su plan fue estúpido desde el principio, desde que él la escuchó y decidieron ocultarse del resto de los kiranistas. Si no hubiera visitado a Mariska, ambos estarían fuera de Vultriana, lejos de todas esas idioteces y en una nueva vida. Pero fue egoísta, y su egoísmo causó eso. Mires estaba en manos de un loco que en cualquier momento se podría volver un Ashyan y él lentamente regresaba el camino hacia su tío.
Por supuesto, planeaba asesinar al Tercer Príncipe una vez recuperara a su hermana, pero ese era otro problema. Por ahora necesitaba que Mariska le creyera, tal vez entendería si le decía lo de su hermana y no protestaría si Ashe se iba... O tal vez Ashe aceptaría si lograba convencerlo. Él conocía a Altan. Solo esperaba que ese imbécil no hubiera mentido. Gruñó.
Necesitaba acercarse al campamento, pero con Dawá cerca, era imposible, por lo que la mañana siguiente pasó el día buscando papel y tinta. Y una vez lo logró, escribió un mensaje para Altan, lo metió dentro del pájaro mecánico y lo lanzó al aire. Mientras lo veía volar fuera de la ciudad, escuchó personas hablando cerca de una vieja estatua de Kirán, le rezó y se acercó.
—Lo vi salir de una tienda —dijo una mujer.
—Pobres. ¿Crees que los haya amenazado?
—Al menos ya se fue.
—Dicen que mató a algunas personas de la caravana que llegó hace unos días porque se involucraron con un Ashyan.
—¿En serio?
Adhojan se dio la vuelta. Los rumores solo eran eso, así como las profecías podían evadirse. El Segundo Príncipe solo mataba a los remanentes de Kirán que no profesaban su lealtad a la dinastía Ganzig, a los bandidos y a los traidores. Pero si ya no estaba en Tiekarnan, tenía una oportunidad para encontrar a Ashe, alejarlo de ella y convencerlo... o recurrir a la violencia.
Sí, era un mejor plan, mientras ella no los viera. Ella entendería después... Era un tonto. Mariska por supuesto no iba a entender, pero ya se había hecho la idea de que se molestaría con él el resto de su vida, y él no la volvería a ver jamás. O tal vez sí leyó su carta.
Adhojan se dirigió a las orillas de Tiekarnan, al campamento de la caravana recién llegada. Para entonces la noche estaba cayendo y confirmó algunos de los rumores: el príncipe Dawá de verdad se había marchado. Eso y que nadie había muerto, porque parecían estar celebrando.
Oculto cerca de una de las carpas, vio a dos personas alejarse del grupo. Uno de ellos parecía un errante del Confín, o quizá solo un hombre del Confín, el otro era un joven musculoso con mirada seria. No planeaba escucharlos hasta que el errante habló:
—La señorita Mariska le dio la dirección a la Dama Inkerne.
Adhojan los miró, uno de ellos sacó un papel.
—¿Por qué no viene ella?
—Porque ella no sabe que vamos a ir, señorito Dérukan —dijo el hombre del Confín—. Así que no le digas nada.
—Vale, vale. ¿Crees que le dijo a Ashe?
—Igual debemos de hacer que firme.
Eso fue suficiente para seguirlos de regreso a la ciudadela. Los dos caminaron hombro con hombro, pero pronto terminaron dando vueltas en círculos... Adhojan se preguntó si se habían dado cuenta de que los seguían, pero cuando regresaron al camino, Adhojan suspiró. Al final llegaron a una tienda de costura. Adhojan frunció el ceño... Recordaba que Mariska mencionó algo de su hermana, pero no algo así.
¿Élona ahora vivía ahí? ¿Con quién se casó? ¿Tanto habían cambiado sus vidas desde la última vez que jugaron todos juntos? Su corazón se estrujo un poco... Quería saludarla. Pero sabía que no lo reconocería, y además había otros asuntos que atender. Apretó los ojos.
Aguardó fuera de la tienda para comprobar, y justo como creía, unos minutos después, sentado a la luz de la luna mientras quitaba las astillas a su ballesta bajo la luz de la luna y sobre un tejado, salieron los dos hombres, una mujer con rasgos similares a Mariska, un hombre y Ashe. Adhojan preparó sus armas. Lo sabía.
Ahora necesitaba alejarlo de ellos. Antes de seguir, Ashe se detuvo y miró al cielo, a la luna, y a la dirección de Adhojan. Se lanzó como pudo del otro lado del tejado, pero resbaló en el techo inclinado por la arena, se golpeó la espalda y ahogó su quejido.
—¿Otra vez se están peleando los gatos de los vecinos? —preguntó Élona—. Por An'Istene...
—Nunca dejan dormir —se quejó el hombre.
Ashe rio un poco. Adhojan permaneció aferrado con una mano al tejado y con otra se aferró a su ballesta. Se giró cuando escuchó pasos, se levantó y bajó del tejado con un salto.
Los siguió a través de las calles, se escondió con su capucha y entre los puestos mientras los veía hablar y al mismo tiempo se preguntó cómo iba a decirle a Ashe, cómo iban a salir de la ciudad sin que nadie lo notara y cómo iba a llevarlo frente al Tercer Príncipe.
Cuando por fin llegaron a la caravana, se quitó la capucha, había más personas vestidas de negro además de él, y para que no sospecharan, camino como si nada por el campamento mientras seguía a Ashe. Vio como lo guiaron junto a Élona y su esposo al centro del campamento, donde había una fogata más grande. Adhojan bufó molesto. Iba a ser más difícil de lo que pensaba.
Entonces, la hermana de Mariska y su esposo se retiraron y pensó si era buena idea acercarse. Tocó la ballesta en su espalda, debajo de su capa, la madera enterró algunas astillas en sus dedos y asintió. Antes de poder dar el primer paso, una mano aferró su hombro y lo detuvo. Ni siquiera intentó tomar un arma. Era Mariska.
—Adhojan, es un placer verte de nuevo —dijo Mariska con una sonrisa insincera.
«Mierda...». Supo que la había cagado.
—Yo... Yo... Mariska, necesitamos hablar.
—Necesitamos hablar —confirmó Mariska.
Antes de que Adhojan pudiera decir algo más, Mariska lo arrastró de la mano a través del campamento. Por un momento, Adhojan recordó el Festival de las Flores de un año atrás y se dio cuenta de que el agarre de Mariska no era el mismo que aquella vez, incluso estaba encajando sus uñas en su piel.
—¿Leíste mi carta?
Mariska se mofó, y Adhojan deseó haberse callado, y tal vez no haber enviado la carta. No, había sido descuidado, debió hablar con Ashe antes de que regresara al campamento. Mariska lo arrastró hasta que estuvieron lejos de todas las luces y el fuego. Lo soltó y lo miró.
En sus ojos había algo que no había visto en Mariska antes, no pudo descifrarlo y no quiso averiguarlo, retrocedió. Ella negó lentamente con la cabeza y Adhojan buscó las palabras.
—No puedes seguir viajando con Ashe.
—Ajá —dijo Mariska con desinterés y cruzó los brazos.
—Escuché lo que le sucedió a la caravana —dijo Adhojan.
—¿Oh?
Mariska alzó las cejas con interés fingido. Adhojan tocó las astillas en sus dedos, ardieron. No tenía otra opción, necesitaba decírselo para convencerla.
—¿Sabes por qué les atacó un Ashyan, Mariska? —preguntó Adhojan—. ¿Sabes que Ashe es un guardián de Kirán? Justo como la Dama Obsidiana.
»Ashe es peligroso, Mari... Seguro su espada, su sangre atrajeron al Ashyan a la caravana. Si Ashe los escucha, va a terminar volviéndose un...
Mariska se quejó audiblemente y Adhojan interrumpió sus palabras. Ella descruzó los brazos, se llevó una mano al puente de la nariz.
—Adhojan, ¿en serio? —preguntó Mariska—. Después de todo...
Mariska gruñó y se apartó la mano de la cara.
—¿En serio, Adhojan? ¿Es en serio? —repitió Mariska—. ¿Ashe convirtiéndose en un Ashyan? ¿Crees que eso tiene sentido?
»¿Y tu viaje? ¿Lo abandonaste por esto? ¿Por qué? ¿Por qué vienes a decírmelo ahora?
Lucía cansada, tenía ojeras y los ojos rojos. Se pasó la mano por el cabello y volvió a suspirar.
—¿Vas a explicarme?
—Mari... No tengo tiempo de explicarte.
—Entonces vete. No quiero escuchar nada de ti —dijo Mariska.
—Mari...
—¿Qué? ¿Quieres que crea todo lo que dices? ¿Que escuche todo lo que tienes que decir como si no estuvieras diciendo tonterías de mi amigo?
»¿Quieres que te escuche después de irte dos veces?
Adhojan inhaló profundo, en situaciones así solía mantenerse calmado, pero no sabía por dónde comenzar y verla así no ayudó. Adhojan debajo de su capa llevó su mano a la ballesta, presionó los dedos hasta que las astillas se enterraron en sus dedos.
—Es complicado, pero sí —dijo Adhojan—. Te explicaré todo, pero quiero que me escuches.
Mariska entrecerró los ojos. El corazón de Adhojan se apretó. No se había alegrado ni un poco de verlo de nuevo... Se relamió los labios.
—La carta que te mandé tenía un sell-
—Tenía el sello de la dinastía Ganzig —interrumpió Mariska y farfulló muy bajo—. Obviamente leí tus cartas.
—Pasó algo con Mires —soltó Adhojan—. El Tercer Príncipe la capturó...
Mariska por fin lo miró con más que molestia, vio preocupación en sus ojos en un instante, pero desapareció de inmediato. Adhojan suspiró aliviado al saber que al menos escucharía esas palabras.
—Él me pidió buscar al guardián de Kirán que conoció en su Tercera Ceremonia a cambio de ayudarnos a escapar.
—¿Qué? —preguntó Mariska, abrió la boca y la cerró varias veces, Adhojan supo que había miles de preguntas pasando por su cabeza en aquel instante—. ¿Por qué Ashe? Ashe no es...
Mariska se calló.
—Eso sigue sin explicar mucha cosas, Adhojan —dijo Mariska y cruzó sus brazos de nuevo—. Decir que Ashe es peligroso...
Adhojan inhaló profundo antes de explicarlo.
—Mari, no puedes seguir viajando con Ashe.
—¿Otra vez con lo mismo? Adhojan, incluso si lo que dices es verdad...
—No, Ashe es peligroso —reafirmó Adhojan—. Él conoce a esa gente, él tiene relaciones con esa gente. No podemos confiar en él, ¿recuerdas la vez que te dije que entró a las murallas?
—Es un malentendido —zanjó Mariska sin sonreír ni un poco como antes—. Ni siquiera tienes pruebas de lo que dices.
—No me importa si me crees o no, Mariska —dijo Adhojan—. Voy a mantenerte a salvo. Incluso si Ashe no es peligroso, alguien que sí lo es lo está buscando.
»¿Y además, qué tal que se corrompe como la Dama Obsidiana? ¿Y si se vuelve un Ashyan?
Mariska se mofó con amargura, lo miró con los ojos en blanco.
—¿De verdad crees lo que estás diciendo? ¿Ashe es igual que la Dama Obsidiana? ¿Ashe se va a convertir en un Ashyan? ¿Ashe conoce al Tercer Príncipe? ¿Ese imbécil lo está buscando? —preguntó Mariska—. ¿Estás escuchando lo que dices, Adhojan?
—Mariska, por favor, escúchame. Lo que pasó con el Ashyan en la caravana, ¿crees que Ashe no tuvo nada que ver con eso? ¿De verdad lo crees?
»¿Crees que si sigues viajando con él no va a suceder algo similar? Esta vez fue un Ashyan moribundo, sin cuerpo y con sus sirvientes, y apenas sobrevivieron, pero ¿y si la siguiente vez es otro Ashyan?
Adhojan meditó sus palabras, se relamió y susurró la siguiente parte con miedo:
—¿Y si es Ashyan Ahrim?
Se estremeció y la temperatura descendió un instante. A diferencia de lo que Adhojan esperaba, Mariska no reaccionó, ni siquiera ante la mención de aquel nombre prohibido. Decidió continuar, necesitaba convencerla por su hermana y por ella.
—Mariska, él es un guardián de Kirán, ¡es lo mismo que la asesina de Kirán! —dijo Adhojan—. Sabes qué le pasó a ella.
»Si él viene conmigo, todo estará bien una vez se reúna con ese príncipe...
Mariska no se inmutó, lo miró en silencio, por más que Adhojan continuó con lo mismo. Hasta que hizo una mueca.
—Adhojan, lamento lo que pasaste —dijo Mariska con sinceridad.
Adhojan se detuvo. Fue como una puñalada al pecho, fría, incapaz de ignorarla, especialmente viniendo de ella, pero se contuvo de hacer cualquier expresión o decir cualquier cosa. No continuó al ver que Mariska quería seguir hablando.
—¿Estuviste todos estos años con kiranistas puros?
—Mari... —dijo Adhojan y ella lo miró con los ojos en blanco—. Hasta hace un año... Mi tío...
—¿Ya escuchaste cómo estás hablando?
Fue una bofetada. Adhojan cerró la boca. Eran las mismas palabras que su hermana le dijo año y medio atrás, antes de atacar a Altan, eran las palabras que le repitió después. «¿No ves lo que estamos haciendo, Adhojan?». De pronto la luna solo parecía observarlo a él y solo a él, al legado de un rey muerto, la sangre que sobrevivía mil años después. Retrocedió unos pasos. Pero no había dicho nada raro...
—Ugh... —dijo Mariska—. No quería hacer esto...
Antes de que Adhojan pudiera reaccionar, Mariska se aproximó a él y le pateó una pantorrilla, él se quejó y retrocedió con brincos. Al alzar la cabeza, ella tenía un puchero en los labios.
—¿Qué vas a hacer si te digo que no? —preguntó Mariska—. ¿Qué vas a hacer, Adhojan?
Adhojan se recompuso como pudo y miró con firmeza a Mariska.
—No voy a aceptar un no.
—No.
—Mariska, ya te lo dije.
—¿Y?
—Ashe es un guardián de Kirán.
—¿Y? —preguntó Mariska—. ¿Tanto quieres que te patee de nuevo? Puedo hacerlo toda la noche...
—¿No te importa que te mintiera?
—Ashe no es un guardián de Kirán, él ya no lo es —dijo Mariska y sonrió—. Sigue. Ya son dos patadas y un gancho al estómago.
—¿Dos? —preguntó Adhojan y carraspeó—. Mariska, no estás entiendiendo...
No pudo reaccionar a tiempo cuando el puño de Mariska se estrelló con su mejilla. Él trastabilló hacia atrás y la miró, ella sacudió la mano y luego la frotó.
—¡¿Y eso?! ¡No dijiste que iba a ser un golpe a mi car-...!
—Estoy entendiendo perfectamente, Adhojan. Pero ni lo que tú digas, ni si viene ese tal príncipe o si tengo que enfrentarme a otros cien Ashyan yo sola de nuevo...
Adhojan se frotó el rostro. Al menos no había dolido tanto.
—¿De nuevo?
—No me importa. No voy a dejar que se lleven a Ashe —dijo Mariska—. Y sí, de nuevo.
Mariska sonrió por fin, alzó el mentón con determinación.
—Deberías tenerme más miedo a mí que a Ashe. Yo maté a un Ashyan —confesó Mariska como si estuviera hablando de cualquier otra cosa—. ¿Cuántos has matado tú? ¿Eh?
Adhojan bufó, y rio un poco, no apartó la mano de donde le golpeó. Adhojan podía pensar lo que quisiera de ella, podía recordarla vagamente, a veces se sentía más como una extraña, pero había cosas en ella que no habían cambiado. Dejó de reír cuando ella lo pateó de nuevo.
—¿De qué te ríes? —dijo Mariska—. Es en serio. No vas a llevarte a Ashe, y no quiero que se lo menciones.
—Mariska.
—Mariska nada, o te vas de aquí y no le dices nada, o voy a colgarte de uno de los molinos de Tiekarnan.
—Mariska, no estás siendo rac-...
—Le prometí a Ashe que buscaríamos a su madre, así que una vez la encontremos, solo si él quiere le dirás y no lo obligarás.
—Pero Mires...
Mariska se calló de pronto y suspiró.
—Adhojan, ¿de verdad vas a intercambiar a una persona por otra? —preguntó Mariska e hizo una mueca.
—No sé qué le puede hacer ese imbécil...
—Lo mismo con Ashe, Adhojan —dijo Mariska—. Tú hermana me importa, pero Ashe también me importa. Y no lo voy a enviar con un loco solo porque él te lo pidió.
—Mariska... —llamó Adhojan—. Si le decimos a Ashe, seguro él entenderá. Altan y él se conocen.
Ella suspiró.
—Basta, Adhojan, basta —dijo Mariska—. Tú no sabes nada. Nada de nada. Sé cómo es Ashe...
—Mariska...
—Si le dices algo, juro que te mato con mis propias manos.
No estaba bromeando. La luna iluminaba pobremente sus ojos, pero no brillaban bajo su luz. Adhojan se mantuvo firme de todas maneras, aunque sabía que ella no iba a cambiar de opinión.
—Mari... ¿por qué no me dijist-...?
Ambos giraron sus cabezas con la voz. Ashe caminó dando trompicones y frotándose un ojo.
—¡¿Ashe?!
Se detuvo frente a ambos y miró a Adhojan un buen rato, cerró y abrió los ojos varias veces.
—Mari, ¿sabías que Kirán en realidad...?
Antes de poder terminar lo que estaba diciendo, Ashe trastabilló hasta apoyarse en el hombro de Adhojan, hizo una mueca, se inclinó y vomitó. Para entonces, fue demasiado tarde para que Adhojan se apartara y solo pudo resignarse. Al menos retrocedió un poco para que no le cayera todo.
—Ugh, Ashe... —se quejó Mariska y apartó la mirada—. Si estabas con Élona.
Entonces, alguien más llamó por Ashe y cuando esa persona cruzó detrás de las carpas, se congeló al ver la escena, su mirada pasó de Mariska a Adhojan y luego a Ashe. Mariska miró a Dérukan con mirada asesina, y él caminó con cautela hacia Ashe.
—¿Qué les dije de traer a Ashe? —preguntó Mariska y se dio una palmada en la frente.
Ashe se incorporó y miró a Mariska mientras se limpiaba el rostro. Tenía ojeras y se veía pálido, Dérukan se acercó a él.
—Perdón por tocarte.
Dérukan pasó su brazo alrededor de sus hombros y Ashe no protestó. Luego, Ashe miró a los pies de Adhojan, y luego a su rostro, hizo una mueca lamentable y se apartó de Dérukan. Colocó sus manos en círculo frente a él.
—Lo lamento, deshonré... deshonré... —dijo Ashe y alzó un poco la mirada—. ¿Lo deshonré?
Ashe rio un poco. Adhojan hizo una mueca, pero ya se había resignado a su mala suerte aquella noche, así que solo suspiró. Quiso quitarse la capa, pero no pudo hacerlo por sus armas. Ashe trató de inclinarse, pero se desvió y Mariska y Dérukan lograron atraparlo a tiempo. Mariska se dio una palmada en la frente.
—Ashe, te dije que te quedarás con Élona... —regañó Mariska y luego miró a Dérukan—. ¿Le diste de beber?
—Solo bebió del ponche... Unos vasitos. No creí que fuera a afectarle así —dijo Dérukan y se rascó la cabeza.
—¿Por qué mentiste? —preguntó Ashe con la cabeza caída, algunas mechones negros sueltos de su coleta le cayeron al rostro—. ¿Por qué no me dijiste, Mari...?
—Ashe... —llamó Mariska y luego miró a Adhojan.
Él estaba limpiando el vómito de su capa con la mano y una mueca que apenas podía contener sus arcadas. Cuando sintió la mirada de Mariska, se detuvo.
—¿Qué?
—¿Cómo de que qué?
—¿P-perdón?
—Nada de perdón —dijo Mariska y suspiró audiblemente.
—¿Y él quién es?
—Es un amigo —dijo Mariska y luego señaló a Ashe—. Ayúdame a llevarlo a algún lugar a descansar...
»Perdón, Ashe, voy a tener que tocarte.
Ashe apenas pareció darse cuenta de que ya lo estaban haciendo, se quejó, pero no protestó cuando Mariska pasó el brazo debajo de su hombro. Dérukan la imitó. Ashe entonces alzó la cabeza, tenía los ojos cerrados y sonreía con torpeza. Mariska nunca lo había visto ponerse así antes con el alcohol, pero verlo tan feliz le alegró... Lo iba a molestar el resto de su vida con ese incidente. O eso pensaba hasta que Ashe habló.
—Tu hermana está enojada —dijo Ashe—. No peleen, ¿sí? Mi hermano...
»Mi hermano se enojaba mucho.
—Sí, Ashe, sí...
—¡Ah! ¡Es cierto! —soltó Dérukan de pronto—. Mariska, tu hermana te estaba buscando con la Dama Inkerne. Y... ¿Te llevas bien con ella?
Mariska enarcó una ceja ante el comentario de Dérukan. ¿Pero por qué motivo se enojaría su hermana? Si le había dicho todo lo necesario... No, pero más importante, ¿por qué habían ido hasta ahí los tres para buscarla? ¿Era por qué Dawá ya no estaba en la ciudad? Mariska negó la cabeza, eso no importaba por el momento.
Miró a Adhojan, que estaba a la distancia, con el asco pintado en todo su rostro.
—Adhojan, ¿vas a venir? Todavía tenemos que hablar.
Hizo una mueca, pero no dijo nada más y la siguió. Al pasar las carpas, Mariska y Dérukan se detuvieron abruptamente. Adhojan también. Ahí estaba Élona con los brazos cruzados, los ojos entrecerrados y una mirada asesina, su esposo y la Dama Inkerne estaban detrás de ella.
—Mariska, ¿me vas a explicar todo? —preguntó Élona con una sonrisa amplia.
Mariska abrió la boca y sonrió también.
—¿Élo? —preguntó Mariska entre dientes—. ¿Viniste a verme hermanita? ¿Luego de que te dije que no dejarás salir a Ashe?
Élona cruzó los brazos.
—Mariska Alerant.
Mariska retrocedió y se relamió los labios. Miró a Ashe, que no podía ayudarla, a Erasyl que no la iba a ayudarla, a Dérukan que no sabía que debía ayudarla y a Adhojan, que era otro problema.
—Me vas a explicar todo. Todo —dijo Élona y ladeó la cabeza con una sonrisa siniestra.
Mariska tragó saliva.
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En el pasado, quienes viajaban por el Desierto de Buitres saben que al dormir hay que tener fogatas o cristales cerca, o los susurros de los In'Khiel y de los Ashyan los despertaran antes de conciliar el sueño. Por eso, en tierras áridas, de arena, vientos calientes, y lluvias escasas, un cristal solar tenía mucho más valor que cualquier otra joya.
Pero incluso con cristales solares, había gente que podía escuchar los susurros de los In'Khiel, gente que valoraba más las joyas que un mísero cristal, y gente que ignoraba aquella tradición.
En las faldas de una montaña, sin edificios, sin nada más que arena, en un mundo solitario por una eternidad, alguien vestido completamente de negro, sin sombrero, sin agua, sin cristales solares, con poco alimento viajaba a través del desierto. Arrastraba sus pies y arriba los buitres le recordaban que lo acompañarían en su muerte. Iba a morir.
Ashe apretó los ojos y se pasó la mano por la cara. Su cabeza martilleaba y sus ojos estaban a punto de derretirse. Sus cabras balaron y mordieron su capa. No entendía el camino frente a él, ni a dónde iba, no podía distinguir el norte del sur. Pero necesitaba llegar al Valle de Serpientes... Su hermano estaba ahí.
En algún momento, una figura de negro cayó entre la arena y sus cabras lo rodearon. Los buitres estaban a punto de descender cuando escuchó voces, una caravana pequeña montada en caballos. Ashe quiso entender quiénes eran o verlos, pero apenas si podía abrir los ojos, recordaba que lo levantaron a rastras y lo subieron a un caballo y temió. Temió que fueran a llevarlo de regreso a un templo abandonado.
Ashe abrió los ojos y se arrepintió cuando la luz le dio directo en los ojos. Se cubrió la cara, pero aquello no alivió el dolor de cabeza. Entonces, escuchó movimiento a su lado y luego, el repiqueteo de la cerámica a un lado de su cabeza. Ashe se descubrió los ojos y encontró a Erasyl con una sonrisa.
—Buenos días, Ashe —dijo Erasyl—. Te dejé un té para la resaca, pero deberías tratar de descansar hoy...
Ashe evitó quejarse y se intentó levantar.
—Gracias.
Ashe bebió el té en silencio. Intentó recordar lo que había sucedido la noche anterior. Recordaba haber jugado con Dérukan mientras bebía ponche, y luego... No debía importar. Mariska solía decir que cuando se ponía así, era bastante tranquilo y solo terminaba inconsciente, así que seguro eso era lo que sucedió.
Y Mariska... Ashe miró a Erasyl, estaba sentado a su lado y dibujaba algo en su libreta.
—¿Encontraron a Mariska? ¿Ya va a volver? —preguntó Ashe tratando de ocultar su preocupación—. ¿Está bien?
Erasyl apretó los labios como si quisiera contener una risa, asintió y miró a Ashe.
—Mariska está en la casa —dijo él—. ¿De verdad no recuerdas nada?
Ashe ladeó la cabeza. Ahora que lo pensaba, ¿cómo había llegado hasta ahí?
—Yo... ¿No? ¿Pasó algo?
—Adhojan también está aquí, Ashe... Eh... —dijo Erasyl—. Mejor que te lo digan ellos.
Ashe casi soltó la taza al escuchar aquellas palabras. ¿Adhojan de verdad estaba en Tiekarnan? ¿Lo que había escrito Sibán era verdad? Recordó la carta y sonrió un poco... Al menos tenía algo con que defenderse si Mariska decidía molestarlo. Ashe apartó las cobijas. Incluso con el dolor de cabeza, necesitaba hablar con ella.
—¿No vas a descansar?
Ashe negó.
—Estoy bien.
—¿Seguro?
—Estaré bien —dijo Ashe y decidió bajar a la cocina.
Se frotó los ojos mientras descendía las escaleras y pudo escuchar risas y la conversación en la cocina desde ahí.
—La cara de mi esposo fue muy divertido esa vez... —dijo Élona con una risa—. Al menos a Adhojan no lo trató de atacar.
—Hubiera preferido eso... —dijo Adhojan en un suspiro.
Mariska carcajeó.
—No exageres, eso se limpia rápido —dijo Mariska y luego añadió en voz más baja—. Ashe es un buen chico. Pero no se lo recuerdes o no va a poder dormir en paz por días.
Ashe se detuvo en medio de las escaleras, palideció y su dolor de cabeza empeoró solo con eso. Élona les contó del incidente cuando lo recogieron en el desierto... ¿Por qué? Pensó en darse la vuelta, pero Erasyl ya estaba bajando también.
—¿Qué pasa, Ashe?
No había vuelta atrás, negó la cabeza y bajó el resto de las escaleras con Erasyl. En la mesa de la cocina, con tazas de té y pan, Élona, Mariska y Adhojan miraron en su dirección y sonrieron.
—Ashe —dijo Mariska sin intenciones de ocultar su sonrisa—. ¿Cómo te sientes?
Ashe miró a Adhojan por un buen momento, y él le sostuvo la mirada. Tenía una parte de la mejilla morada. No se dijeron nada en aquel silencio, hasta que Ashe cerró las manos en círculo y se inclinó.
—P-perdón —dijo Ashe—. No quería...
Mariska entonces no se contuvo y carcajeó.
—¡Erasyl! —llamó Élona—. ¿Le dijiste a Ashe? ¡Mariska, no golpees la mesa!
—No —dijo Erasyl—. ¿No que no recordabas?
Ashe se enderezó e hizo una mueca.
—Los escuché... —dijo Ashe sin verlos al rostro—. Es que...
—No hay problema —dijo Adhojan y desvió la mirada con molestia—. Fue un accidente. A todos nos pasa.
Ashe se sentó junto el resto y Mariska golpeó la mesa. En sus labios se dibujó su típica sonrisa y miró a Ashe con complicidad.
—Ashe, Ashe, ¿quieres que te cuente algunas historias de cuando estos dos tontos eran niños? Como la vez que comier-...
—¡Mariska! —dijeron Adhojan y Élona al mismo tiempo.
Mariska se echó a reír hacia atrás por un buen rato ante sus reacciones. Adhojan negó con la cabeza, Élona desvió la mirada, Erasyl frunció el ceño y Ashe sonrió. Realmente extrañaba solo sentarse así con ella y su familia y escucharla hablar por horas. Cuando Mariska se limpió las lágrimas, Adhojan habló.
—No es divertido, Mari.
—Por supuesto que no es divertido para ustedes —dijo Mariska y sonrió—. Pero estoy segura de que Mires lo recuerda muy muy bien.
—Yo sí quiero escuchar —dijo Erasyl.
—¡Erasyl! —regañó Élona.
—Bueno, bueno, ¿y si mejor cuento de aquella vez que tiramos el árbol de mi abuelita?
—Ese fue tu plan, Mari —dijo Adhojan.
—Pero ustedes fueron mis cómplices.
—¿Tiraron un árbol entero? ¿Cuántos años tenían?
Ashe sonrió y los escuchó con atención. El dolor de cabeza seguía ahí, al igual que la vergüenza por arruinar la capa de Adhojan, la preocupación de lo que había pasado con Mariska aquellos días y por qué Adhojan estaba ahí, pero por un momento al menos, se permitió disfrutar el té, escuchar historias de viejos amigos en silencio e ignorar todos los problemas. El resto de las cosas podían esperar.
Más tarde, se arrepintió de no haber decidido descansar aquel día. Acompañó a Mariska de regreso al campamento y apenas llegaron, Dérukan y la Dama Inkerne se aproximaron a ellos. Ashe ladeó la cabeza, pero como siempre, se mantuvo a un lado de Mariska para apoyarla si lo necesitaba.
La Dama Inkerne lo miró. No esperaba que le hablaran a él.
—Ashe, es bueno verte bien después de lo que sucedió —dijo ella—. Ven conmigo, te daré los detalles del resto.
Ashe ladeó la cabeza. Intercambió miradas con Mariska, pero ella se encogió de hombros.
—¿Detalles?
—Sí, de tu nuevo trabajo.
Ashe no estaba comprendiendo. Ladeó la cabeza de nuevo. La Dama Inkerne miró a Dérukan y él sacó unos papeles y se los tendió a Ashe. Él bajó la mirada apenado y tanto Ashe como Mariska leyeron... Se quedaron en silencio al llegar al final y al ver el nombre de Ashe marcado con una letra poco legible. Sin duda era su letra.
Mariska alzó la cabeza del papel, y miró a Ashe, que no apartó la vista de los papeles.
—Lo firmaste anoche, ¿no lo recuerdas? —preguntó Dérukan.
Mariska entonces frunció el ceño, arrebató los papeles de las manos de Ashe y se los dio de regreso a Dérukan.
—¿Tú crees que eso tiene validez? Lo obligaste a firmar mientras estaba ebrio.
—¿Dérukan?
—Yo no lo obligué a firmar —dijo él—. Ashe tenía los papeles.
Ashe se había quedado callado en aquel momento y solo podía observar como Mariska peleaba con Dérukan por eso. Al final, la Dama Inkerne intervino, se acercó a ellos, les quitó los papeles.
—Si ese es el caso y Ashe no desea hacer el trabajo, lo entenderé —dijo ella—. Pero de verdad conoces el Kevseng, así que una mano extra nos ayudaría.
—No tienes que aceptar, Ashe —dijo Mariska—. Incluso si sabes hacerlo, no tienes ninguna obligación.
Ashe por fin salió de su ensimismamiento y miró a Mariska con los labios apretados. Ella sabía ahora. Lo había negado por tanto tiempo frente a ella y ahora lo sabía.
—Mari...
—No te preocupes —dijo ella, había una media sonrisa en su boca—. Lekatós me lo dijo.
Aquello lo llenó de culpa. ¿Cuándo se lo había dicho? ¿Por qué Mariska no le dijo nada? ¿Por qué había mentido sobre eso? Ashe miró los papeles, a la Dama Inkerne, a Dérukan. Una cosa era enseñarle a Lidge por petición de Lekatós, en un cuarto donde nadie estaría mirando, donde podía suspirar frustrado cada vez que el trazo lo hacia al revés, pero enseñarle a un montón de gente que unas semanas atrás lo habían aislado después de que se enteraron de su familia era distinto.
Cuando pensaba en el Kevseng, en enseñarlo, se sentía enfermo. A su cabeza de inmediato iban los recuerdos de los cientos de planas cuando apenas era un niño, las horas sentado a repetir phen tras phen incluso si sus piernas se dormían y sus manos se llenaban de ampollas o cortaduras por el carbón. Podía recordar los ojos gélidos de la maestra mayor sobre él, sus regaños cada vez que trazaba algo al revés o sus phens se desviaban, o unos eran más pequeños o grandes que otros. Pero más que nada, cuando pensaba en el Kevseng, los phens en su mano y en su espalda picaban, en cómo no funcionaban pese a que la marca en su pecho le recordaba que tenerla y huir le iban a costar su vida.
Era un tonto. Lo más pequeño lo llevaba siempre de vuelta a ese lugar, y no podía hacer ni lo más simple. Ni siquiera era capaz de decirle a Mariska toda la verdad. Ashe alzó la cabeza y asintió.
—Está bien, lo haré —dijo Ashe y suspiró sin ánimos.
—Ashe... —llamó Mariska.
Ashe sonrió un poco para calmarla.
—Nadie más puede hacerlo.
Mariska miró a Dérukan y a la Dama Inkerne.
—Espero que le pagues bien, Erile Inkerne —dijo Mariska—. Eso, y que, si va a hacer tu trabajo, entonces esté libre de otras labores.
—Pero todos hac-... —comenzó Dérukan y se calló con la mirada de Mariska.
—Trato hecho, pero no podrá seguir siendo tu guardia, Mariska.
—¿Qué?
Ashe dio un paso al frente y miró a la Dama Inkerne.
—No voy a aceptar si tengo que dejar de ser su guardia —argumentó Ashe con firmeza, y luego su voz tembló—. Pero... Si puedo enseñarles en lugar de cocinar...
La Dama Inkerne suspiró frustrada.
—Está bien —dijo ella—. Si esas son tus condiciones, está bien.
»Comienzas en cuanto partamos de Tiekarnan.
Ashe asintió, la mujer se dio la vuelta y eso fue suficiente indicación para saber que podían marcharse. Cuando estuvieron lo suficientemente alejados, Ashe titubeó.
—Mari... Sobre lo del Kevseng...
Mariska se detuvo, se plantó firme frente a él y lo señaló.
—Si crees que una disculpa va a hacer que se me olvide, estás equivocado.
Ashe bajó la cabeza.
—Pero... ¿Qué tal que usas tu primer pago como guardia y me compras algo? —preguntó ella con una sonrisa astuta—. Tal vez así no esté tan enojada contigo.
Ashe sonrió y asintió. Y salieron del campamento en dirección a la ciudad. Quizá eso fue suficiente para animar a Mariska y a él, porque el resto del camino no paró de hablar acerca de lo que había pasado en los días anteriores en el campamento, y de molestarlo con lo que había pasado el día anterior. A Ashe le alivió verla así, y aunque quiso preguntar por Adhojan, supo que podía esperar para después. Quería disfrutar aquellos días tranquilos en esa ciudad antes de tener que viajar de nuevo en el desierto.
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En medio del desierto, dentro de su carpa, Dawá revisó la carta que le había escrito a Mishaere, su prometida. Le mencionó del vestido confeccionado, respondió algunas de sus preocupaciones sobre los rumores de un Ashyan en el desierto y le dijo cuándo regresaría a Floriskitria.
Dawá pensaba volver lo antes posible, sobre todo por la presión de la familia de Mishaere y de su propia madre. Todo el tiempo insistían con lo mismo. Y sí, casarse sería una ventaja sobre sus hermanos cuando su padre tuviera que abdicar. Pero había un asunto más importante que atender.
Guardó la carta dentro de un pájaro mecánico, era fino, pero robusto para el viaje. Tenía el grabado de la familia de Mishaere, el de la dinastía Ganzig y sus iniciales y las de Mishaere. Lo cerró con llave y se levantó.
Justo como esperaba, el general Glehtrén Iokerés se acercó a su carpa en el momento en que puso un pie fuera de su carpa.
—Alteza —llamó y se inclinó—. Estaba en lo correcto, estas son las aves que usa la gente de su hermano.
El General Iokerés le mostró un ave metálica. Había un agujero en su pecho que mostraba el mecanismo solar destrozado por una flecha. Tenía las alas torcidas y había perdido algunas plumas metálicas, pero los materiales y los detalles lo delataban. El ave era similar a los gavilanes costeros de Vultriana y tenía el sello Ganzig y las iniciales de Altan. Dawá sonrió satisfecho.
Le tendió el ave para Mishaere y tomó la de su hermano sin cuidado, algunas plumas se desprendieron y repiqueteó en cuanto la tomó.
—¿Pudieron abrirla? —preguntó Dawá.
—No, Alteza, todos temen que se active una trampa.
—¿Cuántas confirmaron nuestros soldados?
—Al menos unas cinco, seis con la que tiene en la mano.
—¿El lugar?
—Siempre diferentes lugares, no logramos descubrir quién las tomó.
—Eso lo sabremos si la abrimos —aseguró Dawá y la agitó aún más.
El general tragó saliva y e inclinó ligeramente la cabeza.
—Alteza, sobre el otro pedido...
—¿Descubrieron algo?
—Solo confirmamos sus sospechas... ¿Es necesario seguir?
—Me interesa más lo que planea Altan —soltó Dawá—. Puedes retirarte.
—Entendido.
Dicho eso, el general Iokerés alzó la cabeza y Dawá regresó a la carpa. Una vez fuera de la vista de todos, Dawá miró el ave destruida en su mano. Su hermano de verdad era un idiota, uno de verdad. No podía ni siquiera controlar Vultriana y a los kiranistas que quedaban y hacia aquellas cosas...
Dawá buscó entre sus llaves, ahí estaba la que usaba para abrir el ave de su prometida, y tomó otra con el nombre de Altan y la insertó en el ave. Ningún mecanismo se disparó, y ahí dentro, encontró un pequeño papel.
Al abrirlo, estaba completamente en blanco, pero Dawá no era tonto, al menos no como Narantse veía a Altan. Él no era su hermano. Acercó un cristal solar y lo colocó detrás del papel y lentamente leyó el mensaje. Con cada palabra, su sonrisa se ensanchó.
Definitivamente no iba a regresar por el momento, no con una oportunidad así. Porque su hermano también estaba buscando al guardián de Kirán.
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