8.3. Aquello perdido en el desierto

Si la Primera Princesa era el Pilar del Norte en el que Istralandia se sostenía; Dawá, el Segundo Príncipe de la dinastía era la Espada del Desierto, quien purgaba el país de todo lo que se oponía a la dinastía, implacable ante las plegarias de los kiranistas e impiadoso ante lo que consideraba una amenaza para el país. Si había rumores de que la Primera Princesa quería derrocar a su padre, de que el Tercer Príncipe era un loco, y que el Cuarto Príncipe no podía hacer nada sin la reina, el Segundo Príncipe solo tenía verdades. Y una de esas verdades era que era un sádico. Quienes sobrevivían a su encuentro decían que con una sola mirada podía saber quién era un traidor, quién desobedecía las leyes y quién ocultaba un secreto

Y aunque Mariska hubiera preferido no cruzarse con esa persona, necesitaba acercarse al campamento y era posible encontrarse con él. Después de la carta de Adhojan, no quedaba otra opción... No había forma de saber si él estaba en Tiekarnan de verdad, o preguntarle acerca del sello.

Mariska se acercó al campamento y no tardó en encontrar a la Dama Inkerne dando órdenes a diestra y siniestra. La oscuridad ocultaba su cansancio, pero cuando su rostro se iluminaba con la luz de los cristales solares, las sombras se remarcaban en sus ojos.

Mariska se mantuvo en las orillas del campamento para no llamar la atención del resto y cuando por fin dejó de dar sus órdenes a los guardias, aguardó a que todos se alejaran y caminó en silencio lejos del campamento con Mariska tras sus talones. Cuando estuvieron fuera de la vista de todos, en un callejón apenas iluminado, la Dama Inkerne giró sobre sus pies.

—No sirves para estas cosas, Mariska.

Mariska caminó hacia la luz con una sonrisa amplia.

—Debía intentar.

—Todos te vieron.

La sonrisa en el rostro de Mariska se borró, pero la Dama Inkerne no hizo más comentarios. Soltó un largo suspiro contenido por días, y de su bolsillo sacó algo antes de llevárselo a la boca, y apretarse el puente de la nariz.

—¿Está todo bien? —preguntó Mariska más por formalidad que por interés, porque ya conocía la respuesta.

—Todo es un caos —soltó la Dama Inkerne—. Muchos miembros siguen inconscientes, el itinerario se retrasó y el príncipe sigue interrogando a Jossuknar e Ireal, pero no parece satisfecho.

La Dama Inkerne apartó la mano de su entrecejo.

—Conozco la verdad, Mariska —dijo ella—. Sé qué están haciéndolo por Ashe y por ti.

»Pero conociendo a ese hombre, no creo que nos libremos pronto de él.

Mariska hizo una mueca. Era verdad que los había abandonado para salvar su pellejo y el de Ashe. No había dudado en hacerlo e incluso frente a la Dama Inkerne, había planeado una excusa para los siguientes días.

—Por favor, deles mis gracias a ellos —dijo Mariska—. La cosa es que-...

—Tengo que pedirte algo, Mariska.

—¿Oh?

—¿Qué necesita? Trataré si está en mis posibilidades.

Mentía. En realidad, quería irse después de pedir permiso y avisarles.

—Deja las formalidades, sé que no te gustan —dijo la Dama Inkerne—. A mí tampoco.

—Ja, ja.

—Antes que nada, ¿viniste por la paga de Ashe?

—¿Paga de Ashe? —preguntó Mariska y frunció el ceño—. Pero...

—Hizo un buen trabajo como guardián —dijo la Dama—. Un buen trabajo en mi caravana se recompensa bien... Y espero que tu gremio te haya pagado bien a ti también, o tendré que escribir una queja.

Mariska rio nerviosa, porque sabía que su trabajo no había sido el mejor y todos estuvieron en peligro por sus decisiones. No dijo nada de eso. La Dama Inkerne sacó un sobre de entre sus mangas amplias y se lo tendió a Mariska. En el papel, en tinta negra estaba el nombre de Ashe.

—Se lo llevaré.

—Perfecto —dijo la Dama y suspiró—. Su paga aumentará más cuando regrese al campamento.

—¿Oh? ¿Van a pagarle más? —preguntó Mariska.

—Con todo lo que sucedió, necesitamos nuevos usuarios del Kevseng para que tomen los lugares de quienes reemplazaron a Dayan y a Medet, pero no todos conocen los mismos phens... Udekerev no capacitó a todos, y Jossuknar ha tratado de enseñarles, pero hay phens que él desconoce que necesitan para sus trabajos.

»Por eso, cuando Dawá se vaya en unos días, me gustaría que Ashe les enseñe algunos phens.

—Pero Ashe no conoce el Kevseng...

Tal como Ashe lo había negado varias veces frente a ella, a pesar de que Lekatós le había dicho lo contrario, Mariska también mintió. Si él no quería que nadie supiera de eso, continuaría aquella mentira, aunque no se la hubiera contado a ella. Además, estaba segura de que después de lo que sucedió con los Ashyan, Ashe se negaría de nuevo.

—Ambas sabemos que está mintiendo. Nadie más pudo trazar esos phens.

Mariska tragó sus palabras.

—Eso... —comenzó Mariska—. De cualquier forma, no creo que regresemos a la caravana hasta salir de Tiekarnan.

—También quiero hablar de eso —interrumpió la mujer.

—No podemos volver a la caravana —dijo por fin—. No ahora.

La Dama Inkerne frunció el ceño, Mariska se acercó y susurró lo que habóa leído, cuando se separó, ella negó con la cabeza.

—Por eso.

—Lo entiendo, Mariska. Pero necesitas regresar al campamento, Dawá ha preguntado por ti. Ashe puede ausentarse, pero quiero que regreses.

Mariska la miró fijamente, cualquier rastro de sonrisa se borró. Fue como si sus pies se estuvieran hundiendo en la arena, como estar de nuevo frente a un Ashyan.

—¿Dawá?

—El Segundo Príncipe preguntó por la cartógrafa de los reportes —dijo ella—. Lo siento mucho, sé que te prometieron algo distinto.

—Pero no puedo quedarme, si él viene... No, si Dawá se entera...

La Dama Inkerne le dio unas palmadas en el hombro y Mariska calló. No iba a convencerla.

—Así es más seguro también para Ashe. Dawá va a sospechar si te ausentas por más tiempo, irá a buscarte y será más complicado para ustedes —explicó la Dama Inkerne y luego añadió—. Le dijimos que fuiste a la oficina de correos.

—Pero...

Mariska se quedó sin palabras para alegar. Realmente comenzaba a dudar que alguna vez hubiese sido buena con ellas. Con el peso del sobre en sus manos, con el nombre de Ashe, solo podía cederle la razón. A su mente fue su rostro y el de su hermana, ellos lo conocían... Ashe lo entendería. Mariska suspiró. Solo deseó poder arrojar a ese Segundo Príncipe al Ashyan de ese templo.

—Está bien, pero tengo una condición.

—No es como si pudieras negociar con esto, Mariska. No cuando hablamos de ese hombre —indicó la Dama Inkerne con molestia al referirse a Dawá.

—Ashe se unirá a nosotros después de partir de Tiekarnan, no antes —dijo ella—. Ni siquiera si es por los phens.

Desde que conoció, Mariska pensaba que aquella mujer era severa y firme. Sus rasgos y sus ojos sin duda eran los de una mujer que sabía obtener lo que deseaba y no solía ceder tan fácil, una mujer que había vivido la mayor parte de su vida en el desierto seguramente. Cuando arrugó su entrecejo, Mariska temió que fuera a negarse.

—¿Tiene en dónde quedarse? —comenzó ella—. No tiene caso hacer esto si...

—Tiene dónde quedarse —confirmó Mariska y añadió—. Quiero que esté seguro hasta que Dawá se marche y encuentre al... al asesino.

Su rostro se volvió sereno y asintió.

—Entiendo.

La Dama Inkerne carraspeó.

—Ve por tus cosas, llévale el dinero a Ashe. Te esperaré aquí y espero que cumplas tu palabra.

Ella se dio la vuelta para regresar al campamento.

—No olvides mencionarle la oferta a Ashe. Necesito enseñarles esos phens a toda costa a los usuarios del Kevseng antes de llegar a Drakán.

Mariska se cruzó de brazos.

—¿Y qué si no quiere?

—Hay que convencerlo de alguna manera.

Mariska soltó una carcajada que ahogó de inmediato cuando la Dama Inkerne la miró sobre su hombro. Esa mujer de verdad no conocía a Ashe, porque no iba a aceptar después de lo que había pasado, pero no se atrevió a decir eso.

Mariska vio a la Dama Inkerne alejarse, y luego ella hizo lo mismo. Solo cuando estuvo suficientemente lejos, por fin soltó el aire que había contenido. Volvió a mirar el sobre y suspiró agotada. Realmente había querido pasar un tiempo en casa de su hermana, tal vez beber con ellos y ver la cara de Ashe al recibir ese pago. Pero necesitaba hacer algo antes, y aquella vez, sí iba en serio.

«Perdón, Adhojan...».

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Nada.

Nada a excepción de silencio interrumpido por el goteo constante de un líquido espeso, caliente, rojizo. No estaba seguro de si era sangre. El olor a hierro era apenas distinguible. ¿Era suya? ¿Era de alguien más? Era imposible saber, pero lo empapaba de pies a cabeza, y su espalda ardía como si las cicatrices se hubieran abierto.

Quizá iba a morir.

No podía ver nada, pero en esa nada, escuchó los pasos de alguien, reverberaron, y una suave respiración cayó sobre su cabeza.

—Ashe, Ashe, Ashe... Ashe ¿Ashe?

»¿Ese es el nombre que escogiste, guardián?

Ashe apretó los labios y retrocedió. Ni siquiera él mismo sabía por qué escogió aquel nombre. Era arrogante, era idealista, era tonto, era una palabra perdida, era un deseo.

—¿Estás seguro de qué es el nombre que quieres, Ashe? —preguntó el Ashyan... —. ¿Este camino es el correcto para ti? ¿Esta es tu verdad? ¿Este es el lugar correcto?

El Ashyan rio suavemente en la oscuridad y su respiración impactó en su cabeza de nuevo.

—¿No tienes miedo de que sea falso? ¿De lo que venga después? —preguntó el Ashyan—. Todavía puedes regresar.

El corazón de Ashe palpitó con fuerza contra su garganta. ¿Regresar a dónde? No había a dónde regresar. Incluso si lo hacía, todavía había un sello incompleto en su piel. Y aquello que le hablaba, ¿era un Ashyan o la maestra mayor? Ashe no pudo responder. No pudo responder nada. Solo se quedó estático, paralizado y aguardó.

Cuando Ashe abrió los ojos por fin, se levantó a pesar de que su vista estaba oscurecida y tardó en recuperar su respiración en silencio. Tardó un poco más en darse cuenta de que estaba en un lugar desconocido.

—¿Mar-...?

Ella no estaba ahí.

Miró a su lado como si aquello fuera a cambiar algo, pero no había señales de ella, no había nada, solo un sobre con su nombre que su hermana le entregó por ella y nada más. Se restregó los ojos y decidió que era tiempo de levantarse.

Mariska solo habló con su hermana tres días atrás y desde entonces no había regresado a casa. A él no le había explicado nada y comenzaba a pensar que tal vez cruzó una línea que no debía cuando le dijo que era un guardián, aquel miedo crecía con cada día sin saber de ella. Pero Mariska no era así... ella hizo una promesa.

Miró el sobre con su nombre, pero no se atrevió a abrirlo ese día tampoco. Dobló sus cosas y decidió bajar. Todavía era temprano y nadie estaba despierto, pero incluso si tenía intenciones de hacer alguno de los deberes de la casa, no podía hacerlo. Élona se lo había dicho el día anterior cuando lo encontró limpiando la cocina:

—Eres nuestro invitado, Ashe, no es necesario que hagas nada. Toma estos días para descansar.

Pero no tener nada que hacer era peor que entrar a la Cámara del Tesoro Negro de Kirán. Sí, podía darles la razón, podía pretender que en verdad necesitaba descansar, pero conforme las horas pasaban, en su pecho se instalaba una punzada por no tener nada que hacer.

«Si tanto deseas dejar este templo, si tanto quieres deshacerte de este lugar, sabes qué es lo que tienes que hacer...»

Solo podía pensar, recordaba una y otra vez lo que vio para darle sentido. Incluso si no quería pensarlo, no había nadie para recordarle que había un mundo más allá del templo.

Cada vez que trataba de leer uno de los libros que Lekatós le mandó, terminaba distrayéndose y volviendo a lo mismo. Sucedía también cuando se desinfectaba y cambiaba las vendas de su hombro. Quería salir de ahí, quería regresar a la caravana, pero no podía hacerlo. Erasyl repetí el mensaje de Mariska: «No salgas por ahora».

Pero ni Erasyl ni Élona parecían saber por qué. Solo quedaba aguardar y esperar que las preguntas no lo ahogaran.

¿Por qué se había ido así como así? ¿En dónde se estaba quedando? ¿Por qué lo había dejado ahí? ¿Era por Adhojan? Ashe pensó que debió de tratar llevarse mejor con él... ¿O era por el Ashyan y por su confesión de ser un guardián? Ashe apretó los labios. ¿Por qué no avisó a nadie antes de entrar al templo él solo?

Antes de notarlo, había un olor sutil a carne cociéndose y al alzar la mirada, Élona estaba bostezando mientras cocinaba en una ollita. Ashe no supo qué hacer o qué decirle.

—¿Dormiste bien, Ashe? —preguntó Élona.

Ashe alzó la cabeza del libro y fingió una sonrisa.

—Sí —dijo y añadió—. ¿Y ustedes?

Ella asintió mientras bostezaba de nuevo. Erasyl bajó en ese instante con el rostro ojeroso. Saludó a Ashe y arrastró los pies por la casa hasta llegar junto a Élona en la cocina. Como si nada, envolvió sus brazos alrededor de su cadera antes de recargar la barbilla en su hombro. Cuando comenzaron a llamarse por apodos, Ashe hizo un esfuerzo por concentrarse más en el libro que en lo que estaba sucediendo frente a él. Cuando comenzaron a besarse, Ashe se esforzó aún más.

Aquellos días también fueron difíciles por eso. No era que le molestara o le incomodara, solo que no sabía qué hacer cuando se ponían así. El primer día, cuando hicieron eso, Ashe trató de darles espacio, pero ellos se dieron cuenta y le preguntaron por qué se alejaba. Al final se había rendido y decidió permanecer ahí a pesar de que estaba entrometiéndose en su mundo, solo porque explicarles era más difícil.

Ashe miró a los pasillos que dirigían a la fachada de la tienda. Realmente quería salir de ahí...

Después de desayunar los tres, Élona se acercó a él con una sonrisa amable que ocultaba otras intenciones y una silla. Con esos movimientos, Ashe no pudo evitar pensar que realmente era hermana de Mariska.

—Mari me pidió que te hiciera ropa —explicó Élona—. Así que, vamos a escoger algunas telas para hacerte algo bonito.

Ashe no pudo sostener la sonrisa y ladeó la cabeza. ¿Ropa? ¿Pero por qué...?

—Pero no tengo suficiente para pagarte...

—Por la paga no te preocupes, Mariska dijo que pagaría por todo, así que hay que aprovechar, ¿no crees? —dijo Élona con una sonrisa maliciosa y guiñó—. Vamos a hacerte varias prendas, je, je, je, je.

Antes de poder añadir algo o protestar, Erasyl ya había traído varios cuadernos que colocó frente a Élona. En algún punto, después de que lo atiborró con información y preguntas que Ashe no supo contestar, terminó siguiendo a Élona para que tomaran sus medidas sin poder entender qué estaba sucediendo. No entendía por qué le costaba tanto trabajo decir que no.

—Va a ser momentáneo, espero no molestarte demasiado.

Por supuesto, Ashe odiaba ir a comprar ropa nueva la mayor parte del tiempo porque siempre terminaban tocándolo. Al menos, Élona con cada medida le preguntaba y le avisaba, lo que volvió aquello más tolerable y rápido. Cuando terminó de anotar las medidas, ella habló.

—Mari me dijo que eras callado, pero no creí que tanto —dijo Élona y le sonrió.

Ashe bajó la mirada.

—Perdón.

—No es eso, es que no te quejaste ni un poquito —dijo ella y río—. Puedes decirme si algo te molesta, no quiero escoger un color que no te guste.

—Eh...

Ashe desvió la mirada a las telas. Cuando en el templo le tomaban medidas para su ropa, debía quedarse quieto y seguir las órdenes hasta que su maestra terminaba. Cuando la maestra mayor se las tomaba, era más complicado complacerla y cualquier movimiento por pequeño que fuera terminaba en una excusa para pellizcarlo... Ashe sonrió para sí. Al menos podría elegir aquella vez.

—Como vas al desierto, recomendaría colores claros —dijo Élona—. Si quieres colores oscuros tendré que usar una tela diferente.

Élona lo miró fijamente, entrecerró los ojos y luego asintió.

—Tal vez negro se te vería bien —dijo ella mordiendo el lápiz.

—No me gusta negro... —dijo Ashe—. Cualquier otro color está bien.

—Está bien, otro color será... —dijo Élona decepcionada.

»Por cierto...

Ella cerró su libreta y cruzó las piernas. Un escalofrío recorrió su espalda y miró en dirección a la salida. Tal vez se salvaría si Erasyl entraba en aquel momento...

—Sé cómo es Mariska —dijo ella—. No va a contarme nada, pero no soy tonta. Está así por el Ashyan, ¿verdad?

—¿Qué?

—La caravana que se encontró con el Ashyan fue la de ustedes.

—Eh.... ¿Mari no te dijo?

—Como si esa idiota fuera a contarme. Y con el Segundo Príncipe aquí, solo hay rumores —dijo Élona—. ¿Qué sucedió?

—Eh...

—Ashe, dijiste que el negro no te gustaba, ¿verdad? —preguntó Élona con una sonrisa amplia que, en cualquier otra persona, habría sido una sonrisa sincera, pero ella era Élona Alerant, la hermana de Mariska.

Ashe miró de nuevo hacia la salida. Si Mariska llegara en cualquier momento se podría salvar, pero eso no sucedería.

—Mariska siempre ha sido así desde que papá murió —explicó Élona—. Es demasiado precavida con lo que nos dice y con lo que hace, por algo no ha dejado a mamá todos estos años.

»Mira, si su caravana fue la que encontró al Ashyan, me gustaría apoyarla...

Ashe bajó la mirada. Tal vez era mejor decirle, considerando que él también estaba preocupado por ella.

—Mari... Eh, Mariska mató a un Ashyan.

La libreta de Élona impactó el suelo. Tenía las cejas alzadas y no se movió por un buen rato.

—¿Qué Mariska qué?

Ashe apretó los labios y asintió.

—No estaba con ella, pero creo que lo mató junto a alguien más.

Élona sonrió.

—¿Es una broma?

Ashe apretó sus labios, sin responder. Ella recogió su libreta, luego comenzó a susurrarse a sí misma y Ashe se preguntó si había estado bien decirle, de cualquier forma ya era demasiado tarde. Élona negó varias veces.

—Mariska... imbécil —susurró y se levantó, miró directo a Ashe a los ojos—. Gracias por decirme.

Ashe ladeó la cabeza confundido.

—Luego seguimos con esto, ¿vale? Vale.

Ella sonrió, y aquello le heló la sangre más que los Ashyan.

—Voy a ver a mi hermana.

»No salgas de aquí.

Antes de siguiera poder corregir lo que dijo, Élona ya se había levantado y salió de la habitación con paso rápido y el rostro sereno. Supo que necesitaba explicarle que, si él no hubiera sido un tonto, ella no habría actuado así. Se levantó y encontró a Élona a media escalera. Cuando estuvo a punto de hablar, ella ladeó la cabeza y le hizo un gesto para que se mantuviera en silencio. Un hombre estaba hablando con Erasyl.

Por la distancia, Ashe no pudo distinguir nada, pero Élona frunció más el ceño. Erasyl entonces apareció al pie de la escalera con una sonrisa.

—¿Quién es? —preguntó Élona.

—El vestido de hace dos meses.

—¿Es el cliente o uno de sus sirvientes?

—Hay que buscarlo. Dijo que su señor vendrá en un rato —dijo él—. ¿Deberíamos preparar algo?

Élona borró la mueca que tenía en los labios desde que habló con Ashe y sonrió. Subieron de regreso y Ashe sintió alivio de que algo tan simple hubiera interrumpido a Élona, al menos así podría explicarle todo antes de que asesinara a su hermana.

Ella le dio instrucciones de buscar algunas prendas mientras ella buscaba en un armario. Le pidió ayuda a Ashe para montar un aparador y desenvolvió un vestido de un azul tan intenso que parecía sacado de un sueño. Ashe admiró el vestido por un buen rato y Élona terminó riéndose.

—Es bonito, ¿no? Por eso te digo que el azul te quedaría bien.

Ashe rio un poco, pero decidió preguntar otra cosa para aligerar el ambiente.

—Se ve muy caro.

—Porque es caro, querido Ashe. La tela es seda importada de Armestia y los tintes son azules de un caracol difícil de obtener, por supuesto que es cara. Además, pasamos un buen tiempo confeccionándolo.

Élona dijo aquello con las manos en las caderas y la barbilla alzada. Era bueno saber que le iba bien a la hermana de Mariska, y no pudo evitar recordar las historias que Leifhite solía contar sobre cosas preciosas y extravagantes.

—Entonces tu cliente debe ser muy rico —dijo Ashe y retrocedió por temor a manchar la tela.

Élona sonrió ampliamente y caminó hacia el vestido.

—O tal vez ama tanto a su novia como para regalarle algo tan precioso —dijo ella—. ¿Es soberbia llamar precioso a algo que yo hice?

Ashe se encogió de hombros, y se acercó a Élona, sus ojos brillaban con solo ver el vestido frente a ella. Luego, miró a Ashe.

—Puedes fingir que eres mi asistente si quieres quedarte a ver al comprador.

Antes de poder preguntarle más acerca de cuánto había tardado en confeccionar aquel vestido, escuchó los pasos de tres personas en las escaleras y dos voces, una menos de lo que Ashe esperaba. Élona le hizo un gesto para que se moviera junto a ella.

Entonces, Erasyl apareció en el marco de la puerta con gotas de sudor en la frente. Se pasó la mano por el cabello, pero no dijo nada más cuando dos hombres aparecieron detrás de él. Ashe contuvo la respiración de inmediato, Élona dio un respingo y se inclinó de inmediato, Ashe la imitó.

—No es necesario, señorita —pidió quien no había hablado.

Ambos alzaron la cabeza y Ashe por fin pudo observar todos los detalles de sus vestimentas y confirmarlos. Uno de los hombres usaba una armadura escamada normal, grisácea con un sello metálico en el pecho con un caballo. Al mirar al otro hombre, Ashe creyó que el cuarto daba vueltas.

No era él. Ocultó sus manos detrás de su espalda.

No necesitaba explicaciones para saber quién era. Su mala fama le precedía. Era de los pocos nobles que usaban ese tipo de armadura en Istralandia, era escamaba también, pero las escamas lucían continuas, blancas y con pequeñas flores metálicas en algunas partes. No era una armadura de combate y aun así, lucía como si fuera a atacarlos con una espada en cualquier momento.

Llevaba su cabello trenzado y atado en un moño alrededor de su nuca, con listones negros y amarillos que caían sobre sus hombros. Sus facciones eran severas, pero finas, con un aire de nobleza en sus ojos, y el aire de la desolación del desierto en su piel tostada. Y aunque lucía más maduro, sin duda era el hermano de él.

La diferencia entre ambos también yacía en sus acciones, porque apenas entró, el Segundo Príncipe escrutó la habitación con sus ojos ambarinos, luego a Élona y por último a él. Lo miró varios minutos y aunque Ashe quiso sostener la mirada, terminó bajándola.

Realmente tenía una suerte terrible.

—¿Por qué nos honra con su visita, Su Alteza? —preguntó Élona y miró de reojo a Erasyl, que estaba completamente pálido.

El Segundo Príncipe detuvo sus pasos, apartó la capa negra en uno de sus hombros hacia atrás y sonrió con amabilidad. Si había algo detrás de esa sonrisa, seguramente eran colmillos.

—Vine por el vestido, por supuesto —indicó Dawá y colocó sus manos detrás de su espalda antes de caminar hacia el vestido—. Creo que mi sirviente olvidó mencionar quien era su cliente.

—Ha sido mi error, Su Alteza —dijo el soldado acompañándolo y se inclinó.

Dawá lo miró de reojo, ignoró su comentario y continuó.

—Solo piensen en mí como un simple cliente —pidió—. No es necesario que me traten distinto o con cordialidad.

—¿Cómo nos atreveríamos, Alteza? —dijo Élona—. No siempre tenemos clientes tan distinguidos.

—¿Considerando su trabajo de tan buena calidad? —preguntó el Segundo Príncipe con los ojos en el vestido.

—Nos halaga, Alteza —dijo Élona.

Dawá sonrió a Élona y negó con la cabeza. Erasyl caminó hasta llegar a un lado de su esposa, pero seguía pálido, no se atrevió a hablar aún.

—No estoy mintiendo —dijo el Segundo Príncipe y se dirigió a Erasyl—. Kapadía es el apellido de tu padre, ¿no?

—S-sí...

—Mi prometida siempre amó los vestidos que hacías con tu padre en Floriskitria. Esto es un asunto personal, por supuesto —dijo el Segundo Príncipe—. No es necesario que estés tan nervioso.

—Mi-mis disculpas, Su Alteza —dijo Erasyl y se inclinó.

El Segundo Príncipe se acercó más al vestido y Élona dio un paso al frente.

—Es justo como lo pedimos —dijo el Segundo Príncipe.

Fue entonces que Élona comenzó a explicarle los detalles, las telas utilizadas, los colores y pigmentos. Incluso le ordenó a Erasyl que fuera por el diseño que ella había dibujado, el Segundo Príncipe escuchó con atención cada palabra, incluso se disculpó por darle el crédito a Erasyl en su lugar. Ashe agradeció aquello, mientras permanecía en silencio en una orilla de la habitación junto a Erasyl. Todo sería rápido si no lo notaba.

—Si el diseño no es de su agrad-... —comenzó Élona.

—Es hermoso —interrumpió Dawá—. El diseño y los detalles son hermosos, señorita Élona. A mi prometida le encantará.

Élona sonrió, pero antes de poder decir algo, Dawá giró su cuerpo y caminó hacia Ashe. Un escalofrío recorrió su espalda y se obligó a enderezarse, deseó haber tenido su espada a mano, si lo atacaba...

—¿Y tú quién eres? —preguntó, su capa se deslizó frente a él y cubrió las flores de su armadura.

El Segundo Príncipe se detuvo frente a él. Media lo mismo que Ashe, quizá un poco más con la armadura.

—Es mi asistente —dijo Élona.

—¿Ayudaste con el vestido?

Ashe sostuvo la mirada un rato antes de bajarla de nuevo y aguardó. Era lo único que sabía hacer: aguardar. Mientras el rostro frente a él se distorsionaba y perdía sus facciones. El plan de Mariska falló. Debía decir algo, debía hablar, pero su boca estaba seca.

—Solo hago pequeños favores... —susurró.

—¿Eres un Errante?

Ashe se centró en lo que había frente a él. «No estás en el templo... No eres un guardián...». Con el mantra, los rasgos del Segundo Príncipe se aclararon lentamente.

Ashe negó con la cabeza.

—¿Cuál es tu nombre?

—Ashe.

—Jamás había escuchado un nombre así —dijo Dawá—. Suena similar a Asha, ¿no lo crees?

Asintió sin saber qué decir. Su nombre era una palabra que había dejado de existir y de ser usada, un poema que escuchó dos veces en el templo y que con el tiempo había cambiado y se había distorsionado. Era un mal nombre. Para aquel hombre, su nombre seguro significaba muchas otras cosas.

—Es curioso, cuando quemaron al... —comenzó Dawá, miró a Élona y Erasyl, carraspeó y se corrigió—. Escuché que alguien más se llamaba así.

Quiso retroceder... Varios soldados lo habían visto en los ritos funerarios para Dayan. Élona caminó hasta ellos.

—Ah, Ashe estuvo haciendo algunos recados con los soldados estos días —dijo ella—. Le dije que enviara algunas cosas para los heridos en la caravana, A-Alteza.

El Segundo Príncipe se apartó y sonrió.

—Sí, debe ser eso —dijo el Segundo Príncipe y por fin se alejó de Ashe—. Tengo que regresar a la capital.

Élona asintió.

—Por supuesto, envolveremos el vestido de inmediato, Su Alteza —dijo Élona y miró a Ashe y a Erasyl.

Ambos asintieron y Erasyl acompañó a Ashe fuera de la habitación. Buscaron cajas y papel, envolvieron el vestido en un silencio incómodo. Durante todo aquello, los ojos del Segundo Príncipe no se apartaron ni un momento de Ashe. Después de que pagó, lo acompañaron junto a su soldado a la puerta.

—Gracias por su trabajo.

—Muchas gracias, Alteza —dijo Élona.

Los tres se inclinaron frente a él, al menos todo había terminado bien. Cuando se levantaron, Ashe no reaccionó a tiempo cuando el Segundo Príncipe lo atrapó del hombro y encajó el pulgar justo en una de las marcas que Dayan le había dejado. La vista de Ashe se llenó de puntos negros un momento, su espalda se llenó de escalofríos y quiso vomitar, alzó la mirada. Dawá, con sus ojos vacíos, con ojos de serpiente lo miró con una sonrisa jactanciosa. Ashe se obligó a no reaccionar a pesar de que quiso apretar los labios. Se dijo que iba a estar bienñ

—Todavía no sana tu hombro, ¿verdad? —susurró Dawá enterrando más su dedo en Ashe.

Ashe no respondió, sostuvo su mirada.

—No sigas fingiendo. Hueles a medicina de pies a cabeza. No me mientas.

Estaba seguro de que no solo él escuchaba los latidos de su corazón.

—Ashe no está mintiendo —intercedió Élona y se acercó a ambos—. Alteza.

Dawá quitó su mano del hombro de Ashe y por fin pudo respirar. Retrocedió un paso, se obligó a calmar su respiración y parpadeó varias veces.

—Mariska Ebenish es tu hermana, ¿no es así, Élona? —preguntó el Segundo Príncipe girándose hacia ella.

Ashe miró en su dirección al escuchar el nombre de Mariska con ese apellido, y aunque quiso ver su expresión, solo pudo ver su capa y su armadura en su espalda ancha. Ashe quiso vomitar...

«Mari...».

—Mariska Alerant, Alteza —corrigió Élona—. Ese es nuestro apellido.

—Disculpa el error —dijo el Segundo Príncipe con la amabilidad que no había mostrado antes y sonrió—. Su trabajo es impecable y ustedes son súbditas leales, ¿cómo podría llamarlas con un apellido así? Es el nombre de una rata.

Erasyl se aproximó y colocó una mano en el hombro de Élona.

—Élo...

El Segundo Príncipe alzó la barbilla, volvió a mirar a Ashe y sonrió satisfecho con la escena. Como un niño jugando con un hormiguero. Fue entonces que Erasyl habló por fin, dio un paso frente a su esposa y se interpuso entre ambos.

—Basta. No tienes derecho a esto.

Ashe quiso advertirle, deseó haber llevado su espada porque temió... Al final, el Segundo Príncipe suspiró con desinterés.

—Erasyl Kapadía, Élona Alerant, su trabajo es de reconocerse —dijo el Segundo Príncipe—. Agradezco su tiempo.

—Alteza, nos esperan en el borde de Tiekarnan —advirtió el soldado.

—Por supuesto —concedió Dawá y miró a los tres—. Que An'Istene los proteja.

Dawá se dirigió a su caballo, pero antes de subirse, miró a Ashe.

—Espero que tu hombro sane pronto, Ashe, para que puedas regresar a la caravana.

Un escalofrío le recorrió la espalda. Tanto Élona como Erasyl dirigieron su mirada a Ashe, pero él fingió que no había sucedido nada, solo pudo morderse la mejilla hasta sentir el sabor metálico inundar su boca. ¿Había sido demasiado descuidado? O tal vez eran ciertos todos los rumores de él.

Cuando aquella víbora estuvo lo suficientemente lejos, Élona se dio la vuelta y entró con zancadas a la casa, Erasyl la siguió. Ashe miró en la dirección en la que se había ido, y pensó para sí que la gente tenía razón al decir que no era buena idea involucrarse con los nobles de la dinastía Ganzig y entró al último.

—¿Qué fue eso de tu hombro, Ashe? —preguntó Élona de inmediato.

Ashe sabía que eso iba a pasar... Fingió una sonrisa torpe y negó.

—No lo sé.

—¿Cómo qué no lo sa-...?

Antes de que Élona pudiera seguir, Erasyl colapsó en el suelo.

—¿Estás bien? —preguntó Ashe y se acercó.

Élona se acercó también y fue ella quien lo ayudó a levantarse y a sentarse.

—Maldito imbécil, ¿cómo cree que...?

—Déjalo, amor —dijo Erasyl tomando su mano.

Estaba pálido. Ashe lo miró y aunque quiso ayudarlo, no supo cómo. En la boticaria, Lekatós solo se limitaba a enseñarle a preparar medicinas, a cómo reconocer ciertas plantas y recolectarlas, a desinfectar heridas y tomar algunos signos vitales. Aun así, Ashe se inclinó frente a Erasyl.

—¿Estás bien?

—No... —dijo y miró a Ashe directo a los ojos.

—Voy por agua, amor —indicó Élona y se retiró.

Mientras Ashe trataba de tomar el pulso en su muñeca, Erasyl lo interrumpió y habló.

—¿De qué tienes hechos los nervios, Ashe? —preguntó Erasyl—. Creí que de verdad te iba a matar.

Ashe sonrió un poco, Élona regresó con un vaso de agua y un poco de comida. Ashe se sentó en una de las sillas mientras aguardaba a que Erasyl se sintiera mejor. Élona entonces se recargó en la mesa y lo miró desde arriba.

—Voy a matar a Mariska —escupió Élona—. Así que explícame qué sucedió, Ashe.

Ante la mirada insistente de Élona y los ojos preocupados de Erasyl, Ashe supo que no tenía escapatoria. Después de que lo acogieron esos días y lo ayudaron en el pasado, se los debía, pensó. Les contó parte de lo que había sucedido, omitió cosas como lo de su hombro y toda su pelea contra el Ashyan.

Con cada palabra, supo que Mariska iba a recibir cartas sin parar tanto de su madre como de su hermana... Eso y tal vez algún golpe de su hermana.

Cuando la noche cayó alguien tocó la puerta del negocio para sorpresa de los tres. Para entonces, Erasyl ya se había calmado, pero Élona seguía hecha una bola de rabia, así que apenas escuchó, corrió a abrirla creyendo que era Mariska, y los otros dos la siguieron por cualquier cosa. Cuando abrieron la puerta, no la encontraron a ella, sino a dos hombres con ropa de viajero.

En cuanto Ashe los vio, tanto Jossuknar como Dérukan se sonrieron el uno al otro. Ashe no entendió como habían llegado ahí, pero solo de verlos, no pudo evitar sonreír un poco. Si Dérukan estaba ahí, tal vez significaba que por fin habían despertado de los efectos del Ashyan.

—Ya cerramos —dijo Élona.

—¡Espere!

—Los conozco —se apresuró a decir Ashe antes de que Élona cerrara la puerta en sus caras.

Élona entrecerró los ojos.

—Son de la caravana...

Después de que ambos entraran, Erasyl se puso a hacer té mientras explicaban cómo habían encontrado el lugar y por qué estaban ahí.

—¿Entonces Mariska los envió? —repitió Élona con una sonrisa que obviamente significaba muchas otras cosas—. ¿En dónde está exactamente?

Erasyl colocó las tazas frente a ellos, y Jossuknar miró a Ashe, él negó con la cabeza antes de beber el té y desviar la mirada.

—Eh... —comenzó Jossuknar y rio—. La señorita Mariska solo nos dijo dónde encontrar al señorito Ashe.

—¿Está en el campamento de la caravana? ¿Por qué no vino ella misma? —preguntó Élona—. ¿Por qué vinieron exactamente?

—Amor...

—No, no, deja que respondan —dijo ella y cruzó las piernas.

Dérukan y Jossuknar miraron a Ashe, pero él no se movió. Después de ser interrogado toda la tarde, Ashe solo esperaba que aquello terminara rápido para cambiarse las vendas del hombro e ir a dormir.

—Y venimos a ver a Ashe —dijo Dérukan y lo miró—. ¿Mariska te dijo lo del trabajo? La Dama Inkerne lleva esperando tu respuesta desde hace días y Mariska no le dice nada.

Ashe ladeó la cabeza sin entender a qué se referían. Se preguntó si se referían al sobre que no se atrevió a abrir.

—No te dijo —soltó Dérukan.

—¡Por supuesto que no se lo dijo! —dijo Élona—. De verdad, esa idiota está muerta.

—No... —admitió Ashe.

Se volvió a preguntar por qué había estado actuando así todos esos días. Ashe miró su taza... Entonces, unos papeles aparecieron frente a él, Jossuknar los colocó y explicó.

—No es algo complicado, señorito Ashe. Al menos no algo que no sepa hacer. Y aumentaremos su pago, por supuesto, pero es urgente.

»En unos días volveremos al desierto y necesitamos cubrir eso con quienes van a reemplazar a Dayan y a Medet.

Ante la mención de los nombres, Dérukan frunció el ceño y se removió incómodo. Carraspeó para cambiar de tema y explicó.

—Es sobre los phens.

Ashe sintió el regusto amargo en su garganta y estuvo a punto de negarse y devolverles los papeles. Jossuknar se adelantó.

—Sé que se lo he pedido antes y conozco su respuesta, señorito Ashe —comenzó Jossuknar—. Pero no puede seguir mintiendo por siempre. He visto lo que puedes hacer.

Ashe abrió la boca y bajó la mirada. Lo sabían. Había sido demasiado descuidado...

—Usted es el único en la caravana que conoce cómo trazar ciertos phens.

—¡¿Eres usuario del Kevseng?! —interrumpió Élona.

—No —dijo Ashe y suspiró rendido—. Sí conozco algunos... Pero no sé mucho del Kevseng.

Las miradas sobre él, la insistencia después de que Dawá también se dio cuenta de sus mentiras... Su estómago se revolvió. Había demasiado por procesar aún.

—Piénselo, señorito Ashe —dijo Jossuknar—. Puede darnos una respuesta esta noche.

Ashe se mordió la mejilla. Realmente no quería tener que trazar phens nunca más, sobre todo considerando cómo estaba comportándose su sello y con el hecho de que con el Ashyan, sus phens por primera vez parecían haber funcionado. Pero al mismo tiempo, sabía que aquello era importante y se lo estaban pidiendo a él.

—Lo pensaré.

Jossuknar asintió y Dérukan carraspeó. El hombre asintió, se frotó la barba y sonrió a Ashe.

—No solo vinimos por esto, señorito Ashe —dijo Jossuknar—. Fue desconsiderado pedirle esto solo al verlo.

Ashe ladeó la cabeza.

—Ve al grano, Jossuknar —urgió Dérukan.

—Señorito Dérukan, es usted el que no está yendo al grano. ¿No querías decirle algo a Ashe y por eso insististe tanto en venir conmigo?

Las orejas de Dérukan se tiñeron de rojo, cruzó los brazos y desvió la mirada de Ashe.

—Ni siquiera conoces Tiekarnan.

—Por supuesto, nada más, ¿verdad, señorito Dérukan? —dijo Jossuknar.

—Déjame en paz.

Ashe sonrió. Había extrañado a Jossuknar esos días... Quizá a toda la caravana. Era totalmente distinto estar con Élona y Erasyl que viajando con ellos. En unas semanas se había acostumbrado a las comidas juntos, a las historias de los miembros de la caravana, a Mariska y sus lecciones para enseñarlo a orientarse, a las respiraciones tranquilas mientras compartían tiendas de dormir.

—¿Recuerda toda la gente que fue atacada por el... ? —comenzó Jossuknar y miró de reojo a Élona y a Erasyl.

—¿El Ashyan? —dijo Élona—. Ya nos contó todo.

Dérukan y Jossuknar miraron a Ashe, y el apretó los labios y se encogió en su lugar. Jossuknar continuó a pesar de eso.

—Ya despertaron todos y están bien de salud —dijo Jossuknar—. ¿Verdad, Dérukan?

—¿En serio? —preguntó Ashe y suspiró aliviado.

Después de lo que vio en el templo, Ashe no podía imaginar que hubiera sucedido si se hubiera quedado más tiempo en esa ilusión. Miró a Dérukan de arriba abajo, pero lucía exactamente igual que antes: la misma cara de soberbia y aburrimiento que tenía en el desierto. No pudo imaginar todo lo que vio en aquellos días sumido en sueños, pero supo que era mejor no preguntar.

—Sí, señorito Ashe —dijo Jossuknar—. Seguro también habrán escuchado que el Segundo Príncipe dejó la ciudadela hoy mismo.

—Vino a vernos —dijo Erasyl

La taza se resbaló de los dedos de Jossuknar y Dérukan se ahogó con el té. Ambos miraron a Ashe por una explicación, pero él estaba evitando responder mientras bebía té. No tenía ni idea de cómo explicar lo que sucedió.

—Pero... Pero... ¿No te dijo nada? —preguntó Jossuknar—. ¿Cómo supo que-...?

—Vino a recoger algo que había mandado a elaborar —explicó Élona—. Es una larga historia, pero sabe que Mariska es mi hermana.

Élona procedió a explicarles lo que había sucedido, la conversación y lo último que dijo mientras Erasyl limíaba la taza caída y Ashe recogía el resto para lavarlas. Jossuknar volvió a hablar mientras Ashe estaba alejado.

—Me alivia que estén bien, señorita Alerant, pero creo que a su hermana no le va a gustar nada —dijo Jossuknar.

—No debería haber problema si Ashe vuelve al campamento ahora, ¿no? —preguntó Dérukan—. Mariska no quería que Ashe estuviera ahí por ese, ¿no?

Ashe miró a Élona.

—No sé en qué anda Mariska —explicó ella—. Pero me dijo que no dejara salir a Ashe.

—Pero el príncipe ya se fue.

Ashe se perdió en sus pensamientos. Se preguntó si su comportamiento quizá se relacionaba con las cartas. Antes de poder seguir, Jossuknar y Dérukan se levantaron.

—Solo es una noche —dijo Dérukan—. Además, no creo que Mariska se entere.

—¿De qué? —preguntó Élona.

—Del festín por sobrevivir al Ashyan —dijo Dérukan.

—Y por llegar a Tiekarnan —secundó Jossuknar.

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Al final, Élona aceptó, tal como su hermana, era una persona simple. Quería molestar a Mariska si llegaban a verla, y también porque pensó que no habría riesgo si ella y Erasyl acompañaban a Ashe. Así, Jossuknar no pudo negarse. Ashe se arrepintió de no haber dicho nada porque si su hermana encontraba a Mariska, sabía que él tendría que lidiar con ella después.

Caminaron entre los callejones nocturnos iluminados tenuemente por lámparas solares hacia los bordes de Tiekarnan. Era una ciudad bonita. No de la misma manera en que Vultriana lo era por los recuerdos del último año, sino porque aquellas calles llenas de personas por las mañanas ahora estaban llenas de colores, olores y sonidos. La luna iluminaba los tejados inclinados de las casas y los molinos giraban más lentamente, había músicos tocando en las entradas de las posadas, puestos de comida callejera y viajeros ebrios cantando a viva voz.

Ak frente, Jossuknar guiaba el camino, Élona y Erasyl lo seguían en silencio mientras iban agarrados del brazo, casi a punto de abrazarse y comentando sus planes una vez encontraran a Mariska. Ashe iba atrás con Dérukan, admirando todo lo que había.

—¿Ashe?

—¿Mmm? —preguntó Ashe mientras se acercaba a un puesto donde vendían cosas brillantes que le recordaron a los tesoros en el templo de Kirán.

—Me contaron lo que sucedió en el templo —comenzó Dérukan.

—Oh... —dijo Ashe y trató de disfrazar la mueca en su boca.

No conocía tan bien a Dérukan, pero sabía qué tipo de palabras salían de su boca cuando hablaba con Mariska y él estaba también. Si iba a soltar algo similar a lo que Dayan dijo, tal vez era mejor fingir que escuchaba e ignorarlo.

—Gracias.

Ashe se detuvo más adelante y lo miró con ojos en blanco, seguro estaba bromeando o lo decía para quedar bien con Mariska.

—Eh...

—Me contaron que me sacaste cargando de ahí —dijo Dérukan y desvió la mirada—. Así que gracias, Ashe.

Dicho eso, Dérukan se acuclilló como agradecimiento, Ashe solo pudo reaccionar cuando las miradas de los vendedores y de los transeúntes cayeron sobre ellos. Sus mejillas se calentaron. Corrió hacia Dérukan.

—No es necesario, para por favor —rogó Ashe—. Solo... Solo eres la primera persona que encontré.

Dérukan lo miró desde el suelo y Ashe desvió la mirada. Ahora entendía por qué Mariska y sus abuelos se ponían así cuando él hacia lo mismo. Dérukan se levantó, lo miró con ojos severos.

—Me salvaste la vida, Ashe —repitió Dérukan—. Incluso si crees que no fue mucho, para mí lo es.

Ashe evitó hacer una mueca ante sus palabras.

—Te traté mal antes, así que deja que lo compense hoy —dijo Dérukan.

Ashe suspiró, negó con la cabeza.

—No es necesario... Era lo mínimo que podía hacer —dijo Ashe y se dio la vuelta antes de que Dérukan pudiera añadir algo más.

El grupo aguardaba por ellos dos, así que apresuró el paso y fingió que nada de eso había sucedido. No tenía por qué agradecerle por algo así, cualquier persona hubiera hecho lo mismo... Y además, no hubiera pasado nada de eso si hubiera advertido antes a todos del Ashyan.

Cuando por fin llegaron a las orillas de la ciudad, Ashe reconoció de inmediato las carpas de la caravana montada a lo largo del desierto, junto a los animales y los deslizadores de arena. Había varias fogatas encendidas y desde la entrada a la ciudadela de Tiekarnan se podían escuchar risas y música.

Una vez se adentraron, la gente al ver a Jossuknar le saludaron con cuidado de no golpearle demasiado fuerte por sus heridas. Ashe se quedó detrás de Élona y Erasyl.

—Oiga, Jossuknar, ¿por qué no se une a nosotros? El viejo también conoció una vez al Segundo Príncipe —dijo una mujer joven y señaló a un grupo sentado alrededor de una fogata, conformado principalmente por mercaderes.

—Muchas gracias, pero estaremos con la Dama Inkerne —dijo Jossuknar y los continuó guiando hasta una de las carpas más grandes.

Ashe se ocultó detrás de Erasyl en cuanto sintió miradas sobre él y quiso hacerse pequeño cuando escuchó los cuchicheos a su espalda. Había sido tonto aceptar regresar después de lo que sucedió, seguramente ya todos sabían que él era el único que salió consciente de ese lugar. Se estaba arrepintiendo de haber aceptado volver.

—¿Qué tienes? —preguntó Dérukan de pronto.

Ashe dio un respingo, pero sonrió y negó con la cabeza. Realmente no le gustaba estar rodeado de tanta gente, ser el centro de atención... Pero al mismo tiempo sabía que tenía que regresar en algún momento.

—Mariska debería estar con la Dama Inkerne, si ya volvió —dijo Jossuknar—. Pero igual deberían quedarse un poco a comer algo...

—Gracias, señor Jossuknar —dijo Erasyl.

Cuando llegaron a la fogata más grande, había gente riendo, algunos guardias estaban tirados en el suelo y otra gente bailaba demasiado cerca de la fogata. Ashe se obligó a avanzar justo detrás de Jossuknar para no pensar en eso y llegaron junto a la Dama Inkerne e Ireal. Ambos se veían relajados mientras bebían y hablaban.

—Ya volví, Mi Dama —dijo Jossuknar e inclinó un poco la cabeza—. Traje a Ashe, como me pidió.

Ashe no supo qué decir o hacer, y cuando la Dama Inkerne e Ireal se levantaron y se inclinaron frente a él, se arrepintió de haber aceptado ir aquella noche. Todos estaban demasiado borrachos.

—Muchas gracias por tus servicios, Ashe —dijo ella.

Su cabeza dio vueltas. No supo cómo responder aquello. Solo pudo pensar: si ellos supieran la verdad de él, de que posiblemente atrajo a Dayan a la caravana, de que había liberado a un Ashyan, entonces no harían aquello. Antes de poder seguir con aquel hilo de pensamientos, ellos se sentaron y los invitaron también, todos menos Élona, Erasyl y la Dama Inkerne.

—Vamos a buscar a Mariska —dijo Élona y sonrió a Ashe.

Él asintió y así, se quedó solo. Jossuknar comenzó a hablar con otras personas y el señor Ireal también. Como no tenía nada más que hacer, sus ojos fueron a la fogata y a los pasos erráticos de quienes bailaban al ritmo de un tambor, una voz gutural y aplausos. Jamás había visto algo así en su vida, pero quizá ver eso fue suficiente para contagiarle el ánimo.

Era cierto que a veces, sus ojos se desviaban al fuego, al crepitar de las llamas, a lo que le había dicho a Mariska: «Lo hiciste para sobrevivir», a la maestra mayor y su ausencia de respuestas; y aun así, el olor a madera aromática, el sonido de la música y los gritos le recordaban algo más. Algo que amaba cuando era un niño, algo perdido en la decadencia del templo, en una noche como aquella, pero de verano.

Los registros del templo hablaban de grandes festines organizador por los pobladores de la villa cercana, de los regalos para los guardianes y las ofrendas a Kirán. Debido al declive de creyentes que visitaban e templo, antes de que él naciera, las ceremonias se habían vuelto más pequeñas. Durante esas fechas la mayor parte de su vida solo quedaba rezar plegarias en el Santuario de Buitres todo el día.

Pero había un recuerdo que parecía más un sueño. Era el mismo olor de madera aromática, y él era un niño. Cuando salió de su cuarto y siguió el olor, a través de una apertura de la puerta al jardín vio a su maestra, y en el centro del jardín había una pequeña fogata con brasas a punto de extinguirse y humo danzando al cielo.

Recordaba sus pasos bajo la luz de la luna, como una pluma de buitre. Su espada se alzaba y bajaba, trazaba phens mientras sus botas marcaban el tiempo de una canción que Ashe pudo escuchar con solo verla. No era una danza estricta ni rígida.

Al final, su maestra lo descubrió porque comenzó a toser por el humo y el viento frío, pero a diferencia de lo que esperaba, ella no le reclamó ni le regañó. Ella abrió la puerta por completo, lo vio desde arriba con los ojos en blanco. No llevaba su capa, pero sí adornos de metal negro en su cuello y cabeza, usaba una espada ceremonial. Ella se acuclilló, le explicó qué estaba haciendo y le dijo que no dijera nada a nadie, pero las palabras eran difusas.

Recordaba que le apartó el cabello de los hombros y lo mandó a cambiarse. Ashe apenas recordaba cuántos años tenía en esa entonces, pero estaba seguro de que apenas había aprendido a leer y que comenzaba a escribir su primer phen. Obedeció aquello con tanta emoción y cuando regresó, su maestra lo llevó de la mano hacia el Santuario de Buitres, a un pequeño cuarto donde guardaban objetos ceremoniales. Ahí ella peinó y ató el cabello de Ashe, y le colocó ornamentos que tintineaban y brillaban tenuemente con la luz de los cristales solares.

No recordaba que pasó después, más que la danza, y todas las veces que la practicó los siguientes años con torpeza y con la esperanza de alguna vez realizarla también, en la noche, solo y lleno de adornos bonitos. En algún momento cerca de su Segunda Ceremonia dejó de practicarla, no recordaba por qué, pero cada noche de verano se asomaba desde alguna ventana para ver el jardín.

Hubiera seguido creyendo que todo fue un sueño si no fuera porque dos años atrás, en verano, ella bailó aquella danza de espadas. Recordaba haberla vista de nuevo a través de la apertura de la puerta, bailó justo como él recordaba. Bailaba para su dios aquella noche, para su templo, para los guardianes que habían muerto y para el guardián que tomaría su lugar. Recordaba haberla visto sonreír.

Luego, enfermó, estaba muriéndose y Ashe no pudo hacer nada por ella más que sentarse a su lado a esperar a que falleciera para llevar su cuerpo a la Torre Nitsiag. Ashe cerró los ojos para no seguir viendo el fuego.

—¿Quieres? —preguntó Dérukan.

Ashe agradeció que lo sacara de sus pensamientos y alzó la cabeza. Tomó el vaso de las manos de Dérukan y él se sentó junto a él.

—Gracias.

—¿En qué estás pensando? —preguntó Dérukan con una sonrisa ladeada.

Ashe no respondió de inmediato, miró a las personas bailando y decidió tomar un sorbo de lo que Dérukan le trajo. Cuando sintió el alcohol disfrazado entre un sabor frutal en su lengua, hizo una mueca. No sabía qué tan buena idea era beber eso conociendo su mala tolerancia al alcohol... Pero, ¿importaba en realidad? Siguió bebiendo. Ni siquiera creía que fuera suficiente alcohol para hacerle efecto y miró de nuevo al fuego.

Todas esas tradiciones y ceremonias se iban a perder en el tiempo, solo él las recordaba. ¿Estaba bien aquello? ¿Pretender que no tenía relación con el templo? ¿Dejar que la ira a sus maestros por todo lo que vivió ahí lo consumiera? Miró a la luna, pero como siempre, jamás le dio una respuesta.

—¿Ashe? —llamó Dérukan a su lado.

—¿Hmmm?

Cuando miró a su lado, Dérukan estaba sonriendo y llevaba una pequeña caja de madera. Ashe supo de inmediato qué era.

—¿Quieres jugar?

Ashe lo meditó, peroal final, asintió. No quería pensar más en ese lugar. Bebió lo último quequedaba de lo que estaba bebiendo. Seguro iba a perder, pero eso no le importó,al menos podía recordar las reglas de aquel juego.


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