8.1. Aquello perdido en el desierto

Desear una vida sin complicaciones era lo que sus maestros tacharían como inutilidad, una confirmación de su ineptitud y de que jamás debió ser un guardián. Y aunque ya no estaba en ese lugar, su cabeza no dejaba de regresar ahí, a todo lo que dejó, a todo lo que rompió, a todo lo abandonado y a sus maestros. Quería creer que era efecto del Ashyan, pero en el fondo, Ashe sabía que había algo mal con él mismo.

Mientras el sueño al que quería aferrarse se deshacía como arena en sus manos sin poder hacer nada más que esperar que el sello terminara con él, solo podía pensar en el templo. Quizá era lo único que quedaba después de que sus manos se vaciaban de sueños. Por más que anhelara una vida distinta; las memorias, el hecho de que ninguno de sus maestros jamás reconocería sus esfuerzos, que jamás reconocerían que estaban equivocados, el hecho de que todo lo que hizo era fútil; pesaban más en su cabeza.

Y aunque nada importaba, aunque todo era inútil, hizo todas sus labores en el campamento sin quejarse, se esforzó por hacerlo a la perfección, por hacerlo igual que el resto, pero no importó, salió mal. ¿Por qué seguía esforzándose?

Después de cocinar, se alejó del campamento para dormir un poco y para calmar su cabeza antes de ser arrastrado a las entrañas del pozo que mejor conocía.

Su hombro para entonces estaba tenso y adolorido por amasar con las heridas en su hombro, pero aquel dolor era opacado por la opresión en su pecho. Era similar a cuando vio a su hermano salir por las puertas del templo o como cuando despertó y Altan ya no estaba ahí.

Sabía que Mariska tenía cosas que hacer, que estaba ocupada, que seguiría ocupada por días con lo que había pasada, pero incluso con los ojos cerrados, seguía esperando sus pisadas.

No llegaron esa tarde tampoco.

No quiso seguir así, por lo que se forzó a dormir. No importaba si aquel sueño se tornaba en pesadillas, si podía olvidar el mundo un instante y no despertar al siguiente...

—¿Ashe?

Apenas escuchó su voz, su estómago se hizo un nudo, y entre modorra y consciencia, supo que no había forma de escapar. Abrió los ojos.

—Te traje algo de comer, Ashe.

Ashe giró su cabeza para mirarla. Se incorporó y sus ojos se humedecieron. Quiso pretender que no estaba pasando eso, pero al final terminó desviando el rostro antes de permitirse derramar lágrimas. ¿Qué tan honesto debía ser para que todo permaneciera igual? Todas las preocupaciones se fueron cuando ella le tendió algo para comer y sin decir nada, se sentó al lado de Ashe.

Él la miró, pero los ojos de ella estaban en el campamento y masticaba en silencio.

Cuando ella terminó, el cielo ya estaba oscureciendo y los cristales en el campamento iluminaban lentamente el desierto, y la comida en las manos de Ashe se había enfriado sin un solo mordisco. Ashe sabía que no tenía otra opción más que explicarle, pero no sabía por dónde comenzar.

—Mari...

—Ashe —habló Mariska por fin y lo miró a los ojos—. No quería decirte eso la última vez que hablamos. Perdón.

Ashe se sorprendió al escuchar aquello, y ladeó la cabeza sin entender por qué estaba pidiendo disculpas.

—No es porque mentiste.

—Mari, perdón... Yo...

Mariska negó y giró hacia Ashe. Sus ojos eran claros, lucía cansada y había ojeras en sus ojos, pero estaba siendo honesta. El corazón de Ashe se apretó.

—Somos amigos, ¿verdad?

Ashe asintió y ella sonrió ligeramente.

—Entiendo por qué ocultas algunas cosas —explicó ella—. Y que nos conocimos hace un año...

Ashe desvió la mirada.

—Pero somos amigos, y estamos viajando juntos —dijo ella—. Entiendo si no quieres hablar de ciertas cosas, pero hay otras que son importantes.

»Solo quisiera que pudieras confiar en mí aunque sea un poquito para ayudarte.

Ashe escuchó en silencio, con un nudo tensado en su garganta. ¿Por qué no estaba molesta? ¿Por qué no le exigía la verdad? ¿Por qué quería ayudarle? Había miles de preguntas en su cabeza, pero solo unas lograron salir.

—¿Por qué?

La sonrisa de Mariska se amplió, casi parecía la sonrisa afable de su abuela, aquella sonrisa comprensiva que Ashe recordaba de cuando decidieron ayudarlo en el desierto. Su garganta se apretó. Si Mariska no lo hubiera alcanzado cuando trató de huir, si sus abuelos no lo hubieran encontrado en el desierto, si se hubiera quedado en el templo...

—Porque me importas.

Ashe volvió a desviar la mirada.

—¿Por qué? Ni siquiera soy tu familia, Mari...

Mariska se encogió de hombros.

—Para mí, lo eres, Ashe —dijo ella, su mirada se oscureció con el mismo ocaso—. Tú no sabes cómo me sentí cuando supe que estabas entre los desaparecidos por el Ashyan, no sabes lo que sentí cuando...

Mariska titubeó con las palabras atoradas y luego bufó. Ashe supo que no iba a terminar aquello.

—En fin... Mejor come antes de que decida robarme tu parte.

Volvió a sonreírle y aquello terminó de tensar el nudo en la garganta de Ashe. Ella observó a Ashe, sin comer todavía.

—¿Quieres comer otra cosa?

Ashe apretó los labios. No lograba entender por qué, a pesar de que él seguía ocultándole cosas, ella seguía siendo buena con él. Pero no pudo evitar preguntarse si sería igual si se enteraba de quién era. No quería una respuesta, pero debía decirle, era lo justo.

—Mari...

—¿No la vas a comer? —preguntó ella—. Al menos dale un mordisco, necesitas recuperarte luego de todo eso.

—Soy... Era un guardián de Kirán.

Lo soltó. No había marcha atrás.

Aguardó por su respuesta, por un reclamo, por odio, por confusión, por asco, temor, disgusto, pero ella lo observó en silencio. Estaba escuchando, esperaba y Ashe titubeó sin saber sí continuar.

Tomó la espada a su lado y desvainó sin sacarla. La hoja negra brilló debajo de un cielo sin luna, sus manos temblaban al alzarla y no pudo mirar a su amiga a los ojos.

—¿Recuerdas el cuento de la Dama Obsidiana?

Mariska asintió.

—Lo recuerdo, Ashe.

—Viví en ese templo mucho tiempo sirviendo a Kirán y protegiendo sus tesoros. Le rezaba todos los días... —explicó Ashe—. Pero me fui.

Ashe enfundó su espada. No pudo seguir a pesar de que se lo debía a Mariska.

—Perdón.

—No pidas disculpas —regañó Mariska—. No es necesario que me digas nada más, somos amigos.

» Y cuando te sientas listo, estaré contigo para escucharte.

Ashe apretó los labios, había un nudo en su garganta.

—Solo me alivia que estés aquí conmigo y no ahí, Ashe.

Solo bastaron esas palabras, tan simples, tan honestas para que sus ojos se humedecieran. Desvió la mirada cuando creyó que las lágrimas iban a resbalar.

Mariska se acercó a él sin tocarlo y sin preguntar nada más. Sin decirle palabras inútiles y sin juzgarlo.

Confiaba en ella, era su amiga, pero no lograba entender por qué era tan difícil decirle la verdad. Su garganta se apretaba al pensar que ella no se enojaría, que ella entendería, que no le reclamaría, que seguiría a su lado, pero no era capaz de hablar.

—Perdón, Mari...

—Está bien, Ashe, está bien —dijo Mariska—. Todo estará bien.

━━━━━━✧❃✧━━━━━

Cuando llegó esa carta, Drava pensó que debía tratarse de una broma. No podía ser real, no cuando Mires y Adhojan estaban desaparecidos y el Tercer Príncipe había abandonado Vultriana. Debía ser falso, pero ahí estaba el sello que solo el Rey Kiránico poseía.

En aquel momento, mientras se mordía los nudillos y releía la carta una y otra vez, el sacerdote de Kirán entró a la habitación con su habitual seriedad y se detuvo a su lado.

—Tenemos que marcharnos, nuestro rey nos solicita.

—¿Qué hay de Mires y de Adhojan? —preguntó Drava.

—No podemos hacer más por ellos.

—Ellos también tienen sangre kiránica —escupió Drava y se levantó de la mesa—. ¿O le conviene a él ser el único descendiente con sangre kiránica? ¿Por eso los envió a esa misión el año pasado?

—Calla, Drava. Hablar así de tu rey es pecado.

Drava negó con la cabeza.

—¿Vamos a abandonarlos aquí por una supuesta profecía?

—Son las palabras de An'Istene y de Kirán, es su orden y su forma de ayudarnos... No seas blasfemo.

Drava rodó los ojos, tomó su equipaje y se dirigió a la puerta. El sacerdote se colocó en la puerta.

—Muévete antes de que se me acabe la paciencia.

—Drava, siéntate —dijo el sacerdote y tomó su mano—. Incluso si los buscas, ellos decidieron aliarse con esos traidores. Espero que ambos estén muertos.

—¿Estás escuchando lo que dices?

—Le dijeron algo al Tercer Príncipe, es seguro —dijo el sacerdote y apretó el agarre—. Drava, en momentos así, tu rey necesita más tu apoyo. No puedes darles tu lealtad a esos traidores.

Drava bufó con amargura.

—¿Traidores? ¿Crees que me importa lo que sean para ti? Son mi familia.

La expresión del sacerdote oscureció.

—¿Y si te digo que pensaban abandonar el país y a tu supuesta familia? ¿Eso no los vuelve traidores?

Las cejas de Drava se fruncieron y él se apartó de la puerta, el sacerdote por fin lo soltó. Drava retrocedió y desvió la mirada. ¿Por eso habían desaparecido por tanto tiempo sin decirle nada? ¿Por eso estaban en Vultriana de nuevo?

—Estaban escondiéndose de los Ganzig y de nosotros —dijo el sacerdote—. Y de ustedes. Ellos abandonaron a su supuesta familia.

Drava frunció el ceño aún más.

—El resto sabe que son traidores. Tú eres el único que duda, Drava —dijo el sacerdote—. Reacciona. Nunca fuiste su familia.

»Pero puedes hacer lo correcto y obedecer a tu rey.

Drava por fin reaccionó, lo miró a los ojos y cruzó los brazos.

—Con una vida así, ¿quién no aprovecharía la oportunidad de irse?

Las cejas del sacerdote se crisparon por un momento, sin creer lo que Drava dijo. Hizo una mueca de disgusto, y Drava aprovechó para apartarlo y pasar, el sacerdote lo tomó de nuevo de la mano y encajó sus uñas en su brazo. Drava lo miró desde arriba.

—Ya no tengo cinco años —dijo y apartó su mano—. Hacer esto no funciona.

—Al menos escucha lo que te voy a decir —dijo el sacerdote—. Si logramos encontrar al guardián de Kirán, es posible que nuestro rey los libere de sus labores. ¿No es lo que quieres?

Drava sabía al mirar los ojos negros del sacerdote, que aquella era otra de sus mentiras para mantenerlos ahí. Aquella vez, había un poco de desesperación, aunque eso no ocultaba la severidad ni el desprecio en ellos. Era la misma mentira que le habían prometido a Adhojan y a Mires un año atrás: si lograban asesinar al Tercer Príncipe, el resto podría decidir si marcharse o quedarse. Pero al final, nada salió como esperaban y cuando las cosas se complicaron, solo quedó huir y esperar por noticias de sus capturas que no llegaron en un año.

Sabía que era tonto, sabía que las amenazas de que Kirán lo miraría con desprecio eran mentiras, que las palabras del sacerdote no eran acciones, pero había una pequeña esperanza si aceptaba... Él no tenía la voluntad de Adhojan ni la astucia de Mires para salvarse si abandonaba esa causa. Y tampoco quería volver a ver a Herkaj y a Sarvaz llorar. Por eso, dejó de forcejeó y decidió seguir en las garras de aquel buitre.

—¿Te dijeron algo que no venga en la carta? —preguntó Drava.

El sacerdote asintió satisfecho al verlo obedecer.

—La manera de encontrarlo —dijo el sacerdote y soltó a Drava—. ¿Entiendes que es de vital importancia encontrarlo antes que cualquiera de los Ganzig? ¿Antes que los Ashyan?

Drava suspiró.

—¿Por qué? —preguntó Drava—. ¿Y si de verdad no queda ninguno?

—An'Istene nos iluminó a todos —explicó el sacerdote—. Quedaban unos, pero el Tercer Príncipe corrompió a uno y asesinó al resto.

Drava escuchó sabiendo que sus palabras eran más leyendas que verdades. Sabía poco de los guardianes, casi nada en realidad, solo conocía el cuento de la Dama Obsidiana, tanto para él como para el mundo, esas criaturas eran solo mitos. No había posibilidad de que alguien hubiera sobrevivido aislado del mundo por tanto tiempo sin contacto con el exterior. Pero incluso si existía un último guardián, ¿cómo estaban seguros de que abandonó el templo? ¿Por qué estaban seguros de que estaba corrompidos? ¿Por qué solo hasta entonces importaba su existencia? Tampoco creía que el Tercer Príncipe los hubiera encontrado, si así hubiera sido, habría muerto.

—¿Cómo vamos a encontrarlo? —preguntó Drava.

—Niño ignorante.

Dicho eso, sacó un cuchillo con funda adornada y mango con tallados delicados, luego lo desenfundó, y mostró una hoja oscura. Se lo tendió a Drava.

—El guardián usa una espada de hierro negro —dijo el sacerdote y le tendió el cuchillo—. Siéntelo. Esto solo está teñido. Notarás la diferencia en cuanto veas la espada.

Drava apartó la mano del sacerdote y se frotó el rostro.

—¿Solo su espada? ¿Qué quiere hacer? ¿Pedirle a cada persona que veamos que nos muestre su espada?

—También usa ropa negra —dijo el sacerdote—. Y donde esté él, los Ashyan también estarán.

»Kirán nos guiará. Vamos.

Drava lo miró incrédulo, pero no se movió de dónde estaba. El sacerdote le dio una mirada mientras enfundaba su cuchillo y lo colgaba en su cintura.

—¿Ahora qué, Drava?

Drava conocía bien su propia vida, sus propios límites y las miles de promesas sin cumplir que Sarvaz y Herkaj pretendían no recordar. Sabía que en un mundo donde sus piernas estaban atadas y donde lo único que podía ver era la corona rota de un rey muerto, esas promesas eran imposibles de cumplir.

—Lleva a Sarvaz y a Herkaj contigo.

—¿Te piensas quedar?

—Llévalos al campamento con el resto, yo buscaré solo al guardián.

El sacerdote sonrió ampliamente.

—Veo que por primera vez usas la cabeza, Drava.

—En cuanto lo lleve, nos dejarás ir a todos.

El anciano hizo una mueca de disgusto, pero no dijo nada al respecto, solo se dio la vuelta y terminó:

—Encuentra a ese guardián, Drava.

El anciano salió de la pequeña casa y afuera, Drava pudo escuchar a Sarvaz y a Herkaj. No se atrevió a asomarse y decirles, pero pudo escuchar sus quejas, pudo escucharlos llamar su nombre.

Drava no salió.

No quería seguir prometiéndoles cosas que no podía cumplir, pero si al menos podía ayudarlos a dejar esa vida, pensaba hacer lo necesario para que ellos no fueran quienes se quedaran en una vieja casa roída, escondiéndose del mundo.

━━━━━━✧❃✧━━━━━

Viajar por el desierto era una de las cosas que Adhojan más detestaba, pero a lo que se había acostumbrado tras años sirviendo a su tío. Lo que antes era motivo de pesadillas, no significaba nada más que aire caliente y arena después de tanto tiempo ensuciándose las manos. Por eso mismo, esa noche, la idea de deshacerse del sacerdote que lo acompañaba cruzó su cabeza de nuevo. Y lo hubiera hecho ya si no fuera porque al menos era útil.

Le ayudó a evitar caminos con Ashyan para que la sangre de Kirán no fuera problema para él, cocinaba decente, y le trazó phens para protegerlo en el desierto. Aquello sin duda era mejor que tener que escuchar los susurros, pasar en vigilia para evitar las pesadillas, y lidiar con las náuseas y los escalofríos debido a los Ashyan.

A pesar de eso, pensaba separarse de él en cuanto tuviera la oportunidad. Aquel hombre sin duda sabía quién era Adhojan, por eso lo siguió apenas reconoció sus ojos y quizá por eso mismo, había mencionado las órdenes de su tío para que todos regresaran al sur. Adhojan por supuesto, no pensaba regresar a ese lugar, pero temía que tuviera que ver con la profecía.

Por eso, mientras comían debajo de una noche estrellada, Adhojan trató de preguntar lo menos sospechoso posible.

—¿Por qué él rey llamó a todos al Confín?

Su rostro era joven, Adhojan pensaba que era menor que él, así que cuando sus ojos se iluminaron para responder, lució casi como un niño.

—¿No te llegó nada? —preguntó y sonrió.

Adhojan negó.

—An'Istene nos dijo cómo librarnos de la profecía.

Adhojan asintió. Por supuesto era algo así. El sacerdote continuó explicando.

—Necesitamos un guardián de Kirán —dijo—. ¡Siguen existiendo! Quién lo diría, ¿verdad?

Adhojan frunció el ceño, pero no respondió. ¿Había escuchado bien?

—Será muy fácil encontrarlo. También sirvió a Kirán, por lo que los Ashyan deben estar detrás de él.

Adhojan pensó en sus palabras. Si eso era cierto y Mariska estaba con Ashe, entonces ¿no estaba ella también en peligro?

—Yo lo encontraré —aseguró el sacerdote sonriendo—. Cuando lo encuentre, yo mismo lo voy a matar. Kirán estará muy satisfecho si es alguien como yo quien lo hace.

»Espero que suplique y le ruegue a nuestro rey.

Una vez aquellas palabra salieron de su boca, el sacerdote continuó comiendo como si nada. Solo esas palabras bastaron para convencerlo, quizá sí tendría que usar su cuchillo, solo necesitaba pensar en la manera más efectiva de hacerlo. Realmente le asqueaban todos los sacerdotes de Kirán, eran todos sanguinarios y crueles, y aunque hubiera preferido terminar las cosas aquella noche, todavía tenía información de la profecía, así que alejó la mano de su daga.

Después de comer, el sacerdote se acostó a dormir a un lado de la fogata mientras que Adhojan decidió quedarse a hacer guardia. Sabía que no existían las pesadillas, que era imposible con el sacerdote ahí, pero le tranquilizaba más estar despierto que dormido.

Sus ojos fueron al cielo. En noches así, fuera por los Ashyan o por los In'Khiel, había muchas cosas en su cabeza. Se preguntó cuál era la diferencia entre anhelar el sol y anhelar aquellos puntos en la noche. Quizá solo el Doctor Ebenish le hubiera respondido sin burlarse...

Cuando el viento sopló, las estrellas perdieron brillo y fueron engullidas en oscuridad. Adhojan frunció el ceño, y cuando el viento sopló de nuevo, la fogata se apagó sin dejar rastros de humo, como si jamás la hubieran encendido. La temperatura descendió, y Adhojan de inmediato se levantó y se acercó al sacerdote, pero él roncaba demasiado alto como para discernir cualquier otro sonido. Adhojan sacó su daga y la apretó entre sus dedos callosos y astillados.

Alguien lo miraba, pero era imposible discernir cualquier sonido con los ronquidos.

Adhojan le dio una puntada con el pie para despertarlo, pero el hombre solo rotó y roncó con más fuerza. Estuvo tentado a intentar de nuevo, pero lo pensó dos veces. Si era lo que creía, podría deshacerse del sacerdote sin ensuciarse las manos.

Miró a sus alrededores y vio entre la noche, una sombra. Adhojan frunció el ceño y apretó el arma en su mano. Quiso confrontarlo, pero en casos así, si no sabía qué había frente él, era mejor esperar, rezar y pelear cundo lo atacaran. Adhojan parpadeó y la sombra desapareció.

No.

Dio un paso al frente, buscó la silueta, pero no había señales por ningún lado, hasta que escuchó un sutil ruido detrás de él. Alguien bebía agua. Adhojan se dio la vuelta y lanzó su daga, pero la persona lo atrapó entre sus dedos antes de que se clavara en su frente y luego colocó el cuchillo con cuidado a un lado de la fogata.

El fuego volvió a alzarse, tenue, pero iluminó el rostro de un adulto joven bebiendo agua de un cuenco con tranquilidad. Adhojan no tuvo que verlo dos veces para saber que eso no era un humano, por más mundano que fuera el acto. Se lo dijo tanto la sangre de la dinastía kiránica en sus venas como el temor creciente en su pecho.

Adhojan buscó sus armas, su ballesta estaba demasiado lejos, pero debía tener algún otra arma en sus bolsillos. Mientras tanteaba y observaba al hombre, él bajó el cuenco vacío, abrió los ojos y miró el fuego. Adhojan sabía que ni todos los años sirviendo a su tío, ni todos los sermones, servían contra un Ashyan, pero debía haber un modo de salvarse y huir.

El joven lo miró por fin.

—Creo que los ritos funerarios antiguos debieron preservarse después de que tu Rey murió... Es una lástima que la gente parta sin gloria ni purificación.

»Sangre vieja o nueva, muchas cosas que no deberían, siguen siendo lo que eran —dijo—. Solo el silencio y el desierto deberían permanecer, y ni siquiera son eternos.

Adhojan frunció el ceño ante las palabras del Ashyan. Todos sabían que sus palabras solían ser confusas para manipular y apoderarse de la sangre kiránica. Aun así, quizá movido por el desprecio de una época que no volvería, decidió escuchar a aquel joven, a aquel sirviente de un Ashyan.

—¿Quién eres y qué quieres?

—¿Adhojan es tu nombre ahora?

Adhojan dio un respingo al escuchar su nombre, pero no lo confirmó ni lo negó. El Ashyan, a un lado del sacerdote, lo miró de reojo.

—Posiblemente no me recuerdas, no tuve nombre por mucho tiempo, pero yo sí te recuerdo, después de todo, eras como nuestro hermano mayor. Luego, el profesor me dio un nombre, ¿lo recuerdas?

Adhojan frunció aun más el ceño, el joven se levantó y caminó hasta él, pero no se acercó más de lo necesario. Por más que Adhojan lo miró, no reconoció su rostro.

—Lo esperaba. Nadie recordará nunca a dos pequeños sacerdotes de Kirán sin nombre, mucho menos cuando los recuerdos son caóticos.

Adhojan quiso interrumpirlo y preguntar, pero el joven continuó.

—Los espíritus son benevolentes, más que Kirán —dijo el joven y sonrió con tristeza, llevó una mano a su pecho—. Morimos, pero no por mucho... Con Ahrim así, era fácil que los Ashyan intercedieran.

»Tu hermana y tú no tuvieron la benevolencia de un rey, ni de los espíritus... quizá solo suerte. Tal vez es lo que todos necesitamos en Istralandia.

Adhojan frunció el ceño aún más. Tragó saliva y abrió la boca, sus labios temblaron, pero no se atrevió a decir nada. Si habían estado en esa caravana, si de verdad era uno de esos niños, si no mentía... Entonces aquel joven tenía una marca de Kevseng en el pecho, y una cicatriz de espada en la garganta.

Si Adhojan fuera la misma persona que en esa entonces, sus ojos se hubieran humedecido, pero en cambio, solo pudo retroceder.

—¿Medet?

—Es el nombre que el señor Ebenish me dio... Ojalá la suerte hubiera estado de su lado, pero ni siquiera a los espíritus les importó.

»Adhojan, puedo mostrarte qué pasó esa noche.

Le tendió la mano, pero Adhojan no la tomó. Y de todas formas, como una ola, fueron a su cabeza las memorias enterradas bajo tierra, aquellas cosas que ya había superado. Medet y Dayan, el Doctor Ebenish, sus padres, Mires, el sacerdote, el Errante del Desierto, los sirvientes y generales que apenas sobrevivieron a la masacre de la dinastía. Sus ojos se humedecieron. Esos niños sobrevivieron, pero ¿aquello era vida? El viento levantó la arena.

—Me recuerdas —susurró Medet alzando las cejas y bajó la mano.

—¿Cómo? ¿Por qué? ¿Por qué esto? ¿Por qué esta vida?

Medet sonrió como si fuera mucho mayor que Adhojan.

—Era solo un niño, esta solo es una vida. ¿Y tú? ¿Por qué eso?

Adhojan se quedó sin palabras en ese momento. No pudo decirle nada más. Las respuestas eran el motivo por el cual su hermana y él habían decidido huir de Istralandia. Adhojan decidió cambiar de tema.

—¿Por qué viniste aquí?

—No sigas a ese guardián — soltó él de inmediato, su sonrisa se borró y se llenó de severidad, ojos antiguos, más antiguos de eran—. Es por tu bien. Los Ashyan tienen los ojos en él, en su sello y en su espada.

»Todos los Ashyan pudieron sentir su espada cuando atravesó a mi hermano.

Adhojan alzó las cejas.

—As-... ¿Mató a tu hermano?

—No. Fue la espada —dijo Medet y suspiró.

—¿El guardián la llevaba?

—No, fue alguien más —dijo Medet y continuó—. Adhojan, tienes sangre de Kirán y sobreviviste aquella vez con suerte... Dayan siguió ese camino y cayó en los brazos de Ashyan Ahrim.

Adhojan hizo una mueca ante el nombre, no por conocerlo, sino por reflejo.

—¿Quieres vengarte de quién mató a tu hermano?

Medet negó con la cabeza, sus ojos y su boca se llenaron de tristeza.

—Dayan eligió ese camino mucho tiempo atrás. Jamás pude convencerlo —dijo Medet y sonrió.

—Es un guardián de Kirán, ¿no lo está buscando tu amo? ¿No quieres destruirlo?

Medet negó.

—Los Ashyan no despreciamos a los guardianes de Kirán —dijo Medet—. Son flores escasas nacidas en oscuridad y nieve, favoritos del sol y los buitres, los únicos que pudieron acabar con Kirán... Los Ashyans como nosotros solo podemos admirarlas, pero hay otros que buscan arrancar alguna para ellos.

Adhojan frunció el ceño ante la descripción. Era difícil pensar en aquel muchacho que los abuelos de Mariska habían acogido era aquello que los sacerdotes de Kirán deseaban muerto y que los Ashyan parecían amar. ¿Tal vez era por eso que el Tercer Príncipe le había pedido buscarlo?

—¿Eres un Ashyan? ¿Bebiste sangre de un Ashyan?

Medet negó.

—Yo solo soy un sirviente, Adhojan. Llevo los deseos, las palabras y el camino de mi amo. Algo así como los sacerdotes para Kirán y para An'Istene —explicó.

—Pero no puedes morir.

—Solo bajo la espada de un guardián.

—¿Entonces no bebiste sangre del Ashyan al que sirves?

—Es distinto beber la sangre de un Ashyan que convertirte en su sirviente —explicó—. Quienes hacen eso no pertenecen a nadie, ni a este mundo.

—¿Qué pasa si...?

—Así se crean nuevos Ashyan... Mi amo cree que fue la manera en la que Kirán se volvió un dios.

Adhojan frunció ante lo que acababa de escuchar. Sacrilegio. Estaba equivocado. No mencionó nada, y Medet terminó de hablar.

—Me tengo que ir —dijo—. Si quieres buscarlo de todas maneras, es posible que los encuentres en Tiekarnan.

»También puedo llevarme al sacerdote si lo deseas.

Adhojan lo miró de reojo, era verdad que seguía pensando en deshacerse de él, pero prefería mancharse él mismo las manos que manchar las de Medet. Negó con la cabeza.

—Está bien —dijo Medet—. Adiós, Adhojan... iré a despedirme de mi hermano.

—¿A dónde irás?

—Con mi amo.

—¿Te quedarás en el desierto?

—Hasta que nuestro templo sea sepultado o el guardián use su espada.

—Adiós, Medet.

Él asintió. Las llamas de la fogata se apagaron un instante y cuando se volvieron a alzar, ya no había ni una sola silueta en el desierto, y las estrellas habían regresado. Adhojan alzó la cabeza al cielo, esperaba que el Doctor Ebenish también cuidara a ese muchacho y que Dayan descansara en paz.

━━━━━━✧❃✧━━━━━

En medio del desierto, una espada negra perforó las entrañas de aquello que no era humano. En medio del desierto, Altan se levantó de inmediato cuando lo sintió. Esa noche, su primer pensamiento fue que alguien lo había traicionado, así que desenfundó su espada y antes de poder gritar por Sorken o por Dijike, cuando apuñaló el aire, se dio cuenta de que no había nadie.

Al final no los llamó, se quedó temblando por un rato y luego, se dio cuenta de que había soñado algo que no era un sueño. Lo recordaba claramente, casi como si él hubiera estado ahí mismo, un hombre con una espada negra, con la espada del guardián, y una mujer joven a su lado... ¿En dónde estaba el guardián?

No pudo volver a dormir luego de aquello.

Apenas recuperó el aliento, con las manos temblorosas escribió una carta y le pidió a Dijike que la enviara a Adhojan. Y retomaron el camino al desierto, pero algo cambió.

No pudo volver a dormir.

Pasó días preguntándose qué demonios había sucedido, por qué se despertó así. Cuando cerraba los ojos el sueño jamás llegaba, pero por días, las imágenes de aquella espada negra deslizándose por su cuello se repitieron una y otra vez, y la maldición en su pecho se retorcía y latía.

Mientras andaban hacia el sur en el desierto, se sentía enfermo, nauseabundo, la armadura a la que se había acostumbrado parecía fundirse en su piel y asfixiarlo, la sensación de que su cabeza se iba a separar de su cuerpo no lo dejaba en paz.

El único consuelo, lo único que le despejaba el dolor era una visión que parecía un sueño... Se aferraba a él con la esperanza de poder dormir por fin. Alguien en la oscuridad lo arropaba del frío, lo alimentaba, le tomaba la temperatura con su mano, sus ojos, antes faltos de vida, tenían ahora un poco de esperanzas... «¿En dónde estás?».

¿Era raro pensar en él cuando le había apuntado el cuello con una espada?

Entonces, Sorken tuvo que hablar e interrumpir eso, y arruinar el resto de su día cuando ya se sentía mal.

—El Tercer Príncipe está muy callado hoy —susurró a Dijike—. ¿Está enfermo?

—Solo sufre porque no es el niño de papi —se burló Dijike.

Eso fue suficiente para que Altan abriera los ojos, se apartara las manos de la sien y mirara a ambos con intención de matarlos. Incluso desvainó su espada y si no hubiera sido por otro soldado que lo sostuvo y lo tomó del brazo, se hubiera abalanzado sobre el general Sorken.

—¡Alteza! —gritó el soldado.

—¿Tienes deseos de morir hoy, Sorken? —preguntó Altan forcejeando con el soldado y con sus ansías de sangre.

—¡Alteza, por favor!

Sorken lo miró con aquella expresión que Altan odiaba, casi paternal.

—Alta-Alteza... —llamó—. Dijike no debió de decir eso...

Por supuesto, Dijike había huido de la escena lo más rápido posible y ahora estaba charlando con la rehén y algunos soldados como si nada. Todos ellos lo miraron y quizá solo por eso, enfundó su espada y dejó pasar las palabras de Sorken.

Decidieron detenerse, comieron y posteriormente volvieron a emprender el camino hacia el sur. El general, a pesar de lo que había sucedido, se mantuvo a un lado del Tercer Príncipe.

—Altan...

—¿Vas a seguir hablándome así? ¿Incluso si me vuelvo tu rey? —preguntó Altan con una mueca y luego sonrió—. Si le digo a tu esposa, ¿crees que se vaya a enojar?

»¿O si le digo al rey?

Caecer suspiró y lo miró como a un niño. Altan cruzó sus brazos.

—¿Qué quieres decirme? No leo tu mente, Caecer —preguntó Altan y no lo miró—. Si es sobre el rey, ahórrate tus palabras. Sabes que tenemos que hacer lo que me encomendó o nuestras cabezas van a volar y no creo que a tu esposa le vaya a gustar...

—Altan, sabes que no tienes que hacer esto.

Altan lo miró con disgusto.

—No puedo negarme a las órdenes del rey.

—Tú no querías esto cuando eras niño.

Altan quiso replicarle algo, pero sería injusto para ambos, así que solo se calló e hizo una mueca.

—Tenemos que hablar del guardián.

Altan no quiso conversar más y se adelantó, pero Caecer Sorken era un general después de todo, y también fue su maestro en muchas cosas, así que lo alcanzó en cuestión de segundos.

—Todo va a estar bien, Sorken —aseguró Altan—. Ni una palabra a nadie.

—Entonces no piensa entregarlo.

Altan lo miró con una mueca, como si no fuera posible lo que escuchaba. Altan llevó su mano a la empuñadura de su espada, pero antes de que pudiera desenfundarla, Sorken la tomó también.

—¿Qué? Tú siempre me dijiste que cumpliera mis promesas.

—No es eso, Altan —dijo él—. Si tengo que morir para protegerte con tu secreto, lo haré... Pero no me esperaba eso de ti. ¿Estás bien? ¿Tu padr-...?

Llevó una mano a la frente de Altan para tomarle la temperatura y él la apartó de un manotazo.

—Si quieres morir hoy, sigue haciendo eso... —dijo Altan y añadió—. El rey, no mi padre, el rey.

—Altan —llamó Sorken—. ¿Estás enfermo? ¿Te duele algo? Desde hace unos días te veo pálido.

—Ni que fueras mi mamá.

—Pues básicamente...

—¡Que no! —gritó Altan—. ¡Ya déjame! Sigue diciendo eso y voy a ser yo quien le ayude a tu esposa a patearte.

A pesar de lo que dijo, las palabras no eran en serio. Lo cierto era que Caecer Sorken y su esposa, Saule Tagaén, además de su madre, sus hermanos y Dijike eran las personas más importantes en su vida.

Por más que le molestara la forma en la que Caecer lo trataba, no podía culparlo. Tanto él como su esposa lo habían criado desde que era un niño y hasta antes de su Segunda Ceremonia porque su madre había entrado a la corte de Istralandia y un niño que nació en la fecha que murió el rey anterior no era un buen augurio. Así, Caecer y Saule lo cuidaron por mucho tiempo como si fuera su propio hijo, y por eso estaba agradecido con ellos.

Aunque Altan no quería admitirlo, Caecer fue como un padre para él hasta antes de su Segunda Ceremonia, y para que aquellos sentimientos no lo pusieran en peligro, había tratado de alejarlo. Al final, nada había funcionado, porque se había convertido en su maestro y seguía aprendiendo cosas de ese anciano. Por supuesto que se arrepentía de ser grosero con él, pero eso no parecía afectar a Sorken por más que él tratara.

Sorken rio un poco, le dio dos palmadas en el hombro a Altan.

—Altan.

—¡¿Qué?! Si no es algo bueno...

—Espera...

La sonrisa de borró del rostro del general y sus ojos se enfocaron en algo en el cielo. De inmediato, sacó la base de un ave metálica de su equipaje. No era la base para el ave de Adhojan, era la del rey... Altan hizo una mueca, incluso pensó en dispararle.

El ave descendió, sus alas mecánicas bailaron con gracia en el aire y aterrizó suavemente en la base sobre la cabeza del general. Aleteó y se detuvo. Esa fue la señal para montar un campamento ahí, tanto como para descansar como para leer la carta. Después de que Dijike se aseguró de que no contuviera explosivos ni veneno, se la pasó a Altan.

El mal humor de Altan había empeorado para entonces, pero aún así la abrió apenas Dijike se la dio y ella salió casi huyendo cuando lo vio así.

Conforme la leía y el sol se ocultaba, sentía que perdía estabilidad, que iba a caerse, así que tuvo que sentarse. Mientras más leía más deseó que alguien fuera a molestarlo, que aquello no fuera real.

No había sido un sueño, y aunque no se mencionaba en la carta, sabía que habían usado una espada negra.

La leyó de nuevo. Y unas tres veces más para comprobar que no se había saltado ningún detalle. ¿El guardián estuvo ahí? ¿Por qué no lo vio en su sueño? ¿Por qué no lo mencionaban en su carta? ¿Por qué había soñado con esa espada por días? Un Ashyan... Un Ashyan... Se levantó. Necesitaba ir a Tiekarnan a buscarlo.

Apenas se paró, guardó la carta y salió de la carpa hecho una bola de nervios. Los soldados lo miraron al mismo tiempo, incluida Mires que comía en una esquina.

—¿Alteza? —preguntó Dijike en cuanto lo vio dirigirse hacia su caballo.

—Necesito ir a Tiekarnan.

Dijike lo siguió con una sonrisa.

—¿Allá? ¿A estás horas? ¿Descubriste algo de...?

—Un Ashyan... Necesito ir.

Todos perdieron el aliento solo con esas palabras, Dijike detuvo sus pasos y lo vio alejarse. El general Sorken fue el primero en reaccionar, corrió hasta él, lo tomó del hombro antes de que pudiera subirse al caballo. Altan forcejeó, pero para entonces, más soldados e incluso Mires ayudaron a llevarlo a la fogata y lo obligaron a sentarse por más que replicaba que tenía que ir.

Pero sin duda no estaba bien, no paraba de temblar, estaba pálido y si alguien no le hubiera quitado su espada, la hubiera usado para escaparse. Lo obligaron a comer, y a escuchar historias tontas para distraerse. Incluso Mires contó una, y todos rieron, quizá para pretender que nadie había mencionado la palabra Ashyan.

Cuando por fin se tranquilizó y Sorken se aseguró de que no planeaba escaparse, lo llevó a dormir, aunque no pudo. La peor parte fue el siguiente día, por la mañana mientras estaba junto a Dijike, llegó otra carta del rey.

En esa carta ordenaban a todos los generales y príncipes apresurar la búsqueda del guardián, y explicaban de su existencia y la profecía. Se pedía guardar el secreto. Solo duró tres días en calma, tres días en los que no pudo relajarse mientras seguían el camino al sur, porque llegó otra ave.

De verdad quiso dispararle en cuando la vio. Cuando la leyó, supo que se había quedado sin tiempo y necesitaba encontrar al guardián antes que todos los nobles, generales y príncipes. Necesitaba ocultarlo incluso si terminaba pagando con su propia cabeza. Y así, después de enviarle las cartas necesarias a Adhojan, partió al sur.


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top