7.3. Residuos de un recuerdo

Con una espada negra cubierta por una fina capa de hielo cuya punta tenía prohibido tocar el suelo, entre montañas heladas y en los jardines cubiertos fuera de un templo de roca negra, un guardián sin nombre vestido de negro resaltaba entre la nieve. Ni un solo buitre, águila o conejo sabían si rezaba a un dios, si estaba soñando por una vida mejor o si simplemente inhalaba el aire helado del invierno.

Su nariz había enrojecido, y sus manos estaban hinchadas por sostener una hoja de metal helada por tanto tiempo. Con los ojos cerrados y la nieve a su alrededor, aguardaba a que alguno de sus maestros fuera a indicarle que era suficiente.

Silencio. Olía a putrefacción.

Abrió los ojos, pero no había nadie que le dijera qué hacer, si debía levantarse, si su castigo había terminado, si debía quedarse aquí el resto de la eternidad. Nadie que le diera una respuesta.

Tuvo un sueño.

Pero para un guardián que no debía poseer ni anhelar nada, era egoísmo, sacrilegio, impurezas de la mente e ideas que debían ser purgadas con phens, con fuego, con los picos de los buitres y con castigos.

Deseó demasiado.

Había deseado tanto y ahora aquel sueño profundo se desvanecía, se iba volando y lo dejaba a él solo entre la nieve blanca y nubes grises, incapaz de seguirlo, incapaz de mirarlo por más rato.

¿Cuál era ese sueño?

«Recuerda tu propósito aquí. Que Kirán te perdone».

Él no lo perdonaría y An'Istene tampoco. Era un guardián, el último y anheló sin el derecho de hacerlo. Solo quedaba cumplir sus labores como sus maestras pidieron, jamás volver a soñar algo solo para él, jamás escapar de nuevo, morir y pudrirse solo en aquella montaña.

«Si jamás hubiera nacido...».

No tendría que pensar en nada, no pensaría en nada, al menos podría tener un poco de paz.

Había un tenue olor a cabello chamuscado.

—¿Ashe...?

—¡Ashe!

Voces sin sentido. Miles de voces cuyo eco reverberaban entre la roca negra.

—Guardián.

Él abrió los ojos y encontró una figura que creyó que no volvería a ver. Era la maestra mayor, con sus ojos gélidos y su boca siempre en una fina línea entre la molestia y el asco. El guardián alzó la cabeza cuando ella se acercó.

—¿Hasta ahora decides volver? —preguntó ella.

Él bajó la cabeza. Aferró la espada, aunque quemaba sus dedos y cerró los ojos para aguardar el golpe, pero este jamás llegó. Extrañamente, ella le quitó la espada de las manos con delicadeza. Cuando abrió los ojos, ella estaba limpiando la hoja con su capa.

—Levántate. Hay mucho que hacer ahora que volviste —ordenó.

Sus palabras eran mordaces, pero no como antes... Estaban llenas de cuidado y culpa, parecido al tono que usaban después de que él casi murió. Era la hipocresía luego de llevarlo al borde de la muerte y luego rogar porque viviera.

No dijo nada de eso. Jamás se atrevería. Se levantó a pesar de que sus piernas estaban entumecidas. Sacudió la nieve de sus pantalones, y aunque quiso envolverse más en su capa para recuperar el calor, no lo hizo, no frente a ella. Controló los temblores de su cuerpo mientras la observaba en silencio limpiar su espada. ¿Por qué estaba haciendo eso?

Cuando ella terminó de quitar el hielo, lo miró directo a los ojos, se acercó con la espada apuntando al cielo. Él aguardó por el dolor, por el corte, por cualquier otra cosa, pero en cambio, ella apartó su capa a un lado y enfundó su espada en su cintura y terminó con palmadas en su hombro para apartar la nieve.

—¿Tienes frío? —preguntó ella.

El guardián no lo entendía, no comprendía por qué la maestra mayor se estaba comportando así. ¿A qué se refería con volver si jamás se había marchado de aquel lugar? ¿Por qué ella estaba ahí si estaba muerta?

A pesar de que no respondió, la maestra mayor se quitó la capa y se la colocó alrededor de los hombros. La ajustó con sumo cuidado sobre su otra capa, limpió las pelusas y la nieve y comenzó a abotonar. El guardián solo bajó la mirada. Ella se alejó dos pasos al terminar y sonrió.

Pero ella no podía sonreír... ¿por le sonreía ahora?

—Vamos a que entres en calor —dijo ella—. Luego, podemos hablar de tu Tercera Ceremonia. Serás el mejor guardián que ha vivido en este templo.

«Jamás estuviste hecho para ser un guardián».

«Si tan solo no hubieras nacido...».

«Desde que eras pequeño siempre lo supe: debimos matarte».

Siempre trató de contenerse, pero aquellas memorias seguían impregnadas en su mente y en su pecho. Mientras ella se alejaba al templo, el guardián se quedó en medio de la nieve observándola. Solo cuando ella abrió la puerta, se detuvo. Lo miró directo a los ojos, pero ni siquiera así, el guardián pudo moverse.

—¿Por qué quieres quedarte ahí? —preguntó ella—. Hace frío y te vas a enfermar. Vamos.

¿Estaba soñando? No lo sabía. Hacía mucho que la división entre lo que soñaba y lo que vivía se había difuminado. No pudo contener más sus palabras, no pudo contener más aquella sensación revolviéndose dentro de su estómago.

—Usted nunca fue así.

Ella regresó hasta él, y antes de que Ashe lo entendiera, tomó sus manos como lo haría una madre con su hijo. Había visto una escena similar así antes, en algún lado... No se atrevió a apartarse a pesar de que aquellas manos arrugadas le quemaban los intestinos, a pesar de que su cuerpo se estremecía, a pesar de querer huir y gritar.

—Entremos. Hace frío —repitió ella con la calidez que jamás mostró y lo obligó a avanzar tomando su mano.

El guardián se dejó guiar, avanzó detrás de ella, con la mano helada de la maestra acunando la suya. No entendió qué estaba sucediendo ni por qué lo trataba así, pero a pesar de querer forcejear, gritar, huir, otra parte deseó que aquello no fuera un sueño. Deseó. Si cerraba los ojos en aquel instante, todo estaría bien, despertaría y seguiría ahí...

Cuando entraron al templo y las puertas se cerraron, ella lo detuvo. Sacó un pedazo de franela debajo de su ropa y le indicó bajar la cabeza. Obedeció, y ella secó la nieve de su cabello en silencio y con movimientos delicados.

—¿Qué te gustaría comer hoy, guardián? —preguntó ella, la única voz en todo aquel lugar—. Un caldo caliente te ayudará a no enfermarte. Todavía queda conejo.

Sí, quizá eso estaría bien...

—Usted murió —susurró él amodorrado.

Ashe alzó la cabeza y abrió los ojos al darse cuenta de lo que había dicho. Pero no había molestia en su rostro, estaba sonriendo, una sonrisa afable, como la de una madre. Algo estaba mal en esa sonrisa, de nuevo, era ajena a ese rostro, era ajena a él. Quizá Morgunstjarna la había visto sonreír, quizá incluso Leifhite y su hermano, pero él... Su cabeza dio vueltas.

—¿De qué hablas, guardián? —preguntó ella, no había ni una pizca de molestia, era algo distinto—. He estado siempre aquí, a tu lado. Te he cuidado todos estos años, te he alimentado, te he educado, te he querido, siempre me he preocupado por ti. ¿Cómo moriría para dejarte solo después de todo eso?

Él bajó la mirada. Había hecho todo eso por él...

¿Había hecho todo eso por él?

—¡Ashe!

—¿Ashe? ¿En dónde estás?

—Guardián —dijo la maestra mayor y las voces se ahogaron—. Necesitas recuperarte del frío.

»Deberías tomar un baño caliente también.

«Te dije que, si te ibas, morirías».

Él no se movió de donde estaba. Miró a la maestra mayor caminar hacia la cocina, pero aquella vez no la siguió. Algo no era normal ahí. Algo... Se quitó la capa de la maestra y justo debajo algo brilló. Al apartar su propia capa, encontró un broche de metal con un phen de protección.

—¡Ashe!

—¡Ashe!

—Guardián —llamó la maestra mayor—. Ven a comer algo.

Él miró a la maestra mayor, a sus arrugas, a sus ojos azules. Retrocedió.

«No estás en el templo».

«No eres un guardián, eres Ashe».

«Todo estará bien».

«No eres un guardián».

—¿Por qué? —preguntó él—. No soy un guardián.

La maestra mayor regresó sobre sus pasos, con la sonrisa todavía en sus labios y se paró frente a Ashe. Lo miró de arriba abajo.

—Es cierto. Ya no eres un guardián. No perteneces al templo —admitió ella—. Para tu desgracia, sigues vivo después de un año...

»Pero entonces, ¿quién eres?

—¡Ashe! ¡Por favor! ¿En dónde estás?

Era una pregunta tramposa. Lo sabía y al mismo tiempo no.

No pronunció frente a la maestra mayor quién sabía que era, pero titubeó al pensar en quién era. Solo era un simple nombre que él había elegido para sí, un nombre que ni ella ni nadie en el templo tenían derecho a conocer. Era su nombre, era solo suyo entre esos muros de roca. Pero más allá de eso, desconocía la respuesta.

Jamás llegaría a ser lo que sus maestros esperaban de él, pero entonces, ¿qué quedaba? ¿Quién era?

¿Y quién era la maestra mayor frente a ella?

—No eres la maestra mayor —murmuró, el phen de agua en su palma picó—. Ella murió.

—Es cierto —dijo ella con cariño y ladeó la cabeza—. Decidiste no ayudarla, decidiste verla morir frente a ti. Pero, ¿entonces quién soy?

Ashe retrocedió.

—Eso... —comenzó Ashe, pero no pudo decirlo, en lugar balbuceó—. Tú eres un Ashyan.

La sonrisa no se disipó de su rostro, y antes de que Ashe pudiera reaccionar, ella se acercó hasta él y tomó su rostro entre sus manos, con gentileza, como si fuera un niño pequeño. Sus dedos largos y firmes quemaban más que una bofetada, pero Ashe no pudo apartarse. Apretó los ojos mientras ella trazaba sus mejillas con los pulgares.

—Ya no eres un guardián... —preguntó la maestra mayor—. Pero ¿quién dice que no puedes ser algo más?

Ashe abrió los ojos, y detrás de su maestra, había una figura apenas visible, que flotaba tras de ella. Llevaba una máscara blanca con dos caras, una aterrada y una pacífica, y en la unión había una marca. Era un phen que jamás había visto. Lo estaba mirando.

—Esto no es real —susurró Ashe con los ojos en la máscara.

—Lo es. Estoy aquí. Siempre he estado aquí —remarcó el Ashyan y rio—. Incluso si despiertas, seguiré aquí. Esto es real. Es tu sueño. Son tus recuerdos.

La maestra mayor apartó el cabello de Ashe de su frente y acarició su sien. Ashe se retorció entre sus manos, pero no forcejeó, estaba cansado...

—Era uno de tus sueños, al menos... Pero hay un deseo mucho más grande que te carcome desde hace años, un sueño cruel que no puedes olvidar. Un sueño que te corrompe con este pasado, con este templo y que te seguirá el resto de tu vida si lo sigues...

Ashe tragó saliva y negó con la cabeza, sus ojos se humedecieron. Sabía a qué se refería. Era aquella opresión cada vez que subía al techo del templo y miraba abajo, era aquella opresión que le susurraba que cerrara los ojos para dormir por siempre, dejar de ser, dejar de existir, dejar de pensar en aquel lugar.

—Piensas que deshacerte de ti mismo es deshacerte de esto, del templo, de ser un guardián, de todo lo que sigue labrado en tu alma... Y no podrás olvidarlo simplemente despertando.

Ashe apartó la mirada.

—Abandoné el templo... Ya no soy un guardián.

Dejó de ser un guardián. Rompió todas las reglas, cometió todos los pecados posibles, desobedeció a sus maestros y jamás obtendría la última marca de su sello de pájaro. Jamás sería un guardián... No era un guardián y no quería volver a ser uno. Prefería cualquier castigo que An'Istene le diera, prefería que ese deseo se volviera realidad, prefería morir de la peor manera, prefería volverse un Ashyan o que su alma se quedara a pudrirse en la tierra...

—Si tanto deseas dejar este templo, si tanto quieres deshacerte de este lugar, sabes qué es lo que tienes que hacer. Abandonarlo no es suficiente, y sabes cómo puedes librarte de esto.

Ashe desvió la mirada.

Quizá el Ashyan tenía razón. Quiso pretender que nada de eso existió cuando conoció el mundo, lo quería olvidar a pesar de que él mismo y su vida eran un recordatorio, lo quiso ignorar, aunque todos los días sus ojos iban al mismo sitio en las montañas. Solo había una forma de deshacerse de aquello, solo era cuestión de esperar a que la marca hiciera su trabajo, y entonces, quizá sería libre de aquel lugar.

El Ashyan volvió a hablar.

—¿Por qué no me sirves? Si lo haces, puedes olvidar todo esto, no le deberás explicaciones a nadie de quién eras. Podrás vivir fuera del templo y olvidar quien fuiste.

Olvidar quién era...

—¡Ashe!

Escuchó.

Alguien lo llamaba, alguien lo esperaba fuera del templo para cumplir una promesa, alguien que él no quería ver llorar por su culpa. Podía seguir por un poco más, podía continuar hasta que la marca hiciera su trabajo. Era cruel, pero quizá era lo que An'Istene y sus maestros desearon para él desde un principio...

—No vas a aceptar —afirmó el Ashyan con el rostro de la maestra mayor—. ¿Quieres volver a ese mundo?

»Con tu sello incompleto será peligroso, eres como una presa sangrando entre carnívoros. Así será difícil dejar este lugar.

Ashe no respondió. El Ashyan apartó sus manos y retrocedió con una sonrisa triste en los labios de la maestra mayor, era resignación. Ashe odió ver aquella expresión en su rostro, sabía que aquellas expresiones eran falsas, que jamás las vería. Aun así, con la capa aún entre sus manos, apretó los labios, dio un paso al frente y se la colocó en los hombros sin mirarla a los ojos.

—Está bien. Lo sé —admitió.

Ashe alisó la capa con sus manos, y retrocedió.

—Seguro tienes frío.

El Ashyan sostuvo el borde de la tela y sonrió.

—Eres un buen niño. Rezaré por ti. Algún día dejarás este lugar.

Ashe se quedó en silencio, sin darle otra mirada al Ashyan, ni a la maestra mayor, ni al templo de Kirán, ni a sus recuerdos... Si hurgaba demasiado, no podría escuchar la voz de quien lo llamaba.

No podía pararse de nuevo a ver la nieve caer sin pensamientos en su cabeza. Necesitaba hacer algo más, necesitaba cumplir su promesa antes de que el sello consumiera su vida, antes de por fin olvidar aquel lugar para siempre. Y una vez más caminó hacia las puertas del templo.

—Puedes volver cuando quieras aquí. Abriré mis brazos y te aceptaré en mi hogar —dijo el Ashyan a su espalda y luego añadió—. Ahrim te espera en Oscuridad Menguante, pero evitar ir hacia allá.

Ashe no miró atrás.

—Veamos cuánto dura este sueño.

Ashe empujó las puertas por sí mismo, como la última vez. Sabía que su sueño duraría poco, que quedaba poco tiempo y así él lo deseaba, pero al menos, esperaba aletear un poco antes de estrellarse contra la arena.

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Olía a sangre, un aroma penetrante y nauseabundo que Ashe podía reconocer, aunque no lo deseara. Lo había olido tantas veces antes, tanto en su propia piel como cuando llevó a sus maestros a la Torre Nitsiag. Se estremeció con una arcada y se removió en donde estaba acostado. Desde la mitad de su torso hasta sus piernas estaba cubierto en algún tipo de líquido espeso. Ashe se apresuró a salir de ahí de inmediato.

Estaba empapado al salir, era imposible ver algo en aquella oscuridad, pero sus ojos vagaron hasta que su mirada reparó al fondo. Un cristal brillaba tenuemente junto a una máscara blanca con un phen desconocido en el centro, como en su sueño. Ashe se estremeció al ver aquello. Necesitaba trazarse phens... No. Necesitaba advertir a los demás de Dayan y el Ashyan.

Trató de levantarse y la cabeza le dio vueltas, su cuerpo pesaba y sus brazos y piernas dolían, suponía que era por luchar contra Dayan. Gateó hasta que tanteó una pared y una vez ahí se obligó a pararse. Recargado, camino en dirección contraria a la máscara.

Entonces, escuchó un quejido. Siguió la voz y cuando supo que estaba cerca, se dejó caer de rodillas y tanteó el aire, y encontró a alguien. Luego, escuchó más voces.

Había más gente ahí... No podía dejarlos. Ashe se mordió la mejilla. Al menos una persona, debía cargar al menos a alguien por no lidiar antes con el Ashyan.

Buscó los brazos de la persona y lo jaló para alejarlo del líquido. Luego, lo puso sobre su espalda. El olor permeó su nariz y empapó su cuello y su espalda alta. La sensación del peso de otra persona lo mareó e incluso sintió una arcada, pero aun así se obligó a avanzar.

No sabía en dónde estaba, pero a lo lejos podía escuchar el leve sonido de pisadas, de un llamado, de una voz conocida. Solo deseaba que no fuera Mariska, que ella no hubiera entrado a aquel templo, que no lo viera así.

Se tambaleó y se apoyó contra la pared cuando la persona en su espalda se removió. Miró un momento atrás, a donde el cristal perdía el brillo por fin. Luego, se estremeció y contuvo una arcada cuando gotas del líquido resbalaron por su rostro. Se obligó a seguir.

—Sigan buscando.

Una voz débil, lejana, Ashe cerró los ojos un poco, estaba cansado, su hombro ardía. La sangre humedecía su espalda, viejas heridas, viejos phens, memorias. Todas esas cosas que había dejado atrás. ¿Por qué no podía ser fuerte como antes y seguir?

Ashe siguió. El aire había perdido el espesor que recordaba de la Cámara del Tesoro Negro. Solo al pensar en ese lugar, su mente fue a Altan. ¿Estaría bien después de estar en un lugar así por tanto tiempo? ¿Por qué se había ido? Cerró los ojos.

—¿Señorita Alerant? Debería irse de aquí, sigue siendo peligroso... Le prometimos encontrarlo.

Ashe se detuvo y se apoyó en una pared. Marisa no debía estar ahí, debía alejarse. Era peligroso para ella. No quería que lo viera así. Ashe se detuvo, pero luego de que la persona a su espalda comenzó a quejarse, Ashe se obligó a avanzar. No importaba. Había algo más importante, debía ayudar a los que dejó atrás.

Siguió avanzando hacia el frente.

—¿Por qué huele así? —preguntó otra voz, era más clara.

—Cuidado —escuchó a Mariska.

Ashe se apoyó de la pared para seguir avanzando. Al menos en aquella Cámara el camino era recto por lo que era difícil perderse, a diferencia del templo en las montañas. La persona a su espalda tosió.

—¿Quién está ahí? —preguntó Mariska.

Ashe quiso gritar, pero su garganta ardía y estaba ronca, así que apenas pudo susurrar:

—Soy yo...

Cuando el aire impactó su cara, los cristales solares también lo cegaron. Alzó la mirada cuando sus ojos se ajustaron, había espadas alzadas contra él y rostros oscurecidos detrás de los cristales. Su mente dio vueltas y se preguntó si aquello era un efecto de los Ashyan. Con cuidado, dejó a la persona que había cargado hasta ahí en el suelo, y aunque luego trató de levantarse de nuevo, no pudo hacerlo y cayó sentado.

—¿A-Ashe?

Él alzó la cabeza con cansancio y somnolencia, dibujó una sonrisa para calmar a Mariska, asintió y ella bajó la espada enfundada en su mano.

—Ese olor... ugh —dijo uno de los soldados.

—Siguen allá —dijo Ashe con voz ronca, apenas audible—. Hay más gente adentro... Por favor...

Al menos los habían encontrado, había ayudado y había sido útil. Los guardias asintieron, discutieron y uno a uno pasaron a un lado de Ashe. Mariska y otros guardias se quedaron ahí. Ashe recargó su cabeza contra la pared helada y cerró los ojos.

Mariska discutió entre susurros con los demás, no se acercaron y cubrieron sus narices. Ashe no entendió de que hablaban, pero no le importó, al menos había logrado salir de ahí. Al final, Mariska se acercó cubriéndose la nariz.

—¿Ashe?

Él abrió los ojos despacio y con la voz seca le dijo:

—Perdón, Mari...

Ella lo miró con ojos llorosos, negó con la cabeza y sonrió.

—Necesitas tomar un baño.

Ashe sonrió cansado.

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El resto del día fue agobiante, Mariska le llevó ropa limpia a Ashe y él se bañó por completo en los baños mientras varios guardias vigilaban la entrada por orden de Jossuknar e Ireal. A pesar del cansancio, de las heridas de su hombro entumecidas bajo el agua fría y del dolor en su cabeza, se esforzó en limpiar bien todo su cuerpo a la luz de un único cristal. Limpió hasta que su piel ardió, hasta que estuvo seguro de que no quedaban restos de aquel líquido en su cuerpo.

Cuando terminó, se vistió y colocó de nuevo el phen de metal que Lidge le había regalado. Miró el metal contra la tenue luz del cristal solar sin saber si aquella simple pieza de metal era lo que lo diferenciaba a él del resto. Porque entre todos los que Dayan atacó, él era el único consciente cuando lo encontraron. Por eso entendía le habían asignado guardias.

Cuando salió por fin, los guardias lo escoltaron fuera del templo y luego, fuera de la cueva. El sol lo cegó un momento, pero se alivió al ver esos cielos anaranjados una vez más. Pudo respirar profundo por fin.

—Vamos con Jossuknar —le indicó uno de los guardias a Ashe.

Él asintió.

—¿El señor Jossuknar sigue trabajando? —preguntó el otro guardia.

—Dijo que no confía en los usuarios del Kevseng.

—Típico de él.

Ashe no entendió a qué se referían. Sabía muy poco de lo que había pasado después de que sacó a Dérukan. Pero no se atrevió a preguntar nada y trató de mantenerse tranquilo para no preocupar a Mariska.

En la carpa en donde estaban atendiendo a los heridos y a los que fueron atacados, había mucho movimiento. Había algunos guardias discutiendo en la entrada, usuarios del Kevseng llenos de tinta, otros trazando phens en los cuerpos de los heridos.

Y entonces, Ashe por fin vio a Mariska y a Jossuknar. Se paralizó de inmediato, y la modorra que había sentido desde que despertó del sueño del Ashyan se desvaneció.

Jossuknar no llevaba la parte superior de su ropa, tenía vendado el pecho, la mitad del rostro, la cabeza y tenía el cuello amoratado. Por su parte, Mariska tenía un parche en la frente y una venda en una de las manos, y el señor Ireal tenía una venda alrededor de la cabeza. El resto de los guardias también estaban heridos, y había más gente inconsciente de lo que pensaba.

Al final, no había logrado nada al dibujar los phens, al tratar de ayudar...

«Eres un inútil... No pudiste hacer ni una sola cosa bien». Las ansias de inclinar su cabeza hasta que su frente tocara la tierra, las sensación de que merecía un castigo llegaron de inmediato.

«No estás en el templo», se dijo.

«No estás en el templo», se repitió.

«No estás en el templo».

Cuando los guardias a los lados de Ashe hablaron con los guardias en la entrada, los usuarios del Kevseng, Mariska, Jossuknar e Ireal alzaron la cabeza y miraron hacia Ashe. Su cabeza dio vueltas al sentir tantos ojos sobre él... Era como si estuviera debajo de la mirada de Kirán en el Santuario de Buitres. De inmediato, se sintió agotado, quería ir a dormir...

Avanzó hacia ellos con paso despacio, y cuando Jossuknar sonrió y señaló un espacio vacío, Ashe se contuvo de arrodillarse y pedir perdón. Sabía que no serviría, que hacer eso no iba a ayudarlo, que la única forma era decir la verdad. Su cabeza dio vueltas. Buscó la mirada de Mariska y al encontrar sus ojos llorosos, no pudo decir nada.

—Ashe —llamó el líder de los guardias.

Él miró su regazo.

—Señorito Ashe —dijo Jossuknar.

Ashe los miró y trató de componerse lo mejor que pudo. Ellos no eran sus maestros, ellos no iban a ser iguales, ellos no...

—Necesito que respondas unas preguntas —dijo Ireal.

—No solo es eso —interrumpió Mariska.

Mariska sonrió un poco antes de descubrir su brazo. Había phens dibujados en tinta sobre un papel adherido en su brazo.

—Perdone, señorito Ashe, es necesario trazarle phens a todos los que entraron al templo —dijo Jossuknar.

—Solo será un momento, Ashe —dijo Mariska.

Ashe asintió, dobló su manga y tendió el brazo al frente. La cicatriz de un phen de agua captó la atención de Jossuknar por un momento.

—Le prometo que sí se usar el Kevseng para estas cosas, señorito Ashe —aseguró él.

Ashe entendió a que se refería, pero no se atrevió a cerrar el puño. Jossuknar tomó un papel a un costado con dificultad e hizo una mueca al girar, colocó un líquido espeso en el reverso de la hoja y presionó el antebrazo de Ashe. Él se tensó ante el tacto. Luego, Mariska le tendió un frasco con tinta y un pincel. Ireal entrecerró los ojos cuando Jossuknar acercó el pincel.

—Le prometo que no dolerá.

Jossuknar tomó la muñeca de Ashe y lo obligó a acercar el brazo. Ashe evitó una mueca, y contrario a lo que esperaba, Jossuknar no lo tocó más de lo necesario. Primero trazó un phen de claridad, luego uno de curación y uno de agua. Ashe frunció el ceño al ver aquella combinación

Jossuknar lo soltó, y tanto él como Mariska como Ireal suspiraron al unísono aliviados. Ashe ladeó la cabeza sin entender por qué habían hecho eso. Jossuknar habló de nuevo:

—No los laves esta noche, ni despegues el papel, ni lo toques. Y ponlos bajo el sol un rato.

Ashe miró los trazos mientras esperaba a que se secaran.

—¿Sabes cuáles son?

—Señor Jossuknar, eso no es lo que queríamos preguntar.

Mariska miró a Ireal para que se callara, Ashe miró a Mariska de reojo y asintió lentamente.

—Sí... Un poco.

—Juntos protegen y limpian el cuerpo de la influencia de los Ashyan.

Ireal cruzó los brazos.

Aquella combinación le pareció extraña a Ashe. ¿Por qué agua para los Ashyan? No lo lograba entender, pero estaba demasiado cansado como para preguntar y no quería hacerlo frente a Mariska.

—Gracias.

Ireal carraspeó y captó la atención de los tres.

—Ashe, tú eras el único despierto cuando te encontramos —dijo él—. Así que debes saber algo.

—No necesariamente —dijo Mariska—. Solo responde lo que recuerdes.

Mariska le sonrió, pero Ashe no pudo evitar ver el parche en su frente, y su espada a un lado de ella. El mundo le dio vueltas. Quizá Dayan sí le había golpeado lo suficientemente fuerte.

—¿Por qué abandonó su puesto para ir al templo? —preguntó Ireal—. ¿Qué fue lo que sucedió? ¿Cómo terminó en donde todos los demás? ¿Por qué es el único despierto? ¿Por qué había ilusiones de usted y de los otros? ¿Por qué vestía de negro en esa ilusión? ¿Por qué las ilusiones y el Ash-... y Dayan no salieron del templo?

Ashe escuchó cada una de las preguntas, cada una más difícil de entender que la anterior. Parpadeó varias veces y Jossuknar le dio un golpe en la espalda a Ireal.

—Una pregunta a la vez, señor Ireal —dijo Jossuknar, hizo una mueca y añadió—. ¿Recuerda los phens que le mostraron?

—¿Los de tiza?

Ashe apretó los labios y aunque quiso desviar la mirada, sabía que eso solo lo haría ver sospechoso, Mariska le dio una mirada de reojo, pero asintió, y Jossuknar explicó:

—Quien los trazó sabía lo que hacía, porque evitó que el Ashyan y sus efectos salieran más allá del templo.

—¿Quién los trazó? —preguntó Ireal.

Ninguno respondió. Jossuknar rio y agitó la mano restándole importancia y luego miró a Ashe.

—Señorito Ashe, ¿nos puedes contar qué sucedió? ¿Por qué entraste al templo?

Él asintió. Sabía que hablar de la tiza sería problemático si había funcionado, especialmente porque no le había dicho a Mariska que conocía el Kevseng y porque se había negado antes a ayudar a Jossuknar diciendo que no sabía mucho. Pero también por el sello de pájaro sin terminar y todo lo que tendría que explicar después. Sabía que le debía una explicación a Mariska, pero no podía ser en aquel momento.

Así, Ashe les contó la mayor parte de lo que pasó, hizo pausas de vez en cuando para saber si algo de lo que contaba lo metería en problemas. Les habló de la decisión de buscar al resto, luego de cómo trató de regresar para advertir al resto y terminó perdiendo el conocimiento cuando Dayan le cubrió los ojos. No les habló sobre las heridas, ni sobre lo que había visto mientras estaba en la Cámara del Tesoro Negro. Solo terminó diciendo que simplemente se despertó.

Cuando terminó, se arrepintió de lo que había dicho, Mariska no apartaba la mirada de él, eran aquellos mismos ojos de antes, llenos de preocupaciones. Se llevó un nudillo a los labios.

—No llevaste espada —dijo Ireal y negó con la cabeza—. Eso está muy mal, Ashe.

Él bajó la mirada y se rascó la cabeza.

—No pensé que fuera a necesitarla...

—Si hubieras acudido a todos los entrenamientos lo sabrías.

—Ya, ya —dijo Jossuknar y le dio unas palmadas en el hombro.

Ireal suspiró.

—¿Y los phens? ¿Los trazaste tú?

Ashe miró a Mariska. Solo iba a mentir una vez más, luego trataría de decirle la verdad.

—No... Ya estaban ahí cuando entré.

Jossuknar se quedó pensativo ante sus palabras, y decidió hablar.

—Lo único que no entiendo es cómo despertó usted y el resto no, señorito Ashe —dijo Jossuknar—. ¿Soñó algo mientras estaba inconsciente?

Ashe ladeó la cabeza. Jossuknar asintió cuando Ireal enarcó una ceja y Jossuknar negó con la cabeza.

—Es una vieja historia de mi gente, Ireal —explicó Jossuknar—. También tiene que ver con el kiranismo.

Ireal se rascó la barbilla.

—Un Ashyan capaz de jugar con la mente de las personas, de ver sus recuerdos y manipular emociones —dijo Jossuknar.

Mariska bajó la mirada ante las palabras de Jossuknar.

—No, no es posible —interrumpió Ireal—. Kirán lo asesinó. No deberían quedar remanentes.

Jossuknar hizo una mueca, no estaba satisfecho con la respuesta, pero no parecía dispuesto a continuar, de todas formas, miró a Ashe.

—¿Y bien, señorito Ashe?

Ashe estuvo mirando sus manos por un buen rato, recordó el metal gélido quemando su piel, el tacto gentil, sus palaras y vio el broche con el phen de protección que Lidge le regaló. Era la explicación más razonable. Se lo quitó, su brazo herido por Dayan hormigueó al moverlo, y luego le pasó el broche a Jossuknar. Él lo tomó y tanto Mariska como Ireal se inclinaron para ver.

—¿Un phen?

—Me lo regaló Lidge... Un conocido en mi cumpleaños —dijo Ashe—. Es un phen de protección.

Mariska suspiró con una sonrisa en los labios y rio un poco. Ashe se destensó al escucharla reír. Con su silencio durante toda la charla, había pensado que algo malo le había pasado, pero al escucharla, pudo relajarse un poco... Esperaba que esas heridas suyas fueran por un mero golpe y nada más grave.

—Al menos hizo algo bien por primera vez —dijo ella.

Jossuknar le regresó el phen a Ashe. Al intentar colocarlo de nuevo en su ropa, su brazo se entumeció y resbaló de sus dedos, rebotó y cayó al suelo. Lo volvió a tomar y usó su otra mano para colocarlo.

—¿Eso resuelve sus preguntas, señor Ireal? —preguntó Jossuknar—. Todavía debería ir a revisar el cuerpo de Dayan...

—Solo quiero saber por qué las ilusiones se veían así —dijo y miró a Ashe de arriba abajo—. Se veían distintas.

—Eso lo veremos después —dijo Jossuknar—. Ve a revisar el cuerpo. Necesitamos enviar la carta lo más pronto, señor Ireal.

Él asintió.

—Jossuknar, es mejor que descanses, me encargaré del resto.

Dicho eso, Ireal se levantó del suelo, le dio unas palmadas en el hombro a Jossuknar, se despidió de Mariska y Ashe. Cuando lo vio salir, Ashe pudo respirar con tranquilidad. Mariska sonrió y también se incorporó.

—No has comido nada en todo el día, Ashe. ¿Quieres que te traiga algo Jossuknar? —añadió.

Algo en su mirada, en su tono, en la forma en la que habló no estaba bien. Ashe apretó los labios. ¿Qué había pasado? ¿Por qué sus ojos lucían cansados?

—Por favor, señorita Mariska —dijo Jossuknar y se levantó con movimientos rígidos—. Creo que necesito echarme un rato.

—¿Ashe?

—T-todavía tengo el estómago revuelto...

Ashe la miró por un rato luego de decirle aquello y apretó los labios. Sabía que debía decirle, que ella debía saber la verdad... Pero al pensarlo bien, tal vez no era necesario, quizá podía llevarse ese secreto a la muerte, quizá podía ignorar al Ashyan y que ese pasado existía. Pero, ¿cómo iba a preguntarle entonces qué le había pasado?

—Ashe.

—¿Hmmm?

Jossuknar ya se había alejado en aquel momento, Mariska lo miró desde arriba, todavía llevaba la espada de Ashe en las manos. Sus ojos no se apartaron de ese detalle. ¿Había visto la hoja? ¿Qué pensaría si lo hizo?

—¿Estás bien?

Aquella pregunta tomó desprevenido a Ashe, pero pudo sonreír y asentir. Decidió decir algunas cosas que no quería decir frente a ella, pero que seguramente sabría después.

—Estoy bien, Mari. Solo fueron unos golpes... Pediré medicina. No te preocupes, ve a comer.

Conforme dijo eso, los ojos de Mariska se volvieron cristalinos y comenzó a morderse el labio. Ashe tragó. Ella se sentó sobre sus piernas y le tendió la espada.

—¿Por qué mentiste? —comenzó ella y se detuvo cuando se dio cuenta de lo que dijo, las palabras habían salido como navajas, se llevó una mano a la frente—. Lo que pasó...

No pudo continuar, pero Ashe supo de inmediato al mirar a sus ojos, cuando ella miró la espada, cuando hizo una mueca. Sus entrañas se retorcieron peor que cuando su hermano lo abandonó en el templo, peor que cuando vio a la maestra mayor moribunda, peor que cuando vio los huesos de la maestra. Se paralizó. Mariska negó con la cabeza, trató de dibujar una sonrisa y habló:

—Hablemos después, Ashe —dijo ella, su mirada volvió a la normalidad—. Voy por algo de comer.

Le dejó la espada a Ashe y salió con paso calmado sin mirar atrás.

━━━━━━✧❃✧━━━━━

Ashe desinfectó su hombro con las hierbas de Lekatós, y luego lo vendó por su cuenta, lejos de la vista de todos. Solo sabía cómo mezclar hierbas y el efecto de algunas de ellas, por lo que no fue el mejor trabajo, pero era suficiente. Así nadie vería las heridas en su espalda. Cansado, regresó a la tienda donde estaba el resto de los heridos y Jossuknar le permitió quedarse ahí. Aquella noche, Ashe no quería estar solo... No después de todo.

Estaba acostado en el suelo, sobre su costado, pero a pesar de la somnolencia, no podía dormir. Temía. Temía regresar de nuevo al templo si dormía, temía las palabras de Mariska, temía soñar con el futuro.

Mariska no había regresado y quizá no lo iba a hacer, pero seguía esperando. Ashe cerró los ojos y se cubrió el rostro con el brazo, tal vez se merecía aquello por mentirle.

A unos metros, podía escuchar a Jossuknar corrigiendo a uno de los usuarios del Kevseng entre susurros. A pesar de sus heridas ya estaba de pie y de un lado a otro para darles indicaciones a los usuarios del Kevseng. Pudo escucharlos despedirse y luego de eso, Jossuknar volvió a tenderse en el suelo a un lado de él y se quejó en voz alta. Ashe abrió los ojos y pensó si era buena idea decir algo, fue Jossuknar quien habló:

—Me imagino que fue difícil.

Ashe apretó los labios al escuchar aquellas palabras, no entendía por qué las decía, giró su cuerpo para mirarlo. No podía verlo en la oscuridad, pero sabía que lo estaba mirando. Ashe no pudo soportarlo más. Se incorporó sentándose sobre sus piernas y se inclinó hasta que sus palmas y su frente tocaron el suelo, había un nudo en su garganta.

—Lo lamento.

Jossuknar suspiró audiblemente, y también se incorporó.

—Señorito Ashe, ¿usted cree en Kirán? ¿Cree en An'Istene?

Ashe no pudo responder como antes, no se atrevió tampoco a alzar la cabeza. No quería creer en ellos, no quería tener devoción, no quería verlos como figuras divinas, pero las costumbres arraigadas en sus huesos, las que eran parte de él eran difíciles de romper. No eran vitrales, después de todo. Una parte de él se aferraba a eso, una parte que gritaba por ellos todavía, una parte de él sabía que merecía un castigo por no cumplir con sus labores.

Pero realmente, en el fondo, deseaba pretender que no lo estaban mirando, que no se había equivocado, que no se corrompería ni pudriría por sus decisiones, que no había nacido para servir aquel lugar hasta su muerte y que estaba bien si se fue del templo, que en aquel mundo no existían castigos. Pero sabía que era egoísta...

—Si no cree en ellos, no se incline así, señorito Ashe —pidió Jossuknar.

Ashe no levantó la cabeza, apretó los labios y sus ojos se humedecieron.

—Vi las ilusiones. Vestía de negro, una espada negra y el cabello largo —dijo Jossuknar—. Lo que le haya pasado en esa entonces, y las decisiones que tomó...

Ashe apretó los ojos, no quiso levantarse. Se estremeció. No quería escuchar...

—Elegir un nombre, abandonar las creencias y la vida en la que creció, seguro fue difícil, pero fue lo mejor para usted.

—Perdón.

—No se disculpe conmigo, señorito Ashe —dijo Jossuknar—. No hay nada de que disculparse. Es su vida después de todo.

Ashe se encogió en el suelo, en la misma posición, movió las manos a su rostro.

—Los Ashyan son parte de este mundo, y a veces terminamos metiéndonos en sus caminos sin saberlo. Puede que usara sus memorias para defenderse y ayudar a Dayan, pero usted no hizo nada malo.

»De hecho, si no hubiera dibujado esos phens, creo que hubiéramos muerto.

Ashe se incorporó cuando escuchó lo de los phens, pero no se atrevió a buscar el rostro de Jossuknar en la oscuridad y tampoco hizo nada para enjugarse las lágrimas.

—Por eso, le agradezco en nombre de todos, señorito Ashe —dijo Jossuknar—. Sin esos phens, las cosas hubieran terminado en tragedia.

—P-pero...

—Solo evite que el resto vea su espada, señorito Ashe —pidió—. No mencionaré nada sobre usted ni lo que sé.

»Solo quiero que siga el camino que desea a pesar de eso. Se lo merece y es su derecho... y no lo digo porque seamos del Confín.

Ashe apretó los labios. ¿De verdad era su derecho tener una vida así? ¿Incluso él creía eso después de haber visto la ilusión? ¿Después de intuir qué tipo de vida había vivido Ashe hasta entonces?

—Debería hablar con la señorita Mariska, señorito Ashe —dijo Jossuknar antes de que pudiera seguir hundiéndose en sus pensamientos.

Ashe desvió la mirada. Sabía que tenía que hacerlo, pero había mucho que ni siquiera él estaba seguro de hablar, muchas cosas que no sabía si ella entendería, muchas cosas de las que él mismo no quería hablar. Temía ver la misma cara que cuando trató de marcharse en silencio, esa cara de preocupación silenciosa que quemaba más que la marca en su pecho.

—Es su amiga, señorito Ashe —dijo Jossuknar—. No la pasó muy bien con todo esto, así que hable con ella.

Ashe miró a Jossuknar, pero él ya se había dado la vuelta. Ashe lo miró por un buen rato en la oscuridad, hasta que Jossuknar comenzó a roncar.

Ashe se recostó de nuevo y cerró los ojos.

Estaba bien. Si Mariska no deseaba volver a hablarle u odiarle por mentirle a ella y a su familia, estaría bien. Si ella decidía que era mejor que se separaran, que regresara al templo o que muriera, estaría bien. Mintió. Deseó algo que jamás podría ser suyo.

¿Pero entonces por qué dolía tanto?

━━━━━━✧❃✧━━━━━

El día siguiente fue extraño para Mariska, pero solo podría atribuirlo a los efectos de los Ashyan. Había tenido pesadillas y no había podido dormir, y cuando por fin lo logró, solo pudo recordar las últimas palabras que le dijo su padre antes de partir al desierto con Adhojan y su familia.

«Estaré bien, Mari. Solo los ayudaré a llegar a un lugar seguro...». Aceptó solo porque le prometió que cuando volviera, la llevaría al desierto a aprender a trazar mapas. Lo aceptó porque le prometió que le buscaría una roca bonita para hacerle un collar a mamá. Lo aceptó porque prometió que la ayudaría a estudiar para los exámenes de ingreso. Lo aceptó porque Adhojan y su familia estaban el peligro, y no quería verlo sufrir. Lo aceptó porque no era la primera vez que hacía algo así. Lo aceptó sin saber que sería la última vez que lo volvería a ver...

Era un recuerdo que quiso olvidar, pero ahí estaba. Sin duda era influencia de los residuos del Ashyan, o quizá la culpa por lo que le hicieron a Dayan.

Durmió quizá dos o tres horas, y decidió que iba a enviar ese reporte lo más pronto posible a la Dama Inkerne para que lo enviaran al gremio y a Sibán en Vultriana. Cuando el sol se alzó detrás de las Montañas del Rey Buitre, Mariska salió con ese primer reporte, buscó un águila mecánica y la soltó al aire. Después de eso, su día se mantuvo ocupado. Siguió y apoyó al líder de los guardias en lugar de Jossuknar. Su cabeza pesaba, pero anotó todo lo que pudo.

«Uno, el templo al parecer sí es un templo de Kirán, ¿cuándo lo abandonaron? No lo sabemos». Subrayó esa última parte.

«Alguien trazó phens con tiza y evitó que el Ashyan escapara. Casi nadie de los usuarios del Kevseng los conocen, no se enseñan en Udekerev. Además, funcionaron incluso con tiza y sin luz solar». Subrayó aquello dos veces.

«Dayan, el Ashyan, o mejor dicho su voz y su sirviente de acuerdo con las creencias de la gente Un-Zi-Dahijaalk...», añadió el nombre de Jossuknar en una esquina. «... no tenía su marca del Kevseng completa a pesar de tener su Tercera Ceremonia. Además, otro usuario del Kevseng desapareció, su nombre es Medet. Tal vez él dibujó los phens».

Mariska suspiró, se frotó el entrecejo y continuó:

«Las puertas negras que antes estaban cerradas, permanecieron abiertas desde que el Ashyan murió y uno de los desaparecidos logró salir. Dentro, encontraron una poza con un líquido espeso y rojizo... Es... No estamos seguros de qué es. Ahí estaba el resto de los desaparecidos. Siguen inconscientes. Lo más importante es que solo una persona está despierta, solo por usar un broche con un phen». Miró por un buen rato la última oración antes de borrarla.

Mariska suspiró de nuevo. Necesitaba dejar de evitar ese asunto. Lo había evadido el día anterior cuando se fue a comer y toda esa tarde también, pero cuando pensaba en ver a Ashe directo a los ojos, solo podía recordar sus ojos lagrimosos y la espada en su pecho...

Mariska terminó de recitar la información al líder de los guardias y él asintió satisfecho.

—¿Vas a incluir eso en el reporte? —preguntó él.

Mariska asintió.

—¿Me faltó alguna cosa? —preguntó Mariska.

—En el reporte que enviaste en la mañana al gremio, ¿mencionaste las ilusiones? ¿O algo acerca de Jossuknar?

—No —admitió Mariska—. Los reportes no solo pasaran por las manos de la Dama Inkerne y mis superiores. Debido al asunto...

Mariska suspiró mientras sus ojos pasaban por las letras en sus manos. Sus ojos se quedaron en la parte en la que mencionaba a Ashe y que estaba borrada a medias.

—Debido al asunto del Ashyan y como solicitamos ayuda, es posible que oficiales de alto rango lo lean. Si se enteran de las ilusiones, temo por todos, incluso por usted.

El líder de los guardias la miró y parpadeó varias veces.

—Está bien —dijo el líder—. Te iba a pedir que no lo mencionaras de todas maneras, Alerant. Gracias. El gobierno podrá habernos dado permisos para esta ruta, pero sigue siendo otra dinastía...

—Seh.

Con la profecía del Ashyan el año pasado y el desvío en el camino para terminar ahí, las cosas no pintaban muy bien para ellos. Si mencionaban también a Jossuknar y las ilusiones, seguramente ordenarían detener la caravana y nadie podía permitirse aquello.

Incluso, seguía debatiéndose en incluir la parte de Ashe, le preocupaba que quisieran indagar más. Una espada negra seguía siendo una espada negra, después de todo. Su mente fue a lo que le dijo el día anterior, sabía que no debió hacerle eso... Pero tal vez si se disculpaba. No. No serviría. ¿De verdad conocía a Ashe?

—Alerant —llamó el líder—. ¿Quieres complementar tu reporte? Estaba pensando en preguntarle a Jossuknar sobre las marcas.

Ella asintió. Así, se dirigieron a la tienda en donde estaban atendiendo a todos los que fueron heridos por las ilusiones y a los que seguían inconscientes. Las manos de Mariska sudaron al pensar que Ashe estaría ahí, pero sabía que era inevitable y tendrían que hablar en algún momento. Se disculparía. «¿Por qué mentiste?». De verdad era una idiota, una idiota de verdad.

Cuando entraron, ella buscó a Ashe entre las camas y entre quienes estaban despiertos, pero no encontró a nadie. Jossuknar se acercó a ellos, sonriente a pesar de las heridas. Había trenzado su barba y atado su cabello.

—¿No deberías estar en cama? —preguntó el líder de los guardias—. Si la Dama Inkerne se entera que...

Jossuknar pasó un brazo alrededor de sus hombros, y lo apretó hasta que el líder de los guardias se retorció y Jossuknar lo soltó con una sonrisa. El líder de los guardias pasó una mano por su cabello.

—¿Sucede algo? —preguntó Jossuknar.

—¿Alerant?

—Ah, sí —dijo Mariska y miró a Jossuknar—. Queríamos que nos explicara un poco de las marcas del Kevseng.

—¿Tiene que ver con lo que pasó?

Jossuknar se cruzó de brazos. El líder miró a su alrededor y asintió. Así, Jossuknar los guio y fueron a sentarse.

—Dayan no tenía su marca completa —susurró Mariska—. ¿No tuvo Tercera Ceremonia?

Mariska procedió a mostrarle un dibujo que había tratado de hacer de su marca. Jossuknar miró el papel buen rato y frunció el ceño.

—Es extraño.

El líder de los guardias enarcó una ceja.

—Dilo directo, hombre.

Jossuknar rio y le dio unas palmadas fuertes en la espalda.

—Es complicado —comenzó Jossuknar—. ¿Cuál es la diferencia entre los símbolos?

Mariska y el líder de los guardias intercambiaron miradas entre sí. Jossuknar asintió, jaló un poco las vendas alrededor de su pecho y mostró su propia marca. Era un círculo negro cerrado compuesto de brochazos y abrazado por un semicírculo en el exterior.

—Ese no es el símbolo de alguien que nace con el Kevseng —dijo Jossuknar—. Es el símbolo que usaban los kiranistas.

»No sé cómo son sus marcas, pero sin duda, Dayan no completó el suyo en su Tercera Ceremonia.

—¿Eso entonces es seguro?

—Al menos no lo completó con los kiranistas...

Mariska decidió preguntar.

—¿Qué pasa si no se marcan a tiempo?

—El usuario del Kevseng vive un año más y muere consumido por el Kevseng —explicó Jossuknar y frunció el ceño—. Pero es extraño... Dayan tenía más de veinticinco...

—¿Mintió?

Jossuknar negó con la cabeza. Mariska no lograba entender del todo. Dayan le había mostrado una visión en la que él estaba muerto, tal vez ni siquiera había tenido su Segunda Ceremonia cuando murió, pero entonces, ¿cómo había llegado a aquella edad?

—No creo que haya mentido —dijo Jossuknar—. El primer sello abre el Kevseng, el segundo lo perfecciona y lo conecta con el mundo de los In'Khiel y de los Ashyan. El tercero los une y borra la influencia directa de los espíritus.

—¿Qué significa eso?

—Que tal vez la conexión con ese Ashyan fue lo que evitó que muriera... Es buena idea investigar cómo eran las marcas de los kiranistas, así podrán saber si tenía influencia del Ashyan.

Mariska anotó aquello en su libreta. El líder de los guardias se quejó audiblemente.

—La Dama Inkerne nos va a despedir por fin.

—Todos estaba registrados en Udekerev, señor Ireal. En cualquier caso, va a pedirles dinero a ellos como compensación.

Ambos suspiraron cuando Jossuknar terminó de hablar y el líder de los guardias se levantó.

—Todavía tengo cosas que hacer, Alerant, Jossuknar —dijo y ambos asintieron—. Si me buscan, estaré en el templo.

»Señorita Mariska, envíe el reporte, pero no mencione que Dayan pertenecía a la caravana.

Mariska frunció el ceño, y Jossuknar le colocó una mano en el hombro para explicarle.

—Querida señorita Mariska —dijo Jossuknar con cansancio—. Espero lo entienda... Si no, le explicaré, pero es para evitar más problemas.

»También evite mencionar su participación dentro del templo y omita si es posible el nombre de Ashe y el hecho de que alguien se despertó. Es por su seguridad.

El líder de los guardias asintió.

—Déjeme leer ese reporte antes de enviarlo, Alerant, por si quieren cuestionar al resto. Así puedo informarles en caso de que los interroguen.

Cuando se fue, Mariska frunció el ceño a Jossuknar y cruzó los brazos.

—Explícate, ¿por qué por mí seguridad?

Jossuknar aguardó a que la gente a su alrededor se alejara un poco antes de hablar.

—La suya y la de Ashe —susurró Jossuknar—. Ebenish y una espada negra... No creo que sean cosas fáciles de dejar pasar. Sobre todo...

Mariska entendió y alzó la mano para que se detuviera. Entendía por qué decía eso. El gobierno cambió de dinastía, pero eran poco predecibles. Podían usar cualquier razón para detenerlos en su viaje. Y es que había muchos motivos, Mariska tenía la misma formación que su padre, y estaba recorriendo la misma ruta que él, aunque se cambió su apellido. Luego estaba Ashe con su espada negra. Con lo que había sucedido con la profecía el año pasado, y por cómo reaccionaron cuando el Tercer Príncipe cayó de su caballo, no podía estar segura de que los dejarían ir sin más.

—Entiendo.

—Bien, señorita Mariska —dijo Jossuknar y luego cambió de actitud—. ¿Ya habló con Ashe? Fue a buscarla desde la mañana.

—¿Fue a buscarme?

—¿No habló con usted?

—¿Hablar conmigo? Yo venía a disculparme con él.

—¿Señorita Mariska?

Mariska negó con la cabeza y sonrió para no preocuparlo.

—Antes de irme, ¿puedo preguntarle algo?

—Por supuesto, señorita Mariska.

Mariska inhaló profundamente antes de hablar.




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