7.2. Residuos de un recuerdo
Nacer, morir. Renacer o pudrirse. Existir o desaparecer. Tanto para An'Istene como para Kirán, el mundo siempre había sido una opción u otra, un mundo donde solo existía lo correcto y lo incorrecto, lo que se debía hacer y lo que no. Y así, An'Istene decidió ignorar un ciclo, y Kirán protegió estos ideales por un milenio con sus templos y seguidores. Era muchas cosas, temor, miedo, control. Era el caos nacido de los Ashyan, era ese mundo regido por ellos lo que perturbaba a Kirán en sus sueños, y a An'Istene en su supuesta luz. Era el temor a un fin eterno.
Los susurros de los espíritus blancos contaban que todas las experiencias de un alma, desde su nacimiento hasta su eventual muerte y su desaparición o renacimiento se conectaban mediante recuerdos. Y quien guardaba los recuerdos de las cosas, guardaba también los recuerdos del mundo: fragmentos de historia perdidos en el tiempo, palabras soltadas al viento, vidas incompletas, la verdad.
Existió mucho tiempo atrás un Ashyan que protegió estas cosas, que murió antes de que An'Istene y Kirán obligaran al Confín a permanecer en oscuridad. Pero una espada negra y una espada blanca destrozaron su máscara e hirieron su corazón.
Kirán asesinó a este Ashyan. Aun así, mil años después, sin un cuerpo, sin una mente, sus residuos continuaban existiendo en el mundo.
Tal vez por eso, esa misma noche, mientras Mariska dormía profundamente, no quiso despertar de aquel sueño. Deseó verlo un poco más, deseó quedarse ahí para siempre si era posible.
—Mariska, Mariska —llamó alguien.
Mariska se removió. Para entonces, el sueño se había desvanecido de su mente, como la arena arrastrada por el viento. Se quejó.
—¿Qué? —preguntó con modorra y molestia.
—El señorito Ashe no está.
Mariska tardó en procesar aquello, incluso sintió que de nuevo estaba soñando. Era un sueño horrible. La agitaron de nuevo, no abrió los ojos, y le hablaron con firmeza.
—Mariska, Ashe no está.
Entonces abrió los ojos y se incorporó de inmediato. Su mente todavía no se acostumbraba a estar despierta y sus ojos tardaron en ajustarse a la luz. Jossuknar estaba a su lado, iluminado tenuemente por un cristal de sol. Su rostro era grave. Mariska colocó una mano en el suelo y sintió cuero, era la espada de Ashe, enfundada.
La tomó, la alzó y miró a Jossuknar.
—¿Qué dijiste?
—Faltan personas de nuestro grupo, señorita Mariska —dijo Jossuknar—. Incluido el señorito Ashe.
Mariska se levantó aquella vez, se puso los zapatos y antes de que Jossuknar entendiera su reacción, ella se alejó con la espada apretada. Miró a su alrededor. Todo estaba demasiado oscuro, como si la luz de los cristales solares se hubiera agotado, lo que era extraño porque los recargaban todos los días.
La cueva olía a humedad y a algo más mezclado, algo nauseabundo, como sangre.
Aquello era como un año atrás, en el festival...
Mariska buscó a Jossuknar en la oscuridad, y al girar, encontró su tenue luz.
—¿Qué pasó? ¿En dónde está Ashe? ¿No estaba haciendo guardias?
—No se preocupe e inhale profundo —dijo Jossuknar—. Debe estar tranquila.
—Estoy tranquila. Muy muy tranquila —dijo Mariska—. Ahora, dime en dónde está Ashe antes de que quiera romper algo.
—Me dijeron que entró al templo, va-...
Antes de que Jossuknar pudiera terminar, Mariska caminó con la espada en mano hacia el templo. Jossuknar se apresuró para alcanzarla y caminó a su lado.
—Señorita Mariska, es peligroso. No sabemos todavía bien qué está suced-...
—Yo sé lo que está sucediendo —dijo Mariska y luego se murmuró a ella misma—. Tú también lo sabes.
Miró la espada de Ashe. ¿Por eso había pedido hacer la guardia? ¿Por eso le había dejado su espada? ¿Por qué no avisó a nadie? ¿Por qué no le había dicho antes...?
—¿Señorita Mariska?
Antes de que Jossuknar pudiera detenerla, ella caminó hacia la entrada del templo y al acercarse, escuchó un grupo de voces, eran todos guardias, y entre ellos estaban dos de los guardias que iban a vigilar aquella noche. En cuando los vio, Mariska tuvo que contenerse de tomarlos por el cuello y preguntarles por qué Ashe había entrado ahí, pero en cuando miró la oscuridad, supo que era más importante entrar al templo.
Antes de poder dar otro paso, alguien la tomó del hombro. Era Jossuknar.
—Señorita Mariska, piense un momento, tranquilícese y hablemos.
—Mariska, es peligroso para usted.
Ella miró hacia el grupo, todos tenían cristales solares en las manos. Aquella vez no se pudo contener y se dirigió hacia los dos guardias.
—Estaban en guardia con él —dijo ella—. ¡Estaban en guardia con él!
Ambos bajaron la mirada, y uno de ellos habló.
—É-él decidió ir por su cuenta incluso cuando se lo advertí...
—¡¿Qué hacía Ashe contigo si él iba a vigilar la entrada?! —preguntó Mariska.
Pensó en desenfundar la espada en sus manos, golpearlos, romperles la nariz, pero ninguno de ellos respondió, solo bajaron la mirada. Mariska gruñó frustrada, le arrebató el cristal de la mano a uno de ellos y se dio la vuelta hacia el templo. Antes de poder avanzar de nuevo, el líder de los guardias bloqueó su camino esa vez.
—Mariska, escúcheme. Ashe no está solo, Dérukan también entró.
—Muévase.
—¡Todavía estamos planeando qué hacer! No sabemos qué está sucediendo. No sabemos a dónde fueron. Si entra así y...
Mariska bufó.
—¿No saben qué está sucediendo? —se burló—. Desapareció gente, ¡mira a tu alrededor! ¿No sabes qué está sucediendo?
El líder de los guardias sostuvo la mirada a Mariska y cruzó los brazos.
—Ashe simplemente no se iría sin decir nada y me dejaría su espada.
—Si la dejó fue porque pensó que no la iba a necesitar...
—¿O tal vez la dejó porque sabía que iban a decir idioteces? Ahora quítate o la voy a usar.
El líder de los guardias no se apartó.
—Mariska, ni siquiera sabes usar una espada, y si es lo que creemos, no va a ser suficiente.
Mariska lo evadió y avanzó hacia el templo.
—Siempre hay una primera vez.
El líder de los guardias se golpeó la frente antes de ordenar a uno de los guardias que la acompañara, Jossuknar también siguió a Mariska al templo. Ella subió el resto del camino con la espada de Ashe en la mano, empecinada en encontrarlo sin mirar atrás ni dudar.
Jossuknar desvainó su espada apenas se acercaron a la entrada, los nudos de cuerda en su empuñadura se agitaron y contra la luz de los cristales solares, formaron péndulos. Estiró el filo frente a Mariska sin apuntar directamente a ella.
Mariska lo miró, y encontró sus ojos llenos de remordimiento.
—Jossuknar...
—Señorita Ebenish —dijo Jossuknar—. Prometí que la iba a proteger.
—Prometiste lo mismo con Ashe. Quítate.
—Usted no sabe blandir una espada —añadió el otro guardia—. Deje que nosotros nos encarguemos.
Mariska por supuesto, lo ignoró. Apartó la hoja de Jossuknar y continuó su camino. Apenas puso un pie dentro del templo y el aire se volvió helado. No le importó, se detuvo cuando algo en el suelo captó su atención... Eran phens trazados en tiza blanca. Normalmente los usuarios del Kevseng usaban tiza blanca para practicar sus phens porque así, estos no tenían efecto.
Jossuknar también se detuvo después de seguirla y se acuclilló, pero no los tocó.
—Jamás había visto esos phens, ¿los dibujó algún de usuario del Kevseng? —preguntó el guardia—. ¿Señor Jossuknar?
Jossuknar salió de su estupefacción.
—Son phens más avanzados, señorito. El de curación es común, pero esos... —dijo Jossuknar—. No los pisen, por favor.
—Pero no sirven de mucho si son blancos... —añadió el guardia.
Jossuknar hizo una mueca, pero no respondió a aquello. Mariska brincó sobre ellos y con un cristal alumbró lo que parecía un gran salón que se extendía hacia el fondo, con diversas puertas y entradas a los costados, los vitrales estaban rotos. Jossuknar colocó una mano sobre el hombro de Mariska y se colocó frente a ella.
—Esos vitrales no estaban rotos antes... —dijo.
Mariska frunció el ceño, Jossuknar frotó su barba. Había algo que no entendía, ¿por qué si había un Ashyan ahí no había salido a atacar al resto?
—Jossuknar, ¿los phens en la entrada le impidieron salir?
Jossuknar apretó los labios y dejó su barba antes de asentir. Faltaba una buena cantidad de usuarios del Kevseng, así que cualquier podría haberlos trazado, pero aquellos eran demasiado perfectos, demasiado cuidados para que cualquiera los hubiera dibujado. Pero si no habían sido ellos, y si además estaban trazados en blanco, ¿por qué funcionaron?
—Jossuknar, los phens blancos no deberían...
Él negó con la cabeza y miró a Mariska a los ojos. La preocupación, el miedo en ellos brillaron. La espada que no era suya pesó un poco más en su mano, como urgiéndole a desvainarla.
—Preguntaremos después. Vamos a buscarlos, señorita Mariska.
Los tres caminaron en grupo a través del templo. Jossuknar los guió a un salón donde había dos puertas selladas, y al frente una escalera que iba a un vitral oscuro y luego ascendía a cada lado. Jossuknar iluminó ahí y encontraron phens en la entrada al salón, no frente a las puertas. Jossuknar las miró, y Mariska lo imitó.
No le gustó para nada la sensación que aquellas puertas de metal oscurecido le daban en medio de aquel lugar.
—¿Crees que estén ahí?
—Estaban abiertas...
—¿Qué?
—Creo que estaban abiertas antes, señorita Mariska —dijo Jossuknar—. No lo recuerdo.
—¿Crees que Ashe esté ahí?
Mientras más observaban, Mariska sentía una opresión más y más grande en su pecho, algo como el vértigo de cuando vio al Ashyan en Vultriana un año atrás, pero peor... sentía los ojos pesados con sueño.
—Mari, ¿vas a hacer mapas de grande como yo? —preguntó su padre.
Mariska se dio la vuelta al mismo tiempo que el guardia y Jossuknar, los tres miraron al mismo sitio, al vitral oscuro, peor no había nada ahí. Intercambiaron miradas entre sí.
—Creo... creo que es...
—¿Escucharon lo mismo? —dijo el guardia.
—Escuché a mi madre —dijo Jossuknar.
—Yo escuché a mis papás —dijo el guardia.
Mariska no respondió, se relamió los labios y dijo.
—Vámonos... creo que... Sí. Vamos. No creo que estén ahí.
Los otros dos asintieron y se dirigieron a la siguiente sección del templo. Cuando entraron a aquel pasillo, la luz ya de por sí tenue de los cristales se atenuó aún más. Jossuknar los detuvo abruptamente.
—El... —comenzó pero no terminó de decirlo—. No hay In'Khiel aquí.
—¿De qué hablas? —preguntó el guardia.
Jossuknar no respondió, miró a su alrededor. Mariska tampoco entendía del todo bien a qué se refería.
—Tal vez deberíamos volver con más gente —sugirió de pronto el guardia—. Solo nosotros dos podemos pelear, señor, es peligroso.
Mariska no se movió, e incluso cuando entendió su conversación, y sabía que tenían razón, se escuchaban demasiado lejos. La espada en su mano vibró, y el sonido del metal resonó en sus oídos, junto a una voz lejana, casi en un susurro, pero clara.
—Tú no eres un guardián. No eres un guardián. No eres un guardián. No eres un guardián. Pero hay un Ashyan.
Luego una voz más sutil y suave:
—Recuerdo... La sangre siente a la sangre, Ebenish. No huirás esta vez.
Miró a Jossuknar y al guardia, sus ojos se humedecieron y habló con la voz a punto de romperse.
—Necesitamos a más gente... —dijo ella.
—¿Señorita Mariska?
Trató de componerse lo mejor que pudo y le dijo a Jossuknar.
—Creo que no me puedo ir.
—¿Señorita Mariska? —preguntó Jossuknar y negó—. ¿De qué habla? Le aseguro que encontraremos a Ashe.
—No puedo irme —dijo Mariska de nuevo.
Regresó unos pasos, pero su mano tocó el aire como si fuera una pared, miró a Jossuknar y rio nerviosamente.
—No sé por qué...
Jossuknar la imitó, pero él si logró avanzar, del mismo modo que el guardia. Mariska no entendía por qué. Había vivido tranquilamente y sin problemas. Rezaba a An'Istene y festejaba a los In'Khiel como su familia. Quizá había hecho varias idioteces a lo largo de su vida, pero no quería morir así.
Jossuknar de inmediato se acercó a los phens en la pared y Mariska lo detuvo.
—Si los borras va a escapar —dijo ella—. Me quedaré aquí, busquen a más gente.
Jossuknar miró al guardia.
—Ve por más gente, yo cuidaré a la señorita Mariska, no digas nada de esto, solo tráelos —dijo Jossuknar.
El guardia intercambio miradas con Mariska y con Jossuknar, asintió y corrió de regreso. Jossuknar se acercó a Mariska y se quedaron ahí, en el pasillo, apenas iluminados con los cristales y en un silencio que retumbaba desde el interior de la tierra. Mariska no pudo soportarlo más y habló.
—Escuché a mi padre allá atrás.
—¿Al señor Ebenish?
—Sí —dijo ella—. El mapa lo advertía... Creo que lo que esté aquí lo conoció.
—¿Señorita Mariska?
—Sabe el apellido de mi padre —dijo Mariska—. ¿Crees que sepa qué le pasó? ¿O quiere hacerme algo?
—Yo la protegeré, señorita Mariska.
—¿Y Ashe?
—Los In'Khiel susurran canciones para aquellos que perdieron a alguien. Tal vez si fueras menos petulante y más persistente, las escucharías, Mariska —dijo una voz conocida.
Tanto Jossuknar como Mariska miraron al fondo del pasillo de inmediato, este se iluminó de poco en poco, y ahí estaba Ashe. Si no hubiera sido por la luz repentina, estaría perdido entre la oscuridad. Estaba completamente vestido de negro, con una coleta alta y larga, una capa negra ondeaba a su espalda y había una espada de hoja negra en su mano que no tocaba el suelo.
Mariska parpadeó varias veces. Él caminó en su dirección.
—Ashe...
—Mariska —saludó, su voz era seca, seria—. ¿Quieres ver a tu padre de nuevo?
Mariska se quedó pasmada, sin saber qué hacer, qué decirle, era sin duda alguna, Ashe. Mariska alargó la mano hacia él.
—Ashe, ¿estás bien? —preguntó, una sonrisa aliviada se dibujó en sus labios—. Vámonos de aquí.
Él se detuvo.
—¿Ashe? —preguntó él—. ¿De quién es ese nombre?
Jossuknar dio un paso al frente para interponerse entre ambos, su mano fue a la empuñadura de su espada.
—Usted no es el señorito Ashe.
Y antes de que Mariska pudiera reaccionar, escuchó el metal contra el metal, Jossuknar había desvainado su espada a tiempo para bloquear el ataque de Ashe, lo obligó a replegarse y Ashe retrocedió sin dejar de mirar a Jossuknar. No esperó y volvió a cargar contra ellos.
Mariska se ocultó detrás de Jossuknar abrazando la espada, y él bloqueó de nuevo la espada de Ashe. Luego, Jossuknar lanzó un espadazo, y aunque Mariska cerró los ojos porque sabía que aquello lo atravesaría, al abrirlos, Ashe había retrocedido, ladeó la cabeza y bajó la espada.
—Jossuknar —dijo Mariska.
—No se angustie —dijo él y luego se dirigió a Ashe—. ¿En dónde está el Ashyan?
—¿El Ashyan? —preguntó—. En todos lados, en todo el mundo, en todo el tiempo, en todos.
Jossuknar alzó su espada.
—¿En dónde está Ashe?
El Ashe frente a ellos sonrió de una manera espeluznante, era sin duda su sonrisa, pero lucía satisfecho de aquella pregunta, incluso ladeó la cabeza con el mismo gesto que Ashe. No respondió, retrocedió hacia la oscuridad y volvió el silencio.
Jossuknar seguía con la espada alzada y Mariska apuntó a la oscuridad. Ella tragó y avanzó.
—¡Señorita Ebenish! ¡Espere! —gritó Jossuknar.
Pero cuando Mariska miró detrás de ella y buscó al señor Jossuknar, la luz quemó sus ojos, se cubrió el rostro un momento y cuando sus ojos se ajustaron a la luz, se dio cuenta de en dónde estaba. Estaba en casa, en el patio, en la entrada había una mujer con dos adolescentes y dos ancianos. Supo de inmediato qué escena era.
—Encontramos su cuerpo en el desierto junto al resto... Pero falta el cuerpo de una persona.
Fue con una espada, específicamente la de un Errante del desierto. La espada la encontraron enterrada en uno de los miembros de la caravana y los nudos típicos de los nómadas de Ismatra estaban llenos de sangre seca. No encontraron el cuerpo de aquel hombre. Explicó Sibán. Había dicho más, pero solo podía recordar algunas palabras.
Justo como aquella vez, su madre se derrumbó ante las palabras, pero tanto Mariska como su hermana se mantuvieron de pie.
—No será posible recuperar el cuerpo. En el grupo había muchos sobrevivientes de la dinastía anterior... Lo acusan de traición —dijo Sibán mientras le daba palmadas en la mano a Mariska—. Tal vez lo mejor es que cambien su apellido.
Su madre seguía llorando, solo su abuelo y ella estaban ahí, en la cocina. Mariska parpadeó, y de nuevo estaba en la oscuridad.
—¿Jossuknar? ¿Estás ahí?
—¿Señorita Ebenish? —escuchó a lo lejos.
Cuando Mariska avanzó, encontró la luz de Jossukar, estaba frente la entrada a otro salón, y las puertas estaban bien abiertas.
—Vi a mi familia —dijo Mariska de repente—. No lo entiendo...
—Es la influencia del Ashyan —susurró Jossuknar—. Está jugando con nuestra mente.
—¿No es maravilloso lo que hace mi amo? —preguntó la voz de Dayan.
De nuevo, el lugar se iluminó, ahora con fuego, una a una se encendieron las antorchas en las paredes en aquel salón. Al final había una estatua de Kirán con la cara partida a la mitad. Dayan estaba sentado en el centro, unos metros al frente de la estatua y sobre un tipo de asiento de roca. A sus lados, estaban todos los guardias, todos los usuarios de Kevseng y comerciantes que faltaban. Todos arrodillados, con las manos en el regazo y los ojos cerrados, y con ropa distinta a la que llevaron, formaban un medio círculo alrededor de Dayan. A la derecha de Dayan, estaba Ashe.
Mariska quiso correr hacia él, pero se detuvo y apretó la empuñadura de la espada.
Dayan se levantó y sonrió ampliamente.
—No soy tan bueno actuando como otros, pero ¿fue convincente? —preguntó Dayan.
No respondieron, él sonrió y se encogió de hombros.
—No importa —dijo Dayan—. Aquí de verdad está su guardián, o más bien, nuestro. En cualquier momento se corromperá. Todos lo hacemos cuando dejamos las labores impuestas por Kirán.
Mariska frunció el ceño y miró a Jossuknar, pero él negó. Sabía la respuesta, la tenía en sus manos, pero no quería creerla, era un mito.
—En fin...
Dayan chasqueó los dedos, y todos los guardias abrieron los ojos y se levantaron. Ashe entre ellos.
—¡Ashe! —llamó Mariska.
Ashe no miraba nada, a nadie en particular, sus ojos no brillaban, pero no era como aquellas veces en que no podía leer lo que pensaba, no era como aquellas veces en el que el vacío en sus ojos la engullía, era más como si Ashe no estuviera vivo. Ashe no se inmutó ante su nombre, y antes de que Mariska intentara acercarse, Jossuknar se paró frente a ella.
—Dayan —dijo Jossuknar—. ¿Cuánto llevas sirviendo a ese Ashyan? ¿Por qué estás haciendo esto?
Dayan ladeó la cabeza sin borrar la sonrisa.
—Mi amo me ha cuidado por mucho tiempo, por supuesto que ni tú podrías saberlo de los In'Khiel...
—¿A qué Ashyan sirves?
Dayan cruzó sus piernas.
—Los humanos no pueden percibir aquello tan viejo como la tierra misma. No me atrevería a pronunciar su nombre.
Dayan se recargó contra el respaldo de la silla, Mariska tiró del brazo de Jossuknar, pero él continuó:
—¿Y qué es lo que desea? ¿Por qué te uniste a la caravana?
—Lo que queremos... fácil, lo que todos los Ashyan desean. Eso y la espada que tienes, Mariska.
»Un año buscándola no es mucho para un Ashyan como mi amo, pero con todos buscándola es mejor ser rápidos.
Jossuknar miró a Mariska, y solo esas palabras bastaron para que él se colocara frente a ella y la obligara a retroceder. Por qué deseaba esa espada y por qué dijo «todos», eran cosas que Mariska no podía responder. Pero aquella espada era de hierro negro, como la de la Dama Obsidiana.
—¿Por qué no me dan la espada? —dijo él—. Ni siquiera sabes cómo usarla Mariska. A cambio los dos pueden irse justo ahora y pretender que no vieron nada.
Mariska frunció el ceño y abrazó la espada contra ella. ¿Cómo que solo ambos podrían irse?
—No me voy a ir hasta que Ashe venga conmigo —dijo Mariska con firmeza.
—Ugh.
—Dayan, no sé por qué haces esto, pero todos regresarán al campamento. Tú también. No necesitas hacer esto.
—¿Y si no lo permito?
Jossuknar cerró los ojos y desvainó su espada, los nudos colgando de la empuñadura se agitaron cuando él alzó la espada hacia Dayan.
—Entonces aquí será donde recogerán tu alma.
—¿De nuevo hablas paganismos? Te he dicho que odio a los paganos —dijo Dayan y chasqueó los dedos—. Kirán me recogerá aquí.
Antes de que Mariska pudiera reaccionar, los soldados se lanzaron hacia Jossuknar. Él evadió la primera espada, la segunda la contraatacó y pateó, la tercera, la cuarta cayeron hacia él. Las detuvo. Jossuknar miró de reojo a Mariska.
—¡Señorita Mariska!
Mariska miró la espada en su mano. Jamás había empuñado una, jamás en su vida había pensado en sostener alguna, jamás había pensado en atacar a alguien, pero necesitaba hacerlo. Desenfundó la espada y la hoja negra la saludó con el brillo contra el fuego. Sostuvo la espada con ambas manos y se dirigió hacia Jossuknar.
Una figura vestida completamente de negro se interpuso en su camino y al alzar la cabeza, era Ashe. Era como la ilusión de antes, vestido de negro con capa, coleta atada y larga, rostro pálido con ojeras oscuras, ojos muertos y más joven. Llevaba una espada negra también que no tocaba el suelo.
Mariska retrocedió al verlo, justo detrás de Ashe estaba Dayan con una sonrisa, se detuvo detrás de Ashe. Tocó su hombro y miró a Mariska, ella quiso cargar al frente y cortarle ambas manos, pero se contuvo lo mejor que pudo.
—Deja en paz a Ashe.
—¿Por qué? —preguntó él—. Apenas lo conoces. Ese ni siquiera es su nombre. No sabes nada de él. No es tu amigo.
—Déjalo o te voy a matar.
Dayan se recargó contra Ashe, quien estaba estático y no se movió en ningún momento. ¿Qué le había hecho? ¿Por qué estaba así? Dayan le apartó el cabello de la frente a Ashe y siguió hablando sin mirar a Mariska.
—¿Con tus propias manos? —preguntó Dayan y rio—. Ni siquiera soportas el olor de la sangre...
Dayan la miró, no parpadeaba.
—¿Quieres recrear como murió tu padre?
Mariska se paralizó ahí.
—¿Qué?
—¿Quieres hacerlo? Todavía tengo el recuerdo.
—¡Mariska! ¡No lo escuches! ¡Aléjate! —gritó Jossuknar mientras seguía luchando, en ese punto había varios cuerpos en el suelo.
—¿Qué? —repitió Mariska.
—¿Quieres ver cómo murió tu padre, Mariska Ebenish?
Mariska frunció el ceño y cargó hacia adelante, la espada pesaba demasiado y solo basto un paso de Ashe para detenerla y desviarla. Ashe no la miró, no miraba nada, pero Dayan sonrió tranquilamente.
—Era un buen hombre, un hombre admirable, de verdad —dijo Dayan—. Nada profano contra la dinastía kiránica... Solo que era demasiado confiado y ayudaba a los impuros. Jamás aprendió a defenderse con una espada.
»Tal vez si no hubiera ayudado a la gente del Confín, no hubiera muerto así de cruel.
—¡Cállate! —gritó Mariska.
Apartó la espada y atacó de nuevo, Ashe solo movió un brazo y detuvo su ataque.
—¡Mariska! ¡No dejes que te toque! —gritó Jossuknar.
—Es triste que su hija vaya a terminar igual que él en el mismo desierto —dijo Dayan y chasqueó los dedos—. Guardián.
—¡Ashe!
Dicho eso, Ashe la empujó con todo y espada, era demasiada fuerza. Ella trastabilló hacia atrás y entendió que sucedería cuando Ashe se acercó a ella con velocidad, la punta de su espada apuntando a su pecho. Mariska alzó la espada, pero sabía que era lenta, que no serviría.
Tropezó y cayó, perdió el aire en sus pulmones. Creyó que sentiría la espada, que sentiría el frío del metal, la sangre escurriéndose, lo que fuera... Nada de eso llegó.
Abrió los ojos. Estaba en el suelo, la espada de Ashe estaba clavada a un lado de su tórax, él la sostenía con una sola mano, y su coleta caía hasta ella, bloqueaba las manos de Mariska, la espada. Ella la había alzado. Su visión se distorsionó cuando dio una bocanada.
La espada estaba en el pecho de Ashe.
«No».
Un líquido oscuro se deslizó por la hoja.
Mariska contuvo su respiración. Miró arriba y buscó sus ojos. No eran los ojos vacíos del Ashe que le había atacado antes...
«No».
Sus ojos eran cristalinos, llenos de tristeza y resignación. Ashe tosió sangre.
—¡Ashe! —chilló Mariska, sus manos se estremecieron
Ashe se impulsó con sus piernas para levantarse, hizo una mueca de dolor, y la espada salió lentamente de su pecho. Cuando estuvo de pie, miró a Mariska un instante, como si fuera a decir algo, peor en lugar de eso, apretó los labios, retrocedió y se desplomó a un lado. Mariska se incorporó de inmediato y gateó hasta acercarse a él, con la espada en mano.
—¡Ashe! —llamó Mariska—. ¡Ashe!
Ashe tenía los ojos cerrados. «Tú no... Tú no...». Sus manos se estremecieron. Mariska buscó su pulso en su cuello, pero no sabía cómo encontrarlo, estaba extrañamente frío. Acercó su dedo a su nariz, tampoco sintió nada.
Tomó su cabeza y la colocó en su regazo. No pesaba...
—Ashe... —llamó ella.
Y su rostro lucía más pálido, y jamás usaría ropa negra. Frunció el ceño.
Dayan se acercó y se paró detrás de ella.
—Que aburrido —dijo él—. Creí que esta vez sí sería capaz de matar...
Mariska apretó la espada en su mano mientras sostenía a Ashe con la otra y miró a Dayan.
—¿No te duele ni un poco haber matado a tu amigo? —preguntó él.
Mariska colocó lentamente la cabeza de Ashe en el suelo.
—¿En dónde está Ashe? —preguntó Mariska y se levantó, la espada aún en sus manos.
—¿No ves que lo mataste? —dijo él y sonrió.
—¡¿En dónde está Ashe?! —gritó Mariska y apuntó la espada a Dayan.
—¡Mariska, aléjate de él! —gritó Jossuknar
Mariska miró un segundo, no pudo reaccionar ni apartarse, y Dayan le cubrió uno de sus ojos con una mano. Pudo ver a Jossuknar abrirse paso entre los guardias, alzar su espada, pero fue demasiado tarde. Mariska, aferrada a la espada, cayó de rodillas.
Lo que ella vio ahí, fue difícil de entender y de describir, porque sentía que estaba despierta, podía escuchar a Jossuknar atacando a alguien, y una risa burlona. Una sombra, una espiral, pensamientos, memorias... Pero aquellas no eran suyas.
«Mari...»
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Con los ojos fijos en las estrellas, un cartógrafo se preguntó acerca del mundo, acerca de cómo las cosas terminaron así y cómo sería el futuro. Mientras lo miraba desde lejos, ella se preguntó lo mismo. Una cartógrafa miraba una ruta del pasado, un camino perdido y la gente que lo usó por última vez.
No entendía qué sucedía o en dónde estaba, solo sabía que ella no estaba ahí realmente.
—Doctor Ebenish —llamó una voz juvenil.
Ambos miraron en aquella dirección, una persona se acercaba a ellos. Mariska supo de inmediato quién era. Ninguno reparó en su presencia, ni siquiera cuando Adhojan pasó a su lado para sentarse.
—Puedes llamarme Kanav, después de todo soy casi tu suegro —dijo el cartógrafo con una sonrisa amplia y juguetona.
Uno de los ojos de Mariska se crispó, y decidió aproximarse para reclamarle a su padre por decirle una cosa así, al tratar de tocarlo, su mano lo atravesó y tuvo que resignarse a escuchar aquello. Suspiró y miró a Adhojan. Sus mejillas estaban completamente coloradas y había bajado la cabeza con vergüenza. Se hubiera reído de verlo así si no estuvieran hablando de eso...
—N-no... Se equivoca... No es así.
—¿En serio? —preguntó su padre recargando su barbilla en su mano.
Mariska de verdad deseó poder estar ahí para golpear a su padre.
—Pero... No sé si volveré a ver a Mariska, señor —dijo Adhojan con la mirada baja de nuevo.
—Algún día —dijo el cartógrafo—, si los In'Khiel te dan suerte... O Kirán, lo que tú creas.
Adhojan desvió la mirada. Mirándolo así, realmente había cambiado demasiado. Él sacó de entre su ropa un sobre y se lo tendió al cartógrafo, Mariska se acercó a husmear, pero antes de poder leer, su padre ya lo había guardado entre su ropa.
—¿Para Mariska?
—Para Mariska —afirmó Adhojan—. Solo... Dígale que estoy bien. ¿Por favor?
—Claro —dijo el cartógrafo y despeinó a Adhojan—. Seré tu águila mecánica si no tienes las agallas, no te preocupes... Pero si le vas a pedir matrimonio, se lo pides tú.
—¡Eso no, Doctor Ebenish-...!
Adhojan dio un respingo, Mariska trató de nuevo de golpear a su padre, pero su mano solo atravesó su cabeza, y su padre soltó una risotada que ella supo que hubiera continuado por un buen rato si no hubiera sido porque un niño corrió hacia ellos con algo entre las manos. Entre más lo miraba Mariska, más frunció el ceño... había algo familiar en ese niño.
—¡Señor Ebenish! —llamó el niño.
Vestía todo de negro, con mangas y pecho de tela translúcida, llevaba un adorno plateado en el cabello y a través de la tela, había una marca de Kevseng con dos rayos. Mariska supo de inmediato que era un sacerdote de Kirán, uno muy joven, seguro en entrenamiento. El niño jadeó al detenerse frente al cartógrafo y frente a Adhojan y mostró lo que había encontrado. Era un cristal.
—Mire lo que encontramos, señor Ebenish —dijo el pequeño.
El cartógrafo tomó el cristales en su mano, su cara con asombro y sonrió al pequeño antes de devolvérsela.
—Dayan, esto es cuarzo —dijo con toda la paciencia del mundo y una sonrisa amplia.
Adhojan los miró en silencio, con una línea fina en los labios. El niño asintió.
—¿Cuarzo?
—Sí, no son cristales solares, pero sirven para otras cosas.
—¿Cómo qué?
—Como... eh... ¿por qué no buscas más, Dayan?
—Medet me dijo que le pidiéramos ayuda, que usted sabe más.
El cartógrafo se llevó una mano a la barbilla.
—Entonces voy a ayudarlos en un rato...
El niño sonrió ampliamente, asintió con ahínco y corrió lejos de ahí. Adhojan suspiró y miró al cartógrafo.
—¿Le diste un nombre? Se van a molestar contigo de nuevo.
—¿Y qué? Que se molesten lo que quieran, es solo un niño, por más que quieran seguir sus tradiciones, forzar a un niño a esa vida no es sano para él —dijo el cartógrafo y luego sonrió—. Y si se molestan, los puedo dejar a todos en el desierto.
Adhojan suspiró. Mariska sonrió. Sí, así recordaba a su padre. Su madre siempre había dicho que era un idiota, y aunque tenía razón, también se había equivocado. Por eso lo extrañaba tanto...
—¿Por qué le diste ese nombre?
—¿Celoso? —preguntó el cartógrafo—. Pensaré luego uno para ti si quieres.
—No es eso, Doctor Ebenish...
El cartógrafo arqueó la ceja, luego se encogió de hombros.
—Él lo eligió, ¿sabes? Yo solo les di una opción y ellos la eligieron —dijo el cartógrafo—. Si tuvieras también más opciones, las elegirías, ¿no?
Adhojan no respondió a aquella pregunta.
—Pensé que respetaba las tradiciones de Kirán...
Su padre sonrió, y antes de que pudiera responder, un niño gritó. Tanto el cartógrafo como Adhojan se levantaron y Mariska miró en la misma dirección que ellos, hacia donde el niño había corrido. Corrió detrás de ellos y se detuvo. Al llegar, supo qué había sucedido... pudo oler la sangre. Los cuerpos de dos niños estaban tendidos en la arena. No había señales de nadie más.
—Aléjate de aquí —ordenó el cartógrafo a Adhojan.
—Pero...
—Escucha, ve por alguien más —dijo su padre y apretó su hombro—. Si ves algo extraño, huye de aquí.
—Pero...
—Toma a tu hermana y huye.
Adhojan apretó los labios, asintió y se fue de ahí por el mismo camino por el que habían llegado. Su padre se acercó a los cuerpos de los niños, Mariska caminó a su lado, su cabeza daba vueltas. La sombra de su padre se proyectaba en la arena.
Fue en un instante, vio una sombra en el rabillo de su ojo. Antes de que cualquiera pudiera reaccionar, una espada atravesó el pecho de su padre. Mariska ahogó un grito, su cabeza dio vueltas y al girar su cuerpo, solo había una espada negra en su mano... La miró. ¿De quién era? ¿En dónde estaba su padre?
Giró. Quiso vomitar. No estaba su padre. Giró. Quiso gritar. Giró. Él no estaba ahí. Quiso arrancarse la piel para volver a esa imagen. Anheló volver ahí para... para... Fue el frío lo que volvió, caló en sus rodillas.
Sus ojos se ajustaron a la penumbra y de nuevo estaba en aquel templo. Frente a ella, estaba el mismo infierno, no estaba Adhojan ni su padre. Inhalaba rápido y superficial, sus ojos y mejillas estaban humedecidos. «Ashe...».
Frente a ella, había sangre desparramada por el suelo que reflejaba el fuego de las antorchas, los cuerpos de todos los que habían desaparecido en la caravana estaban tendidos en el suelo. Una batalla frente a ella que no parecía detenerse: Dayan evitaba cada estocada de Jossuknar, a pesar de la precisión, a pesar de su certeza, su espada jamás le daba. No parecía cansado ni un poco, y Jossuknar por otro lado tenía hilillos de sangre en la frente y en la nariz, sus movimientos se volvían pesados y lentos, pero no se detenía.
—¡Parece que ya volvió! —dijo Dayan sonriéndole mientras esquivaba a Jossuknar—. ¿Pudiste ver la verdad que deseabas?
Mariska abrió la boca.
—¿No crees que es tu turno, Jossuknar? —preguntó a Jossuknar.
Él gruñó mientras blandía la espada. ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Por qué nadie llegaba aún ahí?
—¡El tiempo no es igual aquí y ahora, Mariska! —respondió Dayan.
Mariska se sobresaltó. ¿Había hurgado su mente?
—Señorita Mariska, huya...
—¿Ahora sabes cuál fue la verdad, Mariska?
El cuerpo entero de Mariska se estremeció. La verdad... ¿Cuál era la verdad? Aferró la espada en su mano y se mordió la mejilla para contener las lágrimas. No. No podía pensar en eso en aquel momento.
—¿Sabes cuál fue la verdad? —repitió Dayan, su voz casi un susurro en los oídos de Mariska.
La sombra que vio...
—¡Mariska! —gritó Jossuknar—. ¡Mira lo que ha hecho!
Reaccionó por fin al morderse la mejilla. No podía pensar en eso. Obedeció a Jossuknar desde ahí. Miró a su alrededor, a los cuerpos, al fuego, a la oscuridad, a todo...
¿Todo eso lo había hecho un Ashyan?
¿Eso era lo que sus ancestros temían? ¿Lo que mantuvo alerta a todos en Istralandia por milenios? ¿Eso era lo que mantenía a todos rezando plegarias a An'Istene? Mariska de pronto encontró todo eso patético, risible. Su cuerpo se estremeció y sabía por qué... Quería huir. Quería volver a ese sueño. Quería ver a su padre de nuevo. Apretó los ojos. Todavía había lágrimas.
Se levantó y sus piernas se estremecieron. No sabía usar una espada, pero si iba a morir como su padre...
«Lo siento mucho, Dayan, papá».
Aquello que apestaba a sangre en el pasado, aquello que no sobrevivió, pero que estaba frente a ella, no era humano, Dayan no era un humano. Solo Mires y Adhojan sobrevivieron. Se tuvo que repetir aquello una y otra vez. Pero Dayan tampoco era una bestia, un monstruo. Era un Ashyan, servía un Ashyan. Fue un humano.
Mariska aferró la espada de Ashe.
«Ashe, ¿usabas tu espada para lo que voy a hacer?».
Esto era por Ashe.
Esto era por Adhojan.
Esto era por Dayan y por su padre.
Incluso si en el Sol, él la fuera a mirar con desprecio por hacer lo que estaba a punto de hacer.
Quizá en el pasado, ella misma se criticaría... «Tu padre murió por una espada, Mariska». Era cierto, su padre murió así, pero ella iba a sobrevivir.
Jossuknar siguió lanzando espadazos y estocadas. La sangre se deslizó por su rostro, y Dayan lanzó un rasguñó a la cara de Jossuknar, no pudo evitar que cayera en su mejilla, y se quejó, pero clavó la espada en aquel momento en el pecho de Dayan. Mariska se detuvo.
Dayan miró su pecho, una mancha de sangre comenzó a expandirse, antes de que Jossuknar sacara su espada, Dayan tomó la hoja y sonrió.
—¿Crees que una espada común puede matarme? ¿Crees que puedo morir así de nuevo?
Jossuknar no desenterró la espada y la rotó dentro de Dayan, pero a pesar de las muecas de dolor, Dayan no cedió.
—¡Jossuknar! —gritó Mariska y se acercó a ellos.
—Cuando el viento susurra como los espíritus en la pradera... —comenzó Jossuknar.
—Ninguno de tus In'Khiel vendrá, temen a lo que es todo, temen a lo que es impuro.
Dayan rio amargamente.
—Ni siquiera Kirán o An'Istene miran hacia acá.
—¡Jossuknar!
—¡Mariska! —llamó Jossuknar.
Antes de que Jossuknar pudiera alejarse, Dayan sostuvo la hoja y la forzó a salir de su pecho con un quejido, Jossuknar no pudo retroceder y Dayan lo tomó por el cuello y lo empujó hasta una pared. Jossuknar perdió el aliento y su espada cayó al suelo con una reverberación. Dayan tomó su cuello con ambas manos, y Jossuknar enterró los dedos para librarse, pero a pesar de que perdía el aliento, su voz grave resonó.
—Cuando las últimas flores nacen después de la oscuridad helada del fin... Mariska...
Ella alzó la espada con ambas manos, Jossuknar tomó los brazos de Dayan, enterró sus dedos en él, pero Dayan no se inmutó. Dayan apretó su agarre y su mandíbula. Jossuknar luchó para hablar.
—El espíritu blanco... baila. Anuncia que vendrá incluso después del invierno...
»Mariska...
Ella corrió hacia ellos, las manos de Jossuknar perdieron su fuerza y estaba a punto de perder el conocimiento. Mariska apuntó al pecho de Dayan, en ese momento, soltó a Jossuknar, y giró su torso a Mariska, sus uñas crecieron como garras oscuras, listas para perforar su garganta.
Iba a morir. Iba a morir, pero no podía evitar aquello.
—¡¿Quieres ver a tu padre?! —gritó Dayan.
«No puedo morir aquí. No puedo morir aquí. Ashe me necesita».
Mariska iba a chocar con el Ashyan, pero se obligó a mantener los ojos abiertos. Un metro, y uno de los brazos del Ashyan cayó, al siguiente, Mariska clavó la espada en el pecho de Dayan hasta que tocó la pared. La carne se retorció alrededor del filo con ansias de esa espada, Mariska alzó el rostro.
Jossuknar jadeaba a un lado, con una mano en el cuello y otra en su espada.
—¿Crees que esto servirá? Tu querido amigo está muerto, Mariska, es lo que él deseaba. Y si muero, jamás lo volverás a ver. Ashyan Zauch no lo permitirá.
Pero aquellas palabras solo las escuchó Mariska, porque jamás movió sus labios y Jossuknar seguía rezando, con la espada apuntando a Dayan.
—¡Por desgracia, se marcha al final y regresa al fin del mundo, pero antes canta siempre las mismas palabras!
—Ashe...
—Está muerto... Tú mataste su espíritu con esta espada.
—No... Era una ilusión.
—¿Eso crees, Mariska? ¿Sucedió lo mismo con tu padre?
Jossuknar la apartó por fin de la espada de Ashe con un empujón, ella trastabilló hacia atrás, antes de poder entender qué sucedía. Jossuknar sacó rápido la espada negra, un parpadeo y la sangre salpicó en el rostro de Mariska.
—Los viejos nombres son olvidados bajo el Sol. ¡Ahora tu nombre es todo, tu nombre es nada!
Luego un sonido seco y algo rodó en la oscuridad.
Silencio.
Un ruido sordo.
Jossuknar tomó de pronto el brazo de Mariska y la obligó a retroceder, cuando estuvieron lejos, la soltó y ella cayó al suelo de rodillas. Jossuknar sacó un cristal solar, lo alzó frente a ella.
—Señorita Mariska —dijo Jossuknar con la espada de Ashe en su mano.
—Matamos a alguien...
Ella alzó la cara lentamente, Jossuknar lucía cansado. Habían matado a alguien. Las lágrimas brotaron de sus ojos y no pudo controlarlas. No se enjugó los ojos por temor a tener sangre en las manos.
—Señorita Mariska, escúcheme —dijo Jossuknar mientras limpiaba la espada negra—. Tiene que escucharme.
Mariska lo miró a los ojos, Jossuknar limpió la espada con un paño y se la tendió. Ella sorbió de la nariz y titubeó. Al final, tomó el mango, pero Jossuknar no la soltó.
—Lo hicimos para sobrevivir —dijo Jossuknar—. ¿Lo entiende, Mariska?
—Me dijo que Ashe...
—Jugó con su percepción.
Mariska parpadeó varias veces... ¿Entonces por qué aquello se sentía real? ¿Por qué sentía que había perdido algo cuando clavó esa espada y cuando vio a Jossuknar matar a Dayan?
—Señorita Mariska, cuando venga alguien y pregunten quién lo asesinó, diga que solo fui yo —dijo Jossuknar tomándola por los hombros—. Diga que usted trató de ayudar, pero solo fui yo
—Pero...
—No mencione esta espada, ni siquiera la saque, escóndala.
—¿Qué?
—¿Es la espada de Ashe?
—Es la espada de Ashe —confirmó ella mientras apretaba el mango—. ¿S-sabe algo?
—Solo lo que dicen los cuentos —dijo Jossuknar—. Pero tengo una mala sensación de todo esto, nadie debe saber de esa espada.
—¿Por qué? —preguntó Mariska—. Ashe no mataría a nadie...
—Sé que no, pero el color es lo que me preocupa. Es hierro negro. ¿Sabe quién más tenía una espada así?
Mariska tragó saliva. Lo sabía. Hierro negro. Había muchas cosas que Ashe no le decía a pesar de que ella intuía y sabía. ¿Por qué tenía esa espada? Apretó los labios...
—Solo así podrán seguir su camino, señorita Mariska... —dijo Jossuknar y sostuvo su costado antes de recostarse—. No se marche de aquí hasta que vengan los demás... No creo poder protegerla por mucho más.
Mariska se acercó a revisarlo, enjugó las lágrimas aquella vez.
—Jossuknar, ¿estás bien?
—Solo son huesos rotos y cortes, señorita Mariska. Nada grave —dijo él y miró al techo—. Debí entrenar más duro con Ireal...
—Por favor, no te mueras.
Jossuknar sonrió.
—No lo haré. Vaya a recoger todo, señorita Mariska.
Mariska lo miró, apretó los labios y se apresuró a recoger la funda de Ashe para envainar su espada. Luego se sentó junto a Jossuknar, el sostenía su costado y respiraba lentamente, luchaba contra el dolor, pero Mariska no tenía ni idea de que hacer. Solo lo acompañó conteniendo las lágrimas.
Unos minutos después, cuando escuchó pisadas acercándose, se preparó para lo que iba a decir, se limpió las lágrimas de nuevo, se levantó y fue a buscarlos ella misma.
Necesitaba encontrar a Ashe.
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