7.1. Residuos de un recuerdo

Entre cientos de espadas que lucharon en Oscuridad Menguante contra los Ashyan, dos resaltaron: una blanca, fulgente como el Sol, el pilar de Istralandia, que cargaba las palabras de An'Istene y hecha para comandar; y otra, de hoja negra, hecha para absorber la luz del mundo, ansiosa de sangre, forjada de las entrañas del Confín y del Sol, forjada para acabar con los Ashyan.

Fueron ambas espadas las que vencieron a Ahrim y le condenaron al encierro y a una muerte lenta. Sin embargo, solo se recuerda la espada de Kirán en las historias del pasado.

La espada negra perteneció a la Dama Obsidiana, una de las últimas descendientes del Sol caída en la arena, la primera guardiana de Kirán. La única espadachín en Istralandia capaz de cortar cualquier objeto en dos en un pestañeo.

Cuando se conocieron, Kirán confiaba en sus habilidades y en ella tanto como ella confiaba en el futuro que él podía brindarles a aquellas tierras extensas plagadas por los Ashyan.

Eso fue hasta que los Ashyan corrompieron su mente.

Así, ella abandonó todo. Abandonó su promesa a An'Istene, abandonó el templo que prometió proteger y atacó a Kirán. La batalla fue intensa, pero al final, Kirán degolló a la Dama Obsidiana y la purificó. Y así, con su muerte, al ser ofrecida a An'Istene, al ser devorada por los buitres, los Ashyan no volvieron a aparecer en estas tierras. Kirán murió poco después por las heridas en batalla, y el luto duró casi una década.

—Dicen que por siglos los guardianes que ella entrenó tuvieron prohibido abandonar el templo de Kirán porque podían corromperse como la Dama Obsidiana. Y así, con los años, se extinguieron por completo de Istralandia —terminó de contar Medet.

—O tal vez quedan algunos en el mundo, convertidos en sirvientes de los Ashyan —dijo Dayan y miró de reojo a todos alrededor de la fogata, pero por alguna razón, miró a Ashe por un buen rato.

Después de detenerse en las posadas del desierto, la caravana se dividió en dos grupos para seguir. Uno era el grupo que tomaría el camino más común, aquel que solía ser patrullado frecuentemente por soldados. Ese grupo llevaba los deslizadores, los bienes más valiosos, y era guiado por la Dama Inkerne, quien ya conocía aquella ruta. El otro grupo estaba dirigido por Jossuknar y el líder de los guardias, el señor Ireal, y guiado por Mariska y sus habilidades de cartografía. Después de todo, era una ruta que no se había usado en más de veinte años, y muchas cosas habían cambiado con la erosión.

En aquel segundo grupo, viajaban todos los usuarios del Kevseng, algunos comerciantes menores y algunos guardias, y por supuesto, Ashe.

En esos primeros dos días, Mariska y Ashe hicieron sus tareas de siempre: adelantarse, comprobar las rutas, tomar mediciones con un sextante, hacer correcciones en el mapa y escribir de vuelta al grupo luego de encontrar un sitio adecuado para acampar. La única diferencia era que por seguridad, en lugar de ir solos como antes, ahora un guardia extra los acompañaba.

Su nombre era Dérukan, el mismo guardia que había luchado antes contra Ashe. Al principio, había sido incómodo para Ashe trabajar y relajarse con los ojos fijos en él, pero después de unos días de Mariska intentando enseñarle como usar un sextante y cómo leer los mapas, Ashe se había acostumbrado a su presencia. Solo que no entendía por qué ella había insistido tanto en enseñarle si jamás iba a llegar al mismo nivel que ella, y tampoco creía usar aquellos conocimientos alguna vez.

Ashe alzó la cabeza en cuanto Dayan soltó eso, y Dayan sostuvo su mirada con una sonrisa. Ashe se forzó a mirar de nuevo al mapa. Sin embargo, aquello fue un error. Al mirar de reojo a Mariska, notó la sonrisa feral en sus labios y supo que aquello no iba a ser una cena tranquila... de nuevo.

—¿Van a seguir mintiendo?

Aquella pregunta desconcertó a Ashe. Mariska solía divertirse preguntando detalles de las historias, especialmente porque no le interesaban en general, pero jamás había sido así de directa. Varios en el grupo fruncieron el ceño y Ashe por fin apartó la vista del mapa.

Desde que leyó el diario de Kaamran en el templo y se enteró de cómo había comenzado todo, Ashe había querido escuchar la historia de la Dama Obsidiana. Quería dejar todo eso atrás, pero también quería entender qué había sucedido para que Kirán decidiera romper su promesa y no permitir que el resto de los guardianes abandonaran ese templo. Y si era cierto que los guardianes se corrompían por salir, necesitaba confirmarlo...

En los diarios, Kaamran escribió que la Dama Obsidiana descendió de los templos por petición de Kirán en una carta. Y desde entonces, no llegaron noticias de ella al templo hasta que llegó la orden del rey y un trozo de obsidiana de su máscara. Luego, todo fue historia en el templo. Los guardianes que se opusieron a la orden murieron sin rituales funerarios, contaminando la montaña, los que siguieron las órdenes de su rey por temor o por fe perdieron sus nombres y su libertad. Ashe intuía que ella había muerto, que Kirán la asesinó y envió esa orden poco después.

Por eso, escuchar que ella se corrompió no tenía sentido. ¿Por qué la había llamado Kirán? ¿Se había corrompido en el camino y por eso intentó asesinar a Kirán? ¿Por eso la ofrecieron a An'Istene? ¿O todo había sido como dijo Kaamran, porque Kirán no tenía poder en el templo? Estaba confundido. Lo único certero era que Kirán no fue el magnífico rey que todos creían.

También, tanto por él como por su hermano, quería creer que las advertencias de sus maestros de abandonar el templo eran mentira y que ella no se había corrompido al marcharse del templo.

—¿De qué habla, señorita Mariska? —preguntó la chica que contó la historia la anterior vez—. Es la historia de la Dama Obsidiana.

—Yo creí que no te importaban los cuentos de niños, Alerant —dijo Dayan inclinándose hacia atrás con una sonrisa burlona—. ¿O quieres tener la razón como siempre?

Ella sonrió ampliamente, cruzó las piernas y se encogió de hombros, y aquella fue señal suficiente para que Ashe dejara el sextante y el mapa a un lado por si tenía que intervenir.

—Hace años que se sabe por qué murió y por qué hubo tantos ritos a An'Istene antes de su supuesta muerte —dijo Mariska y con petulancia corrigió—. La Dama Obsidiana no murió en manos de Kirán, ella lo mató.

Mariska había dicho aquello con tanta confianza y sin temor, que un silencio pesado cayó alrededor de la fogata, sobre todo en Dayan que hizo una mueca y en Medet, que se removió incómodo y habló:

—H-hay diferentes versiones, señorita Alerant.

—Versiones verdaderas y verdades a medias —añadió Mariska.

Ashe miró a Mariska, pero supo que sería imposible callarla. Dayan negó con la cabeza, recuperó su sonrisa y miró a Mariska directo a los ojos:

—¿Y cómo lo sabes? ¿Estuviste ahí o qué?

Ashe buscó a Jossuknar entre todos para que dijera algo para calmar el ambiente, pero hasta él permaneció callado mientras enseñaba a los usuarios del Kevseng más jóvenes a trazar phens. Mariska recargó su codo en su pierna y su barbilla en la mano.

—Hay cientos de archivos que lo prueban. ¿Nunca los han leído?

—No, señorita Alerant —dijo Medet, su mirada se oscureció, pero siguió manteniendo la cordialidad—. No todos hemos tenido la oportunidad de estud-...

Dayan se levantó en aquel momento y caminó hacia ella.

—¿Cómo te atreves a decir eso? ¿Cómo te atreves a profanar su nombre? ¿Quién te crees para decir esto?

Antes de que pudiera acercarse aun más, Ashe se levantó y se interpuso en su camino, Mariska también se levantó. Los ojos llenos de confusión y cansancio de Ashe se encontraron con la mirada de fuego de Dayan. En aquel momento, todos los que habían escuchado en silencio, e incluso la gente alrededor de otras fogatas miraron en esa dirección, pero nadie se atrevió a moverse o a decir algo.

Ashe miró a Mariska a punto de suplicarle, y ella suspiró y cedió.

—No estoy mintiendo —dijo ella—. Si no me crees, cualquier día puedes ir a cualquier biblioteca pública en Vultriana y vas a encontrar lo mismo. Hicieron ritos a An'Istene fuera de cualquier fecha festiva y antes de la muerte de la Dama, no después.

»Nadie menciona explícitamente que Kirán murió en esas fechas, solo mencionan que falleció después debido a las heridas. Las fechas en los registros son la clave. ¿Sabes cuándo murió Kirán?

Dayan la miró directo a los ojos, con todo el odio dándole fuego a su mirada. Medet se acercó a su amigo por detrás y le tomó el hombro para alejarlo. Dayan habló:

—Fue el mismo día que nació el siguiente rey al trono.

—Así es —dijo Mariska—. En solsticio de invierno. Los ritos funerarios fueron esos mismos días. Pero la Dama Obsidiana cumplió su sentencia unos días antes de primavera.

Ashe miró a Mariska y se apartó cuando supo que Dayan no sería capaz de hacer nada, también porque comenzó a perderse en su cabeza.

Ashe había perdido los diarios de los guardianes tiempo atrás, pero las palabras de Kaamran fueron a su memoria en aquel instante. Kirán solicitó abrir la Cámara del Tesoro Negro para él, pero nadie, ni siquiera la Dama Obsidiana obedeció esa orden. Ashe todavía tenía muchas preguntas al respecto. Pero más importante, el día de la muerte de Kirán era una coincidencia, pero seguía siendo extraño.

—Solo estaba tratando de corregir... —añadió Mariska—. No esperaba qu-...

—¡Kirán jamás moriría en las manos de un Ashyan!

—Dayan...

—¡Déjame, Medet! Ella miente —dijo él—. ¡Kirán no murió así!

Mariska suspiró.

—No tengo motivos para mentir —dijo ella y se encogió de hombros.

Dayan hizo una mueca de disgusto y apretó los dientes, Medet lo detuvo con su mano libre para que Mariska continuara.

—Quieras creerlo o no, es lo que sucedió. Ella era más fuerte que Kirán y lo mató, por eso hubo ritos funerarios antes de la muerte de la Dama.

—¿Por qué en solsticio de invierno? —susurró Ashe para sí mismo.

Las preguntas se arremolinaron en su cabeza como los buitres descendiendo en la Torre Nitsiag. ¿Por qué Kirán quería que los guardianes abrieran la Cámara del Tesoro Negro? ¿Por qué la Dama Obsidiana decidió asesinar a Kirán? ¿Quién envió la orden y el fragmento de máscara si Kirán murió como Mariska dijo? ¿Fue solo una coincidencia que muriera el único día del año en que la Cámara del Tesoro Negro se abría?

—¿Ashe?

Al alzar la cabeza, notó que las miradas de todos estaban sobre él a pesar de que la pregunta no iba dirigida a nadie. Sus orejas se tiñeron de rojo, retrocedió, se sentó y de inmediato volvió a pretender que estaba leyendo el mapa. Mariska enarcó una ceja.

—Si fue en solsticio de invierno, fue porque estaba corrompida —dijo Medet y Ashe alzó la cabeza lentamente—. Es el día con menos luz del año, después de todo.

El día con menos luz del año, pero el único día en que entraba luz a la Cámara del Tesoro Negro...

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El aire era caliente y seco. Sudaban, bebían agua, parpadeaba, pero todo se secaba demasiado rápido. Igual, necesitaban avanzar por aquellos paisajes desolados donde si tenían suerte, los cañones, los yardangs y las montañas creaban sombras. Ashe se quitó el sombrero y lo agitó frente a su rostro mientras descansaban, Mariska inspeccionó el mapa y Dérukan miró al horizonte.

Mientras Ashe bebía agua, sintió la mirada de Dérukan pasar del horizonte, a él varias veces.

—Si seguimos esta ruta, tal vez nos tardemos unos días en llegar a Tiekarnan —explicó Mariska.

—¿Cuánto tiempo es eso?

—Al ritmo al que vamos, ¿tal vez cinco o seis días? Eso, claro si no hay inconvenientes —dijo Mariska—. ¿Ashe?

Ashe se atragantó con el agua, miró el mapa y trató de recordar lo que vio la noche anterior. Tosió y mientras se limpiaba los labios dijo:

—¿Solo hay algunos acantilados?

—Solo hay algunos acantilados —afirmó Mariska—. Deberían conservar todavía los pasos de arena... pero siempre podemos descender o buscar otras rutas. Entonces sí, siete u ocho días.

—Es muy lento —dijo Dérukan—. Con este ritmo parece que todo el tiempo hay inconvenientes.

El guardia miró de reojo a Ashe, y él desvió la mirada mientras tomaba agua para pretender que no se refería a él. Mariska miró a Dérukan, y el guardia al final terminó diciendo lo que pensaba sin tapujos.

—Si Ashe no estuviera con nosotros, podríamos avanzar mucho más. Él no está acostumbrado al desierto, yo sí.

»Además, Ashe no fue a los entrenamientos con el resto de la caravana.

Mariska enarcó una ceja e hizo una meca. Dérukan los miró a ambos desde arriba.

—Si Ashe vuelve al grupo, avanzaremos sin problemas y mucho más rápido. Yo puedo protegerla.

Con eso, Mariska soltó una risotada que tomó de improviso tanto a Dérukan como a Ashe. Cuando terminó de reír, el guardia estaba confundido, ella se levantó, dobló el mapa y pasó de largo al guardia.

—Es tiempo de seguir.

Ashe asintió, cerró su cantimplora y se levantó. Ambos subieron a sus caballos, y el guardia los siguió sin entender la respuesta de Mariska, pero sus ojos siguieron sobre Ashe. Él por su parte, prefirió ignorarlo mientras ataba el sombrero, y una vez Mariska miró su brújula y el mapa, comenzaron a galopar.

Comparado al primer día, Ashe había mejorado cabalgando bastante. Mariska ya no sostenía sus riendas —excepto en pendientes muy inclinadas—, y podía dirigir el caballo. El único problema era que todavía tenía problemas al detenerlo y al cambiar el ritmo, pero aprendía lentamente. Y sí, quizá o había practicado tanto con los demás, pero confiaba en sus habilidades y en los consejos que Jossuknar le daba cuando tenía tiempo libre.

Cuando Dérukan estuvo lo suficientemente adelante, Mariska se acercó a Ashe.

—Míralo todo presumido —dijo Mariska con sarcasmo—. Unos músculos marcados, una cara bonita y ya cree que puede derrotar a todos los Ashyan de un espadazo.

—Tampoco creo que sepa cuál es el este y el oeste sin ver una brújula —añadió Ashe para reírse un poco.

Mariska le dio una mirada en blanco.

—Ashe, tú tampoco sabes-

—Lo sé —respondió Ashe cabizbajo—. Pero estoy aprendiendo.

Mariska asintió comprensiva.

—¿Debería molestarlo?

—Mari...

Mariska agitó su mano, y Dérukan miró hacia ellos. Dicho eso, ella galopó entre risas y se apresuró a alcanzarlo. Ashe solo suspiró y apresuró su caballo también.

Luego de galopar por un rato bajo el sol, Dérukan se detuvo en seco y Mariska lo imitó, Ashe se detuvo poco después. Ambos miraban al frente y arriba y fruncieron el ceño. Ashe los imitó y encontró una columna de humo alzándose al cielo.

—Mariska —llamó Dérukan.

—Iba a suceder en algún momento u otro —dijo ella y se encogió de hombros antes de girar las riendas de su caballo.

—Hay que regresar. Pronto —indicó el Dérukan—. Si nos descubren...

—Estamos demasiado cerca —dijo ella y miró a Ashe—. Ashe...

Ashe asintió de inmediato y buscó sus notas y un lápiz. Escribió apresuradamente y trató de que su letra se pareciera lo más posible a la de Mariska, pero al final, terminó mezclando la escritura que había copiado con la que había aprendido en el templo. Cuando terminó, colocó el papel dentro de una águila mecánica, y después de lanzarla detrás de unas montañas, se dieron la vuelta.

Era la primera vez que retrocedían en un camino, y la primera vez que se encontraban con bandidos, pero Mariska le había dicho qué hacer en esos casos: tratar de que no los vieran, darse la vuelta y alejarse, informar al grupo y regresar al último punto de descanso a aguardar por órdenes de la caravana. Y si era seguro y nadie los había seguido, solo quedaba regresar al grupo y buscar otra ruta.

En cambio, si los bandidos los veían, todo se complicaba. Jossuknar e Ireal pidieron evitar enfrentamientos y entregar las cosas valiosas sin cuestionar, pero si era necesario luchar, no había que dudar. El problema era que Ashe no quería desenfundar su espada luego de la historia de la noche anterior.

—Mari, las huellas —dijo Ashe antes de que se marcharan.

Ella asintió y se rascó la cabeza, pero a pesar de las palabras de Ashe, solo regresaron. De todas formas, comenzaban a juntarse nubes oscuras sobre su cabeza, y las huellas terminarían borrándose.

Mariska se veía pálida, y Ashe no lograba comprender por qué, así que se acercó a ella.

—Mari, ¿estás bien?

Ella sonrió con confianza.

—¿Por qué no estaría bien? No es como si fuera a pasar algo malo. Obviamente estoy bien.

Ashe la miró, estaba mintiendo, pero no entendía por qué.

—Tranquila, Mariska. Yo te protegeré —dijo Dérukan—. Ya me he enfrentado a bandidos antes.

Ashe lo miró de reojo... Ahora que lo pensaba, ¿estaba tratando de impresionar a Mariska o era su imaginación? Negó con la cabeza, aquello no era importante en aquel momento.

Mientras regresaban a su último punto de descanso, Dérukan habló todo lo que no había hablado en los días anteriores acerca de cómo derrotó un montón de bandidos y otras cosas que Ashe y Mariska fueron forzados a escuchar. En algún punto, Mariska le susurró a Ashe.

—No voy a negar que es guapo, pero ahora entiendo por qué nadie en la caravana le habla.

Ashe suspiró.

Cuando por fin vieron el punto de descanso, Ashe se detuvo. De inmediato, sintió que algo no estaba bien. Era silencio, solo silencio detrás de la voz de Dérukan, sus vellos en el cuello se erizaron y tomó su espada con todo y funda del lomo del caballo. Mariska y el guardia iban directo a la sombra, pero Ashe los interceptó mientras ocultaba su espada para no alarmarlos.

—Tenemos que irnos.

Mariska lo miró directo a los ojos, y solo bastaron unos segundos para que ella entendiera que pasaba. Silencio. Y antes de poder moverse, una flecha silbó en el aire y se clavó en el muro de roca.

—¡Corran! —gritó Dérukan.

Apresuraron el galope de los caballos de regreso hacia la caravana apenas escucharon a los bandidos. Ashe de inmediato se colocó detrás de la espalda de Mariska para evitar que la hirieran y al mirar atrás, había dos bandidos montando a caballo.

Era un hombre y una mujer, ambos con las bocas cubiertas y ropas desgastadas, cabello negro, uno con arco otra con espada, ambos se aproximaban a ellos. Ashe apretó los labios en cuanto sus miradas se cruzaron.

—No podemos volver así con la caravana —jadeó Mariska y miró sobre su hombre—. ¡Ah! ¡Sabía que esto era mala idea! ¡Sibán!

—¡Solo son dos! Si volvemos podemos lidiar con ellos —dijo el Dérukan.

—¡No! Si volvemos vamos a morir todos —gritó Mariska como un quejido.

—¡Mari! —llamó Ashe.

—¡El mensaje, Ashe!

—¡Lo sé!

Ashe apretó los labios aún más. Era posible que ellos hubieran visto cuando enviaron el mensaje, por lo que también era posible que el mensaje no hubiera llegado a la caravana. Solo quedaba tratar de salvarse y regresar, pero si habían llamado a más gente mientras aguardaban por ellos, entonces estaban perdidos.

Ashe pensó de pronto, si se apeaba y usaba su espada, podría defenderlos y así tendrían una oportunidad de escapar. Miró a Mariska. Si era lo que tenía que hacer... apretó los labios y miró atrás de nuevo, y sin pensarlo dos veces, jaló las riendas de su caballo y cambió de dirección.

—¡Ashe! —gritó Mariska.

Ashe se dirigió hacia los bandidos, pero antes de poder alcanzarlos, Dérukan ya se había adelantado a Ashe, esquivó una flecha y alzó su espada contra el arquero. Él sacó una daga, pero no reaccionó a tiempo y Dérukan cortó su pecho. El hombre cayó del caballo.

La mujer gritó con ira, y apresuró la marcha hacia Ashe, pero él no desenfundó su espada, cuando ella se aproximó, Ashe alzó su espada enfundada para bloquear el primer espadazo. Aferró las riendas con su otra mano, y su caballo se alzó en dos patas. Temió caer, y la mujer aprovechó, estuvo a punto de darle una estocada en el pecho cuando su mano cayó cortada con todo y espada.

Tanto la espada de la mujer como el caballo de Ashe cayeron con un golpe seco y Dérukan se puso en medio de ambos, el filo enfocado en la mujer. Ella los miró a ambos con odio con una mueca de dolor mientras su brazo temblaba.

—Ustedes... —dijo ella, se levantó y se dio la vuelta.

Dérukan la siguió, pero antes de poderlo evitar, de entre su ropa, con su única mano, sacó un pájaro metálico del tamaño de un gorrión.

—¡Deténganla! —gritó Mariska.

Pero fue demasiado tarde, cuando Dérukan la alcanzó y enterró su espada, el pájaro de metal ya se había alejado en el horizonte. La mujer resbaló de su caballo y cayó de costado en el suelo en cuanto Dérukan sacó la espada.

—No debieron venir aquí —gruñó la mujer con odio.

Ashe miró a la mujer, sangraba sobre la arenisca, pero no sintió nada mientras la veía sangrar, y aun así, sus manos temblaban y las ansías de apearse del caballo y rezar para que tuviera una muerte digna estaban atoradas en su garganta...

Arrebatar una vida. Era algo que los maestros esperaron de él para defender el templo, y sabía que era necesario en casos en los cuáles su propia vida estaba en riesgo. Así era aquel mundo. Por eso, no entendía por qué se sentía tan sucio... ¿Cuál era la diferencia entre quitar una vida y dejar que alguien falleciera sin ayuda?

—¡Ashe! ¡Tenemos que irnos! —gritó Mariska.

Ashe salió de su ensimismamiento y obligó a su caballo a avanzar junto a Dérukan. Mientras se alejaban de los cadáveres, mientras los dejaban a la intemperie a pudrirse con la tierra, no pudo evitar cerrar los ojos un momento para rezar algo que odiaba: «El cuerpo impuro en el mundo. A las alturas del cielo el sol se alza con el alma».

Y algo más gritó: «No eres un guardián, no eres un guardián, no eres un guardián».

—¡Ashe! —gritó Mariska.

Ashe alzó la cabeza. No podía perderse así en un momento como aquel, pero igual... Deseó que los buitres los purificaran.

—¡¿Qué te sucede?! ¡¿No eres el guardián de la señorita Mariska?! —preguntó Dérukan mientras galopaban—. ¡¿Por qué no sacaste la espada?!

Ashe no pudo responder aquello, en lugar de eso dijo:

—Tenemos...

Pero no pudo continuar. Mariska lo miró con angustia, y Ashe trató de componer su expresión para tranquilizarla, pero eso no lo hizo sentir mejor.

Siguieron galopando y no tardaron en encontrar un grupo de al menos veinte personas andando debajo de un cielo oscurecido con nubes de tormenta. Entre los rugidos del cielo, el grupo ondeaba la bandera de la dinastía Ganzig y en cuanto los vieron, Mariska urgió a Ashe y a Dérukan a acercarse al grupo. Era la caravana, pero por algún motivo no estaba completa y cuando el líder de los guardias los vio, detuvo la marcha.

—¿Están bien? —preguntó Ireal—. ¿Qué sucedió?

—Maté a los bandidos —dijo Dérukan con orgullo, pero sin presumir.

—Apenas logramos huir —interrumpió Mariska—. No pudimos evitar que enviaran un mensaje a su grupo. Nos van a perseguir.

Mariska suspiró y miró las caras en la caravana.

—¿En dónde están los demás?

—Síganme —pidió él y comenzó a explicar—. Señorita Mariska, tuvimos que buscar un refugio, el mapa del señor Ebenish indicaba uno cercano, así que Jossuknar y otros fueron a ver que fuera seguro. Falta poco para la tormenta.

—¿Un refugio? —preguntó Mariska y enarcó una ceja—. Pero si...

Mariska sacó el mapa del gremio y analizó aquella región sin encontrar nada. Frunció el ceño.

—Aquí no hay nada.

Ireal sacó su copia del mapa y se lo tendió a Mariska. Ella lo tomó, era un viejo mapa, al abrirlo, tenía la vieja nomenclatura del gremio y al corroborar quién lo elaboró, no era el mismo autor que el suyo, era el nombre de su padre y el de Sibán, con anotaciones de ambos desperdigadas alrededor de varias estructuras. Sin duda era un mapa con demasiados detalles, para nada útil excepto quizá para quienes lo realizaron.

—¿Dónde conseguiste este mapa?

—¿Eh?

—Nada —dijo Mariska.

Buscó el punto en el que se encontraban, y frunció el ceño aún más cuando entendió a lo que se referían. Miró a Ashe y él se acercó despacio para que ella le explicará, pero no fue necesario decir nada. Entre todos los caminos trazados y las curvas de elevación, entre todas las morfologías añadidas, había una figura cuya simbología indicaba que era un lugar de reposo, pero tenía una anotación con asterisco. Ambos fruncieron el ceño al ver la anotación: «Evitar si es posible». Ambos intercambiaron miradas, pero no pudieron decir nada más.

Unos minutos después, la tormenta los alcanzó.

Cuando Ashe escuchó la palabra tormenta, y vio las nubes oscuras, imaginó que sería un torrencial, como en Vultriana o en las montañas. Lo que no esperaba era que solo fueran rayos cada cierto tiempo en el horizonte, y que el viento fuera tan fuerte como para querer arrancar el sombrero de su cabeza, o como para asfixiarlo con la arena. Se quitó el sombrero y como todos los demás, se colocó parte de su capa envuelta alrededor de la cara. Entrecerró los ojos y trató de mantenerse lo más cerca del grupo, pero con el viento, era fácil distraerse y perderse. Por suerte, no tardaron en encontrar el refugio.

Se trataba de una montaña con paredes abruptas perdida entre la tormenta, pero entre la arena y el viento, había una luz. Se apearon de sus caballos y se dirigieron hacia ahí. Jossuknar les dio la bienvenida uno a uno, y cuando Ashe estuvo a unos pasos de la entrada, su estómago se retorció... Se obligó a ignorar aquella sensación y entró. Una vez dentro, iluminados solo por cristales de luz y algunas lámparas de aceite, fue que Jossuknar suspiró aliviado, y se dirigió hacia Ashe y Mariska.

—Me alegra que estén bien —dijo él—. Recé a los In'Khiél para que los protegieran luego de leer su mensaje.

Ashe sonrió y Mariska suspiró en voz alta.

—Si no hubiera sido por... —comenzó Mariska y miró a Ashe antes de interrumpirse y continuar—. Me alegra estar viva, Jossuknar... pero ¿qué diablos es este lugar? ¿No viste la advertencia de mi padre? Digo. ¿Del señor Ebenish?

»¿Y de dónde diablos sacaron ese mapa? Muéstrame el tuyo. Ya.

Jossuknar sonrió debajo de la barba, y le colocó una mano en el hombro.

—El señor Ebenish y el señor Etorkén los regalaron a la Dama Inkerne hace mucho tiempo, hicimos algunas copias —dijo Jossuknar y sonrió—. Son más útiles que los que hace el gremio.

—¡¿Cómo van a ser más útiles?! —preguntó Mariska—. Los hicieron sin seguir las normas para los mapas de navegación...

Jossuknar le colocó una mano en la cabeza antes de agitarle el cabello.

—Por eso tenemos a nuestra cartógrafa experta.

Mariska suspiró rendida y Ashe rio. Mariska le dio una mirada en blanco, y retrocedió unos pasos por cualquier duda. Mariska continuó.

—¿Entonces vieron la advertencia?

—Decía evitar si es posible —dijo Jossuknar—. Era imposible, así que ahora es nuestro refugio.

Mariska lo miró con los ojos en blanco y volvió a suspirar. Para sorpresa de Ashe, asintió y sin más, se sentó a un lado de ellos. Para que hubiera aceptado la excusa de Jossuknar así sin más, significaba una sola cosa. Ashe la miró y pensó si era buena idea prepararle alguna infusión, buscar comida y ayudarla a despejarse después de lo que pasó con los bandidos.

—Estoy agotada, señor Jossuknar —dijo Mariska en un suspiro y alzó la cabeza—. ¿Qué es este lugar? ¿Hay bandidos o algo? ¿Por qué hay que evitarlo?

Jossuknar también se sentó en aquel momento, y tanto él como Mariska miraron a Ashe. Él los imitó. A pesar de que no era un lugar muy cómodo, Jossuknar llamó a Ireal, y Dérukan, que estaba hablando con él, también se acercó a pesar de que nadie lo llamó.

—No hay señales de bandidos ni nada, señorita Mariska —dijo Jossuknar y sonrió—. De hecho... Creo que le va a fascinar este lugar ya que usted es una académica.

—¿Hay rocas bonitas? —preguntó Mariska.

Ashe miró a Mariska con una sonrisa, pero tanto Jossuknar como el resto parecieron confundidos ante el comentario de Mariska.

—¿Disculpe?

—Nada —dijo Mariska en una sonrisa—. Dime qué es, Jossuknar.

Jossuknar carraspeó y explicó.

—Parece algún tipo de castillo o templo a Kirán.

La mención de la palabra templo a Kirán alertó a Ashe y su sonrisa se borró de inmediato. ¿Había escuchado mal o Jossuknar se estaba confundiendo? Aquello no podía ser cierto, porque solo había existido un único templo a Kirán todos esos años.

—Hay vitrales con escenas de él y una estatua —explicó Jossuknar—. Pero también hay agua potable, aceite y cristales. Hay cuartos que no se pueden abrir... pero parece que es de verdad, señorita Mariska.

»Pero todo es piedra negra, señorita Mariska, no sé si sea bonita para usted.

Ashe se había mordido la mejilla hasta que escuchó lo de la roca.

—Basalto, una roca volcánica —dijo Mariska y le sonrió a Jossuknar—. Es bonita si sabes de dónde vino.

—¿Qué le parece el resto, señorita Mariska? —preguntó Jossuknar con ojos ilusionados.

—Si te soy sincera, no tengo ni idea si es de verdad o no —dijo Mariska—. No sé nada de esto, en realidad. Solo vea que nadie utilice más de lo necesario, toquen más de lo que deben o traten de abrir más habitaciones.

—¿Por qué, señorita Mariska? —preguntó Ireal—. Si de verdad es un templo de Kirán, él estaría feliz con compartir con nosotros.

Ashe contuvo un suspiró.

—No es eso, es que si lo abren va a ser un dolor de cabeza para mí cuando algún idiota de otra facultad quiera venir a explorar —dijo Mariska.

Los tres hombres rieron en voz alta, y las miradas del resto del grupo cayeron sobre ellos. El único que no había reído había sido Ashe, que estaba pensando.

—Dices las cosas más inteligentes, Mariska —añadió Dérukan.

Las miradas de Jossuknar, Mariska, Ashe e Ireal cayeron sobre Dérukan, pero él no se movió y nadie se atrevió a decir nada, hasta que Jossuknar carraspeó y continuó:

—¿Quiere ver el templo? Esta no es la entrada... es solo como una cueva —dijo Jossuknar.

Mariska negó y recargó sus manos en la roca antes de inclinarse un poco hacia atrás.

—No lo sé, me gustaría descansar y revisar los mapas —dijo ella y luego se quejó—. Ahora tengo que volver a planear todo...

—A mí sí me gustaría verlo —dijo Ashe.

Jossuknar asintió, y Mariska lo miró confundida, hasta frunció el ceño, pero no preguntó ni pidió explicaciones y Ashe lo agradeció. Incluso si todo lo que habían dicho era cierto, Ashe necesitaba verlo por él mismo.

—En ese caso, también quiero verlo —dijo Dérukan con los brazos cruzados.

Al final, del grupo que había llegado, además de Ashe y Dérukan, solo otras cinco personas quisieron entrar a ver el lugar, entre ellos Medet, Dayan. Jossuknar guio al pequeño grupo hacia la entrada del templo. Las puertas del templo estaban abiertas, pero sin duda eran idénticas a las del templo en las montañas.

Al verlas ahí, Ashe se paralizó, y tragó saliva, pero antes de que cualquier pensamiento fuera a su cabeza, alguien le dio una palmada en la espalda. Ashe dio un respingo y luego Dayan le sonrió, iluminado solo por un cristal solar.

—Te va a encantar este lugar, Ashe —dijo—. Hay cosas muy interesantes que me recuerdan a ti.

Ashe lo apartó de un manotazo, y se alejó de él. Una vez puso los pies en el templo, fue como volver a una noche de varios años atrás, cuando vio las puertas abiertas por primera vez.

Avanzaron, y con cada paso, Ashe se preguntó cómo había llegado el templo hasta ahí, si en realidad había vuelto o estaba soñando. Eran los mismos vitrales en los mismos sitios, los mismos cuartos en las mismas posiciones, las mismas cámaras, una cocina de mosaico negro y una Cámara del Tesoro Negro. Ashe se detuvo. En aquel punto ya estaba nauseabundo, y su pecho ardía, le costó tragar por el nudo en su garganta.

La oscuridad le recordó a todas las veces que se paró a ver el vitral del pájaro, pero ahí no había vitral del pájaro. A las veces que se paró con una espada negra en la mano en solsticio de invierno con sus maestros, pero no era solsticio de invierno y sus maestros estaban muertos. La oscuridad era espesa, sofocante, devoraba todo excepto la luz en sus manos. Quiso vomitar, algo no estaba bien ahí.

—Ashe —llamó Jossuknar.

Ashe dio un respingo.

—Voy.

Alejó la luz de su cara, y mientras alcanzaba al grupo se enjugó las lágrimas en los bordes de sus ojos. La opresión en su pecho no disminuyó conforme avanzaron. Subieron al segundo piso y encontraron un cuarto de baño idéntico al del templo, pero con un extractor solar. Cuando Jossuknar giró la llave, el agua fluyó sin problemas y Jossuknar frunció el ceño.

—Eso fue lo más curioso que encontramos —dijo Jossuknar y miró al grupo—. ¿Ustedes creen todos en ese hombre?

—Deja de decir profanidades, Jossuknar —dijo Dayan cruzando los brazos—. Que tú no lo hagas no te da derecho para referirte a él así.

—Bueno, entonces es mejor que no vengas, Dayan —dijo Medet—. ¿Vamos a volver ahí?

Jossuknar asintió ante la pregunta, y Ashe temió lo que vendría, pero de todas formas siguió al resto del grupo. Justo como Ashe intuía y recordaba del templo en el que creció, se dirigieron al Santuario de Buitres. Las puertas estaban entreabiertas, y dentro, había algunos guardias recogiendo cajas con cristales y otras con aceite, pasaron a un lado del grupo luego de saludarlos.

El grupo entró, pero Ashe no, se quedó en la entrada de aquel lugar cuando la poca luz de los cristales iluminó al fondo una silueta que aborrecía, la estatua a la que le había rezado inclinado toda su vida. Cuando la luz llegó al resto de su cabeza, y la vio partida por la mitad, Ashe decidió que era suficiente. Caminó en silencio con sus recuerdos en sus pies y salió una vez más de ese lugar.

La luz de una fogata en la cueva iluminó todo y a pesar de que quiso ir con Mariska, necesitaba tiempo, necesitaba tiempo para pensar y para... No estaba seguro, pero sabía que había algo más en ese lugar, algo que quizá sí debía permanecer encerrado ahí por milenios.

━━━━━━✧❃✧━━━━━

Mariska aguardó a que el grupo saliera del templo mientras revisaba las posibles rutas a Tiekarnan desde ahí, y ninguna le convenció. Las rutas planeadas habían sido trazadas con cuidado y consideraban los viejos caminos, pero ahora era imposible volver a utilizarlas, y mientras revisaba el terreno en el mapa y veía las nuevas rutas, sabía que aquellas eran difíciles de transitar y más largas de lo estimado. Hubiera deseado que Ashe estuviera con ella, pero sin mucho que hacer, se reunió con el líder de los guardias mientras aguardaban por Jossuknar en la entrada.

Cuando él salió por fin de entre las puertas, lucía preocupado y no dejaba de jugar con su barba, miró a Mariska en cuanto se acercó.

—Señorita Mariska —llamó.

—Tardaron mucho —dijo el líder de los guardias—. ¿Así de grande es?

Jossuknar negó con la cabeza. Mariska frunció el ceño y buscó a Ashe entre el grupo, pero él no estaba ahí.

—¿Y Ashe?

Jossuknar bajó la mirada con los ojos llenos de culpa.

—Señorita Mariska... perdón. Debí vigilarlo. Creo que algo lo asustó, porque lo escuchamos y lo vimos correr.

»El señorito Ashe debe seguir en el templo. Volvimos para pedir ayuda.

Mariska pensó que estaba temblando porque creyó que caería, y de pronto, todo el cansancio, y las imágenes de los bandidos se esfumaron de su cabeza.

—Tratamos de encontrarlo... pero nada —dijo Jossuknar.

El líder de los guardias frunció el ceño y se rascó la barbilla. Luego, se rascó la cabeza.

—¿De qué hablas, Jossuknar? —preguntó él.

Mariska lo miró.

—Ashe salió del templo hace más de una hora, ¿de qué hablas? —dijo el líder—. Hasta me preguntó si podía hacer guardia esta noche...

Mariska frunció el ceño. Si regresó antes, ¿por qué no se acercó? ¿Por qué había pedido hacer las guardias y por qué huyó?

—¿Ashe va a hacer las guardias nocturnas? —preguntó una voz que comenzaba a fastidiar a Mariska—. Puedo ayudar.

Jossuknar y Mariska miraron con ojos en blanco a Dérukan, y él sonrió. El líder de los guardias asintió sin darle más importancia y volvió a hablar con Mariska y Jossuknar.

—Tal vez solo te jugó tu mente, Jossuknar —dijo y le dio unas palmadas en la espalda.

Los tres regresaron al campamento, pero ni Mariska ni Jossuknar estaban convencidos de su explicación o de sus palabras. Fueron a donde Mariska estaba trabajando con los mapas, y sentado ahí estaba Ashe, como si nada y con un tazón con líquido. Les sonrió cuando se acercaron.

Jossuknar se detuvo de inmediato al verlo, y palideció. Ashe se levantó cuando lo vio trastabillar.

—Ashe... —llamó Mariska.

—Les dije que estuvo aquí todo el tiempo —dijo el líder con los brazos cruzados.

Ashe sonrió avergonzado. Después de aquello, lo cuestionaron y él mismo les explicó que se fue del templo cuando fueron a dónde estaba la estatua porque no era una persona religiosa, luego fue a preguntarle al líder de los guardias si podía hacer la guardia aquella noche antes de preparar una infusión para Mariska, pero cuando fue a buscar a Mariska, no la encontró.

Mientras más explicaba, la palidez de Jossuknar aumentó.

Después de aquello y discutir las posibles rutas, fueron a cenar, y luego, fueron a dormir, excepto por el grupo de la guardia nocturna. En el grupo de aquella noche, además de Dérukan y Ashe, estaban otros dos guardias, así que se dividieron el trabajo. Ashe se quedó en la entrada de la cueva junto a otro guardia, mientras que Dérukan y el otro guardia fueron a vigilar la entrada al templo.

La tormenta no había amainado para entonces: todavía había rayos cayendo en la distancia, y las ráfagas de viento hacían casi imposible escuchar otro sonido, por eso, ni el otro guardia ni Ashe trataron de conversar.

Ashe miraba fuera de la cueva con la cabeza recargada en la roca y la espada entre sus piernas. Antes se hubiera angustiado y hubiera tratado de mantener la punta lejos del suelo, pero ahora quiso pensar que no le importaba. No había razón por la cuál continuar con las cosas que sus maestros habían insistido que aprendiera.

Su mano fue al bolsillo de su pantalón, a un trozo de tiza blanco que había tomado de entre las cosas que Jossuknar usaba para enseñar a los usuarios del Kevseng y lo apretó. De verdad esperaba que todas sus preocupaciones acerca de aquel lugar fueran meros pensamientos, que aquella sensación que le recordaba tanto a un sueño no fuera nada.

El guardia frente a él se desperezó por fin, abrió los ojos y miró a Ashe antes de indicarle que fuera a ver a los otros dos guardias. Ashe asintió, se levantó, tomó un cristal solar y su espada y caminó cuesta arriba hacia la entrada del templo. Ahora que todos dormían, estaba oscuro y solo los cristales solares brillaban tenuemente, así que al principio no lo notó, pero cuando se acercó más, encontró solo a uno de los guardias, medio dormido. No había rastros de Dérukan.

Ashe se paró frente al guardia y lo llamó para despertarlo, se desperezó y miró a Ashe.

—¿Sucedió algo? —preguntó Ashe.

El guardia bostezó y negó con la mano.

—Nada importante, Dérukan acompañó a dos al baño hace un rato —dijo y luego se rascó la cabeza—. Aunque ya deberían haber vuelto...

Ashe miró hacia la entrada del templo, a una oscuridad que conocía y que temía, su corazón pulsó con fuerza en su garganta, como si fuera a escaparse. No le agradó la sensación. Era como el solsticio de invierno en el templo.

—¿Cuánto llevas dormido? —preguntó Ashe.

El guardia se encogió de hombros.

—¿Qué? ¿Te preocupa que un Ashyan vaya a salir de pronto? Solo son cuentos de niños —dijo el guardia y rio—. Hombre, tranquilo. Te ves muy tenso. Nunca pasan cosas así en la vida real... Si alguien más entró seguro fue para ver qué más hay.

»Tal vez podrías ir a comprobar tú mismo qué están haciendo, así agotas un poco de energía.

Ashe frunció el ceño, pero no se atrevió a decir nada más, decidió que era buena idea caminar entre el campamento para ver quiénes faltaban antes de entrar. Había planeado hacerlo cuando todos estuvieran dormidos solo por si acaso.

Mientras caminaba entre los grupos, fue hacia donde estaba Mariska. Siempre tenía malos hábitos para dormir, así que luego de ponerle de nuevo su cobija, dejó su espada a un lado de su cabeza. Luego de revisar el resto de las camas, y contar a todas las personas, Ashe se dio cuenta de algo: ese guardia no sabía hacer su trabajo. ¿Por qué faltaban más de diez personas? ¿Cómo no se había dado cuenta? Ashe solo esperaba que estuvieran haciendo cualquier otra cosa, y no fuera algo más. Ashe regresó junto al guardia, estaba cabeceando.

—Faltan más personas —dijo Ashe—. ¿No los viste entrar?

El guardia se encogió de hombros y sonrió a Ashe.

—Te digo que seguro fueron a ver o a tomar cosas... O no sé, a hacer cosas más divertidas —dijo el guardia y sonrió ampliamente—. ¿Vas a ir a buscarlos?

Ashe asintió.

—¿Para qué? Saldrán en la mañana —dijo él—. Solo vas a hacer que te odien más.

Ashe se quedó sin palabras y miró al guardia. ¿Lo odiaban? Sacudió su cabeza. No importaba, necesitaba hacer aquello de todos modos. Incluso si era un desperdicio de tiempo, incluso si lo odiaban, prefería eso. Negó con la cabeza, y solo con un cristal y la tiza, entró una vez más a un templo de Kirán.

En la entrada, lo suficientemente alejado del guardia, comenzó. Primero dibujó un phen de protección, uno de claridad y uno de curación. No sabía si aquella combinación funcionaría, ni siquiera estaba seguro de si el Kevseng funcionaría si lo trazaba él. El primero de los phens era obvio para él, pero jamás lo había combinado con los otros dos, esos últimos los había usado para limpiar las impurezas de la maestra mayor... En un lugar así...

Sacudió la cabeza, se levantó y se movió al siguiente punto. Tenía planeado dibujar algunos en lo que parecía el Santuario de Buitres, en las habitaciones, en los baños y cerca de la Cámara del Tesoro Negro. Primero subió a los baños, y aunque pensó que encontraría a alguien ahí, no se escuchaba nada más que un goteo. Ashe entró e iluminó lo que pudo con el cristal solar, pero luego de comprobar que no había nadie cerró el extractor. En aquel momento en la oscuridad, pensó que tal vez era mejor regresar e informarle a Jossuknar o con Ireal.

Dibujó los phens ahí también antes de ir a las habitaciones y dibujar otros más. Cuando estuvo cerca de la Cámara, decidió primero ir al Santuario de Buitres y se detuvo en medio del pasillo, algo no estaba bien.

El aire era espeso, difícil de inhalar. Ashe aferró la tiza en su mano. Dibujó los phens en las paredes para evitar que alguien los borrara por accidente, los repitió luego de unos metros. Cuando estuvo cerca de la entrada del santuario, su corazón golpeteaba con fuerza y sus manos habían comenzado a temblar. Incluso la luz del cristal en su mano se atenuó, y fue como si la oscuridad estuviera devorando la luz.

Supo que necesitaba regresar de inmediato. Se dio la vuelta y escuchó leves quejas de dolor cerca del Santuario. Tal vez debió pedirle su espada al guardia en la entrada. Ashe miró sobre su hombro a la oscuridad. Ya había hecho eso antes, estaría bien, todo estaría bien. Apretó los ojos.

Ashe se aproximó a la entrada del Santuario, el cristal apenas si brillaba, así que tanteó el aire por las puertas y notó que estaban abiertas de par en par. Ashe se apresuró a trazar los phens en cada muro junto a las puertas, y una vez hizo eso, entró.

Solo bastó un paso dentro para que las viejas heridas en su espalda ardieran y picaran, para que la marca en su pecho comenzara a doler sutilmente como los días posteriores a cuando la marcaron, para que su mano se aferrar alrededor de la luz agonizante del cristal. Quiso huir de inmediato, pero no podía, estaba paralizado y su mente se adormecía.

Silencio como en el templo. No podía escuchar su propia respiración.

Oscuridad como en el templo. El cristal perdía la luz.

Dolor como en el templo. No podía pensar.

Se obligó a avanzar y su pie se encontró con algo en el suelo, quien fuera, se quejó lastimeramente. Ashe se dio la vuelta y regresó sobre sus pasos de inmediato, con la tiza a punto de romperse en una de sus manos y el cristal apenas iluminado en la otra. Salió y el cristal lo cegó por un momento cuando recuperó el brilló. Cuando su visión se ajustó de nuevo a la luz, había una figura frente a él.

Ashe dio un respingo y retrocedió un paso, alzó el cristal, y contra la luz, estaba Dayan. Sonreía ligeramente, pero las sombras se marcaban intensamente en su rostro. Ashe supo que debió llevar una espada.

Ashe retrocedió.

—Dayan...

Miró de reojo al pasillo detrás de él, su única salida. La sonrisa de Dayan se amplió lentamente hasta mostrar sus dientes, había algo inhumano, algo familiar... Tardó en hablar, y cuando lo hizo, siseó contra los oídos de Ashe.

—Te estaba aguardando, guardián.

Ashe retrocedió de inmediato y su mano fue a su cintura, a la espada que ya no estaba. Bajó la mano, disimulando el movimiento y su error. Sabía que ese era Dayan, sin duda era él, y que no era humano... Pero sabía que incluso si hubiera llevado su espada, dudaba de siquiera ser capaz de atacarlo.

—¿Tienes miedo? —preguntó y acercó la mano a Ashe, a la marca en su pecho.

Ashe miró de inmediato al pasillo, evadió su mano y corrió, pero antes de poder dar un paso más, Dayan lo tomó de la ropa del cuello, y al siguiente lo lanzó contra el suelo. La oscuridad se tornó en estrella por un momento en los ojos de Ashe y cuando lo entendió, el peso de Dayan estaba sobre él.

Ashe se retorció y Dayan colocó su mano en su cuello sin asfixiarlo. Ashe dobló las rodillas para tratar de apartarlo y enterró las uñas en la mano en su cuello para apartarlo, pero Dayan solo incrementó el agarre alrededor de su cuello. El aire se volvió escaso.

—Deseabas tanto huir del templo, pero mírate, volviste por tu propia cuenta.

»¿Tenías tanto miedo de pudrirte, de quedarte solo? ¿Por eso huiste?

Ashe logró patearlo y por un momento, Dayan se alejó. Ashe tosió, luchó por aire, giró sobre sí y cuando vio el cristal, lo tomó y se levantó a trompicones. Sabía que no iba a ganar en un combate así, no sin espada, así que de nuevo se dirigió al pasillo.

Trotó a trompicones unos metros antes de que Dayan lo empujara contra una pared, y antes de poder recuperarse, Dayan lo arrinconó. Sostuvo su hombro y encajó sus uñas, Ashe se mordió la lengua para contener un grito cuando Dayan apretó la mano con las uñas enterradas en su piel, y la herida de inmediato comenzó a humedecerse.

—¿No vas a gritar? —preguntó Dayan—. Me gusta cuando la gente grita.

Ashe no podía ver, pero alzó su mano libre y trató de apartar la mano de Dayan de él. Dayan no se inmutó ni se quejó, de hecho, Ashe estuvo seguro de que estaba sonriendo más.

—¿Nunca te preguntaste cómo se siente podrirse? —preguntó.

Recargó su peso sobre Ashe, Ashe de nuevo contuvo el grito, pero no el estremecimiento.

—¿Lo que se siente que An'Istene jamás te escuche? ¿Qué Kirán te ignore y te odie? ¿Lo qué es caer desde sus templos? ¿No entender qué es lo que es tan detestable en ti como para que el mundo te dé la espalda?

Ashe ni siquiera quiso escuchar aquello, jadeaba para poder pensar con claridad, para poder ignorar el dolor. Ashe siguió arañando y pateó a Dayan, pero nada de eso parecía servir, era como enfrentarse a un muro de roca.

Dayan tomó su babilla con la mano libre y sus dedos apretaron la piel de Ashe. Estaba tan cerca que Ashe apretó los ojos, no inhaló y dejó de moverse un momento cuando la respiración helada cayó en su rostro.

—Por supuesto que no —afirmó Dayan y bufó con una risa—. Puede que seas del Confín, pero Kirán te aceptó, An'Istene te aceptó, tus maestros te aceptaron. Naciste para ser un guardián, para ser un descendiente del sol, para proteger los tesoros de Kirán. Y mírate... que camino escogiste, solo por miedo.

»Huiste de toda esa gloria, de servir a un dios y a un rey, ayudaste a un Ashyan solo porque, ¿temías quedarte solo? —rio audiblemente—. No sabes nada. No sabes qué has hecho. Me encantaría que lo supieras...

Cuando alejó su rostro, Ashe inhaló profundamente y no respondió. Todo era mentira, todo era mentira. Él jamás había nacido para vivir ahí, él jamás había sido el indicado para ese lugar.

—Pero matarte así sin más nos va a causar problemas.

»No queremos que Ashyan Ahrim venga, ¿o sí?

Dayan encajó más su peso, Ashe se quejó, apretó los ojos y tomó la mano de Dayan para detenerlo. Él continuó hablando, entre risas.

—¡Oh! ¿Por qué no te unes a nosotros? Puedes saber que fue lo que abandonaste —dijo alegremente, casi cantando—. Como ya no eres un guardián, no estás limitado por la falsa pretensión de la pureza de tu alma, ni por el temor a mancillar el templo.

»No es que te importe, ¿verdad?

Ashe buscó sus ojos en la oscuridad, entre las sombras tenues proyectadas por el cristal en su brazo herido. Dayan sonreía satisfecho quizá con el dolor de Ashe, quizá con sus palabras, con el silencio o son la sensación de la sangre. Era una mirada cruel.

Antes de que siguiera, Ashe alzó su mano herida con fuerza y clavó el cristal solar en la mejilla de Dayan. De inmediato, él desenterró su mano del hombro de Ashe y retrocedió. Ashe se forzó a quedarse de pie y miró al pasillo. Antes de dar un paso, Dayan lo tomó de la ropa y lo lanzó contra el muro contrario.

Ashe ahogó los quejidos, pero su mente se nublaba igual. Trató de levantarse, pero Dayan se acercó a él y lo pateó del estómago. La fuerza fue suficiente como para estrellarse contra la pared y tosió. Dayan se acercó a él, tocó su cintura, tanteó su muslo y chasqueó la lengua.

—No tienes tu espada —dijo—. Ugh. Tú ganas, Ashyan...

Ashe trató de alejarse, pero Dayan tomó una de sus piernas y lo arrastró. Ashe pataleó, se aferró con las uñas de sus manos a pesar del dolor en su hombro, pero Dayan tenía demasiada fuerza.

—Quería hacer las cosas rápidas para ti... Así podrías ver a Ashyan Ahrim pronto —dijo Dayan—. Que mala suerte te cargas, ¿eh? Le encantarás a Ashyan Zauch.

»Te llevaré de inmediato con él.

—¡Hay un Ashyan aquí!

Aquel grito desgarró el aire y su garganta, pero no importaba, necesitaba que lo supieran. Dayan soltó su pierna. Ashe aprovechó, pataleó en el suelo para alejarse, se levantó a trompicones y corrió hacia el pasillo.

Estaba cerca, Dayan se había quedado atrás, muy atrás, en la puerta del Santuario. Ashe no sabía por qué y no le importó.

—¿Hay un Ashyan aquí? —repitió Dayan desde atrás como si no hubiera sucedido nada y rio, su eco inundó todo como si fuera el único sonido que existía en el mundo—. Querido guardián, hay varios Ashyan aquí...

Justo cuando Ashe estuvo a punto de alcanzar los phens que había dibujado, justo cuando estuvo a punto de tocarlos, dos manos heladas envolvieron sus ojos. Pero Ashe no gritó, no pudo gritar. No pudo moverse.

—¿Te gusta soñar, Ashe? ¿Te gusta soñar tanto? Era lo único que hacías en el templo... Y lo sigues haciendo, ja —siseó Dayan en su oído—. Tal vez te guste la forma en la que morirás... Ahí puedes soñar todo lo que quieras. Puedes huir todo lo que desees, puedes gritar todo lo que quieras, no habrá nadie que te escuche.

Ashe se estremeció. Sus labios estaban sellados, su mente se tambaleaba, forzada a dormir. «Perdón, Mari». Tal vez era mejor así, tal vez todo iba a acabar.

Entre la oscuridad, los forcejeos, la respiración agitada, las voces, todo volvió al silencio. Solo se podía escuchar el breve susurro de la ropa y los pasos de alguien arrastrando un bulto entre la oscuridad.

━━━━━━✧❃✧━━━━━

Su nombre era Mitra, pero aquel nombre elegido por Sansavi no podía mencionarse frente a Kirán, y mucho menos, ser pronunciado en los templos para An'Istene. Era el nombre que Sansavi le había dado en secreto después de un largo tiempo de viajar todos juntos, era el nombre que Sansavi y Ameret usaban para llamarla, era el nombre preciado que incluso en el templo, había conservado debajo de una máscara de obsidiana. Era el nombre que Kirán había despreciado y que prefería ignorar.

Por eso, cuando Kirán decidió involucrar a tantas personas en aquel templo, Mitra temió que Kirán fuera a despojarles a todos ellos de sus nombres para convertirlos en guardianes. Nació entonces una promesa para protegerlos a todos.

Cuando llegó una solicitud del rey para abrir la Cámara del Tesoro Negro, ella se negó y se mantuvo firme. Pero cuando llegó una solicitud de nuevo, ahora llamándola por ese mismo nombre luego de años sin recibir noticias de Sansavi y después de ver con sus propios ojos lo que le hizo a Ameret, Mitra decidió ir con su espada y su máscara.

El resto es una historia que no pude ver con mis propios ojos, sino con los de ella. El resto es una historia que los buitres susurran, que los espíritus recuerdan. Los buitres la vieron luchar por ese nombre, por quienes se lo dieron y por aquellos que perderían el suyo.

Mitra se quitó ese día de solsticio de invierno la máscara y la arrojó a los pies de Kirán. Dicen que Mitra deseó esa tarde, mientras las puertas se abrían y ella alzaba su espada, que el Ashyan dentro de la Cámara del Tesoro Negro pudiera salir, que sus compañeros pudieran regresar a sus hogares y que sus amigos tuvieran una segunda vida en paz.

Deseó que aquel mundo construido por Kirán se derrumbara.

Y así, con solo un movimiento de su espada, la cabeza de Kirán rodó por los escalones del trono. Las puertas del templo resonaron y el sol se ocultó.


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