6.2. Un eco persistente en primavera
Debajo de la luna llena, en medio de la arena, de nuevo apareció una figura que tenía prohibido olvidar, una figura que estaría ahí hasta que él muriera.
Ella hablaba cosas que él no entendía, palabras incomprensibles que dejaban su boca, pero no llegaban a los oídos de él. Solo importaban sus ojos severos, rodeados de arrugas, de un azul que lo paralizaba, que lo empequeñecían, que le provocaban querer arrodillarse frente a ella. «Perdón por no ayudarte, perdón por no salvarlos, perdón por abandonarlos».
En sus labios finos y resecos dibujó lentamente una mueca. A pesar de que él había crecido desde la última vez que la vio, aquella expresión le hizo pensar en el Santuario de Buitres, en la estatua de Kirán mirando hacia abajo mientras se desangraba. Sabía por qué ella lo miraba así.
Ella alzó su mano hacia su rostro, sus venas y sus huesos resaltaban en su mano chamuscada. No trató de apartarse.
No podía evitarlo. No había nada qué decir, no había nada que sentir, no había nada que escuchar de un muerto, no había manera de volver ahí, a ese momento. No había nada más que esperar no volverla a ver jamás en sus sueños porque sabía que ni un solo perdón frente a su tumba, frente a su cuerpo, ahí mismo cambiaría el hecho de que solo la observó envuelta en llamas y deseó que muriera en lugar de hacer algo.
—Nunca entiendes, guardián.
Ella no golpeó su mejilla, bajó la mano. Ashe alzó la cabeza. Algo era diferente aquella vez, era mil veces peor. Su rostro era claro y definido, no solo ojos y boca, sus gestos casi reales, no como los de la interpretación amansada que Ashe recordaba. Era la maestra mayor que castigaba, que golpeaba, que escupía palabras mordaces y lo arrastraba en ellas como a un animal. No era el sueño en el que ella le hablaba y le culpaba, era ella.
No tuvo que esperar mucho para comprenderla, cuando sus palabras fueron claras como el filo de las navajas. Ella se aproximó a él y lo tomó del cuello de su ropa.
—Eres un inútil. ¿Eres tonto o qué? —comenzó ella.
Su voz perdida en el tiempo agitó el corazón de Ashe, pero se contuvo, no tenía caso. No tenía caso escuchar. Aquello ya lo sabía.
—Todos lo saben, todos saben que el Confín es solo la tierra de los Ashyan. ¿Creíste que afuera sería distinto? ¿Qué los demás te aceptarían como lo hicimos nosotros?
»Ni siquiera puedes decir la verdad completa porque cuando lo hagas, sabes lo que vendrá. ¿Crees que si se enteran seguirán permitiendo que viajes con ellos?
Ashe no la miró. Estaba muerta y los muertos no tenían voz, no tenían palabras. Él había decidido que quería que muriera. Él escuchó sus gritos, sus plegarias a un dios que jamás escuchaba, había purificado su cuerpo con phens, y él mismo le había pasado el cuchillo a sus maestros para que los buitres pudieran devorarla con facilidad.
—Todos los que traicionan a Kirán terminan pudriéndose —dijo ella—. Te pudrirás y seguirás pudriéndose si no regresas con Kirán.
—No puedo regresar.
—No, regresarás. Regresarás porque no hay otro lugar —dijo la maestra mayor con ojos serios—. Y morirás en el templo con tu marca. Al menos así Kirán se apiadará de ti y de todo lo que has hecho
Ashe no quiso responder. Sabía y aceptó que eso pasaría cuando abandonó el templo, cuando abandonó las plegarias para Kirán y para An'Istene, cuando eligió su propio nombre, cortó su cabello y abrió la Cámara del Tesoro Negro. Él había escogido eso. Él había cortado todos los lazos que lo unían al templo. Jamás podría volver.
Había aceptado que moriría, que su muerte no sería digna como la de sus maestros, pero no le importaba. No le importaban las palabras de la maestra mayor, eran sueños, eran recuerdos de alguien que jamás volvería a ver.
—Guardián —llamó su maestra mayor—. Guardián.
Ashe la ignoró y cerró los ojos.
—¿Crees que Mariska seguirá siendo tu amiga cuando lo sepa?
Un dolor intenso justo en su pecho lo arrancó de su sueño. Abrió los ojos. Se aferró a su marca de guardián e inhaló por aire. Se levantó de inmediato y se apresuró a trompicones para salir de ahí. Su vista todavía no se ajustaba, pero trató de no hacer demasiado ruido para no despertar a Mariska. Una vez fuera, se alejó lo más rápido que pudo del campamento con los dedos enterrados alrededor de su marca.
Quemaba, asfixiaba, no podía más. Trastabilló y cayó de rodillas directo en la roca. Se dejó caer ahí y cerró los ojos.
Tardó unos minutos en recuperarse y después de el dolor se esfumó, no hizo el esfuerzo para moverse. No quería moverse. Todo su cuerpo pesaba, sus extremidades dolían y si no hubiera sido por la brisa helada del desierto antes del amanecer, hubiera vomitado de dolor.
Cuando decidió regresar a dormir, caminó con las piernas temblorosas y se rio un poco de si mismo en su cabeza. Al menos debió tomar la medicina que había preparado antes de huir así. Al regresar a la carpa en la que se estaba quedando, esperó que nadie se hubiera despertado, pero todo estaba oscuro como para saber.
Se echó de nuevo para dormir, pero antes sacó de su mochila un broche con un phen y lo colocó sobre su marca. Sabía que no serviría de mucho, pero se sintió más tranquilo al ponérselo de nuevo y se fue a dormir.
Entre la roca y la oscuridad que An'Istene no podía tocar, alguien observó a Ashe en todo momento. No se movió ni un solo centímetro a pesar de que sus ansías se excitaban al ver un alma tocada con un sello de pájaro, especialmente entregada a Kirán y a An'Istene. Sonrió. Habían pasado más de mil años desde que su maestre vio un guardián, un descendiente del Sol en ese mismo sitio.
No había luna llena, y la mejor parte era que ningún Ashyan lo había marcado aún.
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Viajar a través del desierto era difícil. El calor era insoportable, y a pesar de llevar sombrero y de recordarse que tenía que beber agua o sino Mariska se enojaría, Ashe estaba agotado. Odiaba el desierto. No entendía por qué alguna vez le pareció interesante, quizá sus pensamientos se habían derretido y congelado con las temperaturas contrastantes. El aire resecaba sus ojos y solo quería que por fin fuera de noche para dormir.
Tal vez había tenido expectativas muy altas.
Aquel día viajaban separados. Mariska iba al frente junto a Jossuknar y la Dama Inkerne, no quería molestarla porque seguramente estaba explicando el recorrido y no tenía mucho que decirle. Además, aquel día, el líder de los guardias de la caravana le indicó que se uniera al resto y así lo hizo mientras avanzaban por ese paso. El resto de los guardias mantenían su distancia y murmuraban entre ellos, pero no le molestaba a Ashe, al menos así no tendría que hablar con nadie.
Después de media hora montando a caballo, mientras Ashe miraba las altas paredes de roca rojiza a su alrededor sin tener nada en la mente, se acercaron dos de los chicos que habían comido junto a él la noche anterior.
—¿Ashe, verdad? —preguntó uno de ellos.
Ashe asintió y aunque trató de aminorar la marcha de su caballo, solo terminó desviándolo, y antes de que chocara, uno de los muchachos sostuvo las riendas y guió al caballo y le sonrió.
—Gracias —murmuró Ashe.
—¿Todavía no sabes montar?
—Sigo aprendiendo —dijo Ashe
—Entonces te ayudo —dijo el muchacho y sonrió.
Ashe agradeció de nuevo y no dijo nada más, y un silencio incómodo cayó entre ellos tres. Ashe se preguntó por qué habían ido a saludarlo a pesar de lo que había dicho anoche, también se preguntó si era buena idea disculparse. Pero antes de poder hacerlo, el muchacho que sostenía sus riendas estiró la mano hacia Ashe.
—Mi nombre es Dayan —dijo y Ashe observó su mano sin saber qué hacer.
Así que solo dibujó una sonrisa leve y ladeó la cabeza. El chico retiró su mano y Ashe pudo ver una mueca por un segundo. El otro muchacho asintió.
—Mi nombre es Medet.
Ashe asintió sin saber qué responder y de nuevo, el silencio incómodo regresó. Ashe miró hacia el frente y buscó a Mariska, pero no logró verla desde ahí, seguramente seguía demasiado ocupada.
—¿Cómo se siente el desierto, chico del Confín? Digo, chico errante.
Ashe frunció el ceño, y estuvo seguro de que si hubiera sostenido sus propias riendas posiblemente hubiera tirado de ellas para detenerse. Miró a Dayan que sonreía satisfecho y no parecía querer explicar lo que acababa de decir. Medet inhaló despacio.
—Dayan... ¿Quén se va a acostumbrar al desierto?
—Solo decía, ¿no se ve demasiado agotado para ser un errante? —dijo Dayan y miró de reojo a Ashe.
—¿Un errante? —preguntó Ashe y luego negó con la cabeza—. No estoy agotado.
—Dayan —llamó Medet entre dientes y luego cambió de tema—. Yo también estoy agotado, Dayan. Además, si fuera mi primer viaje yo también me sentiría agob-...
—Oye, Ashe, por cierto —interrumpió Dayan y Medet gruñó ante la interrupción y se calló—. ¿Te encuentras bien? Te veo un poco enfermo.
—¿Me veo enfermo?
Medet miró a Ashe y negó con la cabeza, y Ashe frunció el ceño, pero la sonrisa de Dayan se amplió.
—Sí... Creo que anoche también estabas enfermo. No te veías nada bien.
Ashe sintió su cabeza demasiado ligera y tardó en entender lo que había dicho cuando lo escuchó. Abrió la boca sin poder decir nada, y con eso, parecía que Dayan estaba satisfecho con sus palabras. Medet se rascó la cabeza.
—Tal vez Jossuknar podría revisarte —dijo Medet—. Pero si te sientes mal es mejor que lo digas antes de que suced-...
—O podríamos ayudarlo nosotros —interrumpió Dayan—. También tenemos la marca del Kevseng.
—Pero no me siento mal.
—¿Estás seguro? Anoche se veía que sufrías.
Medet tomó el hombro de Dayan y lo jaló antes de susurrarle algo que Ashe no logró escuchar. Dayan alzó la voz al responderle.
—¿Y? Ni siquiera cumplió con lo que dijo, y Ashe conoce los phens del Kevseng.
Ashe sintió que las paredes de roca a su alrededor podrían colapsar en los próximos segundos, incluso algunas miradas cayeron en su espalda y lo que antes eran murmullos, ahora eran conversaciones que podía escuchar. Cuando en Vultriana pasaban cosas en las que Ashe se agobiaba, podía alejarse un poco, pero en aquel momento no había salida.
—Tiene un phen en la mano —dijo Dayan y acercó su caballo hacia Ashe y tomó su mano izquierda.
Ashe se quedó estático y no se movió, su mano temblaba, pero Dayan la apretó y lo forzó a poner la palma arriba antes de sonreír a Ashe. El mundo comenzó a dar vueltas. ¿Lo sabía? ¿Por qué lo tocaba? Medet tomó el hombro de Dayan de nuevo.
—Mira, Medet, nunca había visto un phen tan bien dibujado.
—Vámonos, Dayan —dijo Medet—. Prometiste que te disculparías. No que harías esto.
Dayan soltó a Ashe y le pasó las riendas de nuevo.
—Me agradas, Ashe —dijo él y sonrió—. Deberíamos hablar después.
—Así que fuiste tú, imbécil —dijo Mariska mientras su caballo iba a contracorriente de la caravana.
Los comerciantes la dejaron pasar, algunos le dieron miradas de soslayo. Ashe, Dayan y Medet se detuvieron mientras que el resto de los guardias siguió su camino. Ashe bajó su cabeza e inconscientemente frotó el phen en la palma de su mano.
—Mariska Alerant —dijo Dayan.
Mariska se acercó a Dayan con aquella mirada de estar a punto de romper algo... o los huesos alguien.
—¿Tenías derecho?
—¿Qué cosa?
—¿Tenías derecho a contarle a todos sobre Ashe?
—No sé de qué habla, señorita Alerant.
Mariska borró esa expresión y sonrió ampliamente como si nada al asentir. Parecía una sonrisa genuina, e incluso parecía estar de acuerdo con lo que había dicho Dayan, pero Ashe conocía esa expresión y quiso huir.
—Discúlpate.
—En eso estaba.
—Discúlpate.
—Mari... —llamó Ashe, pero lo ignoró.
—Creo que merecían saber la verdad, como con Jossuknar, señorita Alerant.
»Pero Ashe me agrada.
Dicho eso, Dayan trató de darle unas palmadas en la espalda a Ashe, pero antes de poder tocarlo, Mariska se interpuso y le dio un manotazo y sonrió, pero sus ojos mostraban que ya estaba irritada.
—Discúlpate.
Dayan sonrió y Medet le dio unos golpes en el brazo.
—Dayan... —insistió Medet entre dientes.
Mariska sonrió ampliamente.
—Bueno, traté de ser civilizada —dijo Mariska.
Antes de que cualquier pudiera hacer algo, Mariska le dio un golpe en el trasero al caballo de Dayan, y de inmediato el caballo corrió hacia el frente. Eso tomó a Dayan de imprevisto y no pudo sostener las riendas a tiempo, así que terminó resbalando hacia un lado y aunque pudo asirse para no caer, cuando se recuperó, ya estaba demasiado al frente como para reclamar, y solo pudieron escuchar sus maldiciones. Medet inhaló despacio.
—Perdón, señorita Alerant. Perdón, Ashe —dijo y se retiró.
Mariska sostuvo las riendas de Ashe, quien ya estaba ensimismado, con la cabeza baja y los ojos cubiertos por su sombrero. Mariska temió llamarlo, se imaginaba la expresión en su rostro y temía. Mariska hizo que ambos caballos avanzaran y miró de reojo a Ashe.
—Qué imbécil... —dijo y miró a Ashe—. No los escuches, y no les hables. ¿Está bien, Ashe?
Él alzó la cabeza y asintió.
—Perdón.
Mariska no lograba comprender a Ashe. Era cierto que era su amigo, que ella estaba dispuesta a enfrentarse a cualquiera por él. No, estaba segura de que estaba dispuesta a hacer un trato con un Ashyan solo para que Ashe tuviera una vida feliz, una segunda vida tranquila y una tercera vida llena de prosperidad. A Mariska no le importaba si él era capaz de hacer lo mismo por ella, porque ¿qué caso tenía todo eso si Ashe era de esas personas a las que se le podía clavar una espada en el pecho y en lugar de molestarse, pedía disculpas?
Mariska quiso romper algo, pero en lugar de eso, escupió sus palabras.
—¿Por qué pides perdón, Ashe? ¿Por qué? Dayan debería pedirte perdón hasta que se le caiga la lengua. No tú —dijo ella con molestia y jaló las riendas del caballo de Ashe para verlo directo al rostro—. No hiciste nada malo. ¿Qué si eres del Confín? ¿Qué si tu madre era una Errante? ¿Qué si fueras un Ashyan? ¿Qué?
»Le voy a arrancar la lengua a Dayan...
Ashe estaba demasiado asombrado para hablar, pero negó con la cabeza.
—No era por eso... Estabas ocupada, no quería interrumpirte.
—No —dijo Mariska y cruzó los brazos—. En ese caso no te perdono.
Ashe lució herido, pero a Mariska no le importó.
—No te perdono porque yo te estaba buscando —dijo ella—. En todo caso, ¿perdón por dejarte atrás?
Ashe alzó la cabeza y negó varias veces.
—Estabas haciendo tu trabajo. Me pidieron que me uniera a los otros guardias.
— Bueno, pues la siguiente vez, los ignoras y les sacas la lengua, ¿está bien?
—Mari...
—¿Qué? ¿Qué te van a hacer? ¿Quieren pelear? Dame tu espada y verás como los dejo sin piernas —dijo Mariska y sonrió con confianza—. Así que no te separes de mí, ¿está bien?
—¿Y si es una emergencia?
—Pues me incluyo en la emergencia.
—¿Y si nos separamos por algo inesperado?
—No. Ahora soy tu parásito, Ashe —dijo Mariska y sonrió—. Si quieres deshacerte de mí vas a tener que encontrar una mejor solución.
—¿Una sandalia?
—Eres un grosero —dijo Mariska y le sacó la lengua.
Ashe rio sutilmente, y Mariska se sintió aliviada de verlo bien de nuevo.
—Nada de perdón por motivos tontos, Ashe, o vas a cargar todas mis cosas cuando tengamos que hacer trabajo de campo.
—Pero...
—Nada de peros.
Ashe suspiró y asintió. Bastó con las palabras de Mariska para que su humor de los días anteriores regresara.
—¿Por qué me buscabas, Mari?
—¿Por qué te buscaba? —repitió ella y se rascó el mentón para pensar—. ¡Ah! Jossuknar y la Dama Inkerne quieren hablar contigo.
—¿Conmigo?
—Eso y quería saber si estás tomando agua.
Ashe desvió la mirada, Mariska gruñó y farfulló regaños mientras le pasaba su propia botella y unos pedazos de carne seca. Ashe bebió avergonzado y comió mientras asentía a los regaños. Mariska sonrió. Realmente Ashe era un caso perdido a veces.
—Mari, ¿puedo preguntarte algo?
—Ya lo estás haciendo.
Ashe frunció el ceño.
—Olvídalo.
—¡No! ¡No! Puedes preguntar —dijo Mariska.
Ashe sonrió y después de darle un mordisco a la carne, pasarle el resto a Mariska, habló:
—¿Por qué tratan al señor Jossuknar distinto? Creí que la gente de Istralandia ya no tenía costumbres puristas.
Mariska asintió mientras mordía un trozo de carne seca. Le pareció un poco extraño cómo había formulado la pregunta, pero no ahondó más y respondió.
—Es complicado —dijo Mariska—. Años de batallas entre los seguidores de Kirán y los nómadas de Ismatra, diferencias religiosas, diferencias de costumbres... Así ha sido siempre con muchas culturas en Istralandia y los kiranistas. Incluso si son humanos, niños, la gente teme a quienes no son consideran semejantes.
»Es irónico que haya cambiado un poco con el nuevo rey —bufó Mariska—. Prohibió mencionar una religión entera para que otras prosperaran. Obviamente eso reforzó que muchos seguidores y fieles de la dinastía kiránica se aferren más a su odio. Como si aferrarse a esas idea fuera a cambiar algo...
—Esas batallas fueron en el pasado.
Mariska miró a Ashe. Esas batallas habían terminado casi dos siglos atrás, pocos seguían vivos, pero todo lo que habían dejado en Istralandia seguía ahí. Ella ignoraba demasiado del tema, y se arrepintió porque no tenía respuestas claras para Ashe en ese momento.
—Lo sé, Ashe —dijo ella y suspiró—. Mi papá decía que todos somos humanos y vivimos en el mismo país, incluso los Errantes del Desierto y los bandidos.
»Tal vez por eso él los ayudaba mucho.
—¿Qué son los Errantes del Desierto, Mari?
Mariska miró a Ashe sin comprender su pregunta del todo, pero al final terminó explicándole. Trató de omitir ciertas palabras, pero le explicó que eran nómadas del Valle de Ismatra que habían abandonado sus tribus o que habían sido expulsados de ellas. No le dijo que muchos de ellos terminaban trabajando para bandidos o hacían sus propios grupos en el desierto.
—¿El señor Ebenish los ayudaba?
—Sí, ayudó a algunos—dijo Mariska—. También a algunos nómadas. Incluso hizo expediciones al Confín.
Ashe abrió la boca ante aquello, y Mariska no pudo evitar una carcajada.
—No me trajo nada, pero me contó. También conocí a varias de las personas con las que trabajó.
»También al Errante que...
Mariska hizo una mueca y sacudió la cabeza antes de dibujar una sonrisa, y agradeció el silencio de Ashe, quiso corregirse y explicar, usar la versión que todos usaban para explicar lo que sucedió, pero no pudo hacerlo. Se calló. No podía decirle eso a Ashe. Carraspeó y cambió el tema.
—Mucha gente piensa que los nómadas de Ismatra están conectados con los Ashyan, por eso mucha gente también tiene prejuicios. Pero es una tontería.
—Hmmm
Siguieron avanzando.
—¿Te molestó cuando supiste que mi madre era del Confín?
Mariska sonrió con gentileza y le pasó un dulce a Ashe.
—¿Cómo me voy a enojar contigo?
Ashe desvió la mirada y Mariska se rio mientras se metía un caramelo en la boca. Le divertía verlo así, pero decidió no molestarlo más con eso.
—Ahora tenemos más pistas.
Ashe sonrió un poco.
—Y no te preocupes por esos idiotas. Algunos se van a quedar en el camino
—¿Oh?
Ashe ladeó la cabeza y Mariska procedió a explicar:
—Varios de ellos se van a quedar en el camino para trabajar, los envió un organismo en Vultriana.
—¿Udekerev? —preguntó Ashe.
—Justo ese —dijo ella—. Muchos no encuentran trabajos en Vultriana, así que los envían a otras ciudades. Udekerev suele pagarles a las caravanas para que los protejan en el camino.
»Así que no te preocupes, cuando Dayan deje oficialmente la caravana, le puedes pegar todo lo que quieras.
—Mari...
—Bueno, bueno, ¿entonces quieres unirte a mi plan?
Mariska sonrió con otras intenciones.
—Si tu madre te escuchara...
—¿Qué? No está aquí, a menos de que seas un soplón, Ashe.
Ashe suspiró y negó con la cabeza.
—Igual pienso decirles —dijo Ashe.
Mariska soltó una risa, y aunque Ashe estaba negando con la cabeza con cada tontería que Mariska decía, había una sonrisa en sus labios que no se sentía falsa y que alivió a Mariska lo suficiente como para volver al frente de la caravana. Hizo que su caballo y el de Ashe trotaran y luego de ignorar la mirada de Dayan y llegar al frente de la caravana, Jossuknar los saludó con la mano y se acercó a ambos.
—¿Señorita Mariska?
—Uno de los usuarios del Kevseng está siendo grosero con Ashe —soltó ella sin tapujos.
Jossuknar jugueteó con los nudos en la empuñadura de su espada mientras pensaba las palabras de Mariska.
—No se va a disculpar —dijo Jossuknar y negó con la cabeza—. Ese muchacho... Hablaré con Dayan.
En ese mismo momento, la Dama Inkerne también se unió a la conversación, con el ceño fruncido, y negó con la cabeza como si estuviera regañando a un niño y no a un hombre canoso.
—Mira lo que hiciste.
—Lo sé, Dama —dijo Jossuknar—. Sé que mi reacción no fue la correcta.
Dicho eso, Jossuknar miró a Ashe, llevó su palma al centro de su pecho e inclinó ligeramente la cabeza y dijo en voz alta:
—Lamento lo de ayer, señorito Ashe. No debí reaccionar así, menos frente a los demás.
Ashe no había prestado atención la conversación desde que se acercaron, así que cuando Jossuknar le habló, no supo cómo reaccionar. Sus mejillas se enrojecieron de inmediato cuando los tres lo miraron.
—Anoche lo incomodé, perdón.
Fue lo único que atinó a decir. Pero las reacciones que vinieron después no fueron lo que él esperaba. La Dama Inkerne frunció el ceño, Mariska hizo una mueca y negó con la cabeza, y Jossuknar lució confundido.
—No se disculpe, señorito Ashe. Yo fui grosero con usted. Le causé problemas con los demás.
Ashe negó con la cabeza y sonrió un poco.
—No se preocupe.
Antes de que aquello continuara así, la Dama Inkerne intervino.
—Las acciones de una persona después de herir a alguien más dependen de su propia moral. Dicho eso, Jossuknar es sincero, acepte sus disculpas o se va a mortificar el resto de su vida —dijo ella y luego su expresión se suavizó con un montón de arrugas alrededor de su boca—. Aunque, ya lo has perdonado.
Ashe ladeó la cabeza el principio sin entender del todo a qué se refería, pero al final, terminó asintiendo y miró a Jossuknar.
—En serio no se preocupe, señor Jossuknar.
El hombre del Confín todavía lucía arrepentido, pero tuvo que tragarse sus palabras cuando la Dama Inkerne alzó una ceja. Luego, ella se dirigió hacia Ashe.
—Eres un buen chico, Ashe —dijo ella—. Con un corazón como el desierto.
—No, eso...
Ashe negó de inmediato con la cabeza y desvió la mirada. Mariska contuvo una risita.
—¿Jamás has escuchado eso, querido Ashe? —preguntó la Dama Inkerne y rio —. Se nota que ya soy una anciana...
Ashe no respondió. Aunque imaginaba el significado, prefirió aguardar antes de asumir.
—Un corazón y una voluntad igual de grande que el desierto jamás se perturbara ante el viento, cambiará, pero seguirá siendo el mismo. Un corazón grande como el desierto albergará las penurias de la vida como una brisa ligera que dura un parpadeo.
Ashe no pudo evitar mirarla con los ojos en blanco e incluso frunció el ceño un poco.
—Oh.
Mariska trató de contener una risa ante su reacción y las palabras de la Dama, especialmente luego de que ella sonrió con orgullo. Mariska carraspeó y decidió salvarlo de nuevo, pero le cobraría caro después.
—Deberíamos de irnos ya, Dama Inkerne —dijo Mariska con una sonrisa y tomo las riendas de Ashe—. Ya sabe, revisar si el camino a las posadas es seguro y todas esas cosas...
—Por supuesto, señorita Mariska —respondió la Dama Inkerne y luego miró a Ashe—. Ashe, te prometo que hablaremos con los usuarios del Kevseng.
—No es necesario —murmuró Ashe.
Pero la Dama Inkerne y Jossuknar ignoraron aquello y se despidieron.
—Vayan con cuidado —dijo la Dama Inkerne y se alejó.
Jossuknar luego añadió:
—Esperaremos su mensaje —indicó—. Tengan cuidado
—Gracias, señor Jossuknar —dijo Ashe.
Una hora después, se habían separado de la caravana de nuevo. Ahora andaban por pendientes más suaves y caminos más anchos, por lo que Mariska le había dejado a Ashe las riendas para él solo. A veces, se desviaba, a veces se detenía y casi siempre iba metros atrás. Ella se detenía para aguardarlo con una sonrisa burlona.
—¡Vamos, Ashe!
Ashe se quejó en voz alta y pronto la alcanzó y miró a Mariska con una expresión lamentable. Mariska se rio y caminaron lado a lado.
—Mira, Ashe, no es tu caballo, eres tú... —dijo Mariska con franqueza—. Ni siquiera lo estás intentando.
—Es que...
Ashe hizo una mueca y miró las riendas como si en lugar de estar montando a caballo estuviera haciendo operaciones matemáticas avanzadas, pero no dijo nada y siguió a Mariska en silencio mientras luchaba con su caballo. Cuando Mariska lo vio así, se arrepintió un poco de haberle dicho eso, especialmente porque sabía cómo era Ashe, así que decidió hablar de nuevo.
—Lo estás haciendo bien —dijo ella.
Pero Ashe tenía los ojos fijos en otro lado, no en el caballo.
—¿En qué estás pensando ahora? ¿Eh?
A diferencia de la respuesta vacía que esperó de Ashe, dijo algo distinto.
—Creo que la Dama Inkerne se equivocó.
—¿Qué cosa? ¿De qué hablas? ¿Lo de que van a castigarlo? —preguntó ella—. Mira, Ashe, ya sé que tú no quieres seguir con eso, pero a veces es mejor enfrentar a esa gente.
—Eso no, Mari.
—¿Entonces qué?
Ashe no respondió, negó con la cabeza. Mariska esperó a que él lo alcanzara para verlo directo al rostro, pero no había ni una señal a lo que se estaba refiriendo. Mariska frunció el ceño.
—¿Te refieres a lo que te dijo? —preguntó Mariska con una sonrisa—. No se equivoca. No conozco a nadie que soporte a los niños de Vultriana, o que hubiera aguantado a Dayan hace rato. Yo en tu lugar le hubiera roto la nariz en cuando me hubiera hablado.
»Eres un buen chico.
Ashe bufó, una risa tan suave, tan poco audible que casi se perdió en el viento del desierto. Una risa que Mariska no hubiera escuchado ni hubiera creído que sucedió si no hubiera visto su rostro. En sus labios no había rastro de diversión ante el comentario de Mariska y solo quedó una sonrisa que ató un nudo en la garganta de ella.
Era una mueca impregnada de muchas cosas: del pasado, de amarguras que ella no conocía, de cosas que quizá jamás le diría, de cosas que dolían y que le impedían ser alguien más. Asomaban sus dientes así, con miles de cuestionamientos.
Si los demás supieran que no había sentido nada cuando sus maestros murieron, ni siquiera cuando purificó sus cuerpos, ni siquiera cuando los vio devorados por buitres. Si los demás supieran que no sintió ni una pizca de tristeza, enojo, ni remordimiento, nada excepto alivio. Si supieran que mentía, que se aferraba a ese mundo con uñas y dientes a pesar de no merecerlo, ¿seguirían creyendo que era buena persona? Ashe sabía que no.
Mariska lo miró mientras el viento soplaba hacia el norte, todas las palabras se atoraron en su propia garganta al verlo mirar ningún lado, al verlo así, pero no supo qué decirle, no supo qué responder. Y tal vez no era la mejor opción, pero fue lo único que se le ocurrió, sonrió y sacó un dulce. Era lo único que podía hacer.
—¿Por qué pones esa cara? No estoy mintiendo —aseguró ella y le pasó un dulce—. Yo creo que eres una buena con un corazón gigante y una paciencia enorme.
Él titubeó para tomarlo.
—Mari...
—¿Qué? Nada de Mari. Estoy diciéndolo en serio —dijo ella y sonrió ampliamente—. También pienso que eres un cabeza hueca.
Ashe la miró con ojos en blanco, aquella mirada de antes se desvaneció con solo esas palabras y Mariska trató de contener una risa.
—Tú eres la que tiene la cabeza hueca, Mari.
Se metió el dulce en la boca.
—¿Entonces en qué tanto estás pensando? —preguntó ella, divertida—. ¿Por qué esa cara larga? ¿Eh?
Ashe sonrió un poco.
—Odio el desierto.
—Yo también.
Después de mirarse por un rato, ninguno pudo contener su risa por más tiempo. Anduvieron a un ritmo lento en el desierto, con nubes rosadas a la distancia y un cielo azul sobre ellos. Mariska no paraba de mirar de reojo a Ashe mientras le contaba una historia, y al verlo con mejor humor, se sintió más tranquila.
—Mari.
—¿Hmmm?
—Gracias.
—¿Por qué? —preguntó ella—. El dulce no es gratis, todavía me lo debes, ¿eh?
El frunció el ceño.
—Por todo.
Mariska sonrió ampliamente, y Ashe continuó.
—Eres una muy buena persona. Mejor persona que cualquiera.
Ella se detuvo abruptamente, abrió la boca y la cerró varias veces, pero la expresión de Ashe era genuina.
—Ashe...
—Lo digo en serio.
Mariska se dio la vuelta y avanzó.
—No. No te escucho.
—También eres la más idiota entre los dos.
—Bueno, ¡suerte encontrando el camino de regreso a la caravana!
Mariska le dio un golpe a su caballo y comenzó a trotar.
—¡Mari!
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