5.1. Interludio: Petición de enemigos
En Istralandia, dicen que la tumba de un rey es la cuna de otro. Eso; sin embargo, pocos lo saben. En los mil años en mi encierro, el país de los buitres vio morir a su Rey del Reyes, al Rey Buitre, después, vio la muerte y el nacimiento de miles de reyes, todos reyes kiránicos, descendientes directos, reencarnaciones de Kirán. La única alma permitida regresar una y otra vez después de alzarse al Sol...
Quizá la caída de Istralandia como un imperio estaba escrita desde que ese hombre pisó el trono, pero el punto más importante fue cuando la dinastía kiránica cayó. Cuando los palacios adornados de oro y huesos se tiñeron de sangre de no solo un rey, sino de todos los que poseían la sangre de Kirán en sus venas, todos aquellos con los ojos teñidos en un velo por el Sol. Ese día el destino de esta nación sin duda se selló.
Al menos el nacimiento de un nuevo rey significó la caída de una dinastía entera que había nacido usando la vida de otros.
Dicen que la nueva dinastía entró por las puertas de la capital del palacio de Floriskitria, que Esenke Ganzig alzó una espada hecha de hierro blanco y destruyó el trono de una dinastía de mil años en una sola noche antes de que los In'Khiél lo proclamaran el nuevo rey de Istralandia. Dicen que los kiranistas lloraron un año entero, y que el Sol se tiñó de sangre en el amanecer y en el atardecer por tres años. Dicen que los templos de An'Istene se llenaron de lágrimas cuando las estatuas de Kirán fueron destrozadas y su nombre prohibido. Dicen que el alma de Kirán se pudrió en el Confín cuando asesinaron a cada uno de sus descendientes y cuando prohibieron el kiranismo en el norte de Istralandia.
Desearía haber podido ver aquello, desearía poder ver como la sangre y todo lo que An'Istene había luchado por construir con Kirán se desmoronaba en una noche, pero yo estaba en un templo oscuro donde todos los días solo podía escuchar las plegarias a sus nombres.
A aquel lugar apartado del mundo para siempre y ocultó entre la nieve jamás llegaron noticias.
Sin embargo, hay una historia que sí conozco, que conocí en un festival. Sé bien como un general, el tercer príncipe de la dinastía kiránica huyó cuando supo que todo estaba perdido, sé bien cómo tuvo que abandonar todo solo para proteger su esposa y a sus dos pequeños hijos que lloraban por su familia. Sé bien la historia de cómo crecieron pretendiendo no ser nadie, y de cómo perdieron todo diez años después. Sé bien la historia del segundo hermano que dejó todo atrás para salvar la última esperanza de la dinastía kiránica.
Desearía que esa sangre maldita hubiera muerto por completo. Desearía que todos ellos estuvieran entre mis dedos y no en los de An'Istene. Porque así, podría asegurarme de que ninguno de ellos renaciera jamás.
En las orillas de Vultriana, lejos del pueblo bajo y rodeado de campos de cultivos, había una pequeña casa de madera roída. Como siempre, y por orden de Mires, las luces permanecían apagadas, y si no hubiera sido por la discusión adentro, Adhojan hubiera dado la vuelta. Habían pasado tres meses desde que se había ido de ahí, y había vuelto con la cola entre las patas porque no tenía otra opción. Era lamentable.
Sabía de qué hablaban incluso sin haber escuchado toda la conversación, pero no se atrevió a abrir la puerta.
—Es nuestra mejor opción.
—Al costo de todas nuestras vidas.
—La vida de meros sirvientes no es nada frente a la sangre del Rey de Reyes.
—La sangre de Kirán ya no está en el trono.
—¿Profanidades? ¿Te crees con el derecho de decir eso? ¿Crees que tu vida vale más que la de ellos que sí tienen la sangre de Kirán?
—Adhojan dijo que nuestras vidas valen lo mismo.
»Pero usted, viejo idiota, sigue con la misma mierda. Por eso ellos nos huyeron.
Adhojan escuchó una bofetada. Fue entonces que decidió entrar a la casa, y caminó con sigilo hasta el cuarto donde solían reunirse.
—¿Adhojan? ¿Quién es ese? Te refieres a la dama... Refiérete así a ella.
Mencionó el nombre de alguien que ya no existía.
—Pero él se llama Adhojan.
—Hoy tienes un deseo de muerte. Que An'Istene se apiade de ti y evite que los Ashyan te atrapen.
—¡Ya cállese! Es por estas cosas que ellos se fueron.
—Si simplemente los hubiéramos dejado en paz, esto no estaría pasando.
—Ellos son de la dinastía kiránica, esta sangre y su deber no puede borrarse por más que huyan —habló de nuevo el anciano—. Por eso Mires fue castigada.
—¿Eso crees? —preguntó Adhojan y entró a la habitación.
Los ojos de tres jóvenes menores que él se iluminaron de inmediato, y el anciano que estaba gritándoles se dio la vuelta e inclinó la cabeza como siempre lo había hecho. Adhojan lo ignoró y miró a los demás, pero ninguno de ellos se movió, parecían estáticos.
—¿No me van a saludar?
—Adhojan —dijo el chico que estaba discutiendo con el anciano y luego lo abrazó.
Los otros dos también se dieron la vuelta alrededor de la mesa y lo abrazaron. Mires era su hermana, pero aquellos chicos también, así que se quedó en silencio mientras lo apretujaban. Sus nombres eran Herkaj, Sarvaz y Drava. El anciano se mantuvo en aquella posición, pero él no poseía un nombre, era después de todo un sacerdote de Kirán.
—Creí que algo te había pasado —dijo Sarvaz y se apartó, pero luego bajó la mirada—. Nos enteramos de que Mires fue capturada.
Adhojan se separó. Agradeció que no le preguntaran en dónde había estado todo ese tiempo, pero tampoco sabía cómo les iba a explicar todo, menos con el sacerdote ahí siendo una molestia como siempre. No podía decirles que había planeado huir con Mires de Istralandia y que habían permanecido en Vultriana un buen tiempo para eso. Tampoco podía decirles que había abandonado a su hermana unos días para despedirse de Mariska.
—¿Señorita...?
Adhojan lo ignoró, y aunque el hombre procedió a llamarle a una persona muerta de nuevo, lo volvió a ignorar. No tenía la energía suficiente para lidiar con la mierda de ese hombre esa noche. Cualquier otro día hubiera tratado de corregirle. Algo que había aprendido en esos años llenos de turbidez había sido que había gente que jamás entendería, gente que era mejor lejos de su vida.
—Se llama Adhojan —escupió Sarvaz—. Viejo soquete.
Adhojan sonrió un poco y se interpuso entre ambos antes de que el sacerdote de Kirán decidiera golpear de nuevo a alguien. Al menos a él no lo tocaría si no había un buen motivo.
—¿Qué pasó, Adhojan? Estuviste desaparecido por meses —dijo Drava y apartó el cabello de su frente—. Tu tío mandó cartas y órdenes, pero no supimos qué hacer... Y la noticia de Mires...
Adhojan se separó de ellos, tenía la mirada fija en un mapa en la mesa. No era estilizado ni detallado como los de Mariska y su padre, pero entendió de inmediato que aquello era un mapa de la ciudad amurallada de Vultriana.
—Iremos a rescatar a Mires —dijo el sacerdote.
Adhojan lo miró incrédulo. ¿Esa había sido una idea de él? Jamás solía ser tan precipitado, menos así. Se tuvo que recordar que aquel hombre también era un sacerdote de Kirán, y todos los sacerdotes de Kirán se caracterizaban por lo mismo: su violencia.
Aunque quizá había una excepción, no estaba seguro.
—Es nuestra mejor oportunidad —dijo Herkaj y señaló algunos puntos del mapa—. Tu tío...
El sacerdote carraspeó y Herkaj hizo una mueca antes de seguir.
—El rey legítimo envió este mapa de la ciudad de Vultriana... puntos ciegos y esas cosas.
—¿Cuándo pensaban partir?
—Pasado mañana. Pasado mañana no hay luna y An'Istene nos apoyará sin que haya problemas —dijo el sacerdote—. También terminaremos el trabajo del rey.
Adhojan frunció el ceño y aunque no lo dijo, al mirar los rostros convencidos de esas cuatro personas, supo que no iba a resultar. Ni siquiera sabían dónde estaba Mires, y de todos ellos, solo él y su hermana eran más hábiles. Solo ellos habían sido entrenados para misiones como aquellas.
—¿Qué piensas, Adhojan?
Adhojan jugueteó con la madera de su ballesta debajo de su capa mientras pensaba en un plan, algo que hacer. Una astilla se enterró en su dedo.
—No podemos dejar que le saquen información a Mires, si dice algo sobre los planes del rey...
Adhojan miró al sacerdote. Por supuesto que diría algo así, a ese hombre le importaba más el legado de un hombre muerto que su pueblo o sus propios descendientes, incluso si decía lo contrario. Pero eso fue suficiente para que Adhojan tomara una decisión.
—¿Adhojan? —preguntó Herkaj.
Adhojan sonrió para tranquilizar a los chicos, y asintió.
—Su plan está bien —dijo y luego la sonrisa se borró de su rostro—. Vamos a salvar a Mires.
Sabía que ella podía cuidarse bien y sobreviviría, por eso había pospuesto regresar ahí. Había esperado por noticias de dentro del castillo de Vultriana para saber qué le había sucedido, pero sabía que no podía aguardar más. Por más que su hermana fuera prudente, seguía en las garras de las personas que habían asesinado a toda su familia.
Por eso había mentido, por eso y porque desde que trabajaba para su tío, siempre había preferido usar sus dagas en solitario.
—Bueno, repitamos el plan de nuevo... —dijo Drava.
Adhojan asintió y todos se reunieron alrededor de la mesa, mientras Adhojan escuchaba a todos discutir sus planes, Adhojan estuvo seguro de que aquello era una estupidez, que ni siquiera lograrían cruzar la muralla antes de terminar muertos. Mientras añadían ideas, Adhojan se mordió la mejilla y los miró. Ninguno de los chicos frente a él llegaba ni siquiera a los veinte, no tenían experiencia y solían encargarse más de la logística de los encargos de su tío que de otras cosas... Era imposible que lograran algo, pero no se atrevió a decírselos. Adhojan se excusó con que necesitaba tomar aire fresco. Mientras salía, el sacerdote tomó su muñeca y lo jaló.
—No deshonres la dinastía kiránica, Aizerene.
—Esa persona no existe, y esa dinastía está muerta —susurró Adhojan—. No les digas nada.
—Cuida tus palabras —advirtió—. Kirán puede dejar de ayudarte solo por eso.
Adhojan rodó los ojos y abrió la puerta.
—Van a preguntar por ti.
—Y por eso, tú no viste nada —dijo Adhojan—. No dejes que se acerquen al castillo, o la última vez que me veas desearas haber rezado lo suficiente a An'Istene.
El sacerdote frunció el ceño ante la amenaza y lo soltó.
—Tienes treinta, deberías conocer tus prioridades en lugar de amenazarme.
—Es por eso que ellos no pueden ir dentro de la ciudad amurallada.
Adhojan se dio la vuelta y salió de la pequeña casa. Cuando cerró la puerta, por su mente fueron muchas cosas, alivio por verlos a salvo, culpa por pensar en abandonarlos cuando ellos no habían dejado de pensar en su hermana y en él, tristeza porque sabía que tal vez sería la última vez que los vería y no les había dado las explicaciones necesarias. Así eran las cosas bajo el Sol, bajo el supuesto reino de mil años.
No le dolió irse sin que ellos supieran, era mejor así, al menos si así podían vivir por más tiempo en lugar de morir por una causa sin sentido.
Caminó de regresó al centro de Vultriana entre la noche. Mientras recorría las calles de los barrios bajos que Mariska le había enseñado esos días, su corazón se apretujo ante las memorias. Incluso pensó en comprobar si Ashe y Mariska seguían todavía en Vultriana o si ya habrían partido, pero desechó la idea. No podía hacerle lo mismo que antes, no cuando la despedida aquella vez era segura.
Mientras caminaba entre las calles recordó un pasado distante, un pasado que no tenía permitido olvidar, pero que no significaba nada más. Pero sin pensarlo, terminó frente a la antigua casa en los barrios bajos en la que su padre y su madre trataron de criarlos después de la caída de la dinastía.
Solo quedaban escombros cubiertos en hierba, y la puerta de madera deteriorada y astillada. La tocó y una astilla se enterró en su palma. No miró la herida ni hizo nada por curarla, iba a sanar de todas maneras.
Muchas veces se había preguntado qué habían pensado su padre y su madre cuando decidieron esconderse ahí en lugar de huir. ¿Qué habían esperado? ¿Qué habían pensado al involucrar gente inocente? Pero como siempre, jamás recibiría respuesta, ni siquiera miradas de confusión, como si esas preguntas fueran una locura. En esa entonces era demasiado joven para saber, y desistía con sus preguntas luego de aquellas miradas, y con eso, prefería pasar el tiempo con Mariska que en esa casa.
Se dirigió hacia la muralla antes de que más pensamientos así invadieran su cabeza. Si los dejaba mucho tiempo, echaban raíces y si crecían lo suficiente, solo terminarían bloqueando sus ojos. El pasado era el pasado, las cosas en él no cambiarían, el daño estaba hecho, pero Adhojan podía decidir qué quería hacer al respecto.
Y en aquel momento, solo quería repasar su plan. Caminó hacia la entrada de la muralla, el mismo lugar en el que había conocido a Ashe por primera vez, seguro lo había asustado bastante aquella vez.
Caminó con paso firme hacia los guardias en la entrada a la ciudad amurallada. Estaban vestidos solo con un peto de hierro, pero tenían espadas colgando de la cintura. Adhojan se aproximó en silencio, pero ambos guardias alzaron la cabeza y fruncieron el ceño.
—¡Tú! ¿Qué es lo que quieres?
Adhojan se acercó hasta ellos, y ambos desenvainaron las espadas. En cuando vio el metal, sus manos picaron ansiosas por sangre, y tuvo que recordarse que no podía seguir con esos pensamientos. Adhojan dejó la ballesta en el suelo, y los miró a los ojos.
—El año pasado traté de asesinar al Tercer Príncipe —confesó.
Solo esas palabras bastaron para que uno de ellos se moviera y le metiera un golpe en el estómago. Incluso si podía moverse y huir, solo dejó que sucediera. Luchó por aire, pero antes de poder reaccionar, el otro guardia le golpeó la cabeza y cayó sobre sus rodillas. Luego de eso, había estado en oscuridad y maniatado por un tiempo... o días.
Pero contrario a lo que esperaba, luego de días con los ojos vendados, solo comiendo de las manos de otros, terminó directo a los pies de alguien a quien había detestado una buena parte de su vida. No era el rey que había matado a su padre y a miles de creyentes de Kirán, ni el príncipe que había aterrorizado el desierto por años con una mano de acero y violencia gratuita, sino el príncipe al que le habían ordenado asesinar un año atrás por violar las tradiciones de mil años, por profanar los tesoros de Kirán y por nacer en un día prohibido. Pero en aquel momento, aquel odio nacido de su religión no le pudo importar más que lo que debía hacer y lo que iba a pasar.
Ahora que Adhojan lo pensaba más claramente, había sido una causa estúpida. Se preguntó en qué estaba pensando su tío cuando mandó esa orden. Pudieron haber intentado con el Pilar del Norte, la Primera Princesa y eso sin duda hubiera sumido en caos a Istralandia entera. O incluso con la Espada del Desierto, el Segundo Príncipe y eso les hubiera abierto oportunidades para reclamar esas zonas.
Pero aquella persona...
Realmente dudaba que a alguien le importara la vida de esa persona en Istralandia, su muerte no hubiera tenido mayor impacto, e incluso estaba seguro de que algunas personas incluso celebrarían. Después de tenerlo frente a él por un buen rato, Adhojan estuvo seguro de que incluso si alguien trataba de asesinarlo de nuevo, nadie estaría desesperado por encontrar al culpable.
El príncipe alzó la vista de los papeles y los dejó de lado antes de dirigirse al general a su lado:
—Házme un resumen de eso, no voy a leer diez páginas sobre los tratados en Vultriana hoy.
—¿Alteza...? —preguntó el general
—¿Qué? ¿Mucho trabajo para alguien de tu estatus? ¿Y si te degrado de rango? —dijo el príncipe mientras recargaba su espalda contra la silla y alzaba la barbilla—. Al menos así podrías ejercitar más ese cerebro tuyo...
Adhojan observó al general, el hombre hizo una mueca de disgusto con confusión ante su comentario, pero terminó suspirando.
—Este es el resumen que pidió la semana pasada.
—¿Lo hiciste tú?
—No.
—¿Lo leíste tú?
El general pareció reacio a contestar y solo pudo negar con la cabeza.
—Entonces, ¿qué esperas? —preguntó el príncipe con una sonrisa amplia—. Ve a leerlo, y haz un resumen.
—Alteza, su padre dijo que debía atender usted mismo estos asuntos. Debe leerlo usted mismo.
El general se calló de inmediato cuando el príncipe alzó una ceja. Sostuvieron sus miradas por un buen rato, pero al final, en general cedió con un suspiro.
—Al-... —comenzó el general.
—¿Qué? —preguntó el príncipe y cruzó los brazos.
—Se lo traeré en dos días, pero por el amor a An'Istene, lea el resto de los documentos.
El príncipe se encogió de hombros.
—Me parece justo —dijo el príncipe y giró sobre su silla.
Su mirada ambarina se posó sobre Adhojan, pero él no se inmutó. Realmente la nueva dinastía tenía bastantes atributos nobles, desde cabello castaño que brillaba dorado, ojos ambarinos y pequeños y un perfil definido. Habían sido después de todo una familia de nobles y generales importantes que habían ascendido desde el Valle de Serpientes, antes de decidir traicionar a sus reyes. Además de eso, no había nada noble en el Tercer Príncipe.
El Tercer Príncipe miró al general y frunció el ceño.
—¿No vas a hacer un resumen? ¿Qué sigues haciendo aquí?
—No puedo dejarlo con un asesino, Alteza.
—Como si fueras mejor que yo en la espada.
—Pero Alteza, ha perdido en los últimos dos entrenamientos.
Una sonrisa paternal se dibujó en los labios del general, pero la borró de inmediato en cuando sintió los ojos de Adhojan.
—Un desliz no significa que soy peor que tú —dijo el príncipe y se cruzó de brazos—. Vete antes de que decida cortarte la cabeza.
El general inhaló profundo y asintió.
—Dijike se quedará en la entrada por si la necesita.
El príncipe se levantó y golpeó la mesa con ambas manos.
—¿Dijike? —preguntó—. ¿No estaba buscando lo que le pedí?
—Ya lo encontró.
—Pero... pero...
El general sonrió ampliamente por fin y se dio la vuelta.
—Lo veré cuando tenga el resumen, Alteza —dijo el general—. Y responda su correspondencia. El Pilar del Norte lleva esperando su respuesta desde hace semanas.
—Ella puede esperar.
—Alteza —dijo el general, se inclinó y dijo—. También estudie sus lecciones si no quiere humillarse frente a sus hermanos y la asamblea. Iré a hacer su resumen.
El príncipe gruñó por lo bajo mientras lo veía salir, y cuando la puerta se cerró, solo quedaron Adhojan y el príncipe. Se miraron el uno al otro. El príncipe sonrió, rodeó su escritorio y se recargó con los brazos cruzados.
Adhojan entrecerró los ojos. Estaba convencido de que el Tercer Príncipe tenía la misma nobleza que una mosca, no llevaba nada que denotara su estatus. Llevaba unas botas de cuero llenas de lodo, y del mismo modo su pantalón y su camisa de lino estaban sucias. Hasta su expresión parecía más la de un ladrón que la de un noble.
El príncipe se miró de arriba abajo luego de que Adhojan lo mirara por buen rato, y entonces soltó una carcajada y se enjugó las lágrimas de los ojos.
—Y pensar que me veo así frente a un enemigo —dijo—. Qué risible.
Adhojan se quedó en silencio, incluso estuvo seguro de que sintió lástima por esa persona. Tal vez ese hijo era el precio que el rey debía pagar por destruir Istralandia.
—Pero no te preocupes, te aseguro que estoy a la altura de mis títulos.
Adhojan enarcó la ceja sin entender a qué se refería y el príncipe frunció el ceño.
—¿El príncipe de los tesoros?
Adhojan quiso reír, pero no dijo nada, solo se quedó en silencio y lo miró directo en los ojos hasta que el príncipe se encogió de hombros y sacudió la cabeza.
—Olvídalo, seguro ni siquiera vives cerca, ¿cómo vas a saber quién soy? —dijo y rio con nerviosismo—. Ahora que estamos solos...
—¿Dónde está Mires? —preguntó Adhojan.
Altan sonrió.
—Entonces sí eres el hermano de Mires —dijo el príncipe.
Adhojan suspiró.
—Mira, vengo a hacer un trato —explicó—. Deja que mi hermana se vaya.
—¿Y qué recibo yo a cambio?
—A mí, como rehén.
—Pero si ya estás aquí, genio.
—Estoy justo aquí, pero eso no significa que no vaya a hacer algo —confirmó Adhojan.
—Es lo que dije.
Adhojan abrió la boca ante la sorpresa y luego hizo una mueca. No podía ser cierto que Mires hubiera sido capturada por esa persona, no podía ser cierto que su tío ordenara que lo matara, no podía ser cierto que no hubieran logrado matarlo. Adhojan quiso explicarle a qué se refería, pero el príncipe interrumpió antes de que hablara.
—Sigo pensando por qué quisieron asesinarme el año pasado... —admitió con la mirada perdida en el suelo—. Y por qué no lo lograron.
Luego sonrió descaradamente.
—Quieres hacer un trato, yo necesito algo. ¿Qué tal si me ayudas?
—O podría terminar todo aquí.
—Podrías, pero ¿estás dispuesto a enfrentarte a lo que venga después?
Adhojan entrecerró los ojos.
—Soy ágil, puedo escapar.
—Sé que la dinastía kiránica le teme a una sola cosa.
Adhojan frunció el ceño, y Altan sonrió ampliamente. Aquella sonrisa no le agradó a Adhojan. ¿Cómo podía mencionar algo así con esa expresión en su rostro? Si se estaba refiriendo a lo que él pensaba, entonces ¿no debería él también temer? La profecía también lo involucraba a él.
—¿Has escuchado acerca de lo que le sucede a quienes beben sangre de un Ashyan?
Aquella pregunta sin duda no la esperó. Un escalofrío recorrió su espalda ante lo que había dicho, incluso terminó abriendo la boca. No era posible que una persona mencionara a esos seres en una oración así. Ni siquiera era posible que alguien dijera aquello frente a alguien más y que siguiera con vida después.
—Eso es blasfemia —dijo Adhojan cuando recuperó la compostura.
El príncipe se encogió de hombros y luego negó con la cabeza. El príncipe se enderezó, y comenzó a desabotonar su camisa hasta la mitad de su tórax, y luego apartó la tela, ahí en su pecho había una marca que Adhojan jamás había visto ni siquiera en los usuarios del Kevseng, ni siquiera en aquellos que habían terminado sirviendo a un Ashyan, pero que supo que significaba de inmediato. Había una mancha negra con colas extendiéndose como tinta en agua a través de su piel.
Adhojan se estremeció. Supo entonces por qué su tío había ordenado a ese príncipe. Adhojan quiso vomitar.
—Esto... —comenzó Adhojan.
El príncipe volvió a abotonar su camisa con una mueca en la boca.
—Tampoco me gusta.
—Esto es blasfemia para Istralandia, seas kiránico o no.
El príncipe soltó una risa.
—¿Crees que no lo sé? —preguntó—. No tuve elección.
—¿Fue en el templo?
—¿No es obvio?
Adhojan negó con la cabeza. La historia entre los templos de Kirán y la dinastía kiránica era compleja, pero ninguno de los reyes kiránicos tuvo permitido acercarse o subir a uno de esos templos por mucho tiempo. Incluso se llegó a pensar que ya no existía ninguno en pie en esos años, y que el Ashyan que Kirán derrocó se había quedado atrapado en uno de ellos para siempre. O al menos hasta que se descubrió uno en las Montañas del Rey Buitre antes de la muerte del último rey kiránico. Y ahora que el príncipe lo mencionaba, eso significaba que el templo que había visitado era el mismo que contenía al Ashyan que Kirán derrocó.
Entonces, la profecía era cierta. Ashyan Ahrim había vuelto, no era solo un juego de los Ashyan.
—Eres un idiota —dijo Adhojan y bajó la mirada—. Le dejaste escapar.
—Oye, soy un príncipe —reclamó el príncipe y luego cruzó los brazos—. Y no fui yo quien le dejó escapar...
Adhojan quería golpear al príncipe con tanta fuerza en el rostro como para destrozarle una mejilla, pero se contuvo, su hermana seguía atrapada en alguna parte de ese maldito castillo, con él, con algo que ya ni siquiera era humano.
—Pero... Pero... ¿Qué hiciste ahí?
Altan se encogió de hombros y dejó salir un suspiro lleno de cansancio.
—Mira, es mejor que no le digas a nadie ahora que lo sabes —dijo él—. O los dos vamos a perder nuestras cabezas.
—¿Yo por qué? —preguntó Adhojan.
—Porque no lograste asesinarme.
—Eso no tiene nada que ver.
—¿No? A mí me parece una negligencia y un incumplimiento sabiendo la verdad.
Adhojan lo miró con una mueca de disgusto.
—No te voy a ayudar.
—¿No? —preguntó el príncipe y sonrió de nuevo—. ¿Y tu hermana?
—Prefiero pudrirme en prisión con ella que ayudarte.
—¿Y quién dice que estarán en prisión? —preguntó el príncipe y caminó hacia Adhojan.
Se arrodilló frente a él y se sentó con las piernas cruzadas.
—Puedo salvarme el pellejo si uso a alguno de los dos frente a Ahrim.
Adhojan inhaló profundo y entonces usó su cabeza contra la del príncipe, y aunque dolió, escuchar el gemido del príncipe y luego verlo tendido en el suelo mientras se frotaba la cabeza fue satisfactorio.
—O puedo decirle a cualquiera de tus guardias lo que hiciste y me salvo el pellejo.
—No te van a creer —protestó el príncipe mientras se levantaba—. Eso dolió...
—Tienes una marca como prueba.
El príncipe que pareció como si estuviera a punto de rebatir, se calló de inmediato e hizo una mueca de molestia.
—Si me ayudas, puedo ayudarte a escapar con tu hermana —dijo el príncipe—. Mires me dijo sus planes, Adhojan... ¿Si te llamas Adhojan?
Adhojan se removió las cadenas que envolvían sus manos y aunque no pudo librarse, se acercó lo suficiente al príncipe para hacerle algo, pero él reaccionó a tiempo, se paró y huyó a su escritorio. Adhojan suspiró rendido.
—No tienes nada de noble.
—Tú tampoco, querido Adhojan —dijo el príncipe y sonrió.
Adhojan suspiró.
—¿Qué quieres que haga? —preguntó—. Si tu maldición es servir a un Ashyan por toda la eternidad, no puedo hacer nada. Es mejor matarte.
El príncipe sonrió como si no hubiera escuchado nada de lo que dijo y miró fuera de una de las ventanas de su oficina. Adhojan lo imitó, pero afuera solo había un cielo azul y algunas aves.
—Hay una persona que posiblemente pueda ayudarme —dijo el príncipe—. No te va a gustar nada cuando sepas por qué.
Adhojan suspiró, no había muchas opciones, entonces solo esperó a que el príncipe hablara.
—¿Qué piensas de la Dama Obsidiana?
Adhojan lo miró con los ojos en blanco. No podía creer que después de decir tantas profanidades todavía tuviera la boca y el valor para preguntarle algo así. Asintió.
—Ya veo —dijo él—. ¿Y si te digo que los guardianes que ella misma entrenó siguieron protegiendo ese templo por más de mil años?
Adhojan suspiró.
—Se extinguieron hace mucho.
—Pero los pueblos cercanos al templo siguieron llevando ofrendas al templo por más de un milenio... Y también hay incidentes de personas que trataron de hacer lo mismo que la Dama Obsidiana.
—Los pueblos reconocen a sus reyes, incluso sin sirvientes de Kirán, incluso con farsantes en el trono. Lo otro es solo especulación —afirmó Adhojan.
Entonces el príncipe rodeó su escritorio, sacó algo de un cajón y caminó hasta Adhojan antes de dejar en el suelo frente a él un cuaderno de cuero. El príncipe lo abrió.
—Este es un diario de un guardián —dijo y abrió las páginas.
Adhojan ojeó el contenido y leyó algo sobre rituales en un templo, rutinas y acciones. Adhojan frunció el ceño y miró a Altan.
—Esto no es una prueba —dijo Adhojan—. Ni siquiera sé a qué quieres llegar con esto.
El príncipe se frotó la frente.
—No eres muy brillante, ¿verdad?
Adhojan se mordió la lengua, ¿cómo podía decirle eso después de todas las estupideces que él mismo había hecho? Abrió la boca con incredulidad.
—La persona que me puede ayudar es el último guardián del templo —dijo por fin—. Él fue quien liberó al Ashyan.
Si Adhojan hubiera estado comiendo algo, estaba seguro de que se hubiera atragantado en aquel momento. Había demasiado que procesar, pero la mitad de todo lo que el príncipe había dicho parecía un sueño febril resultado de la maldición de un Ashyan.
—¡Es real! —dijo el príncipe—. Él me ayudó a escapar.
—Sí... claro...
El príncipe gruñó en voz alta, corrió hacia su escritorio, tomó una pluma fuente y un frasco de tinta y se arrodilló frente a Adhojan. Tomó el diario y fue a la última página, luego comenzó a dibujar algo y cuando terminó, había un dibujo mal hecho de una persona, los rasgos no eran distinguibles.
—Se veía así.
Adhojan arqueó la ceja. Tal vez era mejor que le dijera a alguien sobre la situación del príncipe antes de que empeorara. El príncipe volvió a gruñir.
—Es un poco más alto que yo y delgado —dijo—. Tiene rasgos de alguien del Confín, pero no es del Confín, y usa una espada negra...
Adhojan arqueó una ceja.
—¿Está seguro de que no fue un sueño, Alteza?
—No —dijo él—. Por algo estuve allá arriba casi dos meses.
—Tampoco tenías nada que comer.
—¡Es de verdad! —dijo—. No tiene un nombre, tiene una marca de Kevseng y... y... cierto, tiene una phen de agua en la palma de su mano.
»Además, tiene facciones lindas, y debió tener su tercera ceremonia hace poco. Le regalé una flor metálica, seguro la usa mucho.
El príncipe sonrió.
Adhojan frunció el ceño, conforme más había hablado y conforme más veía el dibujo comenzó a dudar de sí mismo, y no supo por qué, pero una imagen de alguien fue de inmediato a su cabeza. Quizá fue el dibujo, o lo del phen de agua, quizá fue todo junto, pero la duda comenzaba a disiparse.
«Por An'Istene...».
Pensó en Mariska, que seguramente ya habría partido al desierto, y luego en Ashe. Si era lo que estaba pensando, si eso era cierto, entonces ninguno de los dos estaba seguro en el desierto. Era un tonto, ¿por qué había pensado que Ashe era un sacerdote de Kirán?
Y si no ayudaba al príncipe, y los encontraban, Mariska y su familia estarían envueltos de nuevo en una tragedia. En cualquier caso, necesitaba partir ya.
—¿Qué? —preguntó el príncipe—. ¿Has visto a alguien así?
Adhojan se esforzó en recomponer su postura y negó con la cabeza.
—¿Ahora sí me crees?
—¿Tengo otra opción?
El príncipe sonrió satisfecho.
—Perfecto, ¿entonces me ayudarás?
Adhojan se mordió la lengua y asintió.
—¿Tengo otra opción? —repitió Adhojan.
—Muy bien, tienes que encontrarlo y convencerle de que venga conmigo —dijo el príncipe.
Adhojan inhaló.
—Necesito saber algo...
—¿Qué cosa? Ya te di toda la información que necesitabas.
Adhojan negó con la cabeza.
—Porque sí sabías que lo ibas a necesitar, ¿no lo trajiste contigo?
La cara del príncipe palideció.
—¿Sigue en el templo?
El príncipe abrió y cerró la boca.
—No lo sé... Me fui.
—¿Te fuiste o lo abandonaste?
»Si lo abandonaste en el templo, ¿por qué crees que querrá ayudarte?
—Eso... —dijo el príncipe y miró el diario con el dibujo, y luego alzó la barbilla y cruzó los brazos—. Es complicado. No lo vas a entender.
—Si te salvó, ¿por qué no lo ayudaste?
El príncipe miró el dibujo.
—Nadie debe enterarse de que todavía existen guardianes de Kirán —dijo él—. Si le pedía que me acompañara iba a ser molesto para él... Peligroso también.
—¿Y ahora no crees que es peligroso buscarlo?
—Solo tú lo sabes —dijo el príncipe y sonrió—. Y algunas personas confiables.
Adhojan lo miró con los ojos en blanco.
—Y ahora lo buscas para pedirle un favor como si nada.
—Exacto —dijo el príncipe y sonrió—. Pero quiero ayudarlo.
—A cambio de que te cure y aunque pongas su vida en peligro...
—No hagas preguntas —dijo el príncipe—. Tu vida y la de tu hermana dependen de que me ayudes.
—Claro... —dijo Adhojan entrecerrando los ojos, luego inhaló—. ¿Y si no quiere venir?
—Por eso te necesito. Vas a traerlo sí o sí.
Adhojan hizo una mueca.
—¿Ese concepto de agradecimiento no te parece en-...?
—Por supuesto —dijo el príncipe y sonrió—. Pero es lo más sencillo y él no sabe quién soy.
—Dijiste que había más gente que sabía de él... ¿Han buscado?
—Obviamente —dijo el príncipe—. Pero es más divertido si puedo comprobar que te importa más tu hermana que una causa sin sentido.
»Mira, Adhojan. No quiero derramar sangre kiránica solo porque sí. No soy como mi padre, y no quiero afectar Istralandia.
Adhojan frunció el ceño. ¿En serio estaba diciendo eso? Quizá no era como su padre, pero ciertamente era peor y también un idiota, había una razón válida para que él los matara a su hermana y a él, pero no lo había hecho. Parecía que la sangre del Ashyan lo había dejado tonto.
—Tienes miedo de la profecía del Ashyan.
—¿No tienes miedo con lo que dijo?
Adhojan asintió y concedió:
—Una advertencia así solo la ignorarían los tontos y los locos.
»Es bastante razon-...
Adhojan se mordió la lengua antes de terminar porque por ningún motivo iba a decir que el Tercer Príncipe era una persona razonable. En cualquier caso, era todo lo contrario. Adhojan carraspeó.
—¿Puedo preguntar algo más?
—Claro.
—Después de que el guardián te ayude, ¿qué harás con él?
—Eso no debería importante.
Adhojan entrecerró los ojos.
—Me importa porque los guardianes hicieron una promesa con mis ancestros, no con los tuyos.
El príncipe lo miró con disgusto, y remarcó cada una de sus palabras.
—La promesa la hicieron tus ancestros y los descendientes del sol de esa época, no sus sucesores.
Adhojan se mantuvo un buen rato en silencio, sin negar ni asentir, y cuando el príncipe se levantó y se dirigió de nuevo a su escritorio, Adhojan insistió.
—¿Qué harás con él?
—¿Quieres saber? —preguntó el príncipe y recargó su mejilla en su mano—. Le daré una compensación por los servicios a tus ancestros, lo liberaré de los deberes que tus ancestros le dieron, le daré nombre y una vida sencilla, la vida que él quiera.
Adhojan tuvo que contener una mueca después de escuchar eso, pero bufó con una sonrisa. El príncipe lo miró extrañado, pero Adhojan no dijo nada para corregirle. Si su hipótesis era correcta, dudaba que ese príncipe de tercera pudiera hacer algo por Ashe, pero quizá fue esa tontería lo que necesitaba escuchar para aceptar por fin.
Quiso creer que todo lo que había escuchado era genuino, que no eran mentiras. Pero ahí había otra prueba de que no podía estar de acuerdo con la visión de su tío. Regresar a lo que Istralandia fue mil años atrás era imposible, y así como la gente crecía, los países cambiaban. Era cierto que el noble frente a él solo era un chiste, todavía era joven, había tenido su Tercera Ceremonia un año atrás, y Adhojan jamás desearía parecerse a él, pero Adhojan sintió un poco de envidia por no tener la misma resolución que él para hacer algo por alguien, por no tener la misma resolución que él para salvar una vida y no destruirla, para poder elegir ayudar a alguien.
El príncipe no pareció incomodarse ante la risa y solo sonrió también.
—¿Por qué quieres hacer todo eso? ¿No sería suficiente con que te ayude y dejarlo hacer lo que quiera después?
—¿Quieres una mentira o una verdad?
—La verdad.
—Te diré ambas —dijo el príncipe mientras miraba los libros en el librero de su oficina—. Una vez vi los ojos de la muerte, una vez vi el sufrimiento que traía el poder en las manos de un gobernante equivocado, una vez alguien me ayudó, quise hacerle una promesa, eso y no tengo motivos para matarte.
Adhojan enarcó una ceja sin entender la mitad de lo que el Tercer Príncipe decía, ni siquiera había respondido su pregunta, y Adhojan se preguntó si había articulado bien sus palabras o si el príncipe había respondido eso solo para poner una cara solemne. Si así era como la nobleza hablaba en esos días, tenía sentido que los Ashyan quisieran que Istralandia cayera.
Por la forma en la que había hablado, Adhojan dudó. Miró al príncipe directo al rostro, y Adhojan se preguntó si el Tercer Príncipe era demasiado bueno conservando su rostro y su postura, si enseñaban a mentir muy bien en la nueva dinastía o simplemente era un idiota.
—Has dicho más de dos.
—Veo que sabes contar —dijo el príncipe, pero Adhojan no se inmutó—. Al menos así sabrás que solo tienes tres meses para encontrarlo.
Adhojan frunció el ceño, ¿por qué solo tres meses? Tenía una idea de por qué, pero decidió no preguntar.
—¿Garantizarás que mi hermana estará bien?
—Si algo le sucede, yo mismo usaré mi espada —dijo el príncipe y cruzó las piernas.
—¿Contra quién?
El príncipe sonrió.
—Contra mí. Una vida por una vida —dijo el príncipe—. Por eso, la vida de tu hermana por la vida del guardián.
—Estás loco.
Adhojan no pudo contenerse más.
—Se necesita un poco de locura para ser de la nobleza y para gobernar —dijo él—. Como tu Rey Buitre.
—También se necesita un poco de recato.
—Ya vi a un Ashyan una vez, ¿crees que lo necesito?
Adhojan sonrió un poco. No quería decir que le agradaba, pero no parecía del todo mala persona, solo era un loco y seguía pensando que debió matarlo un año atrás.
—Ya veo.
»Espero que mantenga su palabra.
—Si no lo hago, de todas formas moriré. La tierra demandará mi sangre si no la cumplo.
Adhojan se mordió la mejilla, no esperaba que ese tipo de frases se conservara después del cambio de dinastía. Vultriana era después de todo la tierra donde la Dama Obsidiana y Kirán hicieron su promesa.
—Pero más te vale cumplir tu propia promesa y traer al guardián a salvo.
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