4.1. Los planes de Mariska
La vida era complicada, con tantos giros que incluso con un plan de vida podía cambiar para siempre con un parpadeo. La vida era el viento que hacía que los escarabajos quedaran boca arriba en el desierto.
Mariska siempre creyó que una vez con su título y con un trabajo estable en el Gremio, el resto de su vida se iría cuidando a sus abuelos, a su madre, a la casa de su padre y a la panadería de sus abuelos. Quizá no era exactamente lo que quería, pero así la vida sería sencilla.
¿Se enamoraría de nuevo? Eso no lo sabía, pero sin duda aquel amor en su adultez no sería el mismo que en su juventud. ¿Se casaría algún día? Era difícil pensarlo, en realidad no pensaba que irse a vivir lejos de Vultriana era una buena opción, sobre todo porque no quería dejar a su madre y a sus abuelos solos. ¿Moriría ahí, sola en casa entre mapas y pergaminos? Ese era el plan y no le molestaba. No estaba sola en Vultriana. Era su hogar, y junto con ese vecindario, seguiría ahí en cincuenta, cien o mil años.
¿Planeó alguna vez tirar ese plan a la basura, abandonar un futuro tranquilo e irse a hacer cartografía de campo para trazar mapas nuevos, rutas, formaciones y secretos, y guiar a la gente en el desierto como su padre? Por supuesto que no. Claro que no. Nunca lo pensó. Jamás quiso seguir el camino de su padre después de todo lo que ese camino había traído.
Pero en esa vida, Mariska también era un escarabajo del desierto y reposar tras las rocas no impedía que el viento la girara boca arriba. Ashe era el viento. A pesar de que una voz en su cabeza le gritaba: «Mariska, tus abuelos, tu mamá, la casa, la panadería, Ashe, tu vida tranquila se está escapando...», no se sentía mal por tomar esa decisión. En realidad, era muy tarde para escucharla, había hecho una promesa y ya estaba ahí. Ya había dicho las palabras. Solo faltaba que Sibán aceptara.
Ya le había rogado, ¿no? ¿Entonces por qué se hacía el difícil?
Mariska seguía con la cabeza baja frente a Sibán. No creía que las cosas terminarían así de humillantes frente a él, pero era lo que debía hacer, era el plan que tenía y lo iba a hacer funcionar incluso si tenía que recurrir a otros métodos menos éticos con Sibán.
Sibán se frotó la frente.
—Mariska, de verdad que eres tremenda...
—Gracias —dijo Mariska y alzó la cabeza—. ¿Entonces eso es un sí? ¿Puedo aceptar el trabajo?
Sibán hizo una mueca y se removió en su asiento del otro lado de su escritorio.
—Alguien más ya fue a entregar su solicitud. M
Mariska se puso en pie en aquel momento.
—¿Cómo? Pero...
—Mira, Mariska, te dije muchas veces y no aceptas-...
Sibán se calló ante la mirada en blanco de Mariska.
—Te pareces a él en ese aspecto.
—Sibán.
Sibán alzó las manos rendido, Mariska pensó decirle algo más, sobre todo porque odiaba que la comparara con su padre, pero se contuvo y lo escuchó.
—Se acaba de ir justo ahora, tal vez si corres... —dijo Sibán desviando la mirada a la ventana, pero estaba tratando de ocultar una sonrisa.
—¡Pero no tengo la solicitud del gremio!
—Te conozco tan bien, Mariska...
Sibán alzó un papel de su escritorio en ese mismo momento y sonrió con satisfacción. El imbécil sabía. Mariska hizo una mueca y quiso golpearlo, pero también agradecerle. Tomó el papel, revisó sus datos, tomó la pluma más bonita y cara que encontró en la mesa de Sibán, él soltó un suspiro y firmó. Luego miró a Sibán.
—¿En dónde están?
Luego de escuchar los detalles de la ubicación de quienes iban a liderar la caravana, Mariska salió corriendo del gremio como pudo, a trompicones, y con algunos materiales en su maleta. No tenía tiempo. Al pasar a un lado de la gente, chocó varias veces, algunas personas le gritaron e incluso hizo llorar a un niño, pero a Mariska no le importó. Ella corrió incluso cuando sus piernas se entumecieron y moverlas se sentía como cargar con costales de roca, cuando llegó por fin, el otro cartógrafo tenía el papel de contrato en mano y se lo estaba enseñando a un hombre.
Mariska apretó los dientes, sacó el papel, corrió y se lo tendió al hombre, y tanto su compañero del gremio como el señor la miraron con las cejas alzadas. No le pudo importar una mierda, estaba cansada y sentía que sus pulmones iban a explotar, así que mientras seguía jadeando, tendió el papel.
—Aquí está mi contrato...
—¿Qué? —preguntó el hombre—. ¿No eres el cartógrafo del gremio?
—Se supone que sí... ¿Qué pasó, Mariska?
Mariska se incorporó, limpió el sudor de su frente y le sonrió a su compañero del Gremio. Ahora se sentía un poco mal por ir a quitarle el trabajo cuando ni siquiera conocía su nombre a pesar de todo el tiempo que llevaban trabajando en el mismo lugar. Fingió que sí lo sabía.
—Cambié de opinión.
El hombre en la entrada enarcó una ceja y les devolvió el papel del contrato a ambos, y negó con la cabeza.
—Solo puede venir uno, así que decidan —dijo—. Y no me hagan esperar mucho.
Mariska y su compañero intercambiaron miradas. Mariska sabía que lo justo era que él tomara el trabajo, o que demostraran quién era mejor para hacer aquel trabajo. Sin embargo, Mariska necesitaba obtener ese trabajo a toda costa, era la única forma de llevar a cabo su plan y cumplir su promesa. Miró a su compañero.
—¿Por favor?
—Mariska...
—¿Por favor?
—Hmmm —se quejó y cruzó los brazos.
—¿Por favor?
Mariska hizo un puchero con la boca y trató de hacer ojos de cachorro. Aquello duró un buen rato, hasta que su compañero suspiró y asintió. No pudo creer que hubiera sido así de fácil, quiso gritar de emoción, pero no lo hizo para no molestarlo. ¿Estaba soñando?
—¿En serio?
—Sí —dijo él—. Igual odio ir al desierto...
—¡Gracias!
Mariska le dio dos fuertes palmadas en la espalda y él trastabilló, casi cayó de bruces. Volvió a suspirar cuando se recuperó, se despidió del guardia en la entrada y se alejó sin más del lugar luego de darle una mueca a Mariska. Cuando se fue, ella sonrió de oreja a oreja y le entregó su hoja arrugada al hombre en la entrada.
Él leyó el papel, su ceño fruncido cada vez más y más, hasta que alzó la cabeza del papel sin más y le tendió la mano a Mariska.
—Ve preparando tus cosas, partiremos pronto, pero mañana tendremos una reunión —dijo el hombre—. Esperamos su colaboración, señorita Alerant.
Y así, un peso se levantó de los hombros de Mariska. Si las cosas salían como esperaba, todo saldría bien. Mariska sonrió y asintió, pero en lugar de irse, se dejó caer en el suelo ante el cansancio de sus piernas. Y aunque el señor de la entrada la miró con extrañeza y le preguntó si necesitaba algo, Mariska se negó y sonrió.
El viento agitó su cabello.
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Cuando Mariska regresó a casa por la tarde, encontró a Adhojan en la entrada a su casa con su madre, sus abuelos y la pequeña bolsa con la que había llegado. A unos metros de distancia, Mariska no se atrevió a acercarse más al entender qué estaba pasando. Quiso regresar al gremio, pero se obligó a avanzar...
Hubiera preferido mil veces que Adhojan se hubiera ido sin decir nada a tener que despedirse para siempre una vez más. Hubiera preferido mil veces eso a que su corazón se llenara de grietas al pensar en todas las posibilidades. Con cada paso se dijo que eso no pasaría, que solo había sido algo infantil, algo de hace de tantos años. ¿Por qué parecía que ella era la única que recordaba?
Mariska dibujó sonreír y se acercó a ellos.
—Te estaba esperando, Mari —dijo Adhojan y sonrió.
Sus entrañas se retorcieron, pero decidió conservar aquella sonrisa y mantenerse calmada. Sus ojos se desviaron a otras cosas, como al poco equipaje que Adhojan llevaba en su espalda, y a la bolsa en las manos de su madre, cuando notó su mirada, ella dijo:
—No quiso aceptar nada de comida.
—Así está bien, señora Alerant —dijo Adhojan—. A dónde voy solo se desperdiciará.
—A dónde vas —repitió Mariska, pero la decepción se impregnó en sus palabras aunque no quisiera.
Adhojan sonrió y le dio unas palmadas en el hombro, pero aquello no ayudó a Mariska, el nudo en su garganta se ató más.
—Estaba esperándote —dijo Adhojan y apretó su hombro—. Ya me despedí de Ashe, solo faltabas tú.
A Mariska se le estrujó tanto el corazón que sentía que si Adhojan decía alguna cosa más, terminaría llorando en cualquier momento. Tanto tiempo sin verse, y cuando se vieron de nuevo, solo fue por un instante. Sabía que ese día llegaría, pero tenía la pequeña esperanza de que Adhojan no se fuera, sino que se quedara unos días más... Incluso podía acompañarlos en su viaje. Pero era ilusiones.
Mariska no pudo decirle nada de eso, así que solo sonrió y le dio dos palmadas en el brazo
—Ah —dijo Mariska—. Entonces que te vaya muy bien.
Las palabras fueron secas, lo sabía. Incluso su madre la miró de reojo, pero a Adhojan no pareció molestarle, solo asintió sin una gota de tristeza en sus ojos o de que alguna vez hubieran sido cercanos.
—Adiós, Mariska.
Esas cosas sucedían. Era normal. Las personas cambiaban al igual que los sentimientos.
Adhojan pasó a su lado y se alejó y Mariska no lo siguió con la mirada hasta que estuvo lo suficientemente lejos. Conforme más se alejaba más quiso gritarle, más quiso decirle que aquello no era justo, no después de creer que había muerto, más quiso correr detrás de él, detenerlo y preguntarle por lo que había pasado hace quince años atrás. ¿Pero para qué? ¿Para hacer su partida más difícil para todos?
No hizo nada de eso y una vez más, lo vio partir. Ahora solo, en la tarde. Ahora no volvería.
Su vista se nubló en lágrimas.
—Mari, tenemos que ir a la panadería, dejamos al nuevo solo y ya sabes cómo se pone a estas horas —dijo la madre de Mariska.
—Sí.
—Por cierto, Ashe está dormido.
—¿Vino el señor Lekatós? —preguntó para distraerse
—Vino Lidge... —dijo su abuelo con una mueca—. Ese muchachito que no puede ni limpiarse solo el cu-...
—¡Erden Alerant!
—No estoy mintiendo —dijo el abuelo y desvió la mirada ante el regaño.
—¿Qué dijo? ¿Cómo sigue Ashe? —preguntó Mariska.
Los últimos tres días habían sido bastante agitados. Después de que Ashe intentara irse, de que hablaron con él y de que él terminara durmiéndose, Lekatós había ido a revisarlo, sobre todo porque se veía pálido y ojeroso.
Al parecer, incluso con la ayuda de Lekatós, Ashe no había dormido ni comido bien en los últimos días, de nuevo se había agotado hasta el cansancio, así que él sugirió dejarlo descansar unos días. En esos tres días había estado medio despierto algunas veces para preguntar en dónde estaba, para pedir perdón por terminar así de nuevo y por molestarlos por cuidarlo. Era todo efecto del incienso de Lekatós, y si no hubiera sido tan fuerte, Mariska estaba segura de que ya estaría de pie de nuevo, trabajando como si nada.
—Lidge preparó incienso —dijo su madre—. Tal vez deberías ir a ver cómo está Ashe por cualquier cosa...
Mariska asintió, se despidió de sus abuelos y su madre en la entrada, y cuando estuvieron lejos y ella estuvo sola, hizo un puchero, se enjugó los ojos y abrió la puerta de la casa. Se quedó en la puerta cuando vio que Ashe acariciaba a sus cabras y les estaba dando un poco de heno. Se veía todavía pálido y ojeroso, pero a pesar de eso, se había cambiado de ropa y se había atado el cabello en una coleta corta.
Mariska se preguntó por qué diablos se despertó en aquel momento. No quería que la viera así.
Mariska dibujó una sonrisa y se acercó a Ashe.
—Se supone que deberías estar dormido, ¿qué haces aquí? —dijo Mariska—. Ve a descansar o voy a arrastrarte yo misma.
Ashe sonrió con la misma gentileza de siempre y negó con la cabeza mientras su cabra mascaba la hierba de su mano.
—Si duermo para siempre mi cerebro se hará pastoso.
—Creo que ya lo está. Sabes que tienes que cuidar tu salud en el trabajo —dijo Mariska con tono de regaño.
Ashe sonrió y asintió acuclillado. Luego, Mariska sonrió. Le alegraba verlo bien, y un poco más animado.
—¿Lidge?
—Se equivocó de incienso y de dosis —dijo Ashe y sonrió—. Mejor así, estaba fastidiado de dormir.
—Pero dormiste bien.
La sonrisa en la boca de Ashe no desapareció, pero sus ojos cambiaron un instante, como si no estuviera ahí. Mariska no logró entender, y Ashe negó:
—No.
Y después de un rato de solo escuchar el masticar de las cabras, Ashe suspiró. Se veía cansado todavía. Mariska quiso preguntarle por qué, cómo se sentía, si estaba bien, incluso pensó en arrastrarlo por el cuello hasta la cocina para obligarlo a comer algo. Pero en cambio, él fue quien habló primero:
—¿Estás bien, Mari? —preguntó Ashe.
—¿Por qué no estaría bien? —rio Mariska.
Ashe la miró con los ojos en blanco.
—¿Adhojan?
—Pfff —dijo Mariska—. Claro que estoy bien. ¿Qué tiene que ver él?
»No es como si me importara tanto...
Ashe la siguió mirando con los ojos en blanco.
—¿Qué? No es como si esperara que nos acompañara. Tiene sus propias cosas que hacer.
»Además, se quedó días de más solo para ayudarnos, era tiempo de que se marchara.
»¡Ashe, no me veas así!
Ashe desvió la mirada a sus cabras, dejó de tocar a una de ellas y tomó un cepillo que tenía a su lado, alargó la mano a través de la cerca y cepilló a la más grande. Mariska creyó que había zanjado el asunto para entonces y se recargó contra la cerca para ver a las cabras. Ashe estuvo silencioso hasta que de la nada habló de nuevo.
—Te preocupa.
—¡Claro que sí! —admitió Mariska.
Después de eso hizo un puchero y le dio la espalda a Ashe.
Ashe se había rendido para entonces y decidió no forzar más las cosas. Aquello que Mariska sentía por Adhojan era algo que Ashe jamás entendería, y molestarla con eso solo parecía lastimarla más. Quería ayudarla, pero no había palabras, solo podía estar con ella.
Entonces, Mariska sorbió la nariz, apretó los labios y comenzó a sollozar por lo bajo dándole la espalda a Ashe. Él la miró, cuando la miró enjugarse los ojos entendió y su corazón se estrujo. No dijo nada, se levantó, se acercó a ella y entonces Mariska comenzó a llorar alto, largo y tendido.
Ashe le pasó el cepillo y ella comenzó a cepillar a la otra cabra mientras lloraba.
Se quedaron un buen rato en el patio así, hasta que las lágrimas dejaron ojos hinchados y una nariz roja. Ashe la acompañó en silencio y cuando Mariska se enjugó las lágrimas y giró sobre sí para ver a Ashe, él la miró con preocupación.
—¿Mari?
—¿Qué? —dijo ella con la nariz congestionada—. No es como si me importara.
»Es un idiota, ¿por qué no mandó ninguna carta?
Ashe le pasó un manojo de heno y ella comenzó a destrozarla de poco en poco mientras se quejaba de Adhojan. Ashe solo asentía y escuchaba.
—¡Hasta el imbécil me preguntó si teníamos algo tú y yo! —exclamó Mariska—. Como si te gustara algún ser humano de esa forma. En lugar de hablar.
»Lo odio. Si lo vuelvo a ver, lo voy a arrojar a los caballos... o a tus cabras.
Ashe se rio suavemente y negó con la cabeza. No conocía la historia de cómo se conocían ellos dos, pero de verdad sentía que eran todo un caso cuando se trataba del uno al otro. No lo dijo en voz alta para que Mariska no se enojara aun más. Luego de que Mariska refunfuñara por un buen rato y maldijera a Adhojan por otro más, ella suspiró.
—Espero que An'Istene lo cuide.
Ashe no dijo nada y solo asintió. Entonces Mariska alzó las cejas y sacó un papel y se lo tendió a Ashe, eran las instrucciones de la caravana para mañana. Ashe las leyó sin entender por qué Mariska le daba eso, cuando miró su sonrisa, ladeó la cabeza.
—¿Recuerdas la promesa?
Ashe frunció el ceño. Realmente no recordaba nada luego de contarles parcialmente la verdad a la familia Alerant. Les contó que en realidad había huido de casa, de su familia adoptiva y que tenía una madre en alguna parte del mundo. Había evitado hablar del templo en general.
—¡Vamos a buscar a tu madre! ¡Ya hice los planes!
Si Ashe hubiera tenido algo de comer en las mejillas, se hubiera atragantado en aquel instante. Sin embargo, miró a Mariska atónito y cuando se dio cuenta de su gesto, la cabra más joven ya se estaba comiendo su manga. Entre Mariska y Ashe lograron salvarlo, pero la manga amplia quedó con mordisco. Mientras Mariska se ahogaba entre risas, Ashe no estaba entendiendo nada y leyó el papel de nuevo,
—¿Cómo? ¿Y tus abuelos?
La sonrisa de Mariska se borró.
—Ellos ya le habían insistido a Sibán que me dieran este empleo... Yo tampoco quería, pero te hice una promesa.
—¿A mí? —preguntó Ashe y sus orejas enrojecieron y desvió la mirada y susurró muy bajito—. Pero no te pedí nada...
—Ashe, ¿quieres conocer a tu madre?
Ashe se dio cuenta de que había metido la pata, ¿qué les había dicho exactamente esa noche? Él desvió la mirada.
Creció preguntándose por qué sus padres lo habían abandonado en el templo, por qué sus maestros y su hermano no se parecían en nada a él respecto a rasgos faciales, le había preguntado a su maestra... Y luego dejó de importarle hasta que la maestra mayor la mencionó en sus diarios. Seguía sin estar seguro de si eran la misma persona, pero si ella seguía viva, quería saber por qué se fue y lo dejó ahí.
No por reclamarle, entendía de cierta forma por qué hizo lo que hizo. Tampoco esperaba que existiera un vínculo madre e hijo ahí y que ella lo recordara o lo aceptara. Era una prueba egoísta que él mismo quería hacer... Planeaba hacerla antes cuando pensó en irse, y ahora la oportunidad estaba ahí.
Apretó los labios. Temía la respuesta de esa prueba, pero por eso había querido marcharse y enfrentarse a eso él solo.
—¿Y...? —preguntó Mariska.
Ashe apretó los labios, a veces, simplemente tenías que romper un vitral, abrir un mecanismo imposible de abrir, entrar a la Cámara del Tesoro Negro y ayudar a un guerrero —o robatumbas— y a un Ashyan a escapar. Otras veces, las más difíciles, era aceptar una verdad, decir un sí, reconocer lo obvio, recibir medicina de un mentor o aceptar la ayuda de una amiga. Inhaló profundo.
—Sí.
—¡Bien! Porque todavía tenemos que encontrar una manera de que me acompañes.
Ashe frunció el ceño, porque la sonrisa maquiavélica de Mariska no le gustó para nada. Y cuando lo miró directamente a los ojos, supo que estaba condenado y que tendría que seguir sus planes.
01/12/2023
Abandonar el Nanowrimo fue una decisión que me puso bastante triste porque ya estaba demasiado cerca de la mitad de la novela y también llevaba un buen ritmo de escritura, pero ya sabe, la uni y todo quita tiempo. De hecho, no creí ser capaz de corregir esto antes de la fecha de publicación, pero eyyy, hacer el espacio fue lo correcto, solo que necesito descansar y estoy muerta muerta. Es un sacrificio que necesito hacer si quiero escribir, y debo dejar de procrastinar tanto.
So, igual planeo irme de hiatus, pero espero para diciembre publicar el resto del capítulo 4 y el 5 o interludio, veré si se puede.
Hablando de otras cosas, el otro día buscando en pinterest algunas referencias, me apareció esta y pensé: yeah, he looks like Ashe, quizá el cabello más corto ahora que está afuera, tho (?) No le gusta llevar el cabello largo, le gusta dejarlo al hombro. El abuelo de Mariska le ayuda a cortárselo, porque la última vez que Mariska lo ayudó, lo dejó más largo de un lado que del otro, pero esa es otra historia.
No encontré al artista, tho :p ehe, voy a ver si lo encuentro en estos días.
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