3.2. Por una vida sin preocupaciones

ADVERTENCIA: Este capítulo incluye tópicos sensibles como trauma, abuso físico e ideación suicida. 

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Mientras molía las hierbas para las medicinas del siguiente día, Ashe estaba intranquilo. Tenía la vista fija en el mortero y en el pistilo en su mano, pero estaba en espera de que algo sucediera en cualquier momento. Su vida, después de todo, había estado llena de esos momentos, desde esperar a que el silencio se convirtiera en gritos y regaños, en el sonido de su piel, en metal contra metal. Era la espera porque alguien se diera cuenta de sus errores o por un silencio sepulcral favorecido por la nieve que terminaría en un parpadeo.

A partir de ese día solo tenía un año si no sucedía nada aquel día.

Dentro de un año, el sello de pájaro consumiría su vida lentamente hasta incinerarlo por dentro, hasta arrasar con él, hasta derretirlo sino se completaba. Pero completar aquel sello no era opción para él. Aquel último sello era lo que hacía a los guardianes de Kirán.

Era cierto que había gente con la marca fuera del templo, que sufrían el mismo destino sin la marca completa una vez cumplían veintidós en su Tercera Ceremonia, pero era distinto al sello de los guardianes de Kirán. Ellos nacían con su marca, a Ashe le trazaron el sello cuando decidieron que sería un guardián. Para ellos, la marca representaba el uso del Kevseng y una bendición de An'Istene, para los guardianes eran cadenas que los ataban a un templo, a no tener un nombre, a Kirán y a An'Istene. Las vidas de la gente afuera no habían sido otorgadas como pertenencias a un rey muerto.

Por eso, Ashe había decidido que no completaría su sello, y que no tendría su tercera ceremonia.

Cuando le dijo eso a la familia de Mariska y ellos preguntaron por qué, él había respondido que no creía en esas tradiciones. Cuando su mentor se lo preguntó, respondió lo mismo. Nadie sabía sobre su sello, pero era mejor así. Le debía demasiado a la familia de Mariska, había tomado demasiado de aquella vida falsa y al final no había hecho nada por ellos más que ser una carga. Era mejor si jamás sabían a quién habían ayudado.

Y sí, Ashe lo sabía, sabía que no estaba siendo razonable. Cuando el dolor comenzó, cuando creció con ferocidad y Adhojan lo reconoció, recordó algo que había olvidado: no podía vivir aquel sueño tonto por una eternidad. Había vivido ese último año con una mentira para seguir, como un sueño... Pero a pesar de todo lo que hiciera, el final siempre iba a ser el mismo para él.

Pero estaba bien.

Estaba bien incluso si moría.

Lo había aceptado antes. Lo había aceptado tantas veces que ni siquiera estaba seguro de si alguna vez fue diferente. Había aceptado iba a morir cuando su hermano se fue, cuando se quedó solo en el templo, cuando entró a la Cámara del Tesoro Negro, había aceptado que moriría en el desierto después de que el deseo de vivir se había quemado en el sol, podía aceptar que moriría en un año si toleraba el dolor.

¿No había deseado aquello antes? Lo recordaba vagamente, la sensación de descansar, de dormir por una eternidad... de comenzar de nuevo en una nueva vida donde no sería un guardián. Algo que había deseado cuando su vida estuvo al borde de los terrenos de Ahrim.

Quizá en otra vida las cosas serían diferentes. Quizá en otra vida hubiera tenido una vida feliz. Pero no se atrevió a seguir con esas ideas, no podía hacerles eso a los Alerant.

Siguió moliendo en movimientos circulares algunas hierbas, mientras su corazón era aplastado en el mortero. Cerró los ojos. Tal vez aquello era el castigo de Kirán y An'Istene por abandonar su labor.

Y se recordó a sí mismo una decisión olvidada entre campos de flores y la tranquilidad de esa vida falsa: «Tengo que irme de aquí...». Era el plan desde un tiempo atrás, solo necesitaba-...

—¡Ashe! —gritó alguien a su lado.

Ashe abrió los ojos y encontró a Lidge, el aprendiz que el señor Lekatós había aceptado unas semanas atrás. No sabía qué pensar de él, Mariska le había contado algunas cosas acerca de él, y a pesar de que llevaban trabajando juntos poco tiempo, Ashe pensaba que Mariska tenía razón en algunos aspectos. Lidge era demasiado ruidoso, gritón y torpe, a veces hasta grosero. Pero esas no eran las razones por las que había comenzado a detestarlo.

Era más bien rabia mezclada entre recuerdos. Y cada vez que lo pensaba no podía dejar de sentirse enfermo consigo mismo por pensar tonterías.

Lidge solo tenía dieciséis años, pero cuando Lekatós le enseñaba con tanta paciencia, sin recibir ni un solo regaño o grito, Ashe sentía un nudo en su garganta y tenía que alejarse. Cuando Lidge le rogó que le enseñara a trazar phens después de ver la marca en su mano diciendo que tenía una marca de Kevseng, Ashe aceptó solo porque Lekatós se lo pidió, pero cada vez que tenía que sentarse junto a Lidge, cada vez que tenía que trazarlos y enseñarle como sus maestros hicieron con él, se sintió enfermo. Incluso cuando negó que tenía una marca, tuvo que soportar las náuseas, y tuvo que enseñarle incluso con sus gritos y su torpeza.

Cuando Lidge los usaba frente a Lekatós, aunque estuvieran mal trazados, recibía halagos de todos, de los pacientes, de los compradores, de Lekatós, y cuando eso sucedía, Ashe se inventaba alguna excusa para huir de ahí al menos para respirar.

Por eso, cuando le habló en aquel momento mientras terminaba las últimas medicinas del día, Ashe pensó en miles de excusas para no tener que enseñarle ese día.

—Asheeeee —llamó Lidge—. ¡Feliz cumpleaños!

Ashe lo miró con los ojos en blanco y aguardó a que terminara, si le pedía que le enseñara a trazar un phen iba a negarse, se dijo. Lidge sonrió ante su expresión y le ofreció una pequeña caja de madera con un listón anaranjado. Ashe miró la caja en sus manos un buen rato, y Lidge solo la acercó más y más hacia Ashe hasta que él desisitió y la tomó.

—Ábrela —dijo Lidge y sonrió—. El doctor Lekatós me ayudó a elegir y a comprar el regalo.

—No era necesario —dijo Ashe sin abrirla.

Lo cierto era que había mentido sobre la fecha de su nacimiento. Incluso con el diario de la maestra mayor, desconocía la fecha. Cuando conoció a Geriel y a Erden, no pudo decirles eso, porque sabía que eso levantaría sospechas, así que usó la fecha de su segunda ceremonia, el 20 del décimo mes. Lo que no esperaba después de decirles, fueron los regalos que le dieron el año pasado sin pedir nada a cambio. Era una costumbre extraña que no entendía y a la que no estaba acostumbrado...

Después de sentir por un buen rato la mirada de Lidge, suspiró y lo abrió. Era un broche circular de bronce con un phen de protección. Ashe miró el broche un buen tiempo sin palabras.

—¿Te gusta? Mi abuelita lo trazó, y el doctor Lekatós lo envió a la forja —dijo él—. Dijo que te protegerá de todos los peligros del mundo.

Ashe no habló y solo miró el broche por un buen rato, sin atreverse a tocarlo. Por más que odiara el Kevseng y los phens en ese punto de su vida, ver aquel phen en específico le apretó el corazón. Ninguno de sus maestros se lo enseñó y entre ellos, solo su maestra sabía trazarlo. Era uno de los phens que él había aprendido por su cuenta cuando era un niño, la razón había sido una tontería...

«Si somos guardianes de algo, ¿por qué solo tú sabes trazarlo?», le había preguntado a su maestra, pero ella le había dicho que se apurara con la lección, y jamás le respondió. Seguía sin tener una respuesta, pero «Te protegerá de todos los peligros del mundo», sonaba a una excusa a la que quiso aferrarse al menos por ese día.

—¿Te gustó? —preguntó Lidge de nuevo y luego hizo un puchero—. No te gustó, ¿verdad?

—Gracias, Lidge —dijo Ashe y sonrió genuinamente.

—¡Sí!

Lidge se levantó de la silla, golpeó la mesa en donde Ashe había estado moliendo las hierbas, y el mortero cayó al suelo y se rompió en mil pedazos. Ashe suspiró rendido.

—Perdón... Es que me emocioné —dijo Lidge y se rascó la nuca—. Eh... Te iba a decir que mi abuelita dijo que lo uses en la ropa...

»Deja lo recojo.

Ashe levantó la mano.

—No te preocupes —dijo él—. Lo recojo en un rato.

—¡Gracias, Ashe!

Ashe cerró la caja de nuevo, y la dejó sobre la mesa para ir por una escoba para barrer. Cuando volvió, Lidge ya había sacado otro mortero, estaba leyendo la lista de ingredientes y había sacado frascos de hierbas. Mientras Ashe limpiaba los restos, Lidge volvió a hablar

—Oye, Ashe, ¿no se te va a hacer tarde?

Mientras Ashe recogía la porcelana rota preguntó:

—¿Tarde para qué?

—Al parecer Mariska te estaba organizando una comida sorpresa.

Ashe se detuvo mientras tomaba un pedazo de porcelana y miró a Lidge. Realmente pensaba que Lidge era un caso perdido, incluso con el regalo. Ashe sonrió para sí mismo... quizá sus maestros pensaban lo mismo de él, pero Lidge solo era joven.

—Entonces ya no es sorpresa.

—Oh. ¡Oh! —exclamó Lidge—. ¿Crees que Mariska se enoje?

Ashe rio un poco.

—Sí.

—Ya es tarde... ¡Ya es tarde! —repitió Lidge y se dio una palmada en la frente—. El doctor Lekatós me dijo que te corriera a las cinco.

Ashe sonrió de nuevo, eran más de las nueve para ese punto. Tal vez por eso su mentor había actuado extraño, sobre todo porque siempre era él quien solía quedarse hasta tarde para preparar las dosis del siguiente día junto a él. Tal vez también había ido a celebrar.

Ashe terminó de recoger el mortero roto y luego de ver a Lidge con un frasco de hierbas incorrecto, decidió intervenir y al final, terminó moliendo todo de nuevo mientras Lidge se disculpaba por su torpeza y observaba todo desde la silla.

—¡Ya eres un profesional! —dijo Lidge de pronto—. Eres muy bueno.

Ashe lo miró de reojo, pero no dijo nada de inmediato. Cumplidos así lo hacían sentir incómodo, así que se detuvo y limpió el sudor de sus manos en su regazo.

—Sigo aprendiendo —dijo Ashe.

—¿No vas a irte? Te están esperando.

Ashe sonrió un poco, pero no dijo nada. No era que no quisiera ir, pero la idea de ser el centro de atención no le atraía para nada, mucho menos ese día y sin saber cuánta gente habría. Tampoco lograba comprender del todo por qué la gente en Istralandia disfrutaba celebrar el nacimiento de otras personas, por qué era para ellos así de importante. Para Ashe era un día común.

—Deberías ir —dijo Lidge—. Mucha gente quiere verte feliz.

Ashe lo miró y entonces decidió preguntarle aquello que estaba pensando.

—¿Por qué son tan importantes los cumpleaños?

La pregunta había sonado un poco amarga, pero no tuvo tiempo de explicar cuando los ojos de Lidge se iluminaron, y antes de que volviera a golpear la mesa, Ashe alzó el mortero, y solo con ver ese movimiento, Lidge se contuvo.

—¿Por qué? —dijo Lidge—. Porque es divertido, y muestras lo mucho que quieres a una persona importante para ti.

Aquella respuesta no lo convenció, y terminó de moler las hierbas en silencio. Cuando terminó, envolvió cada paquete en papel y los ató con un cordón antes de ponerles una etiqueta con pincel y tinta. Lidge ayudó a guardar las cosas y ambos salieron de la boticaria casi a las once.

—¡Disfruta el festín, Ashe! —gritó Lidge y se despidió—. ¡Hasta luego!

Ashe lo vio partir y cuando estuvo lo suficientemente lejos, Ashe volvió a entrar a la boticaria, llevó algunas lámparas de Sol al escritorio y encendió algunas velas y comenzó a trabajar de nuevo. Agradeció que no estuviera el señor Lekatós y cuando terminó de moler las hierbas les agregó el ingrediente final. Cuando terminó, guardó todo y salió de nuevo de la boticaria, y se dirigió a casa.

Para esa hora, Ashe esperaba que no hubiera nada en casa de los Alerant, quizá todo habría acabado, y sí, quizá le preguntarían muchas cosas al día siguiente, pero eso sería todo. Luego de eso... Ashe alzó la cabeza y miró al cielo, había estrellas. Ashe ya no estaría en Vultriana al día siguiente. Lo odiarían al principio, luego reconocerían lo mala persona que era, descubrirían quién era y con el tiempo lo olvidarían. Iba a estar solo de nuevo, pero era natural, un sueño así, una vida sin preocupaciones se iba a desmoronar en algún momento, y prefería hacerlo él mismo, a que lo hiciera aquella marca en su pecho, aquella inutilidad suya, aquella vida sin camino.

Sin embargo, cuando Ashe abrió la puerta de casa, pensó que tal vez debió esperar más... No, tal vez. No pudo moverse de la entrada. Había lámparas de papel iluminando el patio y algunas sillas y cajones de madera repartidos alrededor de la casa. Algunos estaban vacíos, pero uno de ellos estaba ocupado por Lekatós, que estaba dormido, y otra por Adhojan, que alzó la cabeza apenas lo vio. Mariska estaba en el patio dando vueltas, se detuvo y lo miró en aquel instante. La madre de Mariska y sus abuelos se ssomaron en aquel instante. Ashe quiso retroceder y salir... que de pronto el sello lo destruyera, que el suelo se abriera y cayera dentro. Antes de poder hacer algo, Mariska se acercó. Odió ver esa mirada en su rostro.

—¿Qué pasó? —dijo Mariska—. ¿En dónde estabas, Ashe? Lekatós dijo que estarías aquí a las cinco.

Ashe podía ver por completo la preocupación en el rostro de Mariska y en sus abuelos, apretó los labios y antes de hablar cerró la puerta detrás de él.

—Lidge... Hubo un accidente. Me quedé limpiando —explicó Ashe.

—¿Pero sí te avisó?

—Me dijo que me fuera a las cinco —mintió Ashe para salvar el pellejo de Lidge al menos un poquito—. Pero no podía dejarlo solo en la boticaria...

—Ese mocoso... —dijo Mariska y apretó el puño y luego retrocedió—. ¡Feliz cumpleaños, Ashe!

»Bueno, ya se fue Sibán con su familia, y también los niños. Y... Y ya comimos todos... Pero te dejaron regalos —dijo Mariska tratando de componer una sonrisa—. Mis abuelos te prepararon algo, ven.

Ashe sonrió un poco, pero la sonrisa se sintió fingida mientras la seguía. Comió dentro de la casa mientras corrían a Lekatós y recogían afuera. Habían preparado un platillo totalmente distinto con sabores que jamás había probado, y mientras comía en silencio, los abuelos de Mariska lo acompañaron mientras le contaban algunas historias de su juventud.

Para cuando terminó de comer, Ashe estaba cansado de todo, de aquello, de trabajar hasta tarde en la boticaria, pero no lo dijo. Se despidió de su mentor, le agradeció el regalo y se disculpó con él por el mortero. Y cuando solo quedó la familia Alerant y Adhojan, antes de que Ashe fuera a acostarse, Mariska se acercó a él.

—Ashe.

Él la miró y ella sonrió.

—Si pudieras pedir cualquier deseo hoy y se fuera a cumplir, ¿qué pedirías?

—¿Un deseo?

—Lo que tú quieras.

Ashe se mordió la mejilla y desvió la mirada. Algo que deseara... Miró sobre el hombro de Mariska, los abuelos estaban hablando mientras Adhojan escuchaba y ayudaba a la madre de Mariska a guardar las ollas. Ashe miró a Mariska. ¿Tenía que decirlo en voz alta?

—Deseo...

—¡Shh! No lo digas en voz alta.

—Oh...

Ashe miró a Mariska que seguía sonriendo, y cerró los ojos. Si pudiera desear algo... Había muchas cosas que deseaba, muchas de ellas egoístas y sin sentido, muchas que no se cumplirían. Aun así, lo deseó, y deseó que aquel deseo se volviera realidad en otra vida. Abrió los ojos y encontró los ojos inquisitivos de Mariska.

—Espero que tu deseo se cumpla, Ashe —dijo Mariska y entonces alargó sus manos con una caja alargada de madera—. Y espero que te guste mi regalo, me costó escogerlo, ¿sabes?

Ashe sonrió.

—Gracias, Mari.

—Feliz cumpleaños, Ashe.

De pronto, Ashe pensó que tal vez no debió mentirles acerca de su cumpleaños... Antes de poder abrirlo, el abuelo de Mariska salió de la cocina con una botella y tres pequeñas copas, y las mostró a Mariska y a Ashe.

—Vamos a celebrar tu cumpleaños, Ashe. No todos los años se cumplen veintidós.

—¡Erden Alerant! —llamó la abuela desde la cocina.

—Abuelo, ¿otra vez? —dijo Mariska cansada—. Ya te dije que Ashe no puede.

—Solo es una copita... Además, Adhojan aceptó —indicó el abuelo.

Mariska y Ashe miraron sobre el hombro del abuelo, y ahí estaba Adhojan, bebiendo como si nada. Los miró de reojo antes de volver su atención a la madre de Mariska.

—¿Qué dicen? —dijo el abuelo con una sonrisa amplia, pero juguetona.

Pero para sorpresa de Mariska, de la abuela y del abuelo, Ashe negó con la cabeza.

—Hoy no, gracias —dijo él—. Estoy un poco cansado, perdón.

La expresión alegre del abuelo rápidamente se tornó en tristeza que borró de inmediato, pero bajó las copas y su tono de voz cambió también. Ashe se sintió un poco culpable... Solo hacía que esas personas se preocuparan por él...

—Entonces será en otra ocasión —dijo el abuelo—. Ve a descansar, Ashe.

Asintió, se despidió del resto de la familia y de Adhojan y sin abrir el regalo de Mariska, subió al cuarto que le habían prestado. No quiso mirar sus rostros, no quiso pensar en las expresiones que pusieron cuando se fue... Sabía que, si lo hacía, imaginaría algo desagradable. Dejó el regalo de Mariska junto al de Lidge en una mesita, y se echó a la cama.

Tal vez era momento de llevar a cabo su plan. Cerró los ojos contra la almohada. Pero si podía al menos disfrutar esa vida un poco más, si su deseo de cumpleaños se podía cumplir al menos por un instante... No quería dormir, no cuando sabía qué vendría, pero el sutil aroma a hierbas e incienso, un aroma nuevo en su vida, el sabor de especies en un plato caliente y nuevo, gente que habían planeado algo para él, la felicidad efímera de un sueño de arena lo sumergieron rápidamente.

Pero ahí no había, solo había una figura vestida de negro, un rostro olvidado en años, perdido en su memoria, pero con ojos glaciales a punto de herirlo.

—Ahora te pudrirás para siempre en la tierra sin tu sello... ¿Quieres arrastrarlos a ellos al Confín contigo?


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