3.1 Por una vida sin preocupaciones

No estás en el templo.

No eres un guardián, eres Ashe.

Todo estará bien.

Se repitió aquello una y otra vez durante la noche cada vez que despertaba de sus sueños y descubría que no estaba en casa de los Alerant, no estaba en aquel cuarto libre que le habían prestado, no podía oler más que medicina. Y no podía moverse. Al entreabrir los ojos solo veía sombras que no lograba entender y temía por un momento haber vuelto al templo. «No estás en el templo», se dijo y cerró los ojos.

Mientras volvía a sumirse en sus sueños, sintió una mano acariciar su cabeza. Abrió los ojos y estaba rodeado de paredes negras, en una pequeña cama en un lugar helado. No pudo moverse, no pudo apartar su mano ni decir nada.

—Que patético.

Ashe se mordió la lengua mientras las manos quemaban su cabeza, retorcía sus entrañas. Quería apartarla, quería huir, pero no podía moverse, como años atrás, cuando ella hizo lo mismo.

—¿Creíste de verdad que esto duraría? —preguntó ella—. ¿Sigues creyendo que no hay un precio por huir del templo?

»Debes regresar. Morgunstjarna te abandonó aquí, el mundo te abandonó aquí, tú único propósito en el mundo es a-...

—Mi madre... —susurró Ashe.

Sus ojos se habían humedecido, cerró los ojos.

—¿Crees que le importas? —preguntó la maestra mayor—. Después de lo que pasó hoy, ¿crees que alguien te aceptará cuando sepan quién eres? Patético. Sigues siendo un idiota.

Ashe desvió la mirada al vacío, a su cuarto, no podía ver a la maestra mayor en la oscuridad. Y no pudo responder, ni moverse, solo cerró los ojos, e hizo lo único que podía hacer al escuchar esas palabras, sus comentarios, dejar que se enterraran, sin mirarlas, sin escucharlas. Ellos habían muerto.

Ashe sabía que mentían. Su madre se había ido por otras razones, por eso había dejado un mapa y un silbato para encontrarla... Su sueño, aquel sueño, no era de arena, era roca sólida, existía. Ella estaba afuera, en el mundo.

Y despertó de nuevo.

Aquella vez supo que sí estaba despierto porque el dolor de su pierna estaba de nuevo ahí. El efecto de la medicina se había disipado, pero el sutil olor a hierbas molidas seguía permeando el aire. No estaba en el templo y no era un guardián. Jamás quiso ser un guardián.

Contempló el techo por un buen rato hasta que decidió que era suficiente. No podía seguir lamentándose así, y se levantó a moler algunas hierbas medicinales que el doctor Lekatós le había dejado de trabajo hacía unos días. Todavía necesitaba entregarlas.

Al menos podía hacer eso antes que aquel sueño terminara.

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Cuando Ashe volvió a casa, Adhojan se disculpó, pero para Mariska, eso no cambió el hecho de que las cosas no eran iguales. Ashe aceptó las disculpas, pero ahora permanecía en silencio en los desayunos, con los ojos perdidos. Sí, alimentaba a sus cabras como siempre, y como siempre, también ayudaba a sus abuelos a llevar algunas cosas a la panadería, pero a diferencia de otros días, permanecía en silencio, como si solo fuera una sombra.

Además de eso, costaba llamarle la atención, y había ojeras debajo de sus ojos, y cuando Mariska le preguntó si estaba bien, solo asintió y sonrió con cansancio. El señor Lekatós le había confirmado a su abuela que la pierna de Ashe progresaba bien, que solo había sido un corte, y había mejorado bastante en esas dos semanas. Y Ashe también había dicho que se sentía mucho mejor.

Aun así, Mariska no entendía por qué, si Ashe hacía lo mismo de siempre, la misma rutina, si se despedía de la misma manera antes de ir a trabajar, ella no se sentía tranquila. Y mucho menos, entendía por qué, cuando Mariska tenía que ir al gremio, él se iba antes en lugar de acompañarla como siempre.

Por eso, aquel día, después de terminar su trabajo y escuchar los sermones de Sibán acerca de su futuro, e ir a saludar a sus abuelos y a su madre en la panadería, Mariska fue a buscar a Ashe en la boticaria.

—Ashe se fue hace un buen rato —dijo Lekatós mientras envolvía un paquete con hierbas y luego se inclinó hacia el frente—. ¿Sibán sigue con problemas?

Mariska frunció el ceño y luego miró al doctor con los ojos en blanco.

—¿Por qué no le pregunta usted? —dijo Mariska mordazmente y el señor Lekatós hizo una mueca—. ¿A dónde se fue Ashe? No estaba en casa.

—Si no está en casa, no lo sé —dijo Lekatós—. Dijo que iría a la panadería... por cierto, dale esto, la receta viene dentro.

El señor Lekatós le tendió una bolsa a Mariska y ella lo tomó con cuidado, lo olió, pero solo había un aroma floral. Mariska frunció el ceño y lo señaló.

—¿Para qué o qué?

—Para el insomnio —explicó el señor Lekatós.

—¿Ashe tiene insomnio?

—No se los dijo —afirmó el señor Lekatós frunciendo el ceño—. Ese niño... No es grave, quizá solo es la emoción de su tercera ceremonia.

Mariska sonrió como respuesta, guardó la bolsita y asintió.

—Sí, seguro es eso —confirmó y se dio la vuelta—. Adiós, doctor.

Mariska pensó que tal vez era por eso que estaba diferente. De nuevo tenía insomnio, pero no pudo evitar preguntarse cuánto tiempo llevaba sin dormir bien, y por qué no se lo había dicho a nadie en casa. Además, no tenía sentido que fuera por la tercera ceremonia, él mismo había dicho que no le interesaba algo así... pero Mariska no pudo evitar pensar que era por Adhojan. ¿No había sido suficiente?

—Oh, por cierto, Mariska —dijo Lekatós y Mariska se detuvo—. ¿Podrías preguntarle a Ashe que otro día puede enseñarle más phens a Lidge?

Mariska frunció el ceño y miró a Lekatós extrañada...

—¿Phens?

—Sí, ya sabes cómo es Lidge. Jamás aprende nada hasta que lo necesita...

A pesar de que Mariska quiso comentar algo acerca de Lidge, no pudo evitar llenarse la cabeza de más preguntas. «¿Ashe sabe escribir phens? ¿Es un usuario del Kevseng?». No era posible. Si eso era cierto, significaba que tenía una marca y estaba en peligro... Nadie en su sano juicio ocultaría algo así. Pero Mariska no estuvo segura.

Quizá estaba siendo paranoica con lo que Adhojan le había dicho de Ashe, quizá era Ashe por si mismo. Ashe era Ashe, casi su hermano, un invitado.

Mientras se alejaba, se dio cuenta de que no sabía en dónde podría estar Ashe. Había pocos lugares en los que solían estar juntos, pero el resto del día desconocía a dónde se iba. Mariska se detuvo en medio de la calle. La última vez que lo buscó, ella no lo pudo encontrar, pero los niños sí, así que corrió a buscarlos a donde siempre solían jugar.

Después de negociar dulces y dinero con los niños, ellos le dijeron donde siempre solía estar, y Mariska se preguntó qué hacía ahí exactamente. No quería dejar que más preguntas se formaran, pero fue inevitable. ¿Por qué ahí? ¿Cuánto tiempo llevaba haciendo eso? Y mientras se preguntaba aquellas cosas, subió la colina a las afueras de Vultriana y vio a Ashe sentado bajo a un árbol.

La luz de la tarde caía entre las hojas del árbol en su rostro, y sus ojos castaños estaban perdidos en las montañas del Viento Oeste más allá de los campos de flores. No lucía triste, ni siquiera deprimido, no parecía pensar en nada. Pero sus ojos lucían vacíos, como si su corazón no estuviera ahí, como si mirara más allá de lo que había frente a él.

Mariska se detuvo en seco y no se atrevió a llamarlo.

Mientras lo miraba, quieto como la hierba sin viento, se dio cuenta de que quizá no conocía a Ashe tan bien como creía. Y tal vez jamás lograría conocerlo del todo, habría cosas que él jamás le diría, habría cosas que incluso si le dijera, Mariska no podría solucionar... tal vez ni siquiera entender. Había cosas que tal vez jamás sabría de él. De pronto, la invadió un temor estúpido: ¿Cuánto más les quedaba antes de que Ashe se fuera?

Porque lo sabía bien, Ashe no se quedaría mucho más...

Se mordió las mejillas, y luego miró al cielo azul sobre su cabeza para no pensar más en cosas así. Había algunas nubes rosadas, pero el resto era todo azul. An'Istene estaba a punto de ocultarse detrás de la montañas, pero todavía podía intentarlo. Jamás había sido religiosa, pero Mariska hizo un círculo con sus manos frente a ella y miró a An'Istene, y cerró los ojos.

«A aquel que es noble y justo, a aquel que es cálido, An'Istene, rezo y entrego mi alma a ti para que Ashe tenga una vida sin preocupaciones, feliz y larga. Los pecados se entierran en la tierra, en el cielo el alma se alza contigo». Rezó Mariska hasta que su corazón dolió y cuando abrió los ojos, todavía había luz, pero el sol se había ocultado. Silencio, luego los susurros del viento en la hierba. Nunca había una respuesta clara, pero Mariska quiso aferrarse, quiso creer que An'Istene cumpliría.

—¿Mariska? —preguntó una voz familiar.

Mariska sintió sus orejas enrojecer y quiso huir, pero como pudo, ocultó las manos detrás de su espalda y dibujó una sonrisa para Ashe. Ladeó la cabeza.

—¡Ashe!

Él sonrió de vuelta, pero su gesto no llegó hasta sus ojos, y al mirarlo, Mariska sintió un dolor en el pecho. Tal vez no debió buscarlo después de todo.

—Per- —comenzó Ashe y luego sacudió la cabeza—. ¿Cómo supiste que estaba aquí?

—Soborné a los niños —dijo Mariska y luego suspiró—. Ashe, perdón.

Ashe retrocedió unos pasos, y frunció el ceño.

—¡Oye! ¡No es raro que pida disculpas! Ni siquiera sabes por qué —dijo Mariska, y antes de que Ashe pudiera preguntar, Mariska lo soltó—. Perdón por venir. Es que te estaba buscando.

—Eh...

—Ashe.

—Está bien —dijo Ashe con una pequeña sonrisa cansada—. ¿Qué pasó?

—¿Estabas descansando?

Las orejas de Ashe se tornaron rojas.

—No. Yo... Estaba recolectando hierbas y luego...

Mariska hizo una mueca, y cruzó los brazos.

—Sí —admitió al final—. Solo un momento.

—Está bien, Ashe —dijo Mariska—. No tienes que decir nada más.

—Perdón.

Mariska le dio una mirada asesina y Ashe se dio una palmada en la frente y antes de volver a disculparse por disculparse como siempre, Mariska lo interrumpió de nuevo.

—¿Por qué te gusta estar aquí solo?

La mirada de Ashe se oscureció un momento, miró a las montañas y la poca luz que quedaba un rato, inhaló profundo y suspiró. Luego miró a Mariska y sonrió gentilmente.

—No sé... —dijo Ashe.

Mariska lo miró sin decir nada. Era difícil no hablar, pero era la única forma en que podía hacer que Ashe no cortara sus pensamientos ni sus palabras. Luego, mientras lo miraba, la sonrisa de Ashe desapareció y desvió la mirada de nuevo a las montañas.

— Es una tontería, ¿verdad? —dijo—. Que me recuerde a mi vida antes de llegar aquí...

Mariska estuvo a punto de abrir la boca, pero se forzó a cerrarla, y miró a Ashe. Sus ojos se habían llenado de ese vacío que había visto antes, y el pecho de Mariska se oprimió, pero Ashe no continuó hablando.

—No es una tontería, Ashe.

—¿Por qué me buscabas, Mari? —preguntó Ashe sin mirarla, ni mirar a las montañas.

—No es una tontería, Ashe —repitió Mariska antes de que cambiara el tema.

—Mari...

—Si te gusta estar aquí, no es necesario que justifiques nada a mí ni a nadie —dijo Mariska—. Si te gusta estar solo aquí, también está bien... Pregunté porque... Solo avísales a mis abuelos, ¿está bien?

»Y a mí. ¿Sí? Creí que algo te había pasado —añadió Mariska en un susurro y luego bajó más la voz—. Está bien si quieres espacio... Solo dime para no molestarte y saber que estás bien.

Cuando Mariska soltó esas palabras, se arrepintió al instante, porque no solo se estaba refiriendo a ese momento, pero a todo en general. Ashe apretó los labios frente a ella y asintió lentamente. Mariska se apresuró a añadir rápidamente:

—Vamos a casa, seguro tienes hambre.

Cuando Mariska descendió la montaña, Ashe no se había movido, así que se detuvo a esperarlo y él la miró desde arriba de la colina. Su cabello negro se agitó, y por un momento, Mariska temió que todo fuera a acabar.

¿Tenía el derecho de exigirle algo así a Ashe? Solo se llevaban conociendo un año. Le importaba Ashe, pero sabía que las palabras que había dicho no eran las correctas, no era lo que quería decir. Y entonces, Ashe habló:

—¿Adhojan te dijo?

Mariska ladeó la cabeza y subió de nuevo hasta donde estaba él, antes de sonreír, pero la expresión en el rostro de Ashe no se alivió. No era triste ni sombría, ni molesta, ni nada... Era de nuevo aquello. Era nada, era vacío puro en sus ojos como si estuviera muerto en ese momento, como si todo estuviera acabando. Mariska carraspeó y desvió la mirada.

—Solo me dijo tonterías, no te preocupes mucho por eso.

Ashe no dijo nada. Mariska inhaló profundo y se prometió golpear a Adhojan un poquitín cuando regresaran a casa.

—Sé que solo nos conocemos desde hace un año, pero confío en ti, Ashe.

»Si no quieres hablar de algo, está bien. Hace rato me refería a otras cosas...

Ashe bajó la mirada y farfulló algo que Mariska apenas pudo entender.

—¿Crees que merezco algo después de...?

Las palabras desaparecieron de su voz conforme comenzó a hablar, luego inhaló profundo, la miró y sonrió un poco.

—Perdón, Mari. Estoy diciendo cosas raras —dijo y añadió—. Vamos a tu casa.

Mariska no pudo decirle nada, solo lo siguió, pero las palabras de Ashe seguían flotando por su cabeza. Incluso, aunque trató de hacer conversación como siempre, las palabras solo parecían querer camuflar algo que estaba ahí, algo que no se iría. Las cosas habían cambiado y tal vez jamás volverían a ser como antes, pero sabiendo eso, Mariska volvió a preguntar cosas absurdas y a contar historias tontas, y Ashe, como siempre, sonrió y rio en silencio.

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Mariska se quejó audiblemente mientras buscaba en libro tras libro del gremio, odiaba tener que buscar cosas, pero aquella vez era necesario. Y fue unos momentos después que se le ocurrió la idea de ir a la oficina de Sibán a molestarlo. Cuando abrió la puerta sin tocar, Sibán frunció el ceño.

—Mariska, te he dicho que toques la puerta.

—¿Qué sabes sobre el hierro negro?

—¿Hierro negro? —preguntó Sibán y enarcó una ceja—. ¿No es eso de un cuento de niños?

—Sí, sí, ya sé eso —dijo Mariska y se sentó en el escritorio—. ¿Algo más?

—¿Qué quieres que te diga? Obviamente es un cuento.

—¿Entonces en qué se basa? —preguntó Mariska—. ¿Es cierto que la tumba de Kirán tenía una reliquia de fundido de hierro negro de la espada que usaron para matarlo?

—Shhh, baja la voz, Mari —dijo Sibán—. Las paredes escuchan.

—Ah, perdón —dijo Mariska.

—Y lo dices así como así... No tienes remedio.

Las paredes de las oficinas y las habitaciones en el gremio eran lo suficiente delgadas para escuchar una conversación en el volumen que Mariska solía hablar. ¿Por qué? No lo sabía. Se había dado cuenta de eso en una reunión de Sibán con los mecenas mientras uno de sus compañeros roncaba en un cuarto conjunto, después de eso recibió un castigo. Solía olvidarse de esa historia porque casi siempre hacia los mapas en casa, en los talleres del sótano porque no tenía una oficina propia... Eso no le dolía. En realidad, no le importaba que la escucharan, pero cuando se trataba de cosas prohibidas por el gobierno, era mejor se precavidos en la oficina y con el puesto de Sibán. Pero de todas formas...

—Ya sabes que ese nombre...

—Es el nombre de un hombre muerto, ¿qué pueden hacerme? No es como si la dinastía actual pudiera borrarlo por completo o vigilar quién lo menciona y lo recuerda —dijo Mariska y se cruzó de brazos.

Sibán gruñó en alto mientras se frotaba el entrecejo.

—Mariska, por favor...

—Sibán, necesito sabeeeer —canturreó Mariska y luego hizo un puchero—. Y si te cuento no me creerás.

Sibán suspiró, la miró con cansancio y recargó los brazos en su escritorio.

—¿Y si aceptas el trabajo que te mencioné? Queda poco tiempo, y preferiría que tú fueras...

Mariska cambió el puchero por una mueca y suspiró.

—No sé si pueda irme justo ahora, Sibán —admitió Mariska—. Están pasando muchas cosas en casa, y si me voy así me preocupa que cambien.

—Espero que se resuelvan pronto, Mariska, pero necesito que me digas que sí o que no para conseguir a alguien más.

Mariska se quejó audiblemente y se dejó caer en el respaldo de la silla, miró al techo. Luego de aquel momento, volvió a mirar a Sibán.

—Al menos me puedes decir si sabes algo más del hierro negro —dijo Mariska—. Si me dices, mañana te diré si acepto o no.

—Mari...

—No puedo aceptar y ya. Aunque quiera —admitió Mariska—. No puedo ser igual que mi padre. Ya sabes cómo era.

Había pensado esas palabras para que Sibán aceptara y dejara de molestarla, pero sonaron agrias y amargas en su boca, casi reales. Por el gesto de Sibán, supo que habían surtido efecto en él, pero le desagradó la sensación. Se palmeó el regazo y sonrió.

—Entonces... ¿Sabes algo más?

Sibán suspiró y asintió lentamente antes de susurrar.

—Además de los cuentos, recuerdo que en la facultad, tu padre investigó un poco sobre eso.

—¿Mi padre?

—Sí, antes de escoger la cartografía le interesaba más la mineralogía y metalurgia.

—¿Entonces sí existió?

—No, es un cuento, hasta mi hijo lo sabe. Si hubiera existido deberían de quedar residuos o algún yacimiento, pero no hay nada.

—¿Y si no es un mito?

Sibán se removió en su asiento.

—Si te refieres al fundido en la tumba de Kirán, eso jamás ha sido mencionado en ningún libro.

—Me refiero a otra cosa.

—¿Otra cosa?

Sibán había fruncido el ceño de nuevo y se inclinó un poco hacia adelante.

—Sí.

—Mariska...

—Necesito probarlo antes, pero no tengo manera —admitió Mariska y suspiró.

—Seguramente es hierro normal con alguna tintura como la de los sacerdotes —sugirió Sibán.

Mariska se encogió de hombros.

—No lo comprobé —admitió y luego se inclinó hacia Sibán—. ¿Y qué sabes de mitos?

—Solo lo del rey, que a los Ashyan no les gusta para nada y que los soldados de Ki-... del rey las usaban, ya sabes el cuento de la Dama Obsidiana —dijo Sibán—. Cuentos todos.

Mariska meditó sus palabras, había escuchado algunas cosas al respecto, pero se mentía al creer que las recordaba. No recordaba nada en realidad. Eran cuentos de niños, pero ni ella ni su hermana los conocían por escucharlos en su infancia. Sus padres jamás les habían contado esas cosas, no por temor o por no creer en ellos, sino porque Mariska y su hermana siempre habían preferido correr y hacer travesuras por ahí que sentarse a escuchar a viejos hablar de gente muerta. Eso y que, cada vez que sus abuelos intentaban contarle algún cuento siempre terminaba durmiéndose. Al final los había aprendido a medias de leerlos y escucharlos en el instituto mientras estudiaba.

Tal vez al final tendría que preguntarles más a sus abuelos sobre lo que Sibán decía, o...

—Creo que tengo que leer.

—Mariska, todavía tienes muchas cosas qué hacer, no puedes simplement-...

Antes de que pudiera continuar con su sermón , Mariska se había levantado de su asiento y había salido de la oficina lo más rápido posible. Sibán la miró huir y dejó salir un largo suspiro antes de volver a sus cosas.

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Adhojan caminó en silencio junto a Ashe, y aunque quiso decirle algo, sintió que era mejor así, estar en silencio. Ya le había pedido disculpas y él las había aceptado sin problemas. Ahora, si no quería hablarle, estaba bien, respetaba su decisión y a Adhojan no le podía importar más, de todas maneras no volvería a verlo después, y prefería el silencio a una conversación poco interesante.

Mariska le había pedido a Adhojan que la acompañara después de salir del gremio, y como no había mucho qué hacer y planeaba irse pronto, había aceptado. El problema era que recordaba tanto de esa ciudad como lo que sabía de la actual Mariska y de su mundo. Las cosas seguían moviéndose después de la todo. Como todos se habían ido, al final tuvo que pedirle ayuda a Ashe. Aunque al principio, Ashe había dudado, al final aceptó y lo guio hasta ahí sin una sola palabra.

Cuando llegaron a la entrada principal del gremio, Ashe se detuvo, ajustó el sombrero de paja en su cabeza para que no le diera en los ojos y habló sin mirarlo a los ojos.

—Ese es el gremio.

—Gracias.

Él no dijo nada, solo asintió y se dio la vuelta. Pero antes de que se pudiera alejar más, Adhojan tomó su muñeca.

—¿A dónde vas?

Ashe lo miró, luego miró su mano, pero no hubo respuesta por un buen rato, y Adhojan lo soltó. Ashe bajó la mirada y retrocedió.

—Perd-... Debo de irme.

—Espera —dijo Adhojan—. Creo que no tuvimos el mejor inicio. Perdón de nuevo por lo del otro día.

»No... No actúe de la mejor manera.

Ashe no siguió avanzando, pero tampoco lo miró directo a los ojos. Adhojan todavía no conocía mucho de él, pero de los pocos días que habían compartido habitación, sabía que era tranquilo y callado, y siempre olía a hierbas medicinales. Incluso, con todo lo que había pasado, sin decir una palabra y sin que nadie se lo pidiera, le había prestado su ropa —aunque le quedaba demasiado grande a Adhojan—. Incluso con las sospechas de Adhojan, para ser lo que era, no era tan violento ni devoto como el resto... Además de eso, Adhojan no podía dejar de sentir pena por él, y lo que las generaciones de sus ancestros habían causado. De cierta manera, le recordaba a él antes de transicionar, perdido y atascado por dogmas de un rey muerto.

Ashe lo miró con ojos vacíos, no eran hostiles, pero tampoco mostraban una gota de simpatía, como una estatua en medio de la nieve. Ashe al final suspiró y dijo:

—No importa —concedió—. No pasó nada grave.

Miró a Adhojan y luego a sus pies, abrió y cerró la boca como si estuviera decidiendo si decir lo que diría o no, pero al final lo soltó sin tapujos.

—¿Cuánto llevas conociendo a Mariska?

Adhojan frunció el ceño ante esa pregunta, y sintió sus orejas enrojecerse ligeramente.

—Por un tiempo, ¿por qué?

—Mariska estuvo esperando una carta tuya todos los días.

Su expresión no había cambiado, pero el tono en que lo dijo no fue el de una respuesta genuina, incluso parecía molesto. Adhojan frunció el ceño, y Ashe se dio la vuelta por fin.

—Adiós.

Antes de poder reaccionar y poder preguntarle más a Ashe acerca de lo que había dicho, sintió un golpe en uno de sus costados y todo el aire salió de sus pulmones. Encontró a Mariska riendo a carcajadas a su lado.

—¿Te asusté? —preguntó cuando terminó de reír mientras se enjugaba los ojos—. Hubieras visto tu cara.

Adhojan la miró con los ojos entrecerrados. Incluso si el mundo seguía día a día, si el tiempo erosionaba las montañas y los reyes morían, algunas personas parecían indispuestas a cambiar y a ceder ante el tiempo. Adhojan estaba convencido de que Mariska era una de esas personas. Incluso si había crecido, incluso con todo lo que había sucedido, incluso si sabía poco de lo que hacia ahora o su platillo favorito, ella permanecía con esos malos hábitos de tratar de asustarlo.

—Por cierto... ¿Ashe? —preguntó ella, le dio un codazo y miró en la dirección en la que él se había ido—. ¿Ya son mejores amigos?

—Solo me ayudó a llegar hasta aquí, Mariska —dijo Adhojan—. Y no... Ni siquiera creo que exista eso de mejor amigo, si soy honesto.

—Entonces, ¿yo no fui tu mejor amiga?

Adhojan abrió la boca y titubeó, antes de sonreír y negar con la cabeza.

—Perdón, sabes a lo que me refiero.

—No tengo ni idea de lo que hablas —dijo Mariska—. Ya pareces de esos ancianos de los templos... ¿Te volviste sacerdote o algo?

Adhojan frunció el ceño, y Mariska comenzó a reír de nuevo. Luego miró hacia donde Ashe se había ido, e hizo una mueca.

—Ni siquiera pasó a saludar...

—Lucía enojado.

—¿Enojado? —preguntó Mariska—. Pero si te ayudó a llegar, y eso que dijo que tenía cosas que hacer. Si estuviera enojado hubiera... Hubiera...

—¿Qué?

—Nada —dijo, pero de inmediato le sonrió a Adhojan.

»¿Verdad que es un buen chico?

Mariska avanzó en otra dirección, y Adhojan la siguió. Le sonrió a Mariska, pero decidió decir lo que pensaba, incluso si eso significaba un regaño y un golpecito.

—Parecía molesto de que te acompañara —dijo Adhojan.

Mariska se detuvo, lo miró con ojos en blanco un buen momento antes de soltar una carcajada tan alta que otras personas los miraron. Adhojan le dio unas palmadas en la espalda cuando comenzó a ahogarse mientras tosía y cuando Mariska recobró su compostura miró directamente a Adhojan a los ojos.

—¿Crees que está celoso?

—Pues... Parece que tienen una relación cercana.

Mariska se rio y le dio dos palmadas en la espalda a Adhojan.

—No es como piensas —dijo Mariska y bajó la vista—. Es como un hermano menor para mí.

—¿Pero piensa lo mismo de ti, Mariska?

Mariska frunció el ceño, comenzaba a verse molesta, inhaló profundo y se tocó el entrecejo.

—Adhojan... Adhojan... De verdad que eres todo un caso... —dijo Mariska.

Adhojan no entendía a qué se estaba refiriendo Mariska, así que aguardó a que ella hablara.

—Es mejor que se lo preguntes a Ashe, no voy a estar hablando de sus cosas a sus espaldas. Pero la forma en que nos enteramos es una historia graciosa, de hecho —dijo Mariska—. Pero para Ashe soy una amiga.

—Entonces, ¿por qué se enojó?

—No creo que estuviera enojado —dijo Mariska y suspiró—. No suele enojarse. Jamás lo he visto enojado.

Adhojan frunció el ceño.

—Si se veía raro seguro hiciste algo que lo incomodó —dijo Mariska.

Adhojan pensó en la pequeña conversación que habían tenido, pero no recordaba haber hecho algo para molestarlo. No se había enojado hasta decir lo de la carta a Mariska. Si era por no responderle y aparecer así sin más... Adhojan miró a Mariska. No se atrevió a decirlo.

—Por ejemplo... ¿hiciste algún comentario... eh... raro?

—No.

—¿Lo tocaste?

Adhojan pensó en esa pregunta y frunció el ceño. Era cierto que lo había hecho, pero nada fuera de lo normal. Mariska dejó salir un largo suspiro y negó varias veces con la cabeza.

—Ahora tiene sentido —dijo Mariska—. No le gusta que lo toquen, Adhojan. Es posible que no te vaya a decir nada si lo haces, pero no lo hagas.

Adhojan frunció el ceño sin entender.

—Pero solo toqué su muñeca.

—No lo hagas.

—¿Por qué?

—No tengo que explicártelo yo, Adhojan, ni él. Solo respeta sus límites y no lo hagas —dijo Mariska—. Y discúlpate con él.

Adhojan frunció el ceño, entendía a qué se refería, pero quería saber por qué exactamente le molestaba, quizá era curiosidad o morbo, pero evitó seguir con aquello e hizo la nota mental de no tocarlo. Antes de que un silencio incómodo pudiera asentarse, Mariska habló:

—Bueno, primero iremos a buscarte algo de ropa —dijo Mariska—. Creo que lo que te prestó Ashe es demasiado grande para ti.

—Está bien.

—Luego iremos a buscar las cosas que mamá encargó —dijo Mariska—. Y un regalo para Ashe.

—¿Un regalo?

—Ah, sí, en unos días es su tercera ceremonia... Bueno, aunque él no cree en esas cosas —dijo Mariska—. Igual queríamos regalarle algo por su cumpleaños.

Adhojan frunció el ceño. Entonces Ashe todavía no tenía su tercera ceremonia, y si era cierto que era un sacerdote de Kirán como él sospechaba... Adhojan sacudió la cabeza. Si sus sospechas eran ciertas, tal vez debía decirle algo a Mariska. Pero luego de todos los problemas que le había causado, no quería seguir con eso, seguramente Ashe tenía sus razones para no decirles nada. Tal vez solo estaba siendo paranoico, pero sentía que debía tener cuidado de cualquier manera.g

Después de comprar ropa nueva, Adhojan y Mariska fueron por el resto de las cosas en la lista. Cuando llegaron a las últimas cosas, Mariska frunció el ceño mientras leía la lista en una orilla del mercado. Se rascó la cabeza y miró a Adhojan.

—¿Qué pasa?

—Solo falta el regalo de Ashe... —dijo Mariska—. Pero no sé qué comprarle.

Antes de que Adhojan pudiera dar una sugerencia, Mariska chasqueó sus dedos.

—Ya sé, ¿y si nos dividimos? Vemos que hay, y luego nos reunimos aquí en una hora —dijo Mariska.

Y antes de que Adhojan pudiera negarse o decir algo más, Mariska ya había corrido en dirección contraria. Adhojan suspiró.

Antes de ir a comprar, Mariska había pensado qué podría regalarle a Ashe, algo específico para él, no para su trabajo, ni para sus cabras, algo que él pudiera mirar y que cuando lo hiciera, se sintiera feliz. Al principio Mariska creyó que podría ser sencillo, podía regalarle algo de comer, pero entre más lo pensaba, sabía que Ashe lo compartiría con Lidge o los niños antes de poder disfrutarlo.

Luego, pensó en regalarle un incensario, pero estaba segura de que su abuelo se lo pediría a Ashe prestado, y él aceptaría y no lo volvería a ver en su vida. Pensó en regalarle alguna cosa cara, pero sabía que Ashe se sentiría incómodo si supiera el precio. Al final, Mariska había tenido que recurrir a ver qué había en el mercado.

Casi una hora después, de buscar entre cada puesto, comenzaba a rendirse y preguntarse si Ashe no se molestaría si le regalaba otro sombrero. Sabía que no, pero su madre sí se enojaría... Suspiró rendida mientras miraba el sombrero en sus manos.

—Podemos hacerle un descuento, señorita.

—Gracias —dijo Mariska.

Una vez más, parecía que no conocía a Ashe para nada. ¿Qué cosa le gustaría a él? ¿Qué cosas le gustaban a él además de trabajar y descansar en esa colina? Mariska se quejó en voz alta, dejó el sombrero y se movió hacia otro puesto. ¿Y si le regalaba un libro? Pero tal vez a Ashe no le gustaba leer. ¿Y si le regalaba alguna figura de barro o de porcelana? No era mala idea, pero no sabía qué exactamente.

Se acercó a un puesto a ver figuras de barro, una anciana la miró mientras continuaba bordando y sonrió con calidez, Mariska le devolvió la sonrisa y miró las figuras. Para ella, eran preciosas, pero no sabía si aquello le serviría a Ashe, o sería un buen regalo. Mientras las miraba, escuchó una conversación a su espalda.

—Creo que lo acaban de atrapar —dijo una de las mujeres—. Hmm, ojalá hubiera terminado lo que empezó...

—Como si fuera fácil matar a alguien de la nueva dinastía —dijo la otra chica—. Con tantos intentos de asesinato fallidos, es como si el rey fuera inmortal...

—Shhh, él no puede ser inmortal, es un traidor de An'Istene... Y un asesino.

—Bueno, sabes a qué me refiero.

»Pero ojalá si hubieran logrado matar al Tercer Príncipe.

—Eso sí. Una lástima que no lo lograran.

Mariska sintió un escalofrío en su espalda y miró detrás de ella. ¿Qué cosa habían dich0? Mariska tragó saliva y se acercó a las chicas, ambas la miraron con extrañeza, pero cuando Mariska sonrió, ambas parecieron relajarse.

—Disculpen, estaban hablando del asesino del año pasado —preguntó Mariska—. ¿Qué sucedió?

Ambas chicas sonrieron y una de ellas comenzó a explicar.

—¡Sucedió justo ahora! Dicen que lo atraparon en Vultriana —dijo una de ellas.

—¿Cómo lo saben?

—Escuchamos a alguien decir que vieron a los soldados con alguien sospechoso.

Mariska sonrió, les agradeció y se alejó de esa zona del mercado. Cuando estuvo fuera de la vista de las chicas, comenzó a correr hacia donde había dejado a Adhojan, al lugar donde habían prometido encontrarse. Mientras corría hacia ahí, Mariska no podía dejar de regañarse por dejarlo solo cuando ni siquiera conocía tan bien la ciudad.

Cuando llegó al punto acordado, no había nadie ahí.

—¿Adhojan?

Buscó a su alrededor, incluso en los puestos cercanos, pero él no estaba ahí. Decidió buscarlo en otro lugar. Lo buscó rostro por rostro entre las olas de personas, Adhojan no estaba ahí.

—¿Adhojan? —llamó.

Miró a su alrededor. De pronto un pensamiento la invadió: necesitaba ir a buscarlo, necesitaba ayudarlo... Tal vez los soldados la reconocerían de otras veces y le ayudarían. Sí. Se dio la vuelta para salir de ahí, pero antes de poder dar otro paso, alguien tomó su muñeca entre la multitud, una mano firme, áspera y con dedos fríos, y al mirar atrás, era Adhojan con el ceño fruncido.

—¡Adhojan! —llamó Mariska aliviada.

Él ladeó la cabeza cuando vio los ojos llorosos de Mariska y la apartó hacia una de las orillas del mercado. Antes de hablar por fin, Mariska enjugó las lágrimas, suspiró aliviada y permitió que el nudo en su garganta se desatara.

—Mariska.

—Creí que algo te había pasado. ¡¿Por qué no me esperaste?! No sabes lo preoc-...

Mariska se interrumpió y frunció el ceño. No lo iba a decir.

—Te estuve esperando, Mariska, pero no llegabas —dijo Adhojan y cruzó los brazos—. Fui a buscarte.

Mariska suspiró. Tal vez era mejor decírselo. ,iró a su alrededor antes de decirlo en voz alta.

—Escuché que atraparon a alguien relacionado con el intento de asesinato del príncipe —susurró Mariska—. Justo ahora.

La mirada de Adhojan se ensombreció un segundo, descruzó los brazos y no dijo nada por un segundo más. En aquel momento, a Mariska le pasó por la cabeza un montón de pensamientos ante esa expresión, y se dio cuenta que no había preguntado lo más importante.

—Tengo que irme —dijo Adhojan.

Mariska tomó su muñeca.

—¿Por qué volviste a Vultriana?

Adhojan, entre la gente que pasaba de un lado a otro sin prestarle atención, dejó caer su brazo para que Mariska lo soltara. Su muñeca se deslizó fuera de los dedos de Mariska.

—Vine a despedirme, Mariska.

Mariska no entendió aquello, o más bien no quiso entenderlo.

—¿A qué te refieres? ¿A dónde irás?

—Mi hermana y yo... Me iré de Istralandia, Mariska —dijo—. En unos días zarpa mi barco.

—¿Por qué? ¿Por qué tienes que irte?

Mariska sabía la respuesta, tenía que ver con esa horrible profecía de un año atrás, tenía que ver con toda la mierda que él había vivido, tenía que ver con esa maldita nueva dinastía que solo quitaba y quitaba. Pero no había sucedido nada a pesar de todo, a pesar del pasado, Adhojan estaba frente a él, y quizá, con la misma suerte, podría vivir tranquilo en Istralandia el resto de su vida. Entonces, ¿por qué? ¿Por qué se iba? ¿Por qué había ido a verla a ella y a su familia? El corazón de Mariska se estrujo, y se contuvo para escucharlo.

—La profecía, Mariska —dijo él y suspiró—. Lo queramos negar o no...

—No, Adhojan —dijo Mariska—. No. La profecía es una mentira. Nadie va a morir si te quedas. Si lo piensas... Ese Ashyan tal vez era algún truco del Kevseng...

Mariska sonrió cuando dijo aquello, pero la expresión de Adhojan no cambió en ese instante.

—Mariska. Tengo que irme.

Luego Adhojan despejó gentilmente el cabello del rostro de Mariska. Ella quiso aferrarse a ese momento, a Adhojan en Vultriana, a Adhojan con una vida normal por una vez en su vida. Comenzó a apretar la mandíbula sin notarlo.

—Es la única forma que puedo pagarle a tu padre por salvar mi vida.

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