2.3. Un pasado distante
Había pocas cosas de las que Mariska se arrepentía en su vida, y cuando salió de la boticaria de Lekatós, supo que debió arrojar a Adhojan a los caballos un año atrás, ahora se arrepentía de no haberlo hecho antes, pero también estaba aliviada de verlo bien después de tanto tiempo. Mientras se dirigían a la casa de Mariska en silencio, ella le dirigió varias veces miradas de odio, pero él no se inmutó.
Su abuela se había quedado un rato más con Ashe para hablar, y ella había prometido llevar a Adhojan a casa y explicar lo que había pasado. Solo que pensar en cómo explicaría todo eso a su madre y a su abuelo le hizo sentir cansada.
—De verdad... —suspiró Mariska con molestia—. ¿Qué te pasó? ¿Atacar a alguien en pleno día?
—No pensaba hacerlo —dijo Adhojan.
—¿Entonces? ¿Qué mierdas fue eso?
Mariska se había detenido frente a Adhojan y había cruzado los brazos. Adhojan suspiró.
—Perdón, Mariska.
—No deberías disculparte conmigo.
—Lo sé —respondió—. Me disculparé con él cuando las cosas se calmen.
Mariska sonrió satisfecha con esas palabras y se movió. Pero Adhojan había dicho eso solo para no enfrentarse a ella por el momento.
Ambos siguieron avanzando por las calles y de cierto modo, se sintió como aquellas veces cuando eran niños, y paseaban por ahí haciendo travesuras con sus hermanas. Mariska miró a Adhojan y se preguntó qué pensaba de esos recuerdos, de quién era en esa entonces, pero no dijo nada... Había muchas cosas que no quería tocar guardadas en más de una década sin verse.
—En realidad, Mari... —comenzó Adhojan—. Hay algo que debo decirte.
—¿Qué cosa?
—Ese chico... ¿cuándo comenzó a vivir con ustedes?
Mariska enarcó una ceja y respondió
—Hace un año.
Adhojan frunció el ceño y se llevó una mano a la barbilla, luego miró a Mariska y la sostuvo de los hombros.
—Mari —dijo él—. No lo ataqué por verlo salir de tu casa, lo seguí y lo ataqué porque lo vi entrar y salir de las murallas.
Mariska parpadeó varias veces y retrocedió. No supo qué pensar acerca de eso... Siguió avanzando como si nada.
—¿Qué estás diciendo?
Mariska sonrió sin mirarlo, pero él no se movió, y cuando Mariska se detuvo y vio su expresión, sería, fría, una que años atrás jamás creyó ver en su rostro, regresó en sus pasos.
—Tal vez te confundiste de persona.
—¿Cómo llegó con ustedes, Mariska? —preguntó él haciendo énfasis—. ¿Y cuándo hace un año exactamente?
—Mis abuelos lo encontraron en el desierto —dijo Mariska—. ¿Pero eso qué tiene que ver?
Adhojan frunció el ceño y volvió a tocarse la barbilla antes de mirar a Mariska.
—¿Llegó justo antes del festival?
Mariska se mordió la mejilla. Hace un año, en el festival, se habían reencontrado durante la celebración de la ceremonia del Tercer Príncipe, un Ashyan había aparecido para profetizar la destrucción de Istralandia, y sus abuelos habían llegado con Ashe a Vultriana. Pero eso eran solo coincidencias.
—No lo recuerdo —mintió Mariska y luego sonrió y le dio dos palmadas en los brazos—. Ay, estás paranoico... Seguro es el calor, vamos a comer a casa, ¿está bien?
Mariska se dio la vuelta y se dirigió a casa, y Adhojan le sostuvo la mano, y la detuvo. Mariska no hizo nada y decidió escuchar.
—Creí que era un espía —explicó Adhojan—. Pero creo que es peor, Mariska...
Mariska lo miró lentamente sin borrar la sonrisa de su rostro.
—¿Peor que un espía de la nobleza? —dijo Mariska—. Bueno, Ashe no es así, yo lo conozco.
—¿Llegó con un arma el día que lo conocieron? ¿Usaba ropa negra? ¿Sabe usar el Kevseng?
Mariska se paralizó, hizo una mueca y trató de disfrazarla. ¿Cómo sabía eso? Todo coincidía excepto el Kevseng, pero seguía sin entender el punto de aquella conversación.
—Tú te vistes igual —dijo Mariska y sonrió—. Vamos a casa.
—Mari, si tiene un arma negra...
—Eso se lo preguntaré a Ashe.
—Mariska, si es así, entonces es peligroso. Un traidor.
—Nah, Ashe es un muy buen chico —dijo Mariska y luego lo miró—. Nada de decirle a nadie más de esto, ni de confrontarlo, ¿está bien?
—Pero Mariska...
—Todo está bien. Vamos a casa a comer.
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A pesar de todo lo que había negado, a pesar de todas las dudas con Adhojan, mientras él estaba comiendo con su madre y su abuelo, Mariska subió al antiguo cuarto de su hermana, donde solía dormir Ashe. Sabía que aquello estaba mal, confiaba en Ashe, era casi como su hermano menor, casi como su familia. Mariska había decidido protegerlo no solo porque sus abuelos se lo pidieron, sino porque ella misma quería.
Entonces... estaba ahí, en su cuarto. Había decidido romper ese espacio que separaba el pasado de Ashe de ese mundo como si nada solo por las palabras de alguien que no había mandado ni una carta como prometió, alguien que no había dado señales de estar vivo por casi quince años, alguien que había atacado a Ashe...
Mariska cerró con cuidado la puerta y se movió a la cama de Ashe. Sabía bien dónde guardaba su espada y sus cosas, pero jamás había hecho eso... Mariska se mordió la mejilla.
En aquel momento, mientras Mariska se aproximaba al colchón de Ashe, había una voz que le decía que las cuestiones del pasado solo pertenecían al Ashe del pasado, y que si tenía suerte, algún día podría escucharlas de su propia voz. Pero había otra voz que quería explicaciones, que quería demostrarle a Adhojan que se equivocaba. La segunda voz ganó esa vez.
Había un motivo más por el cual quería saber. Kirán era una figura que permeaba Istralandia, una luz brillante que seguía ahí después de mil años. La historia de su muerte era contada como una tragedia y como el resultado de la ambición de una sola persona manipulada por un Ashyan sobre el rey que unió Istralandia. Pero al final, incluso los héroes y los grandes reyes regresaban con An'Istene.
Decían que si ella, quien apoyó a Kirán y servía a An'Istene, hubiera decidido proteger a su país y hubiera continuado con su labor en lugar de buscar poder, no se hubiera convertido en un Ashyan, su máscara de obsidiana no hubiera sido triturada, y su vida hubiera sido pacífica sirviendo a su rey y a su dios. Pero ella alzó su espada negra contra Kirán y lo asesinó.
Tal vez debía estudiar más historia, pero estaba segura de que la espada negra era un mito. No existía en Istralandia —o en el mundo—, un metal o mineral así. Esos eran cuentos de niños. Lo único semejante a ese mito en la vida real eran los sacerdotes de Kirán que portaban dagas teñidas de negro mediante distintas técnicas, y que también se habían extinto después de la caída de la dinastía anterior.
Cuando Mariska tomó la espada de Ashe, se dio cuenta de que era más pesada de lo que había pensado, pero se convenció de que era porque no estaba acostumbrada. Desenfundó lentamente la hoja, y aguardó por un brillo metálico, una hoja blanca, de cualquier metal... La deslizó.
Y al ver su reflejo en el metal, encontró una hoja negra.
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