2.2. Un pasado distante
Frente a él había una persona peligrosa. Era cierto que todavía no había hecho nada malo frente a él aún, pero Adhojan sabía que no podía dejarlo ir sin obtener una respuesta después de todo lo que había visto. Adhojan pensaba que esa persona pretendía ser una persona común y corriente, pero había evadido la mayor parte de sus ataques con agilidad a pesar de su complexión, sus pisadas no hacían sonido, y sus movimientos eran certeros. Adhojan estaba seguro de que sabía usar alguna clase de arma y quizá llevaba una consigo, pero hasta aquel momento, no había contraatacado y solo se limitaba a esquivar y a buscar una forma de escapar.
Quizá en otras circunstancias no se hubieran encontrado y Adhojan no habría decidido atacarlo, incluso hubiera dejado pasar lo que vio. Habría alzado una ceja con curiosidad ante la visión de alguien como él con una flor metálica y se habría preguntado cómo alguien como él llamó la atención de algún noble, pero aquella persona estaba relacionada con Mariska y ese era el simple motivo de por qué necesitaba respuestas.
Había ido temprano a la casa de Mariska, pero ella ya se había ido para entonces, luego sus abuelos y su madre también salieron, pero Adhojan decidió no saludar y aguardar. Y entonces, lo vio llegar a él, solo, decidió no hacer nada hasta que saliera en caso de que fuera un ladrón. Y unos minutos después, lo vio salir sigilosamente, sin hacer ni un solo ruido y por uno de los muros. Adhojan lo siguió.
Mientras recorrían los barrios bajos de Vultriana, descubrió que la gente lo conocía, pero cuando esa persona se desvió del camino y se dirigió al agujero en la muralla, Adhojan sospechó. Decidió aguardar ahí afuera por mera curiosidad y porque tenía un mal presentimiento de todo aquello. Estaba en lo correcto.
Cuando por fin salió, una hora más tarde, lo vio juguetear con la flor metálica en su mano antes de guardarla y Adhojan supo que necesitaba saber cuáles eran las intenciones de esa persona y quién era. Y ahora que estaban frente a frente, Adhojan no podía dejarlo ir, tal vez ni siquiera podía dejarlo vivir si era lo que temía.
Si había estado espiando a la familia de Mariska por tanto tiempo no había otra opción. No podía dejar que Mariska sufriera de la misma manera que quince años atrás. No por las mismas personas, no de la misma manera, y no por los mismos motivos.
Durante aquel momento, el chico en medio del callejón no apartó los ojos ni un momento de Adhojan. Esa mirada típica de un depredador acorralado, en espera por el momento preciso para morder y no de una presa que acepta su fin... ese era otro de los motivos para no dejar que se fuera. Adhojan sacó una daga de su pantalón y se aproximó hacia el muchacho.
Su mirada cambió de inmediato y alzó la mano, y habló por fin después de minutos sin hablar.
—Espera.
Pero eso no iba a impedir que terminara aquello de una vez por todas. Adhojan quería respuestas y las iba a obtener así tuviera que sacárselas a puñaladas. Cuando el chico comprendió, su rostro cambió de nuevo, una sombra se posó en sus ojos, meditaba algo antes de morir. Quizá rezaba a Kirán y a An'Istene por un funeral apropiado, quizá para no tocar los terrenos de Ashyan Ahrim, o si no era kiranista, quizá solo le pedía a An'Istene una segunda vida para no tener que encontrarse de nuevo con Adhojan. Tal vez deseaba no haber aceptado un encargo para vigilar a Mariska, o tal vez deseaba no ser tan tonto como para haberse acercado a las murallas en pleno día.
Y entonces, el muchacho cerró los brazos en un círculo y bajó la cabeza antes de arrodillarse y hasta que su frente casi tocó el suelo. Adhojan quedó atónito y se detuvo en seco... No podía ser cierto que supiera, no podía ser cierto. ¿Mariska le había contado sobre él? No. No solo eso. Esa forma de hacer una reverencia debería haberse extinto años atrás y solo unos pocos la conocían...
—Si vas a matarme, hagámoslo lejos de aquí —pidió.
Adhojan lo miró con cautela. Por más que quisiera terminar las cosas ahí y lo más rápido posible, por más que quisiera respuestas, tuvo que asentir. Si alguien los veía, solo le traería problemas a Adhojan y a su hermana. Al menos podía conceder aquello, pero verlo así en el suelo le dio un escalofrío en la espalda a pesar de que él era quien sostenía un arma.
—No tienes un nombre —afirmó Adhojan.
El muchacho no respondió, permaneció en la misma postura sin moverse ni un poco, sin siquiera alzar la cabeza.
—¿Por qué tienes esa flor?
A pesar de que había una daga contra su cabeza, Ashe no pudo responder aquello. Incluso postrado frente a él, sin posibilidad de escapar, no podía responderle ni su nombre, ni a flor, incluso si la había visto. Se sentía enfermo al estar en aquella posición.
Se había prometido que no volvería a inclinarse así frente a nadie, y de nuevo, lo había hecho para rogar por su vida... Era patético. Ni siquiera podía hacer algo así de simple.
—Responde.
El tono le heló la sangre a Ashe y lo sacó de sus pensamientos. Era casi el mismo tono que usaban sus maestros con él. Alzó lentamente la cabeza, y encontró los ojos grises, helados de un hombre vestido completamente de negro. Titubeó al responder.
—Te responderé cuando estemos lejos de Vultriana
Adhojan entrecerró los ojos. Ambos sostuvieron las miradas un rato y terminó asintiendo.
—Vamos —indicó Adhojan y aguardó por el muchacho.
No tenía con qué atar sus manos, así que pensaba improvisar, miró la correa del bolso del muchacho. Él se levantó, caminó hacia Adhojan, y lo siguiente ocurrió en un parpadeo.
Ashe había metido la mano al bolso y al sacarla, lanzó hojas molidas al rostro de Adhojan. Cerró los ojos y Ashe corrió, pero antes de poder alejarse, Adhojan reaccionó, movió la mano con la daga y rasgó lo que pudo a su costado. Ashe se quejó, trastabilló, pero se obligó a huir de ahí sin siquiera mirar la herida. Cuando Adhojan por fin pudo abrir los ojos, aunque ardían, no había nadie más en el pasillo.
Adhojan gruñó, miró al suelo y vio restos de hierbas.
Corrió fuera de aquel callejón y miró a ambos lados, y lo encontró. Trataba de huir como si nada a pesar de que la herida en su pierna lo dificultaba. Adhojan frunció el ceño y corrió detrás de él. Ashe miró sobre su hombro y aunque el hombre se acercaba hacia él, mantuvo su calma y apresuró el paso a pesar de que su pierna ardía.
No se atrevió a mirar la herida, pero era extensa, un corte justo encima de una vieja herida, pero más alargada. Se obligó a no pensar en el dolor. Había tenido heridas peores... Sacudió la cabeza y miró a su alrededor. Necesitaba huir, pero no sabía a dónde. No podía ir a casa con un asesino detrás de él, y si se alejaba demasiado de Vultriana, estaría en desventaja.
Ashe se mordió la mejilla, y decidió correr, era la mejor opción. Dio la vuelta a un callejón, y algunas personas lo miraron. Ashe dio otra vuelta, y la gente abrió paso, dio la vuelta a otra calle y vio a los niños de siempre jugando. Ellos lo miraron y llamaron por su nombre, pero Ashe los ignoró. Necesitaba pensar, la sangre en su pierna estaba escurriendo lentamente, y detrás de él había una sombra negra.
Cuando se dio cuenta de que estaba corriendo hacia la boticaria, se mordió la mejilla con fuerza y se obligó a pensar, y justo en ese mismo instante, algo ardió como brasas en su pecho, el sello comenzó a quemarlo. Aunque estaba tan cerca se tuvo que detener por aire contra un muro, y su mirada se difuminó. Dio un paso al frente, pero el dolor en el sello fue insoportable.
Se sentía como si algo estuviera quemando su corazón y sus pulmones, como la primera vez que recibió esa marca. Miró sobre su hombro, e inhaló despacio, y antes de poder moverse, alguien lo empujó contra el suelo. Ashe vio estrellas y oscuridad por un segundo, pero no pudo hacer más, solo se aferró a la marca sobre su pecho. Apretó los ojos y se forzó a abrirlos para defenderse.
Adhojan lo sostenía de los hombros y acercó la daga al cuello de Ashe, él pataleaba y se removía, pero había perdido la fuerza y todos sus movimientos se sintieron flojos. Sus rostro había palidecido y sus labios tenían un color moribundo. No parecía consciente de que había una arma en su cuello, porque cuando abrió los ojos, no enfocaban ni miraban a Adhojan, sino al cielo.
—¿Quién eres? —exigió saber Adhojan.
Ashe apretó los ojos y negó con la cabeza.
Entonces, salieron personas de los locales circundantes, incluido un hombre de túnicas largas, y barba blanca. A Adhojan pudo importarle menos, no podía dejarlo escapar después de todo aquello, tal vez ni siquiera vivir. Sabía lo que era, y había traicionado aquello por una estúpida flor de aquella dinastía. Gente como el muchacho debajo de él era lo que había llevado a Istralandia a esa época, gente como él que había traicionado su naturaleza para sobrevivir... Incluso si Adhojan odiaba esas ideas, una traición así era imperdonable, con mayor razón cuando estaba involucrado con la familia de Mariska.
—Creí que no quedaba nadie más que supiera —dijo Adhojan y luego gruñó—. ¿Cómo te atreves a traicionar a tus dioses?
—¡Ayuda! —gritó el anciano que había salido de la boticaria—. ¡Ayuda!
—Habla, servidor de Kirán.
Ashe abrió los ojos por fin, el dolor desapareció de inmediato y sus ojos se enfocaron en el hombre sobre él, había una daga contra su cuello. Él sabía quién era. Sabía qué era. Ashe dejó de removerse, el peso del mundo fue a sus pulmones y sentía que no podía respirar. Lo que había hecho... Pero había sido su decisión. Un nudo se ató a su garganta.
Era lo que siempre había deseado, pero siempre volvía aquello a engullirlo, en sus sueños, en sus recuerdos, en sus cicatrices, en el dolor. Huía, se alejaba, pensaba que nadie le reclamaría por hacerlo... pero la flecha que había apuntado a su corazón desde que lo abandonaron entre roca oscura siempre se clavaría en el sitio una y otra y otra vez, por siempre, por una eternidad. No tenía sentido huir.
No tenía derecho a pretender que podía tener aquella vida, que todavía había tiempo, que si alguien sabía quién era, lo aceptarían, que podía vivir lo que le restaba sin que nadie supiera de la marca en su pecho o el color de la hoja de la espada escondida en su cuarto. Que podía tener una vida normal, una vida que él quisiera... que no pertenecía a Kirán.
Más gente se acercó y entonces jalaron a Adhojan de los brazos, él se removió.
—No saben quién es él —murmuró—. No saben lo que les va a hacer...
Adhojan desistió, se apartó y su daga cayó en el suelo. Ashe no se movió y lo vio alejarse, solo pudo parpadear para que las lágrimas se fueran, para que el nudo en su garganta desapareciera. El maestro Lekatós se hincó junto a Ashe, y lo llamó, pero Ashe seguía con la vista fija en el cielo sobre él, en el Sol que todo el tiempo lo estaba viendo.
—¿Estás bien, Ashe?
Ashe miró a Lekatós, pero no pudo responder su pregunta. Solo mordió su mejilla, y se apresuró a limpiar las lágrimas de su mejilla, antes de asentir.
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Cuando Mariska y su abuela entraron a la boticaria del señor Lekatós, no esperaron encontrarse con varias personas rodeando a una sola persona atada de manos y de boca y con los ojos cerrados. Cuando esa persona abrió sus ojos grises y estos se cruzaron con los de Mariska, ella apartó a todos y corrió a desatarle.
—¡Mariska! ¿Qué estás haciendo? —preguntó uno de los hombres en la boticaria.
—¿Qué están haciendo ustedes?
Su abuela se cubrió la boca con una mano al entender quién estaba atado. Mariska suspiró, y le quitó la venda de la boca a Adhojan.
—¿Sibán no te dijo que atacó a Ashe?
Mariska miró a Adhojan, pero su rostro sereno no decía nada, solo volvieron a mirarse a los ojos. Mariska titubeó acerca de si debía seguir con aquello o retirarse. Pero los ojos de Adhojan le confirmaron lo que los demás dijeron. Mariska tragó saliva.
—¿Por qué? —preguntó Mariska.
—Te explicaré después, Mari —dijo Adhojan con solemnidad.
Hubo algunas quejas entre los hombres dentro de la boticaria.
—¿Lo conoces? —preguntó el maestro Lekatós, había salido de una habitación contigua a la boticaria donde solía atender pacientes.
Mariska asintió y su abuela se acercó al señor Lekatós. Todos estuvieron atentos a sus palabras.
—Ashe está bien, solo fue la herida y el susto —dijo el maestro Lekatós—. Ya dejó de sangrar.
—¿Va a tener problemas al caminar? —preguntó la abuela de Mariska.
Lekatós negó con la cabeza.
—No fue algo tan grave.
Mariska dejó salir un suspiró pesado, y entonces Adhojan le preguntó en un susurro:
—¿Lo conoces? —preguntó él.
Mariska asintió y desvió la mirada. No sabía cómo explicar nada de lo que había pasado a la gente ahí, así que solo miró a Adhojan, y asintió. Por supuesto que comprendería, siempre era así con ella, desde que eran niños.
—Adhojan es un amigo de la familia —dijo Mariska mirando a Adhojan y solo a Adhojan, luego miró a Lekatós y a todos los demás—. Creo... Hubo un malentendido. Ashe y Adhojan no se conocen.
Lekatós enarcó una ceja.
—¿Pero por qué atacaste a Ashe? —dijo Lekatós.
Adhojan asintió, por supuesto, no contó toda la verdad.
—Creí que estaba robando en la casa de Mariska —dijo—. Fue un error. Disculpen.
Inclinó su cabeza en modo de reverencia, y el ambiente tenso se disipó. Lekatós dejó salir un largo suspiro.
—Deberías disculparte con quien fue herido.
—Lo haré —prometió Adhojan.
Mariska asintió y sonrió, se levantó y miró al maestro Lekatós. Sabía que había algo más, pero si era algo sensible, entonces Adhojan se lo diría después, no frente a tanta gente.
—¿Podemos ver a Ashe? ¿Cómo está?
—Pueden pasar —dijo Lekatós—. Solo que creo que está un poco alterado todavía.
Mariska intercambió miradas con su abuela, ambas asintieron y el señor Lekatós abrió la puerta, pero antes de que Mariska entrara, el anciano le susurró:
—Creo que es mejor que se quede aquí por hoy... Así no tendrá que caminar.
Mariska se detuvo y lo miró, y el boticario añadió:
—También es por Adhojan, preferiría que no estén juntos al menos por hoy.
Mariska lo miró y entendió por qué y a qué se refería. Era lo mejor para Ashe, luego entró al cuarto y el señor Lekatós cerró la puerta. Cuando entraron, Ashe había alzado la cabeza y tenía un libro grueso entre las manos. Estaba en una cama, con una pierna vendada y estirada sobre la cama, cuando las vio sonrió con timidez y puso el libro a un lado con torpeza.
—Hola.
—Ashe... por An'Istene —dijo su abuela y se aproximó hasta sentarse a su lado.
Mariska también se acercó, y Ashe borró la sonrisa de su boca.
—Perdón por preocuparlas —dijo él y apartó el libro.
—Está bien, Ashe —dijo Geriel—. Al menos no fue nada grave.
—Sí...
Mariska lo observó fijamente, se llevó una mano al entrecejo y negó con la cabeza. Tenía un sermón que soltarle, pero al verlo ahí, así, no pudo decirlo como lo planeaba. Había demasiado en su cabeza luego de ver a Adhojan, demasiados pensamientos que habían borrado el regaño para Ashe. Mariska se arrodilló e inclinó la cabeza.
—Perdón, Ashe.
—¡¿Mariska?! —llamó Ashe.
Cuando Mariska alzó la cabeza, Ashe estaba sonrojado y desviaba la mirada. Mariska sonrió y se acercó a Ashe, se sentó en el borde de la cama y miró a su abuela, que también se preguntaba por qué había hecho eso.
—La persona que te atacó es un amigo mío —dijo ella—. Sé que no repara nada disculparse, pero necesitaba hacerlo.
—No era necesario —murmuró Ashe desviando la mirada.
Y luego, su expresión cambió, de pronto se veía inseguro, incluso decaído, Mariska sonrió y habló.
—Lo regañaré —prometió ella.
Ashe no respondió ante aquello y miró la herida en su pierna, se veía distraído. Mariska cruzó sus brazos y frunció el ceño.
—Por cierto... —comenzó ella—. Te dije que fueras a casa, ¿por qué saliste?
Ashe alzó la mirada y se rascó la cabeza.
—Yo... Eh...
—Dejémoslo así, Mari —dijo su abuela—. Lo importante es que Ashe está bien.
Mariska fingió estar molesta y desvió la mirada. Luego, se asentó un silencio incómodo y pesado, y Mariska miró la pierna de Ashe por un buen rato. No sabía qué más podía hacer, o cómo compensarlo. En momentos así, esperaba tener alguna mejor idea, o siquiera animar más a Ashe, pero el hecho de que Adhojan hubiera atacado a Ashe, y todo aquello hubiera sucedido se sentía como algo que ella había provocado... Tal vez debió acompañar a Ashe a casa, o incluso llevarlo al Gremio y dejarlo dormir ahí.
—El señor Lekatós dijo que sanará pronto —indicó la abuela—. Solo es cuestión de descanso y de tiempo, Ashe.
—No fue tan grave —se apresuró a decir Ashe.
Mariska lo miró y no supo si lo decía en serio o si estaba mintiendo para no hacerla sentir tan mal. Miró su rostro, y aunque Ashe sonreía ligeramente, sus ojos se veían cansados. Cuando notó la mirada de Mariska le sonrió y añadió:
—Voy a recoger mis cosas para irnos —dijo.
Mariska suspiró y negó con la cabeza.
—No es necesario. Ni se te ocurra levantarte.
Ashe ladeó la cabeza.
—El señor Lekatós quiere que te quedes aquí por hoy.
—¿Para ayudar en la boticaria?
—No, para descansar, Ashe —dijo Mariska.
Ashe frunció el ceño un segundo, y sus labios titubearon, pero cambió de inmediato su expresión como para que Mariska no notara que aquella idea no le gustaba. Pero Mariska, por supuesto que lo notó y sintió su corazón estrujarse. En ese último año, muchas cosas habían cambiado desde que llegó Ashe a su casa, y nunca en ese último año habían pasado las noches sin tenerlo a él en la mesa al cenar. Para Mariska, y estaba seguro de que también para sus abuelos, Ashe era más que un chico que habían encontrado en el desierto y que habían decidido ayudar, era más que un invitado y un amigo de la familia. Para Mariska, Ashe era casi como un hermano menor. Dejarlo ahí, se sentía mal.
—¿No puedo descansar en casa? —preguntó Ashe disfrazando la decepción de su voz.
Mariska se mordió la mejilla, no podía decirle que era porque Adhojan se iba a quedar con ellos... Y decidió mentir.
—El señor Lekatós quiere ver si hay algún problema.
Y aunque Ashe quiso decir que estaba bien, que no había ningún problema con su pierna, que podía caminar sin problemas y que iba a hacer todo lo que su mentor le ordenara para mejorar pronto, supo que Mariska había mentido. Cuando ella mentía, solía hacer esa misma expresión, fruncía el ceño, desviaba la mirada y luego lo volvía a ver con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.
Ashe quiso preguntarle por qué, ¿por qué estaba mintiendo? ¿Por qué no quería que fuera a casa? ¿Alguien había escuchado lo que el asesino... amigo de Mariska había dicho? ¿Alguien le había dicho a Mariska? Y si era así, ¿por qué entonces estaban ahí con él?
Pero todo era una tontería, todo siempre había sido una ilusión, un mero sueño de arena que se había formado tan fácilmente, pero que era igual de fácil de desmoronar. Aquella no era su vida, no era la que An'Istene ni su madre ni sus maestros habían elegido para él... era una vida a la que se había aferrado.
Al final, no pudo decir nada más que asentir.
—Está bien, me quedaré —dijo y fingió una sonrisa que clavó miles de espadas en su pecho.
Mariska sonrió ligeramente, y Geriel suspiró cansada.
—No te preocupes, Ashe, solo será por hoy —aseguró Geriel.
Ashe las miró. Si ellas supieran... No, si toda la gente que había conocido en Vultriana supiera quién era él, ¿qué pensarían? ¿Qué harían? Solo supo que, había despertado de ese sueño de arena que tanto había anhelado y que había tratado de preservar por tanto tiempo.
—¿Qué pasa, Ashe?
—Nada... Solo, ¿pueden alimentar a mis cabras por mí?
Mariska sonrió y asintió.
—Hasta que se recupere tu pierna —prometió.
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