11.3. Quien regala una flor blanca
Debajo de un vitral con un pájaro a punto de morir, en medio de mosaicos oscuros y con la luz tenue del invierno, él giró la cabeza por una fracción de segundo. Las puertas estaban a punto de cerrarse para dar paso a la oscuridad, a la ausencia del mundo, a la nada y a una prisión. Solo fue un instante, pero recordaba nítidamente los ojos del guardián, de Ashe. El terror se propagó en su rostro como una llama al darse cuenta de que falló como guardián.
Recordaba claramente el escalofrío que recorrió su espalda cuando las puertas resonaron por todos y por ningún lado para siempre, el eco vibró en sus oídos. Las palabras del rey y los sacerdotes de An'Istene quedaron opacadas por la lucidez nacida de un momento en la oscuridad.
«Trae una prueba de tu Tercera Ceremonia en ese templo, Altan. Busca donde que Kirán guardó su espada, y si no puedes tomarla, toma algo que pruebe que eres un adulto».
La luz del vitral se coló detrás de su padre en aquella sala oscura donde era imposible ver su rostro, donde era difícil distinguir si sus palabras estaban sumergidas en decepción u orgullo. En aquel momento, la persona frente a él no era un humano, no un rey, no un padre, la certeza en su orden se asemejó más a un Ashyan.
No trajo la prueba que pidió. No llevó aquella espada blanca perdida para siempre en la oscuridad de un mito, no llevó ni siquiera una prueba de que entró a la Cámara, solo llevó un diario que narraba ceremonias del templo y una espada ceremonial. Las tomó a escondidas, con el cuerpo adolorido y con cuidado para no despertar a Ashe.
¿Para qué? No dejó de repetirse aquello desde que se cerraron las puertas.
El rey, esa figura oscurecida frente al sol, le entregó el diario a los sacerdotes y abandonó esa espada ceremonial en un rincón del archivo. En ese momento, cuando regresó de su Tercera Ceremonia, no pudo ver su rostro. Y nunca pudo hacerlo. No sabía si hubo ira, severidad, si sabía que Altan mentía, si estaba decepcionado. No conocía a ese hombre. Nunca lo hizo y dudo alguna vez tener el coraje de llamarlo padre.
—Debemos sacrificar al guardián por el bien de este país y de su gente, Altan.
»Tienes que hacerlo como príncipe de esta nación.
Sus palabras cargaban otro significado. No tenía que ser tan listo para saberlo. Él sabía. Mintió y aceptó aquel encargo en ese lugar vacío antes de partir hacia el sur, hacia Edrene.
Algo tintineó en la oscuridad.
—No lo harás.
Era una voz que jamás podía olvidar. Le había arrullado para que viviera, lo había condenado a seguir en lugar de arrastrarlo a la oscuridad, y le había mostrado algo: muchas vidas ajenas, lo único que existía entre la oscuridad.
—Verás las memorias derramadas en este templo, verás mis memorias... Sobrevivirás. Tienes que sobrevivir para salir de aquí. Pero dejarás de ser humano.
Y así, lo obligó a ver las memorias de otros, le enseñó a tantear en la oscuridad, a susurrar verdades a medias en la oscuridad, a seguirlo a recordarle.
—Es la única forma. Si lo arrastramos un poco, luchará.
Era cruel. Era demasiado cruel luego de ver sus memorias, pero Altan deseaba salir de ahí. Ese Ashyan deseaba salir de ahí. No tuvo otra opción y cayó por el cansancio.
Debajo de una luna llena, en medio de la nieve y con las mejillas quemadas por el frío, había una figura que no tenía permitido olvidar, una figura que se había grabado en sus ojos y en su mente, una figura que lo salvó. Un instante y esa figura fue devorada por oscuridad, un abrazo lento que engullía la luz a su alrededor, Altan alargó la mano para salvarlo, pero era tarde. Todo lo que entraba ahí no volvía a salir.
Otro tintineo. No podía ver el rostro de eso, pero ahí estaba, frente a él. Con una gran altura, ahora con una larga túnica negra cubriendo su vestido, no era una ella ni un él, no era gentil, pero tampoco era cruel, era ambos, uno o el otro o ninguno dependiendo de la persona. Llevaba su máscara blanca con un ave y sus dos cuernos negros que crecían y se extendían hacia atrás. Su cabello blanco rizado brillaba y caía a su alrededor.
Se inclinó sobre él y tintineó al hacerlo, campanas suaves que reverberaban con gentileza.
—No lo harás.
—No lo haré. ¿Puedes irte por favor? Deja de jugar con mi cabeza.
Altan no pudo fingir molestia, era difícil hacerlo con algo que era inevitable, que con un movimiento podía hacer nada un algo.
—Los humanos son interesantes.
—¿Sabías que algo así pasaría? Lo sabías y...
Rotó su cabeza con todo y máscara. Era difícil distinguir su cuello o su forma, o siquiera recordar aquella figura.
—El dolor ya estaba ahí, solo necesitaba escucharlo.
—Cállate. Sigues sin entender nada de los humanos —dijo Altan y retrocedió, bajó la mirada—. Dijiste que estaría bien, que podría tener una vida normal.
—Entonces, ¿por qué lo buscaste, Altan? —preguntó—. La paz que él busca no se la puedes dar tú, no jugando a ser un príncipe, no cuando sabe de la profecía.
»Dejamo mucho para salir de ahí. Si abandonas...
—No quiero escucharte.
Un escalofrió recorrió su espalda, y miró a su espalda, algo brillaba, pero no entendía cómo o por qué. Aquel no era un sueño, por supuesto que no lo era, así que la respiración rápida y forzada fue tan clara como la voz del Ashyan frente a él.
El Ashyan miró en la misma dirección que Altan y suspiró, una sola mano salió de su capa.
—No entiendo a los humanos, Altan, pero quiero que escuche. Quedan pocos meses, Altan, apenas ha conocido un fragmento de este mundo, y lo necesito —dijo—. No te metas en mi camino y deja que venga al Confín. Ven tú también.
—¿Pocos meses? ¿A qué te refieres? ¿De qué estás hablando?
—¿No lo recuerdas? Te mostré esa memoria.
—¡¿Qué cosa?! Te dije que no entiend-
La figura frente a él se dio la vuelta y se alejó en aquel páramo sin nada.
—Nos vemos en el Confín.
Altan entreabrió los ojos después de escuchar movimiento, no estaba dormido —tenía tiempo que no podía dormir y quizá jamás lo volvería a hacer—. Sabía que Ashe estaba en la habitación, pero su mano por instinto fue a la daba debajo de su almohada. Era algo que Caecer le enseñó de niño y que no podía olvidar cuando una posible corona estaba sobre su cabeza, con ella mientras miles de ojos la ansiaban no era una buena opción. En especial con su reputación.
Giró lentamente la cabeza para comprobar que no había nadie y que no era necesario usar esa arma frente a Ashe. Cuando sus ojos se ajustaron, lo único que encontró fue una sombra con la respiración agitada. Altan no entendió de inmediato qué estaba sucediendo y decidió solo observar.
Ashe estaba sentado sobre su cama, con la cabeza recargada en sus manos, su cabello caía a su alrededor y no permitía ver su rostro. Respiraba sin ritmo, superficialmente y rápido.
En esos últimos meses la marca actuaba en momentos inesperados, despertaba a Ashe de la cama, lo arrancaba de sus sueños. No podía seguir usando la misma medicina que antes por un tiempo, así que solo quedaba soportar el dolor en silencio. Respirar. Desear morir y que aquello acabara para siempre. Alejar esos pensamientos.
Trataba de controlar su respiración, trataba de recordarse que necesitaba encontrar a su hermano y a su madre, trataba de recordarse que no podía flaquear frente a los demás para no preocuparlos, trataba de contener las ansías de arrancarse la marca en su pecho. Pero dolía... Dolía tanto... Dolía quizá más que los castigos de sus maestros, quizá era uno de sus castigos.
En ese silencio en el que Ashe creía que Altan estaba dormido y se aferraba a su sombra, a él para que las palabras de sus maestros se volvieran una mentira, en el que se recordaba que no era un guardián; y en el que Altan observaba y lentamente se daba cuenta de que algo estaba mal, ambos se observaron en la oscuridad sin saberlo.
Altan por fin reaccionó, dejó de inmediato la daga, apartó de un tirón las cobijas y con dos pasos llegó a un pequeño buró. Se apresuró y encendió una lámpara de aceite en aquella pequeña habitación. Habían cambiado con Dijike de habitación luego de que Ashe no pudiera dormir solo y Dijike se negara a compartir cuarto con él.
Cuando la luz débil y ambarina iluminó el lugar, Altan encontró los ojos de Ashe. Lucía asustado, pálido, había sudor perlándole el rostro, pero sonrió débilmente y apartó la mano de su pecho.
—¿Te desperté, Altan? —preguntó con la voz ronca—. Perdón.
—¿Estás bien? —se atrevió a preguntar—. ¿Qué tienes?
Ashe sonrió y negó con la cabeza. Aquel gesto no le agradó para nada a Altan. Sin duda ocultaba algo. Lo observó por un buen rato para tratar de descifrarlo, Ashe sostuvo su mirada en un silencio incómodo, y él cedió.
—Solo fue una pesadilla. Perdón y descansa —dijo Ashe y volvió a recostarse dándole la espalda.
La luz no desapareció, escuchó movimiento y al girar sobre su cuerpo, encontró a Altan viéndolo desde arriba. Había una mueca en sus labios y entrecerró los ojos. Ashe carraspeó.
—¿No vas a dormir?
—No quiero dormir —dijo Altan, se cruzó de brazos y se fue a sentar en la orilla de su cama.
Ashe suspiró. Él sí quería volver a dormir, el sello de guardián lo había agotado, creía que terminaría durmiéndose en cualquier momento, pero se forzó a quedarse despierto. Ashe tuvo que recordarse que Altan era un noble de la dinastía, aunque no lo pareciera, y aunque en realidad no le importara su título. Además, le debía un favor por aceptar quedarse ahí.
Ashe notó que lo miraba demasiado fijo desde su lugar, frunció el ceño u miró a otro punto. Se preguntó si el ataque de la marca lo había dejado enfermizo y pálido para que lo mirara así. Cuando decidió encararlo, Altan desvió la mirada al techo con esa actitud altiva que estaba impregnada en sus huesos y en sus facciones. Ashe frunció el ceño aún más.
—Las pesadillas... ¿Fue difícil, Ashe?
—¿Qué?
—Nada —dijo Altan y desvió la mirada.
Ashe suspiró y cerró los ojos un instante. Tratar de entender a Altan con base en rumores no servía, sin duda era completamente diferente a lo que había escuchado. En especial cuando no había nadie más. Cuidaba sus palabras, las meditaba, hablaba más lento y no usaba esa voz altiva que fingía al ordenar a otros. No entendía por qué se comportaba así, pero le recordaba a cuando estuvo moribundo luego de sacarlo de la Cámara del Tesoro Negro.
—¿Puedo preguntarte algo, Altan?
—Por supuesto que sí —respondió con tono animado—. Cualquier cosa. ¿Quieres saber sobre mi título de príncipe? Te puedo explicar.
Ashe suspiró. Ahí estaba el Altan que conocía de otros.
—¿Por qué si eres un príncipe, estás aquí? —preguntó él—. Creí que solo te encargabas de Vultriana.
Altan se removió.
—Eso... Eso no es importante —dijo con una mueca—. ¿En serio no quieres saber más sobre otras cosas? No conoces mucho del mundo afuera. ¿No te da curiosidad?
—No entiendo por qué estás aquí, Altan —dijo Ashe—. O por qué dices que quieres ayudarme en lugar de entregarme como guardián.
—¿Qué? —preguntó Altan—. ¿Entregarte como guardián...?
Ashe meditó sus palabras. Había visto los letreros en días anteriores, y pensó en decirlo en aquel momento. Giró la cabeza para ver su respuesta, Altan lo miró con seriedad.
—¿Por qué dices eso?
—Vi el decreto del rey...
Altan entrecerró los ojos y negó varias veces.
—No eres un guardián —dijo Altan de inmediato—. Yo mismo te eximí de tus labores.
—Altan...
—¿Qué?
Ashe sabía que no era un guardián, que dejó de serlo, pero incluso si Altan lo reconocía, eso no cambiaba el hecho de que lo fue, de que poseía una prueba de que lo era y una marca que lo ataría por siempre a ese lugar. Además, ¿quién era él para decidir eximirlo cuando fue un promesa a Kirán, en otra dinastía, en otros tiempos? No quiso seguirlo pensando. No después de que el dolor lo dejó débil y confundido.
—Nada.
Ashe miró al techo.
—Ashe, para mí el hecho de que ni siquiera quieras volver ahí es suficiente motivo para no considerarte un guardián... Además, después de todo lo que hiciste, dejaste de ser un guardián.
Lo sabía y por eso la culpa lo invadió. Mirando atrás, todo había sido por un capricho, una rabieta infantil para un dios que los había abandonado, y al final iba a terminar desperdiciando su vida afuera de todos modos, con el mismo anhelo de una segunda vida mejor que quizá no llegaría. Era patético que después de cometer tantos pecados contra Kirán, para dejar de ser un guardián, para dejar de ser quien fue, no quedara nadie.
No había un futuro para él después de la marca. No había futuro para él en aquel mundo, en aquella vida. Pero no pudo responderle eso a Altan, era incapaz. Tampoco quiso pensarlo más. Ya había tenido suficiente esa noche y había aceptado ese camino mucho antes.
—Además, me salvaste la vida antes, ese es motivo suficiente para no entregarte —dijo Altan—. ¿Tienes que darle tantas vueltas?
Altan sonrió desde su cama y se echó de costado.
Le había dado tantas vueltas y tal vez seguiría haciéndolo hasta tener certeza... Solo estaba seguro de que no se arrepentía de no haberlo matado, ni de haberlo sacado de la Cámara del Tesoro Negro, ni de liberar a un Ashyan y sus consecuencias. Si era necesario, volvería a hacerlo, pero quizá si se hubiera quedado en el templo, no le traería tanto dolor ni problemas a otras personas. Moriría simplemente como el resto de sus maestros, olvidado y abandonado entre paredes negras, como Kirán deseó.
Altan notó de inmediato sus ojos vacíos perdidos en el techo sin encontrar respuesta. Altan cruzó los brazos y carraspeó.
—¿Sigues creyendo en Kirán, Ashe?
Ashe suspiró. La lámpara alumbraba pobremente el rostro de Altan, pero sus ojos eran claros, brillantes. Su pregunta era mera curiosidad, de nuevo, no era un reclamo ni un juicio.
—No —admitió, y para sorpresa de Altan, continuó hablando—. Creo que nunca fui tan devoto. Creo... Creo que solo le temía...
¿Cuántas veces no se paró debajo de aquellos ojos de roca con las piernas temblorosas y el corazón agitado sin recibir respuesta? ¿Cuántas veces no rezó por pura costumbre, por miedo a algo que dudaba que alguna vez respondiera?
—Yo no creo en Kirán, ni en An'Istene —admitió Altan—. ¡Por eso sus profecías me importan una mierda!
—Baja la voz... —susurró Ashe—. Hay gente durmiendo.
—No hasta que sepas que no estoy aquí por esa profecía de mierda de un rey de mierda y un dios de mierda y que por ningún motivo pienso en entregarte.
Ashe se quedó sin palabras. ¿De verdad pensaba en desafiar e ignorar las palabras de un rey? ¿En especial de su padre?
—Altan...
—¿Qué?
—Entonces, ¿por qué estás en Saeehn?
De pronto toda la determinación se borró del rostro de Altan en un segundo, y lució abatido. Ashe sonrió un poco, tanto por su cambio tan repentino como porque era la primera vez que escuchaba a alguien referirse así de Kirán y An'Istene.
—Es... Son asuntos oficiales del gobierno, nada que un simple civil pueda conocer —excusó Altan y alzó su barbilla—. No te puedo decir.
Ashe asintió y se dio la vuelta.
—Bueno. Descansa.
—¿Qué? —preguntó Altan y se removió—. ¿No quieres saber?
Ashe fingió cerrar los ojos.
—¡Está bien! Me enviaron aquí por asuntos políticos —soltó Altan—. Es muy complicado, aunque te explique ni siquiera vas a entender.
Ashe se giró de nuevo para escuchar, sonrió un poco.
—Puedo escuchar.
—¿Por qué quieres escuchar? No es como si fuera importante.
—También vivo en Istralandia, Alteza.
—No me llames así, Ashe —pidió Altan y suspiró rendido—. Te voy a decir, pero no le digas a nadie.
Ashe asintió.
—Lo cierto es que Istralandia sigue muy retrasada a comparación de otras naciones en el norte, y quizá hubiera seguido así si no hubiera caído la dinastía kiránica —comenzó Altan—. Sé cómo es el rey, sé lo que ha hecho y cómo ha tratado a los kiranistas, pero creo que a pesar de todo su gobierno es un paso para cambiar Istralandia para bien.
Ashe no pudo evitar dibujar una mueca en su rostro, no entendía del todo a qué se refería, y tampoco entendía por qué Altan se refería a su padre de esa manera. No se atrevió a preguntar eso último.
—¿A qué te refieres con que Istralandia sigue muy retrasada?
Altan se llevó una mano a la barbilla, meditó la pregunta un buen rato y se encogió de hombros.
—Eh... Pues... ¿Muchas leyes viejas seguían vigentes? Sí, eso y... La religión todavía influye en el gobierno, a diferencia de otros lugares. Eso dijo Naran. Pero ese no es el punto, Ashe.
Ashe lo miró con los ojos en blanco, no lo interrumpió.
—Ashe, Ashe, ¿me creerías si te digo que afuera de Istralandia, en los países del norte, la gente no atraviesa sus países con animales o con deslizadores de arena?
—¿Entonces cómo-...?
—Tienen algo llamado trenes. Son como gusanos de metal con un camino fijo. ¡Y solo tardan dos días para recorrer la distancia de aquí a Vultriana!
Ashe alzó las cejas.
—¿Dos días? ¿Cómo?
—Todavía están investigando eso en los institutos en Vultriana, pero si logramos entenderlo, si logramos entender las civilizaciones del pasado, tal vez hasta podamos crear uno que solo use luz.
Ashe escuchó con atención cada una de sus palabras. Era difícil imaginar algo así. Leifhite jamás le contó algo similar antes, pero un gran gusano de metal que recorriera una gran distancia y solo usara luz sonaba como un sueño. Una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios ante la emoción en la voz de Altan.
—¿Con cristales solares?
—Exactamente, Ashe.
Ashe colocó su brazo debajo de su cabeza. Escucharlo le recordó a Leifhite en el templo, a aquellas historias del mundo afuera, de barcos en el mar, de perlas y guerreros, de mitos del pasado.
—También tienen armas poderosas, Ashe —dijo con una mueca—. Lanzan proyectiles de fuego más rápido que una ballesta, una espada no puede detenerlas y son mortales.... Como pequeños cañones.
»Por eso el progreso de Istralandia es importante.
Ashe tampoco podía imaginarse aquello, pero no sonaba bien.
—¿Cómo sabes de los países del norte?
—Hace unos años acompañé a Naran al norte después de su Tercera Ceremonia. Quería aprender de otros lugares, así que la seguí.
—¿Para causarle problemas a tu hermana?
Altan hizo una mueca.
—Solo son rumores de pueblerinos, Ashe —dijo él y carraspeó—. Pero sí.
Ashe negó varias veces, no pudo ocultar una sonrisa en sus labios.
—Quería ver el mundo fuera de Istralandia y fue maravilloso, Ashe. Algún día, deberías de salir de Istralandia...
Ashe no respondió aquello, dejó que continuara. Altan le contó sobre otras naciones, sobre Armestia y su infraestructura de metal y carbón, sobre los gigantes de metal que labraban los campos y de barcos que se sumergían en el mar. Le habló sobre la magia, algo similar al Kevseng, pero sin escritura.
Ashe escuchó con atención sus palabras y con cada una, algo amargó su paladar. No quiso admitirlo, pero sentía un poco de envidia de Altan. No borró la sonrisa de sus ojos mientras escuchaba, pero estaba cansado. Alzó las cobijas para cubrirse hasta el cuello.
Ashe lo miró por un buen rato, sus pómulos sin manchas de sol, sus ojos ambarinos que se iluminaban al hablar de Istralandia y otros países realmente lo delataban como un noble. Vagamente le recordaba al Sol. No como Kirán, el rey cuya figura estaba en cada vitral, cuya estatua cegaba. Tampoco como Mariska, que le recordaba al sol colándose entre las hojas en una tarde de viento suave... Era como el sol después del invierno, brillante y vivaz. Se preguntó cuál exactamente era el motivo por el cuál existían tantos rumores de él.
Altan dejó de hablar.
—Espera, ¿cuál era tu pregunta? —dijo Altan.
Ashe parpadeó varias veces.
—¿Por qué estás en Saeehn? —repitió Ashe.
—¡Ah! —dijo Altan y se volvió a incorporar, y lentamente, la luz de sus ojos se disipó y solo quedó una mueca—. Es complicado, Ashe.
—Ya dijiste eso antes.
—Me enviaron para solucionar unos asuntos de la dinastía anterior —dijo—. Quizá esto no lo sepas, pero hace unas décadas hubo un conflicto con Aheylerte. La dinastía kiránica trató de ganar más territorio, pero solo ganamos la parte del Sur, cerca a Ismatra en el Golfo Aural.
»El punto es que cuando el rey actual derrocó a la dinastía kiránica, devolvió el territorio y aceptó ceder una mina al sur de Edrene por veinte años como un acuerdo de paz y amistad.
Ashe escuchó con atención. No sabía nada de política, pero imaginaba que el rey hizo aquello para evitar invasiones en los primeros años de su reinado.
—El trato con la mina terminó el año pasado, pero por un acuerdo con el Señor de Edrene y con Naran, no iban a abandonar por completo la mina por otros dos años más para compensar el desarrollo de maquinaria e infraestructura de la mina.
»El pueblo siempre tuvo problemas con los nobles de Aheylerte, pero tampoco querían en esa entonces que la mina volviera a las manos de Istralandia tan rápido. En especial porque mucha gente de Aheylerte se mudó ahí y se casaron con gente de Istralandia. El Señor de Edrene intervino por eso.
»El plan en realidad era pagarle a los nobles y sacar a los trabajadores de Aheylerte una vez terminara el acuerdo, pero el Señor de Edrene pidió el plazo para ayudar a esa gente.
—Hmmmm.
Ashe meditó sus palabras, se incorporó lentamente a pesar del cansancio por la marca y se recargó contra la pared. Altan también se incorpoó.
—Algunos trabajadores ya regresaron a su país, el Señor de Edrene ayudó a otras personas a quedarse y los últimos recursos se enviaron sin problemas a Aheylerte el año pasado. Y entonces en el octavo mes de este año se cortó la comunicación por completo con el pueblo.
Ashe ladeó la cabeza. Aquello sin duda era extraño.
—¿Qué significa eso?
—Que no han salido recursos hacia Aheylerte a pesar del acuerdo, y que nadie sabe qué le sucedió a la gente en la mina.
—¿Nadie ha tratado de ir al pueblo?
—El Señor de Edrene solicitó ayuda antes del equinoccio de primavera porque la gente que envió no volvió —explicó Altan—. Todas las aves mecánicas se perdieron y no hay forma de que lleguen mensajes. Es una zona complicada porque la mina y el pueblo están entre las montañas.
La expresión de Altan confundió a Ashe. No quería creer mucho en los rumores, pero por la forma en la que dijo aquello, fue inevitable pensar que Altan no tenía experiencia al lidiar con esas cosas. ¿No debería estar más preocupado si esa gente no tenía contacto con nadie más por meses? ¿O porque el resto de las personas desaparecieron? No dijo aquello en voz alta.
—La gente de Aheylerte está un poco molesta por cómo el Señor de Erdene manejó el asunto en estos meses y por eso me enviaron aquí, alguien directo del rey.
—¿Te enviaron aquí para investigar?
Altan alzó las piernas sobre la cama y las cruzó. Asintió.
—El rey confía en mí para investigar qué sucede en el pueblo —dijo Altan y luego bajó la voz—. Y para un nuevo tratado para recuperar la mina este año...
Ashe frunció el ceño.
—¿Entonces por qué estás en Saeenh? ¿No deberías estar en Edrene?
Altan se rascó la cabeza y sonrió con nerviosismo.
—Mi ejército se movió hace unos días a los pies de las montañas en Edrene, pero no puedo ir ahí —explicó y desvió la mirada—. Allá no hay sistema de correos privados con aves mecánicas.
Ashe frunció el ceño sin entender a qué se refería eso, y por suerte, no notó que las orejas de Altan enrojecieron.
—Naran me está ayudando con el tratado... Y... Y también necesitaba enviarle mensajes a Adhojan para saber si te encontró.
Ashe lo miró con los ojos en blanco. No podía estar hablando en serio... Altan le dio miradas fugaces antes de cubrirse la boca con su puño y carraspear. Ashe deseó haberse dormido en lugar de preguntar.
—¿Solo estabas aquí... para verme? —preguntó Ashe extrañado—. ¿No deberías estar con tu ejército?
—No lo digas así, tampoco podía decirle a Adhojan que te llevará a mi ejército... —dijo Altan sin mirarlo a los ojos.
Ashe ladeó la cabeza aún más confundido.
—Mira. Todos creen que estoy ahí. El general Sorken le envía a Dijike los mensajes y Naran me está ayudando. Es la mejor forma de arreglar esto...
Ashe suspiró.
—Altan...
—Nadie puede saber que Naran me ayuda. Ni siquiera el rey —añadió Altan—. Si enviara los mensajes desde ahí sería más obvio y es mejor que nadie se entere. En especial él.
Ashe frunció el ceño.
—Pero es tu padre, Altan.
—Antes, es el rey de Istralandia —dijo Altan y miró su regazo—. Naran dice que los reyes ambiciosos son pilares inestables para un reino, Ashe.
Ashe ladeó la cabeza sin entender por qué dijo aquello.
—El rey quiere un cambio en Istralandia, pero eso no necesariamente significa que quiere un cambio pacífico... Naran me lo advirtió—explicó Altan—. ¿Por qué crees que me eligió a mí?
Ashe meditó sus palabras. Por los rumores, sabía que Altan no era el más capaz de sus hermanos, que carecía la experiencia de ellos, que incluso era odiado por la mayor parte de la gente en Istralandia. Incluso luego de conocer a Dawá, era obvio que el hermano mayor de Altan tenía más resolución y firmeza, era más imponente, aunque eran muy similares. Entonces, ¿por qué el rey eligió a Altan y no a sus otros hermanos para un asunto delicado? Si quería beneficiarse, no tenía sentido que eligiera a Altan.
—No lo entiendo...
—Yo tampoco —dijo Altan, pero sus ojos decían otra cosa—. Me envió para investigar qué sucede en la mina y para negociar con Aheylete.
»Aheylerte no se compara con Istralandia, pero tienen apoyo de Armestia, y nosotros tenemos acuerdos comerciales con ellos. Si hago algo sale mal podrían sancionarnos.
»¿Por qué el rey no eligió a alguien más capaz? ¿Por qué yo?
Sus palabras quedaron flotando en el aire de aquel pequeño cuarto y sumergieron a Ashe de nuevo en sus pensamientos. Ashe no conocía nada del rey, no le interesó ningún asunto político en su vida en Vultriana, y a excepción de los rumores de Altan y el odio de la gente por la nobleza, reconocía que ignoraba el resto. ¿Por qué envió a Altan si quería beneficiar a su nación? Era como si quisiera verlo fallar, pero eso era imposible, debía saber que su hijo no era el más capaz y lo que la gente pensaba de él.
Pero ¿y si algo más estaba sucediendo en la mina? ¿Y si la gente de Aheylerte era responsable de eso y el rey lo sabía?
—Es un pretexto... —balbuceó Ashe.
—¿Qué?
—Nada —dijo Ashe y sonrió para tranquilizarlo.
En cambio, Ashe no pudo calmarse ni tampoco pudo decirle lo que pensaba cuando su padre era el rey de Istralandia. Apenas conocía a Altan, ni siquiera eran cercanos, y no quiso preocuparlo. Solo pudo pensar que era cruel... Usar a su propio hijo como herramienta no era lo mismo que usar a un montón de personas como lo hizo Kirán.
—En fin... Necesito descubrir qué sucede con la mina y esperar que el acuerdo con la gente de Aheylerte salga bien —dijo Altan con una sonrisa falsa—. El rey confía en mí para hacerlo.
Ashe no dijo nada ni cambió su expresión. Sus ojos estaban vacíos cuando dijo aquello.
—Hasta es posible que tengamos acuerdos comerciales más importantes después.
Solo cuando dijo aquello sus ojos brillaron como cristales solares, contra la luz ambarina de la lámpara de aceite, Ashe supo que aquello era genuino. Pensó en decirle lo que intuía, pero solo era su instinto, apenas se conocían, no eran amigos, no conocía cómo era la relación con su padre, así que se tragó las palabras.
—¿Y ya sabes algo de la mina?
Altan se recargó contra la pared y suspiró.
—No mucho —admitió—. Sorken envió aves, pero no volvieron, así que estacionó a algunos soldados para vigilar cerca del pueblo en caso de ver algún cambio.
»Caecer prometió enviarme avances mañana.
—Hmmm.
Ashe meditó sus palabras. Altan actuaba como su hubiera tiempo, pero en realidad, era preocupante. La gente del pueblo en la mina había estado cuatro meses sin comunicación. Nadie podía garantizar que tuvieran suficientes suministros y nadie conocía la situación en la que estaban. Recordaba lo que Mariska le dijo de las aves mecánicas, así que pensó que debía haber un motivo por el cuál no regresaron las aves y el resto de las personas que enviaron antes.
—¿Cómo perdieron comunicación con el pueblo?
—¿Huh? —preguntó Altan y se encogió de hombros—. Es lo que trato de investigar, pero esa no es la prioridad ahora. Bueno, sí lo es, pero el acuerdo...
Altan suspiró frustrado y calló. Por su respuesta, parecía que era más importante terminar ese acuerdo que resolver el problema del pueblo. Se preguntó si aquello era petición del rey... Por la expresión de Altan, Ashe imaginó que no tenía más opción. Había demasiados factores involucrados, de los cuáles quizá Ashe no entendía la mitad.
—No es que no me importen...
—Suena complicado —concluyó Ashe sin decir ninguno de sus pensamientos.
Altan asintió.
—¿Quieres leer los papeles que me han enviado? —preguntó Altan con una sonrisa extendida.
Ashe suspiró y se negó, estaba agotado y la cabeza comenzó a dolerle luego de aquella conversación, además, temía decir algo que lo ofendiera, así que se recostó y se cubrió de nuevo.
—¿Ya te vas a dormir otra vez? ¿En serio? —preguntó Altan con una sonrisa torcida—. ¿Te aburrió todo eso?
Ashe negó.
—No entiendo mucho —admitió Ashe—. Pero puedes seguir hablando del plan... Y de tu familia.
—¿Para qué te duermas?
Ashe sonrió un poco, asintió para aligerar sus pensamientos y cerró los ojos antes de girarse. Altan carcajeó alto.
—Shhh.
—Está bien —dijo Altan—. Primero está Naran, mi hermana mayor...
Altan estiró la mano para apagar la linterna mientras hablaba. Antes de hacerlo por completo, observó por un momento el cabello negro de Ashe y su espalda. Se alzaba y bajaba con lentitud, no podía ver su rostro desde ahí, pero Altan siguió hablando ahora en voz más baja y apagó la luz.
Cuando escuchó una respiración ligera, se detuvo abruptamente y miró a Ashe en la otra cama. No pudo respirar, su corazón se estrujo... O tal vez era la maldición del Ashyan en su pecho. No entendía cómo solo con su presencia, solo con escucharlo y que lo escucharan, solo con verlo dormido, apaciguaba el mundo. Las ideas en su cabeza paraban, su pulso desaceleraba y por un instante, podía olvidar todo.
No debió empeñarse en verlo de nuevo... ¿Para qué? ¿Para que lo acompañara a Edrene? Él tenía sus propias cosas que hacer y Altan no quería verlo en Edrene junto al resto de su ejército. ¿Para buscar una solución para su maldición? Al diablo con eso. Él no tenía la culpa.
Tal vez fue para verlo una vez más... Para verlo fuera del templo. Al menos él podía alejarse de ahí.
Y si era por un instante, y si las sospechas de Naran y las suyas eran reales, entonces podía permitirse aquel momento en silencio. Cerró los ojos, ¿qué importaba lo que Ahrim quería? No iba a permitir que se acerca a él.
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