11.1. Quien regala una flor blanca

Antes del impacto con la arena, no había nada, ni recuerdos de dónde nació, ni quién era ni cómo llegó ahí. Pero no podía olvidar los escombros de cristal rodeándola, la hierba carbonizada debajo de su cuerpo, las llagas en su piel rojiza. Mitra nació ese día como todos los descendientes del sol: rota, con un único sello en su pecho conteniendo las fracturas en su cuerpo y en su mente. Una espada negra entre sus manos.

Quizá debió morir en aquel momento, pero Kirán la encontró. Su cabello brillaba como el oro contra el sol y creyó que si lo miraba por más tiempo enceguecería. Él y otro muchacho rompieron los cristales, Kirán le cubrió el cuerpo y le dio una máscara negra.

Le dio un propósito y le cubrió el rostro.

No recordaba nada antes de Kirán. Pero nunca iba a olvidarlo. Nunca iba a olvidar sus promesas. Nunca iba a olvidar esa mano helada cuando la ayudó a levantarse. Y por eso, debía hacer aquello.

Debió morir en el momento en que Kirán alzó su espada, pero aquella vez, ella fue más rápida y sobrevivió a duras penas, medio sangrante, con heridas por todo el cuerpo y una voluntad resquebrajada. Solo quedaba ella. De Kirán... nada más que una corona.

Las fracturas en ella, que creyó irreparables y que ellos repararon con esmero, se reabrieron una a una en una torre oscura, sin luz, sin comida, con los susurros de un Ashyan débilmente recordándole por qué aquella fue la decisión correcta. Mitra cerró los ojos deseando que todo terminara.

No culpó a los seguidores de Kirán.

Con una espada fría contra su cuello, pensó en los guardianes del templo y supo que los estaba condenando para siempre, pensó en Sansavi, pensó en Ameret... pensó en Kirán. Con los ojos vendados que jamás volverían a ver el Sol, Mitra murió sola, su sangre colándose para siempre en la tierra, sin el arrullo gentil de los In'Khiel, sin memorias de quién fue, sin que nadie volviera a pronunciar el nombre que Ameret y Sansavi le dieron.

Pidió perdón sin saber a quién se dirigía.

Por días, a las afueras del castillo favorito de Kirán se mostró su cabeza hasta que comenzaron los días de luto para Kirán. Y con su muerte, mil años después, en el mismo salón donde murió Kirán, apenas iluminado y lleno de sacerdotes, nobles, y con solo tres príncipes, el rey decretó la última sentencia para los guardianes de Kirán y el legado de la Dama Obsidiana.

Narantse leyó los labios del hombre que lo anunciaba y pudo entender alguna palabra ocasional, enmudecida en sus oídos. Pero ya conocía que diría, ella misma había visto el mensaje y las aves mecánicas partir hacia todos los rincones de Istralandia días antes.

—Quien traiga al guardián con vida frente al Rey recibirá una recompensa —terminó el sacerdote.

La boca de Narantse se amargó cuando entendió a medias las palabras en los labios del sacerdote. Ya conocía aquella decisión, pero que la mencionaran ahí fue como una bofetada. Todos sus esfuerzos fueron para nada y su padre había decidido guiarse con las palabras de los sacerdotes como todos los reyes antes que él.

Sabía que su padre temía. No a los Ashyan, no a una profecía. Lo conocía, era el hombre al que había admirado antes. El rey no era religioso más allá de apariencias. No creía en Kirán ni en An'Istene, ni en los Ashyan ni en los In'Khiel, ni veneraba al Sol cuando las puertas de su cuarto lo separaban de Istralandia. Jamás rezaba y solo aparecía en los ritos más importantes de los sacerdotes de An'Istene.

Recordaba haberle preguntado por qué no disolvía el consejo imperial de sacerdotes de An'Istene, y aunque no obtuvo respuesta en esa entonces, Narantse sabía por qué. Él también deseaba un reino eterno, pero temía a la gente que gobernaba. Temía que alguien usara la misma excusa que él en el pasado para sacarlo del trono.

Por eso no podía permitir que alguien más usara al supuesto guardián para una supuesta profecía de un supuesto Ashyan que Altan no vio en el templo. Solo quedaba entregar un mito en bandeja de plata para los sacerdotes y para que la gente no decidiera en su lugar, tomar su cabeza.

Narantse pensaba diferente. Le había pedido que se mantuviera firme, que lo mantuviera en secreto de los nobles, pero solo bastaba una de esas bocas cubiertas debajo de un velo para que los rumores se propagaran por todos lados.

Cuando el sacerdote de An'Istene se detuvo, el cuchicheo los nobles aumentó, ahogado, pero estaba ahí. Narantse miró en dirección a su padre, pero no podía ver su expresión a contraluz. Terminó por disolver la reunión, y Narantse ni siquiera se molestó en discutir con él. Sabía que no tenía caso y tenía otras cosas que hacer, así que se fue sin reverencias y sin dirigirle ni una mirada a su padre.

Al salir en dirección a su oficina, Dawá se apresuró y la alcanzó al poco rato. Narantse no tenía nada de qué hablar y hubiera preferido ignorarlo en aquel instante, pero seguía siendo su hermanito, así que caminó más lento y con señas le habló:

—Escuché que la Dama Mishaere está esperándote —dijo Narantse—. La reina se pregunta cuándo le propondrás matrimonio, Dawá.

—Es un matrimonio arreglado, Naran. No importa cuándo lo haga.

—Pero la amas.

—Amar es una palabra difícil.

Narantse alzó una ceja y miró a su alrededor para asegurarse de que no hubiera nadie a su alrededor que los escuchara. Entonces le dio un golpe y lo regañó, Dawá trató de defenderse.

—Sí la quiero, Naran —dijo Dawá—. Solo que tengo otros objetivos justo ahora.

Cuando Narantse estuvo a punto de decir algo más, Dawá cambió el tema:

—¿Qué sabes de Altan?

Por costumbre al escuchar ese nombre, suspiró pesado y alto, se llevó una mano al entrecejo y se detuvo. Le contó a Dawá que las cosas no estaban pintando bien para él, que no había progreso todavía y luego de días de correspondencia entre Altan, los nobles de Aheylerte y el señor de Edrene, no había nada en concreto aún.

—Un padre tan amoroso que envía a sus hijos al mejor viaje —dijo Dawá con sorna—. Es una lástima que va a ser el último para Altan y además, al otro lado del Confín.

Narantse miró a su hermano con los ojos en blanco.

—No digas eso. Lo estoy ayudando.

—Naran, sabes qué hay gente que espera verlo fallar. Por algo el rey lo envió.

»Y sabes cómo es Altan. Es mejor no involucrarse o terminarán arrastrándote también si te descubren.

—Puedo ayudarlo a llegar a un acuerdo decente con Aheylerte. No puede solo.

—O puedes estar provocando una guerra, Naran.

Naran cruzó los brazos y suspiró.

—¿Solo quieres hablarme de eso? Sé lo que estoy haciendo.

—Tú preguntaste primero por mi boda.

Narantse siguió su camino y Dawá la alcanzó pronto. Su hermano volvió a hablar con señas.

—Quiero hablar de Altan. Está comportándose sospechoso con lo del guardián, Naran.

Narantse alzó una ceja. Era cierto que había muchas coincidencias respecto a la supuesta profecía y la Tercera Ceremonia de Altan, pero Narantse no era religiosa, confiaba en Altan —no por ingenua—, sino porque si su hermano hubiera estado en el mismo templo del que supuestamente salió el Ashyan y el guardián, no hubiera sobrevivido. Sonrió a Dawá como solía hacerlo cuando era un niño, cuando medía muchísimo menos que ella y alzó la mano para desordenarle el cabello, pero antes de alcanzarlo, él sostuvo su muñeca y la apartó.

—No me estás haciendo caso, Narantse.

—Los dos son mis hermanitos —dijo Naran—. Incluso si Altan te parece sospechoso, no pienso hacer nada.

—Al menos escúchame, Naran —dijo Dawá con su voz, se escuchaba enmudecida—. ¿Crees que al rey le va a importar que sea su hijo si se entera? Te estoy diciendo a ti porque sé que tú eres la única que le puede meter razón al idiota de Altan.

Narantse le hizo señas y caminaron hacia uno de los jardines interiores del castillo para hablar. No solía haber tanta gente por ahí, pero antes de llegar, Narantse miró a su alrededor y guio a su hermano detrás de un árbol para que hablara.

—Altan está buscando al guardián, Narantse —soltó Dawá—. Lo estuvo buscando en Tiekarnan luego del incidente con el Ashyan.

—Dawá —llamó Naran y sonrió—. Sabes que los Ashyan no existen. Solo son ilusiones de sombras o de luz.

—Ilusiones de luz... Eso dices porque no sacas jamás la cabeza de los papeles y tu espada —dijo Dawá.

—Narantse, había kiranistas merodeando cerca de Tiekarnan. Sea lo que sea en lo que se está metiendo Altan, no es bueno.

Ella suspiró.

—Entonces, ¿por qué Altan está buscando al guardián?

—Mira esto, Naran.

Dicho eso, Dawá sacó un papel de entre su armadura y se lo tendió a Narantse junto con un cristal solar. Ella contempló ambos objetos, abrió la carta, pero era un papel en blanco y al acercar el cristal solar pudo distinguir la letra de su hermano. Conforme leía, Narantse frunció el ceño.

—¿No te parece extraño que el Ashyan haya aparecido la misma noche que Altan estuvo en ese festival? —preguntó Dawá—. ¿Y que el Ashyan dijera esas palabras?

—Dawá.

—Narantse, ser escéptica con cosas que no has visto, pero que existen de verdad, es de tontos.

Ella bufó como si aquello fuera un juego de niños, pero Dawá estaba completamente serio, en su lugar, se dio la vuelta de regreso a los pasillos del castillo. Sin duda aquello le molestó. Narantse pensó en correr detrás de él por dudar de él, pero no creyó que fuera necesario, no eran niños. Sin embargo, a la distancia, Dawá se dio la vuelta con la barbilla alzada y lo dijo con señas violentas y rápidas:

—No me creas si no quieres, Narantse, pero deja a Altan solo, está metiéndose en cosas que no debe —comenzó y apartó su coleta de caballo hacia atrás—. Voy a encontrar a ese guardián incluso si Altan está en el camino.

Narantse caminó hacia él.

—Nuestro padre necesita esto, Naran. No te metas en mi camino.

Ella frunció el ceño. Antes de poder alcanzarlo, él ya se había dado la vuelta y se fue con zancadas cargadas de ira. Narantse corrió detrás de él, pero al asomarse por el pasillo, su hermano volvió a dar la vuelta y salió del jardín. Narantse sabía que no era buena idea seguirlo cuando estaba molesto, así que fue a su oficina para preguntarle a Altan sobre aquella carta.

El sol comenzaba a ocultarse en el oeste detrás de las murallas gruesas de roca. En su oficina, mientras Narantse escribía, solo podía pensar que todos en Istralandia estaban volviéndose paranoicos con solo las palabras de un montón de farsantes.

¿Qué importaba un supuesto guardián de Kirán?

━━━━━━✧❃✧━━━━━━

Un año atrás, Ashe jamás imaginó terminar en una situación como aquella. Dos años atrás ni siquiera pensó en la posibilidad de estar fuera del templo o siquiera tener un nombre, pero ahí estaba. Altan detrás de él con una mueca y Dijike a su lado mientras veían a Mariska, a Adhojan, a Mires y a Jossuknar partir de la posada a través de la ventana. Mariska se detuvo un momento, sus ojos se encontraron y sonrió amargamente.

Un nudo se ató en la garganta de Ashe, alzó la mano para despedirse y ella lo imitó. Luego, sus ojos fueron a Altan y con su pulgar trazó una línea a través de su cuello.

—Esa... Esa... La voy a...

Ashe giró la cabeza para mirarlo, y pareció que eso fue suficiente para que Altan se callara y se retirara de la ventana con los brazos cruzados. Dijike se desternilló a pesar de las mirada de Altan.

—Sí que tiene agallas.

Ashe suspiró. Solo esperaba que quedarse y aprovechar aquel favor no fuera un error, y que... Se mordió la lengua con todas las palabras que no pudo decirle a Mariska. También se retiró de la ventana y caminó hasta sentarse frente a Altan.

Estaba agotado. Altan sonreía del otro lado con satisfacción y estaba recargado contra el respaldo.

—Al final sí usaste mi favor.

—Está bien si no quieres —dijo Ashe—. Puedo buscarlo yo solo.

—¿Crees que tengo problemas con un favor así? —dijo Altan.

Ashe no quiso responder, realmente quería una siesta y no tenía muchas ganas de alegar con Altan. La sonrisa en los labios de Altan se borró de inmediato y fue reemplazada por algo más, se dirigió a Dijike:

—Ve a preguntar por otro cuarto, por favor, Dijike —pidió Altan.

—¿Seguro?

Altan hizo una mueca y solo hizo señas para que se alejara. Dijike le dio una mirada de reojo a Ashe antes de salir y en esa fracción de segundo Ashe cerró los ojos para pensar qué hacer, por dónde comenzar a buscar a su hermano y a Leifhite... ¿Cómo buscarlos? ¿Cómo hablarle de nuevo a Mariska...? ¿Cómo iba a pedirle perdón?

—Así que, ¿ahora qué haces? —preguntó de pronto Altan—. ¿Llevas poco tiempo en...?

Ashe abrió los ojos sin saber qué responderle, si siquiera responderle. Suspiró.

—Soy aprendiz de un boticario.

—¡Oh! —exclamó Altan y recargó ambas manos en la mesa, se inclinó hacia él—. ¿Fue por tus conocimientos de las hierbas en la montaña?

Ashe negó y recargó la cabeza en una mano.

—Antes tenía otro trabajo, pero lo dejé —dijo Ashe—. El señor Lekatós fue muy amable para aceptarme como aprendiz a mi edad.

Altan frunció el ceño.

—A tu edad...

Ashe alzó la cabeza, pero Altan le restó importancia.

—¿En dónde trabajas? —preguntó Altan y sonrió.

—¿Por qué quieres saber?

—Obviamente es para... para... No es porque me interese. Es curiosidad.

Pero aquello no sirvió para disimular nada, a Ashe le pareció curioso, realmente imaginaba que Altan sería diferente, así que sonrió un poco, y lo dijo.

—Vultriana.

Si Altan tuviera té en la mano, era posible que lo hubiera bebido y escupido todo.

—¡¿Vultriana?! —preguntó Altan—. ¿Todo este tiempo estuviste en Vultriana?

Ashe asintió.

—Sí.

—¿Por qué no fuiste a buscarme?

—Eh...

Ashe se rascó la cabeza, sonrió un poco, buscó algo en sus bolsillos y sacó una pequeña flor de metal con blanco. Los ojos de Altan de inmediato fueron a esa pieza de su armadura, sus orejas se calentaron cuando Ashe la colocó en la mesa, y agradeció tener el cabello suelto para que él no lo notara.

—Pensé en devolverla muchas veces, pero no pude —explicó Ashe—. Por la forma en la que te fuiste, creí que no querías volver a verme.

Altan no apartó la vista de la flor, pero tampoco se atrevió a decir nada. Al ver su reacción, Ashe sintió curiosidad.

—¿Por qué la dejast-...? —comenzó Ashe.

La puerta se abrió y Altan empujó la flor hacia Ashe y le urgió que la guardara. Cuando Dijike entró, suspiró al ver a Altan y negó con la cabeza como si se hubiera enfrentado a un ejército ella sola.

—Dicen que no hay más cuartos, Altan.

—¡¿Cómo que no hay más cuartos?! —gritó Altan—. No hay motivo por el que haya tantos cuartos.

—No hay, Altan, puedes preguntar lo que quieras, pero si haces que nos echen, le diré a Sorken.

Altan gruñó y cruzó los brazos, refunfuñó en su lugar, se levantó y fue hacia la puerta.

—Puedo compartir habitación y dormir en el suelo —interrumpió Ashe antes de que Altan diera un paso más.

Él se detuvo y parpadeó varias veces, miró a Dijike sin creer lo que acababa de escuchar. Ella se encogió de hombros. Altan entonces se dirigió hacia él.

—No tienes que dormir en el piso, Ashe —dijo Altan—. Puedes tener mi cama.

—¿Qué? —preguntaron Dijike y Ashe al unísono.

—¿En dónde vas a dormir, Altan? —se apresuró a preguntar Dijike.

Él sonrió ampliamente y alzó la barbilla ante aquella pregunta.

—Tu cuarto tiene dos camas.

—Sí, pero...

—No es necesario —. Ashe interrumpió con una sonrisa que no llegó del todo a sus ojos—. Puedo compartir cuarto, no necesito un-...

—Eres mi invitado, no mi prisionero.

Al final, no hubo forma de convencer a Altan, y después de aquel día, solo quería dormir. Ya era demasiado tarde, así que terminó aceptando a regañadientes. Altan ordenó a Dijike llevar algunos papeles al otro cuarto para seguir trabajando y aunque Ashe se ofreció, Altan lo impidió. Cuando terminaron, Altan lo miró antes de cerrar la puerta.

—Mañana podemos comenzar a buscar a tu hermano —dijo Altan.

Titubeó en cerrar la puerta.

—D-descansa, Ashe.

Cerró la puerta con un azotón nervioso que Ashe no comprendió. Pero una vez solo, soltó un largo suspiro, fue a apagar la luz, se quitó los zapatos y se sentó en la orilla de la cama. Por primera vez en mucho tiempo, estaba de nuevo en un cuarto solitario, sin ruido, oscuro y amplio. Al echarse en la cama, sus ojos fueron al techo, pero no pudo dormir.

Pasó un minuto mirando arriba. Aquella sensación era amargamente familiar. Era igual al pequeño rincón en el que creció. Cerró los ojos. No pudo dormir.

Apretó los ojos.

Pasaron varios minutos más, y Ashe abrió los ojos. De nuevo pensó en el rostro de Mariska alejándose sin remedio, herida por lo que le dijo antes. Quería confiar en ella... Era su amiga, pero...

Ashe se incorporó y se sentó. Era una mala persona.

No supo cuánto tiempo pasó cuando escuchó golpes en la puerta y salió de su ensimismamiento. Apartó la vista de su regazo y aguardó, los golpes continuaron poco después. Ashe tomó su espada por las dudas y fue a la puerta.

—¿Quién es?

—Altan, obviamente. ¿Quién más?

Ashe suspiró, titubeó al abrir la puerta, pero al final lo hizo, quizá necesitaba otra cosa de ahí. Ya no había luz en el pasillo, pero confirmó sus sospechas al ver a Altan con una pila de papeles y un cristal solar que tenuemente iluminó su alrededor. Cuando Altan entró, su mirada fue a la espada de Ashe.

—¿Pensabas atacarme?

Él desvió la mirada.

—No sabía que eras tú.

Altan sonrió burlonamente, de oreja a oreja, de la misma manera en que le cuestionó todo fuera de la Cámara del Tesoro Negro. Ashe cerró la puerta y estuvo a punto de encender alguno de las lámparas solares.

—No enciendas la luz, solo vengo a dejar esto, espero no haberte despertado —dijo Altan.

—No estaba dormido.

—¿No estabas dormido? Ashe, faltan dos horas para el amanecer...

—¿Tampoco has dormido?

Altan no respondió, dejó la pila de papeles en la mesa junto al cristal y los señaló.

—Aunque quisiera, tengo que terminar esto.

Ashe dejó su espada cerca de la cama y fue a sentarse en una de las sillas.

—¿No vas a dormir? —preguntó Altan para cambiar el tema.

Ashe desvió la mirada

—Tengo un poco de insomnio...

—¿Quieres hablar?

Ashe lo miró, apenas si su rostro estaba iluminado con el cristal a su espalda, no supo descifrar su expresión. Tal vez era buena idea, aunque fuera Altan, podía intentar dormir y dejar de sentir que aquella habitación era demasiado amplia y silenciosa. Al final Ashe cedió, aunque quizá era un poco grosero dormirse mientras un noble hablaba...

—¿Por qué tocaste si ibas a dejar eso? —preguntó Ashe—. Es tu cuarto.

Altan lo miró directamente a los ojos en la oscuridad por un largo rato, algo cambió en su mirada y lucía preocupado.

—Porque tú estás durmiendo aquí, Ashe —atinó Altan a decir con el mismo tono de siempre y se sentó en la otra silla—. No puedo hacer eso. No quiero que hagas cosas que te pongan incómodo.

Ashe se removió en la silla. No entendía por qué un noble se comportaría así.

—¿Y si no te hubiera abierto?

—Hubiera regresado mañana a dejar los papeles.

Un silencio pesado se asentó luego de aquello, un silencio difícil de interpretar. Altan entonces se levantó, se dirigió al escritorio, sacó algunas hojas, las apiló y caminó de regreso a la puerta.

—Deberías tratar de dormir, Ashe —dijo Altan—. Mañana tenemos que hacer algunas cosas. Descansa.

Ashe se levantó.

—Espera.

Altan se detuvo antes de tomar la perilla de la puerta, cuando Altan lo miró detrás del cristal iluminando su rostro, Ashe se arrepintió, y Altan fue incapaz de decir nada porque temía decir algo estúpido.

Ashe apretó los labios. No quería que pensara que su pregunta era infantil, caprichoso o un malcriado, pero sabía que terminaría sonando así.

—El cuarto es muy grande.

—Obviamente lo es, es mi cuarto.

Ashe pudo imaginarse una sonrisa altiva en sus labios en aquel instante.

—No estoy acostumbrado... —dijo Ashe y bajó la mirada, un poco avergonzado—. Es que... Es que en la caravana acostumbro a dormir con más gente... Y... Me recuerda al templo.

Aquello lo dijo casi susurrando.

—Perdón si suena raro.

Altan se separó de la puerta y caminó de regreso a la mesa en el centro de la habitación, dejó los papeles y el cristal. Cruzó sus brazos y sonrió de lado.

—¿No podías dormir por eso?

—Perdón.

—No necesitas pedirme perdón.

—Per-... —se interrumpió y bajó la cabeza—. ¿Puedes quedarte? Solo hasta que me duerma...

Altan asintió y se sentó, miró a Ashe desde abajo y apartó su cabello de su rostro.

—Considera esto como parte de las disculpas por irme —dijo Altan

Ashe sonrió un poco. También con un poco de alivio porque no dijo nada más al respecto.

—Pero si termino durmiéndome aquí y me duele el cuello mañana, vas a tener que... Vas a tener que contarme en dónde estabas exactamente en Vultriana.

Ashe suspiró.

—Está bien.

—Ve a dormir, Ashe.

Él asintió y se dirigió de nuevo a la cama. Rodeó el divisor de madera y se echó de nuevo. Cerró los ojos. Pasó un minuto, dos, pero ni siquiera eso sirvió para que el sueño llegara rápido.

—No puedes dormir, ¿verdad?

—No.

Ashe escuchó a Altan levantarse de la silla, lo escuchó moverse y las sombras se atenuaron. Luego lo escuchó moverse y se sentó del otro lado del divisor, en el suelo.

—Podemos hablar hasta que te de sueño.

Ashe abrió los ojos, al menos ya no se sentía como estar en el templo. Había muchas preguntas que quería que Altan respondiera, acerca de por qué fue al templo, por qué entró a la Cámara del Tesoro Negro, por qué le dejó esa flor metálica, pero preguntó la única que fue a su cabeza en ese momento:

—¿Por qué me estabas buscando, Altan?

Hubo silencio y Ashe abrió los ojos, se removió hasta quedar sobre uno de sus costados y su vista en la sombra de la cabeza de Altan del otro lado.

—¿Tengo que responder eso?

—¿Sí?

—Pues no quiero responder —dijo Altan—. Me toca a mí. ¿Por qué creíste que no quería verte de nuevo?

Ashe hizo una mueca.

—No respondiste mi pregunta.

—Tampoco quieres responder la mía, ¿eh? ¿eh?

Ashe negó con la cabeza y bufó un poco. Altan se encogió del otro lado del divisor y abrazó sus rodillas. Ashe escuchó cómo frotaba sus manos y soplaba para mantenerse caliente. Se detuvo.

—¿Quieres una cobija?

—No... Bueno, tal vez sí.

Ashe suspiró. A pesar de las advertencias de Mariska y de todos, Altan le recordaba demasiado a los niños en Vultriana. No parecía ser mala persona, pero no quería confiar del todo en él, al final, era de la dinastía Ganzig y eso por sí mismo era suficiente para mantenerse alerta. Aun así, Ashe separó el edredón y una cobija, cargó ambas y le puso una a Altan en la cabeza.

—¡Oye! ¡Soy el príncipe de este rei-...!

Se interrumpió cuando al descubrirse la cabeza, Ashe se envolvió y se sentó a un metro de él. Se quedó sin palabras en ese instante.

—¿Te enviaron al templo porque eres un príncipe?

—Sigues sin responderme lo que te pregunté —reclamó Altan con un puchero mientras se cubría los hombros.

Ashe inclinó la cabeza a un lado. Altan no podía distinguir su rostro o leer su expresión, pero no pudo evitar pensar que su cabello era mucho más pscuro que la noche. Agradeció que estuviera oscuro porque sabía que estaba sonrojándose.

—Sí... Tiene que ver —cedió Altan—. Fue por mi Tercera Ceremonia, es una tradición de los nobles.

—¿En serio es una tradición profanar templos?

—¡No! —alegó Altan y alzó la voz—. No es eso.

Ashe rio por lo bajo.

—Entonces, ¿cómo son?

Altan odiaba hablar de esas cosas, en especial de su propia Tercera Ceremonia, pero no dudó en responder a la pregunta de Ashe. Las tres ceremonias eran rituales importantes que marcaban el crecimiento de un niño a la adultez en Istralandia, tanto para aquellos que creían en Kirán como en An'Istene, como para aquellos que no creían en ninguno, y todo surgía del Kevseng y de los mitos de los descendientes del Sol.

Todos en Istralandia pasaban por tres ceremonias: la primera en el nacimiento, la segunda al cumplir los once años y la tercera para indicar el paso a la adultez. La diferencia entre nobles, plebeyos y aquellos que poseían el Kevseng yacía en lo que realizaban en sus Terceras Ceremonias. La gente común celebrara con fiestas sencillas en honor a Kirán y a An'Istene, iban a templos y rezaban; los usuarios del Kevseng obtenían sus marcas, pero los nobles debían seguir las tradiciones establecidas por Kirán.

—Pero la dinastía kiránica ya no está en el trono...

—Son costumbres muy viejas, Ashe. Es difícil cambiarlas.

—¿Crees que no es posible?

Ashe preguntó aquello mientras se envolvía más.

—No dije que sea imposible —respondió Altan—. Solo es difícil. El rey decidió conservar esa costumbre porque no piensa que haya nada malo en ella, y todos mis hermanos y yo tuvimos una Tercera Ceremonia así... Bueno, mi hermano menor todavía no.

Las Terceras Ceremonias para los nobles requerían una gran hazaña para probar a An'Istene que su sangre de verdad pertenecía a la nobleza, y para recrear los pasos de Kirán. Los sacerdotes solían decidir aquella hazaña, unas más peligrosas que otras, y no podían recibir ayuda. Muchos desistían, preferían abandonar sus títulos o sus familias a morir, al final de cuentas, podían conservar parte de sus riquezas. Pero para la familia real no existía otra opción. Y era por eso que las tumbas en Floriskitria estaban llenas de descendientes directos de Kirán, de futuros reyes que no pasaban la edad de la Tercera Ceremonia, y de regentes longevos, uno tras otro.

—¿No es cruel?

Lo era. Altan siempre pensó que, en el pasado, muchos aprovechaban las Terceras Ceremonias para subir al trono como regentes. En el caso de su familia, sentía que las ceremonias también fueron difíciles para sus hermanos, pues ninguno solía hablar de aquello. No conocía los detalles, pero Dawá regresó cubierto en sangre y arena, con la mirada y la personalidad cambiada, y Narantse pasó un año lejos de Istralandia después de la suya.

Su padre esperó fortaleza en sus hermanos, pues sería una prueba de que la dinastía Ganzig era más fuerte y estable que la anterior. Pero con él... No estaba seguro. Ashe se removió cuando le dijo aquello.

—La mía fue más fácil —aseguró Altan y sonrió en su dirección—. Tenía que ver con el templo.

Sí, tal vez fue más sencilla, pero los sacerdotes que eligieron la suya lo hicieron con otras intenciones. Incluso él, que era un idiota, se dio cuenta de las consecuencias de su ceremonia. Pero cuando su padre la aprobó no tuvo más remedio que obedecer y hacer lo mejor posible. Al final, no sirvió de nada. Su padre no lo felicitó, trataron de asesinarlo varias veces, incluso los sacerdotes dudaron al reconocer su Tercera Ceremonia, y el resto del mundo lo odiaba con más fiereza que antes por profanar un lugar que nadie recordaba, pero que le perteneció a Kirán.

—No creo que fuera más fácil para ti —dijo Ashe con la voz lenta y llena de sueño—. Sobreviviste dentro de la Cámara por mucho tiempo... Y peleaste muy bien.

—¿En serio?

—Pero eres un idiota. Te dije que te fueras.

Altan bufó con una sonrisa

—Pudiste renunciar a tu título.

—Sí... Pero ya ves que soy un idiota.

Altan sonrió y recargó la cabeza contra el divisor. Si no hubiera entrado a aquel cuarto oscuro detrás de dos puertas negras, se preguntó si hubiera sobrevivido a la espada de Ashe. No lo sabía, pero era seguro que no estarían conversando en aquel momento.

No se arrepentía de haber entrado. A pesar de la maldición, a pesar de que cada día recordaba sus palabras, a pesar de que cada noche recordaba el llanto sutil de alguien diferente, a pesar de que a veces había memorias de otros guardianes en su cabeza, a pesar de que vivía día a día perdiendo lentamente su cuerpo y su mente.

Si había al menos alguien que recordara la historia de aquel templo, si así podía hablar en ese instante con Ashe después de lo que vivió en aquel lugar, no dudaría en volver a entrar. Solo deseaba que aquello que lo invadía hueso por hueso le permitiera hacer más por aquel país, que le permitiera cambiar el pasado... O al menos el presente.

—Ashe, ¿crees que los Ashyan puedan cambiar el pasado?

No recibió respuesta. Al mirar a su lado, Ashe estaba recargado en el divisor y torcido hacia el suelo, su cabeza colgaba hacia el otro lado. Al verlo así, Altan pensó en ponerle una almohada para cuando terminara recostándose por completo. Se levantó con cuidado por una almohada y la colocó con cuidado debajo de él.

Lo observó un segundo, sus pestañas oscuras caían suavemente sobre sus ojos, lucía tranquilo. No con resignación como cuando lo vio por primera vez en el templo, no con desesperanza, como lo recordaba en los ojos de otros. No pudo respirar. Y esa fue suficiente indicación para apartarse de él.

Fue a sentarse a una silla al otro lado, ajustó las cobijas y cerró los ojos.

El tintineo de los In'Khiel pronto llenó sus oídos, junto a las memorias que no eran suyas, las de Ashe, las de otros guardianes antes que él, las de todos en aquel templo, las de Ahrim y las de la propia montaña. Aquella noche no suplicó porque se detuvieran y solo decidió, sin poder dormir nunca más, hundirse en aquello, justo como en la Cámara del Tesoro Negro.

Altan abrió los ojos y miró a Ashe, por fin había colapsado sobre la almohada. Apretó sus labios. Por fin se atrevió.

—Te protegeré...

Aquella era una promesa para Ashe que quizá no escucharía, que no le pudo decir en el rostro antes, cuando prefirió escribirle ese discurso falso acerca de un perdón, pero no importaba. Era lo mínimo que podía hacer por salvarle la vida, por arriesgarse a hablar con un Ashyan para ayudarlo, por esa vida que tuvo, por lo que el mundo quería de él.

Los In'Khiel seguían susurrando un destino incierto, pero realmente deseaba que Ashe pudiera tener una vida feliz, incluso si para eso tenía que enfrentarse a su padre, a los Ashyan y a los dioses.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top