10.2. Interludio: Una promesa cumplida

Entre la niebla espesa no se lograba distinguir mucho a la distancia, solo pastizales eternos, el olor a hierba fresca por el rocío de la mañana mezclado con un sutil aroma a madera quemada e incienso, y los primeros rayos del sol a punto de romper el paisaje desde el este.

Atrás, Ashe vestido con colores claros lo seguía en silencio con los ojos perdidos, ojos de estatua. Adhojan se preguntó si así se veía cuando era un guardián, pero era difícil imaginarlo en ropa negra como el resto, o con aquella tendencias que todos los que sirvieron a Kirán tenían. No bajó su guardia de cualquier manera.

Sabía que dijo cosas crueles, cosas que sabía que no debió decir y en las que no creía. Si su hermana lo hubiera escuchado, se hubiera decepcionado. Pero no había otra opción, era la única manera de proteger a Mariska antes de que las cosas terminaran mal, antes de que comenzaran a cazar a Ashe y antes de que la marca de Kevseng consumiera a Ashe. Porque una vez aquello sucediera, o moriría, o de verdad se convertiría en un Ashyan.

La primera vez que vio a alguien sin completar su marca del Kevseng fue en el Confín, era una joven del Confín. Él solo tenía catorce años. Los sacerdotes la capturaron sin saber de la marca, pero... Cerró los ojos. Recordaba sus ojos castaños llenos de miedo. Recordaba sus ojos castaños impregnados de dolor cuando la marca le atacó.

«Es mejor hacerlo así... No sabemos si puede convertirse en un Ashyan», dijo uno de los sacerdotes. De todas formas iba a morir.

De verdad no quería que Mariska se involucrara con algo así.

¿Y qué pasaría con Ashe después?

Quería creer que no le importaba, que sería problema de Altan, pero al mirar atrás no podía dejar de preguntarse por qué ocultó aquello de Mariska y qué era lo que él planeaba hacer. Adhojan miró de nuevo el camino al frente cuando sus entrañas se retorcieron.

Aún así, Adhojan obligó a su caballo a esperar a Ashe, cuando lo alcanzó por fin, él lo miró sin decir nada. Adhojan retomó la marca al mismo ritmo que Ashe.

—¿Por qué no dijiste nada de la marca?

Ashe desvió los ojos a su caballo, no respondió por más que Adhojan aguardó. Lo entendió. Después de un rato, Adhojan carraspeó:

—¿No te alegra ver a Altan de nuevo? —preguntó para aligerar aquella conversación, ni siquiera estaba seguro de por qué lo estaba haciendo—. Perdón por lo de antes...

Ashe por fin alzó la cabeza, sus ojos estaban llenos de indiferencia y vacío, como si detrás de esos ojos no hubiera nadie. Adhojan tragó saliva. Aunque similares, aquellos no eran los ojos de los que se hacían llamar kiranistas, ni de la gente de la dinastía Ganzig, ni la mirada de las presas o las de un depredador. No entendió qué era lo que veía. Ashe desvió sus ojos castaños y apretó los labios.

—Creí que eras una buena persona, Adhojan —comenzó Ashe.

No le importó. Sabía que aquello era lo correcto.

—Mari de verdad piensa que eres buena persona.

Aquello lo tomó desprevenido. No quiso darle importancia, ni al nudo en su garganta ni a las palabras de Ashe. Después de todo, Ashe no sabía nada de él, de la misma forma que no sabía nada de Ashe. No sabía nada de lo que había vivido en esos años, ni lo que anhelaba abandonar. No estaba siendo justo.

—Pero eres igual al resto de los kiranistas.

Adhojan se mordió la mejilla. No tenía derecho a defenderse de aquel reclamo luego de ponerle en cara las creencias que Ashe abandonó. Adhojan cerró los ojos. No entendía por qué había cadenas que por más que mordiera y tratara de romper, seguían alrededor de su cuello y tobillos. Era aquella mirada del cielo, el sol mismo, una corona perdida, la luna, los Ashyan buscando su sangre, los sacerdotes buscando su sangre, él buscando su sangre.

No podía mentirse a sí mismo. Con toda la sangre que derramó antes, con todo lo que salía de su boca, una disculpa hacia Ashe no era genuina. Nada en él lo era.

Estaba agotado de Istralandia.

Y era tonto, pero lo susurró:

—Perdón, Ashe —dijo Adhojan—. No fui justo contigo... Pero estarás mejor con Altan. Está preocupado por el guardián de Kirán.

—No soy un guardián, Adhojan.

Ashe no lo miró a los ojos. Adhojan inhaló despacio.

—Lo sé, Ashe, perdón —dijo Adhojan, pero decidió ser honesto—. Altan de verdad te está buscando, lleva un año buscándote.

Ashe no respondió, se adelantó un poco más para no tener que ver el rostro de Adhojan o sus expresiones. Adhojan insistió a pesar de que odió ser así.

—No planeaba hacer esto. Ni siquiera pensaba en quedarme en Istralandia cuando me despedí.

—Lastimaste a Mariska.

—Lo sé —dijo Adhojan—. Me equivoqué... Pero no tenía otra opción.

Ashe hizo una mueca.

—No te va a perdonar.

—Tal vez no lo haga, lo sé, por eso estoy haciendo esto —dijo Adhojan—. Pero esto era necesario, Ashe. Altan... Él no parece un mal sujeto. Y ya lo conociste antes.

»Piensa en Mariska. Si ella se involucra en esto, con lo que pasó con su padre, ¿crees que no le harán algo?

La mueca no desapareció de sus labios. No estaba escuchándolo, y Adhojan no tuvo otra opción.

—Mariska sabe de Altan.

Ashe lo miró entonces, la mueca desapareció de sus labios.

—Mariska sabía que te está buscando y por qué me uní a ustedes —explicó Adhojan—. Me pidió que no te dijera nada porque tenía miedo de lo que fueras a hacer.

La pregunta titubeó en sus labios y sus ojos se volvieron cristalinos. La luz comenzó a romper la niebla.

—¿Mariska sabía de Altan?

—Sí.

Ashe apretó los labios. Adhojan estaba seguro de que Mariska se iba a enojar con él, pero Ashe tenía derecho a saber y a elegir. También sabía que lo había presionado a elegir, pero era necesario para proteger a su hermana, a Mariska y a Ashe.

Después de un rato cabalgando, Ashe volvió a hablar.

—¿Por qué lo ayudas?

Adhojan no podía ver su rostro.

—No lo estoy ayudando. Solo cumplo un acuerdo —explicó—. Capturó a mi hermana.

—¿Y los dejará en paz si voy con él?

—Es lo que prometió. Sí.

Ashe no respondió. Por un momento, frente a él, Adhojan pensó que quizás estaba llorando, así que lo dejó, y cuando la niebla comenzó a dispersarse, vio su rostro. No había nada, ni lágrimas, ni muecas, ni siquiera resignación. Nada.

—No tienes que quedarte con él si no quieres —dijo Adhojan—. Te sacaré de ahí también.

—Mariska no nos va a perdonar por esto.

Fue lo último que dijo y continuó el camino. Pero esas palabras fueron como un golpe en el estómago para Adhojan. Por supuesto sabía que eso iba a pasar desde la noche anterior. Estaba seguro de que cuando ella se despertara, tal vez jamás se volverían a hablar. Tal vez jamás se volverían a ver. Pero ella podría regresar a Vultriana después.

Llegaron a Saeehn por la tarde, y se dirigieron hacia la posada dónde Altan se estaba quedando. Adhojan pensó que para aquel momento, Ashe estaría de mejor humor, pero lo ignoró todo el camino y lo siguió en silencio. Sin duda seguía molesto.

Adhojan llevó ambos caballos al establo y guio a Ashe dentro de la posada. Ya que todavía no caía la noche, no había mucha gente en la planta baja. Adhojan miró a Ashe.

—Quédate aquí —pidió Adhojan—. Iré a informarle y te llamará.

Ashe asintió, pero no se movió de aquel lugar. Adhojan suspiró y subió las escaleras. Fue a la habitación de Altan y tocó la puerta. Quien abrió fue Dijike.

—Traje al guardián, dile a tu príncipe.

Una hora después, sin armas a su alcance, las manos de Adhojan picaban más que las astillas y las pequeñas cortaduras en sus manos. Después de discutir con Altan, solo podía pensar en que cualquier cosa podría salir mal una vez dejara a Ashe solo.

Dijike en aquel momento estaba inspeccionando la espada de Ashe en medio del pasillo. Adhojan miró de reojo a Ashe, lucía cansado y somnoliento, y sus ojos por supuesto no estaban en la espada ni en Dijike. Mientras Adhojan lo miraba, sabía que el Ashe frente a él era diferente al que conocía frente a Mariska.

—Parece ser verdadera.

Dijike sonrió.

—Aguarden un momento.

Dijike abrió uno de los cuartos y entró de inmediato con la espada de Ashe. Él la siguió con la mirada sin decir más, y en aquel pasillo, Adhojan no supo qué decirle exactamente. Fue Ashe quien habló:

—¿A dónde irás después?

La pregunta tomó a Adhojan por sorpresa. Hubiera preferido que se quedara en silencio, pero hablaba en serio. Aquello no lo sabía.

—No te preocupes, Ashe. Volveré por ti.

Pero la mirada en los ojos de Ashe no se inmutó, y cuando Dijike salió de la habitación, asintió en dirección a Ashe.

—Su Alteza pide que entre —dijo Dijike.

Ashe inhaló profundo. Dijike entonces se dirigió a la puerta de enfrente y tocó la puerta antes de sonreírle a Adhojan.

—Se pueden ir, Adhojan.

La puerta se abrió y una cara conocida asomó la cabeza, los ojos eran grises y el cabello castaño. No usaba ropa negra, sino un atuendo típico de la gente del Valle de Serpientes y en cuanto sus ojos se encontraron con los de Adhojan, ella abrió la puerta por completo. Dijike alcanzó a apartarse a tiempo y Mires se lanzó a abrazar a su hermano.

—Eres un imbécil —dijo ella y enterró la cabeza en su hombro.

Adhojan la abrazó de vuelta y le dio unas palmadas en la espalda.

—Me preocupaste muchísimo —dijo él y se separó—. ¿Te hicieron algo?

Dijike se acercó y sonrió, Mires la imitó. Había cierta complicidad en esa mirada.

—En realidad, fueron muy amables —dijo Mires y sus ojos vagaron hasta Ashe.

Él alzó la cabeza y ella sonrió de lado.

—¿Este es el guardián?

—No soy un guardián —dijo Ashe y negó con calma.

Mires buscó una explicación en Adhojan, pero él solo apretó los dientes. Había sido injusto con Ashe y si Mires se enteraba... Pero, ¿qué más podía hacer?

—Su Alteza lo espera de todas maneras —repitió Dijike.

Ashe suspiró y por fin se movió hacia la puerta del cuarto. Adhojan se separó de su hermana y antes de que Ashe entrara, lo repitió:

—Juro que volveré por ti.

Pero Ashe no dijo nada, ni siquiera volteó a verlo y entró al cuarto. Adhojan se mordió la mejilla hasta que el sabor de la sangre inundó su boca. Lo siguiente no pudo procesarlo. Así sin más, todo terminó, una puerta de madera y podía irse de Istralandia...

Mires y él caminaron afuera, aun así, sus ojos regresaron a la posada, exactamente a la ventana del cuarto de Altan. Sabía que fue la mejor opción, la decisión correcta, pero la culpa se asentó en su estómago. Si Altan mintió... Si le hacía algo... ¿Cómo le explicaría todo a Mariska?

Y ahora que podía irse, Adhojan sintió que después de un año, sus pies de nuevo estaban entre fango.

—¿Adhojan? —llamó a su hermana a su lado y le tocó el hombro.

—¿Crees que lo dejé ir?

—¿Eh? ¿De qué hablas? —preguntó Mires—. ¿Del guardián?

Mires frunció el ceño, pero Adhojan no pudo responder. Solo esperaba no haberse equivocado.

—¿Crees que Altan le vaya a hacer algo?

Mires suspiró, obligó a su hermano a detenerse, tomó sus hombros y lo miró directo al rostro. Luego ella tomó sus mejillas y las pellizcó. Adhojan se apartó.

—No hagas eso.

—Cálmate, Adhojan —dijo Mires—. Altan no le hará nada.

—¿Cómo estás segura?

Mires suspiró.

—No entiendo por qué te importa lo que le suceda... Ya sabes cómo suele ser la gente de Kirán, es mejor dejarlo así.

—Los guardianes son diferentes...

Mires lo miró un rato.

—Solo vámonos... —suplicó ella.

Aquellas palabras pesaron en Adhojan, pero no se atrevió a tomar los caballos. En su lugar, caminó en otra dirección junto a su hermana. Mires le hizo preguntas que no pudo responder, que no quiso mientras pensaba qué hacer. Fue cuando estuvieron en medio de una plaza que Adhojan se detuvo abruptamente.

Era el mismo lugar dónde asesinaron al sacerdote de Kirán.

—¿Qué pasa? —preguntó ella y sus ojos se dirigieron al mismo lugar que los de Adhojan.

Un hombre del Confín, de barba y cabello canosos caminaba alrededor de la plaza con las riendas de su caballo en una mano mientras hablaba con la gente del lugar. Adhojan de inmediato supo a quién buscaba, quiso darse la vuelta, pero supo que era tarde, porque Jossuknar notó su presencia.

Cuando Jossuknar caminó en su dirección, quiso desaparecer, correr, pero no pudo hacerlo. Quizá fue por lo que cargaba su mirada: decepción, tristeza. Y entonces, sus ojos fueron a Mires, Jossuknar cerró los ojos lamentándose.

—Adhojan —llamó.

Mires miró a Adhojan y él de inmediato inclinó la cabeza e hizo un círculo con las manos

—Perdón, Jossuknar.

—A mí no me pidas perdón —dijo Jossuknar y negó con la cabeza—. Entregaste a un amigo y tendrás que explicárselo a Mariska.

»Me alegra verla bien, señorita hermana de Adhojan.

Mires sonrió un instante antes de mirar a Adhojan.

—¿Amigo? ¿El guardián es tu amigo?

—No hay guardián, señorita —dijo Jossuknar—. Es un título tonto impuesto por otros.

Mires apretó los labios, y buscó una explicación de Adhojan que no pudo darle. Al saberlo negó con la cabeza.

—Adhojan...

—¿En dónde está Ashe?

—¿Ese es su nombre? —preguntó Mires.

Ante la mirada insistente de Jossuknar y Mires, y la culpa, Adhojan no pudo negarse a guiarlo hasta la misma posada. Mientras caminaban de regreso, Adhojan pensó en cómo pedirle a Jossuknar que no le dijera nada a Mariska de aquel lugar, incluso pensó en cómo pedirle que aguardara afuera mientras él resolvía todo. Sin embargo, una vez ahí, Jossuknar abrió los ojos con sorpresa y apresuró el paso al ver un caballo solitario atado a las prisas en el poste de una lámpara solar.

Jossuknar miró la entrada.

—¿Quién más vino? —preguntó Adhojan al ver que el hombre reconocía el caballo.

—Este es el de Mariska —dijo Jossuknar y tomó las riendas.

Adhojan parpadeó varias veces. Era imposible que en el estado en que estuvo el día anterior hubiera ido hasta allí.

—¿Qué?

—Este es el caballo de Mariska.

Adhojan tragó saliva, miró de inmediato a la posada. No tuvo que escuchar más para entrar de nuevo pese a que Mires y Jossuknar trataron de detenerlo.

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Había demasiadas cosas en la cabeza de Ashe. Era como tener una espina en la mano, tan enterrada que debía hurgar dentro de su piel si quería retirarla, tan escurridiza que de alguna forma había terminado en su corazón en esas últimas dos semanas. Y cada vez, punzaba.

Punzaba cuando quería creer que las cosas estarían bien, le recordaba que era tan inútil que ni siquiera fue capaz de decirle a Mariska la verdad, que la había abandonado, que se había molestado con Adhojan sin tener derecho. Le recordaba que su molestia con Kirán y con An'Istene no servía de nada, ellos no escucharían sus palabras, ellos ni siquiera voltearían a verlo porque era un pecador ante sus ojos. Le decía que el odio a sus maestros era estúpido, ellos habían vivido igual que él, pero solo él terminó así.

Aquella espina punzaba en su pecho y le recordaba que estaba molesto consigo mismo, por su odio, por ir al pueblo sin pensar en las consecuencias, por no ser capaz de proteger a nadie con aquella espada, por ocultarle a Mariska toda la verdad, por no ser capaz de decirle la verdad, por no querer decirle la verdad, por no irse antes en Vultriana y aceptar la promesa de Mariska. Por ir hasta ahí con la promesa de ver a alguien que lo abandonó.

Ashe quiso contenerse, quiso contener aquel gesto amargo, pero estaba agotado. Quería pensar que todo estaría bien, que él estaría bien, que no era un guardián, que no estaba en el templo... Pero no había forma de huir de aquel lugar.

Cuando la hermana de Adhojan salió de una habitación, Ashe salió de su ensimismamiento, y al verla abrazar a Adhojan, la ira se disipó lentamente, reemplazada por algo amargo, en parte alivio al ver que estaba bien, pero también resignación.

Esta última pesó más con la pregunta de la hermana de Adhojan. «¿Este es el guardián?», con las palabras de la mujer que servía al Tercer Príncipe. Ashe supo que solo quedaba aquello, que era momento de entrar. No sabía qué esperar exactamente, pero se prometió no agachar la cabeza...

Al menos, si iba a morir ahí por lo que fue, por algo que no era, quizá era mejor que continuar aquella pesadilla de vida. Cuando entró, el rostro de Mariska a su lado en el puente del pueblo de guardianes asaltó sus pensamientos, y la culpa lo invadió. Antes de continuar en aquella espiral sin fondo creada a lo largo de su vida, cerraron la puerta detrás de él.

Ashe alzó la cabeza. Aquel cuarto era amplio y suntuoso, tenía un buro al fondo, un escritorio, una mesa elegante con sillas acolchonadas y una sola cama detrás de un divisor de papel. Un montón de tapices bordados decoraban las paredes, y en cada esquina había una lámpara solar. Sobre todo eso, vestido con ropas caras, alguien destacó, un rostro que no había visto en un año

Era la misma persona que trató de detener en la Cámara del Tesoro Negro, la misma persona que no pudo matar en ese momento, la persona que se rehúso a abandonar, pero que al final, se había ido como si jamás hubiera entrado al templo. Algo se retorció en el estómago de Ashe.

Sus ojos eran ambarinos, cabello castaño casi dorado bajo la luz tenue de los cristales solares, piel tostada y llevaba la misma sonrisa altiva con la que lo conoció por primera vez. Le alivió un poco ver que después de pasar tanto tiempo dentro de la Cámara del Tesoro Negro estuviera así de vivaz.

Al mismo tiempo, al ver su mirada, Ashe estaba seguro de que si tuviera su espada a mano, hubiera reaccionado de la misma manera que en el templo. En aquel momento, solo pudo ver el brillo del metal negro en las manos del príncipe.

Altan se acercó lentamente a Ashe.

—De verdad eres tú —dijo Altan y aunque sus ojos se suavizaron, la sonrisa no permitió que Ashe bajara la guardia.

Sus ojos estaban en su propia espada.

—Cuando Adhojan dijo que te había encontrado, creí que estaba mintiendo... Pero de verdad eres tú.

Ashe no pudo soportarlo más.

—¿Vas a matarme?

Altan frunció el ceño y retrocedió, enfundó la espada de inmediato.

—No. ¿Quién te dijo eso?

Ashe se rascó la cabeza.

—Hmmm... ¿La gente?

—Típico —dijo Altan con una sonrisa crispada y le tendió la espada—. Seguramente has escuchado rumores.

Ashe miró a Altan. Él insistió para que tomara la espada y Ashe cedió. Tener de vuelta aquel peso le regresó cierta tranquilidad que no esperaba y que no le agradó.

—Quiero hablar de cosas importantes, guardián —dijo Altan.

—Ya no soy un guardián

Las palabras salieron apresuradas de su boca, pero Ashe sostuvo su cabeza. Al ver la confusión en Altan, Ashe lo repitió:

—Ya no soy un guardián.

Bajó la mirada un poco al recordar la conversación que tuvo con él después de que lo sacara de la Cámara.

—De hecho... Ya elegí un nombre.

—¡¿Qué?! ¿Cuándo? ¿Cuándo dejaste el templo? —preguntó Altan y de inmediato se aproximó a Ashe, estuvo a punto de sostenerlo de los hombros, pero al ver el horror en su rostro, carraspeó y retrocedió—. ¿C-cómo te llamas?

—Ashe —respondió él.

—Ashe —repitió Altan—. Es...

Altan lo miró un buen rato en silencio incómodo, como si estuviera pensando en el significado de su nombre o en qué decirle. Al final, se dio la vuelta y caminó a la mesa en el centro de la habitación. Señaló una silla para que Ashe se acercara.

Ashe soltó la empuñadura y se acercó a pesar de que una voz en su cabeza no paraba de gritarle:

«Jamás te involucres con nadie del gobierno o de la dinastía, Ashe. Pretende que no están ahí cuando los veas en Vultriana».

Ashe se sentó y colocó ambas manos sobre la mesa. Realmente esperaba que aquello fuera rápido.

—Ha pasado un tiempo desde que... Desde que nos vimos —dijo Altan y desvió la mirada.

El silencio incómodo volvió a asentarse, y Ashe comenzó a mover su pierna sin comprender por qué exactamente quiso verlo después de tanto tiempo, y después de irse sin decir nada. Lo cierto era que quería respuestas, y luego una excusa para marcharse y no tenerlo que ver jamás.

—¿Quieres té? —preguntó Altan de pronto—. Claro, si te gusta el té.

Ashe cruzó los brazos y asintió. Altan llamó por su servidora, y un momento después, ella entró con una bandeja, una tetera y dos tazas. Aquella vez, se mantuvo cerca de ellos y Ashe pensó en cómo podría marcharse...

Altan sirvió el té y ofreció la primera taza a Ashe antes de tomar la suya. Luego, se dirigió a su servidora.

—Dijike, dile, por favor.

Ella lo miró sin estar convencida.

—Alteza...

—Dile.

Dijike carraspeó, dio un paso al frente y sacó un pequeño papel de su bolsillo.

—Su Alteza, el Tercer Príncipe de Istralandia, Altan de la dinastía Ganzig agradece sus servicios en el templo durante todo este tiempo y en nombre del pueblo de Istralandia, lo revoca de sus funciones y su título como guardián.

Ashe frunció el ceño al escuchar aquellas palabras, miró a Altan, con su barbilla alzada y los ojos fijos en lo que Dijike decía.

—Será recompensado como corresponde, además, el Tercer Príncipe le asignará un nuevo nomb-... —continuó y se interrumpió de inmediato cuando Altan negó varias veces con la cabeza, Dijike carraspeó—. Por último, se le ofrece un puesto como guardia real del Tercer Prínc-...

—No —interrumpió Ashe.

Tanto Dijike como Altan intercambiaron miradas. Ashe suspiró y con la calma y serenidad que se obligó a desarrollar una vida entera, con aquel vacío que drenaba sus ganas de salir de ahí y azotar la puerta, con aquella calma que lo mantenía en un estado similar a un sueño ligero, Ashe habló:

—¿Por qué te fuiste sin decir nada?

La sonrisa en la comisura de los labios de Altan por fin desapareció y miró a Dijike con terror antes de mirar a Ashe. Fue suficiente, supo Ashe. No podía más con aquello y se levantó.

—No quiero seguir con esto —dijo Ashe—. Tengo que hacer otras cosas..

Quizá ahí estaba todo el coraje que no pudo reunir en los días anteriores, ni para enfrentarse a la gente del pueblo sin nombre, ni para luchar contra los bandidos, ni para negarse a lo que Adhojan le dijo. Antes de poder dirigirse hacia la puerta, Altan se levantó y tomó su muñeca. Un escalofrío le recorrió la espalda a Ashe, pero se contuvo de desvainar su espada.

—Sal Dijike —ordenó Altan.

—¿Altan?

—Por favor —rogó sin mirarla.

Ashe solo apartó la mirada de Altan para ver su muñeca.

—No me toques, por favor.

Él soltó la mano de Ashe, retrocedió y ocultó la mano debajo de la manga.

—Perdón, Ashe —dijo de inmediato—. Dijike, sal de aquí de una maldita vez.

Ella asintió y obedeció, no sin antes mirar a Altan con preocupación. Y solo quedaron ellos dos, frente a frente como en el templo, pero sin armas.

—Perdón, Ashe —repitió Altan.

Realmente se veía arrepentido, pero Ashe no pudo contener sus palabras.

—Al menos podrías habérmelo dicho antes de irte así. No sabes lo preocupado... No sabes todo lo que... —comenzó Ashe, pero se interrumpió y negó con la cabeza—. Olvídalo.

»Solo... No me toques.

—¿Ashe?

Ashe apretó los labios.

—Perdón, Alteza. No tengo derecho a... a reclamar nada —atinó a decir.

Trató de componer su expresión, borrarla, ser nadie, que no mostrara nada.

—Adiós.

Ashe se dirigió hacia la puerta.

—Espera.

Cuando Ashe se dio la vuelta, Altan estaba arrodillado frente a él, con sus manos en círculo frente a él. Ashe se quedó paralizado ante aquella visión y no supo si estaba alucinando de nuevo como en el templo, como en aquellos días en los que no podía distinguir el día de la noche, y sus memorias de lo que veía. Al ver que no se levantaba y que iba en serio, quiso irse lo más pronto de ahí, pero era un tonto... se obligó a escuchar.

—Perdón, Ashe. Perdón —dijo Altan—. Hay muchas razones... No podía ponerte en peligro así. Sé que suena a una mala excusa, pero...

Ashe sabía que se iba a arrepentir de quedarse.

—Fui un idiota contigo, pero me salvaste la vida de todas formas y estaré siempre agradecido. Por eso te busqué. Sé que nada compensará lo que viviste ni lo que hiciste por mí. Mi vida no tiene ese valor, así que haz lo que quieras con ella.

»Usa tu espada.

Ashe frunció el ceño al escuchar aquello, alejó la mano de su espada. En sus ojos ambarinos fijos en él, supo que no estaba mintiendo, pero aquellas palabras eran demasiado.

—Quiero ayudarte, Ashe. Quiero que tengas una vida cómoda.

Ashe negó con la cabeza.

—¿Por qué crees que te salvé?

—¿Por tu deber?

Ashe negó con la cabeza, y miró a Altan desde arriba, con lástima.

—¿Para dejar de ser un guardián?

Ashe no negó la cabeza, pero tampoco lo confirmó, pero cuando Altan ladeó frunció el ceño, Ashe se esforzó en escupir las palabras, aunque a medias.

—Todavía había esperanza de que siguieras vivo... No podía dejarte ahí.

Altan alzó las cejas con sorpresa y Ashe retrocedió. Aquel silencio extraño volvió a sumergir aquel cuarto. No era el silencio pesado del templo, viejo e implacable, ni el del desierto con Mariska, liberador y vasto, ni el de las llanuras con Adhojan, solitario y sutil. Se miraron un buen rato hasta que Ashe pensó que era suficiente.

No importaba, se dijo. No importaba para nada. Su madre lo había abandonado, su hermano y Leifhite hicieron lo mismo, sus maestros uno por uno, y Altan... No importaba. Nada de eso importaba porque ni siquiera quedaba suficiente tiempo para seguir pensando en eso.

—Adiós, Altan —dijo Ashe y sonrió un poco—. Tengo que encontrar a mi hermano.

Altan entonces se levantó a trompicones.

—Pero él te abandonó.

Ashe apretó los labios, sus ojos a punto de cristalizarse. Lo sabía.

—Perdón.

—No estás mintiendo —concedió Ashe—. Pero necesito hacerlo.

—Puedo ayudarte a encontrarlo —dijo de pronto Altan—. Tengo contactos, tengo recursos, puedo...

Ashe no dijo nada, en su rostro había una sonrisa amarga, más amarga que las noches de solsticio de invierno, más amargo que el té de hierbas. Incluso si la oferta era buena, sabía que no podía aceptar aquello. Altan se calló y Ashe de nuevo se dirigió a la puerta. Necesitaba salir de ahí.

Cuando dio un paso más, la puerta se abrió con un azotón y lo siguiente que pasó fue fugaz.

—¿Quién es est-? —comenzó Altan, pero un puño en su mejilla lo interrumpió y cayó al suelo.

—¡Desgraciado! ¡Hijo de... ¡—comenzó Mariska mientras tomaba a Altan del cuello y alzaba el puño.

—¡¿Mariska?! —preguntó Ashe.

Quien volteó a mirarlo fue una bestia enfurecida, Ashe retrocedió por instinto al ver su rostro.

—Vine a salvarte de este desgraciado —jadeó Mariska.

Ashe trató de acercarse para separarlos, pero no esperó que Altan aprovechara la distracción. Empujó a Mariska y se arrojó contra ella, antes de que pudiera acercarse, Mariska pateó su entrepierna, Altan cayó a un lado y ella pataleó hasta librarse de él y se levantó.

—Mariska...

En el suelo, Altan se retorció y miró a Mariska con ira y con dolor.

—¡Dijike! —gruñó Altan.

Mariska entonces apartó el cabello de su cara, sonrió y sacó un frasco de uno de sus bolsillos y lo alzó sobre su cabeza.

—Tu guardia no te podrá ayudar —jadeó Mariska y sonrió desde arriba mostrando todos los dientes—. Nadie vendrá a ayudarte. Así que Ashe se vaya o si no...

—¿O si no qué? —preguntó Altan y comenzó a levantarse del suelo con una mueca de dolor.

El entrecejo de Mariska se crispó y alzó aun más el frasco.

—Tengo un veneno especial. Si lo lanzó se hará gas y morirás.

Ashe frunció el ceño.

—¿No pensaste que si lo lanzas aquí moriremos todos? —cuestionó Altan.

—No si huimos antes.

Ashe se dio un golpe en la frente y negó con la cabeza. Cuando Altan retrocedió un paso y miró de reojo un rincón del cuarto, Ashe de inmediato se interpuso entre ambos.

—Vamos a calmarn-...

—¡Te secuestró!

—¡Me quieres lanzar veneno! ¡Plebeya de mierda!

—¿Cómo me llamaste, desgraciado?

Ashe se restregó los ojos y suspiró. Solo entonces Mariska bajó el frasco y Altan retrocedió. Ashe inhaló profundo, miró a uno y luego a otro. Los ojos usualmente amables de Ashe fueron reemplazados por completa seriedad, y tanto Mariska como Altan retrocedieron y desviaron las miradas con inocencia fingida.

—Vamos a hablar las cosas —sugirió, pero sin duda era más una orden—. Siéntense.

Aquello fue suficiente para que ambos se callaran y obedecieran por fin. Ashe cerró la puerta. Primero se acercó al rincón que Altan había visto antes y tomó una espada, Altan agachó la cabeza apenado. Luego se dirigió con Mariska, y estiró la mano. Después de ver aquella expresión en el rostro de Ashe, entregó el frasco a regañadientes.

Ashe suspiró con cansancio, había ojeras y se veía pálido.

—Ustedes dos...

—Perdón —dijo Mariska, pero cruzó los brazos—. Pero es que este niño rico...

—¡Soy el príncipe de esta nación! ¡¿Cómo te atreves a hablarme así, plebeya de mierda?!

Mariska ni siquiera lo miró:

—Como si tu familia tuviera algo de noble...

Altan se levantó y estuvo a punto de dirigirse al rincón donde dejó su espada si no hubiera sido porque Ashe ya la tenía en sus manos. Ashe lo miró con los ojos en blanco y Altan se sentó. De nuevo, Ashe inhaló profundo. Ambos cerraron la boca.

—Altan, ella es Mariska, es mi amiga y...

—No me digas que es tu novia. Está muy vieja.

Ashe lo miró con disgusto e incredulidad y Mariska no dudó en estirar la pierna y patearlo por debajo de la mesa. Antes de que Altan tratara de arrebatarle la espada a Ashe, él dio un paso atrás y apretó el entrecejo.

—Su familia me ayudó desde que salí del templo —dijo Ashe.

—Ashe... —llamó Mariska.

Él suspiró. De verdad quería que aquello acabara pronto.

—Mariska, este es Altan.

—Ya lo sé —dijo Mariska y sonrió de lado—. Ese Altan. No el otro Altan.

Ashe la miró con cansancio.

—Mari...

—¿Qué? ¿Ashe te dijo algo de mí? —preguntó Altan con los ojos brillosos y luego se dirigió a Ashe—. Pero, otro Altan... ¿Conoces a otro Altan?

Altan bajó la mirada con un poco de tristeza.

—Ahora que lo pienso, se parecen... —dijo Mariska sin borrar su sonrisa.

—¿Era guapo? —preguntó Altan.

—Heh...

Ashe los miró con los ojos en blanco, de verdad estaba conteniendo la voz en su cabeza que le gritaba que saliera de aquella habitación porque temía que fueran a atacarse de nuevo como gallos. Altan entonces carraspeó y Mariska sonrió satisfecha.

—Al menos ese Altan no fue un cretino que lo abandonó.

—Mari, para...

—¿Ashe? —preguntó Altan.

Mariska sonreía satisfecha, y Ashe comenzó a desesperarse, la idea de dejarlos no pareció tan aterradora. Ni siquiera los niños en Vultriana se comportaban como aquellos dos juntos, y ante la mirada inquisitiva de ambos, Ashe se frotó los ojos.

—...

Altan recargó las manos en la mesa.

—Ashe, creo que jamás habrá manera de que me perdones por lo que hice. Déjame compensarlo, déjame ayudarte a encontrar a tu hermano.

Ashe lo miró sin saber qué responderle, no con Mariska ahí, no con todo lo que había pasado. Sabía que no tenía excusas, que eso ahorraría tiempo tanto para Mariska como para él —lo que más necesitaba—, pero al verlos ahí...

Y entonces, la puerta se abrió detrás de él. Ahí estaba Adhojan, con una daga en mano que bajó de inmediato al ver la escena frente a él. De inmediato, todas las sombras en su rostro se disiparon, se incorporó y frunció el ceño confundido. Altan y Mariska también miraron en esa dirección.

—¿Adhojan? —preguntó Ashe aliviado a pesar de ser él.

—¡Adhojan! —exclamó Altan.

—Adhojan... —gruñó Mariska.

Adhojan entonces retrocedió un paso en la entrada, pero eso no iba a servir de mucho. Mariska se levantó en aquel momento.

—¿Q-qué está pasando? —preguntó él con el tono más relajado posible, pero sus ojos estaban en Mariska y sin duda tenía miedo.

Ashe se apartó de inmediato del camino y retrocedió hasta quedar a un lado de Altan y aferró ambas espadas por si las dudas. A pesar de que estaba aliviado de no tener que lidiar con esos dos juntos, supo de inmediato que también iba a terminar mal después de que Adhojan sugirió irse sin decirle a Mariska.

—Eres hombre muerto —dijo ella y en unas zancadas ya estaba en la puerta.

Lo siguiente fue el puño de Mariska directo al rostro de Adhojan. No tuvo la suficiente fuerza como para tirarlo como con Altan, pero Adhojan retrocedió mientras sostenía su nariz. Adhojan miró a Mariska con incredulidad y un hilo de sangre le escurrió.

—No digas nada —susurró Ashe a Altan.

—Mariska.

—Nada de Mariska. Prometiste algo —dijo ella con los pies bien plantados—. Pero me sigues mintiendo una y otra vez. Sigues con lo mismo una y otra vez... Y yo soy la más tonta. Sigo creyéndote.

Ashe apretó los labios ante sus palabras. Supo por la mirada de reojo de Adhojan, que no mintió. Mariska no le dijo nada de Altan, a pesar de que era un asunto suyo... Su pecho se apretó. Eran amigos.

—¿Se conocen todos? —preguntó Altan con la barbilla alzada y Ashe le dio un codazo para que no continuara cuando Adhojan y Mariska miraron en su dirección.

Adhojan todavía cubriéndose la nariz, aunque con la mano empapada de sangre, se dirigió a Altan:

—¿Y tu guardia?

—Te estoy hablando.

—Pregúntale a ella.

—¿Mariska?

Ella no se movió ni respondió, tenía el ceño fruncido. Adhojan insistió con una voz nasal y una nariz hinchada.

—¿Mariska?

—¿Qué? —dijo ella y cruzó los brazos—. ¿No puedo guardar secretos?

—¿En dónde está Dijike? —preguntó Altan con genuina preocupación.

—¿Y qué si la maté? —preguntó Mariska—. ¿No planeabas hacerle lo mismo a Ashe?

—¿Envenenaste a Dijike? Hija de...

Ashe apretó su entrecejo, sacó el frasco que le quitó antes a Mariska y lo mostró a Altan. Lo abrió y lo llevó a su boca con su mano libre, bebió un poco.

—¡¿Ashe?!

—Solo es agua.

Aseguró Ashe y sonrió con cansancio. Mariska chasqueó su lengua.

—¿Por qué, Mariska? —preguntó Adhojan.

—No te debo explicaciones. A ti no —dijo ella.

—¿Al menos me pueden decir dónde está Dijike?

Ashe le dio un pequeño codazo a Altan antes de que siguiera hablando y le frunció el ceño a Ashe.

—No lo sé, pero no está muerta —admitió Mariska y luego se dirigió a Ashe—. Vámonos, Ashe...

Estaba agotado, desde tener que ir a regañadientes hasta ahí, tener que escuchar a Altan y la pelea de Altan y Mariska, a eso. Su pecho seguía apretándose... ¿por qué no le dijo antes?

Titubeó en seguirla por primera vez en su viaje. Quería entenderlo, pero dolía... Ni siquiera le había permitido decidir en ese momento.

Antes de que Mariska pudiera salir, Adhojan bloqueó la entrada.

—¿Qué?

—¿En dónde está? —preguntó Adhojan de nuevo—. Mariska, si le hiciste algo, tu vida está en peligro.

—Es suficiente... —dijo Ashe detrás de ambos.

Adhojan no apartó los ojos de ella.

—Le dije que alguien robó mis cosas y salió de la posada. ¿Satisfecho?

—¿Y se fue así sin más? —preguntó Altan detrás de ellos.

Mariska sonrió en su dirección, su mirada lo decía todo, y de todas formas, remató:

—¿Lo ves? Ni siquiera dudó en irse —dijo ella y de nuevo se dirigió a Ashe—. Vámonos.

Ashe miró a Altan, la soberbia había desaparecido de su rostro, y ahora lucía conflictuado. Ashe no se movió e inhaló despacio. Sabía que se iba arrepentir de aquello, pero...

—¿Ashe? —llamó Mariska.

—Necesitamos hablar.

El triunfo en los ojos de Mariska se borró en aquel momento, sustituida por confusión.

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Unos minutos después cuando Dijike volvió a la posada luego de no encontrar rastros del ladrón ni de la mujer que le pidió ayuda, cuando vio un montón de gente reunida afuera del pasillo, corrió hacia ahí. Entre ellos, sentado estaba Altan en un rincón con las piernas contra su pecho, con un mueca malhumorada y refunfuñando ininteligiblemente. Lo segundo fue a Adhojan sentado en otra orilla con la cabeza recargada y un paño en la nariz, su hermana estaba a su lado regañándolo. Y por último, un hombre del Confín, alto y robusto que no paraba de negar con la cabeza ante la escena.

Cuando Dijike se acercó, el hombre solo dijo:

—Estos jóvenes de ahora...

Dijike llevó entonces su mano a su espada, pero Altan la miró, hizo un puchero y desvió la cabeza.

—¿Altan? Digo, ¿Alteza?

—Mira quién apareció por fin.

Más que aquella molestia fingida que siempre traía en el rostro, se veía dolido, incluso parecía un niño como si fuera a llorar. Dijike abrió la boca y miró al hombre del Confín, pero este solo se encogió de hombros. Ella suspiró y decidió ir hacia la habitación de antes.

—Solo unos momentos... —dijo Adhojan con voz nasal desde el otro lado.

—¿Qué pasó aquí?

En aquel momento, Mires se levantó y se acercó a ella, avergonzada por completo.

—Solo unos momentos —repitió ella—. Yo te explico el resto.

Dentro de aquella habitación, el aire era tenso. Era como si un jarrón de la madre de Mariska estuviera a punto de caer y hacerse añicos. Mariska lo sentía y Ashe también. Quizá por eso no salieron las palabras, no aún.

Ashe quería estar molesto con ella. De verdad quería estarlo al pensar en que ella le ocultó lo de Altan, que tal vez ni siquiera pensó en decírselo, al recordar cómo lo siguió al pueblo de los guardianes cuando él le dijo que no, o cómo decidió dejarlo en casa de su hermana sin decirle por qué o a dónde iba... Pero no podía. En parte, sabía que no tenía derecho a reclamarle cuando él le ocultó tantas cosas y le mintió sobre otras, y porque todo eso lo hizo con buenas intenciones...

Quizá no entendía tan bien qué significaba tener una amiga, pero realmente no quería pelear con ella. Del otro lado de la mesa, sus ojos castaños aguardaban con una mirada atenta y familiar.

—Perdón, Mari —comenzó Ashe sin saber qué estaba diciendo—. Lo de Altan...

—Lo sé.

Su voz fue tajante, cruzó los brazos y su rostro lució cansado. Había cabalgado hasta Saeehn para buscarlos, había encontrado ese lugar y quién sabía por cuánto tiempo estuvo buscando, y se había arriesgado a involucrarse con alguien de la dinastía por él. Había arriesgado su vida. Ashe bajó la mirada a su regazo, aferró sus manos para que estuvieran quietas y habló con voz baja:

—Debí decirte anoche... Adhojan... Yo no quería... —balbuceó sin poder mirarla a los ojos—. Le preocupaba que te pasara algo si te involucrabas con Altan...

La culpa lo invadió con aquellas palabras. ¿No fue por ocultarle cosas que ella terminó involucrándose con Altan de todas formas?

—No puedo decirte todo por ahora —dijo Ashe—. Solo...

Ella asintió en silencio, y Ashe no pudo contenerse más, alzó la cabeza.

—¿Por qué me ocultaste lo de Altan? —preguntó Ashe.

Ella lo miró con tristeza en sus ojos.

—Perdón —se apresuró a decir Ashe.

Mariska suspiró y colocó sus brazos en la mesa.

—Adhojan me lo dijo en Tiekarnan. También me dijo que me alejara de ti —admitió ella—. Él planeaba decirte, pero... Traté de convencerlo de que aguardara.

Mariska se frotó las sienes.

—Pensé que no querías verlo... y que por eso mentist-...

Ella negó con la cabeza y sonrió para pretender que no había dicho eso, pero Ashe no pudo ignorarlo. Se mordió la mejilla.

—Se suponía que íbamos a solucionarlo él y yo. No contigo. No así.

Ashe no supo qué responder. Había varias preguntas en su cabeza, muchas palabras, pero tenía miedo de que si decía algo incorrecto ella se enojaría... No. Mariska no era así. Apretó los labios y decidió dejarla hablar.

—De verdad esperé que Adhojan me escuchara, pero es un idiota —dijo ella.

Mariska sonrió, lo miró y esperó su reacción, pero Ashe no la miraba a los ojos.

—Sí...

Mariska lo notó y su sonrisa se borró, no sabía qué decir. Ashe inhaló.

—¿Por qué me lo ocultaste?

Mariska estaba desconcertada y Ashe temió haberse equivocado. Se preguntó si lo que dijo estuvo mal, pero no pudo bajar la vista, quería una respuesta.

—Sabes que somos amigos, Ashe —comenzó ella—. Y me importas muchísimo. Si me hubieras dicho antes...

Un nudo se formó en su garganta con sus palabras, porque sabía que estaba diciendo la verdad, que cada palabra era cierta, pero...

—No quería contarte eso.

Al darse cuenta de lo que dijo, al ver la reacción de Mariska, sus labios entreabiertos sin palabras, la culpa lo invadió de nuevo.

—Perdón... No quería...

El daño estaba hecho, los ojos de Mariska se volvieron un poco cristalinos y cerró la boca antes de asentir. Sonrió un poco, sus labios estaban cargados de tristeza.

—Lo entiendo —dijo ella—. No es necesario que me pidas perdón.

—Mari...

Ella negó.

—Nada de Mari.

»Lo siento por no decir nada de Altan antes. No quería que te involucrarás con la gente de la dinastía... Solo quería protegerte.

—Pero no te pedí eso.

Ashe bajó la vista. Sabía que no había marcha atrás después de decir aquello, sabía que era injusto, sabía que le dijo todo lo que no quiso, y de todas maneras, no pudo enfrentarse a la expresión de Mariska.

—Hay cosas que no tienes que decirme, pero estoy aquí, Ashe. Estamos viajando juntos, somos amigos y quiero apoyarte... —dijo ella—. Trataré de...

Las palabras murieron en su boca cuando Ashe se removió. Se quedaron en silencio absoluto por primera vez desde que se conocían. Mariska entendió, cerró sus propios ojos. Solo podía aguardar. Ambos estaban cansados.

—Vámonos, Ashe —pidió ella.

—Mari, no voy a volver contigo por ahora. Quiero...

Ella asintió. Ashe no lo comprendió, debajo de su expresión comprensiva, se preguntó si estaba molesta, si la había herido, si había forma de reparar las cosas en aquel momento, pero no pudo hacerlo. Mucho menos con lo que dijo después.

—Si esa es tu decisión... —dijo ella—. Pero si quieres irte, te esperaré en Drakán, ¿sí?

Sonrió con tristeza.

—No me mires así, Ashe —pidió ella—. Solo escríbeme todos los días, ¿sí? También te ayudaré a encontrar a tu hermano.

Ashe asintió. Y con esas palabras, sin más que decir, Mariska se levantó y se dirigió a la puerta y Ashe solo pudo observarla salir en silencio.

—Perdón.

Repitió una última vez en voz baja, pero aquello no lo pudo escuchar Mariska.

N/A. 17/10/2024

Hola, Rithio del pasado aquí con una nota :0 waos, quién lo diría, una nota cuando dije que no habría más notas.

Bueno vengo rápido a decir que este capítulo, en especial la última parte fue horrible de escribir porque tuve que pensar mucho y modificar toda la conversación de Mariska y Ashe porque de alguna forma las ediciones cambiaron todo... Lo que me lleva a: HIATUS

Síp, hiatus porque ya terminamos la segunda parte de Los susurros en el desierto y el espíritu blanco  :00 Quien diría que ya llegamos a la mitad. Lamento lo del hiatus, tho, pero lo necesito para editar, para terminar de escribir esta cosa porque ya estoy casi por el final, para mis trámites de servicio y para escribir mi tesis. Sí muchas cosas. 

Así que este será el último capítulo del año. ¿Habrá otra actualización? Intentaré, pero la vida adulta me está golpeando mucho. No quiero dar una fecha, así que HIATUS INDEFINIDO. 


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