10.1. Interludio: Una promesa cumplida
Los In'Khiel, los espíritus blancos escuchan las canciones del valle y se acercan a quienes las tocan. A veces, protegen a quienes las cantan, conceden deseos para vidas más prósperas, y a veces, solo se sientan a escuchar a quienes las tocan, pues reconocen que el sonido no podría ser recompensado con nada que un pequeño espíritu pueda ofrecer.
Aquella noche, la luna estaba sobre ambos, observaba a dos jóvenes en el Valle de Serpientes, ambos lejos de su hogar, ambos habían abandonado todo. Uno lo había hecho por el otro, y el primero lo hizo por una promesa de un dios.
Entre la hierba alta solo se escuchaba el gentil arrullo de una flauta y el silbido del viento. Los ojos de Kirán estaban sobre Ameret. Sus dedos se movían con agilidad y su expresión estaba cargada de nostalgia mientras tocaba una canción que su madre le enseñó. Cuando terminó, sonrió a Kirán y él aplaudió.
—¿Quién te bendijo con esos dedos, eh? —preguntó Kirán y se inclinó hacia él
Amaret lo detuvo colocando su flauta entre ambos y lo empujó hacia atrás.
—Cállate ya.
—¿Por qué? No hay nadie aquí que nos vea...
—Dijiste que partiremos mañana al sur.
—Podemos tardar.
Ameret suspiró y se echó en el pasto.
—Eres todo un caso, de verdad —dijo Ameret.
Kirán sonrió y se echó a su lado. El cielo estaba lleno de estrellas, muchas eran constelaciones desconocidas. Ameret pensó en su familia al verlas y al escuchar el viento entre la hierba. Pensó en lo que estarían haciendo, pensó en si ya estarían trasquilando ovejas para esa época del año. Se cubrió los ojos con su codo.
—¿Por qué me fui de casa? —preguntó Ameret.
Fue un susurro apenas audible, pero Kirán lo escuchó. Siempre lo había escuchado y respondió como siempre lo hizo: un propósito, el propósito de Kirán. A Ameret le gustaba escucharlo hablar de eso, le gustaba oírlo hablar de grandes hazañas y de las promesas de An'Istene. Era como ver a un niño emocionado.
Al mismo tiempo, se daba cuenta de que él jamás había tenido una resolución igual de firme que Kirán.
—La oscuridad gobierna estas tierras, Ameret.
—Es de noche, Kirán —dijo Ameret y rio suavemente. Apartó su brazo de sus ojos.
Kirán giró sobre sí mismo, recargó su cabeza en su mano.
—Escucha, Ame —dijo Kirán y sonrió—. Los Ashyan reinan estas tierras, pero sé que no durará mucho más. No quiero que dure mucho más.
»Pudimos evitar que Ashyan Ahrim te llevara a la muerte, sé que podemos hacer mucho más para ayudar a la gente.
Sus ojos brillaban, su rostro de rasgos finos le recordaba a Ameret al desierto con una sola mirada. No sabía más de él. No sabía qué fue lo que Kirán vivió para que se empecinara en salvarlo, para que decidiera escuchar a An'Istene. Y aunque no estaba del todo acuerdo con sus palabras, quería ayudarlo a brillar.
—La luz va a conquistar esta tierra y los destruirá —dijo Kirán y sonrió—. Nadie más tendrá que sufrir por los Ashyan.
Ameret se incorporó. A pesar de que quería verlo triunfar, sus palabras lo asustaban. Un mundo sin Ashyan... Si había algo de Kirán que le molestaba después de dos años viajando juntos sin certeza, era eso, cuando él hablaba así de los Ashyan. Entendía su molestia, pero ¿cómo pensaba librarse de algo que existía tan intrínsecamente con el mundo? ¿Cómo pensaba destruir algo que no podía dejar de existir?
Era cierto que lo salvó de Ashyan Ahrim esa vez, y que gracias a eso, lo conoció a él, pero perdió su familia, y en algún momento, Ashyan Ahrim regresaría por él. Existían cosas inevitables y era mejor aceptarlas que ser aplastadas brutalmente al hacerles frente.
—¿Qué sucede, Ame?
Él colocó su flauta de nuevo en su cadera, y se incorporó. No supo cómo decirlo, mucho menos cuando sus ojos se veían así. El brillo de un momento atrás se había diluido en aquella mirada que Ameret no lograba comprender. ¿Era odio? ¿Era temor? Era como ver un animal apaleado.
—Kirán, ¿qué vas a hacer cuando ayudes a toda la gente que puedas? ¿Y si los Ashyan te quieren muerto luego de eso?
—No voy a morir así de fácil —dijo Kirán—. No mientras sigas vivo. No soportaría que te quedaras solo en este mundo.
—Kirán...
—Así tenga que hacer cualquier cosa, viviré más que tú, Ame —dijo Kirán.
Ameret bufó al principio ante aquello, pero al final terminó carcajeando. Kirán se incorporó y se acercó demasiado al rostro de Ameret. Aquello interrumpió su risa, en especial cuando Kirán colocó una mano en su mejilla y otra a un lado de su cadera. Sus dedos eran ásperos, pero su tacto era gentil.
—¿Qué? Es gracioso —dijo Ameret y sonrió—. Pero por favor no hagas eso.
—¿Esto? —preguntó Kirán y tendió un beso en su mejilla.
Ameret sonrió tiernamente, todo rastro de burla se esfumó en aquel instante. Antes de que pudiera decir algo más, Kirán lo empujó de nuevo hacia el pasto. Su cabello iluminado por el sol cayó alrededor del rostro de Ameret, su corazón latía tan fuerte que temió que Kirán lo escuchara. Sus ojos grises brillaban más que la luna.
—¿Quieres que te responda qué haremos antes de que eso pase? ¿Antes de que seamos ancianos? —preguntó Kirán y sonrió, soltó sus manos, pero no se apartó.
Ameret no se movió, desvió el rostro un poco. Arriba, las estrellas y la luna amenazaban con aplastarlos con su eternidad, pero ahí estaba Kirán.
—Construiremos un reino de luz, Ameret.
Kirán sonrió.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
Unos días después de encontrar al grupo desaparecido, la Dama Inkerne envió una carretilla para llevar a Ireal, a Mariska y a Adhojan —a pesar de asegurar que estaba bien—, de regreso a Drakán. Sentados ahí, Ireal pretendía no estar entre dos gatos a punto de perder sus estribos, uno a punto de sacarle los ojos al otro, y el otro dispuesto a sacar las garras si era necesario. Quizá por eso trató de aligerar el ambiente, pero Mariska conocía bien aquel truco.
—¿Les conté que soy de Drakán? ¿Por qué no van a probar algún platillo al llegar? —sugirió el hombre—. No son tan buenos como en otros lugares... pero... eh... ¡pescado a la sal! ¿Qué tal?
Adhojan no respondió, Mariska tenía los brazos cruzados y parecía estar a punto de disparar una flecha de sus ojos. Ireal rio incómodamente, y el alivio se dibujó en su rostro cuando Ashe se acercó a ellos con tazones en sus manos.
—¡Ashe! —gritó Ireal.
Mariska le dirigió una mirada asesina y el hombre se encogió en su lugar. Realmente estaba de mal humor, no quería lidiar ni con el idiota frente a ella ni con Ireal. Después de que se enteró de quién era Ashe, cambió la forma en que lo trataba y aquello le molestó. Ashe era Ashe, no era un guardián. ¿Tan difícil era entender eso?
Por supuesto lo obligó a jurar que no iba a decir nada del tema y que no hablaría con Ashe de aquello. ¿Lo había visto cuando era un bebé? Pues que mal. Ahora era el enemigo de Mariska y de sus abuelos solo por eso.
Aquel día, Ashe llevaba el cabello suelto y tenía ojeras en sus ojos. Todavía llevaba la venda en su mano, pero por la forma en la que movía con agilidad parecía que no le dolía nada. Mariska sabía que estaba mintiendo. Ashe era como los gatos en ese sentido, podía estar sufriendo de dolor y no lo diría. En Vultriana lo había hecho varias veces solo para ir a trabajar. Y por supuesto, Mariska pensaba encararlo por eso.
Cuando Ashe llegó a la carretilla, sonrió, pero al pasar los ojos de uno en uno, la borró de inmediato.
—¿Siguen peleados? —preguntó Ashe.
—Sí —dijo Ireal y se calló antes de que Mariska le lanzara dardos por los ojos.
—Sí... —aquella vez fue Adhojan.
—Ashe, dile a Adhojan que no quiero escuchar su patética voz —dijo Mariska.
Ashe suspiró y pasó los cuencos rodeando la carreta, el primero se lo dio al señor Ireal.
—Gracias... Ash-
Con la mirada de Mariska, se apresuró a beber rápido la medicina y devolvió el cuenco a Ashe. Luego, él fue con Adhojan, él asintió como agradecimiento, no necesitó explicaciones, alzó su pantalón, quitó la venda y colocó una porción del ungüento. Por último, le pasó un cuenco espeso a Mariska, y se inclinó hacia ella:
—¿Por qué sigues molesta? —susurró.
Mariska le dio una mirada asesina y Ashe retrocedió.
—Tú eres con quien más estoy enojada.
Ashe bajó la mirada, asintió y se dio la vuelta.
—Estoy bromeando —dijo Mariska sin verlo a los ojos.
Estaba mintiendo. Untó el ungüento alrededor de su tobillo. En realidad, ya no dolía, pero no quería arriesgarse a que empeorara si montaba en un caballo.
—¿Cómo sigue tu mano?
—No fue grave —zanjó Ashe de inmediato y luego cambió su tono—. ¿Cómo sigue tu pierna?
Mariska hizo una mueca.
—Bien.
Ashe asintió, y con esa cara seria que ponía siempre que hacía algo que necesitaba concentración, sacó un diario de cuero y anotó aquello. Mariska se cruzó de brazos.
—Igual debes decirle a Adhojan que no lo voy a perdonar.
—Mari...
Ella bufó y le pasó el cuenco a Ashe. Él solo la miró con ojos en blanco, como si quisiera escucharla, pero desistió después de un rato y fue a devolver los cuencos.
Media hora después, partieron a Drakán a través de las llanuras luego de darle las gracias a Kunsulu y a su familia por su hospitalidad. Y con aquello, Mariska no podía creer que así terminaba el viaje con la caravana. Era extraño pensar que faltaban días para el inicio del verano y que había pasado más de un mes fuera de casa.
Sus ojos fueron a Ashe, se veía más animado que en días anteriores. Jossuknar no paraba de hablar, y Ashe solo respondía con asentimientos de cabeza o sonrisas. A Mariska le dolió un poco verlo, incluso si se veía feliz, había una espina en su cabeza que no paraba de decirle que algo no estaba bien. No sabía cómo podía preguntarle, y tampoco sabía cómo podía ayudarlo. Solo podía acompañarlo... pero no era suficiente. Sabía que no era suficiente.
Y luego estaba Adhojan con lo de aquel príncipe. Sabía que tenían que hablar, pero no podía decirle nada porque sabía que terminarían peleando de nuevo. Mucho más importante, Adhojan le preocupaba. No sabía cómo había sido su vida en esos últimos quince años y tampoco se atrevía a preguntar. Tenía miedo de saber por qué planeó irse de Istralandia, y por qué fue a verla específicamente a ella antes de partir...
Había sido tonto esperar que las cosas fueran igual que en esa entonces. Lo supo cuando lo vio entrar con el rostro cubierto de sangre, y lo confirmó cuando escuchó a escondidas lo que Jossuknar le contó a Ireal. Admitirlo le revolvió el estómago... ¿Qué tan fácil fue para él matar?
Mariska alzó la cabeza. Adhojan estaba dormido. Miró sus rasgos un buen rato, y cuando abrió los ojos, Mariska se apresuró a apartar la vista. Él cambió de posición, recargó el codo en su rodilla y miró atrás, a las Montañas del Rey Buitre.
Mariska se mordió la mejilla al verlo así de silencioso. Antes, durante el viaje al menos la buscaba entre la gente, pero era obvio que él también sabía cómo terminarían las cosas si trataban de hablar. Mariska suspiró audiblemente y él por fin la miró.
—¿Por qué fuiste a buscarme a Vultriana?
Aquellas palabras bastaron para deshacer todo lo que Adhojan pensaba, para destruir aquella fachada, porque por un momento, sus ojos se volvieron cristalinos y agachó la cabeza como en el pasado. Mariska no pudo evitar compararlo con esas veces muchísimos años atrás en los que encontraba a Adhojan llorando en un rincón, mientras Mires trataba de consolarlo antes de echarse a llorar también. Lo comparó a esos tiempos en los que Mariska los arrastró a ambos a más problemas solo para que se distrajeran un poco, a aquellos dulces años en los que sus mayores preocupaciones eran que sus padres no se enteraran de sus travesuras.
Por un momento, también recordó ese rostro juvenil que le prometió a Mariska que cuando fueran mayores, ambos explorarían el mundo para hacer mapas.
En aquella carretilla, quince años después, Mariska aguardó por una respuesta que sabía que no cambiaría nada. Aun así, se impulsó y se sentó a un lado de Adhojan. Él enarcó una ceja sin comprender por qué hacía aquello.
—Creí que tú también moriste... —dijo Mariska en una voz apenas audible—. Dijeron que no encontraron sobrevivientes.
—Mariska, perdón...
—¿Por qué me estás pidiendo perdón? —preguntó Mariska—. Tú sobreviviste, Mires sobrevivió.
—Tu padre...
—Sé que no tuviste la culpa —dijo Mariska—. Sé que no fuiste tú.
Adhojan bajó la mirada.
—Lo que quiero decir —dijo Mariska—. Es que no sé qué pretendes al hacer todo esto. No le debes nada a mi padre, ni a mí. Así que para...
—Mariska...
—No, nada de Mariska —dijo ella—. Escúchame, no quiero pelear de nuevo.
Adhojan asintió.
—Sé que estás preocupado —dijo Mariska—. Pero confía en mí.
Él apretó los labios.
—Te ayudaremos con Mires y con ese imbécil —prometió Mariska—. Pero no de la forma que tú quieres.
Apretó el puente de su nariz.
—Eres igual de imbécil que Ashe en ese aspecto.
—Oye...
—¿Quieres negarlo? —preguntó Mariska y apartó la mano de su rostro.
Él hizo una mueca.
—El punto es que me preocupas, Adhojan. No sé de qué querías huir, pero me preocupa. No sé por qué hiciste eso en...
No terminó sus palabras, supo que no era correcto. Adhojan entendió de todas formas, cruzó los brazos y se removió incómodo.
—No es necesario que me digas si no quieres.
Adhojan asintió, y aun así, la miró directo a los ojos.
—Hay algo que necesitas saber acerca de dónde estuve, Mariska.
Ella asintió.
—No es necesario si no quieres —repitió.
—Pero quiero que lo sepas, Mari.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
Cuando llegaron a Drakán por la tarde, Adhojan y Mariska permanecieron sentados en el patio mientras que Ashe entró a la casona por sus cosas y por el resto de la paga. A pesar de que era finales de primavera, el viento era fresco, así que Mariska se hizo un ovillo junto a Adhojan, y él la cubrió con su capa. Ella cerró los ojos un instante, y recargó la cabeza, al siguiente, escuchó la voz de Ashe.
—¿Ya no están enojados?
Mariska entreabrió los ojos, Ashe sonreía gentilmente, como siempre, pero también había un poco de burla en sus labios, algo que no esperó ver en él. Mariska entrecerró los ojos y Adhojan se apartó lentamente de ella. Ashe rio un poco.
—Sigo molesta contigo —soltó Mariska—. Si quieres que te perdone vas a tener que comprarme algo de comer.
Ashe la miró con los ojos en blanco, negó con la cabeza.
—Será después, la Dama Inkerne quiere que su médico los revise —dijo Ashe.
Mariska sabía que aquella mujer era una vieja astuta. Si ofrecía aquello así sin más, quizá era porque quería algo. Mariska entrecerró los ojos y Ashe ladeó la cabeza.
—¿Qué te pidió?
—Nada.
Pero aquello por supuesto no fue suficiente para convencer a Mariska. Al final, Ashe los guio a través de la casona hasta una puerta. Jossuknar estaba afuera y sonrió al verlos. Apenas entraron, el olor a hierbas medicinales inundó sus narices, y dentro había una mujer y un joven atendiendo la cabeza de Dérukan.
La mujer tenía cabello negro y ojos castaños, y sin duda era una nómada del Valle de Ismatra. Estaba tocando la cabeza de Dérukan y lo guiaba para moverla. El muchacho a su lado también tenía el cabello negro y ojos color avellana, y no despegaba la vista de lo que la mujer hacía. Parecía emocionado de verla trabajar.
En cuanto los cuatro entraron, solo Dérukan y el muchacho miraron hacia la entrada.
—Doctora Oyuun, te traigo otros pacientes —indicó Jossuknar.
Solo entonces la doctora volteó en su dirección con una mirada vacía y grandes ojeras. No soltó la cabeza de Dérukan y sus ojos se posaron en el joven frente a ella.
—Jargal.
El muchacho asintió animadamente.
—Sí, maestra. ¡Verá que de verdad estoy listo!
Mariska y Ashe intercambiaron miradas. Mariska se sentó en una cama y Adhojan en otra, pero ninguno subió las piernas. Aquel muchacho caminó primero hacia Adhojan, pero al ver su expresión, dio un respingo y retrocedió.
—Mejor comencemos primero por ella —dijo.
—Mmmm —se quejó su maestra al fondo.
Jargal colocó su pequeña caja con hierbas y medicinas en una mesa contigua a Mariska y acercó un banco para sentarse. Ella se quitó la bota de su pie y alzó el pantalón. Jargal se inclinó hacia su tobillo amoratado y no despegó la vista por un buen rato. Ashe observó por un rato lo que hacía para ver si podía aprender algo, pero luego de un rato, supo que aquel chico no sabía qué estaba haciendo...
No fue necesario decirlo, Mariska lo preguntó sin el menor tacto:
—No sabes qué estás haciendo, ¿verdad? —susurró Mariska.
Jargal alzó la cabeza, sus ojos estaban llenos de pavor y negó rápidamente con la cabeza, miró de reojo a su maestra.
—No le digas...
Ashe se acercó hacia ellos para inspeccionar qué había en su caja de medicinas, y el muchacho suplicó por su ayuda con la mirada.
—¿Jargal? —preguntó su maestra.
El muchacho dio un respingo y se hubiera caído del banco si no hubiera sido porque Adhojan lo detuvo con una mano y lo empujó. En aquel momento, la maestra, con sus ojos vacíos ya estaba a su lado.
—Ya te he dicho que, si no sabes qué hacer, dímelo —dijo ella—. Por algo soy tu maestra.
—Es que...
—Todavía no estás listo.
El muchacho hizo una mueca, y dejó pasar a la doctora en silencio. Ella miró el tobillo de Mariska.
—Mejorará con reposo en unos días, si duele sirven pomadas y algunas preparaciones... —dijo la doctora—. Es todo.
—¿Sirve esto? —preguntó Ashe.
En aquel momento, Ashe sacó un frasco de su bolso. Mariska frunció el ceño sin reconocer lo que tenía entre sus dedos. Sin duda no era lo que había preparado en días anteriores para su pierna. Era casi transparente y estaba a la mitad. Oyuun la tomó de entre los dedos de Ashe, colocó unas gotas en sus dedos, la olió y la probó.
—Es demasiado fuerte para ella —dijo Oyuun y cerró el frasco—. Solo la usaría en casos extremos.
Por un momento, Mariska pensó que la mirada de Ashe se oscureció, pero no logró comprender por qué.
—¿Dónde conseguiste eso?
—Mi mentor me enseñó a prepararla.
Cuando Ashe sonrió ante la pregunta y respondió con ánimos, Mariska parpadeó. Tal vez se equivocó.
Los ojos de la mujer se iluminaron entonces, también los de Jargal y se acercó también para ver el frasco. Hizo gestos a su maestra para que se lo diera, pero ella lo ignoró y se lo regresó a Ashe.
—¿Tu maestro es un doctor?
—Sí —dijo Ashe y sonrió un poco—. Pero solo me enseña a preparar medicina.
La mujer se llevó los dedos a los labios.
—¿No te dijo para qué era?
—Para el dolor.
—¿No te dijo para qué tipo de dolor?
Ashe apretó los labios y negó con la cabeza. De nuevo, Mariska tuvo una corazonada que no logró entender. Ashe guardó el frasco en silencio.
—Algunos lo usan para dolores de cabeza, parto, piernas rotas... Yo solo lo usaría en pacientes a punto de morir o en heridas mortales —dijo ella—. No es bueno usarlo muy seguido. Sabes por qué.
Ashe apretó los labios.
—Puede ser veneno.
—Exacto.
—Vale.
—¿Cómo se llama tu maestro? —preguntó ella mientras se dirigía a Adhojan.
—Lekatós —dijo Ashe—. Está en Vultriana.
—Hmmmm.
Con aquello, terminó la conversación. La doctora Oyuun hizo una mueca al ver la herida en la pierna de Adhojan, pero no hizo ningún comentario, solo llamó a Jargal, y él atendió la herida con unas pinzas y algodón mientras su maestra susurraba indicaciones y hacia preguntas. Cuando terminaron, agradecieron a la doctora y Jossuknar los acompañó afuera.
—Gracias por todo, Jossuknar —dijo Mariska.
—¿Eh? ¿No van a quedarse conmigo? —preguntó Jossuknar.
Los tres ladearon la cabeza.
—¿De qué hablas, hombre? —preguntó Mariska con los brazos cruzados.
—¿Cuántos días piensan quedarse en Drakán? —preguntó Jossuknar—. Los posaderos se van a comer sus salarios antes de que encuentren algo.
»Señorita Mariska, señorito Ashe, señorito Adhojan, ¿no quieren quedarse en mi casa? Son mis invitados.
Mariska miró a los otros dos.
—Si usted insiste... —dijo ella con una sonrisa.
—Mariska...
Ella miró a Adhojan con una mueca.
—¿Qué? ¿Vas a pagar tú? —preguntó ella y sacó la lengua.
Ashe rio y miró al señor Jossuknar.
—Se lo agradeceríamos mucho, señor Jossuknar.
—Entonces vamos a mi hogar.
Jossuknar fue por su caballo a los establos de la casona de la Dama Inkerne, y con ayuda de Ashe, cargaron la carretilla de antes. Jossuknar aseguró que a la Dama Inkerne no le molestaría aquello y así, salieron a las calles de Drakán. Primero fueron a la oficina de correos para recoger las cartas de Mariska y las de Ashe. Y como Ashe se ofreció, Mariska aguardó acurrucada entre sus equipajes y recargada en Adhojan. Él estaba torcido, e incómodo, pero como no dijo nada, Mariska no pensó en moverse pronto.
Entonces, escuchó algo que llamó su atención. Dos trabajadores de las oficinas de correos que apenas estaban saliendo de su jornada discutían afuera.
—No creo que la imprenta siga abierta —dijo una de ellos—. ¿Qué hacemos?
—Es urgente. Es del rey, debe estar abierto.
Mariska alzó la cabeza y miró en su dirección. Adhojan por fin pudo sentarse bien. Jossuknar también se removió, lucía interesado. No dudó en acercarse y ellos se detuvieron.
—Escuché que buscan una imprenta.
—Sí, señor —dijo uno de ellos—. Es un mandato del rey, fue enviado a todas las ciudades, llegó apenas hace un momento.
—¿Qué es exactamente?
—Oh, es algo de la profecía del año pasado.
Mariska terminó de incorporarse y le dio unos codazos a Adhojan, él ya estaba escuchando.
—¿La del Festival de Flores?
—Sí —dijo la chica—. Es de los sacerdotes de An'Istene, para evitar la profecía.
Adhojan se incorporó.
—¿Se puede evitar? —preguntó Jossuknar y luego rio.
—Ya es tarde, tenemos que irnos —indicó el chico.
—Algo de los guardianes de Kirán —dijo la chica—. Sea lo que sea, pero hay una recompensa.
Jossuknar frunció el ceño.
—Vámonos —repitió el chico.
—Esperen...
Antes de que Jossuknar pudiera preguntar algo más, ambos chicos ya se habían alejado y corrieron lejos de la oficina.
—¡Mañana lo publicaremos! —gritó la chica.
Jossuknar se acercó a la carreta.
—¿Escucharon eso?
—¿Usted sabe? —preguntó Adhojan.
Mariska apretó los labios.
—Es una historia larga —dijo ella—. Pero sí, él sabe, pero Ashe no sabe que él sabe.
—¿Qué? —preguntó Adhojan.
Mariska sacudió su mano.
—Olvídalo.
Mariska quiso seguir discutiendo lo que escucharon, pero en aquel momento, Ashe salió de la oficina con varias cartas en sus manos, tomó las suyas y le entregó el resto a Mariska. Ella le agradeció, se alivió de que nadie dijo nada más y partieron.
En medio de la noche, Jossuknar los dirigió hacia las orillas de Drakán. Atravesaron los campos de cultivo solo iluminados por un cristal solar que Jossuknar colocó en la carreta y pronto, a la distancia vieron una pequeña casa con cercas iluminada con lámparas de fuego.
—Este es mi hogar, sean bienvenidos —dijo Jossuknar.
Aquella noche los recibieron con hospitalidad en la casa de Jossuknar, tanto que a pesar de negarse varias veces, la hermana y el cuñado de Jossuknar decidieron cocinar algo rápido. De alguna manera lograron convencer a Jossuknar, y así, terminó encendiendo una fogata con su sobrino mientras Mariska, Adhojan y Ashe observaban sin saber cómo ayudar.
En esa pequeña casa vivía la hermana de Jossuknar, Vetuakne con su esposo, su hijo y su nieta. Jossuknar no tenía pareja ni hijos, pero aquello no le molestaba.
Poco después de encender la fogata, Vetuakne llegó con dos gallinas y las colocó a la leña. El resto de la noche fue tranquila, Jossuknar le contó a su familia sus historias de viaje, y ellos escucharon atentamente. Mariska por supuesto, hizo preguntas de todo tipo, y al final terminaron bebiendo.
Adhojan tomó algunos vasos que resistió sin problemas, Mariska terminó ebria antes que él, y Ashe simplemente no aceptó. La noche pasó así y después de un rato, la familia de Jossuknar entró a casa para preparar un lugar para que durmieran y ellos se quedaron afuera.
Después de pensarlo mucho tiempo, supo que tenía que actuar. Mariska estaba medio dormida contra un tronco, y Ashe tenía los ojos en las llamas de la fogata. Adhojan miró al cielo sin obtener respuesta, pero era lo correcto, incluso si eso rompía una promesa. Metió la mano en su bolsillo y tanteó la flor metálica.
—Ashe, necesito hablar contigo...
Ashe, todavía ensimismado, inclinó la cabeza confundido. Adhojan apretó la flor metálica en su mano. Necesitaba decírselo, porque sabía que Mariska no lo haría. Adhojan continuó.
—¿Podemos ir a otro lugar?
Ashe entrecerró los ojos y miró a Mariska de reojo, al final aceptó, y cuando ambos se levantaron, Ashe llevó su espada consigo. Aquel gesto no le pasó desapercibido a Adhojan, y lo aceptó. Después de lo que pasó en Vultriana, después de la sangre, entendía por qué lo hacía. Guio a Ashe detrás de la casa de Jossuknar.
Apenas iluminados por la luz dentro, Adhojan alargó la mano y la abrió. Ashe frunció el ceño y cuando Adhojan acercó la flor a la luz, Ashe alzó las cejas.
—¿Qué...?
Entonces se apresuró a buscar en su bolsillo, sacó una bolsa negra de cuero y al vaciarla, cayó una moneda en su mano. Ashe alzó la cabeza lentamente a Adhojan, no dijo nada, pero sus ojos clavados en la flor decían el resto.
—Entonces sí tienes que ver con ese príncipe.
—No sabía que era un príncipe.
—Hmmm, ya veo —dijo Adhojan y suspiró—. Por supuesto que alguien con una armadura así no es nadie especial.
Cuando Ashe apretó los labios, supo que fue injusto. Se aclaró la garganta.
—¿Por qué no dijiste nada?
—¿Cómo lo sab-...? —titubeó Ashe, pero no terminó
Supo a qué se refería.
—Sucedieron algunas cosas y terminé conociéndolo —explicó Adhojan.
Ashe cruzó sus brazos y retrocedió.
—El punto es que quiere verte de nuevo. Te ha estado buscando.
—¿A mí? —preguntó Ashe y bajó la mirada a la flor.
Parecía reminiscente de algo, sus ojos a una palabra de volverse cristalinos, dudaba si tomar la flor de la mano de Adhojan, pero simplemente no se atrevía. Adhojan la acercó más hacia él, y entonces Ashe tomó la flor y la apretó en su mano.
—Se fue sin decir nada.
—Puedes decidir no verlo y darme la flor y tu espada —dijo Adhojan—. Pienso partir esta noche.
Ashe alzó la cabeza.
—¿Qué hay de Mariska?
—Ella estará bien si me voy —dijo Adhojan y volvió a suspirar—. Ashe...
Adhojan se relamió los labios.
—¿Sabes por qué los busqué en Tiekarnan?
Ashe desvió la mirada.
—¿No fue por Mariska?
—Estaba buscándote a ti, ese imbé-... El Tercer Príncipe me dio esa orden.
Ashe bajó la mano.
—Mira, me preocupa que Mariska siga poniéndose en peligro por estar contigo —confesó Adhojan y suspiró—. No me importa lo que fuiste o lo que hiciste mientras no afecte a otros, pero todo se está saliendo de control.
»Hay gente más peligrosa que el Tercer Príncipe buscándote, y decidiste ir al pueblo de los guardianes de todas formas. Ahora hay gente que sabe quién eres.
»Me preocupa que vaya a sucederles algo peor si siguen viajando... ¿Ashe?
Ashe abrió los ojos, su vista perdida en ningún lado. Recargó su mano en un muro y con la boca abierta, su respiración se volvió irregular. Estaba pálido, y cuando Adhojan dio un paso al frente, él resbaló de la pared y cayó de rodillas frente a Adhojan.
Con la mano con la flor metálica se aferró el pecho e inhaló bocanadas rápidas. Alzó la cabeza con los labios temblorosos. Sus ojos castaños y con lágrimas se encontraron con los ojos gélidos de Adhojan. Como aquella primera vez que se conocieron en Vultriana.
Adhojan se acuclilló.
—¿Ashe? —llamó Adhojan—. Voy por Jossuknar.
Antes de que pudiera levantarse, Ashe tomó su ropa y la aferró. Adhojan se detuvo, al principio, sintió lástima porque no entendía qué sucedía, pero terminó frunciendo el ceño después. ¿No había visto algo similar antes? El regusto amargo de ese recuerdo fue a su garganta. Luego, ira.
Eso explicaba lo que sucedió con la Dama Obsidiana. Ella no se corrompió por servir a otros Ashyan. No. Todo ese tiempo... ¿Por qué no lo pensó? ¿Por qué no se dio cuenta? ¿Por qué Ashe no se lo dijo a nadie antes?
Todo ese tiempo... ¿Por qué no lo pensó? ¿Por qué no se dio cuenta? ¿Por qué Ashe no se lo dijo a nadie antes?
Cuando su respiración se calmó, y sus puños se destensaron, Ashe alzó la cabeza. El sudor perlaba su rostro, lucía enfermo incluso. Adhojan se levantó con una mueca y lo obligó a soltarlo.
—Tienes una marca de Kevseng.
Ashe no respondió. Tragó saliva y lo miró desde abajo. Todavía lucía débil. La mano de Adhojan fue a una de sus dagas. Podía hacer aquello.
—La gente del pueblo no mentía —bramó Adhojan—. Incendiaste un edificio.
Ashe lució asustado, sus labios se apartaron. Apretó los ojos y negó con la cabeza.
—No... Mienten.
—Dibujaste un phen ahí.
Ashe apretó los labios y negó de nuevo, su respiración se agitó de nuevo, habló entre jadeos.
—No... Mienten...
—Lo hiciste.
—Mis phens nunca funcionan.
Adhojan entrecerró los ojos, su mano todavía en la daga. Alzó la barbilla.
—Demuéstralo.
Los labios de Ashe temblaron, pero se sentó con cuidado y en el suelo, en la tierra, con su dedo trazó un phen: fuego. No sucedió nada, pero no fue suficiente para convencer a Adhojan. Los phens se trazaban con tinta negra para absorber la luz y que funcionaran. No era ni siquiera de día, y en la tierra no tenía sentido. Pero al verlo trazándolo con sus dedos temblorosos, no dijo nada más de eso. Había algo más importante que si funcionaba o no un phen.
—¿Por qué no dijiste nada? —cuestionó Adhojan.
Ashe no respondió, se apoyó en la pared y se impulsó para levantarse. La mano con la flor todavía cerca de su pecho. Adhojan desvainó la daga, pero no la apuntó.
—¿Por qué crees que Altan quiere verme? —preguntó con voz temblorosa.
—No evites mi pregunta —dijo Adhojan, apuntó la daga a Ashe—. No sirve eso conmigo. Tienes una marca de Kevseng y no le dijiste a nadie en tu Tercera Ceremonia... Sabes lo que significa.
—No le digas a Mari, por favor —suplicó Ashe.
—¿Y qué vas a hacer cuando se entere? ¿Crees que...? —dijo Adhojan y se frotó la frente con desesperación—. Eso explica por qué se encontraron con un Ashyan antes...
»¿Sabes qué es un pecado contra An'Istene y Kirán?
—No creo en tus dioses —soltó Ashe tiritando.
Adhojan lo miró, incrédulo.
—No crees en ellos, pero desde que naciste y hasta hoy siguen rigiendo tu vida creas en ellos o no.
Ashe hizo una mueca y negó con la cabeza.
—No soy un guardián.
—Fuiste un guardián, serviste toda tu vida a Kirán y a An'Istene. Tienes su marca, su espada, ellos te eligieron y viviste bajo sus ojos, Ashe. No puedes pretender que no existe esa marca. No puedes huir de eso así de fácil.
Ashe apretó los labios y negó de nuevo. Adhojan suspiró frustrado, pero temía que si trataba de explicarle algo más, Ashe tendría tiempo para recuperarse y sacaría su espada.
—Entonces, ¿qué haremos, guardián? ¿Vas a ir a ver al príncipe y dejarás a Mariska? ¿O evitamos justo hoy y ahora que haya otro Ashyan en el mundo? —preguntó Adhojan y dio unos pasos hacia Ashe.
Al principio, Ashe retrocedió ante el filo negro de la daga, pero se detuvo, cerró los ojos y alzó ambas manos sin intención de defenderse. Todavía estaba pálido. Abrió los ojos con cansancio.
—Iré con Altan —dijo Ashe y luego miró a Adhojan—. Pero no abandonaré a Mariska... No así, ella es mi amiga.
—No tienes derecho a elegir.
—No pienso volverme un Ashyan frente a ella.
Adhojan bufó. Terminó bajando la mano. Adhojan sabía que iba a arrepentirse, pero terminó aceptando sin entender si se trataba de una promesa o una afirmación. Al ver la resolución en sus ojos castaños como la corteza de los árboles, Adhojan quiso preguntarle, pero no pudo hacerlo.
—Vamos a Saeehn y regresamos pasado mañana —mintió Adhojan solo para convencerlo—. Te despides de Mariska y te vas.
Ashe apretó los labios. Lució conflictuado ante aquello, pero quizá fueron las dagas de Adhojan, quizá fueron sus palabras, quizá fueron los reclamos y el reconocer que todo eso era cierto, que no tuvo más opción. Inhaló un poco más calmado antes de asentir con dolor.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
En su mente, en sus sueños, el recuerdo de cuando su padre se marchó al desierto seguía fresco. Recordaba su sonrisa confiada cuando besó a su madre. Esa vez tuvieron una de esas pequeñas discusiones domésticas que Mariska no recordaba, pero seguro tenía que ver con regalos para el fin de año, o tal vez su madre quería evitar que su padre llevara otra pieza de porcelana inservible a casa. Ambos sonreían, y aquel beso fue suficiente para que ella negara con la cabeza y se resignara a que ese hombre siempre iba a ser un desastre.
Mariska siempre terminaba asqueada después de un rato de verlos, pero aquella vez lo soportó a regañadientes. Luego, su padre estrujo a su hermana y a ella y las besó a cada una en la frente. Luego, la tomó de los hombros.
—Mari, ¿me acompañas al gremio?
Por supuesto que aceptó. Recordaba que estaba oscuro cuando caminaron hasta el gremio, y afuera, en el patio trasero estaba el grupo que su padre iba a guiar. En esa entonces no entendía qué significaban aquellos grupos que se reunían y partían en medio de la noche al desierto, y nunca le preguntó a Sibán. Quizá porque en el fondo sabía la respuesta.
Esa noche fue la última vez que Mariska vio a Adhojan. Corrió a saludarlo y despedirse. No recordaba exactamente que se dijeron, pero recordaba la timidez de Adhojan, sus mejillas sonrojadas mientras se decían cursilerías de niños. Hizo una promesa con Adhojan:
—Cuando vuelvas a Vultriana, vámonos de viaje juntos, ¡¿sí?! Y no te olvides de escribirme todos los días.
Al final, cubiertos con capas, todos se fueron de ahí, su padre le dio un último beso en la frente.
—Cuida a tu hermana y a tu madre, Mari. No dejes que nada les pase.
Ella asintió. Sibán, a su lado prometió que él llevaría a Mariska a casa. Y mientras decían aquello, no pudo seguir ignorando a alguien. Era un hombre del Confín, un errante, su rostro lo decía, sus ojos, su cabello, su espada y su ropa. Lo vio pasar detrás de su padre, y notó un colguije extraño: dorado y negro, un caballo, de los Ganzig. Mariska lo observó, pero no dijo nada. No se atrevió.
Muchas veces se preguntó si las cosas hubieran sido diferentes si le hubiera dicho a Sibán o a su padre de aquel presentimiento. Sabía que no fue su culpa. Después de todo, nadie entendió qué sucedió en el desierto, si fue la gente de la dinastía, si fueron bandidos, si fue un errante... y el general que se encargó del caso no les reveló más.
Cuando tuvieron que identificar el cuerpo de su padre, solo pudo permanecer junto a su madre mientras ella sola se desplomaba. Solo pudo abrazarla mientras los meses borraban para siempre la sonrisa en sus labios y el brillo en sus ojos. Tuvo que asentir como una adulta cuando Sibán les recomendó cambiar sus apellidos porque tacharon a su padre como un traidor.
Tuvo que mirar a otro lado cuando la dinastía comenzó a cazar uno a uno a quienes descubrieron que ayudaron a la dinastía kiránica, a todos los amigos de su padre, aquellos mentores que la dejaban entrar a sus oficinas y le explicaban cosas desde pequeña, aquellos vendedores que siempre le preguntaban cuántos años tenía cuando Mariska acompañaba a su padre.
Solo podía observar mientras con una mano consolaba a su hermana, y con otra, cuidaba a su madre. Decidió que no haría las cosas como su padre, que no le daría a su madre motivos para llorar de nuevo. Que incluso si odiaba a la dinastía Ganzig y se metía en problemas menores —¿quién en Vultriana no habían terminado al menos una vez en las oficinas del ejército por molestar a algún noble?—, no iba a involucrarse directamente con esa gente, no iba a meterse en problemas con ellos, e iba a declinar sus comisiones cuando pudiera.
Era la forma de tener una vida tranquila, era la única forma de seguir escuchando las historias de su padre, era la forma en la que podía evitar que su madre llorara de nuevo. Era la forma de proteger lo que quedaba de su padre.
«Nunca te involucres con la gente de la dinastía Ganzig», se lo dijo su madre, se lo dijeron sus abuelos, sus vecinos, Sibán, ella misma. Se lo dijo a Ashe. Se lo repitió muchas veces a Ashe.
Aquella noche, cuando Jossuknar la despertó agitándola, todavía tenía la mente nublada por el alcohol, y el recuerdo del rostro difuso de su padre que no se aclaró en ningún momento. Distinguió el rostro de Jossuknar en la oscuridad.
—¡Mariska! —llamó Jossuknar.
Ella lo apartó agitando su mano frente a ella y se llevó una mano a los ojos. Sabía que se excedió aquella vez, pero lo que había pasado en la estepa, lo que Adhojan le contó y lo que sabía de aquel pueblo de mierda la dejaron agotada.
—¿Qué hora es? —preguntó Mariska y miró a su alrededor.
No sabía en qué momento llegó a una cama en uno de los cuartos, pero la luz comenzaba a romper la noche a través de las ventanas. Su cabeza dolía. Quería dormir un poco más.
—Mariska, despierta, Ashe y Adhojan se fueron —dijo Jossuknar.
Aquello fue suficiente para sacarla de la resaca, para despertarla por completo y para que se incorporara. Abrió bien los ojos.
—¿Qué?
—No sé cuándo... —dijo Jossuknar—. Fue en la madrugada. Se llevaron caballos y Adhojan dejó una nota... Mi nieta escuchó algo de Saeehn.
Jossuknar le tendió la nota de Adhojan. Mariska se frotó los ojos y luchó por entender lo que veía.
«Adiós, Mariska. Perdón por despedirnos así. Dejé un pago por los caballos de Jossuknar. Ashe estará bien, lo prometo... No lo busques. Es mejor así para todos».
—Adhojan...
Jossuknar dio un respingo. Mariska rompió la hoja en su mano. Se levantó y se colocó las botas.
Quizá Mariska se equivocó toda su vida. Quizá era imposible que tuviera una vida tranquila con el temperamento que tenía, y aquella vez estuvo segura de que iban a llover sangre si encontraba a Adhojan. Porque por supuesto se imaginaba a dónde llevó a Ashe.
━━━━━━✧❃✧━━━━━━
La madrugada era fría pese a que el verano estaba cerca. Sabía que en parte era porque el Valle de Serpientes era más fresco que Vultriana, pero también era aquella maldición en su pecho. Lo corroía como gusanos a la carne.
Altan miró su rostro en el espejo de plata de Miriasia. Era la segunda vez que sucedía aquello. Comenzó con su nariz sangrando. Luego, la sangre regresó por donde vino y sus ojos cambiaron de color. Ámbar contra la noche.
Los pensamientos lo ahogaban, el temor crecía en su pecho, y sabía que, si aquello desaparecía, que si sus brazos no temblaban, que si su estómago no se ataba y sus ojos no se humedecían, que si ignoraba aquella sensación de que algo lo esperaba en el rabillo de su mente, que estaba a punto de arrastrarlo a través del suelo, que estaba a punto de devorarlo, entonces aquello lo consumiría y dejaría de existir.
Cuando sus escleras volvieron a ser blancas contra la luz de las lámparas de cera, y el incienso se apagó y solo dejó el humo, inclinó la cabeza ante el cuenco de agua fría. La sensación de agujas en su piel no apareció... Alzó la cabeza, secó su rostro, arregló su cabello y salió.
Dijike estaba recargada de espaldas contra el reposabrazos de una silla, y en la silla, Mires, la hermana de Adhojan, pasó de mirar a Dijike a Altan. Dijike se incorporó y carraspeó.
—Deberías ir a dormir ya —dijo Dijike—. Sorken me va a regañar si te enfermas.
—Tal vez mereces el regaño —se quejó Altan—. Vete a dormir tú, sabes que esto es importante y necesito que lo entregues mañana a primera hora.
—Sí, sí —dijo Dijike y miró a Mires—. ¿Te quedas o vienes?
Ella cruzó las piernas y se recargó contra el respaldo de la silla.
—Le haré compañía.
Altan gruñó e hizo una mueca de disgusto. Antes de poder protestar y ordenarle a Dijike que se la llevara, Dijike ya se había dirigido a la puerta para ir a su habitación.
—Descansa, Dijike —dijo Mires.
—¡Espera!
Ella agitó la mano y cerró la puerta. Altan no tuvo más opción que sentarse, y los ojos de Mires, como de halcón de inmediato se posaron en él. Trató de no darle importancia, si quería intentar matarlo, iba a ser difícil. Después de un rato con sus ojos en cada uno de sus movimientos, Altan se quejó audiblemente.
—¿Por qué no te vas a la mierda, Mires?
Ella sonrió.
—Su Alteza dice las palabras más poéticas cuando se inspira.
—Pedazo de mierda.
—¿Lo ve?
Altan hizo una mueca y volvió al trabajo, pero Mires no parecía dispuesta a dejarlo en paz esa noche. En ese aspecto, Adhojan y ella se parecían demasiado, sabían perfectamente cómo sacar a Altan de quicio.
—¿No te preocupa si me voy así sin más?
—Me importa una mierda.
—¿Incluso si trato de matarte de nuevo?
Altan decidió ignorarla, pero había una mueca en sus labios que de inmediato desató una risa de Mires. Altan dejó el pincel y la miró con los ojos en blanco hasta que paró.
—De verdad que no te entiendo, Altan.
—Pues mejor vete a dormir, pedazo de mierda.
—El general Sorken dice que siempre debes estar vigilado.
—¿No eres un rehén aquí?
Mires sonrió y se recargó contra el respaldo de la silla, con las piernas cruzadas y cerró los ojos.
—Me das un poco de pena, Altan —dijo Mires—. Solo un poco. No había conocido a alguien tan miserable como tú.
—¡Oye!
Altan se levantó. Caminó en zancadas hasta ella, pero cuando estuvo frente a sus piernas, ella no se inmutó, y él no pudo hacer nada más que verla en silencio. Había una razón por la que ella estaba ahí, un motivo por el cuál incluso después de saber que ella fue la que disparó la flecha un año atrás, él no hizo nada más que atraparla para usar a Adhojan.
Naran diría que era ingenuo y descuidado, Dawá simplemente le diría que era un imbécil. Pero él sabía que era su mejor opción para encontrar al guardián, y también para saber un poco más sobre lo que sucedía en Edrene. Tanto Adhojan como Mires solo siguieron órdenes, ya no trabajaban para nadie de la dinastía anterior y pensaban marcharse. Sabía que no intentarían nada contra él, porque él era su salida de Istralandia.
Altan desistió y regresó a la mesa. Mires abrió los ojos.
—¿Qué vas a hacer con las órdenes de tu padre? —preguntó ella—. Ahora que tu guardián tiene precio en su cabeza muchos van a buscarlo.
—Lo voy a proteger.
—Qué noble —dijo Mires—. Y sin duda no hay explicación no romántica para eso...
Las orejas de Altan se calentaron, alzó la vista de los papeles con una mueca.
—¿Por qué no te preocupas por tu hermano? ¡¿Eh?!
Mires rio un poco.
—Él sabe lo que hace.
Altan volvió a los papeles, refunfuñando y hecho un caos. Acomodó su flequillo hacia atrás con una mano y siguió leyendo. Esperaba que aquella tortura acabara pronto y ella se fuera a dormir, pero Mires habló de nuevo.
—¿Cómo es él? —preguntó ella—. Debe ser buena persona o lindo para que hagas todo esto por él. ¿Cómo se conocieron?
A la cabeza de Altan fue a aquella primera imagen que tenía del guardián y su corazón se detuvo. No sabía si fue la maldición del Ashyan o si eran sus recuerdos, pero sus manos comenzaron a picar también.
Era solsticio de invierno, su cumpleaños. El sol estaba a punto de ocultarse y a través de un vitral de un pájaro en el desierto, la luz moribunda se colaba e iluminaba un rostro sereno, apacible. Sus ojos castaños no miraban nada en específico, su espada apuntaba al suelo, pero no lo tocaba, y su cabello negro y largo se perdía en su ropa del mismo tono.
Cuando llegó al templo esa tarde, no esperó encontrarse con nadie. Y al ver aquella escena, silenciosa mientras la nieve caía afuera, solo pudo pensar en una flor, la última flor del otoño entre la nieve, en la oscuridad. Y con quien tendría que pelear para la prueba de su Tercera Ceremonia. Recordaba el arrepentimiento cuando sacó la espada y aquella batalla rápida.
Le sorprendió la estabilidad y la fuerza en su estoque a pesar de que los mosaicos en el suelo eran resbalosos, luego, sus reflejos cuando lanzó las dagas. Un nudo se ató en su estómago cuando la daga se enterró en su muslo, y otro cuando le mintió para colarse.
Aquella imagen y la que vio cuando salió del templo se grabaron en su mente y en su corazón peor que la maldición de un Ashyan. Lo conocía. El Ashyan le mostró su vida, pero lo que le mostró fue diferente a lo que esperó del último guardián en el templo.
«Si alguien hubiera hecho algo... No. Si hubiera llegado antes...».
Al recordar los movimientos del guardián al usar su espada, al pensar en cómo lo sacó y en aquella amabilidad al alimentarlo, algo se removía en su estómago. No podía respirar. Solo podía desear que tuviera una vida tranquila.
Tragó saliva para responder y miró a Mires.
—¿Qué te importa? Vete a la mierda.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top