9 Susurros

Perdieron a Fred en el camino. Quizás ni siquiera había salido de la casa junto a ellos.

La prioridad de Karin había sido buscar a Rodolfo y huir con él por la parte frontal de la propiedad, dejando todo atrás, incluidas las mochilas de emergencia que habían cargado con algunos suministros. Lex y Geneve habían ido detrás de ellos en todo momento, pero Fred había desaparecido en algún momento entre la salida de la casa y la carrera frenética que habían echado por la calle, con los caníbales tras sus pasos.

Caos. Desesperación.

Sus pasos al correr parecían demasiado cortos. El tiempo corría demasiado rápido.

Una horda de infectados iba detrás de ellos, pegada a sus talones. No bastaba con huir de ellos, tenían que esquivar también a aquellos que salían al encuentro por el camino, rozándolos con sus dedos largos y carcomidos. Sus bocas siempre ensangrentadas vomitaban repertorios de súplicas y gritos ahogados que aterrorizaban a Karin. La vida de su hermano dependía de qué tan rápido reaccionara ella.

Los callejones de Palatsis eran angostos y torcían en ángulos imposibles. En un momento ascendían pequeñas colinas llenas de escaleras de piedra y construcciones antiguas, y al otro estaban corriendo cuesta abajo, brincando obstáculos y cruzando pasillos de hierbajos que flanqueaban hermosas casas de casco antiguo. Llegando a un punto en el que correr era ya un esfuerzo sobrehumano, los bloques habitacionales se hicieron todos iguales. Torcían en ángulos imposibles que dirigían en todas direcciones, ensanchando y reduciendo los callejones hasta hacer imposible transitarlos de frente, lo que ayudó a frenar un poco a los infectados.

Hasta que al salir a la siguiente avenida, otro grupo los interceptó a medio camino de alcanzar la siguiente esquina y la vuelta que dieron para internarse en otro callejón casi les costó la vida de Lex, que tropezó con un bote de basura y se fue al suelo de boca.

-¡Están cada vez más cerca! -les avisó Lex cuando se puso de pie, sangrando del labio, pero sin dejar de correr-. ¡Más aprisa! ¡Corran más aprisa!

-¿Dónde está Fred? -preguntó Rodolfo entre jadeos.

Karin lo sujetó fuertemente de la mano como toda respuesta. La mayoría de las casas y edificios estaban cerrados. Podían forzarlos, pero eso les tomaría tiempo. Los infectados les daban ventaja de algunos metros que después reducían a centésimas de segundo cuando brotaban de los lugares más inimaginables. Se les lanzaban encima como hienas, esperando atraparlos en el aire. El cielo en atardecer restaba luz conforme los minutos pasaban y ellos se adentraban más y más en las entrañas de la ciudad, perdiendo visibilidad.

De seguir así no encontrarían salida pronto, las bestias los atraparían en cualquier momento y todo terminaría. Pero no rápido. No habría nada de rápido en decenas de manos y bocas despedazándolos con vida.

-Ahí -señaló Geneve una vez que lograron eludir y adelantar al grupo que los seguía. Arriba, hacia donde la mano de la adolescente apuntaba, había un andamio que conectaba todas las ventanas de la parte lateral de un edificio de siete pisos de altura-. Es la única opción que tenemos.

-Lo bajaré yo -dijo Lex, adelantándose a ellas para, de un impulso, subirse de un brinco a la base de un contenedor de basura que se atravesó e el camino.

Karin se descolgó el rifle del hombro y dejó que Geneve tomara de la mano a Rodolfo. Los segundos se sucedían unos a otros mientras Lex luchaba por jalonar el cordón de metal que colgaba de la base inferior del andamio y Karin se preparaba para disparar con el único rifle que había logrado rescatar en su huida. El sudor le tenía empapada la blusa y hacía que los rizos se le pegaran al rostro. No tenía idea de en dónde estaban, ni mucho menos de lo que encontrarían una vez que subieran al andamio, pero se había prometido a sí misma que no sucumbirían sin luchar.

No permitiría que su hermano muriera a manos de esos monstruos.

Los gruñidos de Lex rompieron el tenso silencio del callejón. Era fuerte y joven, pero la escalera estaba demostrando ser más testaruda que él. Con la adrenalina a tope y el hedor de la muerte impregnando sus fosas nasales, los segundos se sintieron como horas. Uno a uno, modificando el tiempo del reloj, los congeló bajo la única esperanza de sobrevivir. Los pasos de los infectados rebotaban en sus oídos como el eco diabólico de un tambor. Sus gemidos y sus llamados de piedad, que ellos mismos no conocían, sofocaban a Karin.

-¡Carajo! -siseó Lex por sobre el llanto melancólico de Rodolfo y el palpitar fuerte del corazón de Karin.

El primer infectado dio vuelta por la esquina del callejón y cayó abatido por la bala que le entró limpiamente en la cabeza y esparció sus sesos en las paredes. El segundo que llegó detrás tropezó con el cuerpo de su congénere y fue brutalmente pisoteado por todos los que le siguieron y se abrieron paso por el angosto pasillo, apretujándose y golpeándose entre ellos. Karin los abatió tan rápido como pudo, optando por derribar a los más cercanos primero.

Geneve gritó y Karin volteó justo a tiempo para volarle la cabeza a un hombre deformado que intentó tomar del pie a Rodolfo.

-¡Vamos, Lex! -lo presionó ella, forcejeando contra una mujer que aprovechó su distracción para acercarse y tirarle una dentellada al rostro.

Karin la derribó de una patada, le masacró el cráneo a culatazos, y en el mismo movimiento se irguió y descargó tres tiros más en otros dos caníbales.

-¡Lex! -gritó con urgencia.

Como toda respuesta, Lex exclamó un alarido de victoria cuando logró activar el mecanismo de descenso de la escalera. El chasquido de metal reverberó en el alma misma de Karin, entumeciéndole los dedos de las manos como un sedante para sus nervios. Mientras se debatía contra dos infectados más, y esperaba a aquellas otras decenas que estaban por arrasar con ellos, los adolescentes y Rodolfo comenzaron a subir la escalera. Los tintineos del metal al moverse inyectaron otra dosis de furor en Karin.

Golpeó a más gente, incapaz de diferenciar rostros que ya había dejado de percibir como humanos, y pateó a un niño que intentó morderla en una pierna mientras rociaba a disparos a una mujer sin rostro que alcanzó a rasgarle una manga de la sudadera.

Geneve volvió a gritar. Al voltear, Karin alcanzó a retirar el rostro para impedir el mordisco del corpulento hombre que apareció de algún lado entre las sombras. El atardecer maldito traía consigo no solamente la noche, sino la ceguera casi total para ellos. El callejón era angosto pero largo, muy largo, y el sonido de los disparos estaba atrayendo a todo el maldito mundo hacia ellos.

Cuando menos lo pensaran, tendrían a toda la maldita ciudad de Palatsis encima.

Alguien la tomó por el cabello. El grito que reverberó de ida y vuelta, acallando incluso a las voces frenéticas de los infectados, no fue suyo. Escuchar a Rodolfo llamarla desesperadamente la hizo actuar por inercia. Desenfundó su cuchillo cerrado, lo blandió a lo alto y cortó de tajo su cola de caballo. Rizos disparatados y pedazos de cabello cayeron por todos lados en el momento en el que Karin tomó la mano que pendía a lo alto y era la única que no pretendía lastimarla.

-¡Sube ahora mismo! -chilló Lex, jalándola con toda su fuerza para subirla al contenedor-. ¡Es imposible luchar contra todos! ¡Debemos subir! ¡Debemos subir ya!

Karin disparó una última vez contra el infectado que estaba a medio camino de subir al contenedor de basura y se sostuvo de la pared. La aglomeración en torno a ellos movía la enorme caja de metal de un lado a otro. Las manos intentaban sujetarlos a toda costa. Un golpe en particular fue tan fuerte que empujó el contenedor casi medio metro hacia un costado y Lex se tambaleó, gritando de horror al enfilarse hacia las cientos de bocas que esperaban triturarlo en el acto, lo que no sucedió gracias a la mano de Karin tomándolo a tiempo por el brazo para, con la inercia del movimiento, arrojarlo hacia la escalera.

-¡Sube! -le gritó ahora ella.

Lex lo hizo, tembloroso. Solo podían percibirse pequeños rasgos de su rostro debido a la escasa luz. Karin lo notó tan empapado de sudor como ella pese al frío, y su mirada casi desorbitada, de labio tembloroso, que rectificó casi al instante, cuando se echó a trepar por los manillares de la escalera con Karin subiendo a toda prisa detrás de él.

No bien estuvieron arriba, el contenedor de basura fue finalmente volcado y Karin no perdió tiempo en activar el mecanismo que retraía automáticamente la escalera, derribando a un niño que había alcanzado a colgarse de uno de los barrotes. Los dedos índice y medio se le quedaron atorados entre los engranes giratorios, pero la adrenalina apenas y la dejó notarlo. Cuando logró destrabar la mano, miró la herida con fastidio, también con cierto grado de alivio. Preferible una machucadura que una mordida.

La escalera finalmente llegó a lo alto con un chasquido y los cuatro se tiraron a descansar.

-¡Está arriba! ¡La escalera ya está arriba y asegurada! -gritó Lex, tan falto de aliento como ella-. ¡Está bien! Estamos bien... Estamos bien -continuó, susurrando como para sí mismo. Entonces su siempre expresivo rostro se modificó con una mueca de terror que le disparó a Karin-. ¿Te mordieron?

Ella meció la cabeza.

-No. No lo creo.

-No estamos bien -dijo Rodolfo con voz quieta, fuertemente abrazado a Geneve-. Falta el señor Fred.

Y Kaltos, pensó Karin. Kaltos no sabría a dónde habían ido luego de su tempestiva huida. Iría a buscarlos al refugio y se encontraría con la desagradable sorpresa de una turba de infectados invadiendo cada rincón y zona de descanso que ellos tontamente habían creído suyos cuando habían pensado que una valla de madera los podía proteger. Quizás tampoco volverían a verlo a él. Moriría como seguramente ya lo había hecho el señor Fred. Y como todos y cada uno de los seres humanos que Karin había conocido hasta antes de que ese infierno volcara sus vidas y las convirtiera en un infierno.

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