38 Susurros
Aún no oscurecía completamente cuando Kaltos salió del sótano, dejando atrás a Erick, el susurrante que había tenido una de las muertes más crueles según lo poco o mucho que Kaltos había podido leer de sus trastornados pensamientos.
Se sentía drenado y dolorido. Había tenido un descanso deplorable, casi nulo, tras despertar varias veces durante el día, alertado por cualquier sonido que su instinto percibía sospechoso, y se había cambiado de lugar al sentir que estaba demasiado expuesto. El susurrante no hubiera servido de mucho para protegerlo. Al final, eran muy fáciles de eliminar si se tenían las armas adecuadas.
Durante sus breves lapsos de descanso había soñado con Damus y con Karin, intercalándolos y mezclándolos por momentos dentro de pesadillas que sus siglos de vida no le habían enseñado a desdeñar. Los había visto juntos. Ella sonriente y resplandeciente, Damus taciturno pero soberbio, pavoneándose con la elegante ropa que tanto le gustaba vestir. Los había visto tomarse de la mano mientras Kaltos intentaba hablarles sin que ningún sonido brotara de su garganta, y habían caminado juntos hacia el horizonte para arder como dos estrellas de fuego bajo los incandescentes rayos del sol. Ambos en silencio, despellejándose muy sonrientes mientras Kaltos intentaba tomarlos por los brazos para alejarlos del calor del astro inmisericorde que daba vida al resto de la humanidad y a ellos los castigaba con su letal desprecio.
Había sido un sueño recurrente y molesto durante el día, signo inequívoco, tal vez, de lo mucho que le dolía el cuerpo a él mismo y cuánto añoraba encontrar a su hermano y ahora a Karin. Las quemaduras por la explosión del remolque eran terribles, pero no tan malas comparadas a las que podían ocasionarle el sol.
Cuidó de mantenerse dentro de los callejones cuando regresó a la calle. Tenía la ropa hecha jirones en algunas zonas, los brazos chamuscados, el cabello achicharrado y le hacía falta un tenis. El suelo bajo la planta de su pie se sentía árido y pegajoso, pero su frialdad ayudó un poco a aliviar el ardor de su piel, que ya estaba mucho mejor que hacía algunas horas. Kaltos dejó de prestarle atención cuando escuchó el estruendo de la metralla al otro lado de unos cuantos bloques habitacionales. De haber sido ya de noche habría echado a correr. Al haber aún vestigios del sol, continuó en las sombras, moviéndose con precaución hasta que llegó al final del callejón y se topó con una avenida abierta, donde la luz pegaba desde todos los ángulos.
—Maldición —gruñó, recargando la espalda en la pared.
Al escuchar un sonido detrás de él, volteó y se topó de frente con el rostro aún muy agraciado de una joven susurrante que lo veía con los ojos perdidos y la boca entre abierta.
—Lana —susurró la chica. Levantó las manos y enredó sus dedos en los restos de la sudadera de Kaltos, aferrándose a su brazo—. Lana... querida... Lana, ven... aquí... Aquí... Lana...
Kaltos suspiró y volvió la vista hacia la calle, quitándose sutilmente de encima la mano de la mujer. Contaba los minutos para que el sol terminara de descender y la noche se apostara como su salvadora. Sabía que los militares habían entrado a la ciudad desde la mañana. No sabía si aún estaban detrás de Karin y los demás. Esperaba que no. Esperaba que los humanos ni siquiera hubieran entrado a la ciudad después de la explosión.
Un rechinido de neumáticos en la esquina lo hizo retroceder hacia las sombras y tomar instintivamente a la susurrante por la muñeca para evitar que saliera disparada hacia la calle, donde una camioneta bastante maltrecha pasó a toda velocidad, esquivando las ráfagas de metralla que le disparaban desde el techo de una todo terreno. La criatura se retorció bajo el agarre de Kaltos e incluso se volvió a verlo con ojos bastante conscientes para su alienación mental; gimió, balbuceó, se jalonó, y finalmente se rindió, cuando el sonido se alejó lo suficiente para que solamente Kaltos continuara escuchándolo.
—Aléjate de aquí —murmuró él.
Fue un poco intrigante cuando la humana enferma se volvió para mirarlo como si le entendiera, se tambaleó al girar, y echó a andar con pasitos cortos hacia el interior del callejón, repitiendo el mismo mantra sobre Lana hasta que el suave susurro de su voz se perdió bajo el apabullante silencio.
Kaltos esperó un poco más, impaciente. El sol era ya una pequeña raya difusa en el horizonte, perfilando el contorno de la calle con destellos rojizos y morados. Contó los segundos con exaspero, intentando entablar comunicación a nivel telepático con Karin, pero si es que la fémina aún estaba en la ciudad, su mente no contestaba, quizás demasiado frenética para distinguir la voz de Kaltos de entre sus propios pensamientos.
Un ave de rapiña surcó los cielos con un graznido largo y agudo. Sus alas largas, negras y puntiagudas temblaban suavemente ante la caricia del aire. Su cabeza calva, de pico enorme, descendió suavemente para mirar a Kaltos mientras planeaba como una reina con la luz mortecina perfilando su hermoso plumaje.
Él se lanzó a la carrera, sintiendo apenas el suave ardor de los últimos rayos del sol escaldando su piel cuando cruzó la amplia avenida en un segundo y continuó corriendo callejón arriba, dejando ade lado susurrantes que apenas se alertaron con su presencia, cadáveres secos, perros famélicos que gruñían desde sus escondites, montañas de basura y alimañas que apenas levantaban un poco la cabeza para otear en su dirección. Corrió hasta que el sonido de una explosión lo hizo desviar su camino a último momento para intentar orientarse con los ecos del estruendo. El gemido del metal fue tan escalofriante como los gritos de Damus cuando intervenía en su cabeza.
Salió del callejón justo en el momento en el que la camioneta de Karin fue impactada por un misil y la explosión la hizo volar por los aires, aterrizando violentamente contra un poste de cemento que la dobló por la mitad y después contra un carguero estacionado que al rebote la hizo dar cientos de vueltas como un reguilete.
El corazón de Kaltos se detuvo dentro de su pecho. No hubo más presión, no hubo más latir ni sangre bombeando al resto de su cuerpo cuando sus agudos ojos de vampiro miraron como en cámara lenta cómo el vehículo quedaba finalmente inmóvil en a un costado de la calle y los lamentos del metal desvencijado fueron convirtiéndose en gemidos y más tarde en suaves restos humeantes.
Su propia respiración dio golpes como sonoros cañonazos en sus oídos. Solo podía ver el vehículo hecho trizas. Solo podía imaginar lo que encontraría adentro. Solo pudo escuchar el motor ronroneante del todo terreno que se detuvo lentamente detrás de él e iluminó los contornos de su cuerpo con una luz tan cegadora que proyectó la sombra de Kaltos en el suelo como un dibujo alargado y deforme.
Se giró lentamente para mirar más allá del reflector que a otro habría cegado. El chasquido de una torreta anunció que la criatura que estaba sobre el techo del vehículo le estaba apuntando. Los susurrantes comenzaron a llegar de a poco, atraídos por el sonido. Sus gemidos, sus pasos, sus voces y el hedor de sus cuerpos obligó a los humanos a accionar la reversa de su vehículo. Pero no lograron alejarse mucho cuando Kaltos aterrizó en el techo del todo terreno después de dar un largo salto que lo hizo volar por sobre las cabezas de los susurrantes, tomó al humano que manejaba la torreta, lo levantó en vilo y lo arrojó hacia la multitud que comenzó a gemir extasiada al percibir el olor de carne sana cerca de ellos.
Los gritos del hombre acompañaron a Kaltos al interior del vehículo, donde plantó un escenario similar. A dos de los tres que iban adentro los degolló con un cuchillo que le quitó a uno de ellos, y al otro, el conductor, lo manipuló con la suficiente presteza para obligarlo a dar la vuelta en seco, casi haciendo que el todo terreno se volcara, y condujera a toda marcha hacia los otros dos todo terreno que le acompañaban. El choque frontal tuvo la suficiente potencia para hacer que el soldado atravesara el vidrio con la cabeza y muriera al instante.
Entonces Kaltos salió tranquilamente al techo, tomó la torreta, la inspeccionó por un momento y la accionó sin ningún reparo contra los otros dos vehículos, asegurándose de rociarlos hasta que las gruesas balas perforaron los cristales y todo dejó de moverse en su interior, silenciado por los gritos histéricos de los susurrantes.
Bajó del vehículo después de eso, con un dispositivo de comunicación en la mano que tomó de uno de los asientos ensangrentados. La cantidad de infectados que estaba reuniéndose era sorprendente. Kaltos se hizo paso entre ellos para llegar al último todo terreno que se había impactado en la parte trasera del que había ido en medio. Abrió la puerta del piloto, que comenzó a gritar no por verlo a él precisamente, sino por las manos y los brazos que se colaron al instante por entre los costados de Kaltos, reclamando la carne sana y fresca del hombre. Él se los concedió cuanto tomó al infeliz por las solapas del uniforme y lo jaló hacia afuera.
Un disparo iluminó el interior del todo terreno. La bala perforó el hombro de Kaltos. Quedaban tres humanos aún. Dos de ellos aterrados, el último, furioso, volvió a apuntar el arma, pero ya no pudo disparar cuando Kaltos lo miró fijamente a los ojos y se abrazó a su mente para controlarla, convenciéndolo sutilmente de que era inútil luchar. El hombre bajó lentamente la pistola, llorando, mientras los gritos del que era rápidamente despedazado por la horda de caníbales gorgoteaban al fondo.
Kaltos les dedicó un último vistazo de desdén a los tres hombres antes de retroceder, y miró fascinado cómo el panal de criaturas enfermas se lanzó al instante contra la puerta abierta. Comenzaron a entrar entre empujones y gruñidos; arrastrándose, reptando, trepando e incluso mordiéndose entre ellos para abrirse camino. Lo invadieron todo, metiéndose por cada recoveco que encontraron accesible, y no sucumbieron ni siquiera ante los disparos que iluminaron esporádicamente el interior del bamboleante vehículo.
Kaltos se hubiera quedado a mirar el espectáculo, de no ser porque notó que la camioneta de Karin, estrellada al otro lado de la calle, estaba teniendo un destino similar.
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