31 Susurros
El reproductor de música fue el único sonido que los acompañó durante los primeros tramos de la solitaria carretera. Los infectados que intentaban alcanzarlos atinaban únicamente a rozar los extremos del hummer con sus dedos largos y afilados. Kaltos veía por la ventana el horizonte nubloso y amarillo mientras el cielo descargaba sobre ellos una feroz tormenta. Los truenos retumbaban por encima del suave mix electrónico de la música y los rayos dibujaban viborillas retorcidas en el aire, abriendo el suelo a la lejanía.
Kaltos giraba distraídamente el celular sobre su rodilla. Podía escuchar uno a uno los pensamientos de los tres humanos presentes. Los más interesantes venían de Nimes, la niña que seguía abrazada al cuello de Lex y que ocasionalmente le disparaba a él miraditas por encima del hombro de su salvador. Hacía un ambiente tan gélido que sus respiraciones flotaban en forma de vapor frente a sus rostros. Kaltos no recordaba cuándo había sido la última vez que se había sentido tan ansioso frente a un mortal.
No se suponía que los humanos lo intimidaran. Ni siquiera se suponía que compartiera nada más con ellos que unos minutos de júbilo cuando extinguía sus vidas bebiendo el delicioso líquido vital que mantenía sus cuerpos calientes y vivos. Antes no le había importado mucho quedarse solo si Damus decidía alejarse de él por días, meses o años. La última vez que eso había ocurrido, cuatro décadas atrás, Kaltos había decidido simplemente apartarse del mundo por aburrimiento, esperando que al despertar las cosas fueran un poco más emocionantes... No se había equivocado.
Tal vez incluso se arrepentía un poco de sus deseos.
Damus no estaba por ningún lado, aunque las pistas de su paradero eran cada vez más sólidas.
Kaltos dejó de mirar por la ventana y activó el celular presionando uno de los botones laterales. Sabía que la tecnología estaba tan avanzada que ciertos dispositivos se bloqueaban en cuanto detectaban que estaban en manos desconocidas, pero Abel era un hombre mayor, y como tal, era hasta cierto punto sencillo.
Notó de nuevo los ojos aceitunados de la niña sobre él, además de los de Karin ocasionalmente disparándole miradas por el retrovisor.
-¿Cuándo es tu cumpleaños, Nimes? -preguntó para sobresalto de todos.
La niña no respondió con palabras cuando enterró el rostro en el hombro de Lex, pero pensó en la fecha sin poder evitarlo, y Kaltos la introdujo en el dispositivo de comunicación en cuanto la pescó. Como esperaba, el celular de Abel le dio acceso y él comenzó a hurgar en lo más básico. La mente de Karin y Lex volvieron a encenderse como una terminal de mensajería. Las preguntas eran tan persistentes que Kaltos estuvo tentado a repetirles que aclararía todo en cuanto estuvieran en un lugar más óptimo, preferiblemente lejos del resplandor del fuego que brotaba de la base y de los militares que pudieran huir en vehículo y alcanzarlos. La carretera era extensa y corría frente a la playa en una suave curvatura que les permitía ver la tempestividad del mar azotando contra la costa.
-¿Qué es eso? -preguntó Lex entonces, animándose a voltear hacia el asiento trasero.
Kaltos dejó de mirar las fotografías que pertenecían mayormente a Nimes en distintas facetas de su día a día. Pese a sus oscuras intenciones de convertir a Kaltos y a cada congénere suyo en un animalillo de laboratorio, Abel era un ser humano con sentimientos y emociones bastante comunes pero poderosas, y el amor hacia su nieta era la más incuestionable y pura de todas. Tal vez ahora entendería a Kaltos y su necesidad de recuperar a su hermano, lo único que le quedaba en el mundo y que, al igual que él, no podía extinguirse pero sí podía mirar a todos los demás hacerlo.
-Un dispositivo de comunicación -respondió Kaltos tras intercambiar otra mirada con Karin por el retrovisor. No faltaba mencionar lo que la humana continuaba pensando de él mientras conducía a toda prisa. Los primeros edificios de la ciudad se avistaron, acercándose rápidamente-. Celular - se corrigió cuando Lex enarcó una ceja-. Lo encontré mientras buscaba información.
-¿Sobre tu hermano? -continuó preguntando Lex.
Kaltos asintió.
-Le pertenece a alguien importante que sé que sabe de Damus, o que sabe de él indirectamente.
La niña escondió el rostro contra el hombro de Lex cuando la intensidad de su mirada sobre Kaltos fue tal que él volvió los ojos hacia ella nuevamente. Pensamientos fugaces sobre un visitante en sus sueños cruzaron por su mente. Recuerdos más que nada, pero no de un ser físico, sino de uno etéreo que se comunicaba con ella de una manera muy similar a como se comunicaba con Kaltos cuando él también dormía. ¿Sería posible?
-¿Y trae algo de utilidad?
-Eso espero -suspiró Kaltos.
-Revisa las notas y la aplicación de mensajería -sugirió Lex.
Kaltos así lo hizo, mirando de reojo que estaban entrando a la ciudad. Los altos edificios oscurecieron la luz del cielo y disminuyeron un poco el clamor de la tormenta. Solamente los faros del vehículo iluminaban el camino y evitaban que en su violento conducir, Karin cayera en boquetes o chocara contra las barricadas y escombros que el caos de la primera ola de infección habían regado por todos lados. En algunas ventanas aún colgaban mantas viejas y deterioradas con exclamaciones de auxilio escritas con pintura. De un balcón pendía el cuerpo sin vida de un ahorcado. El bulto se balanceaba de arriba abajo, empujado por la tormenta.
-Estaba conversando con Fred el otro día. Él cree que si los militares en verdad tienen a tu hermano y no están en Palatsis (como ya vimos que no), podrían estar en Bajamia, aunque tampoco está seguro porque cree que todo el mundo cayó con la infección -dijo Lex.
-Bajamia era más seguro que Palatsis -aportó Karin tras un breve silencio en que los cuatro se sacudieron de un lado a otro cuando ella giró el volante para esquivar un vehículo volcado a media calle-. Está a tres ciudades de distancia. Un recorrido sinuoso, me atrevería a decir.
Y sus pensamientos sobre separarse o continuar junto a Kaltos fueron bastante inciertos. Él no pensaba pedirles que lo acompañaran ciertamente. Si bien necesitaba sangre para mantenerse en óptimas condiciones, no quería beber más de ellos. Ya había tomado lo suficiente en las últimas semanas y esa misma noche había bebido de uno de los soldados que habían intentado matarlo. Era más que suficiente para marcharse y buscar más sobrevivientes en el camino.
-¿Y bien? ¿El celular dice algo?
Kaltos continuó hurgando entre los archivos del teléfono. Entró a la aplicación de mensajería rápida y miró la cantidad de mensajes que Abel había intercambiado con diversas personas, otros militares en su mayoría. Algunos de ellos ya muertos seguramente. La «Doctora Baelis» era uno de los contactos con los que Abel había hablado constantemente. Kaltos entró a la conversación y leyó rápidamente, haciendo gala de sus agudos sentidos para deslizar el pulgar hacia arriba mientras sus ojos absorbían cada palabra que en la pantalla pasaba como un veloz manchón. Se detuvo en una plática en especial, sucedida cinco semanas atrás. Se hablaba de los «sujetos de prueba» y de sus excelentes avances, que recientemente se habían pausado por la fatiga que tanta experimentación les había ocasionado. Baelis le había enviado un par de fotografías a Abel y Kaltos frunció el ceño, furioso, al reconocer no a Damus, pero sí a Lorenzo y a Aravis, dos personas que había conocido poco menos de un siglo en el pasado, y que aunque no había vuelto a ver, sentía su destino demasiado personal.
-¿Encontraste algo? -insistió Lex quizás al ver su expresión.
Karin también estaba mirándolo por el retrovisor. Estaban a pocas cuadras de alcanzar el refugio. Era una suerte que la tormenta ocultara el sonido del motor del vehículo. Eso le permitiría a Karin aparcar frente a la casa, lo que a la larga no sería buena idea si los militares sobrevivientes se reagrupaban e intentaban rastrearlos. A Kaltos, sobre todo.
-No a él.
-¿Y a quién sí? -preguntó ella.
-Alguien que conocí hace tiempo -respondió Kaltos.
Se ciñó otro silencio un tanto incómodo dentro del vehículo que él aprovechó para continuar leyendo la conversación hasta que volvió a detener el dedo. Un relámpago iluminó la ciudad por entero justo en el momento en el que Kaltos activó un corto video que Baelis le envió a Abel siete semanas atrás. Delgado, demacrado y golpeado, el rostro de su hermano fue inconfundible ante la lente y casi hizo a Kaltos saltar fuera del vehículo en marcha.
-Han pasado quince días desde la última vez que el sujeto de prueba bebió sangre -dijo una voz masculina.
Kaltos ignoró las preguntas que Lex le hizo al instante e incluso el momento en el que el vehículo se detuvo bajo un potente chorro de agua que caía de una canaleta a más de tres pisos de altura. El chisporroteo atronaba sonoramente contra el techo, por lo que él se vio obligado a subir el volumen un poco más.
-Cita tu nombre para el registro -ordenó el humano, apareciendo frente a la cámara para colocarse detrás de Damus, que estaba vestido con un conjunto blanco de una tela bastante delgada que parecía hecha de papel. Le habían puesto un casco de alguna especie de vidrio en la cabeza del que sobresalían cables y algunos tubos, y le habían atado los brazos y las piernas a las extremidades de una silla metálica-. Y tu fecha de nacimiento.
-Damus Beratis -murmuró Damus sin ver directamente a la cámara. Sus ojos miel, de un brillo anaranjado fluorescente cuando sus vampíricos sentidos se activaban, estaban opacos y entrecerrados tanto por los moratones como por lo que parecía ser una reacción de sensibilidad a la luz, sus órbitas oscurecidas por días de hambre y privación de sueño-. 20 de octubre de... 1200 -añadió.
-Después de cristo -dijo el científico, como preguntando. Damus asintió-. Constátalo con palabras.
-Después de cristo -suspiró Damus tras mirar de reojo al hombre.
Kaltos deseó tener el poder de tomar a esa mierda de cabrón por el cuello y triturarlo lentamente hasta que el último aliento de vida chillara fuera de su boca como las patéticas criaturas en las que todos se convertían al momento de enfrentar la muerte.
-¿Qué sucedió la tarde de ayer, Damus, cuando lograste quitarte el neutralizador de la cabeza? -preguntó el ser humano de manera condescendiente.
Karin y Lex estaban de pronto muy atentos a lo que ocurría en el teléfono, pero Kaltos no pudo prestarles la menor atención al sentir que no podía despegar los ojos de la deteriorada figura de su hermano. ¿Qué había hecho él por Damus durante las últimas semanas además de jugar al tonto rodeándose de humanos y sirviéndoles como proveedor? Ahí estaba el resultado. Pensar que había ocurrido casi dos meses atrás estaba por enloquecer a Kaltos. Damus debía estar mucho peor ahora. Esa debía ser la razón por la que cada vez se comunicaba menos con él, y cuando lo hacía lucía tan distante y errático que no había manera de razonar con él.
-No lo sé.
-Lo sabes. Por favor, no te lastimes a ti mismo diciendo mentiras.
De nuevo, Damus posó sus enrojecidos ojos en el hombre que se paró a su lado, y sus dedos flacos y alargados rasparon suavemente los antebrazos de la silla. Tras un vistazo rápido hacia la cámara, prácticamente le dijo a Kaltos lo que estaba por suceder, y él no pudo evitar formar una pequeña sonrisa en sus labios a pesar del lamentable panorama.
-Se murió.
-Lo indujiste a suicidarse -espetó el científico tras inclinarse hasta hablar en el oído de Damus-. Entraste en su mente y lo llevaste a dispararse en la cabeza. La mancha de sus sesos aún está en la pared del pasillo. Para no comer carne y únicamente beber la sangre, eres una criatura bastante visceral.
Damus no contestó. El científico lo rodeó por la espalda, inclinándose ahora en su costado opuesto. Se agachó hasta volver a ponerse a la altura del oído de Damus.
-¿Cómo lo haces?
-No lo sé.
-Tu actividad cerebral es muy interesante, Damus. Será aún más interesante cuando traigan al nuevo sujeto de prueba y finalmente me permitan devanar tus sesos para investigarlos con más precisión.
Los ojos de pronto refulgentes de Damus miraron fijamente el cuello del humano, y antes de que este volviera a pronunciar palabra, el corazón de Kaltos pulsó con revuelo cuando miró cómo los achatados dientes y colmillos de su hermano se extendieron como afiladas navajas y se clavaron en la garganta de la criatura, que intentó quitárselo como un primer reflejo y no consiguió más que gemir y vencerse ante la potente mordida de Damus. Muchas cosas sucedieron en ese momento, pero nada alcanzó a ser captado por la cámara porque en ese momento alguien entró corriendo a cuadro para separar a Damus del engreído humano y el vídeo se detuvo.
-Eso fue... -balbuceó Lex-. Es... aterrador y genial. Más aterrador que genial, pero definitivamente genial. -Levantó los ojos para mirar a Kaltos con asombro-. Es... ¿Tú también puedes hacer eso?
Kaltos prefirió no responder y volvió a bajar los ojos hacia el teléfono, que ya se había apagado. Escuchó en la mente de Karin las mismas preguntas, aunque ella no las formuló. Lo que sí llamó su atención fue escuchar la voz de la niña mucho antes de que hablara.
-Ese era Dami -dijo la pequeña, aún sujeta del cuello de Lex.
-Damus... sí, Dami. Es... Él ha hablado contigo, ¿cierto? -afirmó Kaltos al leerlo en la mente de Nimes. Ella asintió ante el continuo asombro de los otros dos humanos-. Es mi hermano -murmuró tras suspirar-. También habla conmigo como lo hizo contigo.
Los ojos de la niña se iluminaron entonces, y a pesar de la palidez de su expresión, una enorme sonrisa curvó sus labios.
-¿Entonces tú eres Kali?
Kaltos resopló una risilla corta.
-Sí. Así me dice él para molestarme.
-¡Te encontré! -se rio Nimes, palmeando las manos-. ¡Le dije que lo ayudaría a buscarte y te encontré! Cuando se lo diga a mi Ab, se va a poner muy feliz también él.
Sí, sobre todo si lograba meter a Kaltos en una plancha para sujetarlo con correas y utilizarlo de conejillo de indias.
Le sonrió a la niña y asintió. Esperaba ya no estar en Palatsis cuando despuntara el alba.
N/A: La canción que anclé es la que estaba escuchando en el momento de escribir esta escena. Es, por ende, la que imagino que estaban escuchando ellos en el radio del carro al inicio :D
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