24 Susurros

Las tres con cuarenta y cinco minutos de la tarde. Abel experimentaba un manojo de sensaciones y emociones encontradas. La satisfacción y la ira eran las más apabullantes. Hasta antes de que le fuera informado que habían capturado a dos individuos de actitud sospechosa que posiblemente tenían conocimiento sobre el fugitivo había estado almorzando con Nimes. El tiempo que pasaba junto a ella era lo más valioso del día para Abel y no tendía a interrumpirlo por nada en el mundo, ni siquiera si los infectados se amontonaban fuera del perímetro de la base y golpeaban las murallas de cemento y lámina para intentar entrar.

Si había atendido esa urgencia, había sido únicamente por lo que se escondía detrás de la posibilidad de continuar investigando a los especímenes. Si eran humanos o no, no era algo en lo que Abel quisiera pensar. Todo era mejor cuando les quitaba los rostros, los nombres, sus voces, y los reemplazaba por la esperanza de un mañana lejos no solo de la calamidad que actualmente azotaba al mundo, sino de todas las enfermedades y padecimientos que habían afectado a la humanidad desde el inicio de la historia.

Si esas criaturas bebedoras de sangre lo pensaran correctamente y fueran más empáticas con la raza de la que se alimentan, se entregarían solas para salvar algo que estaba más allá de su entendimiento, y que era mucho más grande que ellos mismos.

Abel dejó de leer el informe proyectado en la tableta digital que tenía en las manos y levantó la mirada hacia el vidrio dividido en dos que estaba frente a él. En un recuadro aparecía una fémina de treinta años de edad, en el otro un varón de dos décadas de vida, según lo redactado en el archivo. El Sargento que los había retenido tenía buen ojo para leer a la gente, y aseguraba que Lex Aranadez, el jovencito, había reaccionado de una manera muy particular cuando había mirado la fotografía del sospechoso. Para bien o para mal, sabían quién era él. La verdadera cuestión era si sabían lo que era.

Activó un botón para escuchar el interrogatorio que la Capitana Mariana estaba dirigiendo contra Karin Saraniz. Hasta el momento sabía que la mujer no había dicho mucho excepto su edad, su estado civil y el motivo por el cual había sido encontrada en la ferretería en compañía del otro joven. Nada relevante para la búsqueda del sospechoso, pero el lenguaje corporal delataba más de lo que sus palabras decían. Si no conocían al Noctámbulo, sí sabían de él, y eso era un golpe de suerte que Abel no estaba dispuesto a desdeñar.

-La medicina que buscas es para tu hermano -dijo Mariana. Esperó a que Karin asintiera-. ¿Cuántos años tiene él?

-Ocho. Tiene un par de días sintiéndose mal... ¿Podrías repetirme de nuevo por qué nos detuvieron?

Mariana sonrió de esa forma condescendiente que utilizaba para decirle a la gente que ahí la única que hacía las preguntas y tenía el control era ella. Había utilizado esa misma mueca con Abel un par de veces, sobre todo cuando creía, y expresaba, que él estaba siendo un retrógrada e intransigente en algunos de sus métodos para manejar las cosas.

-Dime una vez más si reconoces o no a este hombre, Karin -preguntó Mariana, encendiendo la tableta digital que había en el centro de la mesa. La fotografía del sospechoso tomada en ángulo frontal se proyectó en tercera dimensión en medio de ambas mujeres-. Sé que conoces el procedimiento, por eso mismo debemos ahorrarnos detalles e ir directamente al punto. Este hombre es peligroso.

-¿Más que los seis punto cinco mil millones de seres humanos que de pronto se convirtieron en monstruos? O tal vez para estas alturas son más y solo faltamos nosotros de seguir sus pasos.

-Sí, y no solo es más peligroso que ellos, sino importante.

Abel ladeó un poco la cabeza cuando, al igual de Mariana y que los tres técnicos especialistas que monitoreaban los informes que lanzaban las computadoras en sus sistemas de análisis, notó el súbito cambio en el lenguaje corporal de Karin. Fue apenas perceptible, pero estuvo ahí, en el suave movimiento de sus cejas al contraerse y su mano derecha arrastrando los dedos sobre la mesa.

-No lo conozco.

-Asumo que habrás escuchado el desorden que se desató hace algunos días en la ciudad. Ahora el silencio es tan denso que el menor sonido lo conmociona todo. ¿Dónde exactamente está ubicado tu refugio?

-No hagas preguntas de las que sabes que no obtendrás respuesta. No pondré en riesgo a mi hermano solo para satisfacer cualesquiera que sean sus necesidades con ese hombre.

-¿Ni siquiera si te dijera que de encontrarlo dependen muchas cosas, como el desarrollo de una vacuna contra el patógeno que arrasó con, como tú misma lo has dicho, más del noventa por ciento de la humanidad?

-Nada me garantiza que eso sea cierto... suponiendo que conociera a ese hombre -respondió Karin secamente.

Pero era cierto. Era cierto lo de la cura y era cierto que Karin conocía al sospechoso. Qué tan a personal era su interacción con él, era algo que Abel descubriría en las próximas horas. Por el momento, dejó las preguntas a la fémina de lado y dio un par de pasos a la derecha para escuchar lo que estaba diciéndose en el cuarto aledaño, donde el joven de diecinueve años hacía un esfuerzo sobrehumano por lucir tan tranquilo como Karin. A él lo interrogaba Figes en persona. El alto hombretón de piel oscura y músculos sobresalientes miraba a Lex más con lástima que con el aplomo cliché de torturarlo emocionalmente hasta exprimirle la última gota de información.

Al igual que Abel, que Mariana y que cada agente militar entrenado para ello, Figes sabía cómo extraer información sin necesidad de infligir el menor daño en la víctima. Y tal parecía que los Noctámbulos tenían un arte similar, excepto que ellos ni siquiera necesitaban mediar palabra con una persona para saberlo todo de ella. Dulce había sido muy específica con Abel en cada una de sus charlas mientras él bebía té de menta y canela y ella palidecía con una intravenosa conectada al brazo que le suministraba sangre de a poco por largas e interminables horas. El método era eficiente para orillarla a cooperar cuando la desesperación y la hambruna la trastocaban.

La única vez que Dulce había logrado liberarse de sus cadenas durante una sesión de experimentación había asesinado a tres personas. A dos de ellas las había dejado secas en menos de tres minutos, y al tercero lo había degollado únicamente con aspar su mano derecha. Abel habría muerto también si ella no se hubiera detenido en seco frente a él, con su hermoso cuerpo de piel blanca desnudo, su negro cabello lacio rozando sus hombros y sus amarillos y anormales ojos clavados en él. Fue apenas un segundo en el que el mundo giró a velocidad vertiginosa alrededor de ellos, se expandió cuando los labios carnosos y cálidos de Dulce se separaron, y se contrajo hasta sacudir el piso debajo de los pies de Abel cuando las palabras dulces de la vampira fueron reemplazadas por un grito desgarrador.

Los soldados la habían abatido y neutralizado con armas especiales en cuanto habían entrado a la habitación, y Abel jamás había podido descubrir por qué Dulces simplemente no lo había matado cuando había tenido la oportunidad. En cambio, había muerto viviseccionada meses más tarde, y antes de ello le había pedido a Abel que lo mirara todo. No sabía mucho de qué habían hecho con cada una de sus partes, solo sabía que el cerebro y el corazón continuaban en las instalaciones de la ciudad vecina de Bajamia.

-... sé nada -respondió Lex por innumerable ocasión a los comentarios y preguntas de Figes-. Solo estábamos buscando medicina y un poco de comida.

-Comida, sí... Disculpa que te lo diga así, Lex, pero no pareces haber estado pasándola mal en los últimos días -observó Figes con una sonrisa-. Aunque, pensándolo bien, es probable que digas la verdad, considerando que fue al otro lado de tu ubicación donde esta persona, -señaló la tableta donde se proyectaba la imagen del sospechoso-, fue vista por última vez.

-¿Y él... qué hizo? -preguntó Lex con cautela luego de asentir-. No lo buscan de esa forma solo porque sí.

Ciertamente era el eslabón más débil de esa pequeña cadena que conformaban él y Karin. Sería más fácil entrar por el lado del muchacho, pero era ella, Karin, la que tenía las respuestas que le importaban a Abel. Su mirada astuta y su razonamiento al momento de responder decían más que sus palabras escuetas.

-Es más bien lo que no ha hecho por lo que se le busca -respondió Figes tras rascarse distraíadamente la cabeza-. Él sabe sobre el patógeno que azota a la humanidad.

-¿Qué? ¿En serio? -preguntó Lex muy asombrado-. ¿Y... es decir, él cómo puede saber? ¿O qué es lo que puede saber, mejor dicho?

-Muchas cosas. Creémos que sabe incluso cómo detenerlo.

-¿Es eso posible? -Lex se sostuvo del borde de la mesa-. ¿Detenerlo como revertirlo o detenerlo como... no sé, evitar que continúe propagándose? -Luego, el jovencito adoptó una actitud más desconfiada y frunció el ceño, mirando fijamente a Figes-. ¿Cómo sé que no estás inventando todo esto solo para que te dé información?

-¿Información de qué, Lex? Me has repetido una y otra vez que no sabes quién es este hombre -sonrió Figes encogiéndose de hombros. Lex asintió-. Si hemos sido un poco bruscos con respecto a su captura es porque... Carajo, ¿Cómo no vamos a estar desesperados por encontrar respuestas a toda esta mierda? Muchos soldados lo perdieron todo, excepto la esperanza. Creen que podrán reencontrarse con sus familias en algún momento, y si hay algo, por mínimo que sea, que los ayude a que sea posible, lucharán con uñas, armas y dientes a conseguirlo.

-¿Pero él -Lex señaló la imagen holográfica del sospechoso- cómo pinta en todo eso? ¿Qué puede saber él sobre la infección? Se ve tan... normal.

Figes meció la cabeza en una negativa. Abel sonrió. El muchacho era blando e ingenuo pese a su exterior rudo y envalentonado. Desarrollaba empatía rápidamente, guiado por el deseo de obtener respuestas que satisficieran la misma curiosidad que compartía con todos los sobrevivientes. Una cura que lo sanara todo de manera definitiva, un milagro que le regresara a sus seres queridos íntegros, lo que difícilmente ocurriría. Abel no tenía esperanza en recuperar lo enfermo o lo perdido, sino en mantener a salvo lo que aún poseía. Nimes merecía un mundo donde la preocupación por la muerte o la enfermedad no existieran más.

-Pregúntate cuánta gente que se ve perfectamente normal ha sido capaz de cosas inimaginables. Pregúntate si quienes hicieron todo esto no eran personas que a simple vista no eran capaces de matar una mosca.

Lex pareció contemplarlo por un momento, con los ojos fijos en la fotografía del sospechoso proyectándose frente a su rostro. Abel no necesitó mirar los informes que enviaban los programas de lectura de las computadoras para saber que el muchacho estaba más que listo para cooperar.

-Lo conoces, Lex, y quizás creas que le debes algo, pero no es así. No le debes más de lo que él te debe a ti y a los millones de personas que perdieron la razón.

-No. Yo no dije que lo conociera -murmuró Lex, pero su mirada continuó puesta en la imagen-. Solo... me pareció familiar.

-¿De algún lado en particular? -Figes se prestó a seguirle el juego, apoyándose en la mesa desinteresadamente-. ¿Cambiarías de opinión si te muestro de lo que alguien como él es capaz de hacerle a una persona normal como tú y como yo?

Los ojos del jovencito se abrieron con asombro antes de tomarse unos segundos para pensar lo escuchado y apurarse a asentir. Abel no tuvo ningún interés en mirar cómo Figes activaba el video del sospechoso masacrando soldados dentro del departamento donde había sido localizado la primera vez y regresó a la entrevista entre Mariana y Karin. Las dos mujeres se veían fijamente, las manos de Karin estaban cerradas cerca del borde de la mesa y sus hombros lucían tensos y temblorosos. Todo indicaba que ella ya había mirado el video y se negaba a creer lo que la razón le gritaba en la cara que era verdad. Nadie en ese complejo militar, ni en ninguna otra parte del mundo, ganaría nada enlodando el nombre de una persona.

-Lo viste por ti misma.

-Eso que vi... no era un hombre -murmuró Karin.

-No. -Mariana presionó un costado de la tableta digital y la proyección pausada del rosto del sospechoso mostrando dos alargados colmillos en una mueca de furia se disolvió en el aire-. Pero es inmune a los infectados.

-¿Cómo lo saben?

La Capitana volvió a sonreír con la misma expresión condescendiente del inicio y ladeó un poco la cabeza.

-¿Crees que es el único de su especie?

Finalmente, Karin bajó la vista, pero a Abel no le dio la impresión de que estuviera decepcionada o avergonzada, en realidad ni siquiera parecía sorprendida. Era más bien como si muchas cosas estuvieran cobrando sentido para ella, y Abel sospechaba por qué. Lo mismo le había sucedido a él con Dulce. Los vampiros, noctámbulos, malditos, sanguijuelas o como fuera que se les llamara, eran seres fascinantes y enigmáticos. Podían manipular y moldear a una persona a su conveniencia solamente con verla a los ojos. Podían engañar a la mente más sagaz del planeta y suavizar el carácter del hombre más brutal. Podían hacer lo que quisieran con la gente, y nadie sabía cómo detenerlos... hasta antes de que los gobiernos descubrieran su existencia y comenzaran a investigarlos.

-¿Si hay más entonces por qué lo quieren a él específicamente? -preguntó Karin con voz plana.

-Necesitamos de él para continuar desarrollando el prototipo de una vacuna para frenar la propagación del patógeno que tiene al mundo enfermo.

-¿Una cura?

-No. -Mariana negó una sola vez con la cabeza y su rostro se enfrió hasta adquirir un matiz de porcelana-. Si bien no se descarta la posibilidad de una cura a futuro, prevenir que más gente sucumba es la prioridad. Más gente como tu hermano o como los pocos niños que como él aún sobreviven.

Karin suspiró y se echó hacia atrás para recargar la espalda en el respaldo de la silla. Las computadoras informaban todo sobre su lenguaje corporal. Abel las veía de reojo, fascinado por la manera en la que Mariana preparaba el terreno para él. Las últimas barreras de Karin se sacudían. Lo que fuera que el sospechoso había hecho con ella, no podía ser distinto de lo que Dulce había intentado con Abel. Los juegos mentales, las palabras exactas para siempre coincidir y jugar al favor de lo que fuera que Abel, o en este caso Karin, pensara; las sonrisas mágicas, el lenguaje seductor, el físico perfecto, la inteligencia avasalladora y la facilidad para adivinar lo que siempre estaba pensando. Excepto que ellos no adivinaban las cosas, sino que leían la mente.

-¿Qué es lo que le pasa cuando...? ¿Por qué lo quemaron?

-Lo que viste en el video no era más que una lámpara -explicó Mariana. Abel se cruzó de brazos y asintió cuando uno de los analistas señaló el aumento del ritmo cardíaco de Karin-. La luz ultravioleta lo lastima. ¿No te has preguntado por qué jamás lo ves de día?

-¿Verlo? Dije que no lo conocía -espetó Karin-. Creo que reconocería perfectamente a alguien con sus características.

Mariana relajó su postura y asintió.

-Es fotofóbico, como todos los de su especie con los que nos hemos topado hasta el momento. ¿Sabes de qué se alimenta? ¿Lo has visto comer acaso?

-Ni a él ni a ninguno otro como él porque no lo conozco -repitió Karin.

-De sangre -dijo Mariana sin inmutarse-. De sangre humana, y para conseguirla es capaz de muchas cosas. Además, no siempre mata a su víctima.

-¿Qué rayos hace con la sangre? ¿La bebe? -preguntó Karin, asqueada-. ¿Cómo mierda alguien puede vivir así, por Dios? Qué ridiculez. ¿Me estás diciendo que ese hombre es una especie de Drácula viviente?

-Si te refieres a que la ficción los llama vampiros, tal vez, sí -sonrió Mariana ante el bufido de sorna con el que Karin evidenció su negación-. Pero el nombre ahora es lo de menos. Lo que él hace, y lo que su... condición puede ayudarnos a combatir lo que actualmente ha asesinado a tanta gente es lo que importa.

-Dime una cosa... ¿Cuál era tu nombre?

-Capitán Moreno. Capitán Mariana Moreno.

-Mariana -dijo Karin simplemente, señalando la tableta apagada-. ¿Es él realmente el culpable de que toda esa gente haya enfermado? Independientemente de lo que sea o de quien sea,¿realmente se merece lo que quieren hacerle únicamente porque es inmune a la enfermedad? El serlo no lo hace merecedor de nuestra ira.

-Una vida no puede valer más que la supervivencia de toda una raza, Karin. Desgraciadamente en este mundo hay prioridades, y jamás se antepondrá el bienestar de un solo individuo por sobre los escasos cientos o miles de sobrevivientes que aún pueden ver un mañana libre de enfermedades. De todas las enfermedades -recalcó inteligentemente. Como era de esperarse, eso atrajo nuevamente el interés de Karin por encima de su indignación-. ¿Has pensado en eso para tu hermano? Hoy lo aqueja un resfriado, pero en este nuevo mundo sin servicios médicos a la mano estamos nuevamente en la edad medica, y no tengo que decirte lo que un resfriado o una diarrea era capaz de hacerle a la gente.

-Lo que dices es una fantasía.

Abel dejó a uno de los analistas a cargo de continuar con el monitoreo y se condujo con paso tranquilo hacia la puerta de acceso al cubículo donde Karin estaba siendo entrevistada. No llamó a la puerta cuando entró. Mariana estaba preparada para ello, por eso fue que intercambió una rápida mirada con él cuando Abel rodeó la mesa bajo los atentos ojos de Karin para ponerse al otro lado, frente a ella.

-Si eso te parece una fantasía, imagino que la posibilidad de una vida eterna con juventud y excelente salud debe parecerte entonces la falacia más hermosa que nadie podría pensar en tiempos como estos, pero me temo, Karin, que cada día que pasa se convierte en una realidad más próxima.

Mariana activó de nuevo la tableta digital para que la imagen del sospechoso volviera a proyectarse en medio de la mesa.

-Y él puede ayudarnos a conseguirlo.

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