19 Susurros
El viaje a la estación fue más largo de lo que Karin había anticipado, también muy revelador.
Se había cruzado con algunas patrullas de militares en el pasado, pero nada tan elaborado y abundante como lo que se había encontrado en la calle esa noche. Había tenido que ocultarse cada pocos minutos, cuidándose la espalda también de los infectados, que corrían en todas direcciones, frenéticos y ansiosos por el estruendo de la lluvia que elevaba un clamor estridente contra las superficies metálicas y las aceras.
Si bien los soldados eran unos hijos de perra al momento de ensañarse con alguien y no desistir en sus búsquedas aunque el mundo estuviera ya sumido en el olvido y la decadencia, la insistencia con la que buscaban hacía a Karin preguntarse qué tanto había omitido Kaltos en su explicación. ¿En realidad había estado buscando a su hermano solamente, o había hecho más para enfadar a los soldados? Cada pocos minutos se escuchaban detonaciones de armas, gritos, gemidos y pasos bajo el siseo incesante de la lluvia que le ponían los nervios de punta.
Karin esquivó sin mucho esfuerzo a dos infectados cuando cruzó una avenida, pasándoles por un costado. La lluvia los afectaba de tal manera que habían pasado corriendo a su lado mientras ella, mimetizada entre las sombras de un andamio, había contenido la respiración. Desde entonces había cruzado las calles con más enfoque en los militares que en los caníbales, segura de que Kaltos tendría una excelente excusa para explicar por qué de pronto tenía a toda una maldita base militar en alerta.
Cruzó media ciudad en casi una hora. Se había comunicado un par de veces con Kaltos en el camino, ignorándolo cuando él le pedía desistir y regresar a su refugio. Karin había salido sola, asegurándole a Fred que todo estaría bien. Sabía moverse en campo hostil, y aunque la mayoría del tiempo lo había hecho respaldada por un equipo táctico, en esa situación le era mejor hacerlo sola, sin niños, adolescentes u hombres mayores a los cuales cuidar. La muerte de Joseph aún pesaba sobre sus hombros, sobre todo la manera acusadora en la que Lex y Fred la habían mirado porque al menos uno de ellos estaba seguro de que Karin siempre había mirado a Joseph como una carga, y no quería exponerse a repetir nada como eso.
El letrero que pendía sobre el semáforo de la intersección anunciaba que la estación de tren estaba a pocas cuadras. Karin notó con alivio que las patrullas de soldados habían disminuido conforme abandonaba el centro de la ciudad. Eso indicaba que creían que Kaltos no se había alejado mucho de la zona del enfrentamiento.
«Maldición contigo, hombre testarudo».
Se parapetó detrás de un vehículo abandonado en cuyo interior había una caja de cartón con el anuncio de una hamburguesa. Las papas fritas se habían secado y arrugado desde hacía meses. Karin auscultó el largo de la avenida con ojos sagaces. La lluvia distorsionaba la visión, pero aun así pudo captar algunas siluetas dispersas que daban tumbos en todas direcciones, confundidas. Los relámpagos y los truenos arrancaban gritos feroces de todos lados. El más cercano resonó a unos cuantos metros de distancia de donde ella se encontraba. Karin volteó hacia la boca oscura del callejón que tenía detrás y decidió avanzar antes de que algo saliera de la penumbra y marcara su destino con algo tan simple como una mordida. Apenas había dado unos cuantos pasos para cruzar la calle cuando tuvo que arrojarse debajo de un vehículo y desde ahí mirar el todo terreno que pasó a toda velocidad, seguido por una horda de infectados que tardó al menos diez minutos en desaparecer al otro lado de la esquina.
Solo entonces Karin decidió salir y continuar su camino, cambiando ocasionalmente de canal en su transmisor para ver si escuchaba algo. No tuvo tanta suerte, por supuesto. Los militares debían estar usando señales codificadas. Regresó al canal que compartía con Kaltos y con el resto del equipo y contestó discretamente las preguntas de Fred sobre su estado y la situación en las calles. Todo estaba de cabeza, como siempre. Si acaso había cambiado un poco lo había hecho para empeorar con la presencia de los militares y del helicóptero que comenzó a sobrevolar ese extremo de la ciudad, urgiendo a Karin a ocultarse bajo el riesgo de ser interceptada por algún infectado.
Un reflector barrió de arriba abajo el callejón en el que se había internado y la obligó a aplastar el cuerpo contra la pared. Cuando el maldito trasto aéreo se fue, Karin decidió volver a las calles. Al girar la esquina, se topó de frente con una mujer a la que le hacían falta los senos y la mitad de su vestimenta. Karin tuvo solamente un segundo para sorprenderse y levantar el rifle para golpearla repetidas veces en la cara hasta que la hizo caer de espaldas sobre un boquete formado por alguna explosión y que ya estaba inundado por completo de agua. La infectada comenzó a chapotear y a chillar mientras intentaba salir, lo que Karin dejó de mirar cuando echó a correr hacia la siguiente intersección de la avenida para volver a ocultarse de golpe al casi encontrarse con otro convoy militar.
Su comunicador zumbó y ella lo activó para recibir la transmisión.
:: Karin, noto que la actividad de los soldados está aumentando. Desiste y regresa al...
-Para estas alturas es más seguro que me encuentre contigo -cortó ella la sugerencia de Kaltos tras hacer una pequeña pausa para quitarse el exceso de agua del rostro y mirar a un grupo de al menos diez infectados correr a toda prisa detrás de los soldados-. Te llevo un poco de comida y agua además.
:: No era necesario.
-Lo es.
El letrero de la estación apareció al doblar en la siguiente esquina, junto a un espectacular de la presidenta estatal, a la que alguien le había arrancado los ojos y le había deformado la sonrisa con marcas de sangre. Karin entrecerró los ojos para intentar ver algo a través de la gruesa cortina de agua que caía del cielo y continuó su camino con precaución, sorteando a dos infectados que se sacudían violentamente en medio de la calle. Habían sido atropellados y sus huesos destrozados les impedían ponerse de pie.
Finalmente la estación apareció frente a Karin. La fachada frontal era un edificio de tres pisos de altura, con la planta baja cubierta de gruesos vidrios estrellados y llenos de sangre. El interior estaba oscuro y Karin podía mirar sombras difusas que recorrían como espectros infernales por los pasillos formados por sillas. Entrar sería su final, lo mismo que retroceder.
:: No entres a la estación, Karin :: dijo Kaltos como si le hubiera leído la mente. Ella iba a protestar cuando él continuó hablando :: El edificio está infestado. Rodea. Hay una brecha en un callejón lateral, conduce directamente a los andenes. Te veré ahí.
-Si estás herido será mejor que me esperes en donde estás ahora mismo -lo reprendió-. Esta gente está por todos lados.
:: Puedo...
-No. Espera ahí, por favor -lo silenció Karin-. Llegaré en poco tiempo.
Evitó entrar al edificio y siguió las indicaciones de Kaltos, llegando al callejón lateral cuya cerca estaba tirada en el suelo, derribada por lo que en su momento debió ser una muchedumbre desesperada intentando acceder a la zona. Había vehículos militares, de bomberos y de la policía formando barricadas por todos lados, pero nadie le había puesto atención a ese callejón, que como una pequeña brecha, había permitido que una marejada se internara a lo que ahora para Karin eran los confines del infierno.
Caminó en silencio por el largo del corredor, mirando el vapor de su respiración ascender por sobre su cabeza. La lluvia se había apaciguado lentamente hasta convertirse en una brisa suave que dejó de camuflar cualquier sonido que Karin pudiera hacer, por lo que evitó moverse con más brusquedad de la necesaria ni respondió a los llamados de Fred. Al llegar al extremo contrario, donde había una puerta de metal a medio abrir, Karin se parapetó contra la pared y echó un vistazo a través de la ranura. Al no detectar movimiento en la plataforma, decidió entrar, deslizando el cuerpo por la delgada abertura.
:: El callejón te conducirá directamente al andén tres :: dijo Kaltos por el comunicador, como si supiera en qué punto exacto estaba Karin :: Debes ir al Sur. Cada plataforma es ancha, pero la actividad de los susurrantes es menor afuera del edificio que adentro. No entres en las vías.
-¿Aún están electrificadas? -susurró ella, mirando por sobre su hombro.
Las gruesas columnas que sostenían el techo de lámina parecían titanes en medio de la oscuridad. Si había la luz suficiente para que Karin pudiera distinguir las inmóviles sombras de los cadáveres, las bancas y las máquinas expendedoras, era gracias al cielo nublado. De haber sido una noche estrellada su trayecto habría sido más difícil, quizás imposible.
:: No, pero hay hum-... infectados que al caer se fracturan las piernas y ya no pueden incorporarse. Se arrastran entonces, y se ocultan entre las ranuras laterales de la plataforma.
Un escalofrío estremeció el cuerpo de Karin al imaginar cientos de manos emergiendo del borde de la tarima; uñas largas y afiladas rasgando el piso, acercándose a ella para rozar sus tobillos. Imaginó ojos rojos y brillantes mirándola desde la oscuridad de las vías del tren, y corejó sus terribles fantasías a los suaves murmullos que detectaba entre el silbido del aire y la brisa. Una voz femenina repetía constantemente un nombre en algún lado entre las penumbras.
-Silvia... Silvia, hija... Silvia.
Karin apuró el paso y llegó al andén cuatro. Un tren estaba anclado en la vía. Las ventanas oscurecidas reflejaron vagamente su cuerpo como una masa torcida. Sentía cada músculo contraído al imaginar lo que debía estar al otro lado de los vidrios mirándola. Notó sangre en una de las puertas y se mordió el labio, apurándose a enristrar el arma cuando escuchó el sonido de una lata girando al otro lado del andén, cerca de la puerta que conducía al edificio de la estación.
-Llegué al andén cuatro.
:: Continúa derecho. Encontrarás un pequeño pasillo que conduce al túnel de las vías en cuanto entres en el andén cinco.
-Creí que dijiste que no entrara en las vías.
:: El pasillo está por encima, conectado a la plataforma.
«¿En qué carajo estaba pensando cuando me animé a esto?»
Karin hizo lo indicado por Kaltos y continuó el camino. Estaba a punto de alcanzar el final del tren cuando alguien saltó al otro lado de la última ventana del vagón final y la silueta de un cuerpo estrellándose contra el vidrio oscurecido la hizo recular, resbalar y aterrizar sobre una de sus rodillas. Un cuerpo apareció cerca del edificio de la estación entonces, atraído por el ruido, y las esperanzas de que se tratara de Kaltos fueron cruelmente reemplazadas por el terror cuando la sombra comenzó a chasquear la lengua y se echó a correr hacia Karin, que se puso de pie al instante y emprendió la huida.
-Veo el pasillo -le informó a Kaltos con la respiración entrecortada-. Tengo a un infectado siguiéndome.
:: Apura el paso :: le dijo él con simpleza.
Por supuesto, como no era él el que tenía a un maldito caníbal a punto de arrancarle un brazo...
Karin entró al pequeño corredor que conectaba la plataforma con el túnel anexado al andén cinco, reprimiendo los deseos de gritar para que Kaltos abriera la maldita puerta cuanto antes, cuando lo más bizarro de la noche ocurrió con él apareciendo, sí, pero no del interior de la puerta, que estaba abierta, sino de la oscuridad que proyectaba una de las columnas en la pared. Karin jadeó, sorprendida, al verlo interponerse entre ella y el infectado. Kaltos se movió tan rápido, tan... sobrenatural, que bastó de un aspaviento de su brazo para que el enfermo que casi colisionó contra él saliera volando hacia las vías, donde se perdió en medio de la oscuridad.
-Vayamos adentro -dijo entonces, volviéndose hacia Karin, que aún jadeaba con fuerza en un intento por normalizar su respiración-. Karin... Vamos adentro. Aquí no es seguro.
-Sí, adentro -murmuró ella.
Miró la puerta, donde un fulgor mortecino ondeaba suavemente y un olor a cartón quemado emergía. Después giró los ojos hacia Kaltos, o a lo poco que podía mirar de él. Luego suspiró y asintió, entrando al pequeño cuarto de máquinas. Detrás quedó el chillido furioso del infectado rasgando la pared inferior del andén con uñas cuarteadas, o los pasos de aquellos otros que brotaron de cada rincón oscuro y corrieron hacia ellos, topándose con un espacio vacío y una puerta cerrada.
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