13. Olvidados perdidos y en problemas.
— ¡Sí! ¡Tres a dos! ¡Te gané! ¡Por fin te gané! —Sophie brincaba llena de alegría por ganarle al fin a Ian en algo.
—Bien, ganaste, pero por poco —dijo empezando a caminar hacia los buses.
La chica daba brinquitos alegres a su alrededor sin darse cuenta del silencio sepulcral del lugar.
Ian se abstrajo de la hiperactiva muchacha que saltaba como un gatito desquiciado. No parecía haber nadie; teniendo un presentimiento aceleró el paso hasta la zona de parqueo de los buses; ya no estaban, los habían dejado.
— ¿Y los buses? —preguntó Sophie mirando en todas direcciones. Su compañero no se movía, mantenía una pose pensativa. El pavor comenzó a invadirla, no era posible, no podían haberlos dejado—. Ya volverán —afirmó por convencerse—. No nos dejarán, se darán cuenta que no estamos en un par de minutos y volverán —repitió un tanto más asustada.
—No lo harán. Tus amiguitos se encargarán de que no noten nuestra ausencia —habló Ian con cierta tranquilidad. No era difícil deducir lo ocurrido, sus compañeros de curso sabían perfectamente que ellos se habían quedado rezagados y no habían tenido, ni tendrían, la más mínima intención de avisarle a los maestros. A pesar de que era casi imposible no darse cuenta de la ausencia de Sophie, eran demasiados alumnos; para el momento en que se percatasen sería tarde, de noche probablemente, cuando ya se encontrasen en la posada.
—No, ellos están un poco enfadados conmigo ahora, pero no serían capaces —negó eufóricamente, intentando no creer en las palabras del muchacho.
—No seas ingenua. —Se sentó parsimonioso sobre una roca—. Nos odian a ambos, esto era perfecto para ellos, dejarnos solos en medio de la nada.
— ¡Estas equivocado! Tú serás un rezagado, pero ellos te hicieron a un lado porque te la pasabas hablando mal de mí.
— ¿En verdad te creíste ese cuento? Nunca les caíste bien, solo pretenden ser tus amigos cuando les conviene, ni siquiera sabes las cosas que hablan a tus espaldas. Si fueran tus amigos no te dejarían de lado estos días, menos por lo que Esteban te hizo.
—Basta con que llame a mi padre y el llamará al profesor, luego tendrá graves problemas. —Ignoró a Ian y se puso a buscar el teléfono entre sus bolsillos, cada vez más desesperada, rogando no haberlo dejado en el bus.
—No me digas... dejaste tu teléfono en el bus —Ian la contempló de reojo, riendo interiormente por la graciosa expresión de espanto que tenía la chica en ese momento—. Debe haber un teléfono en la tienda. —Se levantó sacudiendo el polvo de su pantalón.
La anciana ya comenzaba a cerrar el quiosco cuando los muchachos la detuvieron.
— ¿Tiene un teléfono? —preguntó Ian.
— ¿Teléfono?... no, acá no hay teléfono. Tal vez en el pueblo —respondió con un tono de desconcierto que comenzó a espantar a los chicos, parecía que esa señora apenas comprendía sus palabras.
— ¿Qué tan lejos está el pueblo?
—Pues... caminando por el sendero, llegan en dos horas, creo —explicó levantando con mucha lentitud y dificultad la mano, para señalar a un desvencijado letrero que señalaba un precario camino en el bosque.
Sophie negó con la cabeza a Ian, meterse en un bosque desconocido buscando un pueblo que no estaban seguros si existía no parecía sensato. Los dos chicos lo discutieron un momento. Tenías dos opciones: ir a buscar el dichoso pueblo, o quedarse a esperar a que otro bus pasase o por algún milagro los buses del colegio regresasen por ellos.
— ¿Pasará otro bus? —Sophie preguntó a la señora, la cual parecía retirarse a una pequeña habitación en la parte posterior de su tienda.
—Claro, pasan buses cada dos horas —aseguró caminado con paso extremadamente lento hacia su alcoba.
Sin ver más remedio se sentaron cerca de la avenida, esperando que otro bus pasara y pudieran llegar a su destino.
Sophie ya había intentado pasar el tiempo con todas las posturas posibles: sentada en el piso, recostada, parada dando brinquitos eventuales. Ian permanecía sentado, inmerso en sus pensamientos y atisbando hacia la chica de vez en cuando.
Miró su reloj, ya había pasado más de dos horas y comenzaría a anochecer en cualquier momento. Sin decir nada se levantó y caminó hacia la habitación de la anciana. Golpeó un par de veces y la escuchó arrastrar los pies. Ian se desesperaba, la anciana tardaba demasiado y la distancia de su cama a la puerta no era demasiada. Después de otro pausado movimiento, la mujer asomó la cabeza, Ian le preguntó la hora en la que debía pasar el último bus. Sophie esperaba impaciente mirando a la anciana sobre el hombro de Ian.
—El último bus pasa a las tres —dijo la anciana y en seguida los chicos pusieron un rostro incrédulo.
— ¡Ya son las cinco! ¡Nuestro bus era el de las tres! —gritó la muchacha.
—El último bus pasa a las tres —repitió la anciana.
Los chicos exhalaron afligidos. Mientras la señora cerraba la puerta, decidieron nuevamente.
—O vamos al pueblo, o hacemos dedo a cualquier vehículo que pase por la avenida —dijo Ian.
— ¡No! ¡No haremos parar ningún auto extraño! —Se exaltó Sophie—. ¿Qué no ves películas o escuchas las noticias? Los autos que paran son de asesinos, violadores o secuestradores. ¡Nos llevarán a un lugar extraño, nos violarán y nos mataran! —explicó haciendo un gesto dramático con las manos.
Ian levantó una ceja y mantuvo su rostro impasible.
—Entonces vamos al pueblo, si caminamos rápido llegaremos antes de que anochezca —sugirió en vista de que Sophie ya imaginaba un montón de dramáticas situaciones en las que morirían.
La chica cruzaba los brazos e Ian mantenía las manos en los bolsillos mientras caminaban. El sendero parecía desaparecer entre los árboles, el bosque se espesaba cada vez más. Todo estaba tan silencioso que causaba escalofríos. Sophie miraba de rato en rato hacia los lados, un tanto asustada por las amenazantes figuras que las ramas de los árboles conformaban, corrió para darle alcance al muchacho. No era la mejor compañía que habría deseado en su aventura, pero era mejor que estar sola.
Ian se divertía con la chica. Cuando él no la miraba ella demostraba lo aterrada que se encontraba, en cuanto volteaba a verla, ella automáticamente ponía una pose valiente y autosuficiente.
—No soy tan ingenua como crees —habló de repente, de una forma muy inesperada puesto que no soportaba el silencio y quería exteriorizar sus pensamientos—. Ya sé que no soy la mejor amiga, de hecho son muy pocas las personas que me soportan; pero eso es mejor a estar sola.
— ¿Prefieres tener vínculos con personas que se la pasan hablando mal a tus espaldas y tratándote como basura por el simple hecho de no estar sola? En verdad eres rara.
—No es así, tú no sabes lo que es estar solo. En la primaria me rezagaban bastante, en cuanto lograba tener un amigo sus padres se escandalizaban y le prohibían acercarse a mí, o a mi hermano. —Recordó con un deje de tristeza que disimuló.
— ¿Y por qué hacían eso? Eres bastante fastidiosa, pero eso ya es exagerado. —Ian intentó mostrar desinterés.
—Pues por varias cosas. Primero por rumores, al igual que ahora decían que mi familia está en la mafia o estupideces así, sobre todo por Thaly. Se embarazó cuando aún estaba en el colegio y nos tuvo a mí y a Tiago antes de cumplir veinte. La gente se cree con derecho a juzgarla, y para rematar se cambió el apellido al casarse con mi padre, decían que de esa forma ocultaba los vínculos que su familia tenía con el narcotráfico. —Volcó los ojos, luego cayó en cuenta que le hablaba demasiado a Ian, contándole detalles que al él no debían interesarle.
—Si es bastante tonto. En el colegio dicen de todo sobre ustedes, bueno, debes admitir que es extraño, parecen tener mucho dinero, sin embargo tus padres no tiene empleos con un sueldo alto —continuó intentado averiguar más sobre ella y su familia.
—Sí, lo sé. Creen que mi padre es narco y usa al colegio para lavar dinero y que mi madre cambia de empleos con frecuencia porque los utiliza de fachada —expresó con una sonrisa burlona—. Todo es herencia de mi abuelo —soltó con superioridad—. Él tenía mucho dinero y era propietario de numerosas empresas, al morir nos llegó gran parte de la herencia y mi padre y mis tías administran los negocios. Mis padres nunca fueron afectos a las reuniones de clases sociales altas o vivir cerca de lo que llaman las mejores familias; por eso se mudaron a donde vivimos ahora y prácticamente trabajan por hobbie, no porque lo necesiten realmente. Además mi padre tiene un trabajo mejor, diseña autos. —Lo miró arrogante, después frenó su palabrería—. No sé por qué te cuento todo esto, a ti no te interesa o ya debes saberlo, para eso tienes tus poderes.
— ¿Qué poderes? —frenó de golpe y volteó a verla.
—Tú sabes de que hablo, tus maléficos poderes con los que hechizas a todo el mundo y adivinas las cosas antes de que sucedan. —Hizo un gesto tenebroso con las manos y continuó caminado por inercia, sin ver el camino bajo sus pies.
—Yo no tengo ningún poder. Esas son tus absurdas fantasías. Llenas tu cabeza con muchas tonterías de la televisión y los libros.
— ¡No es cierto! —protestó golpeando el suelo con su pie—. Eres raro, muy raro y te juro que voy a descubrir quién eres realmente, ¡No importa cuando lo escondas! —Lo señaló con el dedo y le dio entender que lo vigilaba.
— ¿Oye dónde está el camino? —Ian miró a su alrededor y se dio cuenta que por conversar se habían adentrado en el bosque, perdiendo el sendero de vista.
Sophie observó el lugar también. Corrió buscando el sendero; ya oscurecía y eso dificultaba la visibilidad.
— ¡No, no, no! ¡No pude ser! —corrió de vuelta hacia el muchacho—. ¡Dime que no nos perdimos! —lo zarandeó entrando al borde de la histeria.
—No lo creo. La verdad pienso que ese dichoso pueblo no existe, o existía hace cien años cuando la señora de la tienda era joven. —Sonrió de medio lado y comenzó a caminar nuevamente—. Mejor volvamos, a estas alturas ya deben haberse dado cuenta que no estamos. Ya deben estar buscándonos.
—No es por ahí —lo detuvo Sophie al ver la dirección que el muchacho tomaba—. Es por acá —comenzó a caminar en sentido opuesto. El chico corrió tras ella y la jaló de la mano.
—Vinimos por acá. —La llevó en su dirección y la chica jaló en sentido contrario.
Él no se movía, mantenía su expresión de burla ante el absurdo intento de la chica.
Sophie finalmente se soltó.
— ¡Ve por donde quieras! ¡Yo llegaré a la avenida, tú piérdete! ¡Dormiré en un cama caliente esta noche y si me acuerdo mandaré un equipo de rescate por ti!
Ian resopló, y antes que continuase, se agachó y la cargó en su hombro.
—Yo estoy al mando así que vienes por donde yo digo —dijo retomando su camino.
Ella protestaba y se retorcía intentando que la bajara. Después de quince minutos se cansó de luchar, cruzó los brazos e hizo un puchero mientras él se la llevaba como a un bulto.
—Ya casi no se ve nada —habló en voz baja y soltó torpemente a la chica, quien cayó sentada sobre la hierba.
—Estúpido —le dijo sobándose el trasero—. ¡Lo ves! ¡Ya nos perdiste!
—No estamos perdidos, pero ya está muy oscuro, nos perderemos si continuamos. Debemos buscar un lugar donde pasar la noche. —Divisó un pequeño claro y un tronco caído; parecía un buen lugar.
Sophie no podía creer la situación, no quería pasar la noche en un bosque junto Ian. Sin duda el hechizo de mala suerte seguía haciendo de las suyas; no solo la habían abandonado a medio camino, se encontraba perdida y debería pasar la noche a la intemperie.
— ¡No, no pienso quedarme aquí! Caminaré a tientas aunque sea —protestó observando como el muchacho se sentaba apoyando la espalda contra el tronco y de una tranquila forma desenvolvía un chocolate.
—Camina a tientas y caerás a un barranco o te perderás. Además debes tener un chip rastreador detrás de la oreja, no tardarán en encontrarnos.
— ¡No soy un perro! —le gritó molesta por el comentario—. El rastreador está en mi celular —añadió en voz baja y el chico comenzó a reír.
Protestando bajo se sentó a su lado. Ian la observaba moverse inquieta. Balanceaba las piernas de un lado al otro, mirando al cielo que ya perdía su tonalidad rojiza del atardecer.
— ¿Tienes frio? —le preguntó a punto de acercarse más a ella.
—No —lo cortó—. Bueno, sí, un poco... es que —dijo nerviosa y lo miró con timidez—. ¡Tengo que ir al baño! —soltó empezando a sentirse desesperada.
—Pues ve —rió.
— ¡No! ¡Tú vas a espiarme!
— ¡Claro que no! ¿Qué clase de pervertido crees que soy? —le reclamó.
—El tipo de pervertido que me abraza desnudo —masculló—. Si siento que te acercas te mato. —Ya no aguantaba así que se levantó armándose con una rama y lo amenazó.
— ¡No te pierdas! —le gritó antes que ella se alejara.
Ian suspiró y contempló las estrellas que ya comenzaban a adornar el cielo. De un momento a otro se encontraba en una imprevista situación. No tan improvista en realidad, él había escuchado cuando el maestro los había llamado para regresar a los buses, pero prefirió quedarse en vista que Sophie se encontraba abstraída en el juego.
El frío se intensificaba y tenían muy poca comida y líquido. Comenzó a hacer cuenta de las golosinas que llevaba. Estando ya por ir a conseguir material para una fogata, Sophie se le adelantó. Volvió con un rostro de alivio y varias ramas y hojas secas.
Sin decirle nada al chico las acomodó y comenzó a frotar dos palitos. Ian la miró divertido un rato, deshaciendo un trozo de chocolate en la boca. En cuanto Sophie pareció darse por vencida, él sacó un encendedor de su bolsillo y prendió el conjunto de hojas.
— ¡Por qué no me dijiste antes que tenías un encendedor! —le reclamó furiosa, sus manos le dolían por estar friccionando inútilmente dos varas.
—No me preguntaste —se burló volviendo a su cómoda posición. La escuchó mascullar algo similar a un "te odio" y volvieron a quedar en silencio.
— ¿Tienes hambre? —le preguntó a la chica, cuya expresión demostraba el hambre y frió que tenía.
—Un poco —respondió de mala manera.
Ian se sacó un pedazo de chocolate chupado de su boca y se lo extendió.
— ¡Qué asco! ¡Está babeado! —gritó con repugnancia haciéndose a un lado.
—Te paso más saliva en un beso —dijo con un tono perspicaz.
La chica volteó el rostro. Odiaba que le hiciera recuerdo de sus pequeños encuentros en el depósito del colegio.
—Después de besarte tomo desinfectante para matar tus gérmenes. —En cuanto terminó su frase sintió algo caer en su regazo. Ian le lanzó un paquete de galletas y medio chocolate, sin saliva.
Sin decir nada, Sophie atacó la comida. Ian la miraba asomándose a la pequeña fogata, la estaba pasando bien. Encontrarse completamente solo con ella resultaba divertido, le encantaba la forma en la que ella se molestaba ante cualquier cometario que él le hiciese.
La completa oscuridad golpeó de pronto, así como el frío de la noche invernal. Solo la luz del fuego y la tenue iluminación de la luna, permitía que distinguiesen las sombras que sus cuerpos y los árboles del rededor formaban.
Sophie frotaba sus brazos, intentaba olvidarse del frío prestando atención a los sonidos: la fogata chispando, el viento moviendo las hojas de los árboles y los insectos y aves nocturnas que cantaban cada cual a su ritmo. Un ligero escalofrío la recorrió y se aproximó un poco más a su compañero, si había algo a lo que realmente le tenía miedo era a estar sola. Siempre necesitaba saber que alguien se encontraba cerca de ella.
La fogata reducía su intensidad, se acercó un poco más para percibir el tenue calor que emanaba cuando Ian la jaló hacia su regazo.
— ¡Qué haces! ¡Suelta! —reclamó intentando incorporarse.
Él la acomodó mejor sobre sus piernas flexionadas y la abrazó cubriéndola con su chaqueta abierta, compartiendo el abrigo con ella.
—Moriremos de frío si no nos damos calor mutuo —habló abrazándola más fuerte.
La chica sentía cierta incomodidad y calidez al mismo tiempo; estar contra el tibio cuerpo del muchacho reducía sus temblores, casi sin pensarlo relajó sus músculos y acomodó la cabeza sobre su pecho. El golpeteo agitado de su corazón era mejor que los aterradores sonidos del bosque. Alzó la vista y contempló las estrellas, las cuales solo pueden verse tan claras y abundantes lejos de las luces citadinas.
— ¿Conoces las constelaciones? —preguntó intentando descifrar figuras.
—No, al menos no las de acá. El cielo en Inglaterra es diferente.
—Yo sé que esa es la Cruz del sur —explicó levantando un poco la mano para no salir del caliente abrigo.
—En esa dirección debemos ir mañana.
— ¿Sí nos perdimos verdad? —confirmó curvando los labios. Perderse no era divertido, pero la situación si le parecía irónica y graciosa hasta cierto punto. En ese momento dependía de la compañía de una de las personas que más despreciaba. Internamente aseguraba que su camino era el correcto e Ian los había perdido por mostrar su orgullo varonil, aquel que impide que los hombres pregunten direcciones o crean conocer todos los caminos del mundo.
—Verás que mañana encontramos nuevamente el camino —susurró comenzando a adormilarse.
Aguantó el sueño unos minutos más, la chica ya parecía dormida entre sus brazos. Apoyó el mentón sobre la negra cabellera de Sophie y respiró el aroma que emanaba. Olía a tierra y pinos, igual al bosque, con un ligero toque frutal, residuos de su shampoo. Se fijó si la cubría lo más posible y cayó dormido también.
Sophie creyó estar en su habitación en cuanto abrió los ojos lánguidamente. El encontrar un cielo celeste en lugar del techo de su habitación, hizo que los recuerdos del día anterior regresaran a su memoria. No era una pesadilla como había rogado en sueños. Volteó a su derecha, Ian aún permanecía con los ojos cerrados. Le daba pereza levantarse, a pesar de la extraña forma en la que había dormido, se sentía cómoda, eso hasta que percibió donde se encontraban sus manos. A causa del frió había abrazado a Ian, acostumbrada a tener a un peluche o su gata cerca; el chico le rodeaba la cintura con una mano, y Sophie recién se dio cuenta del lugar donde la otra se posesionaba. Toda la palma de la mano de Ian presionaba suave, pero con firmeza, uno de sus pechos.
Instintivamente se separó de él con brusquedad. Ian se despertó con el repentino movimiento y, antes de siquiera poder abrir los parpados, sintió de pleno una cachetada en su mejilla izquierda.
— ¡Pervertido aprovechado! —le gritó Sophie casi botando vapor a causa del tono escarlata que tenía su rostro.
— ¿Yo qué te hice? —preguntó víctima del desconcierto, en lugar de un agradable despertar con el pequeño cuerpo de la chica entre sus brazos, recibía un grito y una bofetada matutina.
— ¡Me estabas tocando! —se cubrió los senos con las manos.
—Ni que hubiera mucho que tocar —le dijo impasible, levantándose y desperezándose, haciendo caso omiso a la mueca de odio que le propiciaba la muchacha.
Más que avergonzada, Sophie se agachó a recoger los residuos de comida que les quedaba. Envolvió mejor el chocolate y escuchó un sonido similar al de agua chorreando. Curiosa se dio la vuelta y vio con espanto como Ian se encontraba de espaldas a ella, haciendo lo que consideró lo más grosero y desvergonzado que había visto en su vida.
— ¡Por qué haces eso aquí! ¡Eres un cerdo! —Saliendo fuera de sí, le lanzó una botella vacía.
—Oye no me mires —le dijo el chico con cierta timidez—. Debemos apagar bien la fogata o causaremos un incendio, y quería ir al baño así mato dos pájaros de un tiro —continuó cerrándose la bragueta.
— ¿Dónde te criaste? ¿En un zoológico? —volvió a reclamar.
—Algo así —curvó los labios—. Debemos continuar.
Sophie lo observaba con reproche, caminando un par de pasos alejada de él. Realmente no tenía idea de por dónde ir, Ian parecía seguro, así que lo siguió. El hambre la debilitaba y ni ganas de intentar liderar le quedaban.
— ¡Por qué esto tiene que pasarme a mí! ¡Moriré en este horrible lugar junto a una horrible persona! —comenzó a quejarse melodramáticamente.
—No exageres, al menos está mejor que el aburrido museo. Siempre pensé que eras el tipo de chicas a las cuales les gustaba acampar y hacer actividades al aire libre.
—Por supuesto que me gusta —le dio alcance—. Lo que no me gusta es estar contigo, preferiría un oso grizzly por compañía antes que tú, eres mi amuleto de mala suerte. Siempre salgo a campamentos y excursiones y nunca me había perdido, solo ahora que estoy contigo. —Se detuvo y lo miró altaneramente de los pies a la cabeza—. Prácticamente soy uno con la naturaleza, pero ahora se me echa encima por estar en tu compañía.
—Señorita "uno con la naturaleza", estás parada en un hormiguero. —La ignoró y cruzó los brazos con ironía.
La chica gritó y comenzó a moverse como loca, intentando expulsar a las hormigas rojas que subían por su pierna. Ian reprimió reírse y la detuvo, la sentó bruscamente en el piso y levantó su pierna para sacudir a los pequeños insectos.
— ¡Quítamelas! —rogó la muchacha casi con lágrimas en los ojos. No tenía problemas con los insectos, excepto con los que pican, atacan en mini ejércitos y suben por su cuerpo con la intención de asesinar por pisar su hogar.
—Ya está —dijo terminando se sacudir a la última hormiga, bajó su pierna y le acarició le rostro para tranquilizarla.
Sophie se puso nerviosa al sentir la mano del chico rozar contra la suave piel de su mejilla.
Ian la soltó rápidamente al sentir también el contacto y le extendió la mano para ayudarla a incorporarse. Incómodamente volvieron a caminar, Ian mostraba nuevamente esa seguridad de momentos antes.
Tras media hora de un silencioso paseo, divisaron a lo lejos una pequeña propiedad. Una vieja y abandonada casa aparecía entre los árboles. Apresuraron el paso, se aproximaron más, aquel lugar parecía abandonado desde hacía años.
—Entremos —le dijo a Sophie.
Ella puso un rostro serio y lo obligó a detenerse con solo una mirada.
— ¿Estás loco? No vamos a entrar, vayámonos rápido de aquí.
— ¿Por qué? Preguntó curioso.
— ¿Crees que soy estúpida y no veo toda la situación? ¿Tú y yo solos y convenientemente encontramos una cabaña en medio del bosque, aislada del mundo? ¿Necesito decirte qué pasará después? —Puso las manos en su cadera, mirándolo con cierto reproche.
Él sonrió de medio lado y se aproximó bastante a ella.
—No, ¿qué pasará? —preguntó desafiante, reduciendo al mínimo el espacio existente entre ambos.
— ¡Que sale un sujeto con hacha, nos corta en pedacitos y luego nos come! —Se exaltó de improvisto, cambiando su tono serio por uno histérico y dramático.
Ian se asustó un poco y enseguida abandonó toda idea de incomodar a la chica con sus sugestivos acercamientos.
—En serio debes dejar de ver películas de terror —espetó.
Se paró de puntas para observar mejor el lugar al cual un casi desaparecido sendero conducía. Un cúmulo de casas viejas parecían revelarse junto a un delgado río.
Sin pensarlo se encaminaron a ese lugar, ese debía ser el dichoso pueblo que buscaban desde el día anterior, el cual, se encontraba a mucho más que sólo dos horas de caminata.
Como parecía desde el principio, el lugar estaba abandonado. Las desvencijadas casas ya no poseían ni piso, la hierba alta cubría las entradas. Las ventanas rotas ya no resguardaban nada en el interior de las antiguas construcciones de cemento y barro.
—Genial ¿y ahora qué? —preguntó Sophie, desenvolviendo tranquilamente lo que le quedaba de chocolate. Después del terrible día que vivía, no le sorprendía en absoluto que su racha de mala suerte incrementase como una bola de nieve rodando por una colina.
—Buscar la avenida principal, tomando este lugar como punto de partida no será difícil —respondió dando un último vistazo al pueblo fantasma.
—Descansemos un rato —le pidió saboreando lo último que le quedaba de la golosina.
Se acomodaron el piso para retomar energías. Sophie mantenía la concentración en su barra de chocolate, e Ian en la forma en que los labios de la muchacha se movían al ritmo en que masticaba, y como los relamía intentando no dejar residuos.
Sophie volteó al sentirse observada, Ian la contemplaba como a un delicioso pastel que deseaba probar. Se arrodilló frente ella y le limpió con el pulgar una gota de chocolate de la comisura de su boca.
—Queda poco, no lo desperdicies —dijo con un tono bajo de voz.
Ella permaneció inmóvil, dejando que la limpiara; él notó otro poco del dulce en la parte inferior del labio de la muchacha; se aproximó más y lo limpió delicadamente con la punta de su lengua, degustando el chocolate y el suave labio de la chica. Presa de los nervios y el asombro, lo dejó continuar, convirtiendo, lentamente, ese movimiento en un beso.
Ian se detuvo al escuchar un par de pasos sobre la tierra, en un característico ruido que señala la aproximación y el frenar de alguien. Abrió los ojos alejándose un poco de la chica y vio frente a él la sombra que modelaba la persona que se encontraba a sus espaldas.
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