1. Sophie Cohen
Voy a subir un capítulo nuevo cada día.
Esta novela es la secuela de Después de clases, novela que será publicada por Nova casa Editorial. Sin embargo NO ES NECESARIO LEER EL LIBRO ANTERIOR para entender este, las historias de esta saga son autoconclusivas.
Espero que les guste, esta novela a diferencia de la anterior tiene más humor.
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Sophie cruzó las piernas y los brazos cuando se sentó en una de las solitarias bancas del patio. "Tenemos que hablar" nunca es una buena señal cuando alguien te pide conversar en privado. Estaba casi segura de cuáles serían las palabras que escucharía a continuación, aunque albergaba una mínima esperanza que aquello fuese algo bueno y no otra separación.
—Sophie... mira, de verdad me caes bien, pero...
— ¿Pero qué? —preguntó molesta, o más bien, aparentó mostrase molesta, siendo que su alma se ahogaba en un mar de lágrimas sin bote salvavidas a la vista.
Una breve pausa en la que sólo una ventisca pasó, precedió a las temidas palabras:
—Mis padres ya no quieren que sea más tu amiga —dijo nerviosa al ver el rostro asesino y amenazante de la otra chica.
— ¡Al diablo con tus padres! —Se levantó a gritarle, amedrentando a su ahora ex mejor amiga–. Somos mejores amigas, no puedes dejarme porque tus padres te lo ordenen. Si te pidieran que cambies de colegio, o de ropa, o de ciudad ¿lo harías sólo porque te lo ordenan?
—De hecho sí... son mis padres Sophie, que los tuyos te dejen hacer lo que te da la gana no significa que los míos deben ser igual de irresponsables.
— ¿A qué te refieres con eso? —Su voz bajó gradualmente de tono y aumentó en molestia.
—Mis padres creen que eres una mala influencia, y tienen razón, siempre estás haciendo cosas peligrosas, o gastando alguna broma. Pensé que era divertido, pero hoy te extralimitaste...
— ¿Con qué?
— ¿Electrocutar la silla del profesor? —preguntó con obviedad, ese era el tipo de cosas que Sophie hacía casi a diario, tan seguido que a veces se le olvidaba.
—Eso fue divertido, y tú estuviste de acuerdo.
— No fue tan divertido, además me castigaron, es la segunda vez este mes y antes jamás lo habían hecho, mis padres van a enfadarse.
—Tus padres, tus padres... ¿Es lo único que te importa? ¡Pues bien! Ya no seremos amigas, busca a alguien que esté acorde a tus estándares. —Se quitó con bronca la pulsera que llevaba alrededor de su muñeca y se la extendió—. Toma tu estúpida pulsera de la amistad.
—De hecho tú me la diste— contestó en voz baja, abriendo el broche de la manilla—. Lo siento —se disculpó asustada, retirándose rápidamente antes de que Sophie tuviese otro de sus arranques de ira.
Sophie la observó irse, hubiera querido gritarle un par de cosas, pero se contuvo. Lo que en realidad pasaba por su mente y sentimientos era una profunda tristeza. Esa había sido la séptima mejor amiga que perdía desde que se había mudado a ese barrio con su familia.
Cualquiera que la viera mantendría prudentemente su distancia, por más que estuviese deshecha por dentro, ella se mostraba como una chica fuerte, confiada y auto suficiente. Sophie Cohen era así, una chica de carácter fuerte, la mejor en la escuela, la mejor en deportes, la mejor en todo lo que se proponía; su vida sólo parecía adquirir sentido cuando junto a su nombre aparecía el número uno. Podría pasar por la chica perfecta, y sus atribuciones eran prueba de ello. No sólo tenía las calificaciones más altas, tenía la familia ideal, era la hija del director del colegio, quien la complacía en todo lo que podía; por supuesto también era la chica más bonita del salón. Sí, todo eso la habría convertido en una estudiante modelo y chica ejemplar, sino fuera por su explosivo carácter, el cual parecía aterrar no sólo a sus compañeros, sino a los padres de estos. Siempre estaba metiéndose en problemas, atormentando sin descanso a sus maestros, saliéndose con la suya en cada momento; después de todo, era algo egocéntrica y vanidosa, con quien los maestros tenían complacencias por poseer el promedio más alto del colegio y claro está, ser la nena consentida del director; aunque más de un profesor poseía la más deseada fantasía de retorcerle el cuello a esa chica y a sus hermanos, quienes no se quedaban atrás.
Esa era la Sophie Cohen que todo el mundo conocía, o creía conocer. Sin embargo, Sophie mantenía una doble vida; la cual tomaba forma en cuanto entraba a su habitación y sacaba de innumerables escondites sus secretos mejor guardados. Detrás de esa fachada se encontraba una chica desconfiada, soñadora y sobre todo muy romántica, que vivía ensimismada en las hermosas fantasías que se encerraba en sus novelas de amor. Sólo su familia conocía un poco sobre esta faceta, ella jamás permitiría que nadie se enterase, eso dañaría la reputación que con tanto esfuerzo había creado. Nadie se metía con ella, y si alguien descubría su lado sensible y sentimental digno de un cuento de hadas, estaba segura que se burlarían de ella, su vida se derrumbaría y no conseguía llegar a sus metas.
De la ira cambió rápidamente a la tristeza, y de la tristeza a la frustración mientras caminaba a la sala de castigos. Al abrir la puerta se encontró con los mismos chicos de siempre, y el mismo maestro con cara de odio que los vigilaba. Se sentó en un pupitre, cruzando las manos detrás de la nuca. Su hermano entró segundos más tarde, casi con la misma actitud impasible y se sentó a su lado.
— ¿Y ahora qué hiciste? —Le preguntó despreocupada, era común compartir los castigos con él. Al menos eso la animaba, podían conversar y divagar para pasar el rato.
—Metí un virus a la red del laboratorio de computación. Se abrieron pop ups de web porno, la profesora casi se vuelve loca, no sabía cómo detenerlo. Terminó jalando los cables de electricidad —respondió Tiago, cruzando los brazos de la misma forma que su hermana—. ¿Y tú?
—Electrocuté la silla de del profesor de química.
Su hermano saltó del asiento y la miró con reproche.
— ¡Esa era mi idea! Quería ver la expresión que ponía, si lo hago de nuevo todos dirán que te imité. Eres una roba ideas.
— Era una emergencia, las clases estos días estuvieron muy aburridas, avanza material muy sencillo; además lo filmé, para que no llores.
—No es lo mismo —se quejó volviendo a sus cómoda posición—. ¿Cuánto te dio papá? Al menos debe ser una pena muy larga.
—Dos semanas.
— ¡Dos! A mí me dio tres, no es justo, lo mío no fue tan grave.
— Iba a darme tres, pero es mi cumpleaños, sabes que él no sería capaz de castigar a su hija en su cumpleaños.
—No es capaz de castigar a su nena nunca —masculló, con la clara intención de que lo escuchara.
—Envidioso —lo miró de reojo con pose imponente, sabía que tenía razón. Su padre nunca era muy estricto con ella, cosa que no parecía importarles mucho a sus hermanos, después de todo, era la única hija mujer; además que el hecho de tener trastorno de déficit de atención, justificaba hasta cierto punto su comportamiento. Ellos la trataban de una forma especial también, sobre todo Tiago. A diferencia de muchos hermanos que no pueden ni verse y deben aguantarse por vivir en la misma casa, ellos se llevaban muy bien. La poca diferencia de edad que había entre ambos ayudaba a esta situación. Casi siempre estaban juntos. Tiago era uno de los pocos amigos de verdad que Sophie tenía. Aunque siempre estaba rodeada de chicos y chicas y generalmente era el centro de atención; aún en su distraída mente, ella se daba cuenta de los motivos de su enorme popularidad. Era imposible pasar desapercibida, tenía complacencias con el director del colegio y, aunque siempre rechazaba a cuanto chico se le cruzase, ellos no perdían la esperanza. Sophie se había convertido en el reto personal de muchos rompecorazones. Aquellos eran el tipo de amigos que sólo estaban para llenarla de regalos en los días festivos, o la invitaban a las fiestas y reuniones, pero se ausentaban cuando ella quería alguien con quien conversar, confiarle sus secretos, o simplemente compartir un pequeño momento entretenido sin intereses de por medio.
En muchos de sus insomnios, ella se preguntaba el por qué. Había llorado muchas noches en silencio por no tener ni un amigo, además de su hermano y su primo. Verdaderamente su carácter era algo difícil, ni ella misma se entendía a veces, pero no era mala, ni egoísta, era el material perfecto para una mejor amiga y confidente, al menos así pensaba ella. Frente al resto pretendía que esa situación no le importaba, que era feliz con frívolas amistades; lo último que necesitaba era mostrase débil.
Los hermanos caminaron de regreso a casa. Generalmente era su padre quien los llevaba, menos los días de castigo. Cuando coincidían, que era casi todos los días, regresaban juntos. Tiago tenía la misión, o más bien, obligación de acompañar a su hermana. Su padre casi no la dejaba ir sola a ningún lado, tenía una especie de neurosis paterna al pensar que su pequeña caminaba sola por calle, vulnerable a cualquier peligro presente. Aunque hacía tres años que habían abandonado la ciudad para irse a vivir a las afueras, donde las calles morían junto al sol y nunca pasaba nada, Tiago la vigilaba. No quería admitirlo, pero también era sobre protector con su hermana, quien a su lado parecía mucho menor. Él era un muchacho bastante alto para sólo tener trece años, y el ejercicio había marcado su cuerpo, dándole la apariencia de un chico de dieciséis. Ventaja que aprovechaba para salir con chicas de grados superiores. No era muy parecido a su hermana, tenía el cabello castaño claro, en contra posición al negro azabache de Sophie; uno de los pocos rasgos que compartían eran los mismos ojos azules.
Ya era media tarde cuando llegaron frente a su casa, una de las más grandes del lugar, la cual parecía diminuta cuando los tres hermanos Cohen hacían algún desastre, tocaban la guitarra con los parlantes al máximo de su capacidad o simplemente corrían por ahí lanzándose objetos.
Al entrar se encontraron con su padre, quien suplicaba nuevamente a la mucama para que no renunciara; y no era para menos. El interior de la casa parecía un campo de batalla.
Los muebles, las alfombras, las paredes, hasta el perro; todo estaba cubierto de harina, como si una panadería hubiese hecho explosión en el piso inferior. Docenas de ollas, platos y bandejas yacían desparramadas por todos lados, cubiertos de una masa blanca de dudosa apariencia. Por algún motivo las paredes estaban manchadas con perfectas huellas de pintura, dejando en evidencia por el tamaño quién era el responsable.
Los chicos miraron alrededor, sin mucha preocupación. Su padre tomando a la mucama por los hombros evitando que saliera de la casa, era un espectáculo más entretenido, pero no novedoso.
— ¡Voy a irme! ¡Esto ya es el colmo, no puedo con estos monstruos!—gritaba intentando escapar del hombre.
—Por favor, no puedes irte. Te prometo que te contrataré un ayudante ¿Qué tal un apuesto y soltero mayordomo inglés? —le propuso con tono suplicante. Ella levantó una ceja mirándolo con sarcasmo—. ¿Qué tal uno francés?
La mujer la gritó con exasperación y salió corriendo de la casa, directo a introducirse al taxi que la esperaba fuera.
— ¡Qué le hicieron ahora! —preguntó a su hijos mayores.
—Nada, acabamos de llegar, sabes que Lucy es una dramática, ya volverá —aseguró Tiago, caminando despreocupadamente hacia su habitación.
— ¿Daniel qué diablos hiciste? —Se dirigió al más pequeño de su hijos, quien acaba de entrar a la sala, lleno de masa y pintura, con una pequeña niña rubia de ojos verdes oculta detrás de él.
—Tenemos que hacer una escultura de masa para arte. Samy y yo queremos hacer la más grande de todas, pero no nos alcanzaron las fuentes, así que tuvimos que usar la piscina —explicó con tranquilidad el niño de ocho años.
—Suena lógico para mí —intervino Sophie.
—Para mí también —dijo su padre, luego pensó en el estado que debía tener la piscina, no quería ni imaginar la cantidad de harina que seguramente ya se había convertido en engrudo y flotaba en el agua atemperada—. ¿Por qué no limpiamos antes de que vuelva su madre? —sugirió con resignación.
Los cuatro miraron alrededor, la masa incluso caía del techo, como una espesa baba.
—Mejor contratamos a alguien —dijeron al unísono, volviendo cada uno a sus actividades.
Sophie entró a su habitación, al menos su hermano no había entrado a manchar todo con sus sucias manitos. Se paró frente al espejo y contempló su rostro, recordando lo que había pasado en la tarde, justo antes del castigo. Sus ojos azules, enmarcados por pequeños mechones que se escapaban de sus coletas, reflejaban como cristales la aflicción que la consumía. Aquella no era la Sophie Cohen que mostraba al mundo que era la número uno; cambió su rostro y mirada de una forma tan abrupta que hasta parecía ensayada. El enfado volvió a subir. La sangre se acumuló en su cerebro y la tensión la hizo apretar la mandíbula.
Con paso firme caminó hacia la cómoda. Sacó un clavo y un martillo que guardaba en el primer cajón; se dirigió a la pared que estaba junto a su cama. "El muro de metas frustradas y por cumplirse" decía un letrero hecho con cartulinas de colores. Bajo el letrero, en la izquierda, clavó el clavo, martillando con bronca. Antes de hundir el clavo por completo sacó la pulsera de su bolsillo y la colgó. Con una punta de metal que estaba en el velador escribió debajo: LIDIA, su ex mejor amiga y nueva integrante de su cementerio de amistades fallidas. Se alejó unos pasos para ver su obra. Ya eran siete pulseras que adornaban esa sección de la pared; la mala, la negra, como ella la llamaba, justo al lado de la parte linda y esperanzadora. "Cinco pasos para tener la vida perfecta" decía un letrero más pequeño, y en una adornada cartelera estaba escrito:
1. Conseguir una mejor amiga de por vida
2. Dar el primer beso
3. Participar en una audición
4. Ser la número uno en todo
5. Casarme con mi primer y único amor
Aquellas eran las pequeñas metas que Sophie pretendía cumplir para tener una hermosa vida, con un final digno de las novelas que nublaban su mente la mayor parte del tiempo. Cada paso era importante, y se alteraba más al ver correr el tiempo y darse cuenta de que no había cumplido ninguna. Pensó que el primer paso estaba casi completo, hasta esa tarde; el tercer paso podría ser cumplido ese día, y el segundo en un par de semanas, después de su fiesta de quince años.
Miró con detenimiento la última pulsera, el nombre no se notaba tanto así que se aproximó a tallar con más fuerza.
— ¡Sophie no destruyas la pared! ¡¿Quién crees que tendrá que pagar luego para que la arreglen?! —la regañó su padre, quien había corrido al escuchar los martillazos.
— ¡No puedes arreglar las cicatrices de mi vida! —dijo con tono melodramático. Resbaló lentamente hacia el piso y rodó debajo de la cama, donde se escondía para pensar o lamentarse.
— ¿Qué pasó?—le preguntó con desconfianza, eran momentos como ese en el que no tenía idea de qué hacer o decir y su esposa no estaba ahí para encargarse.
— ¡No te importa! —gritó haciéndose un ovillo.
Él volcó los ojos e intentó salir de la habitación.
—Claro, vas a dejarme aquí sola, sumida en la depresión, tal vez cuando vuelvas me encuentres muerta a causa de la tristeza.
Miró al cielo con desesperación. ¿Qué debía hacer ahora? ¿Irse o quedarse? Al final se agachó lo más que pudo y jaló a su hija de las piernas, arrastrándola fuera de su escondite.
— ¿Otra amiga te dejó? —preguntó observando el nuevo aditamento al muro.
—Sí —respondió desde el suelo, con un tono de melancolía—. ¿Por qué no puedo tener amigas?
—Tienes amigas ¿Qué hay de esas chicas con las que siempre andas?: Mimi, July o como se llamen...
— ¿Missy, Juliana y Patricia?
—Sí esas ¿Por qué todas tienen nombres de gato?
—No son de gato, y debería conocerlos, son alumnas de tu colegio. Y ellas son amigas, pero sólo para algunas cosas, no pueden ser mis mejores amigas.
— ¿Por qué no?
—Porque ellas tres son mejores amigas, ya no hay cupo —sentenció como si fuera la cosa más obvia.
— ¿Desde cuándo existe cupo para ello? —intentó entender, pero nunca comprendía la mentalidad adolescente femenina.
— ¿Desde siempre? ¿Dónde viste un cuarteto de amigos que funcione? Siempre uno queda rezagado o se forman pares, y ninguna de ellas hará par conmigo. Dos es el máximo de mejores amigas, no tres. Los tríos funcionan siempre, como en Harry Potter. Él tiene dos mejores amigos, ¿Nunca viste un cuarto verdad? Y se les une sólo es por un momento y le restan importancia...
—Ya, está bien, creo que entendí. —La detuvo intentando comprender su lógica—. Ya casi son las cinco, mejor alístate. Te llevaré a tu audición y luego iremos a recoger a Thaly del aeropuerto.
—No iré a la audición —dijo en voz baja.
—Ensayaste por días, habíamos quedado que esta vez no darías vuelta atrás.
—Sí, pero no tengo ánimos, se supone que debería tener una mejor amiga que me aliente, no la tengo, fracasé en ello, seguro fracasaré también en la audición.
—Sophie no seas tonta. Voy a llevarte y cantarás aun así tenga que arrástrate, o vas arrepentirle luego, como siempre. —Salió de la habitación mirándola con advertencia.
Ella se levantó, se quitó su uniforme y sacó la ropa que tenía lisa desde hacía días: unos leggins con diseño de jean, una camiseta negra con bordados rosa y botas negras. Se soltó sus coletas y cepilló su cabello. Respiró profundamente, mentalizándose. Esa era una nueva oportunidad y no podía dejarla pasar como tantas veces.
Uno de los mayores secretos de Sophie era que le encantaba cantar, y lo hacía muy bien; sin embargo, una de las pocas cosas que no le agradaba haber heredado de su madre, era el pánico escénico, que sólo se manifestaba cuando tenía alguna presentación musical. En cuanto veía gente desconocida los nervios la consumía, su estómago se hacía un nudo y por más que lo intentaba, los sonidos no salían de su boca. En la escuela simplemente decía que no cantaba bien; lo único en lo que aparentemente no sobresalía. Cuando superase su pánico escénico podría ser elegida en una de las tantas audiciones a las que asistía, ganar y convertirse en una famosa cantante, logrando, obviamente, el número uno en rating. Así cumpliría con el paso tres y cuatro de su lista.
Mientras escuchaba a su hermano gritarle para que se apresurase, revisó por última vez su cabello, guardó el celular y su billetera en el bolsillo de su chaqueta; tomó su guitarra y se aseguró de que el plectro y cuerdas de repuesto se encentrasen en el estuche.
Se mantuvo en silencio durante el viaje a la ciudad, ausente al escándalo que sus hermanos hacían en el asiento trasero. Llegaron al lugar de la audición, entró con su padre a confirmar su asistencia y para que él se asegurase de que fuese realmente una audición de música y no una trampa para capturar lindas jovencitas como su pequeña.
— ¿No quieres que me quede? —le preguntó después de recibir una ficha con su número.
—No, estaré bien, me pondré menos nerviosa. Además mis hermanos te están esperando en el auto.
—No importa —dijo con desinterés—. Tienen una botella de agua y les dejé una ventanilla abierta.
Sophie rio y le repitió que estaría bien, la verdad era que tendría más posibilidad de escapar si al final cambiaba de opinión.
—Estaremos en casa de tus tíos, llámame cuando termines. —Le dio un beso en la frente y le repitió lo mismo que le decía siempre—: No importa si cantas bien o mal, por favor, que esta vez salga alguna palabra de tu boca.
La chica cruzó los brazos con enfado, esa era la extraña forma que su padre tenía de desearle suerte, o más bien, que por una vez en su vida hiciese lo que tuviese que hacer, no escapar en cuanto llamasen su nombre o pararse frente al jurado y quedarse tiesa como estatua.
Se sentó en un asiento a esperar, se ponía más nerviosa cada vez que alguien entraba o salía con un rostro de decepción. Solo faltaba una persona antes que ella. La minúscula seguridad que sentía segundos antes se esfumó. No podía hacerlo.
Las mismas excusas de siempre rondaron su cabeza: Aún hay tiempo, soy muy joven, los que adquieren fama a temprana edad la pierden pronto. Además este era el paso tres de la lista ¿Por qué adelantar las cosas? Había estudiado mucho esos pasos, seguir el orden era mejor, triunfaría en cualquier audición si tenía una mejor amiga y un apuesto novio que la acompañasen y le infundieran ánimos.
—Sophie Nathalie Cohen —la llamaron.
Levantó la vista asustada y rápidamente sacó el celular de su bolsillo.
—Hola... Sí, voy enseguida. —Fingió que hablaba con alguien, mientras todos los presentes la miraban extrañados, preguntándose en qué momento había sonado el teléfono de la muchacha—. Lo siento tengo una emergencia. —Se levantó a tropezones y salió corriendo de ahí.
Avanzó hasta el final de la calle. Lo había hecho de nuevo, había huido como una cobarde. Podía hacer todo lo que quisiese, menos eso. Nuevamente se arrepintió, sucedía cada vez: corría, y a los pocos minutos se recriminaba el haberlo hecho; después pasaba días enteros pensando: ¿Qué tal si...? Si hubiera entrado, si hubiera cantado, si la hubieran escogido y luego participado en un concurso de televisión. Seguramente ganaría, sería la número uno como siempre, entonces le lloverían los amigos, tendría tantos que podría escoger los que realmente valdrían la pena. Sería famosa, su novio la apoyaría. Unos años más tarde ganaría un Grammy y después de su noche más espectacular, después de recibir el premio a mejor cantante del año, su novio le pediría matrimonio y tendría así un final digno de un cuento de hadas moderno.
Soñaba demasiado, e intentaba convencerse de que los sueños se realizan, pero jamás lo lograría si no superaba uno de sus mayores temores. Se decepcionó de ella misma. Dio un par de vueltas por la calle, calculando el tiempo que tomaría una audición antes de llamar para que la recogieran.
— ¿Qué fue lo que cantaste? —preguntó Tiago mientras le daba un gran mordisco a su hamburguesa.
—Ah... lo que ensayé... —respondió intentando mostrarse segura. Desde que la habían recogido hasta que llegaron al aeropuerto, le aseguraba a su familia que esta vez sí lo había logrado.
— ¿Una o varias canciones?
—Un par —bajó la vista sorbiendo su soda.
—Eso es bueno, nunca escuchan más de una canción o la mitad de una ¿Qué te dijeron? —Tomó parte su padre, interrogándola con sospecha.
—Que me llamarían... Esto se acaba rápido, que fraude. —Cambió de tema rápidamente, haciendo alusión a su vaso vacío—. Voy por más ¿Alguien quiere algo? —Se levantó para esquivar las preguntas.
—Sí, compra otras tres hamburguesas grandes. —Su padre le extendió un billete y ella corrió a la fila.
—Volvió a escapar ¿verdad? —preguntó el hermano más pequeño.
—Sí, como siempre —confirmó su padre. Aquello no era ninguna sorpresa, se habían dado cuenta desde el primer momento.
Sophie mantenía la mirada gacha mientras esperaba la orden. Sin duda era la número uno en todo, hasta en escapar. "Al menos soy la cobarde número uno" pensó. Se dirigió a la mesa con la bandeja, observando la gran cantidad de comida que había sobre ella, más la que llevaba. Todo desaparecería en unos minutos, así que tuvo la precaución de comprar papas fritas extra, antes de que la volviesen a enviar por más. Tenía la certeza de que si el común de la gente comiera tanta carne como los hombres de su familia, las vacas serían una especie en peligro de extinción.
Volvió a sentarse y miró la hora, ya eran las dos de la mañana. El avión de su mamá llevaba una hora de retraso. Estaba más ansiosa que nadie porque regresara. Se sentía muy mal en ese momento y necesitaba hablar con alguien que la comprendiera. Su madre compartía el mismo pánico a cantar en público, claro que a diferencia de Sophie, ella nunca había querido ser cantante. Aún así, Sophie idolatraba su madre. Le parecía perfecta en todo sentido: era bonita, joven, divertida, nunca se complicaba la vida, casi nunca la regañaba y sabía entenderla; parecía más una hermana mayor que una madre; por eso Sophie la llamaba Thaly, nunca mamá, porque era mucho más que sólo una madre, era su heroína, su modelo a seguir. Su máximo sueño, era posiblemente, ser como su mamá.
—Ya lo lograrás. —Su padre la consoló con palmaditas en la cabeza mientras esperaban en la puerta de migración.
Sophie hizo un puchero, odiaba que la acariciaran como a una niña chiquita y su padre lo sabía. Seguramente lo hacía apropósito, para sentar en claro que para él seguía siendo una nena. Su mueca cambió al ver llegar a Thaly. A pesar de haber estado por horas en un avión, para Sophie se veía perfecta, como si hubiese salido de un SPA. Su cabello largo y suelto pasaba por despeinado para la mayoría de la gente, menos para Sophie, para ella era un moderno look; es que su madre nunca parecía estar desarreglada. Su padre fue a recibirla con un apasionado beso. Sus hermanos voltearon con asco al presenciar una de las habituales muestras de afecto de sus padres. Sólo la muchacha contemplaba embelesada. Esa era su meta final, la número cinco de su lista: Tener un matrimonio tan feliz como el de sus padres y una perfecta familia como la suya, para lo cual debía casarse con su primer, único y verdadero amor; quien para Sophie ya tenía nombre y apellido: Esteban Maciello, el chico más popular del último curso, quien según ella, apenas notaba su existencia, sin embargo, eso estaba por cambiar...
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