CAPÍTULO 6: Reconocimiento

El teléfono de Mark vibró. Se apresuró a coger la llamada, antes de que despertará a sus compañeros de piso. Era raro. Llevaba viviendo tanto tiempo solo, casi desde que había acabado la universidad, que ya no recordaba la sensación de poder molestar. Suspirando, vio que se trataba de su jefe. Estuvo tentando a colgar, sin embargo, respondió a la llamada. Sentado en la cama y susurrando, fue respondiendo y asintiendo. Colgó con un quejido y se metió entre las almohadas. Por Dios, estaba de descanso. Desvelado y algo inquieto, salió de la cama. Pensó sentarse un rato a charlar con Pasado. Aprovechar el tiempo, antes de que Carolina se levantará, y trastocará su apacible calma. Cogió la camiseta, la pasó por encima de su cabeza y salió a la penumbra del pasillo.

Las persianas bajadas dejaban filtrar un poco de luz del amanecer. Le gustaba esa luz mortecina que anunciaba un soleado día. Carolina estaba durmiendo en el salón, por lo que se dirigió al pequeño despacho, que usaba para escribir. Su lugar favorito del mundo. La puerta estaba entreabierta. Abrió los ojos sorprendido, cuando vio a Pasado durmiendo en la incómoda silla. ¿Estaba dormido de verdad? Se apoyó en el marco de la puerta y sonrió. Dormía despeinado, con la boca abierta y la ropa arrugada. Las fotografías aún reposaban en la mesa. Un mosaico de recuerdos inconexos. Una extraña opresión le nació en el pecho, al observarlo tan tranquilo, durmiendo. Era casi como si se hubiera vuelto menos imperfecto, más real. Tenía ojeras, olía un poco a sudor, y su pelo se veía con menos brillo. Eso no le hacía menos apuesto, ni menos intrigante. Únicamente, era más humano, más cómo él. Y no supo por qué, pero eso era casi peor.

Pasado no supo como lo sabía, pero lo supo. Se sentía observado, por lo que abrió los ojos, asustado. Mark le estaba observando apoyado con tranquila parsimonia contra el marco de la puerta. Se río y le señaló:

—Pensaba que los cuentos no dormían —dijo. Su tono de voz bajo y grave, le gustó a Pasado.

—Y no lo hacemos. No sé qué me ha pasado. No sé qué me está pasando —dijo Pasado pasándose la mano por el pelo, algo agitado y confuso. No sabía si estaba preocupado o aliviado. Quizá, volviera a ser él mismo al fracasar como cuento. Una segunda oportunidad—. Tengo hambre, sueño, estoy cansado y huelo fatal. No sé como podéis vivir así. Me estoy empezando a asustar, Mark. No dicen nada de que pasa si no cruzas. Es como si no fuera una opción. Como que si no te lo cuentan, nunca te lo vas a plantear. Y es así, aprendes el miedo a no ser nada, porque no temes que haya más opciones. No sé qué se supone que me ocurrirá cuando acabé el día de hoy y mi tiempo se acabe.

—Realmente nadie lo sabe nunca, Pasado —Mark le miraba profundamente. Algo en sus opacos ojos, hizo que su impasible corazón latiera de verdad, casi como si estuviera de verdad vivo. No lo había dicho, pero otras cosas se habían despertado en él, pero no era tiempo de pensarlo. Pasado se estremeció—. No sé qué pasará en el día de hoy, pero sé que no vas a desaparecer. Sería contrario a lo que estás sintiendo en verdad. Te estás volviendo más... sólido. Más real, como si fueras más como yo —su cara era algo extraña. Pasado no pudo evitar sonreír de medio lado y decir:

—¿Y eso es bueno? No sé... quizá tú tampoco seas real. Quizá nada lo sea y todo esto no sea más que sueño.

—Estás en plan nihilista. Mejor te dejo con tus turbios pensamientos. Es demasiado temprano, para este tipo de conversaciones etéreas y filosóficas, sobre tu propia existencia —Mark se despegó de la puerta y la garganta de Pasado se secó. Tenía sed, hambre, sueño, pero también otras sensaciones... muy diferentes. Quería, no, necesitaba, sentir algo que desconocía. ¿Era eso posible? ¿Querer algo que ni siquiera sabías que era?

—No quiero poner en duda la realidad, pero tampoco quiero estar solo en ella —añadió a regañadientes. Mark se acercó y observó con calma las fotografías. Sus rostros quedaron muy cerca.

—Es un sentimiento muy real el no querer estar solo —susurró Mark a su lado—, aunque a veces no seas consciente, de que en verdad, te sientes así. Yo creía que estaba bien, que no necesitaba más. Mi trabajo, mi piso, mis ilusiones. Pero... apareciste tú, en un callejón, y las cosas cambiaron.

—¿Y te gusta el cambio? —preguntó Pasado. Le fastidio un poco el temblor de su voz. La inseguridad de la cuestión. Como si la respuesta fuera trascendental, para seguir respirando.

—Aún no estoy del todo seguro —algo en su divertida mirada, hizo que a Pasado se le enarcará una ceja. Casi por voluntad propia. Aunque se sintió bien y completo. 

Mark era un chico divertido, sincero y de buen corazón. Y, algo en él, le hacía no poder despegar la mirada de sus ojos. Ambos se miraron entre divertidos, inseguros y atraídos. Sin poder evitarlo, de nuevo, se acercaron peligrosamente... Pasado supo, sin saber como lo sabía, que iban a besarse. Pero, un carraspeo les hizo dar un respingo y separarse. Carol les miraba desde la puerta. Llevaba el pelo indescriptiblemente enmarañado y el peluche colgando de un lado. La manta sobre los hombros cubría su pijama.

—¿Qué hacéis tan temprano levantados?

—¿Y tú? —dijo Mark cruzándose de brazos sin responder, ella se encogió de hombros.

—Me levanto siempre a las cinco para descargar las bebidas y sacar las basuras —Carol se acercó bostezando y se sentó en el suelo envuelta en mantas, apoyó la cabeza en la estantería— ¿Estabais observando las fotos de nuevo? —ambos asintieron y ella sonrío— Sabéis que tienen en común todas esas personas... parecen desgraciadas. Casi como si fueran gente triste y sin oportunidades. ¿Creéis que ese tal Abigor es como una especie de... salvador, en vez del malo?

Los tres se quedaron algo pensativos. Pasado volvió a mirar las imágenes. Miedo y Tristeza, los que habían sido antes de ser ellos, le devolvieron la mirada. Sí, efectivamente, parecían gente sin oportunidades, sin... ¿Futuro? ¿Por qué les salvaría? ¿Es decir, porque a ellos, y no a todos? ¿No querría todo el mundo la posibilidad de vivir, eternamente, en un lugar creado por y para ellos? O es que, quizás, Abigor realmente fuera otro nombre de la muerte. Quizá ser un cuento era el limbo para cruzar al paraíso eterno. Tenía sentido si era así. Pero... ¿Por qué un cuento? La gente hablaba de ángeles, demonios y esas cosas. Iba a lanzar su hipótesis, cuando la manta resbaló de los hombros de Carol mostrando una ligera camiseta transparente, que dejaba ver sus pechos. Su boca se secó de inmediato, las palabras perdidas. Sintió deseo de algo que era indescifrable para él. En seguida, consciente de la mirada de ambos hombres, ella se subió la manta y enrojeció. Pasado fue consciente de la mirada ruborizada y atenta de Mark. Los tres se miraron con algo parecido a la incomodidad. Las ganas de decir, o hacer algo más, sepultadas bajo máscaras.

Envuelta en una nube de vapor, miró su reflejo en el espejo. Ese baño era un lujo. Era el mejor de su vida. Se había podido duchar tranquilamente, sin oír los golpes de sus compañeras apremiándola. Ni con el miedo, a que el pestillo cediera, y la encontrarán desnuda. Tampoco estaba sucio como el de su hogar, con botellas de alcohol esparcidas y olor a pis. Carol sonrío a su reflejo y se arregló con tranquilidad. Cualquiera, en su lugar, supuso que estaría subiéndose por las paredes de nervios y angustia. No tenía trabajo, estaba viviendo en el piso de un desconocido por caridad, y su futuro pintaba peor. Sin embargo, estar cerca de Mark y Pasado, le hacía sentirse completa, tranquila y capaz. Pasándose el grueso jersey por el cuello, miró el codo desgastado y deshilachado. No se sentía nerviosa, pero se sentía insegura. Eso era casi peor. No quería decepcionarles, pero tampoco quería que sintieran pena de ella. Odiaba la compasión y esas miradas de «pobrecita», que en verdad, no la ayudaban a nada. No le daban nada, no la llevaban a ningún sitio.

Suspirando, salió al pasillo, Pasado estaba apoyado en la pared. Su corazón se estrujó. Se estaba volviendo más imperfecto, pero eso no menguaba su apacible atractivo. Su revuelto pelo oscuro, sus ojos verdes, su rostro anguloso, ¿tenía un poco de barba? Eso parecía. Decidió que, estaría francamente bien, rozar su mejilla contra esa incipiente barba cosquilleante. Él la miraba entre intrigado, sorprendido y encantado.

—Voy a ducharme —dijo emocionado. En las manos llevaba unas prendas de ropa algo grandes, que supuso Carol, pertenecían a Mark. Pasó por su lado y sus brazos se rozaron. Ella enrojeció, Pasado le guiñó un ojo divertido. Con una mueca regresó a la cocina. Donde Mark, ya duchado, afeitado y más despierto que nunca, bebía café. Ambos desayunaron en un silencio nada incómodo. Era casi como si fuera una mañana idílica, pero ella no pudo evitar interrumpir su calma.

—Siento lo que dije ayer —musitó en un susurro, algo incómoda—. Fui muy egoísta y poco considerada. Porque mi vida sea una desgracia, la tuya no tiene por qué ser idílica. Lamento que te hiciera pasar un mal momento.

—A menudo, en estos casos se dice que podemos volver a empezar —dijo él cruzándose de brazos. Llevaba una camiseta de manga corta y se veían sus tatuajes. Ella los observó fascinada. Eran bonitos, oscuros y atractivos. ¿Qué le pasaba con esos hombres que le parecían tan interesantes? Sin duda tenía que empezar a conocer gente. Llevaba demasiado tiempo sola.

—Encantada, me llamo Carolina Dulcós. Mis amigos me llaman Carol —dijo ella tendiéndole la mano, él se la estrechó con fuerza.

—Encantado, me puedes llamar Mark.

—Me encantan tus tatuajes —dijo Carol, mirándolos fijamente. Pasado entró para servirse café. Su pelo dejaba gotas más oscuras, sobre su camiseta negra de cuello cisne.

—Son horribles. No sé por qué alguien se dejaría hacer algo así en la piel —musitó, sentándose a su lado con una mueca de disgusto, y una gran taza de humeante café.

—Porque me gusta el dolor y el sufrimiento. Alimentan mi corrupta alma —dijo Mark para irritarlo, Pasado puso los ojos en blanco y Carol no pudo evitar soltar una risita—. Es broma, bobo. Pero me encantan los tatuajes. Y, aunque no todos tienen algún significado especial y trascendental, son importantes para mí. Es casi como si hablarán por mí.

—Sobre todo este —dijo Carol tocando un nigiri con alas, Mark puso los ojos en blanco y se cruzó de brazos. Ella quiso picarle de nuevo, pero su seria mirada, la disuadió de persistir. Prefirió cambiar de tema— ¿Estáis listos?

El trayecto a «El Cigüeñal» se le hizo corto. Pasado sentía que se acercaban a una especie desenlace final. Pero, esa vez junto con Mark sonriente y burlón, y Carol hablando por los codos sobre los edificios que les rodeaban; se sentía más que acompañado. No pudo evitar preguntarle cómo es que sabía tanto sobre ellos, y ella se encogió de hombros divertida. Indicó que había estudiado arquitectura, además de un máster en historia del arte, especializado en la misma disciplina. Algo que no le había servido más que para estar enseñando pisos. Pasado se sintió frustrado por ella, pero era difícil pensar que no lo conseguiría. La mirada de Carol relucía de capacidad, de interés y de vida. Aunque no lo creyera, conseguiría lo que fuera. La escuela no había cambiado ni un ápice a cuando ellos estudiaban allí, comentaron ambos. Mark y Carol pasearon por los pasillos, pero a diferencia de otras personas que hablarían de vivencias y recuerdos divertidos, ambos estaban callados y taciturnos. La profesora se alegró de ver a antiguos alumnos, pero tampoco ahondó en los motivos que les llevaban hasta ahí. Finalmente, tras un par de vueltas por la escuela para hacer tiempo, les recibió la directora.

—Es raro que exalumnos vengan a visitarnos, ni siquiera sé cuál es el protocolo adecuado —dijo sonriendo. Era una mujer alta, de huesos fuertes y olor a naftalina. Era mayor, pero no hubieran podido determinar la edad— ¿Qué les trae por la escuela?

—Estamos preparando una reunión de exalumnos y queríamos venir a buscar algunos recuerdos, fotografías y esas cosas para hacer un video —Carol llevaba la voz cantante, y la directora le sonrío con acritud—. Ya imagino que no estarán digitalizadas, pero quizás aún tengan alguna de la clase o de alguna excursión, dónde se pueda ver a todos. No queremos que nadie se sienta excluido.

—Bueno, supongo que tenemos las oficiales que se hacían cada año. ¿Les sirven? —ambos asintieron y la directora se levantó para ir a buscar las antiguas fotografías. Pasado se removió incómodo y cuando regresó, la directora pareció reparar en su presencia y señaló— ¿Por qué no se sienta con sus compañeros?

—Disculpe —dijo tomando asiento al lado de Mark. Aún se sentía incómodo, con que las demás personas, se percatarán de su presencia. La señora abrió la caja sonriente y les pasó las imágenes.

—Promoción del 99. Sólo llevaba dos años en esta escuela como profesora, entonces —Pasado observó a la multitud de niños. Todos serios y algo incómodos, miraban a cámara. Todos llevaban el mismo uniforme. Localizó enseguida a Carol, con dos coletas mirando algo triste, y un poco más arriba Mark con una sonrisa traviesa. Mark señaló a Eric, que miraba hacia atrás. Se sintió algo decepcionado. La directora les fue pasando imagen tras imagen. En casi todas, Eric salía borroso, mirando al fondo o a los zapatos. La mujer, que no era para nada tonta, se fijó en quien buscaban y señaló—: Pobre chico, era muy joven cuando le ocurrió. Fue una verdadera desgracia. Quizá no lo recuerden, al fin y al cabo, eran niños.

—Si le recordamos —dijo Mark. Su voz era algo grave y un timbre más cercano al nerviosismo de lo normal—. Eric era mi amigo, no le he olvidado —lo afirmó más para sí mismo, que para el resto.

—Eric era amigo de todos —dijo la directora apesadumbrada—. Todos le queríais muchísimo, por eso se llevó el tema con tanta delicadeza. Eran otros tiempos. Enfermó tan rápido que ni los médicos sabían bien qué hacer. Su madre venía cada pocos días a recoger los deberes. No quería que se quedará atrás. Pobre mujer, vivió de ilusiones, hasta el último minuto. Y casi, casi consiguió salvarse.

—Entonces, ¿murió? —preguntó Pasado, más por él, que por corroborar la verdad. La mujer perdida en sus recuerdos, se puso un dedo en la barbilla.

—Bueno... la verdad es que nunca lo supe seguro. Un día vino su madre y me dijo que Eric estudiaría en casa por su delicado estado de salud. Al romperse nuestra unión, ya no supe más. Su tío vino a buscarle esa tarde y fue la última vez que lo vimos. Pero... estaba muy enfermo, los médicos decían que no se salvaría —musitó. Les pasó la imagen del último curso al que se suponía que había asistido Eric.

Esa vez la imagen era nítida y clara. Él miraba con una sonrisa franca a la cámara. Los tres abrieron mucho los ojos, la mirada que les devolvía la imagen era... ¿Él mismo? Eran sus ojos. Era inconfundible. No era el color, ni el rostro, ni las arrugas de la sonrisa. No, no era eso. Era la manera de mirar, lo que decían en la mirada. Era él. Es como si se viera en un espejo. Únicamente, que nadie hubiera dicho, que eran el mismo. Ese chico era un niño pequeño, de estructura frágil, piel pálida, con un uniforme demasiado grande. Sus ojos estaban hundidos, y se notaba que estaba cansado. Llevaba una gorra oscura, que obviamente tapaba su escaso cabello. Sonreía con alegría, una alegría que no subía hasta su pensativa mirada. La mirada de alguien más mayor que su rostro, casi como si supiera que, años más tarde, volvería a sostener esa imagen entre sus nuevas manos. Pasado supo que él era ese... ese niño. Quizá lo había sabido desde el principio. Por eso había insistido en buscarse. Lo que era ahora, es lo que él había imaginado, para sí mismo en el futuro. Él era como Eric imaginaba ser de mayor. Alto, sano, robusto, desgarbado, con ojos más profundos e inquietantes. Y al fondo de la imagen, distinguible realmente, apoyado contra el capó de un coche, se veía la figura de Abigor. Él le observaba en la distancia, Pasado cogió las otras fotografías y suspiró. En todas las que aparecía Eric, estaba Abigor.

Pasado no supo cómo habían salido de la escuela, ni siquiera cuando habían emprendido el camino a casa. No era consciente de la conversación, que quizás estuvieran manteniendo sus amigos. Era como si no fuera capaz de sentir nada. Nada más que el reconocimiento de que había existido. De que había sido antes de no ser más que un cuento. Antes de no ser. Que había existido, independientemente, de que ahora existiera. Eso que sabía, creía y pensaba en ese momento, ya existía. Pero era ya inaccesible para quien era ahora. Los recuerdos se empezaban a agolpar contra su mente. Como si su vida, hasta ese instante, hubiera sido un sueño y estuviera despertando. ¿Era posible que hubiera estado tan enfermo que le hubieran inducido a un coma? ¿Había imaginado La Escuela del Cuento, el Aula de la Infelicidad, a sus amigos? Recordaba fragmentos, como un caleidoscopio, mareante y asfixiante. El rostro de su madre Anna María, a sus abuelos columpiarle, un pastel de cumpleaños, sus juguetes favoritos, a Mark jugando a fútbol, la profesora de mates. Recordaba el frío hospital, lo mal que se sentía. El miedo en esas noches solo, cuando su madre no podía estar a su lado. Recordaba la enfermedad y la soledad.

Y le recordaba a él... a su tío Abigor. El extraño tío que le traía inventos, cámaras de fotografías y que le gustaba hacerle reír. Y casi, como si hubiera deseado invocarle, Pasado alzó la mirada para encontrarse de frente, en el portal con él. Ambos como antes, pero diferentes. Ambos... sin ningún atisbo de sombra, en el día frío y soleado.

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