CAPÍTULO 4: El descubrimiento

El piso estaba sumergido en una brumosa oscuridad. Había muebles roídos tapados con sábanas que, en otro tiempo, debían haber sido blancas. Ahora estaban amarillentas de suciedad. Las ventanas estaban tapiadas con cartones, sin embargo, filtraban algún ocasional rayo de luz. El aire olía a humedad, descomposición y suciedad. Motas de polvo e insectos revoloteaban por la penumbra de la estancia. Era en definitiva, algo triste y nauseabundo. Pasado avanzó dos pasos para adentrarse en la extraña opresión de ese lugar abandonado. Mark resopló entrando dentro, para acto seguido maldecir.

—Qué calor hace aquí dentro. Es sofocante —dijo. Se quitó la sudadera que llevaba, dejándola con cuidado colgando del pomo, para que no se ensuciará. Pasado le observó en la mediana oscuridad. Sus brazos estaban marcados y definidos, a pesar de que le había dicho que ya no iba a ningún gimnasio. Mark llevaba una camiseta blanca de manga corta, con el lema «Salvar el planeta», pero había algo extraño. Sus brazos estaban llenos de un extraño patrón, sin ningún pudor, Pasado se acercó y tocó su brazo. Si era otra camiseta, era muy fina. Casi traslúcida. Se notaba su piel y pulso palpitante.

—¿Qué es esto? ¿Otra camisa? —le pellizcó, notando carne cálida en su dedo.

—Son tatuajes —dijo Mark riendo, levantándose la camiseta, le enseño su estómago. No estaba bien definido de abdominales como el suyo. Tenía un poco de barriga. En verdad, era atractivo de una forma desconcertante, algo que Pasado no dejaba de pensar. Tenía el estómago también pintado—. Tengo todo el torso tatuado —señaló, encogiéndose de hombros.

—¿Y eso duele? ¿Quién te obligó a hacerlo? —dijo Pasado, intentando desviar la atención de la sequedad que había rodeado su garganta.

—Nadie me obligó, me gustan. Deja de mirarme así y vamos a echar un vistazo. Me repugna este olor —dijo arrugando la nariz. Sin embargo, la mente de Pasado, seguía algo espesa por la visión de su torso. Una extraña sensación creció en su pecho, y su imaginación, conjuró imágenes de como sería rozar esas zonas de la piel tatuada de Mark. 

Pasado intentó sosegar su respiración y su imaginación, Logró concentrarse en el motivo por el que estaban, en esa especie de piso invernadero, de olor nauseabundo. Ambos revisaron el angosto piso, solamente había un estrecho pasillo que acababa en una tapiada ventana. Ese pasillo conectaba con las dos estancias que acompañaban el lugar. Había una mohosa cocina a la derecha y otra puerta que conducía al abarrotado salón. A la izquierda, solo una puerta que llevaba a una sucia habitación, donde Pasado supuso que estaba el único baño. Mark fue hacia la derecha a revisar el salón y la cocina, mientras él, se adentró en la habitación. El olor era intenso, el catre estaba sucio, tenía algunos grandes parches amarillos. Pasado vio que había muchas botellas tiradas de cualquiera manera por la habitación. Cogió una al azar, era de alcohol barato. La volvió a dejar en el sitio, quizá vagabundos o alguien entraba a ese lugar a beber. Al lado del asqueroso colchón, había un sencillo armario al que habían arrancado casi las puertas, únicamente colgaba una olvidada chaqueta. No tenía nada en los bolsillos, lo único que consiguió fue que revolotearan más polillas. Tampoco encontró nada en la mesita de noche, excepto algunas imágenes pornográficas. Quien viviera aquí, no le estaba causando demasiada simpatía. Aunque quizá ya no fueran suyas.

—¿Has encontrado algo? —le gritó Mark.

—Nada. ¿Y tú? —respondió.

—He enfadado a una familia de cucarachas. ¿Podemos irnos ya? Esto es una pérdida de tiempo. De ese Abigor ya no debe quedar nada —Pasado no contestó y siguió rebuscando. Rehusó entrar en el baño del que salía un hedor horrible, estaba seguro de que no había nada al otro lado de su interés. La puerta estaba cerrada y así la mantuvo. Al lado de esa puerta, había un pequeño y desvencijado escritorio, de una calidad claramente superior al resto de muebles. Era casi como si hubiera sido sacado de un palacio. Quedaba estrafalario. Encima de él, clavados en un corcho, había algunos papeles colgados y amarillentos. La mayoría imposibles de descifrar. Pasado cogió uno al azar. Era una especie de lista con nombres tachados. Solamente había algunos que se podían leer. Nombres como Daniela, Ariadna, Almudena, Martín, Damián. No había apellidos, ni nada que pudiera sugerir una relación. Ni con el anterior habitante, ni entre ellos. El escritorio había sido vaciado a conciencia, por lo que Pasado imaginó que su dueño, la policía o los ladrones, no habría dejado nada atrás que pudiera darle una pista. O, al menos, nada que fuera de valor. Suspiró frustrado, pero a pesar de todo, como en trance, empezó a registrar los cajones. Era extraño que, a pesar de su valor, ese mueble siguiera allí cogiendo polvo.

Encontró una pequeña caja y la abrió. Dentro había unas instantáneas antiguas. No le extrañó que fueran más fotografías. Con cuidado se sentó en la fea y sucia silla. Las observó con detenimiento. En algunas se veía a la pareja de sombrereros, también a Martín con su ajedrez. Algunos vecinos más supuso. Vio otras fotografías de cosas corrientes, como palomas, un parque y un árbol con manzanas. Hablaban de épocas diferentes, quizás felices para la persona que las tomó. ¿Abigor? Eso parecía. Ocultaban algo que no entendía. Un mensaje que para él era desconocido, pero para aquella persona que las guardó, debía significar algo. Las repasó con lentitud y las fue descartando. Sin embargo, había un conjunto de fotografías que eran más extrañas. Pasado sintió un estremecimiento. Ese tal Abigor, parecía un aficionado a coleccionar imágenes. Pasado cogió una al azar, que mostraba a un anciano en la cama de un hospital. El pie rezaba: «Ángel, hospital del Mar, año 1999». Algo en la mirada de ese hombre le recordaba a... ¿Miedo? Pasado negó con la cabeza. Observó una fotografía de dos siamesas, estaban unidas por el torso y miraban con tristeza a la cámara. «Laura y Lorena, hospital del Área sur, año 2001». De nuevo, tuvo la extraña sensación, de que le eran familiares. Una tenía un brillo en la mirada que le recordaba a Angustia y la otra parecía, Paz, del Aula del Sueño. ¿Era eso posible? Con rapidez tiró las fotografías restantes en la mesa. Vio a Desesperanza en una joven sentada en un portal, rezaba: «Támara, prostituta, barrio desconocido, año 2003». Vio a Ausencia, sentada en el banco de un cementerio. Rezaba: «Marina, cementerio del Portal del Ángel, año 1996». Con una arcada observó el último rostro, el pie de foto rezaba: «Dulce, criada en el hogar de Margarita, año 1995». Tristeza le devolvía la mirada en el portal de ese mismo lugar. Pasado se apartó de las fotografías como si le repeliesen. No era el aspecto, tampoco era la forma de sus amigos, pero era su mirada ¿Ellos habían sido de Mundo en otro tiempo? ¿Lo había sido él mismo?

—¿Ocurre algo? Llevo rato llamándote... —Mark observó sorprendido su congestionado rostro y se acercó. Sin mediar palabra compartieron las instantáneas, para él no le decían nada, hasta que llegó al rostro de Tristeza—. ¿Tristeza? ¿Es eso posible? Ella era... ¿Dulce?

—Yo... no... no lo sé —ambos oyeron pasos y voces que ascendían. Pasado cogió el fajo de fotografías y se dispusieron a marcharse. Mark maldijo en alto y cogió su sudadera que se enganchó en el pomo. Salieron al rellano de un portazo, para encontrarse con un hombre calvo, sucio y barrigudo, y a una joven... terriblemente familiar. Carolina agrandó los ojos sorprendidos.

—¿Se puede saber que...? —dijo ella sorprendida, Pasado negó imperceptiblemente, ella señaló recordando su visita—. Disculpa, necesito hablar con mis compañeros... compañero, un momento. Si quiere pase dentro del piso, ya está abierto, lo puede ir revisando. Subiré de aquí unos minutos.

El hombre confundido asintió. Carolina abrió el piso y él se adentró con una mueca de imperceptible disgusto. Carolina se alejó, y Pasado se fijó que el hombre le miraba descaradamente el culo. Pasado siseó molesto al pensar que se iba a quedar sola con ese tipo. Carolina bajó los peldaños a toda prisa y les enfrentó en el portal.

—¿Se puede saber qué hacéis aquí? El otro día me fastidiaste la visita de Jorge Marqués, y hoy de nuevo te encuentro aquí y...

—Disculpa, ¿Carolina? ¿Carolina Dulcós? —preguntó Mark sorprendido.

—Sí, Mark Boiméz, ¿verdad? Ya me dijo que estaba contigo —ella no le dedicó ni un segundo de su furiosa atención, que siguió concentrada en Pasado. Que se encogió de hombros e indicó:

—¿Estás enseñando este piso?

—Sí, bueno, esperaba hacerlo. Pero... ese no es el tema. ¿Por qué estoy dando yo explicaciones? ¿Se puede saber qué haces en cada visita que hago? Me estás siguiendo. El tema es que...

—Carolina, no puedes enseñar ese piso. Creemos que vivió alguien que tiene relación conmigo y con la desaparición de Eric. Alguien que se encarga de coger a gente de... bueno, no sé... estamos averiguando. Quizás haya algo más que... Tengo unas fotografías que lo muestran y... quizá podrías ayudarnos. ¿Por qué no vienes con nosotros y...?

—Claro, no tengo otra cosa que hacer que jugar al Detective Conan. Deja de seguirme —ella subió enfadada hacia el segundo piso. Pasado se quedó algo incómodo, sin saber quién era ese tal Conan. Mark la observó marcharse con una sonrisa irónica en el rostro. Luego, encogiéndose de hombros, salió a la luz del sol. A Pasado las fotografías le dolían en la mano.

—Abigor, creo que deberías llevar cuidado. Tu joven aprendiz está involucrando a un humano de Mundo en esta historia y si descubre algo más... sería peligroso. No queremos que la junta se meta en esto —dijo molesta la directora, mientras sobría de su aguado té.

—Pasado confía en él, ¿qué importa? Lo olvidará —dijo Abigor encogiéndose de hombros. Los humanos olvidaban esas cosas mágicas, era parte de su naturaleza.

—Pero si recuerda, si se involucra y sabe demasiado, uno puede hacer que cien crean, ya sabes como funciona esto. No creo que necesites más de un ayudante Abigor. Ándate con cuidado o se acabará torciendo la cosa. Para ti y para ellos.

—Se me está girando mucho trabajo, harían buen equipo —musitó Abigor sonriendo, le gustaba enfadar a la directora. Era algo que apreciaba de su trabajo. Ella chasqueó la lengua y con un mal gesto le instó a que se marchará, de su despacho y de la Escuela.

Abigor se fue despacio, observó a alguno de los alumnos que había llevado hacía poco tiempo. Ellos ya no le recordaban, ni a él, ni a su pasado como gente de Mundo. Habían despertado en el Umbral y luego, a la Escuela del Cuento. Abigor sonrío satisfecho. Ojalá él pudiera olvidar, olvidar lo que había sido antes, y lo que se había perdido. Al fin y al cabo él, a diferencia de esos cuentos, no estaba en ningún limbo, y sentía. Sentía casi como cuando estaba en Mundo, casi como si fuera real. Únicamente que no envejecía, aunque no vivía realmente. Eso era lo que lo separaba del resto. Quería que su aprendiz viviera un poco, antes de condenarle a su misma existencia. ¿Tal malo era eso?

Pasado y Mark regresaron a casa y volvieron a observar las fotografías. Mark únicamente había conocido a Tristeza, por lo que no podía saber si lo que Pasado le contaba era verdad. Tenía que confiar en él. Era muy extraño, pero estaba seguro de que no le mentía. Ese ser de otro mundo, que venía a traer sabiduría e inspiración al suyo, era real. Lo había dudado. Desde el primer día que lo había visto, supo que no era ningún loco ni fantasma. Pero cuando lo estaba conociendo, estaba seguro de que su imaginación no era tan buena. No sabía decir por qué, pero lo creía de veras. Sin embargo... estaba empezando a dudar de su cordura, y del mundo injusto en el que había vivido. ¿Quién era Pasado en verdad? Fue como él, tiempo atrás, o quizá...

—Tú no estás en estas fotos, ¿verdad? No consigo verte —musitó Mark. Pasado negó con la cabeza. Él tampoco lo creía, quién fuera se había llevado la más importante. La que le haría entender todo esto.

—Ellos ya estaban en la Escuela cuando llegué, quizás es por eso —Mark se levantó y fue a buscar una bebida. Algo que le había contado Pasado es que no necesitaba comer ni beber realmente. No le había visto ir al baño, ni tampoco cambiarse de ropa. Aunque siempre estaba perfecto, etéreo como un ángel. Sin embargo, desde hacía un tiempo le veía diferente. Era muy sutil, pero le parecía percibir que sudaba. Le vio pasarse la mano por el pelo y enmarañarlo. Incluso ese gesto le hacía atractivo. Era raro, a Mark no le habían gustado nunca los tíos. Sin embargo, ese hombre en particular le hacía revolotear algo en su estómago que no sabía definir. Y, no estaba tan cerrado de mente, como para no detenerse a pensar sobre ello. Le atraía, pero no era algo que fuera a pasar. 

—Tío, me muero de sed —dijo Pasado levantándose y quitándose la chaqueta que llevaba. Tenía la ropa algo sucia. Mark le pasó un refresco y Pasado lo bebió con ganas— ¡Qué raro! Yo nunca tengo sed... —él le miró y Mark le sostuvo la mirada.

En ese instante, parecía algo más sólido que antes. Menos mágico y más humano. Sin embargo, seguía pareciendo etéreo e imposiblemente irreal. Ambos se miraron en la pequeña cocina, evaluándose. Pasado volvió a observar sus tatuajes, Mark se sintió incómodo de cómo se le pegaba la camiseta. Intentó despegarla de su piel y parecer tranquilo. Recuperar su estudiada pose indiferente y distante. Se apoyó en la encimera y sonrió despreocupado. Intentaba aparentar normalidad, pero era su corazón lo que latía tan fuerte. Se le había secado la garganta. Y dentro de él, ardía un extraño deseo. El deseo de coger a esa criatura que era Pasado y besarle. Absorber sus suspiros y despejar esa duda de su solidez. No sabía que sentiría si lo agarraba fuerte entre sus brazos, si Pasado se dejaría llevar, o querría imponer su propio peso al de Mark. Pasado apartó la mirada e indicó:

—¿Seguimos con las fotos? —Mark únicamente pudo asentir.

Observaron durante un rato más las fotografías. Había una pareja de ancianos, otros niños, alguna que otra persona en el hospital. Todos tenían un nombre, algún dato de su ubicación y el año. La caja tenía inscrito la fecha de 1995-2005. Todas las fotografías se habían tomado por esa época, por eso las había guardado juntas. Un archivador de recuerdos, ¿de cuentos? ¿De gente de Mundo? Había demasiadas incógnitas. Dentro de la caja, encontraron también un sobre cerrado.

—¿Lo abrimos? — preguntó Mark, Pasado asintió, quizá dentro estuviera la foto de sus ojos y supiera su nombre real. Aunque, ¿quería saberlo de verdad?

Sin embargo, dentro había gruesas fotografías. No eran como las otras. Las tres primeras que sacaron pertenecían al palacete Rialts, el mismo que él había visitado. En una, toda la familia Rialts posaba orgullosa en la finca, supuso que era algún cumpleaños o evento familiar. La fotografía estaba en blanco y negro, pero no se veía muy definida. En otra se veía a unos niños jugando, sonriendo a una cámara con alegría en un jardín. Dos jóvenes muy parecidos, hermanos. Aunque era imposible saber exactamente quienes eran. En otra se veía la parte trasera del hogar, el ventanal desde el cual Francesca, observaba el mundo. Luego, vieron algunas del jardín, de la colonia textil de los Rialts, algunas flores. Pasaron a otras fotografías, donde se veían las calles de la ciudad, y por último, fotografías de «El Cigüeñal». La escuela no había cambiado mucho. Había fotografías del año antes del incendio y de después. Incluso había de una época más actual, Mark reconoció algún profesor. Todas mostraban un relato, pero sentía que le faltaba una pieza. Algo que significará algo para el Sin Sombra.

Las cinco siguientes fotografías fueron las más desconcertantes. En la primera, se veía un bebé llorando, los ojos cerrados en un grito mudo. El pie de foto rezaba: «Hospital General, año 1995». No había nombre. La foto se veía un poco borrosa, casi como si la hubieran tomado rápido, y luego hubieran salido corriendo. Algo le hacía pensar que era una foto robada. En la siguiente había un niño de espaldas, ponía: «El Cigüeñal, año 1999, primer día de escuela». Mark sonrío, ese también había sido su primer día de escuela. Indicó que no había parado de llorar en todo el día. La tercera fotografía mostraba otra vez a un niño en una cama de hospital, el pequeño no miraba la cámara, ya que estaba abriendo un regalo y sonreía. El pie de foto rezaba: «Hospital General, año 2005, enfermedad». Pasado se sorprendió al darse cuenta de que el niño abría como regalo una cámara de fotografía. No era demasiado buena, y vio que era de esas de usar y tirar. Había algo en ella que le dio una sensación de alegría instantánea. Era como si supiera que ese detalle había sido importante para el niño. Pasó la fotografía a Mark que se entretuvo a mirarla. Mientras tanto, él observó las otras dos imágenes. Una era un hormiguero del que salían hormigas en tropel. El pie rezaba: «Primera fotografía hecha por E., año 2006, Escuela El Cigüeñal». Pasado sonrió. Algo en esas hormigas de la fotografía le resultaba extrañamente familiar. Suspiró. La última foto mostraba a un hombre adulto, iba vestido de negro, llevaba un atuendo algo atemporal. Miraba sonriente a la cámara, y tenía arrugas en los ojos. Su pelo era claro, y sus ojos eran de un imposible verde esmeralda. Aguantaba a un niño que le observaba divertido, su rostro vuelto hacia el hombre. Ambos reían. El pie ponía. «Autorretrato, año 2005, antes del hospital». No pudo evitar observar que el hombre no tenía sombra.

—Este es Eric —dijo Mark, cogiendo la fotografía, y poniéndola al lado del chico en la cama del hospital—. Son de antes de estar enfermo, luego se quedó muy delgado y ojeroso. Este es Eric, seguro.

Al girar esas dos últimas fotografías, Pasado vio que tenían algo escrito en la parte de atrás. Las cogío de vuelta. En letras infantiles se leía en la primera de las hormigas. «Los cuentos son como hormigas, hay muchos y diferentes, pero todos trabajan para un mismo fin: vivir». En la siguiente ponía: «El tío Abigor y yo antes de entrar al hospital. Mamá nos ha hecho la foto con la cámara. Estamos muy contentos, aunque tenga que quedarme aquí». Ambos se miraron sorprendidos. Unos golpes en la puerta les despertaron de su ensoñación. Fue Pasado quien se levantó a abrir.

—Yo también puedo seguirte, ¿sabes? —dijo Carolina entrando furiosa al apartamento—. No he tardado ni media hora en descubrir donde vivíais. Que sepáis que la visita me ha ido fatal, por vuestra culpa, y no estoy dispuesta a perder este pequeño empleo

—No hemos hecho nada —dijo Mark levantando las manos.

—Me habéis puesto nerviosa y... he acabado balbuceando una excusa y marchándome. Necesito este trabajo, ¿sabes? —dijo ella mirando a Pasado desafiante, Mark se levantó—. No quiero pasarme la vida limpiando la mugre del bar de mi asqueroso padre. Para que tipos como Mark y tú, os podáis pasar la vida riéndoos de mí. No todos tenemos la suerte de poder asegurarnos un futuro con un piso precioso en el centro y un trabajo...

—Oye, ¿qué te hace presuponer que nuestra vida es perfecta? ¿Y cuándo me he reído de ti? —dijo Mark molesto, ambos se miraron encarándose en el salón y Pasado indicó antes de que Carolina pudiera replicar:

—Creo que lo primero sería ponernos al día y luego compartir desgracias. ¿Os parece?

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top