CAPÍTULO 3: La fotografía

Mark y Pasado se miraron a través de la sala, y el último fue consciente de cómo Mark, se acababa de secar las lágrimas. Sus ojos rojos le interrogaban con preguntas, para las que él, aun no tenía respuesta. Simplemente, Pasado sentía alivio, sobre todo porque Tristeza estuviera dónde debía estar. Pero, también, porque sin su presencia, podía olvidar su origen y su destino. Mark se cruzó de brazos, e incómodo Pasado, desvió la mirada. Parecía que Mark pudiera seguir los derroteros más oscuros de sus pensamientos.

—¿Nos ponemos a ello? —le preguntó Mark.

—¿Tantas ganas tienes de perderme de vista? —dijo Pasado algo molesto, Mark solamente rió— ¿Qué es tan divertido?

—¿No quieres cumplir con tu destino como Tristeza? Ya sabes vivir en tu cuento y todo eso... ¿No temes quedarte para siempre atrapado como Nostalgia?

—Claro, pero aún quiero... seguir descubriendo cosas, es como si no pudiera dejarlo atrás. No me importa tanto mi historia como descubrir lo que pasó. Mark, creo que realmente algo extraño sucedió a tu amigo Eric. Algo que relaciona al Sin Sombra, la Escuela del Cuento y a ti —insistió Pasado muy seguro— ¿No quieres tú averiguarlo?

—Claro que sí, pero siempre me han dicho que no es buena idea remover el pasado —él se encogió de hombros y sonrió pasivo y tranquilo. Fue la primera vez que, Pasado se dio cuenta de que Mark, tenía una coraza tan dura como el metal. Y que él ansiaba destruírla— Quizá tengan razón.

Mark cruzó hasta la cocina y se preparó una taza de café. Pasado se limitó a apoyarse en el umbral y observarle trajinar. Mark era cuidadoso y organizado; se fijó que mantenía todo realmente muy limpio. Si cogía una taza, la limpiaba, a continuación. Lo mismo con todo. Quizá fuera algún tipo de obsesión. Se sentó a la mesa y ambos se observaron con una divertida y pícara mirada. Aquella que comparten dos personas que tienen un secreto. De golpe, Pasado sintió como un pinchazo de nostalgia, pero no sabía de qué. ¿Él tenía recuerdos que añorar? Quizá solo los días pasados en soledad con Mark, bueno, solo el día. 

—Si no quieres ponerte aún con tu cuento, quizá sea bueno empezar por resumir lo que sabemos hasta el momento. Siempre me ayuda escribirlo y organizar las ideas. Al fin y al cabo, resolver un misterio, no debe de ser diferente a escribir una historia —musitó Mark, removiendo el espeso café—. Cuando me siento ante la página en blanco, es como si fuera un investigador. Ese que con sus descubrimientos va desgranando poco a poco, el caso. Únicamente que, en mi situación, son mis palabras las que van revelando el misterio. O, la verdad, a veces.

—¿Qué verdad? —le preguntó Pasado.

—La de mí mismo —respondió Mark—. Esa que me ocultó hasta mí —ambos siguieron en silencio, Mark se puso a escribir en un cuaderno lo que hasta ahora sabían, y Pasado se puso a divagar sin pensar en nada realmente. Mark empezó con la historia más lejana, según él, para seguir una cronología. Redactó la de la joven de «El Cigüeñal», luego la de Francesca, y lo poco que sabían hasta Eric y él mismo. En las últimas líneas, escribió por supuesto su posterior encuentro con Pasado. Eso era todo. A partir de ahí, existían mil bifurcaciones, pero estaban ante un punto muerto. Una encrucijada para la cual no sabían dónde partir. ¿De qué hilo se tira cuando ya todo está tejido?—¿Por dónde deberíamos seguir? —le preguntó Mark.

—Por dónde menos lo esperemos. Todo lo hemos averiguado así, sin querer. Quizá la verdad siempre se esconde, pero no de manera muy acertada, para que puedas descubrirla.

—Esa frase es muy buena. ¿Puedo copiártela? —preguntó Mark. Pasado asintió, sorprendido y feliz. Ilusionado porque Mark quisiera algo suyo.

—No es como si algún día yo fuera a escribir un libro o llevarte a juicio por plagio —le dijo. Mark asintió también, divertido y relajado. Unos golpes en la puerta les separaron abruptamente de la conversación. Un tirón extraño, hizo que Pasado, buscará con la mirada a Mark, que se levantó a abrir. Sin embargo, regresó solo.

—No había nadie, pero han pasado esto bajo la puerta —dijo Mark, mostrándole una fotografía— ¡Qué extraño!

En ella, se veía a dos muchachos sentados frente a una sombrerería. La joven pareja sonreía ajena a la cámara, su mirada perdida en los ojos del otro. Ambos parecían enamorados. El pie de foto rezaba: Julián y Margarita, 1948. Pasado observó con más detalle, la instantánea. Se veían dos cafés a la mesa y un croissant a medio comer. Una tercera persona tomaba una infusión, seguramente la persona que tomaba la foto. Detrás, la sombrerería estaba cerrada. Tras los cristales, aburridos y prácticos sombreros, era todo lo que se veía. Había más gente paseando por la calle, por la ropa parecía ser un día de verano. Pasado giró la fotografía esperando ver algo más, pero nada. Volvió a mirar y entonces, casi sin ver en realidad, vio una extraña figura toda vestida de negro. Entraba en un portal frente a la sombrerería. Destacaba porque era el único que no tenía sombra.

—¿Esta tienda es de por aquí? —preguntó Pasado con un hilo de voz.

—¿La sombrerería? —Mark asintió pensativo y luego dijo, algo divertido— Lleva desde 1936 abierta. El dueño siempre se jacta de decir que sus antepasados eligieron el mejor año para vender sombreros. Aunque, mi padre siempre se quejaba de la pesadez de su historia. Pero decía que era el mejor sitio para comprar. Está a un par de calles más abajo...—la voz de Mark se fue perdiendo, mientras señalaba el cartel con el nombre de la sombrerería. Tal como había indicado Mark, llevaba abierta desde 1936. La sombrerería no quedaba lejos de «El Cigüeñal», ni tampoco del bar dónde estaba Nostalgia. Todo estaba oportunamente cercano. Pasado se levantó decidido, y para nada preocupado, por esa pista caída del cielo. Quién fuera que se la había hecho llegar, no quería que supieran quién era, pero quería que averiguarán la verdad. Quizás, eso fuera la vida real, pero no difería tanto de un cuento. Las cosas debían suceder, como si alguien externo estuviera relatando la jugada. No era una sensación cómoda, pero rara vez la vida lo era. 

Abigor cruzó la calle y se apoyó en la esquina, esperando ver salir a Pasado y Mark. Al fin y al cabo, él mismo había deslizado la fotografía por debajo del marco de la puerta. Luego había llamado para que la encontrarán. Sonrío. Hacía tiempo que esperaba encontrar a alguien para ayudarle en su trabajo. Alguien capaz de realizarlo. Despertar era el primer paso. Sin embargo, averiguar si sería capaz de hacer lo que Abigor hacía, era el segundo. Al fin y al cabo, no todo el mundo valía para perseguir, observar, entender pistas y seguir su instinto. Además, de la soledad.

Una vez un cuento empezaba a despertar, los días dejaban de contar. Pasado no lo sabía, claro. Pero, ya no había un marcador tras él. No había un contrarreloj, que fuera contando los segundos que tardaría en quedarse atrapado para siempre, como Nostalgia. Ni tampoco sería ya devorado por un Devoracuentos enviado para limpiar. Se iría volviendo más sólido, más real. Él ya no era un cuento en sí, era un... bueno, sería lo mismo que Abigor. Si todo salía bien, claro.

Tardaron dos minutos en salir. Les observó bajar calle abajo, sin que ellos se percatarán de su presencia. Siempre le resultaba sorprendente como no eran capaces de ver, a pesar de saber lo que veían. Suspiró. No iba a seguirles. Dejaría que husmearán en uno de sus domicilios. Eso les llevaría a otra pista. Hasta encontrarle cuando él quisiera que lo encontrarán. Abigor se fumó un cigarro y saludó a un joven que le miraba interesado. Luego, sin más, empezó a caminar. Tenía un par de horas, por lo que podía visitar a Francesca, incluso quizá contarle algún nuevo cuento que se inventará.

Encontrar la sombrerería fue muy sencillo. Tal como había indicado Mark, estaba solo a dos calles. El cartel anunciaba que estaba cerrado. Ese día, únicamente abrían por la tarde. Mark resopló hastiado, Pasado se dedicó a observar los edificios. Parecían realmente antiguos, como si esa parte de la ciudad no hubiera sido reformada. Efectivamente, encontró un cartel, que rezaba que sus edificios eran de antes de 1936. Algunos de esos edificios aún tenían cocheras que estaban usando como garajes reformados. Hablaban de épocas pasadas y de un esplendor ya extinguido. Dónde ahora se hacinaban familias completas, en minúsculos pisos, seguramente antes vivía algún burgués de alto copete. Algunas casas tenían placas que rezaban sobre sus antiguos propietarios: comerciantes, industriales, baja nobleza. En verdad, todos ellos olvidados. Así de insignificante era la existencia.

Se colocó en el mismo lugar en que se tomó la fotografía de Julián y Margarita, y ubicó el portal que debía ser. Con sorpresa encontraron que el edificio seguía exactamente igual que en la fotografía. Ese era el mismo portal por el que entraba el Sin Sombra, únicamente que más viejo y desvencijado. Ambos se acercaron para revisarlo. Su estado era aún peor por dentro, aunque estaba claro que habían hecho algún intento de reforma. Simplemente, estaba ruinoso y podrido. Un enorme portón de madera viejo y que olía a desinfectante, estaba abierto. La puerta era antigua, con aquellas mirillas de metal forjado que dejaban pasar el aire. Ambos accedieron al vestíbulo, que olía a lejía y humedad. Había unos antiguos buzones, la mayoría tenía la puerta rota. Otros tenían aún los rótulos de sus propietarios. El vestíbulo daba entrada a una especie de patio interior, del que, de un lateral, surgían algunas puertas cerradas. Del otro, ascendía una angosta escalera que daba paso a los pisos superiores. Estaba claro que algunas gentes aún habitaban el lugar, y miraban de mantenerlo acogedor. Había plantas cuidadas en el patio, y alguna silla desvencijada. Algunas puertas estaban decoradas con felpudos. Como siempre le ocurría, Pasado parecía ver más allá y sin saber, pero sabiéndolo, supo que ese lugar tenía una turbia historia detrás. Por su estructura estaba claro que ese lugar no siempre había sido un edificio herrumbroso de pisos baratos. En su tiempo, aquella había sido una sola y espectacular residencia palaciega. Incluso luego, había vivido gente de alta alcurnia, como en los edificios vecinos, pero no habían querido que se supiera. El nombre de los anteriores propietarios borrado para siempre. Aunque, de eso ya hacía demasiado tiempo, ellos buscaban otra cosa. Observó como Mark miraba los buzones.

—¿Algo interesante? —dijo Pasado a su espalda, Mark se giró entre aburrido y curioso. Una mezcla extraña que hizo que Pasado arqueará una ceja y sonriera de medio lado.

—Muchos llevan bastante tiempo en desuso. Ninguno parece realmente sospechoso —indicó y señalando uno al azar dijo— No creo que esto aporte mucha luz.

—La verdad es que no —dijo Pasado, observando de nuevo aquel viejo y extraño lugar—. Quizás el sombrerero sepa algo más sobre el personaje de la foto —Mark se encogió de hombros, indiferente a pasar el tiempo de esa forma, o de cualquier otra.

Decidieron sentarse en una cafetería cercana a esperar. Él se tomó otro café y un bocadillo, Pasado se limitó a observar. El fotógrafo había elegido ese día al azar para lanzar una fotografía a sus amigos, una instantánea cualquiera. Aunque, quizá, tuviera para él, un significado especial. A pesar del amor de la pareja y la cuidada imagen, nada delataba ningún secreto más allá. Era algo inocente. Dudaba de que fuera el propietario de la fotografía él que se la hubiera hecho llegar. Sin duda, debía haberla perdido hacía tiempo, y quien fuera, la guardaba por otro tema distinto. ¿Quizás alguien que buscaba lo mismo que ellos y había llegado algo más lejos? Esa fotografía podía cambiar su vida para siempre o resultar en nada. Como tantas cosas en la vida. Pasado volvió a mirarla, y se recreó en el olor de ese pasado lejano, aunque cercano a la vez. Mark le sacó de su ensimismamiento, para indicarle que acababan de abrir. Se dirigieron a la sombrerería, entre bromas. La dependienta se notaba que no estaba acostumbrada a muchas visitas. Mark saludó a la joven y preguntó por el dueño, que no tardó en acudir. Olía a colonia y soledad.

—Disculpe que le moleste, aunque estoy encantando de conocerle. Vengo con una petición un tanto extraña —comenzó Mark, Pasado le observó con detenimiento. Mark era realmente atractivo, de facciones dulces, calmadas aunque algo pícaras. Un aleteo extraño le agitó el pecho. El sombrerero no parecía verle, por lo que debía confiar en lo que Mark pudiera inventar—. Verá, no tengo mucha familia y mi tía acaba de fallecer. Entre sus pertenencias encontré un viejo baúl que quizá me ayudé a entender un poco más de mi pasado.

—Lo lamento mucho, espero poder ayudarle. Aunque la verdad es que...

—En él había algunas viejas fotografías —continuó Mark interrumpiendo al señor—, y encontré una que quizá le traiga recuerdos. Que me ayudé a conocer un poco mejor mi pasado.

—Claro, ensénemela —Mark le mostró la fotografía al amable señor que la contempló con ojos vidriosos. Luego sonrío con alegría veraz, y se la mostró a la joven que asintió amablemente.

—Estos son mis padres: Julián y Margarita. Supongo que acababan de heredar la sombrerería por allá el 48. Yo nací en el 52 —indicó—. Mis padres trabajaron toda su vida aquí, junto a mi abuelo Juan Martín. Que en paz descansen ya todos ellos.

—Lo lamento. No quisiera evocarle malos recuerdos.

—No se preocupe, hace ya muchos años, de la pérdida. Y el tiempo va sanando esas heridas que raramente curan, creo que solo las encallece, ¿sabe? —el sombrerero río de su ocurrencia, Mark únicamente sonrió. Sus ojos brillaban, esa también era una gran frase—. Es increíble lo jóvenes que eran. A veces uno olvida que sus padres también fueron niños —sonrío con nostalgia—. Mi padre vivía en aquel entonces, en el piso de encima de la sombrerería, que ahora usamos de almacén. En ese entonces, era un piso con dos habitaciones. Siempre se quejaba del frío que hacía en invierno. Su madre había muerto joven y su padre vivía para el negocio. Por eso no quería separarse de él ni por la noche. Lo abrió en 1936, se puede creer... en plena guerra. Ahora sería impensable. A pesar de ello, les fue bien. Mi padre estudió poco, y se puso a trabajar con el abuelo Juan Martín. A los quince conoció a mi madre —Pasado se percató de cómo el sombrerero miraba hacia el otro lado de la calle, al mismo edificio que habían estado inspeccionando.

—Pregúntale como la conoció —indicó Pasado, cruzándose de brazos.

—¿Cómo se conocieron? —dijo Mark.

—Margarita vivía en esta misma calle, sin embargo, estuvo estudiando siempre en la escuela de monjas. Una muy conocida entonces, ahora ya no enseñan. Sus padres eran muy religiosos, y mi madre no salía mucho. Casualmente, se conocieron un día que nevó, algo que no pasa nunca por aquí. Ambos salieron a ver la nieve. Se enamoraron al instante y seis años después se casaron. Se mudaron a un pequeño apartamento, dos calles más abajo, de los que construyeron nuevos. Dónde un servidor nació y creció como mala hierba. Mis padres trabajaron aquí toda su vida, para estar junto a mi abuelo.

—¿En qué portal vivía su madre? —musitó Pasado.

—¿En qué portal vivía su madre? Si lo recuerda claro... —repitió Mark.

—Claro que me acuerdo, veníamos cada domingo a comer a casa de mis abuelos. Mire justo es este de aquí donde entraba el señor. Ella salió un día de nieve y mi padre la vio justo aquí —dijo el hombre amablemente señalando la esquina, para luego añadir—. En aquella época, esos pisos eran grandes y lujosos. Vivía gente de bien, sabe. Pero quedaron antiguos, como casi todo lo del barrio. Y ahora, solamente viven inmigrantes. Es lo que pasa con todos estos sitios. Algún día, esta vieja sombrerería será una tienda de móviles como el resto, con esos carteles luminosos.

—¿Sabe si queda alguien de entonces que viviera en el edificio o...? —la mirada del viejo resplandeció.

—Sí, aún vive un viejo amigo de mi padre. Se llama Martín, sigue odiando que le traten de señor. Les gustaba quedar para jugar al ajedrez los días de verano en que había poco trabajo. Mi padre cruzaba la calle y se sentaba en el portal. Vive en el 4º A, quizás él recuerde a alguien más del barrio. Le hará gracia ver la foto y está muy solo. Su visita le alegraría.

—Muchas gracias —se despidieron del amable sombrerero que les había abierto la caja de sus recuerdos. Este siguió explicándole a su ayudante cosas sobre sus padres, a la vez que quejándose del nuevo rumbo del barrio. Pasado sintió tristeza, por el amable señor, que estaba viendo como su pasado desaparecía ante sus ojos. Debía ser duro perder lo que recuerdas, incluso sin saberlo. Echar de menos, algo que no sabías que habías perdido, hasta el momento en que te detienes a pensarlo. Mark miró los diferentes nombres en el buzón para localizar el de Martín, luego procedió a tocar el timbre. Un anciano señor les recibió. Iba en bata, olía a orines y enfermedad. El piso estaba ordenado, pero se veía lleno de polvo y algo sucio.

—¿Quién eres? ¿Vienes a robarme? Porque ya no tengo nada. Los cuidadores me roban todo lo de valor. A dónde voy tampoco lo necesito.

—No, disculpe mi descortesía e inoportuna manera de molestarle. Me llamo Mark y ...—dijo en deferencia a Pasado, para luego repensarlo e indicar—, estaba charlando con el sombrerero de enfrente, y me indicó que usted conocía a su padre Julián. Casualmente, he encontrado una fotografía de sus padres entre las pertenencias de un viejo familiar. Quería averiguar de que les conocía y bueno, saber qué relación podía tener con mi familia.

—Pase, cuénteme el resto. A esta edad uno necesita sentarse, o caerá de culo rompiéndose la cadera. Y cuando pierdes la cadera, chico, pierdes la vida. Lo he visto ya varias veces... —Martín entró dentro y, como con el sombrerero, Mark le mostró la fotografía.

El tal Martín parecía enfermo de recuerdos, aunque seguramente fuera otro el mal que le aquejaba. Les contó que había sido amigo de Margarita toda su vida. Ambos vivían en ese edificio, que como todos insistían, había vivido tiempos mejores. Margarita era hija de un hombre de negocios y una buena ama de casa, indicó. Muy religiosos ambos. Murieron jóvenes, poco antes de poderse jubilar y disfrutar de su vejez, Margarita nunca se repuso del todo. El padre de Martín era médico, y por eso él pasaba mucho tiempo solo en su hogar. No tenía amigos porque le consideraban algo raro. Solamente la tenía a ella y cuando Margarita le presentó a Julián, se hicieron amigos de inmediato. Era increíble como habían sido vecinos y, sin embargo, nunca había coincidido con Julián. Los tres pasaron mucho tiempo juntos en su juventud. Martín no era médico; ni tampoco tuvo una profesión ilustre, trabajo de administrativo toda su vida, para desgracia de su padre. Ambos vivieron juntos, hasta su muerte. Martín río amargamente, recordando que su padre decía que el único médico capaz de salvarse, hubiera sido él mismo. Martín dijo que para burlarse de él no paraba de repetirle que si se curaba el cáncer, entonces él sería capaz de acostarse con una mujer. Ambos reían.

—Ahora todos los que viven aquí son extranjeros. Ya no les conozco, no hablamos el mismo idioma —dijo con pesar—. Antes bajaba con mi mesa a jugar al ajedrez, y se sentaba Julián, incluso otros amigos. Pero ahora... temo que me puedan robar las piezas. Ya no quedan amigos, ni buena gente.

—¿Y reconoce al hombre que entraba en el portal? —preguntó Pasado, Mark señaló en la fotografía.

—¿Y sabe quién podía estar ese día entrando en el portal? —Martín cogió la fotografía de nuevo y se la acercó para ver mejor. Sonrío con nostalgia.

—No me había fijado, y eso que yo hice la foto. Este debía de ser Abigor, vestía siempre de negro —musitó—. Tenía un nombre raro, es verdad, pero no era extranjero. No, para nada. Era español de pura cepa como yo. Vivía en la segunda planta en el piso 3º B. Tenía más o menos mi edad, pero era muy reservado. No le gustaba mucho salir por el día, pero algún anochecer venía a vernos jugar al ajedrez o jugaba conmigo. Luego cenábamos, y alguna noche se quedaba. Antes, la gente como yo... bueno, lo tenía difícil. Pero nadie me dijo nunca nada —indicó—. Esto sería poco antes de que se fuera. Fue un día terrible, aún no he podido olvidarlo.

—¿Por qué? —preguntó Mark.

—Abigor no traía nunca amigos, ni tenía familia. Era casi como un fantasma. Todos lo decíamos aquí en el edificio, que era muy raro. Pero no nos importaba, todos tienen algún loco en las trincheras —Martín rió divertido, envenenado de nostalgia—. Abigor daba ese toque mágico y fantasioso a este lugar oscuro que se pudría por momentos, como el mundo. Había muchos rumores sobre él. Decían que era un espía, incluso un ruso. Pero nada de eso era verdad, era desviado como yo, y por eso quizás yo le entendía mejor. No le quería claro, era un buen hombre, y un buen amigo. Aquella mañana, Abigor salió temprano, algo raro en él. Pasó el día fuera, y cuando llegó no se paró a saludarnos. Venía muy serio y me fijé... bueno, hace mucho tiempo, pero creo que me pareció que estaba tan diferente que se había escapado hasta su sombra. Esa noche, se oyeron terribles golpes y carreras. Todos nos quedamos asustados dentro de las casas, con un miedo pegajoso y horrible. Por la mañana la puerta del piso de Abigor estaba arrancada, todas sus escasas pertenencias desperdigadas. No sé por qué el recuerdo de su escasa vida, me pareció tan abrumador y terrible, que no he podido olvidarlo. Aun recuerdo quedarme noches enteras esperando a que vinieran a por mí. Nunca fue así. Eran finales de la dictadura, y esas cosas pasaban si no tenías cuidado, ¿sabes? Luego hacías como que no pasaba nada y así sobrevivías. Filtrándote entre lo podrido.

Martín pareció quedarse marchitado y sin energía, como si sus recuerdos le hubieran devorado por dentro. Sin molestarle más salieron de su hogar. Les pidió que cerraran la puerta y así lo hicieron. Salieron al descuidado patio y vieron a dos niños jugando a la pelota, hablando entre ellos en un idioma que no conocían. Pasado encogiéndose de hombros, subió hasta la tercera planta. Por lo que decía Martín, nadie había vuelto a ocupar el piso del tal Abigor. Quizá, con suerte, pudieran entrar a revisarlo. Los peldaños de la escalera estaban algo pegajosos y olían a orines de gato. Encontraron fácilmente la puerta del 3º B, justamente quedaba perpendicular a la de Martín. Mark observaba a los niños jugar, mientras Pasado tocó el pomo. La puerta se abrió sin dificultad.

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