CAPÍTULO 2: La conexión faltante

Ambos se miraron, con los ojos bien abiertos, debido a la sorpresa. Carol se mordió el labio. Por un extraño instante, Mark pensó en como sería, morderlo él. Sin embargo, únicamente, negó imperceptiblemente. Miró de nuevo los papeles que habían sacado del registro. Su corazonada no había sido errada, había algo más en toda la historia que cuadrar.

—Esto es muy interesante. Creo que... él debería saberlo —Mark notó la vacilación en su voz. A él le pasaba lo mismo. ¿Cómo se llamaba su amigo? Ya no lo recordaba muy bien. Asintió y ella le miró con seriedad añadiendo— ¿Cómo vamos a encontrarle? ¿Cómo se encuentra a alguien que no quiere ser encontrado?

—Sin buscarle en realidad, supongo. Pero... la verdad es que no tengo ninguna idea. Pero creo que quizá... baste con esperar allí donde sabemos que irá.

—¿Y dónde es eso?

—El bar de tu padre. Allí había algo que era importante, pero no recuerdo qué. Creo que irá allí, tarde o temprano.

Eric se levantó y rascó la cabeza. Tenía el pelo demasiado largo. No recordaba haber tenido que ir antes a una peluquería a cortárselo. Pero supuso que lo había hecho y le habría gustado. Llamó para pedir hora. Había cosas que vivía como una primera vez. No había dormido mucho, quizá porque no tenía con qué soñar. Se duchó, arregló y se dispuso a desayunar. Abigor estaba sentado leyendo el periódico. No pudo evitar ver la maleta a sus pies.

—¿Te marchas? —le preguntó Eric, entre extrañado y nervioso.

—Tengo que ir a la Escuela un par de días y visitar a un viejo Mythos que tiene problemas. Nada del otro mundo. Serán un par de días. Quizá tres como mucho. ¿Te las apañarás?

—Supongo —dijo cogiendo la hoja de ruta marcada. Ambos desayunaron en su habitual silencio. Abigor se marchó igual de silencioso y tranquilo. Eric contempló el sol brillante, mientras sorbía su café.

Esos ratos de contemplativa calma eran sus favoritos desde siempre. Bueno, desde la Escuela, claro. De pequeño no sabía si le gustaban esos momentos de calma. Por sus recuerdos imaginaba que no había sido un niño travieso e inquieto. Eric se exprimió el cerebro buscando recuerdos, pero era como pescar en aguas revueltas con sus propias manos, se escapaban de él rápidamente. Estaba seguro de que no había habido nadie más aparte de su madre en su infancia. No recordaba nada de su... ¿padre? ¿Había tenido algo así?Eric se levantó, y cogió el álbum de fotos y recuerdos, que Abigor había guardado para él. Observó las imágenes. Él de bebé, su madre con él en brazos, sus primeros años, sus años de escuela, algunos cumpleaños. No. Nunca había una figura masculina parecida a un padre en la imagen. Tampoco otra persona aparte de su madre y, ocasionalmente, Abigor. Era extraño que siempre hubiera estado tan presente en su vida. No creía que ese fuera el comportamiento habitual de otros Mythos, aunque se interesarán por los futuros cuentos. Ante tal pregunta, Abigor solo había apartado la visita, indicando que era amigo de su madre. Quizás igual que él había tenido a Marc, Abigor había tenido a su madre. Era una cuestión que le carcomía por dentro. ¿Qué interés había tenido en él? ¿En su madre?

Eric cerró el álbum con cuidado, lo guardó y se preparó. Dispuesto a seguir su hoja de ruta. No sabía qué pasaba si no trabajaba, ¿le podían despedir? Le gustaría verles intentarlo. Sonrío cínicamente, y salió a la calle. Ese día, tenía previsto visitar algunos antiguos cuentos que, como Nostalgia, habían quedado anclados entre ambos mundos. Una pena. Debía ser horrible, pero Abigor insistía que era como un día de la marmota, solo que nunca despertarían. No eran conscientes del eterno retorno en el que estaban inmerso. Un estremecimiento recorrió su cuerpo. Alivio, supuso, por no haber acabado así. Eric suspiró y comenzó por el sitio más alejado. En medio de su rutina, iría a cortarse el pelo.

—Entonces, no entres. Le esperaré solo, y luego, iremos a casa —musitó Mark por enésima vez. Ambos, Carol y él, estaban en la esquina de la calle del bar del padre de Carol. Ella se veía nerviosa, crispada y molesta. Pero, seguía tan testaruda como siempre.

—¿Me lo prometes? No me importa entrar, pero seguro que preguntará y...

—Te lo prometo. Ves a casa y espérame —repitió Mark.

—¿Y si no viene en todo el día? ¿Y si mi padre te pregunta por mí? ¿Y si él no se acuerda de ti? —dijo agobiada. Lo estaba poniendo nervioso.

—Ya te he respondido a eso tres veces —dijo Mark exasperado. Carol era buena persona, pero era muy pesada—. Uno, si no viene en todo el día, mañana domingo volveré a insistir. Dos, tu padre no sabe que te conozco. Y, tres, él se acordará. No puede habernos olvidado.

—Pero nosotros le estamos olvidando —insistió ella. Testaruda y preocupada.

—Él es diferente —aunque no sabía por qué. Cruzándose de brazos, Mark le indicó—: Ves a hacer la compra y luego espérame. Te mando algún mensaje con cualquier novedad.

Ella se giró nada convencida, como siempre, buscando tener la última palabra. Mark la observó marcharse y sonrió. Sabía que a los diez pasos, se giraría, para preguntar de nuevo. Y así fue. Él negó con la cabeza riendo. Ella se marchó enfadada. Luego, cuando la vio desaparecer, anduvo hasta el bar y se sentó a esperar. El grasiento hombre le sirvió un refresco, que no se atrevió a beber. Luego se metió tras la barra, para charlar con un parroquiano, igual de sucio y grasiento que él. Tomándose ambos sendas cervezas. Su conversación le llegaba amortiguada, sobretodo por el volumen demasiado alto de la televisión. Desde la mesa veía la calle y la puerta, por lo que lo tendría controlado. Mark sacó su portátil y se puso a escribir. Bueno, a intentarlo mejor dicho. Pero, tras dos insulsas líneas, supo que le sería imposible. Bostezó y siguió fingiendo pasar el rato. Las horas no parecían pasar, y lo que le parecía un plan bastante tranquilo, se le empezó a hacer pesado. Se sentía agobiado, nervioso y crispado. ¿No debería haber venido ya? Eso es lo que pasaba en las películas. Resopló y tamborileó los dedos nervioso en la mesa. Aún tenía esa mente infantil, que creía que las cosas sucedían, fácilmente. Su vida no era una película, y él aparecería si así iba a ser, no por arte de magia. Mark siguió escribiendo, divagando, y luchando contra sus nervios. A la hora de comer, resistiendo todos sus instintos naturales, se levantó para pedir un bocadillo y otro refresco. El dueño del bar le miró como si fuera una cucaracha.

—No me gusta. ¿Qué estás haciendo chaval? Esto no es una biblioteca... —musitó, limpiándose las manos en el sucio delantal y mirándole molesto—. No puedes pasarte el día en la mesa, tengo más clientes —Mark miró el vacío bar significativamente, y añadió con sorna.

—Como veo que está tan concurrido este lugar, si le pago el doble por el bocata, ¿me va a dejar en paz? —el otro tipo río por la contestación. Molesto el dueño del bar, dio un manotazo en la barra.

—Pero, ¿quién te crees que eres, mocoso? Yo ya llevaba este bar cuando tú ibas en pañales. No estamos pasando por la mejor época, pero... eso es porque, la zorra de mi hija, se dedica a echar pestes de mi bar y de mí —Mark no pudo evitarlo y con una larga zancada alargó el brazo y le cogió del cuello de la sucia camisa. El hombre le miró entre sorprendido y divertido— ¿Por qué te has puesto así, polluelo? Es que conoces a mi hija... ¿Es lo que estás esperando todo el día? Vas listo si crees que esa zorra va a aparecer por aquí. Se marchó hace meses con mi dinero, dejándome sin nada más, que este asqueroso bar.

—No vuelva a llamarla jamás zorra. Quizá si se llevó dinero, fuera en parte como indemnización, por trabajar de sol a sol en este agujero inmundo —Mark apretó el puño y el hombre rió.

—¿De qué conoces a la zorra de mi hija? —dijo, un brillo astuto le empañaba la mirada.

—No la conozco —dijo retrocediendo incómodo—, pero ningún padre debería hablar así de...

—La conoces. Eres un mentiroso. Los niños pijos como tú no saben mentir. Si la ves, dile que no me olvidó de mi dinero, y de todo lo que me debe. Y ahora, lárgate de mi bar, y que no te vuelva a ver por aquí —Mark cogió sus cosas, con una mirada de asco y repulsión, hacia ese hombre y ese asqueroso lugar. Se dirigió a un banco cercano desde el que se veía la puerta. Hacía frío, tenía hambre y empezaba a desesperar, pero estaba empecinado en su objetivo.

El sol ya se había puesto, por lo que había refrescado considerablemente. Eric entró en el bar. La punzada de angustia, que acompañaba siempre ese lugar, le atenazó el pecho. Recordaba a Carol, tanto que le dolía. Su padre, aunque nadie lo diría, estaba en la barra hablando molesto con dos parroquianos. Eric se sentó dónde normalmente lo hacía Abigor. El jefe le miró con algo parecido a la alegría:

—¿Lo mismo del otro día, hijo? —Eric solamente asintió. El hombre escupió y sacó brillo al vaso para servirle una cerveza. No iba a tocarla, pero así le daría algo para hacer con las manos— ¿Dónde está el patrón?

—De viaje —indicó él, sin necesidad de mentirle—. Le tengo fuera unos días.

—Dile que cuando vuelva, venga una tarde y miramos esos periódicos viejos, que quería revisar. Los tengo amontonados en la despensa —Eric asintió y siguió distraído, ajeno a los demás. Nostalgia seguía como siempre, todo iba bien. Pasaría un rato más, para no resultar demasiado raro, y luego volvería a casa. Su cerebro conectó con la ardiente conversación continua, solo para pasar el rato. O porque era un cotilla, aunque no lo fuera a admitir—. Así que el imbécil se largó. Venir a darme lecciones de mi hija... será presuntuoso el polluelo.

—¿Y cómo dices que se llamaba? —dijo uno de los parroquianos habituales, bastante borracho.

—No sé su nombre y no se lo pregunté. Ya ves lo que me importa. Solamente se sentó en esa mesa toda la mañana, mirando por la ventana. Era un tío chungo, seguro. Llevaba todos los brazos pintados —una chispa aleteó en su corazón. ¿Mark había ido al bar? ¿Tendrían problemas con él?— Parecía que buscaba a alguien. Problemas seguros. Tenía pinta de haber estado en la cárcel o drogarse. Seguro que iba drogado. Buenas compañías tiene mi hija.

La conversación continuó versando sobre drogas, tatuajes y enfermedades sexuales. Tenía la ligera sospecha, de que la visita de ese extraño y el enfrentamiento por su hija, tenían que ver con Mark. ¿Por qué habría ido hasta allí? Eric se encogió de hombros, pagó y se fue. Andaba distraído, cuando en un portal unas manos tiraron de él. Iba a gritar, pero una fuerte mano le tapó la boca. Eric miró a su captor y se estremeció. Si era de miedo o reconocimiento, no lo supo identificar. Mark le tenía apretujado contra la pared, casi entre un abrazo y una prisión. Algo que no acababa de desagradarle. Eric agrandó los ojos sorprendido, y Mark dijo, cortando sus pensamientos:

—Sé que no es lo más delicado del mundo, pero tengo... tenemos, que hablar contigo. Sé que no quieres hablarnos, ni que seamos amigos, pero nosotros sí y... —Mark le destapó la boca—, te echamos de menos.

—Yo también os echo de menos —dijo Eric, sin poderlo remediar, acabó abrazando con fuerza a Mark, que río quedamente en su oído. Eric se percató de que estaba muy frío— Estás helado. ¿No llevas chaqueta?

—No sabía que tardarías tanto —dijo poniendo los ojos en blanco. Sin más, Eric se quitó su abrigo, y se lo tendió. Él negó haciéndose el duro, pero Eric río divertido.

—Yo no tengo frío. Coge el abrigo, machote —Mark lo hizo, y se lo puso agradecido, aunque le quedaba algo estrecho. Recogió su mochila— ¿Vamos a tu piso? —Mark se giró y le miró con ilusión. Eric no pudo evitar sonreír de medio lado—. Ya me pica la curiosidad de saber, por qué te has peleado con el padre de Carol, y me has esperado en un portal muerto de frío.

—No le digas nada a Carol sobre la pelea —dijo algo nervioso, Eric solamente asintió.

En un cómodo silencio, anduvieron hasta su hogar. Cuando entraron, el aroma de deliciosa sopa, y los pasos apresurados de Carol, les recibieron. Eric la vio abrir los ojos con alegría, y correr para darle un abrazo. Sostenerla entre sus brazos fue cómodo, sencillo y placentero. Había pasado un solo mes, pero parecía haber pasado más tiempo. La miró, llevaba unos tejanos desgastados de tantos lavados, y una gruesa sudadera demasiado ancha para ella. A pesar de todo, estaba preciosa.

—¿De dónde has sacado esa sudadera? —dijo Mark dejando su mochila, quitándose el abrigo, y mirándola inquisitivamente.

—La encontré en tu armario. Te va pequeña, seguro —él rebufó y se sentó a la mesa sirviéndose sopa. Carol sonrío, y le sirvió también un plato a Eric. Los tres comieron en silencio hasta que Carol dijo—: ¿Te lo ha contado ya Mark?

—No. Como siempre, las palabras y explicaciones, no son lo suyo —Mark puso los ojos en blanco y Eric sonrió reclinándose en la silla. Echaba de menos ver sus expresiones exasperadas—. Imagino que es algo realmente importante para secuestrarme.

—¿Secuestrarte? ¿Qué le has hecho, bruto? —dijo Carol, haciendo reír a Eric.

—Yo no soy un bruto. Y ha venido por propia voluntad, es un embustero —Eric sonrió con verdaderas ganas e indicó:

—Me has retenido en contra de mi voluntad. Aún tenía trabajo que hacer —mintió, pero Mark solo negó con la cabeza— Pero, la verdad es que no he puesto resistencia. Os echaba de menos.

—Entonces, ¿podemos ser amigos? —la mirada de Carol refulgía de ilusión, y solo por el tortuoso placer de molestarles, Eric añadió:

—Solo si puedes decirme mi nombre —Eric sabía que no podrían, pero quería enfadarles. No sabía porqué.

—Yo...

—No lo recuerdo, ni ella tampoco —Mark se miraba los puños frustrados—, pero, eso no importa. Recordamos que eras algo así como un algo, y que no eres humano, al cien por cien. Eres nuestro amigo del pasado, Eric. Hemos estado años separados, y nos hemos reencontrado. No importa nada más, ¿no?

—Entonces, únicamente tenéis que recordar llamarme Eric. Y si se os olvida os lo recordaré. De verdad, ¿no os importa nada más de mí? —no sabía por qué, pero necesitaba asegurarse. Asegurarse de que no recordaban nada de la realidad del mundo, y aun así, les parecía justo. Ellos asintieron y Eric sintió que un peso le liberará. Sus amigos le dieron tiempo, cuando vieron que sus ojos se llenaban de lágrimas, que intentaba disimular parpadeando. Quizás Abigor tenía razón y podía intentar llevar una vida medio normal—. Entonces, decidme. ¿Qué necesitáis contarme?

—Cuando investigábamos para recordar tu pasado, Eric, nos topamos con un personaje importante, ¿verdad? Abigor creo que era —dijo Mark, Eric asintió sorprendido de lo que recordaba—. Alguien que tenía estas fotos. Fuimos a un edificio a buscarlas, que olía a pis y había cucarachas. Ese alguien era alguien de tu vida pasada y futura, cómo tu mentor.

—Exacto —susurró Eric.

—Encontramos las fotografías junto con un sobre que conectaba a la familia Rialts, la Escuela y unas fotos tuyas antiguas —dijo Carol emocionada— ¿Lo recuerdas?

—Yo no olvido —musitó Eric impaciente, ¿a dónde querían llegar?

—Pues bien, entonces recuerdas que no acabamos de comprender que relación había entre la familia Rialts, Abigor y tú. Nunca la encontramos en verdad, puesto que pasaron cosas, y te marchaste. Preguntas como, ¿por qué Abigor estaba unido a la familia Rialts? ¿Por qué tú estabas con esas fotografías? ¿Por qué Abigor estaba interesado en ti desde antes de convertirte en... esto? Todo eso no lo supimos nunca —Eric asintió intrigado y las dudas de la mañana regresaron con fuerza—. Bien, nos preguntábamos por qué Abigor había guardado esas fotos de la gente, y que les relacionaba entre ellos —Mark rebuscó unos papeles—. Fuimos al registro, el edificio dónde estuvimos, dónde encontramos la caja, era propiedad de... la familia Rialts —Mark le mostró la imagen de un señor en el hospital, Miedo—. Este señor era el portero del edificio entre el año 1985-1999. Ellas —las niñas siamesas, Eric miró la imagen—, su madre vivió en una habitación alquilada del edificio en el 2001 cuando iban a operar a las niñas. Esta es Marina, vivía en los bajos del edificio. Igual que esta... Dulce, creo, la criada de la mujer del sombrerero —señaló a Tristeza, no hubo sombra de reconocimiento en los ojos de Mark, también la había olvidado—. Todos estos rostros conectan con el edificio y con... la familia Rialts, de una forma u otra.

—¿A qué te refieres? —preguntó sorprendido, por toda la información, que poseía Mark.

—Pues que, por ejemplo, el portero había trabajado como chófer de la señora Rialts. Igual que, Dulce, que formaba parte de su servicio. Marina había sido costurera y remendaba las prendas de la familia. Además, su familia había trabajado en «La Colonial», una colonia textil de la familia Rialts—musitó Mark emocionado—. No es casual que Abigor les buscará. Les buscaba porque tenían que ver con los Rialts, Eric. ¿Que interés podría tener en ellos? ¿Y que significas tú en esta historia?

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