CAPÍTULO 2: Distancia
A la mañana siguiente, Eric y Abigor, se marcharon juntos. Un confundido Mark condujo de vuelta hacia su hogar. Se le hizo extraño despedirse con tanta frialdad, del hombre que hacía que su corazón latiera con ligereza. Sin embargo, los ojos de su amigo y amante, le demostraban que necesitaba tiempo. Algo oscuro y triste se agitaba tras ellos. Algo en lo Mark no podía ayudarle. La lluvia había remitido, y un brillante sol calentaba el suelo, haciendo que el agua se evaporará, de vuelta al cielo. Igual que sus pensamientos y recuerdos sobre Eric, que se empezaron a tornar más borrosos e inexactos. Era algo extraño, pero la preocupación sobre su amigo también le abandonó como un lejano recuerdo. Aparcó olvidando por completo la extraña mirada y despedida de Eric, sintiendo que regresaría cuando estuviera listo.
Cuando llegó a su hogar, se dejó caer en su cama agotado y apesadumbrado, al mismo tiempo. Sus sentimientos eran extraños, confusos, y se escapaban de su mente. Era como intentar atrapar un pez en el agua. Mark giró sobre su cama, se incorporó al notar un extraño cuaderno en su chaqueta. Extrañado, lo abrió. Encontró algunos garabatos y sumas sin sentido, para luego leer algunas frases divertidas. Lo cerró incómodo, intentando recordar cuando había encontrado ese pequeño cuaderno. El nombre escrito le sorprendió, una preciosa idea se despertó en su mente. Como un resorte, se levantó a escribir. Inspirado tras mucho tiempo de silencio.
Cuando llegaron, Eric y Abigor, se encerraron cada uno en su habitación. Ambos necesitaban pensar a solas, sobre sus propios sentimientos, pero también sobre sus dudas. Eric se sentía abrumado. Todo en su vida, últimamente, iba demasiado rápido. Demasiado frenético, demasiado confuso. Estaba cansado de abrir puertas y encontrar más laberintos. No estaba seguro de que se suponía que debía hacer, pero eso no era bueno. La tristeza que le embargaba, no era lo que debía ser. El peso del tiempo, del pasado, del futuro se le hacía demasiado y le devoraba. Finalmente, cuando Eric estuvo convencido de que debía hablar con el que era su tutor y compañero de hogar, salió al salón. Sin embargo, el piso estaba sumido en un frío silencioso y oscuro. No parecía que hubiera más vida en ese lugar que su propia presencia. Observó la calle, donde se había levantado un fuerte viento. Ya empezaba a anochecer. Las farolas eran los únicos puntos de luz cálidos. El paisaje era feo, pero algo de nostalgia y felicidad, chispeó en su corazón. Le gustaban esos días de invierno cuando anochecía a media tarde. Recordó que regresaba del colegio sin deberes, y aprovechaba para ver la televisión, al lado de la estufa.
Se recreó en ese perdido recuerdo y en algunos más recientes. No había querido pensarlo, pero su mente voló hacia Mark. Se habían despedido con frialdad, puesto que, ni él mismo, podía explicarse sus propios sentimientos. Se sentía tan triste y abatido, que no sentía que mereciera la pena comunicarlo. Cerró los ojos fuerte y escuchó el triste sonido del viento. Se estremeció. No supo por qué, pero volvió a mirar a la calle. Una sonrisa se formó en su rostro. Mark y Carol corrían por la acera, con una sonrisa. El viento alborotaba el cabello de Carol, lo que hacía que ella riera sin parar. Mark la atrapó entre sus brazos y ambos rieron divertidos. Eric sintió que su corazón se estrujaba y rompía en el mismo momento. Levantándose tomó una decisión.
Abigor llegó a su frío y solitario hogar. Había salido a comprar algo para comer. Colocó la comida en el refrigerador y calentó un poco de sopa en el microondas. Luego, intentaría hablar con Eric. Aunque no fuera su compañía lo que quería, ni necesitará. Tarde o temprano, debían hablar, e intentar... recuperar, aunque fuera su armonía. Suspirando se quitó el grueso jersey y se fue a coger algo más cómodo. Entró en su dormitorio y miró su cuerpo en el espejo. En vida nunca había sido un hombre fuerte y atractivo, y ahora... su cuerpo estaba bien formado, sin ser musculoso. Era atractivo, incluso era consciente de como los demás le miraban. Con aprecio y deseo. Sin embargo, ahora ya no le importaba. Se observó y se estremeció. Ese era él, aunque ya nada le recordará a la persona que había sido. Ni siquiera cuando estaba con Anna, se había sentido humano y completo. Se puso la camiseta, esta le ajustó a la perfección, molestándole. Ensombreciéndole el ánimo ya de por si oscuro. Despeinado y descalzo, se sentó a comer.
Una hora más tarde, golpeó con los nudillos, la puerta de Eric. El eco fue la única respuesta que obtuvo. Abrió a la oscuridad. Vio la habitación ordenada e inmaculada, algo que él nunca conseguía. Una sola nota ocupaba el lugar. Era una escueta nota de despedida, donde Eric le indicaba que se marchaba. Se iba de viaje un largo tiempo. Le pedía que no le dijera nada a sus amigos si le preguntaban, cosa que ninguno creía que fuera a ocurrir. También que no le buscara. Si le necesitaba ya se lo haría saber. Abigor estrujó la nota entre sus manos y negó con la cabeza, incapaz de descifrar lo que sentía. Luego, se marchó a dormir, intentando mantener sus pensamientos y dudas en el fondo de su mente.
Las horas dieron paso a los días, los días a las semanas, y las semanas a los meses. Eric viajó por toda Europa y parte de Asia. En su viaje, conoció gente y lugares que, únicamente, había podido imaginar. Su atribulada mente, incapaz de entender su futuro; con la distancia de su hogar, había llegado a comprender, y convencerse de que no había nada más que pudiera hacerse. El viaje le había llevado a la aceptación de su destino. Ahora era un Mythos. Tenía tiempo y dinero para todo. Su lugar en el mundo, era un estadio intermedio entre la vida y el sueño eterno. Y si no estaba dispuesto a cruzar, más le valía acostumbrarse. No supo por qué, pero sintió que su cuerpo, igual que su mente, se volvía más maduro y fuerte. Como si renaciera a una vida distinta. Cuando se veía en el espejo ya no era un joven, parecía atemporal. Eric asumió que ya no sería nunca más ese niño enfermo, ni ese cuento inacabado, ni ese inexperto Mythos. Ahora, él era Eric. Y tenía que acabar de descubrirse. Sin embargo, pensar en regresar, le hacía dudar y, por tanto, lo postergaba.
El viaje, no obstante, no le había ayudado a olvidarse de Mark. Al contrario, solamente le hacía buscarle. Incluso en lugares que sabía que nunca iba a poder estar. El año pasó. Con él, pasaron más días, semanas y otro año. Él no envejecía, pero su edad se iba tornando más indefinida para todos. Ya no era un joven, pero tampoco un hombre. Visitó mucho más de Asia, incluso viajó a América y regresó a Europa. Fiel a su palabra, Abigor no le había buscado, ni sabía nada de él. Nadie tampoco le había perseguido para hacer su trabajo, ni le había reclamado nada. Aunque no se engañaba. Sabía que estaba siendo vigilado. Así estuvo dos años, hasta que un día ordinario, le llegó una carta. Ni siquiera sabía cómo, a su hotel de Arabia Saudí. En la misiva, le indicaban que tras dos años y medio de viaje de exploración, su tutor y él mismo, debían hacerse cargo de un nuevo Mythos. En cuanto acabó de leerla, Eric decidió tirar la carta y olvidarse. Pero al día siguiente, una nueva misiva llegó. Y al siguiente, y al siguiente, y al siguiente. Finalmente, tuvo que aceptar que no podría huir eternamente. Debía regresar, y hacer frente a todo aquello que dejó atrás, incluido su trabajo como Mythos.
Durante todo el viaje, se dijo que ahora ya no era un cuento inacabado, una persona inexperta. Era un hombre que había viajado por casi todo el mundo, había visto lo mejor y lo peor, de cada sitio. Había tenido la oportunidad de conocer y experimentar. Había conocido a mucha gente, y disfrutado de muchos placeres insólitos. Sin embargo, todo su valor se desplomó cuando llegó al aeropuerto. En distintos sitios, el rostro de Mark le devolvió el reflejo, acelerando su corazón. Los retratos anunciaban su segunda novela de éxito. Titulada «La sombra del tiempo», era la segunda parte de la trilogía «Pasado». Eric compró la primera novela en la librería del aeropuerto: «El espectro de la ventana». La fotografía de la portada le sobrecogió el corazón. Eric recordaba esa imagen, puesto que la habían encontrado, en la caja de fotografías de Abigor. Era la ventana por la que Francesca veía el mundo. Pasó tres días en el hotel devorando ambas novelas. Cuando cerró la última página, una lágrima cayó por su rostro. Mark había plasmado la historia de la familia Rialts de forma ficticia, para contar la verdad. El libro era maravilloso y ya tenía ganas de releerlo. La protagonista de la primera novela era Francesca, que acababa convertida en espíritu. En la segunda, un joven compraba el hogar de Francesca y descubría su historia, lo que le llevaba, a buscar más información de la familia. A la vez que se enamoraba de ese melancólico y precioso fantasma. Sin embargo, Eric sabía que faltaba la última parte, la historia de Abigor. Suspirando, se levantó y miró la ciudad por la ventana. Habían pasado dos años, ya no podía afectarle igual la presencia de ese hombre. Ya no podían temblarle las rodillas, ni trabársele las palabras, ni sentir el corazón en su boca. Ya no era nadie sin qué contar. Había buscado su propio cuento.
Abigor, leía tranquilamente en el salón, de su nuevo hogar. Había decidido que tras años de vivir en pequeños pisos, alquilar una casa le sentaría bien. Su nuevo hogar contaba con un estudio, un salón y un precioso despacho. Era un hogar antiguo, pero le encantaba. Era grande, pero daba igual, su soledad era la misma en cualquier lugar. El timbre de la puerta le devolvió a la realidad. Dejó el libro de «La sombra del tiempo» y suspiró. Ese hombre había captado la vida y emociones de una forma única. Cuando abrió la puerta, no le sorprendió encontrarse con Eric. Había crecido, cambiado. Se había convertido más en hombre en ese tiempo. Un hombre como él, con una edad indefinida y molesta, pero que le daba tranquilidad y serenidad. Sus ojos se habían vuelto sabios y precavidos.
—Me ha costado encontrarte —dijo Eric a modo de saludo. Abigor se sintió extraño, solo pudo asentir—. ¿Vas a dejarme pasar? —Eric enarcó una ceja, a lo que Abigor se apartó para dejarle entrar. Ninguno de los dos preguntaron sobre la vida del otro, ni el tiempo separados.
—¿Has venido por la citación? —fue lo único que preguntó.
—Así es. ¿Está aquí? —respondió él.
—Aún no ha llegado. La directora me dijo que vendría hoy. Imaginé que tú no tardarías. Es un cuento que ha despertado, pero su Mythos, no se quiere hacer cargo. Visto lo bien que me fue contigo me han asignado su caso —Abigor se encogió de hombros e indicó—: ¿Planeas quedarte para su inserción?
—No puedo huir para siempre —Eric le taladró con la mirada y señaló—: Buscaré un piso la próxima semana, tranquilo.
—Puedes quedarte aquí el tiempo que necesites hasta encontrar un hogar. Hay entradas separadas y es un lugar lo suficiente grande como para que no nos encontremos —Eric asintió, sin necesidad de decir nada más—. No sé qué hice para enfadarte, pero espero que hayas podido perdonarme y encontrar la forma de...
—Sí, ya lo sé. No estaba enfadado contigo. Estaba molesto con... mi vida. He tenido que comprender lo que me ha sucedido y punto —Eric se sentó en el salón y miró la novela con expresión divertida—. Es una historia bonita.
—Es nuestra historia, por eso debo mantenerla vigilada. ¿Has ido a verle? —Eric negó y Abigor no insistió en el tema.
Eso era algo que debía resolver él mismo. Ambos contemplaron el agradable fuego que crepitaba en el hogar, cuando el timbre volvió a resonar. Eric no se levantó, Abigor fue a abrir. La puerta dio paso a una pequeña mujer, con una preciosa cabellera oscura. Aunque vio que había algunas canas entre el espeso y oscuro cabello. Su rostro era redondo, con mejillas sonrosadas del frío. Sus ojos eran vibrantes, oscuros e inquietos. Su sonrisa le formó un hoyuelo en la barbilla y alegró su mirada. Tenía pecas alrededor su nariz y mejillas. El corazón de Abigor dio un sobresalto extraño.
—¿Es usted Abigor? —él asintió. Ella le tendió la mano—. Me llamo Ailén. Encantada de conocerle. Lamento mucho que deba hacerse cargo de alguien que...
—No me trates de usted, por favor. Vamos a ser compañeros y... —empezó. Ella le cortó con un gesto divertido.
—Lo siento, es la costumbre. Es usted mucho mayor que yo... —esa expresión a él le molestó.
—¿Desdicha? —preguntó Eric a su espalda. Ella le devolvió la mirada confundida.
—¿Pasado? —ella corrió a abrazarle. Dejando a un lado a Abigor que se cruzó de brazos—. ¿Se puede saber que... haces aquí? Creía que... habrías cruzado o bueno, ya sabes...
—Es una larga historia —Eric pareció relajarse al encontrarse con una vieja amiga.
Desdicha, no había cruzado cuando sus amigos lo hicieron, tiempo atrás. Ella, junto con Infortunio, Soledad, Injusticia y Fracaso, se habían quedado como alumnos. Eric suponía que, entonces, nuevos alumnos habrían ocupado su puesto. Pero no habría sido igual, ellos habían estado juntos mucho tiempo. Fueron amigos en ese tiempo perdido de su existencia, que no vida. Abigor les preparó café y ambos se pusieron al día. Eric le contó su historia, y así lo hizo Desdicha. Le contó que había ido a Mundo ese verano, pero tras dos días allí, se encontró que su cuerpo cambiaba y despertó. Recordó que había sido una joven llamada Ailén. Su Mtyhos se la había llevado con dieciséis años. Donde se había convertido en Desdicha. Al despertar, ese Mythos no se había querido hacer cargo de ella, por lo que se había quedado sin nada y se había sentido perdida, hasta que Abigor la había acogido.
—Le estoy muy agradecida. No tenía ni idea de que podría hacer o...
—No debes darme las gracias. Es nuestra obligación —Abigor se tomó el café para ocultar su rubor, luego indicó—: Ven te mostraré tu habitación, para que puedas ponerte cómoda. Eric, si quieres... puedo mostrarte tu...
Ambos se levantaron y Abigor les enseño la cocina y el comedor. Luego subieron a la segunda planta, donde tres grandes dormitorios decorados con un gusto exquisito, les esperaban. Ailén eligió el de la izquierda, Eric se quedó con el de la derecha. Lo que llevaba que Abigor y Ailén debieran compartir baño. Algo que no les molestó. Esa noche fueron a cenar, y tras la cena, Eric se marchó a pasear solo. Ailén le observó desaparecer por la calle.
—Siempre ha ido mucho a la suya. Imagino que sigue igual —Abigor asintió, ella le siguió el paso—. ¿Usted también es así? —Abigor volvió a asentir—. Yo no. Me encanta estar con gente y ... Figúrese que en mi otra vida, éramos cinco hermanos. ¿Se lo puede creer? —Ailén parloteaba con alegría de su pasado y de sus hermanos. Abigor solamente asentía sonriendo. Hacía tiempo que no se sentía del todo cómodo con nadie, pero con ella era diferente. Algo en esa bola de energía, le desconcertaba y agradaba por igual. Cuando llegaron a su hogar, Ailén indicó—: Es usted muy callado. Me parece que nos llevaremos bien —Abigor río, algo que hizo que ella se sonrojara. A él no le pasó desapercibido. Distraída, se dirigió al salón. Incapaz de no seguirla, anduvo tras ella. En ese momento, ella acarició el piano con delicadeza y Abigor se estremeció. Tenía sentimientos extraños, llevaba mucho tiempo sin sentir nada parecido—. ¿Toca el piano?
—Sí, y el violín —ella le miró maravillada y asintió. Abigor carraspeó—. ¿Puedo preguntarte algo?
—Siempre —susurró ella muy seria.
—¿Cómo lo llevas tan bien? Normalmente, en fin... yo lo pasé un poco raro. Y Eric ha estado mucho tiempo triste y confundido. No es fácil aceptar que...
—Yo no soy como vosotros, supongo. Me han enseñado a ser feliz —dijo dejándole descolocado. Luego, pasó por su lado y se dirigió a su habitación. Abigor se estremeció confuso. El perfume de ese extraño ser llamado Ailén, inundando su hogar y su mente.
Eric no quería hacerlo, pero lo hizo. Caminó hasta el centro, para, luego, dirigirse hacia el que había sido el hogar de Mark. Él ya no vivía allí, supuso. Sin embargo, los recuerdos de volver, le hacían necesitar redescubrir que no todo había cambiado. Paseó por las calles que habían sido su lugar favorito del mundo, y rememoró su despertar como Mythos. Mark y Carol ya debían haberle olvidado, quizá nunca le recordarán como su amigo. Y quizás, eso fuera lo mejor. Cuando giró, buscando el bar del padre de Carol, se sorprendió. El mugriento y antiguo bar, ya no estaba. Ya no había nada que le recordará que una vez estuvo, excepto Nostalgia que seguía mirando por la ventana, sentada en una extraña escalera. En su lugar, había una librería. Divertido se dirigió, observó por las cristaleras el lugar repleto de libros. Dos dependientes se esforzaban por recolocar las piezas y barrer. Oyó como una puerta lateral se abría y sin darle tiempo a escapar, una conocida voz indicaba:
—¿Eric? —se giró incómodo y sorprendido, Carol le observaba divertida. Llevaba el pelo más largo y recogido en una gruesa trenza—. No lo creo... ¿Dónde te habías metido? Verás cuando se lo diga a Mark.
Corrió a abrazarle y Eric le correspondió. Fue realmente agradable volver a tenerla entre sus brazos. Aspirar el aroma de su perfume. Sentía que el desasosiego y el miedo de esos días desaparecía de su atribulada mente. Como si las piezas volvieran a encajar. Como si regresará al fin a casa, un lugar que creía que no tenía. Carol le enseñó feliz la librería. Mientras, le indicaba que su padre había muerto hacía año y medio. En herencia, le había dejado el local, libre de deudas, aunque lleno de mugre. Mark invirtió casi todas las ganancias de su primer libro en abrir la librería junto ella. Algo que les hizo tremenda ilusión. Juntos crearon el local. Mark había escrito y publicado hacía poco su segundo libro. Ambos libros tenían un lugar de honor en su tienda. Carol le indicó que seguía viviendo en el piso antiguo de Mark y mostrándole una fotografía le presentó a su novio. Le dijo que se llamaba Jorge y que se habían conocido en un evento de una editorial. Fue amor a primera vista, y en tres meses, él se mudaba a su apartamento. Mark por su lado, se había mudado a la casa de su madre. Ella se había vuelto a casar, y quería vivir con su marido viajando por el mundo. Carol le indicó que Mark no tenía pareja, y vivía como un ermitaño. Aunque le mandaba fotos de una gata que había adoptado. Últimamente, hablaban poco, puesto que él trabajaba demasiado.
—Deberías ir a verle. Se alegrará mucho. Te ha echado de menos. Te fuiste... sin más —le dijo ella con mirada triste y perdida. Como si lamentará no recordarlo todo.
—Debía hacerlo —musitó Eric.
—Supongo que sí. A veces, la distancia te da perspectiva. Pero... creo que necesita saber que estás bien, Eric. Ambos sabemos que tu vida no es como la nuestra. Pero no por eso, deberías estar lejos de nosotros.
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