CAPÍTULO 1: Único

Abigor se quedó en silencio, contemplando sus manos. Eric no sabía qué preguntarle, ni cómo preguntarle. ¿Cómo se aborda una cuestión así? No se hace. Al menos, no de ninguna forma correcta. ¿Había insinuado que la amaba? ¿Que eran amigos? Si al menos tuviera contacto visual con él, pero parecía haberse cerrado. Las voces de sus acompañantes se fueron filtrando por las paredes. Mark y Eric se miraron incómodos. Tenían que hacer algo. Iba tomar las riendas del asunto, cuando Mark dijo:

 —Les diré que te has adelantando, ya que no te sentías bien. Cogeremos el coche y regresaremos. ¿Tú has venido en coche? —Abigor murmuró un escueto «si». Mark asintió sin mirarle—. Te esperaré en el hotel hasta que bajes. Tenéis una conversación pendiente y no puede ser con prisas —Mark se dispuso a marcharse, pero Eric le retuvo con una mano. Sin pensarlo, le dio un beso en los labios. Unos labios que sabían a hogar. Luego, Mark desapareció tras la puerta. Eric enfrentó a Abigor que seguía mirándose las manos.

—¿Cuando la conociste? —murmuró Eric molesto ante su silencio. Él levantó la mirada. 

—Era una noche helada. Cogí el último autobús para regresar al centro. Llevaba varios días buscando a un cuento rebelde. Me senté a contemplar como, a pesar de que soplaba, no tenía vaho con el que empañar los cristales. Entonces, ni siquiera la oí, pero fue como si la presintiera y levanté la mirada. Tu madre se sentaba agotada, dos filas delante de mí. Llevaba ropa de trabajo y unas ojeras tan grandes como su rostro. Pensé que no me había visto, pero entonces se giró y me sonrió —Eric no tuvo duda, la mirada de Abigor era clara. Sus ojos denotaban amor. La había querido—. No recuerdo que le dije, pero ella sólo se negó, y se giró para mirar al frente. Cuando el autobús emprendió su marcha, fui consciente de que no podía irme sin saber su nombre. Y... ella me lo dijo. Nos despedimos en la marquesina del centro. Cada uno tiró para un lado.

—¿La perseguiste? —Abigor apartó la mirada— ¿La acosaste?

—Claro que no, ¿por quién me tomas? En mi situación no quería conocer a nadie. En fin... tú sabes a lo que me refiero. No hay nada duradero en nuestra vida, excepto nosotros mismos —musitó Abigor, algo que hizo que le temblarán las rodillas. No había pensado en el futuro con Mark, pero era cierto—. Sin embargo, su sonrisa ocupaba las horas, en que no tenía nada en que pensar. Se filtraba por las rendijas de mi pensamiento. Era como un veneno. Y, no podía pensar en nada más, que en Anna. Hasta que un día, decidí esperar hasta el último autobus con la esperanza de coincidir. Ese día llovía, y también lo hizo los cinco siguientes, que la esperé. El sexto volvía hacer un frío de hierro, y sentado de nuevo, la presentí. Sonriente, esta vez se sentó delante.

—Sin duda, le sienta muy bien —indicó sonrojado—. Si me permite el atrevimiento, ¿dónde trabaja para salir tan tarde?

—¿No es evidente? —indicó señalando su uniforme casi negro. Abigor negó confuso—. Soy auxiliar de enfermería en el Hospital General. Ya ves... no es el mejor trabajo, ni el mejor pagado, pero me da para vivir por mi cuenta y de mi misma. ¿Y usted dónde trabaja que acaba tan tarde...?

—Yo... no trabajo. Vengo a ver a mi madre y me quedó hasta que se duerme—eso enterneció la mirada de ella, y Abigor desvió la vista, culpable por su mentira—. ¿Alguna vez le han dicho que tiene una sonrisa muy bonita?

—Cada día. Mis pacientes no paran de repetirlo —ella río. Abigor sonrió divertido. En su vida, ninguna mujer le había alterado el corazón como ella lo hacía. Pasaron el viaje entero charlando de su trabajo, de sus sueños y de su alegría. Abigor se sentía contagiado por ella. Cuando se despidieron, intercambiaron los teléfonos. 

Esa noche, fue la primera que se durmieron al teléfono hablando. Anna se convirtió en un esencial en su vida. Cuando trabajaba de noche se veían por las tardes para ir a pasear por el centro y a tomar café. Cuando iba de mañana, él la iba a recoger y comían en el centro. Cuando salía tan tarde, él la esperaba con la excusa de su ficticia madre, y hacían el camino juntos. Anna y Abigor se hicieron inseparables. Se lo contaban todo, incluso lo que no se atrevían ni a decirse a si mismos. Sin embargo, ambos eran conscientes de que el monopolio de la conversación siempre lo llevaba Anna, y él solo opinaba. Él se mostraba esquivo sobre su trabajo, sobre su vida, sobre su familia. Y eso, empezó a hacer que ella, no parara de sospechar.

—¿Hoy tampoco trabajas? —dijo, recogiéndola del hospital para ir a comer. Él negó—. ¿Cómo te lo haces para no trabajar nunca y siempre tener dinero? ¿Eres...alguien peligroso? Te mueves en mafias y...

—No, claro que no —dijo él molestándose. Sus continuas preguntas, le hacían sentir culpable. Y queriendo desviar la atención indicó—. ¿Cómo está el paciente de la 364?

—Bien, te puedes creer que...—y ella se enfrascó en contarle cosas sobre su día y la gente que le envolvía. Anna chispeaba cuando bromeaba y se mostraba como era. Siempre era así entre ellos. Anna volvió a la carga cuando indicó—. Si no tienes trabajo, yo puedo ayudarte a buscar algo que...

—Tengo trabajo —indicó Abigor muy serio.

—¿De qué?

—Soy...escritor —dijo sin pensar. Ella le miró sorprendida. Y, él sintiendose culpable, desvió la mirada.

—No te creo —dijo ella divertida y emocionada—. Me encanta leer y los libros. No hay nada mejor que un libro nuevo. Siempre que me siento sola, me refugió en una novela y me olvidó de todo. ¿Conozco algún libro tuyo?

—No lo creo. No soy muy bueno...

—Nunca digas eso. Sabes, nadie sabe si uno es bueno o malo, ya que no puede juzgarse a si mismo. Y otros, tampoco pueden decírselo, porque todo son opiniones subjetivas. ¿Que importa si eres buen o mal escritor? Lo importante es que escribes —musitó, Abigor asintió algo incomprendido. Ella le insistió—. No dejes que nunca nadie te diga que no eres bueno. Esa es solo su opinión.

—De acuerdo —él volvió a sonreír. Luego hablaron de libros, de cuentos e historias. Ese tema le gustaba más. 

Anna se emocionaba por cualquier tema, y se perdía en él. Viajando entre los diferentes espacios de su maravillosa mente, esa que tenía tan cautivado a Abigor. Y así, los días volvieron a pasar. Entre comidas al sol, cafés con lluvia y noches en el autobús. Al año de conocerse, Anna le regaló unas clases de piano. Algo que no sabía que acabaría gustándole tanto. Decía que tocar el piano hacía para su manos. Acertó. A pesar de su amistad,y el aprecio que sentía Abigor por ella, guardaba continuamente las distancias. No podían ir a su casa, él tampoco a la suya. Y, nunca jamás, dio un paso para entablar algo más allá. A pesar de estar locamente enamorado de ella.

Fue en el momento menos esperado, pero el más oportuno, que llegó Miguel. Un joven aprendiz de médico, que quedó prendado con Anna. Este la invitaba continuamente a una cita que ella se negaba a aceptar. ¿Porqué? Su mente no lo tenía tan claro, pero quizá... su corazón creyera que era por Abigor. Sin embargo, tras un año esperando, estaba claro que él sólo la veía como una amiga. Finalmente, aceptó la cita y la disfrutó. Miguel era un hombre interesante, inteligente y carismático. Tras un par de citas más, decidió que era momento de presentarle a Abigor, su mejor amigo. 

—No puede ser —dijo él, mirándola fijamente—. No puedo conocerle.

—Pero, ¿porqué no? Es un amigo mío y me gustaría que... pudiera conocer al maravilloso escritor y pianista del que siempre le hablo —musitó molesta Anna, pero Abigor no podía desvelarle la verdad. Al menos, no sin traicionar su existencia.

—Creo que lo mejor sería... que.... dejáramos de vernos —musitó él. Ella le miró confundida. Ese día fue la primera, y última vez, que discutieron. Rompiendo el corazón de ambos, Abigor tuvo que separarse para siempre de su única fuente de felicidad. Enfadada como nunca en su vida, ella miraba de insistir, pero al final claudicó. Quedaron en separarse en buenos términos.

—Me alegra haberte conocido, Abigor. Eres una persona única —musitó marchándose. 

Abigor nunca se había considerado único. Pero esa palabra, que en otros términos podría haber supuesto un halago, solo supuso un clavo en su corazón. Único. No había nadie más para él. La soledad le embargó en esa absurda palabra. Le llenó el corazón de un peso extraño, casi como si fuera la primera vez que lo sintiera. Él era algo al margen, ajeno al resto de cosas y personas que existían. Único y solo.

—Entonces, ¿sólo fuisteis amigos? —murmuró Eric. Abigor asintió— Pero si os separasteis.. ¿porqué luego volviste?

—Tu madre acababa de tenerte y... me pidió ayuda. Habíamos sido amigos, y jamás, me hubiera negado —Abigor le miró y Eric vio que ocultaba sus emociones hasta el punto de ser irreconocibles—. Miguel la había dejado y no supo a quién acudir. No me importaba cuidarte. Tu también eras alguien especial.

—¿Único? —Abigor negó y señaló:

—En ese entonces no —ambos sabían la verdad. Ahora sí. Estaba tan solo como él. ¿A quien quería engañar? Pensó en los días pasados con Mark y molesto salió. Fuera volvía a llover con fuerza y se le empapó la ropa. Abigor le detuvo—. ¿Dónde vas? —Eric no se molestó en mirarle. Abigor salió tras él y le siguió. Cuando se dio cuenta de sus intenciones le insistió—. Cojamos el coche. 

—Yo nunca te pedí esto —gritó molesto Eric bajo la lluvia— Yo no te pedí ser como tú. ¿Porque lo hiciste? ¿Porque me castigaste así?

—No te estoy castigando... —susurró.

—Sí, lo haces. Esto no es vida. No necesito comer, ni dormir. Estoy vivo, pero no realmente vivo. La gente me ve y me oye, pero... me olvidan como si fuera bruma. ¿Que vida es esta si no puedo compartirla con la persona que amo?

—La vida nunca es justa, ni feliz. No da nada bueno. ¿Crees que yo pedí esto? —preguntó Abigor.

—Entonces, ¿porqué vivir? —le gritó Eric.

—Porque la alternativa es la nada desconocida. A todos nos da miedo —musitó Abigor. Dirigiéndose al coche enfadado. A regañadientes Eric le siguió— Si tanto lo anhelas, hazlo y cruza. Pero... que sepas que nadie lo hace. Todos siguen. ¿Quieres cambiar la vida por nada? —ambos guardaron silencio molestos y tensos. Abigor condujo por el aguacero. Cuando llegó al hotel reservó una habitación y le dejó solo en recepción. Empapado y cabreado, Eric subió hasta la que era su habitación. Mark miraba por la ventana la lluvia. En cuanto lo vio, se levantó, y acercó preocupado.

—Estaba angustiado. No sabía que pasaba.

—Está todo bien —mintió molesto—. Abigor es un tío raruno. Solo eso.

—Anda quítate eso —dijo Mark despegando su ropa empapada del cuerpo helado.

Algo que él no notaba. Aunque si notó las ardientes manos de Mark recorriendo su cuerpo. Anhelante y febril, cansado de sentirse nada y menos, le agarró fuerte entre sus manos y le besó. Eric se recreó en ese beso. Tirándole sobre la cama, aún con los pantalones empapados, le tentó, le rogó, lo pidió y Mark sucumbió. Tras dos horas de maravilloso sexo, bajaron a cenar con un taciturno Abigor, que no compartió sus pensamientos. Ya en la habitación, hablaron. Eric le contó todo lo que sabía. Mark opinió. Y, entre su conversación amortiguada, se quedaron dormidos agotados. 

Al otro lado, Abigor en su habitación, sacó una foto de su cartera. En ella, se veía a Anna y Eric. Él era un bebé y se estaba intentado alejar de su madre; que sonriente, señalaba a camára. A él. Un extraño escalofrío recorrió su cuerpo y Abigor volvió a observar esos ojos que tanto echaba de menos. Unas lágrimas se escaparon y corrieron por su rostro.

Nunca pensaba en que la vida fuera horrible, no en serio, al menos. Pero, si hubiera podido elegir, sin duda no habría elegido eso. Habría elegido encontrarla antes. Si el mundo fuera justo, ella hubiera aparecido en su vida, cuando estaba vivo y la necesitaba. Ella hubiera dado sentido a su miserable existencia humana. Como lo había dado a su existencia como Mythos. Pero, ya nada de eso importaba, ya no importaba pensar en el «y si», porque nada iba a cambiar. Tumbándose, en el frío y solo colchón, la palabra «único», volvió a golpearle. Volvió a instalarse como un peso en el centro de su pecho y sintió que se ahogaba un poco. Ser único no era nada bueno. 

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