Capítulo 7: Toda la noche
Para su desgracia, o para sus memorias, Marinette había tenido muchas noches noches tormentosas en su vida. Algunas habían sido muy complicadas, otras aterradoras. Podía recordar aquella vez que su vestido se rompió irreparablemente la noche antes de ponerlo a desfilar para el certamen y tuvo que pasarse la noche en vela cosiendo, hilando y cortando sin parar; la vez que Hawk Moth estuvo a punto de robar la caja de prodigios ante sus propias narices; o cuando Alya y ella se habían ido de acampada, perdidas en medio de la nada y sin apenas cobertura, y Alya se había puesto tan enferma que no había parado de vomitar en toda la noche. Marinette apenas pudo ayudarla, limpiándole la frente, aplicándole paños fríos en el cuello, recogiéndole el pelo y susurrándole frases de aliento. No podían salir de allí, habían instalado la tienda cerca de un acantilado para poder ver las estrellas y el coche estaba demasiado lejos. No podían ir a oscuras. Marinette había tenido que cargar a Alya a caballito nada más amaneció, con la bilis y el agua que Alya era incapaz de retener en su estómago manchándole la camiseta húmeda de sudor, sufriendo cada paso hasta el coche y luego el trayecto a Urgencias.
También las había habido muy, muy tristes, y de esas lamentablemente había muchas y varias aún las arrastraba consigo. Como la noche en la que Luka y ella discutieron hasta las lágrimas, sabiendo que se iban a romper a sí mismos si seguían forzando aquella máquina que intentaban llamar amor, pero a la que le faltaban piezas. Cuando ambos firmaron los papeles del divorcio, se abrazaron y lloraron hasta que se quedaron dormidos. Aunque su matrimonio había surgido malamente en aquella locura de fiesta, lo habían intentado, habían querido ponerle nombre a esa extraña conexión que habían tenido desde adolescentes, esperando un resultado digno de una comedia romántica. A la mañana siguiente, Luka le regaló su anillo con la espera de que su corazón encontrara lo que estaba buscando.
La más contradictoria quizás había sido la noche en la que derrotaron a Hawk Moth. Aquel debería haber sido un momento histórico, feliz, pero, aunque se habían quedado grabados en la historia los hechos de aquel día, desde luego no eran un buen recuerdo. La verdadera identidad de Hawk Moth, el secreto de Emilie Agreste, verla allí, congelada en el tiempo; y Adrien, por todos los prodigios, Adrien... Lo vio romperse frente a ella incluso antes de que fuera capaz de pronunciar palabra, soltar una lágrima o de respirar siguiera. Se desgarró en jirones irreconocibles y, al igual que aquel vestido, Marinette temió que el corazón de Adrien fuera irreparable.
Marinette tomó la mano de Adrien, quien descansaba profundamente en su cama de hospital. La habitación estaba en silencio, apenas llena por el pitido constante de los monitores y sus respiraciones. Tuvo mucho cuidado, justo la mano que había sujeto era la que tenía una vía conectada en la flexión interna del codo. La bolsa estaba casi vacía, no sabía si tendría que llamar a la enfermera para que la cambiara o no.
Se había equivocado, o eso había pensado al verle seguir con sus estudios mientras retomaba la firma de su padre y luchaba por mantener lo bueno que sus padres habían dejado en el mundo. No fue hasta esa noche que se dio cuenta de cuánto había errado. Sí, Adrien estaba intentando salir de aquello, curarse, ser mejor persona y encontrarse a sí mismo. Pero ahora podía ver finalmente que los jirones de su corazón no habían vuelto a su estado anterior como por arte de magia. Era probable que jamás lo hicieran. En su lugar, había muchas costuras. Algunas eran muy detalladas, hechas con mimo y cuidado, sanas para su alma. Pero había otras mal cosidas, con el hilo estirado con demasiada fuerza y donde no debía, apretándole y haciéndole aún más daño en lugar de ayudarle a sanar.
—Adrien... —suspiró su nombre, entristecida.
Aquella noche definitivamente iba a la lista de las complicadas, las aterradoras y las deprimentes. Y esperaba que poder pasar todas esas horas cuidándole aliviaran un poco el miedo en su corazón.
Alya había insistido en mandarla a casa, que Adrien ya estaba bajo control, que necesitaba dormir... Pero al final había sido ella la que les había dado una patada en el trasero a Nino y a Alya para que volvieran a casa, aunque no les hiciera ninguna gracia. Solo uno podía quedarse a cuidarle de todas formas y tanto Alya como Nino tenían un trabajo en el que fichar por la mañana. Ella... Ella podía permitirse un par de días más sin pisar el taller.
Marinette cerró los ojos. Los tenía irritados de llorar y de no dormir. Los presionó con el dorso de la mano libre a la espera de que la presión apaciguara un poco el dolor, aunque no fue así. Tuvo que controlarse para no romper a llorar de nuevo.
—¿Marinette? —la llamó Adrien con voz trémula y rasposa.
Se quitó la mano de la cara y, por instinto, apretó aún más la mano de Adrien.
—Adrien... —suspiró Marinette—. Estás despierto...
—¿Qué ha pasado? —preguntó confundido, observando el entorno que se le hacía desconocido.
—Estás en el hospital, tienes una úlcera sangrante...
—Espera, espera —Adrien intentó incorporarse, pero el esfuerzo le hizo soltar un quejido de dolor.
—No te muevas —Marinette se levantó del asiento, preocupada, pero aún así no le soltó.
—No lo entiendo, ¿cómo es que estoy aquí?
—Me extrañó tener tantas llamadas perdidas tuyas, y no hablemos de aquellos mensajes tuyos pidiendo ayuda —le explicó Marinette, nerviosa—. Menos mal que pude acercarme y llamar a la ambulancia.
—Oh, vaya... Oh —susurró Adrien, sin saber qué más decir—. Gracias, Marinette. La verdad es que no me acuerdo mucho de lo que pasó.
—¿Qué es lo último que recuerdas?
—Me encontraba mal, mareado, me costaba pensar y me dolía mucho—relató Adrien frunciendo el ceño—, recuerdo vomitar sangre en el dormitorio y luego ir al baño, pero... No me acuerdo de nada más.
—Quizás del golpe —comentó Marinette—, te diste un buen porrazo al desmayarte. La doctora me comentó que también te han hecho pruebas en la columna y en el cráneo. Al parecer la cabeza no sufrió daños, aunque tu hombro va a necesitar unas vacaciones.
Adrien suspiró...
—¿Dijo algo más?
—Pues eso, que tenías una úlcera sangrante, seguramente debido al uso indiscriminado de antiinflamatorios y antidepresivos.
Adrien suspiró de nuevo, hundiéndose en la almohada.
—Nino tuvo que ir corriendo a tu apartamento a buscar los datos de tu psiquiatra para que se pusiera en contacto con el hospital e informarles de tu caso, para definir tu tratamiento.
Ambos se quedaron inmersos en un incómodo silencio. Fue el turno de Marinette de suspirar.
—¿Pero qué estoy haciendo? —se preguntó Marinette en voz alta—. Tengo que llamar a la enfermera, avisar de que estás despierto.
Marinette iba a levantarse para pulsar el botón rojo junto a la cama, pero Adrien la detuvo.
—Espera, Marinette, un momento —le pidió Adrien con voz pausada y cansada, logrando que se sentara de nuevo—. Yo, aún no entiendo muy bien lo que está pasando, pero gracias. Gracias por socorrerme y gracias por estar esta noche aquí conmigo.
En ese momento Adrien fue consciente de que sus manos permanecían entrelazadas, así que la apretó un poco en un gesto de cariño.
—Adrien... Yo, mira, sé que no he sido la mejor de las amigas últimamente. No he estado a tu lado cuando realmente lo necesitabas y no sabes cuánto lo lamento, pero no quiero que pienses que estás solo. Jamás. Sea lo que sea que los médicos y tu psiquiatra decidan como tu tratamiento, sea lo que sea que necesites... Voy a estar a tu lado, apoyándote y ayudándote.
—¿No te asusta? ¿Qué esté yendo a un loquero?
—¿Por qué iba a asustarme? Y no deberías llamarlo así, deberías saberlo bien si estás yendo. Si vas a un cardiólogo cuando tienes problemas del corazón y te tomas las pastillas que te receta si tienes colesterol, ¿por qué iba a ser menos importante tu salud mental? Solo... Hagámoslo bien, ¿vale? Con la ayuda de los que saben del tema.
Adrien asintió, aunque el gesto se le hizo un poco vago a Marinette. No sabía si estaba de acuerdo con ella o solo dándole la razón para que dejara el tema.
—No volveré a alejarme Adrien, lo prometo —aseguró Marinette, alzando ligeramente sus manos entrelazadas.
—Marinette, lo sé... —contestó Adrien con una sonrisa tranquilizadora—. Siempre lo he sabido. No importa lo lejos que estés, si discutimos o si no sabemos decirnos las cosas. Tú eres parte de mi familia, la familia que he elegido, Marinette, y nada cambiará eso.
Marinette apretó los labios intentando contener las lágrimas. Sin saber qué más hacer, besó los nudillos de Adrien y apoyó la frente durante un segundo en sus manos entrelazadas. Pestañeó con fuerza, tratando de recobrar la calma, aunque los latidos frenéticos de su corazón lo hacían tarea imposible.
—Bueno, ¿ahora sí me dejas llamar a la enfermera? —preguntó Marinette con una sonrisa—. ¿O prefieres pasar toda la noche de charleta y que mañana me echen la bronca?
Con una sonrisa, Adrien la liberó de su agarre. Marinette se levantó y apretó el botón rojo.
Domingo, 7 de marzo de 2021
¡Hola a todos, lindas flores!
¿Ya se les pasó el susto? Creo que tenía a más de uno con el culo encogido en el asiento gracias a los últimos capítulos jajajajajajaja. Creo que ha quedado claro en el capítulo de hoy, pero por si acaso lo recalco aquí. La salud mental es, aunque suene redundante, una parte de nuestra salud. Es tan importante como tener vigilado nuestro corazón, nuestros pulmones, si hay alguna alteración de las mamas o un esguince. Por poner ejemplos. Y un deterioro de la salud mental puede repercutir en consecuencias físicas también. Así que cuídense mucho, ¿vale? No infravaloremos nuestros problemas y nuestra salud por estereotipos o porque no los comprendamos. Saber escucharnos a nosotros mismos y saber pedir ayuda es importante.
Con esto y un bizcocho, ¡nos leemos mañana!
Los lectores, al darse cuenta de que han salido de esta, pero que solo vamos por el capítulo 7 del reto.
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