Capítulo 5: Prodigio del gato
Cuando Marinette llegó finalmente a su pequeño y cálido apartamento, estaba molida. No, en realidad molida no era la palabra adecuada. Sus huesos se sentían aún más finos y débiles que la propia harina. Sería más lógico pensar que se había convertido en una enorme masa gelatinosa incapaz de mantenerse erguida y sin temblar estando de pie.
Detestaba los vuelos largos, pero odiaba muchísimo más los vuelos largos con escalas. Cerró la puerta con el talón y dejó la maleta en la misma entrada. Fue como un zombie hasta su sofá y se sentó soltando un quejido de cansancio y confort.
Se quitó la pulsera de la muñeca y la dejó suavemente sobre el sofá. La caja de prodigios recuperó su tamaño normal mientras ella se quitaba las deportivas. Inspiró hondo, sintiendo toda la energía mágica regresar a ella. Estiró las manos y las piernas haciendo crujir sus articulaciones antes de dejarse caer nuevamente entre los mullidos y coloridos cojines. Tener que estar pendiente todo el tiempo de que el hechizo de camuflaje de la caja se mantuviera activo también era un terrible dolor de cabeza. Pero era un sacrificio que, como guardiana, debía tomar. Por muy agotador o pesado que fuera, no podía pedirle ayuda a nadie más.
Tikki salió volando del bolso que aún cargaba, sabiendo que ya no había peligro de ser descubierta. Admiró a Marinette con pena, pero no dijo nada.
Dudaba mucho que pudiera moverse de aquel sofá esa noche. Le importó muy poco la ropa, las trenzas o que necesitaba urgentemente una ducha y cepillarse los dientes para quitarse la peste del avión y la comida rápida del aeropuerto. Le pesaban demasiado los ojos para pensar en nada más que dormir.
Tikki tiró de la manta de ganchillo que había en el respaldo del sofá y observó a Marinette acurrucarse bajo su cálido peso. Iba a volar a la cocina en busca que una de sus galletas porque, a diferencia de Marinette, ella sí estaba lo suficientemente despierta para tener hambre, cuando un estrépito contra la ventana del pequeño balcón las sobresaltó.
— Tikki, ¿qué...? —murmuró Marinette, soñolienta.
—Espera, voy a ver —dijo Tikki, volando hacia la puerta de cristal.
El aporreo era constante y frenético, aterrorizado. Marinette se irguió en el sofá, quitándose la manta de encima, con todos los sentidos alerta. Pero fue Tikki la primera que habló al reconocer al causante.
—¿¡Plagg!?
Ladybug recorrió los tejados de París a toda velocidad. La cuerda de su yoyó ardía contra su piel, aún con el traje de por medio, pero era imposible que redujera la velocidad. Plagg volaba a su lado como un cometa en llamas, demasiado atraído por la gravedad como para detener su impulso. Y era imposible no imitarle, no con el mismo miedo atenazándoles las entrañas.
—¡CHAT! ¡CHAT ESTÁ HERIDO! —había gritado Plagg al borde de las lágrimas, apenas con el dominio suficiente sobre sí mismo para guiarla a salvar a su amigo.
Jamás se le había hecho París tan interminable, tan laberíntico ni tan complicado. En realidad quién se sabía siempre los mejores atajos era Chat. Marinette hizo el esfuerzo por tragarse las lágrimas, o al menos de ocultarlas. No podía dejar que los ciudadanos vieran a Ladybug llorar. Se asustarían, temiendo lo peor. Aunque ese fue apenas una reflexión fugaz en su cabeza llena de responsabilidad. Todos sus pensamientos estaban en su compañero.
Cuando encontró su edificio casi gruñó de impaciencia, pero logró aterrizar sigilosamente en su enorme balcón. Plagg entró a toda velocidad en el apartamento, guiándole por donde ir mientras gritaba el nombre de su compañero.
Marinette tomó la cinta que mantenía junta una de las cortinas, preparándose para taparse los ojos de ser necesario. Ella sabía desde hacía mucho tiempo la identidad de su compañero. Había sido un duro golpe, pero también su deber como guardiana. Razón de más por las que se había visto obligada a poner distancia entre los dos durante su lucha contra Hawk Moth. Por primera vez en su vida había estado realmente enfadada con el Maestro Fu, con lo que parecía un juego cruel, pero se lo había callado y guardado porque había aprendido perfectamente lo que suponía ser un guardián. A las malas, pero era un trago que había tenido que tomar. Como una medicina amarga que había erradicado cualquier pensamiento egoísta en su interior, pero también se había llevado un pedazo de ella.
Pero Adrien no tenía por qué saber su identidad y si era consciente de que ella conocía la suya, insistiría en conocer la verdad. No podía arriesgarse. No podía arriesgarlo a él. Moriría antes de permitirlo.
—¿Chat? —lo llamó Ladybug, intentando controlar el temblor de su voz—. Chat, soy yo, Ladybug, he venido a ayudarte.
No recibió respuesta y eso solo hizo que el miedo congelara sus venas. Se acercó a la puerta por la que se había colado Plagg y se tapó los ojos con la venda improvisada.
—Chat, voy a entrar.
Abrió la puerta, esperando una exclamación alarmada de Chat, que proclamara su trasformación o que la echara de allí, pero no fue así.
—¡Puedes quitarte la venda! —exclamó Plagg—. ¡Está inconsciente!
Con temor, pero con el miedo taladrándole el pecho, se quitó la venda de los ojos y pudo observar la habitación. Estaban en el cuarto de baño y, tirado en el suelo...
—¡Adrien!
Se arrodilló frente a él, atemorizada al ver su piel cenicienta y la sangre en los labios. También tenía sangre en las manos, con la que había manchado el lavamanos, el suelo y la alfombra.
—Por todos los prodigios... —susurró Ladybug, aterrada—. ¡Plagg! ¿¡Qué ha pasado aquí!?
—¡Ya te he dicho que no lo sé! ¡Empezó a toser como un loco y cuando fue al baño se desmayó!
—Esto no puede arreglarlo ningún prodigio, necesitamos un médico. ¡Tenemos que llamar a Urgencias!
Estuvo a punto de salir corriendo a por el teléfono, pero Plagg la detuvo.
—No puedes hacer eso.
—¿Cómo que no?
—¿Cómo vas a explicar que Ladybug esté en la casa de Adrien Agreste?
—Cómo...
—¡Piensa un poco! Esto no parece que ustedes hubieran estado tomando unas pastas, ¡Adrien está fatal! Hay quien puede pensar que se la tenías jurada.
—No...
—O que él te atrajo aquí para conseguir venganza y le salió mal.
—¡NO!
—¡Sabes que no lo digo por decir! ¡Pero no quiero que saques a Adrien de esto para meterle en otro lío!
Jadeó y regresó la mirada a Adrien. Sus labios estaban cada vez más pálidos, adquiriendo un color espantoso.
—Hay que actuar deprisa —aseguró Ladybug.
Con el corazón en un puño y sintiendo que el tiempo corría en su contra, Ladybug salió del edificio como una sombra para perderse en un pequeño callejón entre edificios. Asegurándose de que no pasaba nadie, ni había cámaras a la vista, salió de allí como Marinette y corrió con todas sus fuerzas de vuelta al apartamento de Adrien.
Mientras hacía todo su recorrido, Plagg había estado llamando al teléfono de Marinette sin parar. Incluso le había enviado algunos mensajes mal escritos pidiendo ayuda. Intentando dejar una prueba para excusar su presencia en aquel lugar.
En el portero principal tecleó la clave de seguridad del edificio que le había chivado Plagg —0503— y las puertas de cristal se abrieron con un pitido agudo. Entró corriendo por el vestíbulo, haciendo caso omiso del portero, y corrió hacia el ascensor. Pulsó el botón diez veces sin parar hasta que las puertas se abrieron y pudo presionar el de la planta de Adrien.
Sintió el elegante ascenso de la máquina como si la estuvieran aplastando contra el piso. Ni siquiera las puertas se habían abierto del todo cuando ella salió corriendo. Para su suerte, Plagg se las había apañado para abrirle la puerta del apartamento desde dentro. Antes de traspasar la puerta ya tenía el teléfono en la oreja, comunicando. Corrió hacia el baño, estando a punto de tropezar con sus propios pies, y se arrodilló junto a Adrien de nuevo.
—112, servicio de emergencias, ¿en qué podemos ayudarle?
Marinette no pudo tragarse el sollozo que quebró sus ojos ni las lágrimas que resbalaron por su rostro alcanzando la piel pálida y gris de Adrien.
—Necesitamos ayuda...
Viernes, 5 de marzo de 2021
¡Hola a todos, lindas flores!
Pues nada, aquí tienen el capítulo Prodigio del gato del reto #MarinetteMarch2021, del blog marinettemarch (tumblr). Ya pueden odiarme jajajajajaja
Con esto y un bizcocho, ¡nos leemos mañana!
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