Capítulo 30: Buenas acciones

El corazón le tamborileaba contra las costillas con tal fuerza que temió que le rompiera una. Aunque a lo mejor perdía antes un pulmón. El mero hecho de respirar le producía un camino árido de llamas por la tráquea y ahogaba sus pulmones en el humo. Y después su corazón se saltó un latido. Porque Adrien le había lanzado una bomba nuclear y luego se había ido sin comprobar si había supervivientes. Ahora tenía la mirada penetrante de Plagg clavada en ella. Era hilarante pensar que ella y Adrien habían estado a punto de confesar sus sentimientos hacía unos días, de besarse como había deseado por tantos años, y en apenas unos días todo se había ido al infierno. Y todo había empezado con el deseo de protegerse el uno al otro. El camino al infierno estaba empedrado con buenas intenciones.

—Buena la habéis liado —suspiró Plagg.

—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Tikki, saliendo de su escondite.

—Pues no sé, mira, de verdad, porque soy inmortal que si no estos dos me habrían sacado ya todas las canas —protestó Plagg, cruzándose de brazos.

—Ey... —susurró Marinette, aún con los dedos congelados por el shock.

—Lo sé, lo sé, pero algo se tiene que poder hacer, ¡ha entregado tu prodigio!

—Lo dices como si a mí no me hubiera molestado, ¡estaba ahí! ¡Yo soy el intercambiado! Pero entiendo como se siente el chaval, no podía negarme.

—¡EY! —exclamó Marinette, llamando finalmente la atención de los dos kwamis que la miraron con los ojos abiertos de par en par—. ¿Qué...? ¿Pero qué...? ¿Por qué...? ¡¿Qué narices acaba de pasar?!

—Pues que te han dejado en el altar, vestida y alborotada, guapa —dijo Plagg, malhumorado.

—¡Plagg! —lo reprendió Tikki.

—Bueno, pero que la novia a la fuga ha sido Adrien, no te preocupes —siguió él, indiferente a la mirada acusadora de Tikki.

—¿Cómo que...? —Marinette suspiró, llevándose las manos a la cara—. Adrien me ha reconocido que es Chat Noir, que sabe que soy Ladybug, que soy la guardiana y cuando al fin pensé que había aclarado mi mente lo suficiente para hacerle frente a todo es, ¡ va y me entrega tu prodigio! Así que déjate de bromas, Plagg, por favor.

—¿Yo? Los que se han andado bailando alrededor de las llamas durante años habéis sido vosotros dos, y, ¡sorpresa! Resulta que uno de los dos ha acabado quemándose.

—En realidad, sería mucho más adecuado decir que los dos os habéis estado quemando durante bastante tiempo, solo que Adrien ya está cansado de resultar herido y se ha marchado a un lugar en el que no sufra —puntualizó Tikki, acercándose a Marinette—. Ya no tiene la obligación de estar aquí, así que ha decidido irse.

—Ahora la pregunta es, ¿qué vas a hacer tú? —le preguntó Plagg—. ¿Vas a seguir tú sola bailando alrededor del fuego o vas a considerar que hay otra forma de hacer las cosas? Quizás deberías aceptar de una vez que las cosas pueden cambiar, que deben cambiar, y que no lo conseguirás si sigues escondiéndote.

Tikki palmeó con suavidad la mejilla de Marinette.

—¿Qué quieres hacer, Marinette?




Marinette bajó corriendo las escaleras de la azotea, estuvo a punto de tropezar, pero se agarró a la barandilla a tiempo y pudo seguir adelante. A la azotea solo se podía llegar por las escaleras de atrás de la última planta, o por el cielo, pero era obvio que esa no era una posibilidad para Adrien en ese momento.

Lo buscó por los pasillos, que estaban maravillosamente vacíos, con la esperanza de que no hubiera bajado en ascensor. Entonces sería imposible pillarte y tenía la sensación de que si no lo atrapaba en ese momento, tampoco respondería a sus llamadas. En su próximo encuentro nada volvería a ser lo mismo, jamás. Marinette no podía permitirse eso.

Lo encontró en la zona de Historia del Arte, concretamente en las filas del arte hitita, ojeando falsamente un libro porque era evidente que no le estaba prestando ninguna atención a sus páginas.

—¡Adrien! —lo llamó, sin importarle que la bibliotecaria de aquella planta le llamara la atención.

Adrien alzó la mirada y la observó con los ojos abiertos de par en par, como si se tratara de una aparición. Probablemente lucía como una, con el pelo desordenado por el viento y la carrera, el bolso cruzado torpemente sobre su pecho dando bandazos en el aire y el rostro enrojecido por el ejercicio repentino.

—¡Espera, Marinette!

Pero ya era tarde. Los pies de Marinette recibían las órdenes tres segundos después que sus ojos, o al menos así lo sintió cuando se vio incapaz de frenar a tiempo y derribó a Adrien de un empujón.

Los dos se quejaron, adoloridos y magullados, en el suelo. Marinette tenía agarrado el suéter de Adrien tan fuerte que probablemente se lo había estropeado para siempre, pero no le importó. No le importó en absoluto. Le haría uno idéntico si hacía falta, pero no iba a soltarle para que pudiera escapar dejándole con la palabra en la boca.

Los dos se quedaron en el suelo, tumbados de lado, mirándose el uno al otro. Adrien se había quedado sin aliento por la sorpresa y el impacto, mientras Marinette hiperventilaba debido al esfuerzo.

—No..., no huyas... Agreste —murmuró Marinette con el ceño fruncido y sin aire—. No puedes..., no puedes soltar una..., una bomba así y solo... ¡solo lárgate! ¡Déjame hablar a mí también!

Adrien no dijo ni una palabra. Seguía mirándola como si ella fuera alguna especie de aparición que fuera a desaparecer en cualquier momento, como si no estuviera realmente ahí. Marinette apretó aún más el agarre de su suéter y tiró de él, acercándolo a ella.

—Escúchame bien, Agreste, si decides abandonar tu puesto ni te atrevas a ponerme como excusa —le reprendió Marinette—. Dime que ya no quieres seguir y punto, ¡pero ni se te ocurra cargarme a mí el marrón como si todos los males de este mundo fueran culpa mía! La cagué contigo, sí, ¡y lo siento! Quería protegerte y lo único que parece que he conseguido es hacerte daño y es lo último... —Marinette suspiró, pero no bajó la mirada—. Es lo último que quería conseguir.

—Marinette...

—Chitón, es mi turno ahora —lo silenció Marinette—. Han sido tiempos muy duros para los dos y, francamente, los dos hemos tomado decisiones muy estúpidas, no solo yo.

—Tienes una forma muy especial de disculparte.

—Chitón —repitió Marinette—. Y no me estoy disculpando, no exactamente. Estoy dándote una respuesta a lo que me has soltado ahí arriba. Yo la cagué, ¿vale? Lo reconozco, pero tú también has sido un torpe que no sabía bien qué hacer con lo que teníamos. Te mentí por protegerte y tú me mentiste para apoyarme, vale que no han sido las mejores decisiones, pero, ¿realmente ha sido todo tan terrible? ¿Lo que hemos compartido ha sido tan horrible?

Marinette se quitó el anillo del dedo y tomó la mano de Adrien.

—Muchos de los momentos más maravillosos de mi vida han sido a tu lado Adrien, y ser Ladybug y proteger la ciudad no sería lo mismo sin ti —Marinette le puso el anillo a Adrien como él había hecho anteriormente con ella y besó sus nudillos—. Así que si quieres bajarte de este barco que sea por algo que solo te concierne a ti, no me lances el marrón a mí porque no seguiría siendo Ladybug sin tu apoyo, sin ti. Te quiero conmigo, Adrien.

—¿También como Marinette? —susurró Adrien, acercándose ligeramente a ella y apretando el agarre de sus manos.

Los ojos de Adrien estaban húmedos y brillantes y una lágrima estaba a punto de deslizarse por su ojo, mojando sus pestañas. No era como si Marinette estuviera en mejores condiciones.

—De todas las formas posibles —le respondió Marinette, acercándose a él.

Sus labios estaban tan cerca que sentían el calor y el aliento del otro en la piel. Entrecerraron los ojos, sintiendo el calor del beso en sus labios pese a que aún los separaban unos milímetros.

—¿¡Se puede saber qué están haciendo!? —exclamó la bibliotecaria—. ¡La biblioteca no es ninguna discoteca!

Marinette y Adrien se levantaron de un salto, asustados y sobresaltados, totalmente sacados del ambiente. Cruzaron miradas y vieron a la bibliotecaria aproximándose, preparada para echarles la bronca de sus vidas. Así que los dos hicieron lo único que podían hacer en ese momento. ¡Correr!

Durante su carrera no pararon de reír ni por un segundo, ni se soltaron las manos ni una sola vez.

Martes, 30 de marzo de 2021

¡Hola a todos!

Pues nada, ¡ya solo nos queda un capítulo! Y parece que marzo empezó ayer, madre mía... ¿Ha sido una aventurita intensa, eh?

Bueno, pues con esto y un bizcocho, ¡nos leemos mañana!

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