Capítulo 29: Corazón de oro
Marinette se escondía hasta de su propia sombra. Se esperaba muchas cosas de los días posteriores al gran desfile, pero desde luego no aquello.
Bueno, sí, algunas cosas se habían cumplido. Había tenido buena repercusión en la prensa generalista y en la especializada, incluso había recibido algunas peticiones para entrevistarla y hacer reportajes sobre su trabajo. Por no hablar del incremento de visitas de su página web, las interacciones en redes sociales y las miradas curiosas a través de los expositores de cristal de la tienda. No se imaginaba que tendría que recibir ese aluvión de atención con una sonrisa tatuada en los labios y con el doble de maquillaje que de costumbre para disimular las marcadas ojeras bajo sus ojos, tratando de ocultar con amabilidad y corrector el pesar de su corazón.
Desde su conversación con Adrien en la azotea del bar, Marinette sentía que su corazón estaba rodeado por una cadena de espinas metálicas, con las púas tan afiladas como agujas, clavándose cada más a su carne con cada latido, derramando lágrimas de sangre y ahogándola por dentro.
Marinette suspiró, sentada en el sofá mientras intentaba ver la televisión, aunque era una pantomima. Solo veía un borrón frente a sus ojos, ya fuera porque su mente estaba divagando o porque tenía los ojos llenos de lágrimas. Había corrido todas las cortinas para que los kwamis pudieran rondar libremente por el apartamento, aunque no estaban haciendo lo usual. Cada vez que estaban en el apartamento, Tikki permanecía sobre su hombro mientras Wayzz descansaba en el respaldo del sofá y hablaba con ella. Nooroo se quedaba en la mesa de la cocina junto a Duusuu, Sass y Kaalki. Los demás se dividían entre ver la tele como los cachorros de los 101 dálmatas y hacer carreras por el piso, compitiendo por quién era más rápido. Esa vez, en cambio, distaba mucho de su actitud habitual.
Los kwamis flotaban a su alrededor y Marinette estaba segura de que estaban recitando alguna clase de hechizo sanador, aunque no le habían mencionado nada. Lo sentía en la piel, como si estuviera cubierta por un rocío cálido de verano. Era agradable, pero no lograba ayudarla. Al fin y al cabo no tenía ninguna herida abierta, aunque sintiera que tenía el corazón en carne viva.
Como si se tratara del sol y los kwamis los planetas a su alrededor, girando y girando, orbitando alrededor de ella, siguieron con su cántico. Marinette no entendía lo que estaban diciendo, supuso que era alguna lengua muerta que parecía estar llena de sonidos susurrantes y rizos en la lengua, muy terrenal, muy arcaica, muy profunda. Por alguna razón parecía tener su propia musicalidad. No limpiaba sus heridas ni las cerraba, pero la ayudaba a respirar. Como de una nana, se sintió arropada y cerró los ojos durante varias horas por primera vez en días.
—Buenas noches, Marinette —le susurró Tikki al oído y, como si se tratara de una bendición, Marinette pudo dormir sin pesadillas.
Se tiraron sobre el mantel que habían tendido en el césped, aunque apenas cabían. No es que importara demasiado. Su madre estaba sentada contra el árbol que les daba sombra, con su padre recostado en su regazo. Marinette a su vez tenía la cabeza apoyada en en estómago de su padre. Le hacía cosquillas mientras le peinaba el flequillo.
Era bueno salir de casa los días en que la panadería cerraba. A veces iban al teatro o al cine, se iban de hacer de correcaminos por las calles de la ciudad a tomarse un café... Pero los días favoritos de Marinette eran aquellos tan tranquilos donde se quedaban bostezando al sentir el calor del sol sobre la piel y el olor del césped recién cortado.
—Hace un día perfecto —suspiró Sabine con los ojos cerrados.
Ella había dejado caer su mano sobre el pecho de Tom y él la había cubierto con la suya propia en un gesto cariñoso. No se soltaron.
—Es un día muy tranquilo —añadió Tom, inspirando hondo—. ¿Cómo te sientes al tener un respiro después de estos meses tan locos, Marinette?
—Pues... Raro, supongo.
Por decir algo. La verdad es que no se sentía cómoda, ni tranquila ni mucho menos relajada. Gracias a los kwamis al menos no estaba muerta de sueño, pero eso no quitaba todo lo demás. Su estrés por el desfile se había visto sustituido por uno muchísimo peor, el ultimátum de Adrien.
Ignorante a sus quebraderos de cabeza, Tom se rió.
—Llevas tanto tiempo persiguiendo ese sueño que es normal que de repente te sientas perdida. Me pasó cuando pude abrir mi panadería.
Marinette no se movió, pero estaba pendiente a cada una de las palabras de su padre.
—¿Y cómo te sentiste?
Tom y Sabine se miraron, soltando una risita confidente.
—Tu padre estuvo una buena temporada como pollo sin cabeza —explicó Sabine.
—Es que fue algo muy extraño para mí —se justificó Tom—. Había conseguido cumplir mi sueño, después de tantos años aprendiendo el oficio, después de todas las peleas con mi padre... Ahí estaba, nuestra hermosa panadería.
Tom suspiró y empezó a rizar uno de los mechones de Marinette con uno de sus dedos, igual que hacía cuando era pequeña y le contaba cuentos. Era ya un gesto inconsciente.
—¿Y eso no te hizo feliz? —preguntó Marinette.
—Sí, claro que sí. Aún recuerdo la primera barra de pan que cociné en nuestro horno. Tu madre y yo nos la comimos en lugar de venderla, como si fuera nuestro brindis personal, pero un tiempo después me di cuenta de que lo había conseguido, había cumplido mi sueño, mi gran objetivo. Así que tuve que darme de bruces con un enorme "¿y ahora qué?".
Marinette se llevó las manos al vientre, incómoda. Ella se había dado de lleno también con esa pared, y no solo en ese momento.
La primera vez fue cuando vencieron a Hawk Moth. Su objetivo como superheroína era detener el desastre que él intentaba crear, pero una vez liberaron los prodigios de su influencia y le arrebataron todo el poder, ¿qué tenía que hacer? Fu no podía aconsejarla y, para su desgracia, ella era la guardiana y no tenía a nadie más a quién preguntarle. ¿Debía guardar los prodigios y no volver a usar sus poderes hasta que fuera necesario? ¿O debían mantenerse en estado de alerta?
Pasó un mes entero contemplando cada noche los cambios de la luna, en espera de una respuesta que no parecía llegar y tratando de lidiar con el vacío que tenía instalado en el pecho. Al final, la solución vino de pronto, con Chat Noir y Ladybug deteniendo un peligroso ataque en la Comisaría Central de la Policía de París. Había visto a Adrien durante ese mes, taciturno y sumergido en la verdad que había descubierto, en su nueva realidad. Pero no tenía nada que ver con el Chat Noir que tenía delante. Volvía a estar lleno de energía, de vida, de esperanza.
Así que decidió que ellos dos seguirían protegiendo París, ayudando en lo que se pudiera mientras fuera necesario. ¿Eso hacían, no? Ayudaban a la ciudad, no era una decisión egoísta. Y si eso liberaba a Adrien un poco de la pesadilla que había despertado su padre, ¿por qué no?
Trató de no vincularse demasiado con Adrien, de darle su espacio, de alejarse para poder protegerle, para protegerlos a ambos. Si se exponían a nuevos delitos, también lo hacían a nuevos enemigos, personas que desearían llevarles al fango. Marinette no podía poner en riesgo sus identidades ni la esperanza que ser Chat Noir le proporcionaba a Adrien. Así que se alejó. Se concentró totalmente en su otro sueño, el que había tenido siempre como Marinette. Pero ahora lo había cumplido y volvía a tener delante la dichosa pared con la dichosa pregunta en el dichoso peor momento.
—¿Y qué hiciste? —preguntó Marinette con un hilo de voz.
—Pasarlo mal —se burló Sabine con una ligera risa socarrona.
—¡Tampoco tanto! —se quejó Tom.
—Tom, ¿debo recordarte cómo fueron esos meses? Porque yo recuerdo muy bien cada desastre y que había días en los que no se te podía ni hablar. Te quedabas encerrado en el horno y no había manera de que salieras a saludar a los clientes, ni cuando ellos querían darte las felicitaciones.
—¿Papá?
Tom resopló.
—Sí, en realidad fue una época bastante mala. Sé que es irónico, pero es muy fácil trastabillar después de cumplir un sueño, sobre todo si es algo que llevas buscando durante mucho tiempo. Es muy fácil perderse, Marinette. Y creo que yo lo hice. No sabía qué hacer después, qué debía buscar, qué debía conseguir... Y entré en una vorágine oscura en la que me planteé quién era yo y si me merecía lo que tenía en mi vida, ya que parecía no apreciarlo.
—Y..., ¿entonces?
—Necesité apoyo, pero logré salir de ahí. Y me di cuenta de que tenía que estar orgulloso de mí mismo, de lo que había conseguido, y que no tener una meta en ese momento no me hacía menos que nadie ni suponía que hubiera perdido mi camino. Solo descubrí que ahora había miles de caminos delante de mí, no solo uno o dos en concreto, y que recorrerlos tendría que ser lo importante, la experiencia. Y, por supuesto, las personas que me acompañaran en el camino.
Sabine giró la mano que tenía sobre el pecho de Tom y entrelazó sus dedos con los suyos en una presión dulce. Tom la correspondió con una sonrisa.
—Aprovecha lo que has logrado y las buenas decisiones que has tomado, Marinette. Estate orgullosa de ti misma y de quién eres, ¡y disfrútalo! Si ahora dudas de qué camino tomar, no hay prisa, ya lo descubrirás. Cuando empieces a andar no tienes por que tener un objetivo en mente, está bien descubrir las cosas según avanzas, que la vida te sorprenda y te maravilles por no ir planeando todo, espera a ver lo que te tiene deparado el futuro.
—Disfruta del camino, Marinette —recalcó Sabine—. Te sorprendería la de cosas que puedes aprender de ti misma si paseas de vez en cuando en lugar de tomarlo como una carrera. Y podrás ver con claridad a todas esas personas que te acompañan.
Marinette suspiró con la sensación de que sus huesos, cansados y abatidos, se derretían del agotamiento. Su teléfono vibró y lo revisó con un movimiento automático.
Nos vemos donde siempre, esta noche. Tenemos que hablar.
Adrien.
Marinette tuvo que recordarse a sí misma que se había enfrentado a situaciones mucho peores que la que tenía delante. Pero mucho, muchísimo peores. Sin embargo, ninguna se le hacía tan tan horrible, tan espantosa y tan aterradora como encontrarse con Adrien esa tarde.
Como esperaba, ahí estaba él, en la azotea de la Biblioteca Nacional. Llevaba un suéter blanco holgado, metido por debajo de la cinturilla del pantalón, unos pantalones a cuadros grises y unas botas militares negras con una buena plataforma. Que fuera un pelín más alto no le hacía más fáciles las cosas precisamente, justo el día en que había decidido ponerse unas zapatillas planas. Y que estuviera tan endiabladamente guapo con el pelo al viento tampoco.
Inspiró hondo y se acercó a él. No se movió ni un ápice hasta que ella se apoyó en la barandilla a su lado.
—Hola, Marinette.
—Hola Adrien —el saludo se le atascó un poco en la garganta, sobrecogida por el aspecto solemne que tenía todo.
Se mantuvieron en silencio durante un minuto que se sintió como un año, a la espera de que fuera el otro el que rompiera el hielo. Marinette estaba asustada de meter la pata y llevar la conversación en una dirección aún más peliaguda de la que pudiera tener Adrien en mente.
—Muy bien —dijo Adrien de pronto, separándose de la baranda y girándose en su dirección. Por reflejo, Marinette hizo lo mismo—. Hay algo que tengo que darte.
—¿Darme? ¿A mí?
—Sí —aseguró Adrien y aunque tenía los ojos enrojecidos, nunca lo había visto tan en calma. Tomó la mano de Marinette y puso algo en ella antes de cerrársela en un puño—. Debes tenerlo tú.
Marinette observó su mano con miedo de abrir el puño, aunque ya sabía lo que había ahí. Temblando, relajó los dedos y ahí estaba. El prodigio del gato.
—Adrien...
—Ya lo he hablado con Plagg —la cortó él—. En realidad llevo unos cuantos años teniendo unas conversaciones muy intensas con él... Y anoche estuvimos de acuerdo en algo. Ya no soy aquel adolescente que necesitaba ser Chat Noir para tener aunque fuera un pequeño ápice de libertad, para poder respirar. Plagg y yo hemos sido un equipo durante muchos años y probablemente lo seamos siempre aunque nos separemos, pero él quiere lo mejor para mí y yo quiero lo mismo para él. Es el único prodigio que está separado de los demás, anclado a mi existencia. Y antes lo requerían las circunstancias, pero ahora es distinto. Ya no hay grandes villanos que enfrentar, París no nos necesita, no de verdad, y si tenemos que seguir guardando secretos hasta más allá de la tumba...
Adrien calló y Marinette juró que jamás lo había visto tan serio. Fue incapaz de decir nada, absorta por completo en el peso de sus palabras y en lo mucho que Adrien había reflexionado y tomado coraje para pronunciarlas.
—No pienso convertirme en alguien como mi padre, Marinette, no dejaré que los secretos devoren mi vida y mi cordura —dijo finalmente.
Tomó la mano de Marinette y le puso el anillo de Plagg en el dedo. Mágicamente se ajustó a ella en un segundo. Adrien besó el anillo como gesto de despedida, aunque no supo si era hacia Plagg o hacia ella. Se marchó sin esperar respuesta. Marinette se quedó inmóvil, con las lágrimas rodando por sus mejillas, incontrolables y frías.
Plagg brotó del anillo y la miró fijamente. Ver a Plagg serio era prácticamente una maravilla del mundo, o más bien una desgracia porque quería decir que las cosas iban tremendamente mal.
—Oh, Plagg... ¿Qué es lo que he hecho?
Lunes, 29 de marzo de 2021
¡Hola a todos, lindas flores!
Bien, ¿cuál de nuestros pencos y adorables protas tiene el corazón de mazapán? Los dos tienen buenas intenciones, pero son un completo desastre jajajaajaja Y puede que este sea el capítulo más largo de todo el fic, ahora que lo pienso. No quería que todo fuera acerca de la relación entre Adrien y Marinette porque sabemos bien que ese no es el único lío en el que Marinette está metida.
Bueno, pues con esto y un bizcocho, ¡nos leemos mañana!
#LaFickerMalvada preparándose para lanzar este capítulo
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