Capítulo 13: Dormir

La casa de campo del tío de Nino era muy cálida y hogareña. Toda edificada con heterogéneas piedras partidas y con robustos pilares de madera de roble. El tejado a dos aguas estaba recubierto por tejas irregulares de diversos tonos rojizos y tenía una abertura para la chimenea. Aunque ya estaban bien entrados en la primavera y no hacía el frío acuchillante del invierno, necesitaron encenderla para que calentara la casa por la noche. La edificación era pequeña, quizás para retener mejor el calor en invierno, y tenía dos plantas. El salón, la cocina, el comedor y uno de los baños estaban en la planta baja. Los dos dormitorios estaban en la planta alta, junto al otro baño.

Después de una cena tranquila y de hincharse a tontos juegos de mesa, en una de las partidas Nino estuvo a punto de terminar con un tótem de madera estampado en la frente al intentar atraparlo primero, se había marchado cada uno a sus habitaciones. Por suerte, Alya y Nino tomaron el mando de la situación y decidieron que una de las habitaciones las ocuparían ellas y la otra ellos. Las camas de las habitaciones eran de matrimonio, y definitivamente era mucho menos violento compartir los cuartos con esa distribución que dejar a Marinette y a Adrien encerrados en un dormitorio solo porque los otros dos fueran pareja. Bueno, en realidad Nino sí se había planteado la posibilidad, pero Alya estaba segura de que nada bueno iba a salir de arrinconarlos a los dos ahora que parecían volver a llevarse bien.

Y así, Alya y Marinette acabaron disfrutando una pijamada como las de su adolescencia. Sus risas eran tan altas que traspasaban fácilmente la pared que separaba las habitaciones.

—¡Si vais a empezar una pelea de almohadas, avisadme! —exclamó Nino desde su dormitorio, a través de la pared—. ¡Y así preparo la cámara!

—¡NINO! —exclamó Marinette.

—¡ERES UN PERVERTIDO! —gritó Alya al mismo tiempo, riendo.

—¡AY! —se quejó Nino, pero dudaban de que fuera por sus reprimendas—. ¡Adrien, eres un bruto!

—¡Y tú un guarro! —le reprochó Adrien.

Marinette se tuvo que tapar la boca para evitar reírse. Adrien, incluso cuando dejaba ir su picardía, tenía unos modales y un vocabulario excelentes. Sus chistes jamás eran sórdidos ni con palabras malsonantes. Eso sí, eran malísimos, pero nunca porque fuera un malhablado. Así que escucharle así hizo que las carcajadas se le atoraran en la garganta.

—¡Aleja esa cámara de mí! —exclamó Adrien—. ¡¿Y tú te llamas director de cine?! ¡Solo te va el porno!

—Si te tengo a ti como protagonista seguro que triunfaría en las dos industrias —rió Nino.

—¡Como te acerques un paso más te juro que te estampo la cámara en la cabeza, Nino Lahiffe! ¡Y no pienso comprarte una nueva!

—¡Oh, vamos! ¡Seguro que tendrías un montón de fans nuevas! —se burló Nino—. Por no hablar de las de toda la vida que se mueren por ver...

—¡EL CULO DE FRANCIA! —exclamaron Marinette y Alya antes de romper a reír. Las risas eran altas y con altibajos, a Marinette se le hizo difícil respirar y se le llenaron los ojos de lágrimas.

—¡ESTOY RODEADO DE PERVERTIDOS! —se quejó Adrien, provocando que el sonido de sus carcajadas fuera aún peor.




Al final, la calma había vuelto a la casa, en compañía de la oscuridad y el silencio. Eran las tantas de la madrugada ya y Alya dormía tranquilamente a su lado. Agarrotada de estar en la misma posición sin lograr conciliar el sueño, Marinette se levantó y salió silenciosamente de la habitación.

Iba a ir a la cocina, pero entonces vio una sombra en el porche de la casa. Con el ceño fruncido, salió al exterior, encontrándose a Adrien sentado en la entrada. El banco en el que estaba no tenía paras, en su lugar se encontraba anclado con cadenas metálicas al techo. Adrien se mecía suavemente apoyando los talones desnudos en el suelo de madera. Llevaba una camiseta negra de cuello redondo con tres botones y de manga larga y unos pantalones rojos con pequeñísimos lunares negros. Se había envuelto en una manta para protegerse del fresco de la noche. Su pijama casual ayudaba a que no se sintiera incómoda porque la viera con el suyo propio: un suéter gris y un pantalón de chándal lleno de patitas verdes.

—¿Adrien? —lo llamó Marinette en un susurro dubitativo—. ¿Estás bien?

Adrien la miró, sorprendido de verla allí. Marinette se llevó la mano al pelo suelto, preguntándose qué tan despeinada estaba después de dar tantas vueltas en la cama y si parecía una aparición de una película de terror ante aquella escasa luz. Su pelo parecía estar en orden, pero sí que llevaba la diadema negra con orejas de gato que usaba para apartarse el pelo y aplicarse su rutina facial habitual. Estaba segura de que Adrien las observaba con diversión, pudo ver el chiste escondido en esos brillantes ojos verdes. Sin embargo, él se recobró fácilmente y asintió con una sonrisa amable.

—No podía dormir, ¿y tú? ¿Qué haces levantada?

—Lo mismo —respondió, encogiéndose de hombros—. ¿Te importa?

Marinette hizo un gesto hacia el banco y Adrien rápidamente se rodó hacia un lado, haciéndole un hueco. Se sentó a su lado. Por la estructura desgastada y ligeramente curvada de la madera, Marinette acabó sentándose más cerca de Adrien de lo que había esperado. Sus hombros se rozaron y, pese a la tela que había de por medio, sintió la corriente erizándole la piel. Ninguno de los dos se apartó.

Intentó no ser muy consciente de cómo el aire entraba y salía de sus pulmones, pero parecía que de repente se había olvidado de cómo respirar. Se mordió el labio inferior por dentro, nerviosa y con el estómago revuelto. Aquel silencio era extraño, tenso y a la vez intenso, pero Marinette no se atrevía a cortarlo ni cambiarlo. Tenía el corazón alborotado contra el pecho. Le recorrió un escalofrío.

Sin mediar palabra, Adrien retiró la manta que le cubría y la estiró para que descansara sobre ambos. La colocó con cuidado por encima de Marinette, manteniendo la mano por debajo de la protección de la manta y apoyándola sobre el hombro de Marinette para asegurarse de que estaban los dos bien cubiertos por la protección suave de la tela. No obstante, después no apartó su mano que tocaba cálidamente su espalda ni ella hizo nada para que lo hiciera. Al contrario, con suavidad y por inercia, apoyó su cabeza en el cuello de Adrien y permanecieron así, abrazados, contemplando la noche.

Sábado, 13 de marzo de 2021

¡Hola a todos, lindas flores!

Lo siento, tenía que meter esa referencia. Y quien no la conozca, le recomiendo leer I'm a magical girl, un fanfic de Miraculous Ladybug que les está esperando en mi perfil.

Bueno, pues con esto y un bizcocho, ¡nos leemos mañana!

La ficker malvada, sabiendo lo que se avecina mientras los lectores sufren jajajajajajaja

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