Capítulo 49
La furia que sentía Florence por los recientes acontecimientos, era abrumadora. La trampa que le habían tendido la había afectado emocionalmente de manera devastadora. El estrés que había experimentado la había llevado al punto en el que ya no podía dar de lactar a su hija debido a la disminución de su producción de leche. Sentía un profundo resentimiento hacia los Millet por haberle arrebatado el alimento de su bebé. Ahora, más que nunca, era el momento de mover sus piezas en este juego de estrategia.
Florence decidió visitar el castillo del Duque de Riou con un propósito claro en mente. Deseaba plantearle un acuerdo estratégico que beneficiaría a ambas partes. Ofrecía los terrenos colindantes con las tierras reales, una ubicación crucial que se interponía entre estas tierras y los muelles de la costa oeste.
Históricamente, el Marquesado de Erauxer permitía el libre tránsito de los reyes sin imponer impuestos, facilitando el comercio exterior y la venta de productos. Sin embargo, ahora que estos terrenos estarían bajo el control del Duque de Riou, los Millet perderían esa ventaja. Además, considerando la conocida enemistad entre los Riou y los Millet en su juego de poder, Florence sabía que los terrenos se volvían aún más apetecibles para ambos bandos. Los Millet deseaban apoderarse de ellos sin costo alguno, mientras que el Duque de Riou estaba dispuesto a pagar un precio justo.
Florence veía en esta situación una oportunidad para llevar a cabo sus planes y proteger a su familia. Sabía que el Duque de Riou valoraría los terrenos estratégicos y estaría dispuesto a pagar por ellos, y eso era precisamente lo que necesitaba en este momento.
—Aún no comprendo, señora Marquesa, ¿por qué desea venderme estos terrenos a ese precio? —Preguntó el duque con sospecha.
—¿No le parece atractiva mi oferta? —Comentó Florence.
—Ciertamente es muy conveniente para mí, pero usted es una mujer ambiciosa, y sé que el bajo costo de estas tierras está sujeto a una petición.
—Está en lo correcto. Existe algo que deseo intercambiar.
—Diga, ¿qué es?
—Quiero protección. —contesta Florence fijando su mirada en el duque y juntando sus manos, en forma de negociación —Usted posee fuertes influencias, las cuales necesitaré, ya que como bien sabe, estoy bajo la mira de los reyes, ahora que deseo vender Erauxer, y debo protegerme a mí y mis intereses.
—Esto la dejará al descubierto, cuando ellos se enteren de que me ha cedido esas tierras a mí. ¿Comprende los riesgos? —Respondió el duque de Riou.
—Es por eso que le pido protección, y frustre cualquier acto que me impida abandonar Hivernvent después de finalizadas las subastas. Creo que es un trato más que conveniente para usted.
—Mi querida marquesa, sabe que mi intención es poseer estas tierras, además de crear presión sobre los Millet.
—Y yo deseo ayudarlo a ocasionar esa presión.
El duque de Riou le dio una sonrisa satisfecha.
—Supongo que, desde este momento, se ha vuelto en una amiga y aliada.
—Me alegra que así lo piense, porque le llamaré constantemente en nombre de nuestra amistad.
—Usted preocúpese de los trámites de venta, que yo me preocuparé de nuestros monarcas.
Florence sabía que estaba otorgando las tierras más valiosas de Erauxer a un precio modesto, pero era más importante mantenerse protegida y cuidar de Emilie y Arnaud, para que todos puedan regresar tranquilamente a su hogar en Rivendere.
Durante los días venideros, los reyes habían invitado a Florence a tardes de té, conscientes de que su propósito era presionarla y hablarle sobre Arnaud. Sin embargo, Florence declinaba cortésmente todas las invitaciones, evitando que pudieran exponerla o solicitar algún beneficio. Lo que los reyes desconocían era el trato que existía entre la Marquesa de Erauxer y el Duque de Riou.
En vista de las negativas de Florence, los reyes decidieron enfocarse en Arnaud, enviando citaciones para que se presentara en el palacio. Si bien, esto era algo esperable, lo que les llenó de sorpresa fue que varios nobles también comenzaron a enviar invitaciones para conocer al mayordomo del que se hablaba en los círculos sociales. Deseaban conocer al hombre que había logrado cautivar a la Marquesa de Erauxer, como lo demostró su nivel de desconsuelo al enterarse de su fallecimiento. Algo que no había ocurrido con su esposo.
El día de la subasta de Erauxer se acercaba rápidamente, y Florence estaba cada vez más ocupada.
El palacio de Erauxer se abrió para presentar la propiedad a los posibles compradores, y numerosos curiosos llegaron con la esperanza de encontrarse con el mencionado mayordomo, y satisfacer su curiosidad.
En una tarde tranquila, cuando la marquesa no se encontraba en el palacio, se desencadenó un inesperado giro de los acontecimientos. Un grupo de guardias reales llegó a las majestuosas puertas exteriores de Erauxer con una orden de captura específica: detener a Arnaud Francois.
Los guardias de Erauxer, aunque preocupados por la inusual visita, sabían que no tenían el poder para detener a la comitiva real. En silencio, dieron paso a los guardias, cuyas armaduras brillaban bajo la luz del sol de la tarde.
Mientras tanto, en el interior del palacio, Pierriette, notó la presencia de los guardias y comprendió de inmediato que se avecinaba un problema de gran envergadura. Con rapidez, puso en sobre aviso a Arnaud, quien inmediatamente corre a un refugio seguro dentro del palacio. Sabían que cualquier muestra de sospecha debía ser manejada con extrema precaución.
El ama de llaves solicitó a un par de criados que se apresuraran a buscar a la marquesa, pues tenía la certeza de que la llegada de aquellos hombres, no auguraba nada bueno.
Cuando los guardias finalmente cruzaron las puertas de Erauxer, se encontraron con un grupo de sirvientes que los recibieron con respeto y cierta tensión en el ambiente. Pierriette, con una firmeza impresionante, se adelantó para recibir a los visitantes. Había un silencio incómodo mientras todos esperaban a ver cómo se desarrollaría esta inusual situación.
—Buenas tardes, soy el Capitán Faure de los Guardias Reales. Tenemos una orden de captura contra Arnaud Francois, el mayordomo de este palacio. —dice un hombre alto de mirada fría.
—Buenas tardes, Capitán Faure. Mi nombre es Pierriette, el ama de llaves de la marquesa. Lamento informarle que la señora no se encuentra en el palacio en este momento. ¿Puede explicarme por qué están buscando a Arnaud Francois? —pregunta Pierriette, frunciendo el ceño
—Tenemos información que sugiere que Arnaud Francois, estuvo involucrado en un complot para asesinar al difunto Marqués de Erauxer.
—¡Eso es absurdo! Arnaud no estaría involucrado en algo así. Él es un hombre honorable y leal a la marquesa. No permitiré que entren sin la autorización de mi señora. —responde Pierriette alarmada
—Lo siento, pero esta orden proviene directamente de la corona. No podemos esperar a que la señora regrese. Debemos asegurarnos de que Arnaud Francois no esté escondido en estos terrenos.
—¡No pueden simplemente irrumpir en esta casa! Esto es inaceptable.
Los sirvientes que miraban la escena, estaban preocupados, ya que la discusión entre el guardia y el ama de llaves, cada vez se volvía más acalorada.
—No podemos permitir que el acusado escape o se oculte en esta propiedad. Tenemos una orden de arresto y debemos ejecutarla. Si no nos permite realizar nuestro cometido, deberemos arrestarla por incurrir al presunto criminal.
—No está bien acusar a alguien sin pruebas. La marquesa estará profundamente angustiada cuando se entere de esto.
El capitán dio un chasquido de sus dedos, una señal que fue inmediatamente entendida por sus hombres. Rápidamente, rodearon a Pierriette y la arrestaron, agarrándola por los brazos con firmeza. Mientras el ama de llaves era llevada hacia fuera del palacio, los sirvientes observaban con expresiones alarmadas, algunos de ellos soltando súplicas desesperadas mientras veían a su amiga y colega ser conducida hacia un destino incierto.
—Llamen a la señora, e informen de esta injusticia. —indica Pierriette antes de ser llevada fuera de palacio.
El resto de los guardias entran en el palacio y comienzan a buscar al mayordomo, mientras los sirvientes observa con impotencia, preocupados por las consecuencias que esto pueda tener para la marquesa.
Los guardias, con sus armaduras tintineando ligeramente, avanzaron por los pasillos y salas del palacio de Erauxer con determinación. Cada puerta que abrían revelaba un nuevo espacio, y cada rincón oscuro era inspeccionado minuciosamente.
Recorrieron las habitaciones, inspeccionaron los armarios y debajo de las camas. Revisaron los pasillos, las salas de estar, y hasta el gran comedor, moviendo muebles y cuadros en busca de algún escondite secreto.
Los sirvientes observaban con temor y ansiedad mientras los guardias avanzaban, sabiendo que una acusación imperial era un asunto serio. Había tensión en el aire mientras los guardias continuaban su búsqueda implacable, su voz resonando en las paredes del palacio mientras se comunicaban para coordinar sus esfuerzos.
Sin embargo, a pesar de su diligente búsqueda, no pudieron encontrar rastro alguno de Arnaud Francois. La frustración se reflejaba en sus rostros cuando finalmente se dieron cuenta de que el mayordomo estaba ausente en el palacio de Erauxer. Los guardias reales finalmente se retiraron del lugar, dejando atrás un ambiente cargado de incertidumbre.
La marquesa Florence al ser informada de lo que acontecía en su propiedad, se dirigió velozmente de regreso a su palacio. Al llegar, se encontró con sus sirvientes asustados y preocupados, quienes rápidamente le relataron la dramática situación que había ocurrido durante su ausencia.
Le explicaron que el ama de llaves, Pierriette, había sido arrestada y llevada por los guardias reales. Según ellos, los guardias tenían una orden de captura en contra del mayordomo, Arnaud Francois, pues lo consideraban parte de un complot relacionado con el asesinato del marqués. El ambiente en el palacio estaba lleno de tensión y miedo, ya que la detención de Pierriette había tomado a todos por sorpresa.
Cuando Florence preguntó si los guardias dieron con Arnaud, sus sirvientes lo negaron, ya que no lograron dar con su ubicación.
Florence caminó rápidamente por los pasillos del palacio, subiendo las escaleras con paso decidido hasta llegar al ático, cerrando la puerta detrás de ella y llamó con urgencia a su esposo.
—Arnaud —susurró con angustia.
Florence sintió un ligero golpe en el suelo de la habitación, como si algo se moviera bajo sus pies. Recordó la pequeña compuerta secreta que daba acceso a un entrepiso debajo de la habitación. Antes, solía utilizarse para guardar documentos importantes y pertenencias valiosas, pero ahora tenía una nueva utilidad.
Se apresuró a abrir la compuerta y allí, en la penumbra, vio a Arnaud emergiendo lentamente de su escondite. Sus músculos estaban entumecidos por haber permanecido tanto tiempo en esa posición incómoda en el reducido espacio. Arnaud estiró sus extremidades con dificultad, sintiendo el dolor de los calambres al recuperarse. Florence lo miró con alivio y preocupación en sus ojos.
—Amor mío, estás bien —susurró, extendiendo una mano para ayudarlo a salir por completo del escondite.
Arnaud salió con cuidado, moviendo los hombros y el cuello para aliviar la tensión acumulada. Al ver la preocupación en el rostro de Florence, preguntó con voz suave.
—¿Qué ha ocurrido, mi amor?
Florence se acercó a él, con una mirada preocupada en sus ojos.
—Arnaud, los guardias reales vinieron buscándote. Tenían una orden de captura en tu contra, te acusan de estar involucrado en el complot relacionado con el asesinato de Alphonse. Arrestaron a Pierriette —le informó con voz temblorosa.
—¿Qué? —exclama preocupado. —debemos de liberarla. Debe de estar muy asustada. —dice Arnaud con evidente preocupación y sentimiento de culpa, ya que debió de protegerlo y producto de ello, ahora ella estaba involucrada.
—No te preocupes, iré por ella y la traeré de vuelta.
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