Capítulo 43

Durante esa mañana, Florence alimentaba a su hija recién nacida, sintiendo orgullo al verla tragar con ansias. Saber que no tenía problemas para darle de comer y que no necesitaría una nodriza, la llenaba de satisfacción. Su esposo la miraba atentamente, sentado al borde de la cama, esperando a que Emilie terminara, pues, era su tarea mecerla para ayudarla a eliminar los gases y prevenir cólicos.

Con cuidado, Arnaud tomó en sus brazos a su pequeña hija después de que ella soltó el pecho de su madre. La meció suavemente y la apoyó contra su pecho, dando suaves palmadas en la espalda de Emilie para ayudarla a eructar.

Florence los observaba desde la cama, con una sonrisa en el rostro al presenciar la tierna escena de un padre con su hija. Aquel momento irradiaba tanto amor y llenaba su corazón de alegría.

—Si me hubieran dicho hace dos años que mis ojos verían a mi esposo cargando a su hija, no lo habría creído en absoluto —comenta Florence.

Arnaud le dedica una ligera sonrisa, tratando de no perturbar la tranquilidad de Emilie mientras la sostiene.

—Muchas cosas han cambiado desde entonces —responde Arnaud en voz baja.

—Fue un momento oscuro y desesperanzador en mi vida, pensé que la felicidad jamás llegaría a tocar mi puerta. Ese día, en el techo del palacio, cuando tomaste mi mano para ayudarme a bajar, me salvaste. Estoy convencida de que desde ese momento, nuestros caminos se unieron para siempre.

—Ahora todo eso está en el pasado, y nuestra tarea es disfrutar de nuestras vidas y darle hermosos recuerdos a Emilie.

—Quiero agradecerte por todo lo que has hecho y sigues haciendo por mí.

—No lo hagas, porque entonces yo tendría que agradecerte por toda la felicidad que me das cada día, y nunca terminaríamos de agradecernos mutuamente —responde Arnaud con una risita.

—Debo hacerlo, lo he deseado durante mucho tiempo —suspira Florence y continúa. —Desde que me salvaste en el tejado, hasta tus consejos en los juegos de ajedrez, me diste esperanza, seguridad y ternura. Ahora eres mi esposo, y debido a las circunstancias, vivimos en la ciudad costera que siempre había soñado, y me has dado una preciosa hija.

El momento se interrumpe cuando Emilie comienza a hacer ruiditos. Arnaud le devuelve a su madre con una dulce sonrisa y sale por un momento de la habitación, regresando con una caja blanca decorada con cintas, sentándose de nuevo al borde de la cama, abriéndola para enseñar su contenido.

—Dios mío, qué hermoso. ¿Fue obsequiado por alguno de nuestros vecinos? —pregunta Florence al ver un ajuar completo de recién nacido, acompañado de cremas, pomadas y perfumes, además de lindos juguetes para un bebé.

Arnaud niega con la cabeza mientras saca un sonajero blanco, con cintas que cuelgan de él, mostrándoselo a Emilie, quien queda hipnotizada por el objeto.

—Este fue un regalo de Pierriette, para Emilie.

La revelación deja a Florence sorprendida.

—¿Pierriette lo sabe? ¿Cómo?

—Antes de partir, le conté. Ella descubrió nuestra relación, una de aquellas noches. Siempre mantuvo nuestro secreto y se preocupaba de que nadie más se enterara. —Arnaud tenía una mirada brillante al recordarla —Siempre la consideré un apoyo, por eso cuando me preguntó preocupada por tu salud y este viaje, sentí que debía contarle la verdad. Ella lloró de emoción. Le he escrito de vez en cuando sobre nosotros y nuestra vida en Zeezicht, y hoy enviaré una carta para informarle sobre el nacimiento de Emilie.

Florence también recuerda a Pierriette y todo el cariño desinteresado que recibía de ella en el palacio.

—Debe de haber gastado mucho dinero de sus ahorros en esto. —comenta Florence, observando las delicadas telas en el interior de la caja.

—Nada es demasiado caro, cuando se da un regalo desde el corazón —responde Arnaud.

—Por favor, cuando le escribas, dale las gracias de mi parte.

—Lo haré.

Ambos continúan mirando las expresiones de Emilie, quien observa el sonajero con expectación y luego su entorno, como si todo fuera un gran descubrimiento.

Los días siguientes, Florence, Arnaud y Emilie, continuaron disfrutando de su vida en Zeezicht. Aprovecharon los días cálidos para pasear por la ciudad, presentando a Emilie a los vecinos que estaban maravillados al ver a la dulce pequeña. La niña parecía ser el centro de atención dondequiera que fueran, con su adorable rostro y sus ojos curiosos que exploraban el mundo que la rodeaba.

Cada día se llenaba con risas, canciones de cuna y momentos especiales que alegraba la vida de los Francois. Sus noches eran tranquilas, y aunque Emilie todavía se despertaba para ser alimentada, los dos estaban más que dispuestos a atenderla. Los llantos nocturnos de su hija eran un sonido que ambos esperaban con ansias, sabiendo que era su hija era quien los llamaba.

Florence se entregaba por completo a su papel de madre, amamantando con ternura, cambiando pañales y arrullando a su bebé en sus brazos. Arnaud también participaba activamente, llevándola de paseos en su cochecito, meciéndola con suavidad y haciendo gestos graciosos para hacerla sonreír.

A medida que Emilie crecía, sus facciones se volvían más evidentes. Era innegable que se parecía mucho a Arnaud, heredando su cabello castaño rojizo y sus hermosos ojos azules. La pequeña Emilie, era una copia exacta de su padre.

Este parecido entre padre e hija comenzó a inquietar a Florence y Arnaud. Sabían que cuando regresaran a Hivernvent, las similitudes entre Emilie y Arnaud serían difíciles de ocultar. Temían que la gente pudiera pensar que había una relación de parentesco entre ellos, lo que sería un problema. La versión inicial que habían planeado contar, era que Emilie había sido adoptada por la Marquesa en Selce.

Sin embargo, dado el marcado parecido de Emilie con Arnaud, Florence había propuesto una historia alternativa: que Emilie era, de hecho, la hija de Arnaud de una relación pasajera, y que finalmente la Marquesa había decidido adoptarla. Pero esta versión también planteaba problemas, ya que la gente podría preguntar por la madre de Emilie, y no tenían una respuesta convincente.

Por lo tanto, decidieron mantener la versión original de la adopción y negar cualquier otra especulación que pudiera surgir. Aunque era un secreto que los unía a todos, sabían que debían ser cautelosos para proteger a su familia de los chismes y las conjeturas en su regreso a Hivernvent.

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