Capítulo 37

Al anochecer, Arnaud llegó al palacio de Erauxer. Antes de presentarse a su señora, se tomó un tiempo para asearse y cambiarse de ropa, siguiendo su costumbre de priorizar la higiene y la presentación.

Después de la cena, informaron a Florence del regreso del mayordomo, quien la aguardaba en su salón. La emoción la impulsó casi a correr para reunirse con su amante.

Entró rápidamente y cerró la puerta tras de sí, extendiendo los brazos para abrazar a Arnaud y darle un efusivo beso de bienvenida, que él correspondió con igual intensidad.

—¿Todo salió bien? —preguntó Florence mientras acariciaba el rostro del mayordomo.

—Todo ha sido resuelto. No pusieron objeciones con el dinero que les entregué. El próximo pago lo realizaré cuando partamos —respondió Arnaud, sellando sus palabras con otro breve beso y acariciando su espalda mientras la mantenía cerca. —Y a usted ¿le fue bien?.

—Todo está en orden. El lugar al que nos dirigimos se llama Zeezicht.

—¿Zeezicht? Qué nombre tan peculiar.

—Es una ciudad costera en Rivendere. Supongo que muchas cosas serán diferentes a lo que estamos acostumbrados —suspiró Florence, consciente de que dejarían atrás muchas cosas. —Además, en el viaje se nos unirá el hijo de los Viallant. Él es médico y su presencia hará más creíble la historia de mi supuesta enfermedad.

—¿Está segura de que es buena idea involucrar a otra persona? —preguntó Arnaud con cierta sospecha. —Podría descubrir la verdad.

—Ya lo sabe —informó Florence con pesar. —Es un hombre perspicaz. No necesitaba muchas pruebas para entender el motivo de mi huida. No se preocupe, señor Arnaud. El señor Viallant es discreto y sabrá guardar el secreto.

—Si usted confía en eso, entonces está bien. —asintió Arnaud.

Ambos sellaron su conversación con un tierno beso, encontrando en él la calma que necesitaban. A pesar de los riesgos que estaban asumiendo, sabían que eran necesarios para asegurar la tranquilidad del futuro hijo que esperaban.

En tan solo una semana, el rumor se propagó, dejando a todos murmurando que la Marquesa de Erauxer, estaba afectada por una grave enfermedad. El murmullo se expandió hasta llegar a los oídos de la nobleza, y como resultado, Florence comenzó a recibir visitas de varias mujeres de la alta sociedad. Intrigadas por los comentarios, buscaban descubrir la verdad en su condición.

Siguiendo el plan establecido, Florence mencionaba que padecía de un problema estomacal, tratando de restar importancia al asunto. Sin embargo, esta respuesta ambigua generaba aún más preguntas y dudas entre quienes la visitaban. Aunque la Marquesa optaba por no hablar abiertamente, dejando de lado cualquier preocupación que podría afectar a los demás, la escena en la catedral ya era ampliamente conocida. Era evidente que se trataba de algo más complejo, pues la presencia diaria de un médico en el palacio no pasaba desapercibida.

Eric Viallant, el hijo médico de los Viallant, se presentaba puntualmente cada mañana en el palacio de Erauxer para mantener la fachada que se había construido alrededor de la marquesa. Su papel consistía en respaldar la información que se había esparcido y sostener la mentira que habían elaborado cuidadosamente.

La finalidad de difundir el rumor sobre la supuesta enfermedad, era proporcionar una excusa plausible para la desaparición de la marquesa. El plan consistía en hacer que sus propios sirvientes respondieran a quienes les preguntaran sobre porque su señora se había marchado de imprevisto, comentando que había descubierto una cura en las tierras lejanas de Selce, sin especificar su paradero exacto.

Siguiendo con el guion previsto, esa mañana Florence se dirigió a todos los sirvientes que prestaban servicio en su palacio y les comunicó oficialmente la noticia que hasta ese momento solo había sido un rumor.

—Como se ha mencionado, efectivamente padezco de una enfermedad. He investigado y he descubierto que existe una cura para mi dolencia en las tierras de Selce. Por esta razón, partiré mañana a primera hora.

La sorpresa y el murmullo se apoderaron inmediatamente de los sirvientes ante tal revelación.

—Esto es todo lo que puedo informar. Pueden regresar a sus labores. —concluye Florence, regresando a su despacho.

Después de esta comunicación general, Florence se reunió con sus sirvientes más cercanos para dar las últimas instrucciones. Había designado a quienes prestarían servicio durante este viaje. Rudy, un cochero de confianza que sería su conductor; Monique, como su dama para asistirla; Arnaud, como su escolta; y el doctor Viallant, como su médico de cabecera.

Mientras tanto, la marquesa también trataba cuestiones logísticas con su contador para mantener las finanzas en orden durante su ausencia, y con Pierriette, a quien dejaría a cargo del mantenimiento del palacio.

Aunque el ama de llaves estaba preocupada por su señora, no logró obtener más detalles de parte de ella sobre esta noticia repentina. Sabía que podía discutir el asunto con su compañero Arnaud y decidió abordarlo en su dormitorio que se encontraba con la puerta abierta, observándolo desde el umbral, mientras él preparaba su maleta para el viaje del día siguiente.

Pierriette golpea suavemente la puerta antes de entrar, anunciándose con su tono maternal, que habitualmente solía ocupar cuando hablaba en privado con el mayordomo.

—¿Puedo pasar? —pregunta Pierriette, con voz cargada de preocupación y afecto.

—¡Ah, por supuesto! Adelante, Pierriette. Estaba concentrado preparando mi equipaje —responde el mayordomo con un tono animado.

—El anuncio que hizo hoy la señora me dejó inquieta. Es joven para estar lidiando con una enfermedad —comenta Pierriette con calma, esbozando una sonrisa cómplice. —Sin embargo, su actitud despreocupada, casi alegre, me hace pensar que no es algo malo. Por favor, dígame qué está ocurriendo y ayúdeme a superar esta incertidumbre.

—Oh, Pierriette. Usted sabe que no puedo revelar los secretos de la marquesa —responde Arnaud sin dejar de empacar.

—¿Será que planean otra escapada romántica? Eso es arriesgado, especialmente con la compañía de Monique y el médico —pregunta Pierriette con sospecha.

Arnaud dirige su mirada hacia Pierriette, ansioso por compartir sus pensamientos con alguien y liberar la emoción que ha estado guardando en su pecho. Se acerca a la puerta y la cierra para asegurarse de que nadie más pueda escuchar.

—La marquesa está embarazada —revela Arnaud en un susurro.

La expresión de Pierriette cambia inmediatamente a una mezcla de completa sorpresa. Antes de que pueda hacer preguntas evidentes, Arnaud continúa hablando.

—El marqués era estéril. Descubrimos su condición cuando nos enteramos del estado de la señora.

Pierriette junta sus manos en un gesto de gratitud.

—Es un verdadero milagro —comenta con lágrimas en los ojos y una sonrisa de profunda felicidad. —Señor Arnaud, usted será padre.

El ama de llaves comienza a llorar, abrumada por la alegría que siente. Aunque la llegada de un niño complicaba las cosas, también reforzaba sus convicciones y traerá consigo nuevas fuerzas y esperanzas.

Con un profundo afecto, Arnaud abraza a la mujer que durante tantos años había sido su principal apoyo. Tras un momento de emotividad, Pierriette seca sus lágrimas y su actitud cambia repentinamente.

—Oh, Dios mío, qué tarde es. Debo salir inmediatamente —dice Pierriette apresuradamente mientras se encamina hacia la puerta.

—Espera. ¿A dónde va? —pregunta Arnaud desconcertado.

—No me tardaré —logra decir Pierriette al pasar por la sala de descanso que compartían, antes de marcharse.

A la mañana siguiente, tal como estaba planeado, un amplio carruaje aguardaba en el palacio listo para emprender el viaje a una tierra distante.

La marquesa y sus compañeros de viaje se despidieron de sus seres queridos, con la esperanza de que el trayecto transcurriera sin complicaciones y que pronto regresarían.

—Cuando te hayas establecido, debes escribir para hacerme saber que estás bien —comenta tía Justine mientras abraza por última vez a su sobrina.

—Así lo haré, tía. Te enviaré cartas constantemente, sin esperar respuesta de las tuyas, para mantenerte informada —responde Florence.

—Vendré de vez en cuando para revisar el estado del palacio y para verificar que el contador lleve las finanzas en orden —promete tía Justine.

—Te lo agradezco —dice Florence mientras abraza nuevamente a su tía, dejando un beso en su mejilla antes de subir al carruaje.

Arnaud y Pierriette también comparten algunas palabras antes del adiós.

—Por favor, ruego que me mantenga informado de todo lo que ocurra aquí —solicita Arnaud.

—Lo haré, pero le pido que evite causar preocupaciones innecesarias a nuestra señora —comenta Pierriette.

—También le escribiré para mantenerla informada de nosotros —asegura Arnaud.

Pierriette entrega a Arnaud una caja de tamaño mediano envuelta en cintas con elegantes decoraciones.

—¿Un regalo? ¿Para mí? —pregunta Arnaud sorprendido.

—Es un regalo, pero no es para usted —murmura Pierriette cerca de su oído. —Es para el pequeño.

Una suave y cálida sonrisa se dibuja en el rostro de Arnaud ante el dulce gesto de su amiga.

Con todos preparados para el viaje, se suben al carruaje que está cargado con varias maletas. El doctor Viallant, Monique, Florence, Arnaud y el cochero que los conducirá, se acomodan en el carruaje, despidiéndose de quienes esperan su pronto retorno.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top