Capítulo 33

A pesar de haber concedido a Arnaud la libertad de expresar su afecto, Florence tuvo que reconsiderar esta decisión después de dos días. Su amante demostró ser un hombre apasionado e insaciable, lo que dio como resultado caderas adoloridas y una sensación de ardores en su interior.

Conscientes de la necesidad de equilibrio, comenzaron a compartir momentos que no se centraban exclusivamente en la intimidad. Disfrutaban de la cercanía llena de ternura, dando paseos por el bosque y explorando la ciudad de Pingpe. Almorzaban a su antojo y se sumergían en las atracciones que el lugar tenía para ofrecer.

En un día de invierno, soleado, pero frío, los amantes visitaron las ruinas de un antiguo castillo. Inventaron historias de fantasmas para crear un ambiente tenebroso que les arrancaba risas. Sin embargo, el aire festivo se transformó en silencio cuando escucharon eructos y maldiciones. Sus ojos se encontraron y compartieron una mirada pícara antes de salir de entre las sombras de las paredes.

La pareja emergió entre las paredes de las ruinas con risas estridentes, sorprendiendo a un borracho tambaleante que se apoyaba en las piedras en busca de un sitio donde descansar.

—¡Ah! ¡Me lleva el diablo! —exclamó el hombre asustado, cayendo en sus posaderas al ver a la pareja correr hacia el exterior entre risas descontroladas.

Los amantes corrían con sus manos entrelazadas, como las de dos niños traviesos, riendo a carcajadas mientras ingresaban a otra sección olvidada del castillo abandonado, donde los árboles crecían en el interior.

—¡Eso fue realmente divertido, señor Arnaud! —exclamó Florence, recobrando el aliento entre risas.

—Ni que lo diga. Ese hombre se debe de haber orinado en sus pantalones.

Las risas llenaron el aire nuevamente, pero se detuvieron de manera abrupta cuando Florence hizo un comentario inesperado.

—Usted es muy divertido. Estoy segura de que sería un esposo espléndido, y su mujer nunca se aburriría.

El ambiente se volvió tenso de repente. Las risas dieron paso a un silencio incómodo, y ambos continuaron caminando, sintiendo un nudo en el estómago y una opresión en el pecho. Las palabras de Florence habían tocado un tema delicado, revelando la posibilidad de que Arnaud pudiera casarse con otra mujer que no fuera Florence.

A pesar del hermoso entorno y el día soleado, el paseo se volvió sombrío, con la incomodidad flotando en el aire y la sensación de que algo había cambiado entre ellos.

Florence se atormentaba, reprochándose por haber pronunciado esas palabras imprudentes. Lo que dijo, era una confesión que nunca debió salir de sus labios, porque en la estricta jerarquía social de la monarquía de Hivernvent, existían reglas inquebrantables que gobernaban las uniones en la nobleza.

Según estas reglas, los nobles solo podían casarse entre ellos, preservando sus estatus. Incluso, si un noble llegara a enamorarse de un plebeyo, la posibilidad de un matrimonio dependía de una serie de complejas consideraciones, donde la posición social y la riqueza monetaria, eran factores cruciales.

Solo si un noble decidía casarse con un plebeyo y cumplir con los requisitos establecidos, los reyes podían concederles el título de nobleza, elevando así el estatus del cónyuge plebeyo. Sin embargo, estas situaciones eran excepcionales y raramente se aprobaban. Por lo tanto, quedaba fuera de toda posibilidad que un plebeyo, como un sirviente, pudiera optar a un matrimonio con un noble.

Florence continuaba torturándose con la idea de que Arnaud pudiera pertenecerle a otra mujer, de que formara una familia y compartiera su vida con alguien más. Incapaz de contener sus emociones, instintivamente abrazó a Arnaud por la espalda mientras seguían caminando entre las ruinas, ocultando su rostro en su espalda.

—Me perteneces por completo, ¿lo entiende? —susurra Florence con un tono suplicante y demandante.

—¿Mi señora? —Arnaud se detuvo, sorprendido por el abrazo y las palabras de Florence.

—No permitiré que alguien más le tenga. No compartiré su afecto con ninguna otra mujer. Es mío y de nadie más.

Él se voltea para contemplar el rostro de Florence, que tenía sus ojos enrojecidos y llenos de lágrimas, sintiendo una profunda ternura al verla en ese estado.

—¿Cómo podría yo mirar a otra mujer cuando la tengo a usted? —murmura con voz suave y sincera.

En un gesto lleno de cariño, sus labios se encuentran en un beso pausado que parece sellar una promesa, en la que solo se pertenecían en esa relación que era un secreto para todos los demás.

En los días siguientes, continuaron deleitándose con la mutua compañía. Tuvieron la suerte de participar en unas festividades campesinas en honor a un santo local. Rieron juntos mientras compartían carnes asadas alrededor de una fogata y se aventuraron en el baile, aunque ninguno de los dos tenía demasiada destreza en ese aspecto.

Con el tiempo, llegó el inevitable final de sus vacaciones. Aunque sentían tristeza por dejar atrás la acogedora cabaña que los había albergado, sintieron que su unión era más fuerte que antes.

Al regresar a la ciudad de Vittel, Florence se hospedaría en su hotel durante dos días adicionales para dar un cierre tranquilo a su tiempo fuera, mientras que Arnaud emprendía el regreso inmediato al palacio de Erauxer, llevando consigo los recuerdos inolvidables compartidos en aquel viaje.

En la soledad de aquella habitación de hotel, Florence anhelaba desesperadamente estar de nuevo junto a Arnaud. Sin embargo, sabía que no podía regresar de inmediato, ya que tenía que evitar que sus llegadas coincidieran y levantaran sospechas entre el personal del servicio.

A pesar de sus intentos por engañarse a sí misma, Florence no podía negar la verdad; sus sentimientos por Arnaud eran mucho más profundos que un simple deseo físico. Lo amaba de una manera que nunca había imaginado ser capaz de amar a alguien. Consciente de la magnitud de sus emociones, las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos. Sentía una dulce melancolía al darse cuenta de que cada vez que se encontraba con la mirada de Arnaud, todo a su alrededor cobraba vida con colores más vibrantes.

Ya no podía contener sus sentimientos. Estaba completamente entregada a él y ansiaba ser suya en todos los sentidos. ¿Cómo podía culparse por sentir de esta manera? Después de todo, Arnaud era un hombre excepcional, y era imposible no enamorarse de él. Florence se había dejado atrapar en las redes de un amor tierno y apasionado.

A pesar de ser sincera consigo misma, Florence se encontraba en un dilema. Quería expresar sus sentimientos a Arnaud, confesarle cuánto lo amaba. Pero, ¿qué podría hacer él con esa información? Aunque compartieran sentimientos mutuos, sabía que su situación no cambiaría, al menos que ella decidiera que fuera distinto.

Una idea cruzó la mente de la marquesa; dejar todo atrás y escapar con Arnaud a un país extranjero, dónde nadie les conociera. Aquello era algo muy arriesgado, pero emocionante a la vez, aunque rápidamente recordó lo que le había advertido la duquesa de Joy: "Confundir sus sentimientos la volverían manipulable en nombre del amor.", ya que podría arrepentirse por el resto de su vida.

Por el momento, parecía más sabio y gratificante disfrutar de su relación tal como era y vivir cada día con la emoción del reencuentro, y esperaría que una señal divina llegará, como siempre lo había sido. Con estos pensamientos en mente, Florence cerró los ojos y se sumergió en un dulce y emotivo sueño.

Después de dos días, el cochero, junto con su familia, llegó al hotel para recoger a Florence y llevarla de regreso al palacio de Erauxer. A medida que se acercaban al palacio, los sirvientes se congregaron con sonrisas radiantes para darle la bienvenida.

Al descender del carruaje, Florence no pudo contener su sonrisa al divisar a Arnaud, quien se acercó con elegancia para informarle sobre los acontecimientos en el palacio y entregarle la correspondencia acumulada durante su ausencia. A pesar de la formalidad del momento, ambos compartieron risas cómplices que no pudieron ocular. Finalmente, la Marquesa invitó a Arnaud a su despacho para darle instrucciones sobre diversos asuntos, una excusa para poder estar a solas y expresarse cuánto se habían extrañado.

En la privacidad de aquel lugar, las formalidades quedaron atrás y sus corazones hablaron. Las palabras de afecto fluían libremente, acompañadas de tiernos besos y caricias cargadas de un profundo romanticismo. En ese rincón íntimo del palacio, sellaron su reencuentro con la promesa de encontrarse nuevamente esa noche en la habitación de Florence, donde podrían compartir su amor en la más absoluta discreción.

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