Capítulo 23

Pasó casi un mes desde que surgió la idea en Florence de tener un amante discreto. No buscaba un romance ni volver a considerar el matrimonio como opción, simplemente deseaba tener algo de diversión con el hombre que tanto le atraía, y ese era Arnaud.

A pesar de su deseo, no sabía cómo proponerlo. Se sentía tímida en esos asuntos, y creía que solo una mujer descarada ofrecería algo así a un hombre. Además, Arnaud siempre se mostraba tan gentil y formal, que parecía algo impensable. Pero a Florence le tentaba la idea de conocerlo de una manera más íntima, alejada de toda la etiqueta y formalidad a la que estaban acostumbrados.

A lo largo de ese tiempo, había tenido varias oportunidades para preguntarle si estaba de acuerdo, pero el miedo se lo impedía, lo que aumentaba aún más su frustración. Se repetía una y otra vez que debía dar el primer paso, pero cada vez que lo intentaba, sus palabras se atascaban en su garganta. La incertidumbre y el temor a arruinar la relación con su leal mayordomo la paralizaban.

Las hojas caían de los árboles, anunciando el inicio del otoño en Hivernvent, creando el escenario perfecto para una fiesta de damas en los jardines del palacio de sus majestades. Varias jovencitas debutantes se presentaron con elegantes vestidos y pequeños bolsos colgando de sus muñecas, cada una con una pequeña libreta donde anotaban los nombres de las damas de la nobleza, ansiosas por comenzar su vida en sociedad.

Florence observaba los rostros ilusionados de las jóvenes, recordando con nostalgia sus propias expectativas y sueños a esa edad. Comprendía que muchas de ellas anhelaban una vida glamorosa, al igual que ella en su juventud, pero ahora sabía qué gran parte de eso era solo apariencia para mantenerse a flote en la alta sociedad.

Durante una caminata con algunas damas, Florence sintió la mirada insistente de una de las debutantes, lo que la hizo preguntarse si tal vez tenía algo que preguntarle o si solo se trataba de curiosidad por sus escándalos.

—Señorita, ¿existe algo que quiera preguntarme? —dijo Florence.

—Solo quiero decirle que la admiro, señora marquesa. Es usted independiente y elegante, maneja su marquesado con astucia, y es por eso que todos hablan maravillas de usted y tiene a los varones rendidos a sus pies. —respondió la joven con un brillo de admiración en sus ojos.

Las palabras de elogio llenaron de satisfacción a Florence, ya que no esperaba tal alabanza de una debutante.

—Muchas gracias por tan bellas palabras —respondió con gratitud.

—Me gustaría ser como usted. Creo que puede conseguir todo lo que desea. Para usted no debe ser difícil atraer a un pretendiente de buen apellido —confesó la joven, demostrando sus propios anhelos y ambiciones.

Las jovencitas eran educadas para creer que su propósito en la vida era contraer matrimonio con alguien de buena posición y así formar una familia que enorgulleciera el apellido de su esposo. A Florence le tomó varios años liberarse de esa idea, especialmente cuando la realidad la golpeó con fuerza en su propio matrimonio. Ahora sus anhelos eran diferentes; deseaba la autosuperación y la felicidad, pero no se sentía totalmente segura de poder lograrlo por sí sola. A veces, se cuestionaba si tenía la capacidad para conseguir todo lo que deseaba, o tal vez sí la tenía, y solo necesitaba un empujón, un apoyo que la animara a dar siempre el primer paso.

Como una respuesta divina a sus pensamientos, Florence ve a la anciana duquesa de Joy paseando sola por los jardines, con la mirada perdida, observando unos cisnes en uno de los grandes estanques artificiales. Decidida, se acerca para hablar con la mujer que en algún momento le había ofrecido un consejo que no creía necesitar, pero ahora anhelaba escuchar.

—Duquesa, me gustaría tener una charla con usted, es sobre un asunto que le pido discreción —habla Florence, bajando la voz para asegurarse de que nadie pueda escuchar.

La duquesa se siente complacida de tener compañía, ya que es consciente de sus limitaciones y lo distraída que se ha vuelto con los años, comprendiendo por qué las damas suelen evitarla.

—Claro que sí. ¿De qué desea hablar?

—Bueno... —titubea Florence —Usted mencionó los amantes en el juego de cartas del mes pasado.

—Ah, sí. Pero ya no tengo ninguno, ya no estoy en condiciones de seguir con aquellos juegos. —responde la anciana con naturalidad.

—Pero los ha tenido. ¿Cómo logró tenerlos?

—Es muy fácil, en realidad. Solo llamaba a algún joven atractivo y le decía que deseaba sus servicios esa noche en mi alcoba, y ellos se presentaban a la hora indicada.

Florence no se convence completamente con el relato de la duquesa, ya que le parece demasiado sencillo.

—¿Solo así? ¿No se negaban a su llamado? ¿Quizás lo hacían por obligación o temor?

La duquesa observa a Florence, comprendiendo su inquietud.

—Marquesa, ¿desea tener un amante?

La pregunta toma por sorpresa a Florence, ya que es un tema delicado del que nunca pensó hablar con alguien.

Las mejillas rojas de la marquesa le dan la respuesta a la anciana, quien no necesita una confirmación.

—Para usted, marquesa, es más fácil. Es una joven hermosa y de buena figura, cualquier hombre estaría encantado de pasar una noche con usted y se sentiría afortunado de ser escogido.

—Pero al hombre al que le proponga algo así, si es del servicio, podría sentirse forzado y no quiero abusar de nadie.

—¡Tonterías! —exclama la duquesa —Por instinto natural, los hombres tienen el impulso de procrear, a diferencia de nosotras, las mujeres, ya que tenemos más que perder. No existe hombre en la tierra que se niegue a una propuesta como esa, créame que para un muchachito de su servicio, le encantará servirle esa y todas las demás noches.

—¿Nunca nadie se le ha negado?

—Claro que sí, también existían varones que le eran fieles a las novias que pudieran tener. Pero eso no me molestaba, porque buscaba a otro, aunque supongo que solo fui rechazada dos veces en mi vida.

Florence pensaba que si Arnaud le rechazaba, sería un duro golpe para su autoestima, pero también temía que él pudiera sentirse forzado.

—Gracias duquesa por su consejo.

—Solo recuerde, al tener un amante, es para su placer y nada más. No permita que nada afecte su razón, así que no prolongue demasiado los encuentros con el mismo hombre, ya que podría confundir sus sentimientos y volverse manipulable en nombre del amor.

—Lo tendré en cuenta —responde amablemente Florence.

A pesar de los consejos de la duquesa, Florence no deseaba tener múltiples amantes, solo quería a uno, pues estaba segura de que él podría cumplir todas sus expectativas sin que surjan complicaciones emocionales.

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